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Los papas mas corruptos
por tu hermano
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La Era de la Pornocracia del Papado Romano

El papa Sergio II que reinó del 904 al 911 obtuvo la oficina papal por

medio del asesinato. Este papa es descrito por el Cardenal Baronio y

otros escritores eclesiásticos como un monstruo y por Gregorio como un

criminal aterrorizante. Dice un historiador: “Por espacio de siete años

este hombre ocupó la silla de san Pedro, mientras que su concubina,

imitando a Semíramis madre, Reinaba en la corte con tanta pompa y

lujuria, que traía a la mente los peores días del viejo Imperio”

(Italia Medieval, pag. 331) Refiriéndose a otra, dice: “Esta mujer

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-Teodora de nombre, junto con su hijaMarozia, la prostituta del Papa. Llenaron la

silla papal con sus hijos bastardos y convirtieron su palacio en un

laberinto de ladrones.” Y así, comenzando con el reino del papa Sergio,

vino el periodo (904-963), conocido como “el reinado papal de los

fornicarios”.

Antiguo amigo del desquiciado Esteban VI, Sergio era de su misma ralea. Desde su
juventud se vio implicado en la lucha de facciones que hizo de este periodo uno de los
más turbulentos y escandalosos de la historia del Papado. Fue nombrado obispo de
Cerveteri por el papa Formoso, más tarde declarado hereje por su sucesor el papa
Esteban VI.

Sergio III prendió al antipapa Cristobal y al anterior papa Teodoro II, al parecer, los hizo
estrangular. Desde entonces gobernó Roma como un señor feudal, favoreciendo
especialmente a sus partidarios. Condenó la memoria de todos sus antecesores, desde
Esteban VI, considerándolos antipapas. Asesino de sus predecesores, inauguró un
período del papado al que el cardenal César Baronio designaría, a principios del siglo
XVIII, con el famoso nombre de «pornocracia». Fueron mujeres las que gobernaron en
Roma, y los Papas no fueron más que juguetes de sus ambiciones políticas y de sus
pasiones personales.

Había sido elegido Papa en el 897 por primera vez por los enemigos del difunto Formoso,
pero Lamberto de Espoleto le forzó a ceder el trono pontifício a Juan IX. Desde entonces,
retirado en los dominios del margrave Adalberto de Toscana, Sergio esperaba su hora
para volver a sentarse en el trono papal.

Nombrado obispo por el papa Formoso, fue sin embargo uno de los participantes en el
"concilio del cadáver" que se celebró contra dicho pontífice a instancias del papa
Esteban VI y que finalizaría con la exhumación y profanación del cadáver. Excomulgado
y exiliado hasta que el papa León V revocó la excomunión y pudo volver a Roma en 901

            Un tal Teofilácto, se había propuesto imponerse a la nobleza romana. Simple
juez en el año 901, se autoadjudicó los títulos de cónsul, duque y senador del pueblo
romano. En realidad, era su esposa, Teodora la Mayor, y sus dos hijas, Teodora la Joven
y Marozia, tan libertinas como ambiciosas, las que lo controlaban todo. Teodora,
calificada de “cierta ramera sin vergüenza” en el Antapodosis, crónica de la época
escrita por Liutprando de Cremona. Esta mujer, esposa de Teofilacto, por real voluntad

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hizo que el pontífice Sergio III (“el peor que haya tenido la Iglesia Católica”) depusiera y
asesinara al anterior ,papa Cristóbal, declarándolo antipapa, declaración que extendió a
los tres papas anteriores. Y más tarde convirtió en el pontífice Juan X , a uno de sus
amantes, un humilde clérigo cuando le había conocido. A continuación, seguramente
obsesionado por lo sucedido con el papa Formoso, Sergio y sus comparsas proclamaron
una vez más la invalidez de todas las ordenaciones conferidas por aquel Pontífice. (
Ningun Obispo en funciones podía cambiar de diócesis)

Las únicas relaciones que tuvo Sergio III con Bizancio (sede política) fueron para
autorizar al emperador León VI que se casara por cuarta vez. Tanto el derecho civil como
el derecho eclesiástico prohibían ya un tercer matrimonio. También el patriarca de
Constantinopla se había opuesto al emperador cuando éste quiso casarse, en cuartas
nupcias, con Zoé Carbonopsina a fin de legitimar a su hijo, heredero del trono.

Sergio III tuvo como amantes a la esposa de Teofilacto ,Teodora la Mayor y a la hija de
este Marozia, con la que tuvo un hijo, el futuro papa Juan XI, y que se convirtieron en las
verdaderas gobernantes de Roma durante varios decenios. Sergio III falleció el 14 de
abril de 911.

Durante los siete años que ocupó la sede de Pedro, Sergio III se plegó dócilmente a los
caprichos de Teodora y, sobre todo, a los de su hija menor, Marozia. Ésta se había
casado en el 905 con Alberico de Espoleto, pero eso no fue obstáculo para que fuera
bastantes años amante del Papa, y que le diera un hijo, el futuro papa Juan XI, al que su
propia madre mandaría encarcelar pasado el tiempo.




Las intrigas de Marozia

 Marozia que, según el mismo el cronista de esa época , Liutprando, “no sólo igualo a
su madre, sino que la sobrepaso en las prácticas que ama Venus”. Nacida hacia 890, en
orden y en rango, empezó, apenas púber, siendo amante de Sergio III, y con él tuvo un
hijo que con el tiempo sería a su vez papa (Juan XI). Otros papas, León VI Y Esteban VII,
serían también nombrados andando el tiempo por Marozia.

Veamos lo que decía el cardenal e historiador Cesare Baronio (“Annales ecclesiastici”),
del papa Sergio III (904-911): “Por espacio de siete años, este hombre ocupó la silla de


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San Pedro, mientras que su concubina, imitando a Semíramis madre, reinaba en la corte
con tanta pompa y lujuria que traía a la mente los peores días del viejo imperio”.

En todo caso, pasada la primera “locura” juvenil, Marozia fue casada por su madre con el
guerrero Alberico, pero aquí se produce un hiato en la crónicas hasta 925, en que
Marozia reaparece, ya viuda recalcitrante, como única en la familia con poder en Roma.
Nada se sabe de la extraña desaparición simultánea de padres y esposos. Pero un
enemigo no había podido ser destruido: el papa Juan X, por lo visto odiado desde
siempre por la mujer. Éste, olfateando el peligro, estaba pactando la protección del
conde Hugo de Provenza a cambio de hacerle rey de Italia, pero Marozia, más veloz,
ofreció su mano a Guy, hermanastro de Hugo, con el mismo plan. Ambos cayeron sobre
Roma, y el pobre Juan X acabó confinado en una mazmorra en Sant’Angelo, donde
moriría al poco tiempo, dudosamente por causas naturales.

Marozia, ya convertida en senadora romana, siguió con sus planes, intrigando para que
fuera aceptado como papa su hijo mayor, el habido con Sergio III. Pero para ello
necesitaba poderosas influencias, y las halló nada menos que con su cuñado, el mismo
Hugo que antes había intrigado con Juan X. Las maniobras que hubo que hacer para ello
fueron históricas: en primer lugar deshacerse del actual marido, Guy, mientras Hugo
hacía otro tanto con su propia esposa, declarar bastardo a su hermanastro y hasta cegar
a otro de sus hermanos. Pero finalmente el plan salió a pedir de boca, y un joven papa de
21 años, Juan XI, acababa casando a su propia madre con su amante.

Pues las ambiciones de los esposos no habían terminado, y, ahora que tenían un papa
más dócil que nunca, se proponían nada menos que ser coronados como emperadores
de Occidente. Pero aquí falló algo: el hijo legítimo de Marozia, Alberico, que se sentía
postergado por su madre, consiguió revolver la ciudad de Roma, ya incómoda por tanta
perversidad, contra los adúlteros esposos. Hugo salió a estampida de Roma y tanto
Marozia como su hijo Juan fueron confinados de por vida a Sant’Angelo, como antes
hiciera ella con Juan IX. Y, como él, fallecieron en la cárcel. La línea pontificia fue
continuada por Alberico con el monje benedictino León VII.




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TEODORA, MAROZIA Y EL PAPADO EN SUS PEORES MOMENTOS
En el artículo anterior se vio la truculenta llegada al
pontificado de Sergio III (904-911), el cual, por su
encarnizado odio a Formoso, quiso enseguida revalidar el
concilio cadavérico, en el que tanta parte había él tomado, y
declaró que las ordenaciones conferidas por aquel papa eran
nulas e inválidas; por lo tanto, todos aquellos que hubiesen
sido consagrados obispos, presbíteros o simplemente
diáconos por Formoso tenían que reordenarse si querían
seguir en sus funciones. Y como bastantes obispos
formosianos habían conferido a otros las órdenes sagradas,
también estos últimos caían bajo esa prescripción. Se
comprende el escándalo y alboroto del clero, no menos que el
escrúpulo de muchas conciencias. Uno de los pocos que
resistieron tenazmente a las amenazas de Sergio,
acompañadas de excomuniones y destierros, fue el
presbítero formosiano Auxilius, quien refutó elocuentemente
el error de las reordenaciones en varios tratados que nos
suministran la más abundante información en todo este negocio.
Sergio III era uno de esos hombres a quienes la pasión partidista ciega y enloquece. En su
rencor contra Formoso se mezclaba también su propio interés. Formoso le había nombrado
obispo de Cere. No podía, pues, según los cánones de entonces, ocupar la sede romana. Pero
hay que decir que desde el concilio cadavérico había renunciado a sus funciones episcopales.
Al afirmar la ilegitimidad de aquel papa, confirmaba ahora su propia legitimidad. Su proceder
                                  era apasionado, pero lógico.
                                Pero la responsabilidad más grave de Sergio III ante la
                                historia se origina de sus relaciones con la familia de
                                Teofilacto. Era Teofilacto, distinguido patricio, uno de los más
                                altos funcionarios de la curia, que desempeñaba e1 cargo de
                                vestararius, al cual pertenecía, entre otras prerrogativas, la
                                superintendencia sobre el gobierno de Ravena, por lo que en
                                la ciudad no había autoridad comparable a la suya. Se le
                                daba comúnmente el título de senador y también, por estar al
                                frente de las milicias, el de dux et magister militum. Poseía el
                                castillo de Sant’Angelo y tan gran poder, que hacía sombra al
                                mismo papa. A su lado gozaba de igual poder e influencia su
                                esposa Teodora la cual, si fuéramos a creer a Liutprando de
                                Cremona, no era más que una “meretriz impúdica”, que vivía
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en el libertinaje, poniendo su hermosura y sus pasiones al servicio de su ambición, a fin de
acrecentar las riquezas y posesiones de su familia. Vulgarius, en cambio, un sacerdote
formosiano, que luego se pasó al bando de Sergio III, la apellida “matrona santa y amadísima
de Dios” y le habla con místico acento de sus “nupcias espirituales con el celeste esposo”.
Seguramente que en Liutprando hay pasión y quizá ignorancia, en Vulgarius lisonja y adulación.
Teofilacto y Teodora tenían dos hijas: Teodora la joven y Marozia, iguales a su madre en talento
y ambición.
El papa Sergio III debía probablemente la tiara al poderío de esta familia, cuya casa
frecuentaba más de lo debido, tanto que, siendo ya un cincuentón, se dejó prender, a lo que
parece, en los lazos amorosos de Marozia, la cual apenas tendría veinte años. Fruto de estas
sacrílegas relaciones sería, según voces más o menos malintencionadas, un hijo que, andando
el tiempo, se llamó Juan XI, y que ciertamente tenía a Marozia por madre. Tales son las noticias
que recoge la crónica escandalosa y picante de Liutprando. No se le daría ningún crédito, ya
que este autor, en su “Antapodosis” (retribución) se muestra muy parcial y confunde más de
una vez los hechos y los nombres, si no viéramos confirmado este punto por el Liber
Pontificalis, que, llegando a tratar de Juan XI, cifra toda su vida en estas únicas palabras:
“Iohannes natione Romanus, ex Patre Sergio papa, sedit ann. III, mens. X”. Hay que notar, sin
embargo, que el mismo Liber Pontificalis, al tratar más ampliamente de Sergio, no hace la
menor alusión a sus relaciones con Marozia, como tampoco dicen nada Flodoardo ni Juan
Diácono. Por eso no falta quien atribuya toda esta leyenda a una calumnia popular, hija de la
envidia, calumnia que Liutprando aceptó sin crítica.
Durante su pontificado, en 905 el emperador Luis III intentó regresar de su exilio, siendo
capturado y cegado por el rey de Italia Berenguer I que lo destituyó como emperador e intentó
infructuosamente que el Papa Sergio lo coronara como sucesor. En su relación con Bizancio,
autorizó el cuarto matrimonio del emperador León VI con su amante Zoe, que le había dado su
único heredero. Con ello no sólo se enfrentó con el Patriarca de Constantinopla, Nicolás el
Místico sino que ignoró tanto la legislación civil de la época, como la eclesiástica. Entre los
aspectos positivos de su pontificado cabe señalar que durante el mismo, en 910, se fundó la
abadía benedictina de Cluny gracias a la donación de una villa que realizó el duque Guillermo I
de Aquitania con la condición de que la misma dependiera directamente del Papa y no de un
noble o un obispo. Por último, el nombre de Sergio III va gloriosamente unido a la basílica
Lateranense, cuya reconstrucción, empezada por Juan IX, él la llevó a cabo con gran
magnificencia. Murió el papa en abril de 911.
Dos años rigió la Iglesia su sucesor el papa Anastasio III (911-913) y sólo seis meses Landon I
(9I3-9I4) hasta que, con el apoyo de Teofilacto y Teodora, subió al trono pontificio,
contraviniendo a los cánones, el obispo de Ravena Juan X (914-928). Son evidentemente falsos
algunos rasgos novelescos que Liutprando refiere de este pontífice enérgico y emprendedor,
que en tiempos tan aciagos tuvo conciencia de su papel de jefe de la cristiandad e intervino, no
sin acierto, en los principales asuntos de Europa. Desde el primer momento echó de ver que la
marea sarracena constituía un inminente peligro para Roma y sintió la necesidad de un
poderoso protector. En el norte de Italia reinaba Berengario, codicioso siempre de la corona


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imperial. Juan X le brindó con ella y no tardó en ponérsela sobre la frente, luego que
Berengario, ovacionado por la muchedumbre, entró en la Ciudad Eterna (noviembre de 915).
Pronto se persuadió el papa de la poca eficiencia militar del nuevo emperador. El peligro urgía,
y Juan X, dando muestras de fino talento diplomático, se arregló para formar una liga con
Adalberto, marqués de Toscana; con Alberico, marqués de Espoleto, y con los bizantinos del
sur de Italia. El mismo Papa, buen estratega y animoso guerrero, montó a caballo,
capitaneando las tropas. Era el momento oportuno para acometer con denuedo, porque los
musulmanes acababan de recibir un duro quebranto en sus fuerzas. El fanático y violento emir
africano Ibrahim-ibn-Ahmed, habiendo asentado bien su pie en Sicilia, pasó el estrecho de
Mesina, saqueó y devastó ferozmente todas las ciudades de Calabria, y hubiera llegado hasta
Roma, si la muerte no le hubiera cortado los pasos en el asedio de Cosenza (octubre de 902).
En Africa estallan sublevaciones: Sicilia se pone bajo la autoridad de los califas de Bagdad y
entra en negociaciones con los bizantinos. Es entonces cuando el papa Juan X organiza
aquella expedición militar que, con ayuda de la flota griega, destruye las últimas posiciones de
los árabes en la península italiana (915). No faltan en años sucesivos (917 y 918, 925 Y 926)
ataques contra las ciudades costeras; pero proceden de corsarios y piratas ávidos de botín, no
de conquista.
Uno de los héroes del Garellano había sido Alberico, marqués de Espoleto, casado con
Ma¬rozia, la hija de Teofilacto. El poder e influencia de Alberico y Marozia eran en Roma tan
absolutos, como poco antes los de Teofilacto y Teodora; tanto, que Juan X no se resignó a
tolerar su opresión. Mientras Berengario, en la alta Italia, mantenía la corona del Imperio, a su
sombra se sentía seguro e independiente el pontífice. Pero Berengario cayó asesinado el 12 de
marzo de 924 y los grandes del reino ofrecieron la corona de Italia al conde Hugo de Provenza,
hijo de la famosa Waldrada, que fue coronado dos años después en Pavía. Natural era que el
papa buscase apoyo en é1 como en el más poderoso príncipe italiano. Miró con recelo Marozia
la alianza de entrambos, sobre todo cuando, muerto su esposo Alberico, cónsul de Roma, pasó
esta dignidad a la persona de Pedro, hermano del papa. Casose entonces ella con Guido,
marqués de Tuscia, y como Juan X persistiese en su actitud independiente frente a los tiranos
de Roma, Guido y Marozia lanzaron un puñado de gente armada contra el palacio de Letrán,
mataron a Pedro, hermano de Juan X, y al papa lo encarcelaron en Sant’Angelo (mayo de 928),
para quitarle luego la vida, sofocándole bajo una almohada. Marozia, dueña de la situación, hizo
dar la tiara pontificia primeramente a León VI (mayo-diciembre de 928), que no reinó más que
seis meses; después a Esteban VII (929-93I), que no dejó huella de su paso, y por fin a Juan XI
(932-935), hijo de Marozia. ¿Qué más podía ambicionar aquella terrible mujer, que se hacía
llamar “Domna Senatrix” y dominaba desde su castillo de Santángelo sobre el Vaticano y
Letrán? Sólo el Imperio. Y trató de conseguirlo.
Como se ha dicho, la dominadora Marozia, que, al decir de Liutprando, “non inviriliter
monarchiam obtinebat“, había vuelto a quedar viuda por la muerte de Guido. Pensó entonces
en unirse en terceras nupcias con Hugo de Provenza, que reinaba en el norte de Italia y que
también estaba viudo. De esta manera no sólo dominaría en la península italiana, sino que
haría que su hijo, el papa Juan XI, le otorgase al esposo la corona del Imperio. Parecía próximo
a cumplirse este sueño dorado, porque en marzo del año 932 el rey Hugo, con la esperanza de

