El autor recuerda a sus tíos y la influencia positiva que tuvieron en su vida y formación de carácter. Cada tío le enseñó una lección valiosa: la tía Gloria le enseñó equilibrio, el tío Beto le despertó el intelecto al enseñarle ajedrez, el tío Ausencio le hizo descubrir el gusto por los viajes, y el tío Nacho le mostró la importancia de la empatía. Estas lecciones aprendidas de sus tíos han guiado al autor y lo
1. Las huellas en el rostro
Hay personas que hacen el bien, no porque quieran un reconocimiento, sino
porque es la forma en que fueron formados, educados. Es una forma de ser.
Hace muchos años, con dieciséis o diecisiete años, encontré un par de libros de
biografías de personas que habían trascendido por una u otra razón. Me acuerdo
que una de las biografías que me quedaron grabadas fue la de Genghis Khan, el
gran conquistador mongol. La biografía comienza hablando del rostro de este
hombre, diciendo que era un rostro curtido por el viento. Es decir, que los surcos
y canales en su rostro habían sido esculpidos por el viento, a fuerza de estar
mucho tiempo cabalgando expuesto a las condiciones climáticas de esa región
asiática.
El rostro pues, con todas sus marcas: arrugas, lunares, manchas, cicatrices,
revela las condiciones medio ambientales a las que ha estado expuesta una
persona.
En algún otro lugar, leí acerca de la palabra “carácter” que viene del griego kharacter que significa “el
que graba”, y se decía que los ambientes y las personas con las que crecemos van definiendo nuestro
carácter. Pienso que de alguna manera ese carácter, como lo hace un escultor, también se va grabando
en el rostro. Si el carácter tiene que ver más bien con las actitudes y valores, el carácter va definiendo el
alma de las personas. Luego, si el alma se escapa por los ojos, quiere decir que además de las huellas
que puede dejar en el rostro el viento,la lluvia, el frío o el calor, también lo hace el carácter.
Hace unos días, debido al cumpleaños de un tío, el tío Nacho, hermano de mi madre, de los que aún
están vivos, recordé a los otros tres (la tía Gloria, el tío Beto y el tío Ausencio). Y rememorando los
tiempos de la niñez, entendí que en mi rostro hay algunos signos de la influencia que tuve de ellos.
2. Equilibrio.
Recordar a la tía Gloria es acordarme
inevitablemente, de un parque en la Ciudad de
Xalapa, el Parque Los Berros, cerca de la Zona
Universitaria. En ese parque ella me enseñó a
andar en bicicleta. No sé si fueron fines de
semana o tardes entre semana, o quizá fue un
solo día. El caso es que recuerdo estar en la parte
más alta de una bajada que terminaba en una
pequeña glorieta con una fuente en el medio. La
idea era subir los pies y empezar a pedalear, y al
final de la bajada esquivar la fuente y seguir
pedaleando hasta lograr no bajar los pies. Creo
que más de una vez me estampé con la fuente.
Debieron ser varias caídas, varios fracasos. Pero ella estuvo ahí, animando, sobando los mallugones, y
al final, alegrándose por que pude conseguir mantenerme en dos ruedas. A la distancia, entiendo que
uno de los secretos en la vida es mantener un equilibrio en todos los aspectos y aprender a tener ese
equilibrio implica recibir varios magullones, y en muchas ocasiones, ayuda mucho tener un maestro o
maestra.
Intelecto.
No tengo recuerdos acerca de haber visto a mis
padres sentados en algún lugar, leyendo, y que
debido a eso, a mí me hubiera dado por leer. Sin
embargo, sí recuerdo a mi madre comprando y
pagando en mensualidades más de una
enciclopedia. Y había varias en la casa.
Recuerdo que había una con forro blanco,
varios tomos, y unas magníficas ilustraciones.
Hojeando el primer tomo, me acuerdo que me
interesó la descripción de un juego, el Ajedrez.
Leí su historia, hasta los últimos campeones
mundiales de ese entonces, la disputa entre un
3. ruso y un americano. Y no podía ser de otra forma en esos tiempos de guerra fría. Leí también la
descripción de las piezas y como se movía cada una. Así que quise aprender a jugar y entonces faltaban
dos cosas: un tablero de ajedrez y alguien con quién jugar. Y fue el tío Beto quien me enseñó a jugar
ajedrez. Lamento que no haya aprendido a jugar futbol o basquetbol, como también lo intentó. Por
supuesto, no pudo faltar ser advertido de no caer en el vergonzoso Jaque al Pastor, ese inicio de juego
que si uno es un principiante y se descuida, puede perder en tres jugadas. Con todo, quien sabe si por
ese aprendizaje del ajedrez, se abrió una veta para comenzar a pensar, a usar más el lado izquierdo del
cerebro y que años después ese pensamiento abstracto me diera de comer.
Descubrimiento.
Tenía ya casi veinte años cuando hice un primer
viaje, solo. Lo hice a Puebla, visité a la querida
tía Raquel, ya fallecida. Fue un gusto el viajar y
un logro haber viajado sin problemas.
Sin embargo, recuerdo un viaje que hice años
antes sin mis padres. Fue un fin de año, después
de haber pasado siempre las navidades en la
casa paterna, que un tío, el tío Ausencio, pasó
unos días antes de Navidad y le dijo a mi madre
que había venido antes porque no podría venir
con toda su familia ya que le había tocado
trabajar el fin de año (por varios años, las reuniones de fin de año se hacían en la casa) . En ese
entonces, él trabajaba en un penal para mujeres en la Ciudad de México (DF, así se le llamaba antes).
Aún no sé bien porqué de pronto le dije si podía pasar la Navidad con ellos, y me dijo, vámonos.
Todavía resulta un poco extraño que haya sido interesante para un adolescente pasar unas vacaciones
visitando un penal de mujeres y hospedarse en una de las colonias más difíciles de aquellos años en el
DF. Tal vez porque en ese tiempo no tenía significado para mí hablar de cárcel o barrios bravos. Y sin
embargo, es uno de los viajes que más recuerdo. Tal vez por que fue el primer viaje que más se acercó a
un viaje en solitario, como muchos que realizaría después. Me acuerdo vagamente de algunas de las
señoras del penal, de los trabajos manuales que hacían, de viajar en microbús casi colgado en la puerta,
de los taxis anaranjados, de los famosos delfines, unos autobuses azules. De una u otra manera, la
Ciudad de México siempre será atractiva. Fue en ese viaje donde nació un gusto por viajar, por tomar
camino y disfrutarlo, los transportes, la comida, otras culturas.
4. Empatía.
De los cuatro tíos que aún viven, el tío
Nacho es con el que menos conviví porque
es el que vivía más lejos de la ciudad donde
crecí. No obstante, siempre era un gusto
verlos, a él y a su familia. Lo recuerdo en el
medio de las reuniones familiares,
organizando, conviviendo, contando
anécdotas, bromeando, cocinando. Con una
capacidad increíble para hablar con cualquier
persona, sin afán alguno de presumir,
fanfarronear o lastimar a alguien. Siempre
haciendo sentir bien a los demás, subrayando
sus virtudes, sus logros y construyendo un
ambiente en donde todos se sintieran a gusto,
o por la comida, por la música, por la bebida, por la conversación o por todo junto. Se le veía cómodo,
lo mismo hablando con gente importante que con gente sencilla. Recuerdo que apenas llegaba a la casa,
al primer o segundo día solía preguntar por un vecino, amigo de mi padre. Era un mecánico, pero que
sabía de muchos oficios, bastante humilde. A veces lo invitaba a la casa y lo integraba a la reunión y el
mecánico se sentía realmente parte de la familia.
Fue hasta muchos años después, ya cuando yo era profesor, que escuché y supe el significado de la
palabra “empatía”. No obstante, años atrás, en mi familia había visto en esas reuniones de fin de año, el
real significado de la palabra, de lo que significaba “ponerse en los zapatos de la otra persona”. Quizá
por las actitudes que vi en personas como el tío Nacho, en adelante no fue difícil entender el
significado de la compasión, ese “padecer con”, hacerse uno con los demás como decía el apóstol
Pablo, ponerse a la estatura del otro.
Estas actitudes, observadas, aprehendidas de los tíos , son lecciones que aprendí sin saberlo, lo mismo
que la dignidad, la humildad, el respeto, la gratitud. Ahora entiendo que son actitudes que se respiraban
en el ambiente que construían cada vez que se reunían. No eran discursos, eran acciones, formas de
tratar a los otros, de ver a los demás.
5. A la distancia, y después de haber conocido a mucha gente, después de haber vivido muchas
experiencias y haber encontrado que hay otras actitudes, otras formas de pensar y que han dejado
también sus huellas, algunas cicatrices, a pesar de ello, el balance es favorable.
Lo que aprendí en esos ambientes familiares, aún me hace querer creer en los demás, aún me hace creer
que mi forma de vivir puede ser útil para alguien.
Ahora que los recuerdo, estimados tíos, los que aún viven, este escrito que es una especie de
reconocimiento, es también de agradecimiento. Un agradecimiento que se extiende a los tíos ya
fallecidos y a los medios hermanos de mi madre. En medio de un mundo donde las relaciones actuales
son de desconfianza, de traición, de joder al otro consciente o inconscientemente, agradezco haber
tenido excelentes maestros al lado de mis padres, que me hayan enseñado cómo ser cualquier cosa,
menos un hijo de puta.
No soy ninguna buena persona, nadie que tenga algún mérito mayor que el resto de los mortales, pero
en medio de mi mediocridad, tibieza, cobardía, y demás cosas, en algún momento, en algún instante, ha
habido un poco de equilibrio, he usado algo de intelecto, he podido disfrutar del descubrimiento de
otros lugares y personas, y he sabido lo que significa estar en los zapatos del otro. Como un guitarrista
que no ha sido un artista, pero que en algún momento de sus manos han salido un par de buenos
acordes.
Un gusto conocerlos,
un gusto haber aprendido de ustedes,
un gusto haber conocido a gente como ustedes,
cuya buena influencia se ha extendido más allá de sus hijos,
y un gusto ser un eco de sus voces, de sus actitudes.
Un eco que aún resuena en cada salón de clase donde me presento.
Con afecto,
Edilberto
Agosto, 2019