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ser pronto emperador, entraba en Roma con gran acompañamiento, dispuesto a celebrar las
bodas con la mayor magnificencia. La ceremonia nupcial tuvo lugar en el castillo de Santángelo,
presidida por el pontífice.
Se hallaban ya en el banquete, cuando sobrevino la tragedia. Entre los comensales figuraba un
hijo de Marozia, habido en su primer matrimonio con Alberico y que llevaba el mismo nombre de
su padre, Alberico. Estaba muy descontento por el tercer matrimonio de su madre, y se explica
muy bien que en el calor del banquete se enzarzase en discusiones y altercados con su
padrastro, quien le llegó a insultar acerbamente. Irritado Alberico, convocó a sus partidarios y a
otros descontentos, los arengó con juvenil elocuencia, evocando, frente a las ruinas, los
antiguos tiempos gloriosos de Roma, señora del mundo, y los lanzó al asalto del castillo. Hugo,
que había dejado su escolta fuera de los muros de la ciudad leonina, se descolgó
precipitadamente de una ventana por una escalera de cuerda, y así logró escapar a la muerte.
Marozia cayó prisionera de su propio hijo y también el papa. “La Domna Senatrix” ignoramos
cómo terminó sus días, pero de Juan XI sabemos que, metido primeramente en la cárcel, salió
luego a su palacio, aunque privado de todo poder político y sin actuar más que en las
cuestiones puramente eclesiásticas. Murió recluido en 935 y le sucedió el piadoso León VII
(936-939), devoto hijo de San Benito.


       León VII. Papa n.º 126 de la Iglesia católica de 936 a 939. Murió de un
       ataque al corazón cuando practicaba sexo.
       Juan VII. Papa nº 86 de la Iglesia católica de 705 a 707. Fue apaleado
       hasta la muerte por el marido de la mujer con la que se acostaba.
       Juan XIII. Papa n.º 133 de la Iglesia católica de 965 a 972. También
       asesinado por otro marido engañado.
       Paulo II. Papa nº 211 de la Iglesia católica de 1464 a 1471.
       Supuestamente murió mientras era sodomizado por un paje.




                                           --3--

Papas que fueron casados
San Félix III 483-492 (2 hijos)

San Hormidas 514-523 (1 hijo)

San Silverio (Antonia) 536-537



                                                   8
Adriano II 867-872 (1 hija)

Clemente IV 1265-1268 (2 hijas)

Félix V 1439 1449 (1 hijo)


Papas que fueron hijos de otros papas u otros miembros de clero

Nombre del Papa                   Papado               Hijo de

San Damasco I                     366-348              San Lorenzo, sacerdote

San Inocencio I                   401-417              Anastasio I

Bonifacio                         418-422              Hijo de un sacerdote

San Félix                         483-492              Hijo de un sacerdote

Anastasio II                      496-498              Hijo de un sacerdote

San Agapito I                     535-536              Gordiano, papa

San Silverio                      536-537              San Hormidas, papa

Marino                            882-884              Hijo de un sacerdote

Bonifacio VI                      896-896              Adrián, obispo

Juan XI                           931-935              Papa Sergio III

Juan XV                           989-996              León, sacerdote



Papas que tuvieron hijos ilegítimos después de 1139

Nombre del Papa                   Papado               Hijo de

Inocencio VIII                    1484-1492            varios hijos

Alejandro VI                      1492-1503            varios hijos

Julio                             1503-1513            3 hijas

Pablo III                         1534-1549            3 hijos, 1 hija

Pío IV                            1559-1565            3 hijos

Gregorio XIII                     1572-1585            1 hijo
                                      --4--




Los hijos bastardos de los Papas
                                                9
Dice Cipriano de Valera en su obra “Dos Testamentos” escrito en 1588 “[…]
la ceremonia de la silla para ver si es hombre o mujer, no se usa ya: la causa es,
porque los que son elegidos por papas, se han habido tan honestamente, que no
teniendo mujeres legítimas, se han mostrado ser hombres en las mancebas,
rameras y prostitutas que tienen de las cuales han habido hijos bastardos y
bastardas.”

Para lo cual, haciendo uso de varios libros de historia, he recopilado una lista de
los papas que engendraron sus propios hijos con las esposas de otros
hombres, con sirvientas, sus propias hermanas y algunos, incluso, con sus
propias hijas; a los que según la costumbre papista llamaban “sobrinos”:

1. Anastasio I, 399-401, tuvo un hijo bastardo que fue el Papa Inocencio I.

2. Hormisdas, 514-523, tuvo un hijo bastardo que llegó a ser el Papa

Silvestre/Silverio.

3. Gregorio, 590-604, tuvo un hijo bastardo, que llegó a ser Benedicto VIII.

4. Gregorio III, 731-741, tuvo hijos bastardos antes de ser Papa y también cuando

lo fue.

5. Sergio III, 904-911, tuvo un hijo bastardo con su hija Marozia, que fue el Papa

Juan XI.

6. Juan X, 914-928, tuvo un hijo con Teodora.

7. Juan XII, 955-694, hijo bastardo de Marozia y su hijo Alberico, tuvo un hijo

bastardo que llegó a ser Juan XIV.

8. Inocencio IV, 1243-1254, tuvo muchos hijos bastardos, a los que conforme a la

costumbre papística, llamaba sobrinos.

9. Gregorio XII, 1406-1415, tuvo un hijo bastardo, con una monja benedictina,

llamado Gabriel Condelmere que llegó a ser el Papa Eugenio IV.
                                         10
10. Sixto IV, 1471-1484, tuvo un hijo bastardo llamado Jerónimo.

11. Inocencio VIII, 1484-1492, tuvo 16 hijos bastardos, uno de ellos fue

Franceschetto Cibo.

12. Alejando VI, 1492-1503, tuvo varios hijos bastardos, por ejemplo Caesar

Borgia, Lucrecia Borgia y el Duque de Gandia.

13. Julio II, 1503-1513, tuvo hijos bastardos y fue acusado de incesto con su propia

hermana y con su hija.14. León X, 1513-1521, también tuvo hijos bastardos y uno
de ellos fue Clemente

VII. A los demás hijos se dedicó a enriquecerlos en gran manera haciéndolos

duques y señores.

15. Clement VII, 1523-1534, uno de sus hijos bastardos fue Alejandro de Médicis.

16. Pablo III, 1534-1549, también tuvo hijos bastardos uno de ellos fue Peter Louis

Farnese, otro fue Peter Lewis.

17. Pablo V, 1566-1572, cometió incesto con su propia hermana con quien tuvo

varios hijos bastardos.

18. Gregorio XIII, 1572-1585, uno de sus hijos bastardos fue James

Buoncompagno.

19. Pio VI, 1775-1799, uno de sus hijos bastardos fue Louis Braschi Onesti, además

cometió incesto con su propia hermana con quien tuvo dos hijos.

20. Leon XIII, 1878-1903, tuvo un hijo bastardo que fue el Cardenal Satolli.

La lista anterior muestra un período de 1,504 años en que los papas se dedicaron a

engendrar a sus propios hijos.


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Guatemala 03/2010

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                           Lucrecia Borgia
                     (1480 - 1519)
                 Duquesa de Ferrara, Italia
Lucrecia Borgia perteneció a la familia italiana (de origen español) más corrupta de la
historia. A ella particularmente se le ha considerado culpable de asesinatos por
envenenamiento, de incesto y muchas otras atrocidades.

Sin embargo, tenía un carácter dual, pues por momentos se pensaba que era la mujer más
casta, y por otros el vivo demonio. La historia no se ha decidido sobre cuál posición tomar,
pues las atrocidades que se le adjudican no están
comprobadas.

Lucrecia nació en Roma en 1480. Su padre era el cardenal Rodrigo Borgia, quien
después sería el Papa Alexánder VI y su madre Vanozza Cattanei, amante
de Alejandro VI, por lo que Lucrecia es hija ilegítima, aunque él la reconoció dándole su
apellido (Borgia) y la utilizó en todas sus intrigas. Tristemente famoso es también un
hermano de ella, Cesare Borgia o Il Valentino, como era comúnmente nombrado entre
los aristócratas del Renacimiento italiano.

A los 11 años ya la habían comprometido dos veces, pero los acuerdos fueron anulados
por Rodrigo. Cuando éste se convirtió en Papa, la casó con Giovanni Sforza, señor
de Pesaro, en busca de una alianza con la poderosa familia feudal que reinaba en la
Lombardía y Milán.

                        Después de dos años de matrimonio y de vivir en Pesaro, ella
                        regresó a Roma con su marido. Al poco tiempo la alianza entre las
                        familias había perdido sentido, pues el Papa ya era muy poderoso
                        y no necesitaba el apoyo de nadie. Así, planea matar a su yerno.
                        Pero, antes de que el asesinato se desarrolle, César le cuenta a su
                        hermana los planes del Papa,             por    lo  que    ella le
                        advierte. Sforzahuye, y los Borgia estaban otra vez solos. Sin


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embargo, había que deshacerse del yerno y romper el parentesco, pero el joven no acepta
el divorcio.

 Ante esta negativa, le proponen que demuestre que es hombre suficiente para estar
casado con Lucrecia, acostándose con ella delante de testigos de las dos familias, a lo que
por supuesto no accede. Realmente molesto,Giovanni decide decir públicamente lo que ya
mucha gente sospechaba. Acusa a los Borgia de mantener relaciones incestuosas.

El Papa, para nada molesto, ofreció entonces llevar a cabo la separación por anulación de
votos debido a la no consumación de la unión. Sforza no tiene más salida y también por
presión de su familia, firma el documento en el que confesaba la no consumación del
matrimonio (impotentia coeundi).

Durante este proceso, Lucrecia se enclaustró en un convento y sólo se comunicaba con su
padre por medio de un mensajero.

Es en este momento donde se presenta el carácter sórdido que envuelve a la familia hasta
nuestros días y cuando la historia se empieza a convertir en leyenda,
pues Lucrecia queda embarazada; aún hoy no está claro quién es el padre del futuro
niño. Hay versiones que dicen que el padre era el mensajero que se había hecho amante
de la princesa (un tal Pedro), otras dicen más bien que el niño es producto de las
relaciones culpables que mantenía Lucrecia con su padre o con su hermano.

 Cuando nació el niño, Lucrecia se sometió a un examen de la Iglesia que la
dictaminó como virgen.

Alexandro VI para darle legitimidad al niño y apaciguar las malas lenguas, lo presentó
hasta que tenía tres años, como su nieto, hijo de Cesar y de una mujer desconocida.
Pero después hizo un comunicado en que lo reconocía como suyo, aunque tenía sesenta y
siete años. Debido a estos informes papales magistralmente confundidos por Alexandro es
que todavía no se sabe a quién atribuir la paternidad de este niño.

Libre de cualquier obligación Lucrecia se casa con el Príncipe de Aragón, Alfonso de
Biscaglie, para crear una nueva y poderosa alianza con elReino de Napoles. Pero con el
tiempo, la alianza se volvió politicamente adversa para los Borgia. Por lo que mandan a
matar al esposo deLucrecia. Apuñalado y al borde de la muerte, fue llevado a Palacio,
donde Lucrecia lo cuidó y lo curó. Después de esta fallida tentativa, César Borgia se
encarga personalmente y envía a un hombre de confianza. Con una trampa, logró que
Lucrecia saliera del cuarto. Demasiado tarde se dio cuenta del error en que había incurrido
y cuando se le permitió entrar de nuevo a la habitación, ya Alfonso estaba muerto.

Al año, Alexandro deja la administración de la Iglesia y del Vaticano a Lucrecia, a
lo que se opusieron muchos, puesto que era muy joven y no tenía experiencia. Fue por
esta época que se pensó en volverla a casar, esta vez César eligió al tercer hombre, el


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príncipe y heredero del ducado de Ferrara, Alfonso d'Este,
quien se vio obligado a aceptar la boda.

A partir de este momento, Lucrecia se convirtió en una buena
esposa y madre de cuatro niños. Aunque al mismo tiempo,
mantuviera un romance platónico con el poeta Pietro Bembo.

En 1505, la relación se terminó, pues Bembo se marchó a Venecia.
Después Lucrecia mandó a traer a sus otros hijos: Giovanni, su
medio hermano por decreto del Papa y Rodrigo hijo del segundo
matrimonio. Su esposo se opuso firmemente a esta decisión y a
Lucrecia no le quedó más que buscar a miembros de su familia para
que cuidaran a los niños. Rodrigo terminó con Isabella de Aragón, en
Napoli, en donde murió en 1512.

Lucrecia devastada por la tristeza, se enclaustró en un convento por un tiempo. Luego,
regresó con su marido. En 1519, después del nacimiento de su quinto hijo, que sobrevivió
unos días, Lucrecia murió de fiebre puerperal, siendo la digna esposa del Duque de
Ferrara, después de haber sido acusada de incesto y de varios asesinatos por
envenenamiento, bajo las órdenes de su padre y su hermano.

Sus contemporáneos no vieron en Lucrecia Borgia sino una princesa utilizada por el
padre y el hermano para componendas políticas, pero bella, generosa y culta, amante
del arte, capaz de alternar con los genios de la época, y siempre caritativa.




Los venenos de los Borgia y Leonardo da Vinci

Miguel Krebs

 Que los Borgia tenían mala reputación en Italia, no es ninguna novedad, sobre todo
teniendo en cuenta la fama de envenenadores y asesinos que poseía la familia,
comenzando por Cesar Borgia, duque de Valentinois, su padre, Rodrigo Borgia que luego
sería el papa Alejandro VI y su hija ilegítima Lucrecia que como en el caso de sus otros
hijos, fue fruto de la relación con su amante Vannozza Catanei.

 En medio del caos en que vivía Italia por aquella época, los Borgia trataron de acrecentar
su poder mediante la traición y el engaño, alguno de cuyos detalles son mencionados por
Nicolás Maquiavelo en su libro, El Príncipe.




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Lucrecia Borgia

 Padre e hijo no dudaron en utilizar a Lucrecia Borgia como señuelo sexual, para
establecer relaciones con personalidades y hasta vínculos matrimoniales en su propio
beneficio y cuando el candidato ya no les era útil o representaba un peligro para los
intereses de la familia, lo eliminaban sin más miramientos, matándolo con violencia o
envenenándolo, que era una manera más sutil de sacárselo de encima.

 Dice el escritor francés Guillaume Apollinaire en su novela “La Roma de los Borgia”,
refiriéndose al recurso de emplear el veneno como una manera para eliminar enemigos
que “La vida humana carece de valor. Su supresión se considera como un medio
para alcanzar tal o cual fin y no como un crimen abominable”.

 En 1502 Leonardo da Vinci, después de haber trabajado durante varios años para
Ludovico Sforza, duque de Milán, entra al servicio de Cesar Borgia como ingeniero militar,
para la construcción de las fortalezas papales. Con Ludovico Sforza, Leonardo llevó a cabo
funciones similares como consejero de fortificaciones pero además, fue maestro de
festejos y banquetes donde pudo llevar a cabo su viejo sueño de comandar una cocina
para experimentar con nuevos ingredientes, sabores y recetas.

 Conociendo estos antecedentes Cesar Borgia requirió sus servicios, además para los que
fuera contratado, teniendo en cuenta el permanente afán de investigación que siempre
imperó en la vida de este genio.

La tarea encomendada consistía en elaborar un veneno que no fuera percibido por los
probadores de comidas que estaban al servicio de la nobleza y eclesiásticos, acosados por
enemigos que pretendían usurparles cargos, tronos o simplemente para vengarse de
alguna trastada.


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Los probadores de comidas eran un símil de lo que es un catador de vino, té o café y los
mejores, tenían una sensibilidad especial para detectar inmediatamente cualquier veneno
que estuviera disimulado dentro de una preparación o bebida y podían distinguir las
cualidades y características del mismo sin sufrir sus consecuencias ya que con el tiempo, el
estómago se había inmunizado para asimilar cualquier ponzoña, sobre todo teniendo en
cuenta que solo ingerían ínfimas cantidades del alimento a probar.

 Se podría decir que un probador de comidas era un suicida en potencia y por esa razón el
desafío que se le presentaba a Leonardo da Vinci, era difícil, pero no imposible.

 Comenzó estudiando el veneno predilecto de los Borgia que era la cantarella o acqueta di
perugia que según algunos autores, era producido por la combinación de sales de cobre,
arsénico y sales de fósforo, producto de la evaporación de la orina, mientras que otros
historiadores sostienen que fue una mezcla de arsénico y vísceras de cerdo que debían
reposar durante treinta días en una vasija hasta su total putrefacción y una vez recogido
sus líquidos, había que dejar evaporarlos para obtener una sal de color blanco, similar al
azúcar y que en pequeñas dosis, era mortal.

 Los otros venenos con los cuales Leonardo continuó experimentando fueron la cicuta,
planta con desagradable olor a orina cuyo zumo es venenoso y la belladona otra planta que
contiene tres alcaloides venenosos, uno de los cuales es la atropina, muy utilizada por las
mujeres venecianas del renacimiento, que la empleaban como dilatador de pupilas con lo
cual, decían, sus ojos lucían con mayor brillantez.




Apuntes sobre el aparato digestivo de Leonardo da Vinci


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A pesar de su empeño, Leonardo no consiguió dar con la pócima anhelada pero Cesar
Borgia, un personaje violento y de pocas palabras, lo conminó a que en menos de 5 días
tuviera el veneno listo para ser empleado contra el cardenal Minetto, un candidato a lucir la
mitra papal para eliminar de raíz la corrupción que reinaba en la iglesia.

 El purpurado conocía muy bien la vida licenciosa del papa Alejandro VI, su
relaciones incestuosas con Lucrecia y entre otras tantas rutinas escandalosas, el “baile de
las castañas” que se celebraba en víspera del día de todos los santos en el Vaticano, donde
a la luz de los candelabros, la fiesta terminaba en una orgía.




 De manera que era necesario mandar a Minetto al otro mundo en cuanto se presentase
en el palacio de los Borgia, donde se lo esperaba para compartir una cena a la que asistiría
acompañado por otras personalidades eclesiásticas.

 Durante los días siguientes, Leonardo recorrió las ferias en el centro de Roma en busca
de alguna información que le pudieran suministrar los puesteros de hierbas y preparados
medicinales, pero todos coincidían en que cualquier veneno se haría evidente al paladar de
un buen probador de comidas.

 Faltando muy poco para la llegada del prelado y casi a punto de abandonar su cometido,
Leonardo se encontró con un viejo amigo suyo, marinero en el tercer viaje de Cristóbal
Colón a las Indias, quien después de escucharlo, le aseguró tener la solución a su
problema y le habló concretamente de una planta que los nativos de la isla Trinidad
llaman Ichigua y cuyas hojas, luego de secadas al sol, se enrollan formando un cilindro
que se enciende con un tizón en un extremo y por el otro “chupan o sorben, y reciben con
el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi
emborracha”. (1)


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El marinero le confesó haber traído unas cuantas hojas para su uso personal pero le
garantizó que puestas a hervir, la infusión es insípida y mortal.

 Leonardo regresó a la cocina del palacio de los Borgia con un pequeño manojo de Ichigua
dispuesto a experimentar con esta nueva adquisición y en un pequeño caldero puso a
hervir algunas hojas picadas dejando que el agua se evaporara lo suficiente como para
conseguir un caldo concentrado.

 Como el experimento no debía salir de la cocina ni estaba dispuesto a que alguien de la
servidumbre lo probara, no tuvo otra alternativa que hacerlo consigo mismo, así que
mojó la hoja de un cuchillo en la infusión, la pasó sobre su lengua y comprobó que
efectivamente no sabía a nada.

 La segunda tarea consistía en encontrar la manera por la cual el comensal pudiera ingerir
el veneno en cantidades suficientes como para no matarlo de inmediato, sino dentro de las
próximas horas, para dar la sensación de que la víctima había muerto de un paro cardíaco
mientras dormía. Leonardo prepara entonces unas truchas con salsa de eneldo en la que
el fumé (2) de la voluté(3) es sustituido por la infusión concentrada de Ichigua.

 Y la tercera y más arriesgada de las tareas, era comprobar la efectividad del veneno
para lo cual debía de hacerlo con un ser vivo pero esta vez, no estaba dispuesto a ser
objeto de experimentación.

 Se encontraba Leonardo meditando una solución al problema cuando de pronto sintió que
algo suave y esponjoso acariciaba su pierna derecha y quiso la suerte, que fuera el gatito
de angora, mascota de Lucrecia Borges. El micifuz solía escaparse de tanto en tanto para
tomar un poco de leche de una perola estacionada en un rincón de la cocina, pero esta vez
se vería gratificado con una trucha en salsa de eneldo. Nunca mejor ocasión para
comprobar la efectividad del veneno.

 Al día siguiente mientras Leonardo preparaba la mesa para tan distinguidos comensales,
Lucrecia irrumpió en el salón preguntando afligida por su gatito al que estuvo buscando
inútilmente por todos los rincones del palacio sin ningún resultado. Leonardo que ignora el
paradero del felino, ve en esa preocupación la confirmación de que el veneno ha surtido
efecto y que los restos del animalito deben yacer debajo de algún mueble donde solía
esconderse.

 Sin perder tiempo, corre por los pasillos del palacio para informarle a Cesar sobre el éxito
del nuevo veneno, omitiendo en el informe al gato de Lucrecia, que es reemplazado en
su nueva versión por un pordiosero que rondaba en las inmediaciones del palacio en busca
de comida.




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Por fin llega la hora de la cena en la que el papa Alejandro VI preside la mesa
acompañado de sus hijos Cesar y Lucrecia y frente a él, con aspecto severo y
miradainquisidora, se encuentra el cardenal Franco Minetto rodeado por el arzobispo de
Salamanca y a su derecha, por el obispo de Santiago, monseñor Ribaldo Príades. Por
detrás del cardenal Minetto y a dos pasos de distancia, está parado el probador de
comidas, atento a cualquier indicación del prelado.

 Leonardo, haciendo una reverencia como indicaba el protocolo, pide permiso al papa para
que los sirvientes puedan servir la cena, que da comienzo con un primer plato ya probado
en lo de su antiguo señor Ludovico Sforza, cuando agasajó al cardenal Albufiero de Ferrara
y que consistía en una ensalada de lechuga, con huevos de codorniz, huevas de esturión y
cebolletas de Mantua.




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El cardenal Minetto miró con cierta desconfianza el sofisticado plato y con un leve ademán
ordenó al probador de comida que se acercara para hacer su primera cata, la del vino y
luego, la ensalada. Como ejercicio previo de concentración, el probador de comidas hizo
una inspiración profunda y tras contener brevemente el aire en sus pulmones, lo exhaló
lentamente. Cogió entonces la copa y sorbió una cantidad mínima, la suficiente como para
enjuagar su boca con el vino y tras algunos segundos, dio su aprobación.

 El cardenal Minetto pidió disculpas por esta breve interrupción argumentando tener su
estómago delicado y prefería que el probador de comidas aprobara los alimentos antes de
ingerirlos, aunque todos sabían que la excusa era solo un eufemismo.

 Seguidamente el probador de comidas sacó de su escarcela una pequeña botella con un
líquido para enjuagar su boca -que luego escupió en el suelo- y con los dedos fue
cogiendo alternativamente mínimas cantidades de ingredientes que componían la ensalada
y tras dar su aprobación, la cena continuó.

 Los tres eclesiásticos invitados no dejaron de preguntar acerca de rumores y comentarios
que estaban en boca del pueblo y que comprometían seriamente la posición del papa
Alejandro VI pero sin embargo, tanto Cesar como su padre, lograron sortear hábilmente la
inquisitoria que fue interrumpida por Leonardo para hacer servir el segundo plato. Aquí
presentaba su obra maestra, las truchas con salsa de eneldo acompañadas de exóticas
verduras traídas de la China.


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A una nueva señal del cardenal Minetto, el probador de comidas deshace entre sus dedos
un trozo del tierno pescado, lo unta con la abundante salsa de eneldo y lo lleva a la boca.
Mientras cierra los ojos, trata de identificar algún sabor extraño, pero contrariamente, su
comentario es de complacencia, cosa que anima al cardenal Minetto a continuar con el
condumio en tanto que nuevamente se producen cruces de miradas entre los victimarios
donde Cesar elogia a Leonardo por sus excelentes habilidades culinarias.

 De pronto, el cardenal Minetto hace un movimiento espasmódico y de un manotazo
vuelca la copa de vino empujando la pesada silla hacia atrás y como impulsado por un
resorte, se pone de pie llevándose las manos a la garganta de la que solo salen extraños
sonidos tratando inútilmente de decir algo. El rostro del purpurado se torna morado por
falta de oxígeno, las personas que lo rodean acuden a su auxilio y el cardenal, cogido del
mantel cae pesadamente al piso arrastrando consigo la comida, y muere. La mirada
penetrante de Cesar a Leonardo, presagia un terrible final por contrariar sus órdenes, pero
en ese preciso instante, aparece el gatito de Lucrecia que aprovecha la confusión para
comerse el pescado y su salsa esparcida por el suelo. Lucrecia da un grito de alegría en
medio de la espantosa escena y lo alza para acariciarlo y a la vez reprenderlo por su
travesura.

 Cesar totalmente confundido no consigue entender lo que está ocurriendo y menos
Leonardo da Vinci, que ignora que la muerte del cardenal Franco Minetto fue a causa de
una espina que se le quedó atravesada en la garganta.



Los Borgia

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     I El Cardenal Borgia
     II Alejandro IV
     III El Pecador
     IV. Cesar Borgia
     V. Lucrezia Borgia
     VI. El fin del poder Borgia
     Bibliografía

I El Cardenal Borgia
El más interesante de los Papas de la época del Renacimiento nació en Játiva, España, el 1
de enero de 1431. Sus padres eran primos, ambos Borjas, unafamilia noble y de cierta
influencia. Rodrigo recibió su educación en Játiva, Valencia y Bolonia. Cuando su tío fue
ascendido a cardenal, más tarde convertido en el Papa Calixto III, una nueva y amplia vía
se abrió para este joven ambicioso dentro de la carrera eclesiástica. Una vez
en Italia tradujo su nombre Borja por uno de sonido más italiano: Borgia y fue convertido

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en cardenal con tan sólo veinticinco años; un año más tarde recibió el título de
vicecanciller, convirtiéndose de tal forma, en cabeza de la Curia. Cumplió con
sus obligaciones de forma efectiva, ganándose cierta reputación como buen administrador,
manteniendo una vida austera y formando un importante grupo de amistades. Hasta los
treinta y siete no se ordenó sacerdote.
Fue un hombre tan atractivo durante su juventud, elegante en sus maneras, persuasiva su
elocuencia, y alegre de temperamento que a las mujeres les resultaba difícil resistírsele.
Habiendo sido criado dentro de los parámetros morales más relajados de la Italia del siglo
XV, se entregó sin reservas a los placeres de la carne, decidiendo disfrutar de todas las
bendiciones que de Dios había recibido. Pío II le recriminó su asistencia a "un indecente
baile"(1460) pero aún así el Papa supo disculpar al joven Rodrigo permitiéndole continuar
como vicecanciller y consejero personal. En ese año, su primer hijo, Pedro Luis, nació, y
probablemente también su hija Girolama quien se casó en 1482; las madres de
ambos niños permanecen siendo desconocidas. Pedro vivió en España hasta que, en 1488
fue llamado a Roma por su padre muriendo poco tiempo después. En 1464 Rodrigo
acompañó a Pío II en un viaje a Ancona, donde contrajo una enfermedad venérea "porque
-como dijo su médico- no había dormido sólo".
Hacia 1466 formó una relación más estrecha con Vanozza de Catanei, una muchacha de
veinticuatro años casada con Domenico d´Árignano, quién abandonó a su esposa en 1476.
Vanozza concibió cuatro hijos de Rodrigo (se había ordenado sacerdote en 1468), el
primero Giovanni (1478), Cesar en 1476, más tarde en 1480 nació la hermosa Lucrezia, y
por último, en 1481 Giofe. Sobre la tumba de su madre el nombre de cada hijo fue escrito
y por su padre siempre reconocidos. Semejante unión persistente y prácticamente
monógama, en comparación con otros eclesiásticos, podría definirse de estabilidad y
fidelidad, Roscoe decía: " Su unión a Vanozza parece ser sincera y uniforme, y aunque su
relación necesariamente ha de ser desaprobada, él la trataba como a su esposa legítima.
Fue un padre atento y benévolo; fue una pena que sus esfuerzos por hacer prosperar a sus
hijos no siempre reportaran gloria a la Iglesia". Cuando Rodrigo ambicionó el trono papal
se convirtió en un "marido" tolerante para Vanozza y le ayudó a acrecentar su fortuna.
Enviudó dos veces, casada de nuevo, vivió en un modesto retiro disfrutando de los triunfos
de sus hijos pero lamentando el verse separada de ellos, ganó cierta fama de piadosa y
murió a los setentiséis años de edad dejando todas sus propiedades a la Iglesia. León X
envió a su chambelán en representación papal el día de su funeral.
Lo cierto es que se debería olvidar una tradición histórica que se ha ocupado de envilecer
el nombre de Alejandro VI para juzgar a este Papa con unos criterios más actuales y no
dejarnos     impresionar     por   el    morboso juego que     ha     dado   su bibliografía a
numerosa literatura, incluso erótica. Sus pecados, considerados en su tiempo como
canónicos y mortales, podrían ser calificados hoy en día como veniales y perdonables.
Tendríamos que tener en cuenta que la opinión general en el tiempo que Rodrigo se
convirtió en Papa era más indulgente con las libertades sexuales que se perpetraban contra
el celibato eclesiástico. El mismo Pío II abogó y defendió la posibilidad de matrimonio para
los sacerdotes; Sixto IV tuvo varios hijos; Inocencio VIII incluso metió a los suyos en el


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Vaticano. Muchos condenaron y reprobaban la moral de Rodrigo, pero de hecho nadie lo
mencionó a la hora de elegir al sucesor de Inocencio en el cónclave. Cinco papas, también
el virtuoso Nicolás V, le habían otorgado lucrativos beneficios durante todos estos años a
sus servicios, le habían confiado complicadas tareas y dado puestos de responsabilidad sin,
aparentemente, tener en cuenta su exuberante capacidad procreadora. Por el contrario, lo
que de este hombre era realmente remarcable en 1492 era que había sido distinguido
como vicecanciller durante treinta y cinco años y confirmado en este cargo por cinco Papas
distintos, encargándose de administrar de forma laboriosa y competente.
Iacopo da Voltera le describía así: " un hombre dotado de un intelecto capaz de cualquier
cosa y gran sentido común; ávido argumentador, denaturaleza astuta y con una
maravillosa habilidad resolviendo diligencias".
Era popular en Roma, cuando se supo que Granada había sido conquistado por los Reyes
Católicos celebró el acontecimiento deleitando a los romanos con una corrida de toros por
todo lo alto.
Quizás los cardenales que se reunieron en el cónclave de agosto de 1492 estaban también
interesados en su fortuna pues en tantos años se había convertido en el cardenal más rico-
a excepción de d´Estouteville- que en Roma se pudiera recordar. Muchos confiaron en
recibir cuantiosas dádivas en recompensa por votarle, y no les falló; Infessura describió
este proceso como "la distribución evangélica de sus bienes entre los pobres" no se trataba
de un método inusual, cada candidato lo había utilizado en muchos cónclaves pasados, hoy
en día los políticos hacen lo mismo. El voto decisivo corrió a cuenta del cardenal Gherardo,
de noventiséis años de edad, y prácticamente falto de la entera posesión de sus facultades.
Finalmente se eligió a Rodrigo Borgia por mayoría absoluta (10 de agosto de1492). Cuando
se le preguntó qué nombre respondería contestó: "por el de Alejandro Magno, el
Invencible". Fue un pagano comienzo para un pontificado pagano.
II Alejandro IV
La selección del cónclave coincidió con la opinión pública, nunca una coronación papal
había supuesto tantas celebraciones populares. El pueblo se vio deleitado por una
panorámica cabalgada de blancos caballos, figuras alegóricas, tapices y dibujos, caballeros
y grandes, tropas de arqueros y jinetes turcos, setecientos sacerdotes, cardenales
ataviados de sus ropajes más coloridos, y finalmente, Alejandro VI en persona, sesenta y
un años pero de figura majestuosa, rebosante de salud, energía y orgullo, "de sereno
semblante y sobresaliente dignidad" relataba un testigo "parecía un emperador incluso
cuando bendecía a la multitud", sólo unas cuantas mentes sobrias, como por ejemplo
Giuliano della Rovere y Giovanni de Medici, expresaron su aprehensión hacia el nuevo
Papa, conocido como un padre protector, se sospechaba acertadamente que utilizaría todo
su poder para engrandecer a su familia más que fortalecer a la Iglesia.
Comenzó bien. En los treinta y seis días que corrieron entre la muerte de Inocencio y la
coronación de Alejandro VI se registraron en Roma 220 asesinatos, el Papa hizo del primer
asesino capturado un ejemplo de escarmiento: el reo fue ahorcado junto a su hermano y
su casa destruida. La ciudad aprobó estas severas medidas; el crimen bajó y el orden fue


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restaurado en Roma; toda Italia se congratulaba de que una la Iglesia estuviera bajo
laautoridad de un hombre estricto.
El Arte y la Literatura eran símbolos de su tiempo. Alejandro hizo posible la construcción de
numerosos monumentos y edificios tanto dentro como fuera de Roma; financió un nuevo
tejado para Santa María Maggiore con el oro americano que le habían regalado los Reyes
Católicos; remodeló el Mausoleo de Adriano en el fortificado Castillo de Sant´ Angelo,
redecorando su interior además de proporcionarle celdas para prisioneros. Mandó construir
un corredor cubierto entre el castillo y el Vaticano, el mismo que le dio cobijo durante el
ataque de Carlos VIII en 1494 y salvó a Clemente VII de la emboscada luterana acaecida
durante el saqueo de Roma. Pinturicchio se comprometió a adornar el Appartamento
Borgia en el Vaticano, cuatro de estos seis cuartos fueron restaurados y abiertos para el
público bajo el papado de León XIII, una luneta en uno de estos cuartos representa un
retrato de Alejandro VI- una sonriente imagen vestida majestuosamente.
En otro de los aposentos una Virgen enseñando al Niño a leer fue descrita por Vasari
(Vasari II, Pinturicchio.) como el retrato de Guilia Farnese de la que se decía ser la amante
del Papa. Vasari añade que el cuadro contenía "la cabeza del Papa Alejandro adorándola"
pero no se encuentra visible en lapintura.
Reconstruyó la Universidad de Roma, empresa para la que mandó llamar a distinguidos
maestros. Le gustaba el teatro, para su diversión y entretenimiento los estudiantes de la
Academia Romana eran contratados para representar comedias y ballets para sus
festivales familiares privados. Prefería la música ligera a la densa filosofía. En 1501
restableció la censura sobre publicaciones bajo edicto requiriendo que ningún libro sería
publicado sin la autorización y aprobación del arzobispo local, sin embargo permitió una
amplia libertad para la sátira y el debate, "Roma es una ciudad libre" dijo el Papa al
embajador Ferrarese "una ciudad donde todo el mundo puede escribir y decir lo que le
plazca; se me critica mucho, pero a mí no me importa"
Su oficina administrativa fue, en los primeros años de su pontificado, inusualmente eficaz,
Inocencio VIII había dejador grandes deudas a cargo del tesoro de la Iglesia lo cual le
supuso al nuevo Papa toda su habilidad financiera, tarea que le llevó cerca de dos años. El
número      de     empleados     del     Vaticano   fue    reducido, gastos recortados    y
las cuentas estrictamente guardadas y anotadas. Alejandro representó el laborioso ritual
de sus diligencias con fidelidad pero con la impaciencia propia de un hombre ocupado. Su
maestro de ceremonias era un alemán, Joham Burchard, que contribuyó a perpetuar su
fama e infamia anotando todo lo sucedido en un Diarium, incluyendo muchas de las cosas
que el Papa hubiera preferido no mencionar.
A los cardenales que le apoyaron en el cónclave el Papa obsequió y recompensó
generosamente. Unos años después de su elección creó doce nuevos cardenalicios, mucho
de ellos fueron hombres que contaban con verdaderas habilidades, algunos fueron
escogidos en virtud de intereses políticos necesarios de conciliar; dos eran
escandalosamente jóvenes- Ipplito d´Este, de quince años y Cesar Borgia, que tan sólo
tenía 18 años; uno de ellos, Alessandro Farnese debía su ascenso a su hermana Guilia, de
quien se creía que era la amante del Papa, los romanos, de afiladas lenguas, apodaron a

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Farnesse il cardenale della gonnela, sin saber que el mismo Alessandro se convertiría años
más tarde en Pablo III. El cardenal de más influencia entre aquellos más ancianos, Guiliano
della Rovere, se exasperó al descubrir que, habiendo tenido gran poder sobre la voluntad
de Inocencio VIII, tenía poco que hacer con Alejandro VI, quien hizo al Cardenal Sforza su
principal consejero. Furioso Giuliano armó una guardia en Ostia y embarcó
hacia Franciadonde embelesó a Carlos VIII animándole a invadir Roma, reunir un concilio y
deponer a Alejandro bajo la acusación de simonía.
Mientras tanto, Alejandro trataba de plantarle cara a los problemas propios de un
pontificado que se regía bajo los diversos poderes que en ese momento reinaban en Italia.
Los Estados Pontificios habían caído de nuevo en manos de los dictadores locales, quienes,
llamándose a sí mismos vicarios de la Iglesia, habían aprovechado la oportunidad que les
había proporcionado la debilidad de Inocencio VIII para restablecer prácticamente
laindependencia que habían perdido sus predecesores. Algunas de las ciudades pontificias
eran controladas por consejos locales. La primera tarea de Alejandro consistió en unir
todos los Estados Pontificios bajo una administración centralizada: la labor fue
encomendada a Cesar Borgia, cumpliendo con su cometido con tal eficacia y rapidez que
despertó la admiración del mismo Maquiavelo.
En el seno de Roma latía un problema más inmediato y alarmante, la turbulenta autonomía
de los nobles, teóricamente subjetiva pero de hecho hostil y peligrosa. La fragilidad del
papado desde Bonifacio VIII (1303) había permitido a estos barones mantener un feudo
medieval con soberanía sobre los estados, creando sus propias leyes y jurisprudencia,
organizando    ejércitos   privados,   promoviendo conflictos internos   que   arruinaban
el comercio. Para hacernos una idea de estos abusos baste con decir que poco después de
la ascensión de Alejandro VI Franceschetto Cibó vendió, por la suma de 40,000 ducados los
estados que su padre, Inocencio VIII le había dejado, a Virginio Orsini.
Orsini regía un alto puesto en el ejército napolitano, había recibido de Ferrante la mayoría
del dinero que le permitió la compra, de hecho Nápoles había conseguido de esta guisa dos
fuertes en territorio papal.
La respuesta de Alejandro no se hizo esperar, formó una alianza con Venecia, Milán,
Ferrara y Siena, reuniendo un ejército y fortificando la barrera que separaba Sant´Angelo y
el Vaticano. Fernando II de España, temiendo que un ataque combinado sobre Nápoles
acabaría con el poder de Aragón sobre Italia persuadió al Papa para que negociara con
Ferrante. Orsini entregó a Alejandro VI 40,000 ducados en concepto de pago para obtener
el derecho de mantener su compra, al mismo tiempo que el Pontífice comprometía a su
hijo Giofre, de trece años, con Sancia, la preciosa nieta del rey napolitano (1494).
En recompensa por su feliz mediación, el Papa concedió a Fernando el Católico las dos
Américas. Colón había descubierto Las Indias dos meses después de la sucesión de
Alejandro, Juan II de Portugal reivindicó el derecho a esas tierras en virtud de la Bula que
el Papa Calixto III le había acreditado en 1479, la cual confirmaba su derecho sobre todas
las tierras de la costa atlántica, además de esta, el pacto de Alçasovas que firmó España
con Portugal reconociendo estos derechos, tenían confirmación en otras dos Bulas papales,


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la "Aeteris regis" de 1481 y la Bula "Romanus pontifex" de Nicolás V otorgada en 1455 que
hacía alusión a estos mismos temas.
Alejandro VI concedió a los Reyes Católicos tres bulas paralelas a las que ya tenía
Portugal: una de donación de tierras e islas descubiertas o por descubrir. Otra de
concesión de privilegios en las tierras descubiertas referentes a su evangelización y una
tercera de demarcación, que delimitase la navegación de castellanos y portugueses en el
Atlántico.
Su publicación proporcionaba el título de dominio y dotaban a España de exclusividad bajo
pena de excomunión para aquellos que no las respetasen. La Bulas, extendidas en este
contexto fueron las siguientes: "Inter Coetera"(3 mayo 1493) "Inter Coetera" (4 de mayo
1493) "Eximiae Devotionis (3 de mayo 1493), "Piis fidelium" (25 de junio 1493) y por
último" "Dudum siquidem" (26 de septiembre de 1493). Conocidos estos principios, los
Reyes de Castilla podían navegar, descubrir y apropiarse de las tierras concedidas al oeste
del Atlántico, mientras que a los portugueses les correspondería las halladas al este.
Salvaguardados los derechos portugueses al Sur de las Canarias y hacia la India, nadie
podía aferrarse a estas concesiones ya que se otorgaban de motu propio por la Santa
Sede. No habiendo lesión de derechos, no hay que suponer intrigas y presiones en la
concesión de las Bulas. Sin embargo las Bulas no obligaban a nada, concedían mucho y
eran la expresión de la habilidad diplomática exterior de Fernando el Católico. En cualquier
caso las Bulas se concedían bajo el supuesto de que las tierras descubiertas no estuvieran
habitadas por cristianos, comprometiéndose los conquistadores en la labor de convertir a
los nuevos súbditos a la fe verdadera. La "garantía papal" meramente confirmaba
la conquista por la espada, pero preservó la paz entre los dos poderes peninsulares. Parece
que a nadie le preocupó que los paganos nativos tuvieran ninguna clase de derechos. Este
tema fue posteriormente desarrollado por el Padre Las Casas, Sepúlveda y el Padre Vitoria.
Mientras Alejandro VI se disponía a distribuir y repartir continentes no le resultaba,
en cambio, tan fácil contener al propio Vaticano. Cuando muere Ferrante de Nápoles
(1494), Carlos VIII decide invadir Italia y restablecer Nápoles bajo autoridad francesa.
Temiendo el Papa su deposición, Alejandro VI se aventuró a solicitar ayuda al Sultán turco,
en julio de 1494, envió un secretario papal, Giorgio Bocciardo para alertar a Bajazet II de
la inminente invasión de Carlos VIII, este, tomaría Nápoles, depondría o controlaría al
Sumo Pontífice y usaría a Djem como pretendiente al trono del Imperio Otomano en una
cruzada contra Constantinopla. Alejandro proponía al Sultán hacer causa común frente a
Francia, unido a Nápoles y Venecia. Bajazet recibió al emisario con toda la cortesía propia
de oriente, y le mandó de regreso con los 40,000 ducados que supondrían la manutención
de Djem y saludos a Alejandro. En la ciudad de Seniagallia Bocciardo fue apresado por
Giovanni della Rovere, hermano del ofendido cardenal; los 40,000 ducados fueron
confiscados junto a las cinco cartas del sultán para el Papa. Una de estas cartas proponía a
Alejandro ordenar la muerte de Djem y enviar su cadáver a Constantinopla, además de
prometerle la suma de 3000,000 ducados "con los que Su alteza podrá comprar dominios
para sus hijos", el Cardenal della Rovere se apresuró en hacer copias de estas cartas y
enviarlas al rey francés. Alejandro alegó una conspiración en su contra, diciendo que las


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cartas habían sido falsificadas y la historia inventada. La evidencia histórica mantiene la
autenticidad de la misiva papal pero sostiene que las contestaciones fueron probablemente
falsificadas. (Cambrige, Modern History, I) Venecia y Nápoles habían entrado en
negociaciones similares con los turcos.
Carlos VIII marchó hacia Italia, avanzó por Milán y Florencia hasta que llegó hasta Roma
en diciembre de 1494; una escuadra naval asedió el puesto de Ostia- el importante puerto
romano en la boca de Tiber- amenazando con sabotear el envío de grano desde Sicilia.
Mucho cardenales, incluso Ascanio Sforza, se declararon a favor del Rey; la mitad de los
cardenales en Roma se aliaron con él en un intento para deponer al Papa. Alejandro se
refugió en el Castillo de Sant´Angelo, enviando delegados para tratar con el conquistador.
Carlos no pretendía deponer al Papa ya que esta acción supondría enemistarse con España,
su meta era Nápoles. Pactó la paz con Alejandro VI bajo la condición de proporcionarle un
salvoconducto para su ejército a través del Latium y el perdón para todos los cardenales
que le hubieran apoyado. Alejandro retornó al Vaticano, disfrutó de las tres genuflexiones
que Carlos VI hizo ante él mientras de él recibía obediencia formal y todos los planes para
deponer al Papa fracasaron. El 25 de enero de 1494 Carlos se trasladó a Nápoles
llevándose consigo a Djem quien murió un mes después de bronquitis, la leyenda negra
cuenta que fue el mismo Alejandro quien envenenó al turco, pero hoy en día esta tesis está
completamente rechazada.
Una vez los franceses hubieran marchado, Alejandro recuperó su valentía y se convenció
de la necesidad de fortalecer los Estados Pontificios creando un importante ejército con un
ejemplar general al mando que librara a los papas de dominación secular. Junto a
Venecia, Alemania y España formó la Santa Liga (31 de marzo de 1495) para mutua
defensa y protección frente a los turcos, y secretamente, con el fin de expulsar a los
franceses de Italia. Carlos VIII sospechando las intenciones del Papa volvió a Roma a
través de Pisa; Alejandro, para evitarle, permaneció refugiado en Orvieto y Perugia, una
vez embarcó Carlos hacia Francia, volvió triunfante el Papa a Roma; demandó de Florencia
su unión a la Santa Liga y silenció a Savonarola, fiel aliado del rey francés. Reorganizó el
ejército papal, poniendo al frente a su hijo mayor Giovanni enviándole a reconquistar para
su mayor gloria las insurrectas fortalezas de Orsini (1496). Pero no era Giovanni el hijo
destinado a cumplir la labor de general: fue vencido en Soriano y retornó a Roma hundido
en la desgracia muriendo poco después.
Alejandro recobró los dominios vendidos a Orsini además de capturar el puerto de Ostia
arrebatándoselo a los franceses, fue entonces, triunfante y victorioso sobre todos los
obstáculos, cuando mandó a Pinturicchio pintar sobre las paredes de los aposentos papales
del Castillo de Sant´Ángelo los frescos que representaban el triunfo del Papa sobre el Rey.
III El Pecador
Roma aplaudía su labor dentro de la administración interna además de su carrera
diplomática, sin embargo le reprobaba sus escarceos amorosos, criticaba la forma en la
que hacía a sus hijos prosperar y le escandalizaba que se hubiera rodeado de españoles
despreciando a los italianos dentro de la curia. Un centenar de familiares españoles del
Papa se había congregado en Roma, un observador comentaría: "Ni siquiera diez papados

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hubieran bastado para dar cobijo a tanto primo" El mismo Alejandro era a estas alturas de
la Historia completamente italiano en su cultura, política y maneras, pero seguía amando
España: hablaba en español constantemente con sus hijos Lucrezia y Cesar, elevó a
diecinueve españoles a la categoría de cardenal y se rodeó de sirvientes catalanes. Los
romanos, heridos en su orgullo, le apodaron "el Papa marrano" haciendo burla de su
ascendencia judía conversa; Alejandro se excusaba explicando que muchos italianos,
especialmente aquellos del Colegio Cardenalicio, le habían traicionado, cuando no, habían
sido desleales, y que debía apoyarse sobre un núcleo de fieles colaboradores que le
debieran lealtad.
Según Creighton: " en las precarias condiciones en las que se encontraba la política italiana
los aliados no eran dignos de confianza a no ser que su fidelidad estuviera fundamentada
en motivos interesados; de tal forma, Alejandro VI utilizó el matrimonio de sus hijos como
método para asegurarse la lealtad de un partido político a su alrededor que fuera fuerte e
influyente. En realidad él no confiaba en nadie salvo en sus hijos a quienes veía como
instrumentos políticos para llevar a cabo sus planes" (M. Creighton, History of the Papacy
During the period of the Reformation )
Durante un tiempo mantuvo la esperanza de que su hijo Giovanni le ayudara a defender y
proteger los Estados Pontificios, pero Giovanni había heredado el gusto de su padre por las
mujeres, no su capacidad de mando, percibiendo que de sus hijos el único competente
para participar en el juego de la política italiana en aquella época tan violenta era Cesar,
Alejandro le concedió todo lo necesario para financiar el creciente poder de su hijo.
También fue la dulce Lucrezia instrumento de sus fines. El cariño que el padre procesaba
por la hija le llevó a tales demostraciones de ternura que las lenguas viperinas le acusaron
de incesto e imaginaron una mórbida historia que le situaban como un competidor más,
que junto a los hermanos de Lucrezia, luchaban por su amor. En dos ocasiones el Papa
tuvo que ausentarse de Roma dejando a su hija encargada de sus aposentos en el
Vaticano, con autoridad para abrir su correspondencia y atender todo el trabajo rutinario,
semejante delegación de poder a una mujer era frecuente en las casas reinantes- tales
como Ferrara, Urbino, Mantua- pero en Roma era motivo de shock y escándalo.
La ciudad le había perdonado su relación amorosa con Vanozza, incluso se maravillaba con
Guilia; la Farnese nació con el don de la belleza, causaba admiración y fascinación allí por
donde pasaba, pero aún más su cabellera dorada que, cuando la dejaba suelta, llegándole
hasta los pies, contaban que hacía hervir la sangre de cualquier hombre. Sus amigos la
llamaban "La Bella". Sanudo hablaba de ella como "la favorita del Papa, una joven de
extraordinaria belleza, comprensiva, graciosa y gentil"; en 1493 Infessura la describió
como la concubina del Papa en el relato que hizo sobre el banquete nupcial que se celebró
en el Vaticano con motivo de la boda de Lucrezia; el Historiador Matarazzo utilizó el mismo
término para Giulia y un ingenioso florentino la tildó sposa di Cristo, un adjetivo
normalmente reservado para la Iglesia. Guilia dio luz a una hija, Laura, registrada
oficialmente como concebida por el marido de esta, Orsino Orsini, pero reconocida por el
cardenal Alessandro Farnese como la hija de Alejandro VI. No existe ninguna duda sobre la
sensualidad del Papa español, un síntoma incompatible con el celibato. Él era un hombre y


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como tal se sentía; parece ser que creía, junto a muchos eclesiásticos de su época, que el
celibato clerical era un error, y que deberían tener permitido gozar de la compañía de una
mujer.
En el otro lado, la devoción que sentía por sus hijos, muchas veces olvidándose de sus
deberes para con la Iglesia, podría bien utilizarse como argumento para defender la
sabiduría con la que el canon del celibato fue escrito.
¿Fue su fe pretendida? Probablemente no; en sus cartas, incluso aquellas que mandaba a
Giulia, están llenas de frases piadosas que no son indispensables en la correspondencia
privada. Él era un hombre de acción, había absorbido la moral laxa y relajada de la época,
sólo esporádicamente notaba cierta contradicción entre la ética cristiana y su vida. Parece
que él sentía que, en sus circunstancias, la Iglesia necesitaba un estadista y no un santo;
él admiraba la santidad pero creía que pertenecía más al mundo monacal y la vida privada
que al hombre que cada día debía atender a diplomáticos sin escrúpulos y déspotas
expansionistas. Acabó utilizando sus mismas armas.
Necesitaba financiación para su gobierno y sus guerras: vendió cargos eclesiásticos, se
apoderó de los dominios de los cardenales difuntos y explotó el año jubileo de 1500 al
máximo. Dispensaciones y divorcios eran concedidos como la parte lucrativa de un negocio
político: si Enrique VIII deInglaterra hubiera tenido que tratar sobre su anulación con
Alejandro probablemente la Iglesia Anglicana como tal no existiría hoy en día.
Aparte de alargar el jubileo asegurando indulgencia plenaria a todos los cristianos que a
Roma peregrinaran, para enriquecer sus arcas nombró doce nuevos cardenales cuya
asignación no se debía a sus méritos sino más bien hasta cuanto ascendía la suma que
podían ofrecer, pagando en total 120,000 ducados al Papa.
En contra de la opinión general que alegaba el envenenamiento de aquellos cardenales o
enemigos que se tomaban demasiado tiempo para fallecer de muerte natural, por orden
tanto de Alejandro como de Cesar Borgia, podemos aceptar provisionalmente la conclusión
a la que ha llegado las más recientes investigaciones- "no hay evidencia de que Alejandro
VI envenenara a nadie", esta teoría no le libra enteramente de culpa pues sigue bajo
sospecha; en realidad estas sospechas nacieron de las sátiras, panfletos y demás que se
utilizaban como armas arrojadizas entre familias enfrentadas: Infessura servía a los
Colonna con su pluma, Mancione valía tanto como un regimiento para los Savelli.
Alejandro, como parte de la campaña contra los nobles, publicó en 1501 una bula
detallando todos los vicios y pecados de los Savelli y los Colonna. Como podemos observar
estos "documentos" bien valieron para crear la leyenda negra que persigue al Papa Borgia
dibujándole como un monstruo de perversión y crueldad. Alejandro ganó la batalla armada,
pero sus nobles enemigos encabezados por el Papa Julio II ganaron la batalla de la
palabra, convirtiendo de esta forma la leyenda en Historia.
Pero Alejandro tenía debilidades y la mayor de ellas era su hijo Giovanni a quien quería
incluso más que a Lucrezia, el Duque de Gandía era guapo, simpático, y un buen hijo.
Cuando Alejandro conoció la noticia de su muerte se sintió tan lleno de dolor que se
encerró y dejó de alimentarse, se decía que sus lamentos se podían oír en las calles.
Ordenó la busca y captura de sus asesinos pero pronto se dio por vencido y dejó que el

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crimen permaneciera en el misterio. Cuando el Papa recobró el autocontrol reunió a los
cardenales (19 de junio de 1497), recibió las condolencias y les dijo: "He querido al Duque
de Gandía más que a nada en este mundo" atribuyó la pena como la carga más pesada
que hubiera podido recibir del cielo y posteriormente anunció: "Nos, estamos dispuestos a
resolver y enmendar nuestra vida, y reformar la Iglesia...en lo sucesivo los beneficios se
otorgarán sólo a aquellos que los merecen y de acuerdo con los votos de los cardenales.
Renunciaremos a todo nepotismo. Comenzaremos por reformarnos a nosotros mismos y
procederemos después con cada parte de la Iglesia hasta que nuestra labor sea
completada"
Un comité de seis cardenales fue elegido para crear un programa de reforma. Esta labor
fue tan clarividente y la bula de reforma presentada a Alejandro tan excelente que, sus
previsiones puestas en práctica hubieran, probablemente, salvado a la Iglesia tanto de la
Reforma como de la Contrarreforma. Sin embargo, la necesidad de financiar el
ambicioso proyecto político de Alejandro no permitió llevar a cabo este programa.


IV. Cesar Borgia
Alejandro tenía sobrados motivos para estar orgulloso de su hijo: Cesar era un atractivo
hombre de cabellos rubios, alto, fuerte y valiente. Pensar que este personaje era más bien
un monstruo es no profundizar en la evidencia. Uno de sus contemporáneos le describía
como: "un joven de graninteligencia y excelente disposición, alegre y siempre de buen
humor" otro escribía que era: "incluso más guapo que su hermano el Duque de Gandía"
La gente no podía dejar de apreciar su garbo, destreza en el mando y una actitud superior
que tiene todo aquel que cree haber heredado el mundo, las mujeres le admiraban pero
encontraban difícil enamorarse de él puesto que, al contrario que su padre y sus
hermanos, no era el sexo femenino lo principal en su escala de prioridades. Estudió
derecho en la Universidad de Perrugia y, aunque no dedicaba demasiado tiempo a
los libros considerados "culturizantes", escribía versos de vez en cuando y tenía buen gusto
para el arte: cuando el Cardenal Raffaello Riario desdeñó el cuadro de un cupido,obra de
un joven y desconocido artista florentino llamado Miguel Ángel Buonarroti, fue Cesar quien
pagó una buena suma por obtener la obra.
Claramente su carrera eclesiástica no era vocacional, Alejandro le hizo arzobispo de
Valencia en 1492 y cardenal un año después, en realidad Cesar nunca se ordenó
sacerdote. Desde que una ley canónica prohibía ordenar cardenales a hijos bastardos,
Alejandro en una Bula publicada el 19 de Septiembre de 1482 lo declaró hijo legítimo de
Vanozza y d´Arignano. En 1497, poco después de la muerte de Giovanni, Cesar fue a
Nápoles como delegado papal en la coronación del Rey de Nápoles; quizás le impresionara
este acto porque a la vuelta le pidió insistentemente a su padre que le dejara renunciar sus
votos y a su carrera eclesiástica. No había forma de escapar a este destino a no ser que
Alejandro admitiera públicamente que Cesar era su hijo ilegítimo, cosa que hizo
consiguiendo que inmediatamente la ordenación de cardenal fuera invalidada (17 agosto
de 1498). Restaurada su ilegitimidad, Cesar retornó al juego político.


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El matrimonio de Cesar se solucionó cuando Louis XII pidió al Papa la anulación de su
matrimonio, al que había sido forzado, y que según él, nunca había sido consumado. En
octubre de1498, Alejandro envió a Cesar partir hacia Francia con el decreto
de divorcio para el Rey. Encantado con el divorcio y más feliz aún ante la posibilidad de
casarse con Anne de Bretaña, viuda de Carlos VIII, Louis ofreció a Cesar la mano de
Charlotte d´Albret, hermana del Rey de Navarra; además hizo del hijo del Papa duque de
Valentinois y Diois, dos territorios franceses sobre los que el papado tenía ciertos derechos.
El matrimonio selló una alianza entre el Pontífice y un Rey que planeaba abiertamente
invadir Italia para tomar bajo su poder Milán y Nápoles. Este pacto rompió la alianza de la
Santa Liga que Alejandro había ayudado a formar en 1495, preparando de este modo el
escenario propicio para las guerras de Julio II.
Alejandro por fin había encontrado al general que tanto ansiaba para que llevara a las
fuerzas armadas de la Iglesia hacia la reconquista de los Estados Pontificios.
Louis XII contribuyó a la causa con ejército bien equipado, aunque pequeño para luchar
contra una docena de déspotas, pero Cesar estaba ansioso por partir hacia la victoria. Para
añadir un arma espiritual, el Papa proclamó una solemne Bula declarando que: Caterina
Sforza y su hijo Octavio dominaban Imola y Forlí-- Pandolfo Malatesta dominaba Rimini--
Giulio Varano dominaba Camerino—Astorre Manfredi dominaba Faenza—Guidobaldo
dominaba Urbino—Giovanni Sforza dominaba Pesaro—sólo porque habían usurpado todas
estas tierras, propiedades y derechos a la Iglesia, perpetrando la justicia y la ley; eran
tiranos que habían explotado a sus súbditos y abusado de sus poderes, y como tales
debían ser expulsados, si no por su propia resignación, por la fuerza de la espada.
Posiblemente lo que Alejandro pretendía era unificar un reinado para dejárselo
en herencia a su hijo. El mismo Cesar soñaba con esta posibilidad; Maquiavelo así lo
hubiera deseado, enorgulleciéndose ante la visión de una Italia unida y bajo el poder de un
hombre fuerte e inteligente que echara a todos los invasores. Al final de su vida, Cesar,
lamentaría no tener otra meta que recuperar los estados de la Iglesia para la Iglesia, y que
se contentaría con que el gobernador de la Romagna fuera vasallo del Papa.
En enero de 1500, Cesar y su ejército marchó a través de los Apeninos hacia Forlí e Imola
donde ganó el pulso del asedio a Caterina Sforza. La reconquista pasó por ofrecer una
convincente suma de dinero a Paolo Orsini para que se uniera a las fuerzas papales con su
ejército; Paolo le apoyó junto a otras familias nobles que siguieron su ejemplo, de la
misma forma reclutó los soldados de Baglioni, señor de Perugia, y comprometió a Vitelli
para liderar la artillería. Louis XII le envió un pequeño regimiento pero Cesar no necesitaba
ya de la ayudada francesa. En septiembre de 1500 atacó los castillos ocupados por los
hostiles Colonna y Savelli en el Latium. Uno tras otro fueron entregándose. A lo largo del
siguiente año Cesar guió sus tropas con valentía, coraje y audacia, demostrando tener
grandes dotes de mando y estrategia militar, utilizó la astucia para seducir al enemigo,
ganarse aliados, persuadió a los más reticentes para que le apoyaran, trató con cortesía a
los vencidos y se ganó una merecida fama de brillante militar. El 20 de julio se rindió el
último enemigo del Papa, Camerino, y por fin todos los Estados Pontificios volvieron a ser
Pontificios. Entusiasmado Maquiavelo escribió sobre él: "Es un Señor espléndido y

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magnífico y tan audaz que cualquier empresa por difícil que sea la maneja como si fuera
sencilla . Par ganar gloria y dominios se roba a sí mismo su reposo, y no conoce ni el
peligro ni la fatiga. Llega antes que sus propósitos hayan sido comprendidos. Se hace
querer entre sus soldados, eligiendo para ello a los mejores de toda Italia. Estas cosas son
las que le han hecho victoriosos y formidable, junto a la ayuda perpetua de la
buena suerte".
Por el otro lado Italia estaba plagado de personas que deseaban su desgracia. Venecia,
aunque le había convertido en ciudadano honorífico (gentiluomo di Venezia) le molestaba
ver cómo los Estados Pontificios eran de nuevo fuertes y controlaban la costa Adriática.
Pisa y Florencia le temían, los Colonna y Savielli, y en menor grado Orsini, habían sido
arruinados por sus conquistas, creando una coalición en su contra. Incluso sus propios
hombres que habían liderado brillantemente sus tropas, no estaban tan seguros de que no
fueran sus dominios los próximos en ser atacados. Vitelli reunió a todos estos hombres y
familias resentidas y amenazadas para crear una organización cuyo fin era volver las
tropas en contra de su general, capturarle y asesinarle, terminando con su dominio sobre
la Romagana y los marquesados, restaurando a sus antiguos señores.
La conspiración comenzó con brillantes victorias, sin embargo Cesar actuó con rapidez
apropiándose de la herencia que había dejado el Cardenal Ferrari, financiando un nuevo
ejército de 6000 hombres. Mientras tanto Alejandro negoció individualmente con los
conspiradores, haciéndoles solemnes promesas, y ganándo de muchos de ellos su
obediencia. A finales de octubre la conjura había fracasado y todos sellaron la paz con
Cesar.
En cuanto a la vida marital del general esta fue prácticamente nula, Cesar veía su
matrimonio como una cuestión de estado y por lo tanto no se sentía obligado a mostrar
ningún amor por su esposa. La había dejado con su familia en Francia a donde
ocasionalmente escribía y le mandaba regalos, esta le había dado una hija durante las
guerras pero no volvió a verla. La Duquesa de Valentinois vivió una modesta y retirada
vida en Bourges, esperando que su marido la mandara llamar, cuando Cesar, al final de su
vida, se encontró arruinado y desertado ella intentó llegar hasta él y a su muerte vistió la
casa de luto donde permaneció encerrada hasta su muerte.
Parece que el único afecto real que Cesar sentía era por su hermana Lucrezia , a quien
amaba tanto como se puede amar a una esposa. A pesar de los peligros que para él
representaba el ir a visitarla a Ferrara donde ella se encontraba enferma, Cesar se desvió
de su camino hasta llegar a su casa donde en sus brazos la sostuvo mientras los médicos
la sangraban y no se apartó de su lecho hasta que Lucrezia mejoró considerablemente.
Cesar no estaba hecho para el matrimonio; tuvo muchas amantes pero ninguna le duró
excesivo tiempo, estaba demasiado consumido por el ansia de poder que no podía permitir
que ninguna mujer le apartara de su camino.
En Roma vivía retiradamente, trabajando de noche y asistiendo a pocos actos diurnos.
Trabajaba muy duro en los asuntos pertinentes a los Estados de la Iglesia y siempre
encontraba tiempo para asistir las necesidades de sus dominios. Aquellos que le conocían


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le admiraban y respetaban, era popular entre sus soldados a pesar de su severidad y
la disciplina que les imponía.
Su vida apartada le hacía blanco de sospechas y sátiras, sobre todo de feos rumores que
embajadores hostiles y aristócratas enemigos inventaban o extendían. Muchos de estos
rumores acusaban a los Borgia de envenenar a ricos cardenales para heredar sus fortunas,
uno de estos asesinatos fue confesado por un sirviente bajo tortura, quien contó que había
asesinado al cardenal Micheli por orden de Alejandro y Cesar. Un historiador del siglo
veinte no daría ningún tipo de credibilidad a las confesiones arrancadas bajo tortura.
La estadística prueba que la mortalidad entre cardenales fue tan elevada durante el papado
de Alejandro como en el de sus predecesores y sucesores, pero no hay duda de que en
aquella época era peligroso ser cardenal y rico. Isabella d´Este escribió a su marido
previniéndole contra Cesar de quien no creía tuviera ningún escrúpulo incluso con su
propia familia, parece ser que la cuñada creyó la historia que acusaba a Cesar de haber
asesinado a su hermano, el Duque de Gandía. Los cotilleos en Roma hablaban de cierto
veneno, con base de arsénico, que vertido sobre la bebida o la comida, actuaba lentamente
sin posibilidad de ser detectado en una autopsia. Los historiadores han rechazado
comúnmente la teoría de los famosos venenos del Renacimiento como parte de una
leyenda, pero creen que efectivamente existieron algunos casos de envenenamiento por
orden del Papa a pesar de la falta de evidencia.
Algunas historias aún peores se contaban sobre Cesar: para divertir a Lucrezia y a su
padre, éste organizaba una fila de reos de muerte a los que atravesaba con sus flechas en
un acto de destreza. A estas leyendas podríamos añadir múltiples orgías con cortesanas
desnudas correteando por los aposentos de Cesar, además de la acusación de incesto,
puesto que se creía que el amor que Lucrezia y Cesar sentía el uno por el otro era algo
menos casto que puramente filial
V. Lucrezia Borgia
Alejandro admiraba y hasta temía a su hijo, pero adoraba a su hija con todo la intensidad
con la que era capaz. Parece ser que se deleitaba con su moderada belleza, su precioso y
largo cabello color sol (tan pesado que incluso le daba dolores de cabeza) y en la devoción
que la hija sentía por su padre. No era particularmente bella, pero fue descrita en su
juventud como dolce ciera (dulce rostro) una expresión que permanecería hasta su muerte
a pesar de los horrores que tuvo que vivir: divorcios, asesinatos, intrigas...
Como todas las italianas de su tiempo que lo podían permitir fue a un convento para recibir
una completa educación. Auna edad que desconocemos se trasladó de la casa de su madre
a la casa de una prima de su padre, Donna Adriana Mila, donde conoció a la nuera de su
tía, Guilia Farnese, con quien entabló una sincera amistad que duraría hasta el resto de sus
días. Favorecida por la buena fortuna, Lucrecia vivió una infancia feliz y acomodada.
Esta sensación de felicidad duraría hasta su primer matrimonio. Probablemente no se sintió
ofendida cuando su padre le escogió un marido; este era elprocedimiento normal para
todas las mujeres de su clase. Alejandro, como cualquier otro soberano, pensaba que los
matrimonios de sus hijos debían avanzar al mismo son con el que los intereses de su

                                             33
estado. Nápoles era por entonces hostil a Roma y Milán era enemiga de Nápoles; de tal
forma que su primer matrimonio, a la edad de trece años, fue con Giovanni Sforza, de
veintiséis, Señor de Pesaro y sobrino de Ludovico, regente de Milán (1493) Alejandro
preparó la casa de los recién casados en un lugar cerca del Vaticano para poder tener a su
hija próxima a él. Pero Sforza debía vivir en Pesaro buena parte del año llevándose con él a
su joven esposa. Ella languidecía en tan lejanas costas, tan remotas de su padre y más
aún de la vida bulliciosa y cosmopolita que Roma le ofrecía; después de unos meses volvió
de nuevo a la capital donde se reencontraría con su marido más tarde. El 14 de julio de
1497 Alejandro pidió a Sforza que consintiera en la anulación de su unión matrimonial a
causa de su impotencia—la única causa reconocida por la ley canónica para la anulación de
un matrimonio legítimo. Lucrezia, quizás por pena, quizás por vergüenza se retiró a un
convento. Unos días más tarde el Duque de Gandía era asesinado, las malas lenguas
sugirieron que el crimen había sido cometido bajo las órdenes de Sforza, quien celoso se
vengaba de Giovanni Borgia por haber intentado seducir a su esposa. El marido negó su
impotencia y acusó a Alejandro de tener relaciones incestuosas con su hija. El Papa
congregó un comité de investigación, liderado por dos cardenales, para averiguar si el
matrimonio había sido consumado. Lucrezia con todo el aplomo del que fue capaz se
sometió a las pruebas, y se le aseguró a Alejandro que Lucrezia era todavía virgen.
Ludovico propuso a su sobrino demostrar que no era impotente delante de una delegación
papal en Milán, Giovanni declinó la oferta pero firmó una admisión formal en la que
declaraba que el matrimonio nunca había sido consumado, le devolvió a Lucrezia su dote
de 31,000 ducados y en diciembre de 1497 el enlace era anulado.
Es posible que Alejandro hubiera roto el matrimonio con la intención de hacer mejores
alianzas políticas, pero es más probable que Lucrezia contara la verdad acerca de la
consumación. En cualquiera de los casos el Papa no iba a dejar a su hija soltera. Con la
intención de acercarse a su enemigo, Alejandro, propuso al Rey Federico la unión de
Lucrezia con Don Alfonso, Duque de Bisceglie. El Rey accedió y un documento oficial fue
firmado en junio de 1498, en agosto la boda era celebrada en el Vaticano.
Lucrezia facilitó enormemente las cosas enamorándose de su marido. Ella tenía entonces
dieciocho años y él diecisiete, pero las cosas empeorarían por culpa de la mala fortuna y la
política. Cesar Borgia rechazado en Nápoles, buscó novia en Francia (octubre de 1498);
Alejandro entraba de esta forma en una alianza con Louis XII, el declarado enemigo de
Nápoles. El joven Duque de Bisceglie enfermaba viendo como la Roma en donde vivía se
llenaba de agentes franceses: marchó hacia Nápoles. A Lucrezia se le rompió el corazón,
para entretenerla Alejandro la hizo regente de Spoleto (agosto 1499); Alfonso se reunió allí
con ella; Alejandro les fue a visitar a Nepi y se los llevó con él a Roma donde Lucrezia tuvo
su primer hijo, al que llamaron Rodrigo en honor de su padre.
Pero el mayor problema de la joven pareja residía el odio acérrimo que se procesaban los
dos cuñados. , quizás por el carácter temperamental de Alfonso o tal vez porque Cesar
representaba la alianza con los franceses. En la noche del 15 de julio de 1500 unos
bandidos atacaron a Alfonso cuando volvía de la catedral de San Pedro, fue herido de
gravedad pero se las arregló para llegar hasta la casa del Cardenal de Santa María en
Portico. Lucrezia se desmayó al ver las condiciones en las que se hallaba su joven marido,

                                             34
le atendió día y noche junto a su hermana Sancia. Alejandro envió una guardia de dieciséis
hombres para protegerle de posibles nuevos ataques. Cierto día mientras Cesar paseaba
por un jardín cercano, Alfonso convencido de que aquel era el hombre que había
contratado a la banda que le había intentado asesinar, tomó arco y flecha disparando a
Cesar en el corazón. La flecha falló su propósito por muy poco y Cesar no estaba dispuesto
a darle una segunda oportunidad a su enemigo: mandó sus guardias al cuarto de Alfonso,
teóricamente a darle una lección, pero le ahogaron con una almohada hasta que murió.
Alejandro aceptó la muerte de Alfonso según la versión que le dio Cesar, encargó para
Alfonso un pequeño funeral, e hizo lo imposible por animar a la inconsolable Lucrezia.
Se retiró a Nepi, donde escribió cartas firmándolas como la infelicissima principessa,
ordenando misas para el descanso del alma de su difunto marido. Aunque parezca extraño,
Cesar la fue a visitar a Nepi solamente dos meses y medio después del asesinato de
Alfonso. Lucrezia era influenciable y paciente; parece ser que ella entendía la muerte de
Alfonso como la defensa que su hermano tenía que hacer frente al que había atentado
contra su vida. No parece que ella creyera que hubiera sido Cesar el hombre que
contratara a los infructuosos bandidos que intentaron matar a su marido, aunque esta la
posible explicación de otro de los misterios del Renacimiento. Durante el resto de su vida
dio muestras más que suficientes de que quería a su hermano, quizás porque, como su
padre, él también la adoraba con intensidad. Pudiera ser que por estos motivos tanto en
Roma como en la rencorosa Nápoles la siguieron acusando de incesto; un de las plumas de
la época la llamó: "La hija del Papa, esposa y nuera" Estas perfidias se las tomó también
con cierta resignación. Todos los estudiosos de la época actualmente coinciden en que
todos estos cargos fueron crueles calumnias, pero semejantes acusaciones tan escabrosas
han perdurado a través de los tiempos. (Cambrige, Modern History)
Que Cesar matara a Alfonso con la intención de confirmar una nueva alianza política es
improbable. Tras un periodo de luto Lucrezia fue ofrecida en noviembre de 1500 al Duque
Ercole de Ferrara para casarla con su hijo Alfonso, y no fue hasta septiembre de 1501 que
sonaron las campanas de boda. Como ni Ercole ni su hijo habían visto a Lucrecia, siguieron
los trámites diplomáticos acostumbrados de la época, pidiendo a Ferrarese, embajador en
Roma, que enviara un informe sobre su persona, morales y virtudes. El embajador
contestó con lo siguiente:
Ilustrísimo Señor: Hoy durante la cena, Don Gerardo Saraceni y yo, hemos ido a ver a la
Ilustre Madonna Lucrezia para presentarle nuestros respetos en el nombre de su Excelencia
y Su Majestad Don Alfonso. Hemos tenido una larga conversación sobre distintos aspectos.
Es una mujer de lo más amable e inteligente además de estar dotada de todas las
bendiciones. Su Excelencia y el Ilustre Don Alfonso—según nuestra más humilde opinión—
estará encantado con ella. Aparte de ser extremamente bondadosa en todos los aspectos,
es modesta, tierna y decorosa. Además es una piadosa y devota cristiana, temerosa de
Dios. Mañana irá a confesar y en Navidades recibirá la comunión. Es una mujer realmente
hermosa, pero su encanto es aún más cautivador. Resumiendo, su carácter es tal que es
imposible sospechar que exista algo "siniestro" en ella.



                                            35
Don Alfonso fue convencido y envió un magnífico cortejo de caballeros para escoltar a la
novia de Roma a Ferrara. Cesar Borgia equipó doscientos cavaliers para acompañarla,
además de músicos y bufones para entretenerla durante el arduo camino. Alejandro,
orgulloso y feliz, le procuró un cortejo de 180 personas incluyendo a cinco obispos.
Vehículos especialmente diseñados para la ocasión, y 150 mulas, trasladaban su ajuar. El 6
de enero de 1502, Lucrezia comenzó su viaje por Italia para reunirse con su prometido
Roma jamás había presenciado semejante espectáculo y probablemente tampoco Ferrara.
Después de veintisiete días de viaje, Lucrezia fue recibida a las afueras de la ciudad por el
Duque Ercole y Don Alfonso con una soberbia cabalgada de nobles, profesores, setenticinco
arqueros montados, ochenta trompeteros y catorce carros llevando a las mujeres de la alta
aristocracia elegantemente vestidas. Cuando la procesión llegó hasta la catedral, dos
trovadores cantaron la belleza de su nueva señora. Al pasar por el palacio ducal todos los
prisioneros fueron liberados, la gente se regocijaba por la llegada de la futura duquesa; y
Alfonso se sentía radiante ante su encantadora prometida.
VI. El fin del poder Borgia
Los últimos años de la vida de Alejandro se desarrollaron en relativa calma y prosperidad.
Su hija estaba casada felizmente con un duque y era respetada por todos sus súbditos; su
hijo había cumplido brillantemente con la misión de reunificar y administrar los Estados
Pontificios que además florecían bajo excelente gobierno. El embajador veneciano describe
al Papa, en esos últimos años, alegre y activo, con la conciencia tranquila y sin
preocupaciones. En aquel momento contaba con setenta años de edad, pero en enero de
1501, el embajador decía de él que cada día parece rejuvenecer.
La tarde del 5 de agosto de 1503, Alejandro, Cesar, acompañados por algunas personas
cenaron en los jardines de la villa del Cardenal Adriano da Corneto, no lejos del Vaticano.
Todos permanecieron en los jardines hasta medianoche pues el calor era insoportable
dentro de las casas. Seis días más tarde el Cardenal cayó enfermo con náuseas,
vómitos y fiebre hasta que pereció tres días más tarde, inmediatamente después, tanto
Alejandro como su hijo, tuvieron que guardar cama sufriendo los mismo síntomas que el
malogrado Cardenal. Roma, como le era ya costumbre, habló de veneno; Cesar, decían las
habladurías, había querido envenenar al Cardenal para asegurarse su fortuna, pero por
error casi toda la comida había sido envenenada y tomada por prácticamente todos los
invitados Los historiadores coinciden con los médicos que en su día trataron al Papa,
quienes diagnosticaron malaria, debida a la exposición prolongada a la brisa nocturna. En
el mismo mes la malaria atacó a la mitad de los sirvientes papales, probándose muchos
casos como fatales, en Roma hubo cientos de muertes debidos a la misma infección
durante aquella estación.
Alejandro deliró trece días batiéndose entre la vida y la muerte, de vez en cuando
recobraba    el    sentido    hasta   el    punto    que     era   capaz    de     recitar
dememoria los discursos diplomáticos; el 13 de agosto estaba jugando a las cartas. Los
médicos le sangraron en repetidas ocasiones, tanto que el hombre perdió todas sus fuerzas
muriendo el 18 de agosto. La leyenda cuenta que se pudo ver cómo el diablo se llevaba su
alma hasta los abismos infernales.

                                             36
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Los papas mas corrompidos

  • 1. Los papas mas corruptos por tu hermano jueves, 04 de diciembre del 2008 a las 19:14 guardado en Apostasia La Era de la Pornocracia del Papado Romano El papa Sergio II que reinó del 904 al 911 obtuvo la oficina papal por medio del asesinato. Este papa es descrito por el Cardenal Baronio y otros escritores eclesiásticos como un monstruo y por Gregorio como un criminal aterrorizante. Dice un historiador: “Por espacio de siete años este hombre ocupó la silla de san Pedro, mientras que su concubina, imitando a Semíramis madre, Reinaba en la corte con tanta pompa y lujuria, que traía a la mente los peores días del viejo Imperio” (Italia Medieval, pag. 331) Refiriéndose a otra, dice: “Esta mujer 1
  • 2. -Teodora de nombre, junto con su hijaMarozia, la prostituta del Papa. Llenaron la silla papal con sus hijos bastardos y convirtieron su palacio en un laberinto de ladrones.” Y así, comenzando con el reino del papa Sergio, vino el periodo (904-963), conocido como “el reinado papal de los fornicarios”. Antiguo amigo del desquiciado Esteban VI, Sergio era de su misma ralea. Desde su juventud se vio implicado en la lucha de facciones que hizo de este periodo uno de los más turbulentos y escandalosos de la historia del Papado. Fue nombrado obispo de Cerveteri por el papa Formoso, más tarde declarado hereje por su sucesor el papa Esteban VI. Sergio III prendió al antipapa Cristobal y al anterior papa Teodoro II, al parecer, los hizo estrangular. Desde entonces gobernó Roma como un señor feudal, favoreciendo especialmente a sus partidarios. Condenó la memoria de todos sus antecesores, desde Esteban VI, considerándolos antipapas. Asesino de sus predecesores, inauguró un período del papado al que el cardenal César Baronio designaría, a principios del siglo XVIII, con el famoso nombre de «pornocracia». Fueron mujeres las que gobernaron en Roma, y los Papas no fueron más que juguetes de sus ambiciones políticas y de sus pasiones personales. Había sido elegido Papa en el 897 por primera vez por los enemigos del difunto Formoso, pero Lamberto de Espoleto le forzó a ceder el trono pontifício a Juan IX. Desde entonces, retirado en los dominios del margrave Adalberto de Toscana, Sergio esperaba su hora para volver a sentarse en el trono papal. Nombrado obispo por el papa Formoso, fue sin embargo uno de los participantes en el "concilio del cadáver" que se celebró contra dicho pontífice a instancias del papa Esteban VI y que finalizaría con la exhumación y profanación del cadáver. Excomulgado y exiliado hasta que el papa León V revocó la excomunión y pudo volver a Roma en 901 Un tal Teofilácto, se había propuesto imponerse a la nobleza romana. Simple juez en el año 901, se autoadjudicó los títulos de cónsul, duque y senador del pueblo romano. En realidad, era su esposa, Teodora la Mayor, y sus dos hijas, Teodora la Joven y Marozia, tan libertinas como ambiciosas, las que lo controlaban todo. Teodora, calificada de “cierta ramera sin vergüenza” en el Antapodosis, crónica de la época escrita por Liutprando de Cremona. Esta mujer, esposa de Teofilacto, por real voluntad 2
  • 3. hizo que el pontífice Sergio III (“el peor que haya tenido la Iglesia Católica”) depusiera y asesinara al anterior ,papa Cristóbal, declarándolo antipapa, declaración que extendió a los tres papas anteriores. Y más tarde convirtió en el pontífice Juan X , a uno de sus amantes, un humilde clérigo cuando le había conocido. A continuación, seguramente obsesionado por lo sucedido con el papa Formoso, Sergio y sus comparsas proclamaron una vez más la invalidez de todas las ordenaciones conferidas por aquel Pontífice. ( Ningun Obispo en funciones podía cambiar de diócesis) Las únicas relaciones que tuvo Sergio III con Bizancio (sede política) fueron para autorizar al emperador León VI que se casara por cuarta vez. Tanto el derecho civil como el derecho eclesiástico prohibían ya un tercer matrimonio. También el patriarca de Constantinopla se había opuesto al emperador cuando éste quiso casarse, en cuartas nupcias, con Zoé Carbonopsina a fin de legitimar a su hijo, heredero del trono. Sergio III tuvo como amantes a la esposa de Teofilacto ,Teodora la Mayor y a la hija de este Marozia, con la que tuvo un hijo, el futuro papa Juan XI, y que se convirtieron en las verdaderas gobernantes de Roma durante varios decenios. Sergio III falleció el 14 de abril de 911. Durante los siete años que ocupó la sede de Pedro, Sergio III se plegó dócilmente a los caprichos de Teodora y, sobre todo, a los de su hija menor, Marozia. Ésta se había casado en el 905 con Alberico de Espoleto, pero eso no fue obstáculo para que fuera bastantes años amante del Papa, y que le diera un hijo, el futuro papa Juan XI, al que su propia madre mandaría encarcelar pasado el tiempo. Las intrigas de Marozia Marozia que, según el mismo el cronista de esa época , Liutprando, “no sólo igualo a su madre, sino que la sobrepaso en las prácticas que ama Venus”. Nacida hacia 890, en orden y en rango, empezó, apenas púber, siendo amante de Sergio III, y con él tuvo un hijo que con el tiempo sería a su vez papa (Juan XI). Otros papas, León VI Y Esteban VII, serían también nombrados andando el tiempo por Marozia. Veamos lo que decía el cardenal e historiador Cesare Baronio (“Annales ecclesiastici”), del papa Sergio III (904-911): “Por espacio de siete años, este hombre ocupó la silla de 3
  • 4. San Pedro, mientras que su concubina, imitando a Semíramis madre, reinaba en la corte con tanta pompa y lujuria que traía a la mente los peores días del viejo imperio”. En todo caso, pasada la primera “locura” juvenil, Marozia fue casada por su madre con el guerrero Alberico, pero aquí se produce un hiato en la crónicas hasta 925, en que Marozia reaparece, ya viuda recalcitrante, como única en la familia con poder en Roma. Nada se sabe de la extraña desaparición simultánea de padres y esposos. Pero un enemigo no había podido ser destruido: el papa Juan X, por lo visto odiado desde siempre por la mujer. Éste, olfateando el peligro, estaba pactando la protección del conde Hugo de Provenza a cambio de hacerle rey de Italia, pero Marozia, más veloz, ofreció su mano a Guy, hermanastro de Hugo, con el mismo plan. Ambos cayeron sobre Roma, y el pobre Juan X acabó confinado en una mazmorra en Sant’Angelo, donde moriría al poco tiempo, dudosamente por causas naturales. Marozia, ya convertida en senadora romana, siguió con sus planes, intrigando para que fuera aceptado como papa su hijo mayor, el habido con Sergio III. Pero para ello necesitaba poderosas influencias, y las halló nada menos que con su cuñado, el mismo Hugo que antes había intrigado con Juan X. Las maniobras que hubo que hacer para ello fueron históricas: en primer lugar deshacerse del actual marido, Guy, mientras Hugo hacía otro tanto con su propia esposa, declarar bastardo a su hermanastro y hasta cegar a otro de sus hermanos. Pero finalmente el plan salió a pedir de boca, y un joven papa de 21 años, Juan XI, acababa casando a su propia madre con su amante. Pues las ambiciones de los esposos no habían terminado, y, ahora que tenían un papa más dócil que nunca, se proponían nada menos que ser coronados como emperadores de Occidente. Pero aquí falló algo: el hijo legítimo de Marozia, Alberico, que se sentía postergado por su madre, consiguió revolver la ciudad de Roma, ya incómoda por tanta perversidad, contra los adúlteros esposos. Hugo salió a estampida de Roma y tanto Marozia como su hijo Juan fueron confinados de por vida a Sant’Angelo, como antes hiciera ella con Juan IX. Y, como él, fallecieron en la cárcel. La línea pontificia fue continuada por Alberico con el monje benedictino León VII. 4
  • 5. TEODORA, MAROZIA Y EL PAPADO EN SUS PEORES MOMENTOS En el artículo anterior se vio la truculenta llegada al pontificado de Sergio III (904-911), el cual, por su encarnizado odio a Formoso, quiso enseguida revalidar el concilio cadavérico, en el que tanta parte había él tomado, y declaró que las ordenaciones conferidas por aquel papa eran nulas e inválidas; por lo tanto, todos aquellos que hubiesen sido consagrados obispos, presbíteros o simplemente diáconos por Formoso tenían que reordenarse si querían seguir en sus funciones. Y como bastantes obispos formosianos habían conferido a otros las órdenes sagradas, también estos últimos caían bajo esa prescripción. Se comprende el escándalo y alboroto del clero, no menos que el escrúpulo de muchas conciencias. Uno de los pocos que resistieron tenazmente a las amenazas de Sergio, acompañadas de excomuniones y destierros, fue el presbítero formosiano Auxilius, quien refutó elocuentemente el error de las reordenaciones en varios tratados que nos suministran la más abundante información en todo este negocio. Sergio III era uno de esos hombres a quienes la pasión partidista ciega y enloquece. En su rencor contra Formoso se mezclaba también su propio interés. Formoso le había nombrado obispo de Cere. No podía, pues, según los cánones de entonces, ocupar la sede romana. Pero hay que decir que desde el concilio cadavérico había renunciado a sus funciones episcopales. Al afirmar la ilegitimidad de aquel papa, confirmaba ahora su propia legitimidad. Su proceder era apasionado, pero lógico. Pero la responsabilidad más grave de Sergio III ante la historia se origina de sus relaciones con la familia de Teofilacto. Era Teofilacto, distinguido patricio, uno de los más altos funcionarios de la curia, que desempeñaba e1 cargo de vestararius, al cual pertenecía, entre otras prerrogativas, la superintendencia sobre el gobierno de Ravena, por lo que en la ciudad no había autoridad comparable a la suya. Se le daba comúnmente el título de senador y también, por estar al frente de las milicias, el de dux et magister militum. Poseía el castillo de Sant’Angelo y tan gran poder, que hacía sombra al mismo papa. A su lado gozaba de igual poder e influencia su esposa Teodora la cual, si fuéramos a creer a Liutprando de Cremona, no era más que una “meretriz impúdica”, que vivía 5
  • 6. en el libertinaje, poniendo su hermosura y sus pasiones al servicio de su ambición, a fin de acrecentar las riquezas y posesiones de su familia. Vulgarius, en cambio, un sacerdote formosiano, que luego se pasó al bando de Sergio III, la apellida “matrona santa y amadísima de Dios” y le habla con místico acento de sus “nupcias espirituales con el celeste esposo”. Seguramente que en Liutprando hay pasión y quizá ignorancia, en Vulgarius lisonja y adulación. Teofilacto y Teodora tenían dos hijas: Teodora la joven y Marozia, iguales a su madre en talento y ambición. El papa Sergio III debía probablemente la tiara al poderío de esta familia, cuya casa frecuentaba más de lo debido, tanto que, siendo ya un cincuentón, se dejó prender, a lo que parece, en los lazos amorosos de Marozia, la cual apenas tendría veinte años. Fruto de estas sacrílegas relaciones sería, según voces más o menos malintencionadas, un hijo que, andando el tiempo, se llamó Juan XI, y que ciertamente tenía a Marozia por madre. Tales son las noticias que recoge la crónica escandalosa y picante de Liutprando. No se le daría ningún crédito, ya que este autor, en su “Antapodosis” (retribución) se muestra muy parcial y confunde más de una vez los hechos y los nombres, si no viéramos confirmado este punto por el Liber Pontificalis, que, llegando a tratar de Juan XI, cifra toda su vida en estas únicas palabras: “Iohannes natione Romanus, ex Patre Sergio papa, sedit ann. III, mens. X”. Hay que notar, sin embargo, que el mismo Liber Pontificalis, al tratar más ampliamente de Sergio, no hace la menor alusión a sus relaciones con Marozia, como tampoco dicen nada Flodoardo ni Juan Diácono. Por eso no falta quien atribuya toda esta leyenda a una calumnia popular, hija de la envidia, calumnia que Liutprando aceptó sin crítica. Durante su pontificado, en 905 el emperador Luis III intentó regresar de su exilio, siendo capturado y cegado por el rey de Italia Berenguer I que lo destituyó como emperador e intentó infructuosamente que el Papa Sergio lo coronara como sucesor. En su relación con Bizancio, autorizó el cuarto matrimonio del emperador León VI con su amante Zoe, que le había dado su único heredero. Con ello no sólo se enfrentó con el Patriarca de Constantinopla, Nicolás el Místico sino que ignoró tanto la legislación civil de la época, como la eclesiástica. Entre los aspectos positivos de su pontificado cabe señalar que durante el mismo, en 910, se fundó la abadía benedictina de Cluny gracias a la donación de una villa que realizó el duque Guillermo I de Aquitania con la condición de que la misma dependiera directamente del Papa y no de un noble o un obispo. Por último, el nombre de Sergio III va gloriosamente unido a la basílica Lateranense, cuya reconstrucción, empezada por Juan IX, él la llevó a cabo con gran magnificencia. Murió el papa en abril de 911. Dos años rigió la Iglesia su sucesor el papa Anastasio III (911-913) y sólo seis meses Landon I (9I3-9I4) hasta que, con el apoyo de Teofilacto y Teodora, subió al trono pontificio, contraviniendo a los cánones, el obispo de Ravena Juan X (914-928). Son evidentemente falsos algunos rasgos novelescos que Liutprando refiere de este pontífice enérgico y emprendedor, que en tiempos tan aciagos tuvo conciencia de su papel de jefe de la cristiandad e intervino, no sin acierto, en los principales asuntos de Europa. Desde el primer momento echó de ver que la marea sarracena constituía un inminente peligro para Roma y sintió la necesidad de un poderoso protector. En el norte de Italia reinaba Berengario, codicioso siempre de la corona 6
  • 7. imperial. Juan X le brindó con ella y no tardó en ponérsela sobre la frente, luego que Berengario, ovacionado por la muchedumbre, entró en la Ciudad Eterna (noviembre de 915). Pronto se persuadió el papa de la poca eficiencia militar del nuevo emperador. El peligro urgía, y Juan X, dando muestras de fino talento diplomático, se arregló para formar una liga con Adalberto, marqués de Toscana; con Alberico, marqués de Espoleto, y con los bizantinos del sur de Italia. El mismo Papa, buen estratega y animoso guerrero, montó a caballo, capitaneando las tropas. Era el momento oportuno para acometer con denuedo, porque los musulmanes acababan de recibir un duro quebranto en sus fuerzas. El fanático y violento emir africano Ibrahim-ibn-Ahmed, habiendo asentado bien su pie en Sicilia, pasó el estrecho de Mesina, saqueó y devastó ferozmente todas las ciudades de Calabria, y hubiera llegado hasta Roma, si la muerte no le hubiera cortado los pasos en el asedio de Cosenza (octubre de 902). En Africa estallan sublevaciones: Sicilia se pone bajo la autoridad de los califas de Bagdad y entra en negociaciones con los bizantinos. Es entonces cuando el papa Juan X organiza aquella expedición militar que, con ayuda de la flota griega, destruye las últimas posiciones de los árabes en la península italiana (915). No faltan en años sucesivos (917 y 918, 925 Y 926) ataques contra las ciudades costeras; pero proceden de corsarios y piratas ávidos de botín, no de conquista. Uno de los héroes del Garellano había sido Alberico, marqués de Espoleto, casado con Ma¬rozia, la hija de Teofilacto. El poder e influencia de Alberico y Marozia eran en Roma tan absolutos, como poco antes los de Teofilacto y Teodora; tanto, que Juan X no se resignó a tolerar su opresión. Mientras Berengario, en la alta Italia, mantenía la corona del Imperio, a su sombra se sentía seguro e independiente el pontífice. Pero Berengario cayó asesinado el 12 de marzo de 924 y los grandes del reino ofrecieron la corona de Italia al conde Hugo de Provenza, hijo de la famosa Waldrada, que fue coronado dos años después en Pavía. Natural era que el papa buscase apoyo en é1 como en el más poderoso príncipe italiano. Miró con recelo Marozia la alianza de entrambos, sobre todo cuando, muerto su esposo Alberico, cónsul de Roma, pasó esta dignidad a la persona de Pedro, hermano del papa. Casose entonces ella con Guido, marqués de Tuscia, y como Juan X persistiese en su actitud independiente frente a los tiranos de Roma, Guido y Marozia lanzaron un puñado de gente armada contra el palacio de Letrán, mataron a Pedro, hermano de Juan X, y al papa lo encarcelaron en Sant’Angelo (mayo de 928), para quitarle luego la vida, sofocándole bajo una almohada. Marozia, dueña de la situación, hizo dar la tiara pontificia primeramente a León VI (mayo-diciembre de 928), que no reinó más que seis meses; después a Esteban VII (929-93I), que no dejó huella de su paso, y por fin a Juan XI (932-935), hijo de Marozia. ¿Qué más podía ambicionar aquella terrible mujer, que se hacía llamar “Domna Senatrix” y dominaba desde su castillo de Santángelo sobre el Vaticano y Letrán? Sólo el Imperio. Y trató de conseguirlo. Como se ha dicho, la dominadora Marozia, que, al decir de Liutprando, “non inviriliter monarchiam obtinebat“, había vuelto a quedar viuda por la muerte de Guido. Pensó entonces en unirse en terceras nupcias con Hugo de Provenza, que reinaba en el norte de Italia y que también estaba viudo. De esta manera no sólo dominaría en la península italiana, sino que haría que su hijo, el papa Juan XI, le otorgase al esposo la corona del Imperio. Parecía próximo a cumplirse este sueño dorado, porque en marzo del año 932 el rey Hugo, con la esperanza de 7
  • 8. ser pronto emperador, entraba en Roma con gran acompañamiento, dispuesto a celebrar las bodas con la mayor magnificencia. La ceremonia nupcial tuvo lugar en el castillo de Santángelo, presidida por el pontífice. Se hallaban ya en el banquete, cuando sobrevino la tragedia. Entre los comensales figuraba un hijo de Marozia, habido en su primer matrimonio con Alberico y que llevaba el mismo nombre de su padre, Alberico. Estaba muy descontento por el tercer matrimonio de su madre, y se explica muy bien que en el calor del banquete se enzarzase en discusiones y altercados con su padrastro, quien le llegó a insultar acerbamente. Irritado Alberico, convocó a sus partidarios y a otros descontentos, los arengó con juvenil elocuencia, evocando, frente a las ruinas, los antiguos tiempos gloriosos de Roma, señora del mundo, y los lanzó al asalto del castillo. Hugo, que había dejado su escolta fuera de los muros de la ciudad leonina, se descolgó precipitadamente de una ventana por una escalera de cuerda, y así logró escapar a la muerte. Marozia cayó prisionera de su propio hijo y también el papa. “La Domna Senatrix” ignoramos cómo terminó sus días, pero de Juan XI sabemos que, metido primeramente en la cárcel, salió luego a su palacio, aunque privado de todo poder político y sin actuar más que en las cuestiones puramente eclesiásticas. Murió recluido en 935 y le sucedió el piadoso León VII (936-939), devoto hijo de San Benito.  León VII. Papa n.º 126 de la Iglesia católica de 936 a 939. Murió de un ataque al corazón cuando practicaba sexo.  Juan VII. Papa nº 86 de la Iglesia católica de 705 a 707. Fue apaleado hasta la muerte por el marido de la mujer con la que se acostaba.  Juan XIII. Papa n.º 133 de la Iglesia católica de 965 a 972. También asesinado por otro marido engañado.  Paulo II. Papa nº 211 de la Iglesia católica de 1464 a 1471. Supuestamente murió mientras era sodomizado por un paje. --3-- Papas que fueron casados San Félix III 483-492 (2 hijos) San Hormidas 514-523 (1 hijo) San Silverio (Antonia) 536-537 8
  • 9. Adriano II 867-872 (1 hija) Clemente IV 1265-1268 (2 hijas) Félix V 1439 1449 (1 hijo) Papas que fueron hijos de otros papas u otros miembros de clero Nombre del Papa Papado Hijo de San Damasco I 366-348 San Lorenzo, sacerdote San Inocencio I 401-417 Anastasio I Bonifacio 418-422 Hijo de un sacerdote San Félix 483-492 Hijo de un sacerdote Anastasio II 496-498 Hijo de un sacerdote San Agapito I 535-536 Gordiano, papa San Silverio 536-537 San Hormidas, papa Marino 882-884 Hijo de un sacerdote Bonifacio VI 896-896 Adrián, obispo Juan XI 931-935 Papa Sergio III Juan XV 989-996 León, sacerdote Papas que tuvieron hijos ilegítimos después de 1139 Nombre del Papa Papado Hijo de Inocencio VIII 1484-1492 varios hijos Alejandro VI 1492-1503 varios hijos Julio 1503-1513 3 hijas Pablo III 1534-1549 3 hijos, 1 hija Pío IV 1559-1565 3 hijos Gregorio XIII 1572-1585 1 hijo --4-- Los hijos bastardos de los Papas 9
  • 10. Dice Cipriano de Valera en su obra “Dos Testamentos” escrito en 1588 “[…] la ceremonia de la silla para ver si es hombre o mujer, no se usa ya: la causa es, porque los que son elegidos por papas, se han habido tan honestamente, que no teniendo mujeres legítimas, se han mostrado ser hombres en las mancebas, rameras y prostitutas que tienen de las cuales han habido hijos bastardos y bastardas.” Para lo cual, haciendo uso de varios libros de historia, he recopilado una lista de los papas que engendraron sus propios hijos con las esposas de otros hombres, con sirvientas, sus propias hermanas y algunos, incluso, con sus propias hijas; a los que según la costumbre papista llamaban “sobrinos”: 1. Anastasio I, 399-401, tuvo un hijo bastardo que fue el Papa Inocencio I. 2. Hormisdas, 514-523, tuvo un hijo bastardo que llegó a ser el Papa Silvestre/Silverio. 3. Gregorio, 590-604, tuvo un hijo bastardo, que llegó a ser Benedicto VIII. 4. Gregorio III, 731-741, tuvo hijos bastardos antes de ser Papa y también cuando lo fue. 5. Sergio III, 904-911, tuvo un hijo bastardo con su hija Marozia, que fue el Papa Juan XI. 6. Juan X, 914-928, tuvo un hijo con Teodora. 7. Juan XII, 955-694, hijo bastardo de Marozia y su hijo Alberico, tuvo un hijo bastardo que llegó a ser Juan XIV. 8. Inocencio IV, 1243-1254, tuvo muchos hijos bastardos, a los que conforme a la costumbre papística, llamaba sobrinos. 9. Gregorio XII, 1406-1415, tuvo un hijo bastardo, con una monja benedictina, llamado Gabriel Condelmere que llegó a ser el Papa Eugenio IV. 10
  • 11. 10. Sixto IV, 1471-1484, tuvo un hijo bastardo llamado Jerónimo. 11. Inocencio VIII, 1484-1492, tuvo 16 hijos bastardos, uno de ellos fue Franceschetto Cibo. 12. Alejando VI, 1492-1503, tuvo varios hijos bastardos, por ejemplo Caesar Borgia, Lucrecia Borgia y el Duque de Gandia. 13. Julio II, 1503-1513, tuvo hijos bastardos y fue acusado de incesto con su propia hermana y con su hija.14. León X, 1513-1521, también tuvo hijos bastardos y uno de ellos fue Clemente VII. A los demás hijos se dedicó a enriquecerlos en gran manera haciéndolos duques y señores. 15. Clement VII, 1523-1534, uno de sus hijos bastardos fue Alejandro de Médicis. 16. Pablo III, 1534-1549, también tuvo hijos bastardos uno de ellos fue Peter Louis Farnese, otro fue Peter Lewis. 17. Pablo V, 1566-1572, cometió incesto con su propia hermana con quien tuvo varios hijos bastardos. 18. Gregorio XIII, 1572-1585, uno de sus hijos bastardos fue James Buoncompagno. 19. Pio VI, 1775-1799, uno de sus hijos bastardos fue Louis Braschi Onesti, además cometió incesto con su propia hermana con quien tuvo dos hijos. 20. Leon XIII, 1878-1903, tuvo un hijo bastardo que fue el Cardenal Satolli. La lista anterior muestra un período de 1,504 años en que los papas se dedicaron a engendrar a sus propios hijos. 11
  • 12. Guatemala 03/2010 www.historiayVerdad.org Lucrecia Borgia (1480 - 1519) Duquesa de Ferrara, Italia Lucrecia Borgia perteneció a la familia italiana (de origen español) más corrupta de la historia. A ella particularmente se le ha considerado culpable de asesinatos por envenenamiento, de incesto y muchas otras atrocidades. Sin embargo, tenía un carácter dual, pues por momentos se pensaba que era la mujer más casta, y por otros el vivo demonio. La historia no se ha decidido sobre cuál posición tomar, pues las atrocidades que se le adjudican no están comprobadas. Lucrecia nació en Roma en 1480. Su padre era el cardenal Rodrigo Borgia, quien después sería el Papa Alexánder VI y su madre Vanozza Cattanei, amante de Alejandro VI, por lo que Lucrecia es hija ilegítima, aunque él la reconoció dándole su apellido (Borgia) y la utilizó en todas sus intrigas. Tristemente famoso es también un hermano de ella, Cesare Borgia o Il Valentino, como era comúnmente nombrado entre los aristócratas del Renacimiento italiano. A los 11 años ya la habían comprometido dos veces, pero los acuerdos fueron anulados por Rodrigo. Cuando éste se convirtió en Papa, la casó con Giovanni Sforza, señor de Pesaro, en busca de una alianza con la poderosa familia feudal que reinaba en la Lombardía y Milán. Después de dos años de matrimonio y de vivir en Pesaro, ella regresó a Roma con su marido. Al poco tiempo la alianza entre las familias había perdido sentido, pues el Papa ya era muy poderoso y no necesitaba el apoyo de nadie. Así, planea matar a su yerno. Pero, antes de que el asesinato se desarrolle, César le cuenta a su hermana los planes del Papa, por lo que ella le advierte. Sforzahuye, y los Borgia estaban otra vez solos. Sin 12
  • 13. embargo, había que deshacerse del yerno y romper el parentesco, pero el joven no acepta el divorcio. Ante esta negativa, le proponen que demuestre que es hombre suficiente para estar casado con Lucrecia, acostándose con ella delante de testigos de las dos familias, a lo que por supuesto no accede. Realmente molesto,Giovanni decide decir públicamente lo que ya mucha gente sospechaba. Acusa a los Borgia de mantener relaciones incestuosas. El Papa, para nada molesto, ofreció entonces llevar a cabo la separación por anulación de votos debido a la no consumación de la unión. Sforza no tiene más salida y también por presión de su familia, firma el documento en el que confesaba la no consumación del matrimonio (impotentia coeundi). Durante este proceso, Lucrecia se enclaustró en un convento y sólo se comunicaba con su padre por medio de un mensajero. Es en este momento donde se presenta el carácter sórdido que envuelve a la familia hasta nuestros días y cuando la historia se empieza a convertir en leyenda, pues Lucrecia queda embarazada; aún hoy no está claro quién es el padre del futuro niño. Hay versiones que dicen que el padre era el mensajero que se había hecho amante de la princesa (un tal Pedro), otras dicen más bien que el niño es producto de las relaciones culpables que mantenía Lucrecia con su padre o con su hermano. Cuando nació el niño, Lucrecia se sometió a un examen de la Iglesia que la dictaminó como virgen. Alexandro VI para darle legitimidad al niño y apaciguar las malas lenguas, lo presentó hasta que tenía tres años, como su nieto, hijo de Cesar y de una mujer desconocida. Pero después hizo un comunicado en que lo reconocía como suyo, aunque tenía sesenta y siete años. Debido a estos informes papales magistralmente confundidos por Alexandro es que todavía no se sabe a quién atribuir la paternidad de este niño. Libre de cualquier obligación Lucrecia se casa con el Príncipe de Aragón, Alfonso de Biscaglie, para crear una nueva y poderosa alianza con elReino de Napoles. Pero con el tiempo, la alianza se volvió politicamente adversa para los Borgia. Por lo que mandan a matar al esposo deLucrecia. Apuñalado y al borde de la muerte, fue llevado a Palacio, donde Lucrecia lo cuidó y lo curó. Después de esta fallida tentativa, César Borgia se encarga personalmente y envía a un hombre de confianza. Con una trampa, logró que Lucrecia saliera del cuarto. Demasiado tarde se dio cuenta del error en que había incurrido y cuando se le permitió entrar de nuevo a la habitación, ya Alfonso estaba muerto. Al año, Alexandro deja la administración de la Iglesia y del Vaticano a Lucrecia, a lo que se opusieron muchos, puesto que era muy joven y no tenía experiencia. Fue por esta época que se pensó en volverla a casar, esta vez César eligió al tercer hombre, el 13
  • 14. príncipe y heredero del ducado de Ferrara, Alfonso d'Este, quien se vio obligado a aceptar la boda. A partir de este momento, Lucrecia se convirtió en una buena esposa y madre de cuatro niños. Aunque al mismo tiempo, mantuviera un romance platónico con el poeta Pietro Bembo. En 1505, la relación se terminó, pues Bembo se marchó a Venecia. Después Lucrecia mandó a traer a sus otros hijos: Giovanni, su medio hermano por decreto del Papa y Rodrigo hijo del segundo matrimonio. Su esposo se opuso firmemente a esta decisión y a Lucrecia no le quedó más que buscar a miembros de su familia para que cuidaran a los niños. Rodrigo terminó con Isabella de Aragón, en Napoli, en donde murió en 1512. Lucrecia devastada por la tristeza, se enclaustró en un convento por un tiempo. Luego, regresó con su marido. En 1519, después del nacimiento de su quinto hijo, que sobrevivió unos días, Lucrecia murió de fiebre puerperal, siendo la digna esposa del Duque de Ferrara, después de haber sido acusada de incesto y de varios asesinatos por envenenamiento, bajo las órdenes de su padre y su hermano. Sus contemporáneos no vieron en Lucrecia Borgia sino una princesa utilizada por el padre y el hermano para componendas políticas, pero bella, generosa y culta, amante del arte, capaz de alternar con los genios de la época, y siempre caritativa. Los venenos de los Borgia y Leonardo da Vinci Miguel Krebs Que los Borgia tenían mala reputación en Italia, no es ninguna novedad, sobre todo teniendo en cuenta la fama de envenenadores y asesinos que poseía la familia, comenzando por Cesar Borgia, duque de Valentinois, su padre, Rodrigo Borgia que luego sería el papa Alejandro VI y su hija ilegítima Lucrecia que como en el caso de sus otros hijos, fue fruto de la relación con su amante Vannozza Catanei. En medio del caos en que vivía Italia por aquella época, los Borgia trataron de acrecentar su poder mediante la traición y el engaño, alguno de cuyos detalles son mencionados por Nicolás Maquiavelo en su libro, El Príncipe. 14
  • 15. Lucrecia Borgia Padre e hijo no dudaron en utilizar a Lucrecia Borgia como señuelo sexual, para establecer relaciones con personalidades y hasta vínculos matrimoniales en su propio beneficio y cuando el candidato ya no les era útil o representaba un peligro para los intereses de la familia, lo eliminaban sin más miramientos, matándolo con violencia o envenenándolo, que era una manera más sutil de sacárselo de encima. Dice el escritor francés Guillaume Apollinaire en su novela “La Roma de los Borgia”, refiriéndose al recurso de emplear el veneno como una manera para eliminar enemigos que “La vida humana carece de valor. Su supresión se considera como un medio para alcanzar tal o cual fin y no como un crimen abominable”. En 1502 Leonardo da Vinci, después de haber trabajado durante varios años para Ludovico Sforza, duque de Milán, entra al servicio de Cesar Borgia como ingeniero militar, para la construcción de las fortalezas papales. Con Ludovico Sforza, Leonardo llevó a cabo funciones similares como consejero de fortificaciones pero además, fue maestro de festejos y banquetes donde pudo llevar a cabo su viejo sueño de comandar una cocina para experimentar con nuevos ingredientes, sabores y recetas. Conociendo estos antecedentes Cesar Borgia requirió sus servicios, además para los que fuera contratado, teniendo en cuenta el permanente afán de investigación que siempre imperó en la vida de este genio. La tarea encomendada consistía en elaborar un veneno que no fuera percibido por los probadores de comidas que estaban al servicio de la nobleza y eclesiásticos, acosados por enemigos que pretendían usurparles cargos, tronos o simplemente para vengarse de alguna trastada. 15
  • 16. Los probadores de comidas eran un símil de lo que es un catador de vino, té o café y los mejores, tenían una sensibilidad especial para detectar inmediatamente cualquier veneno que estuviera disimulado dentro de una preparación o bebida y podían distinguir las cualidades y características del mismo sin sufrir sus consecuencias ya que con el tiempo, el estómago se había inmunizado para asimilar cualquier ponzoña, sobre todo teniendo en cuenta que solo ingerían ínfimas cantidades del alimento a probar. Se podría decir que un probador de comidas era un suicida en potencia y por esa razón el desafío que se le presentaba a Leonardo da Vinci, era difícil, pero no imposible. Comenzó estudiando el veneno predilecto de los Borgia que era la cantarella o acqueta di perugia que según algunos autores, era producido por la combinación de sales de cobre, arsénico y sales de fósforo, producto de la evaporación de la orina, mientras que otros historiadores sostienen que fue una mezcla de arsénico y vísceras de cerdo que debían reposar durante treinta días en una vasija hasta su total putrefacción y una vez recogido sus líquidos, había que dejar evaporarlos para obtener una sal de color blanco, similar al azúcar y que en pequeñas dosis, era mortal. Los otros venenos con los cuales Leonardo continuó experimentando fueron la cicuta, planta con desagradable olor a orina cuyo zumo es venenoso y la belladona otra planta que contiene tres alcaloides venenosos, uno de los cuales es la atropina, muy utilizada por las mujeres venecianas del renacimiento, que la empleaban como dilatador de pupilas con lo cual, decían, sus ojos lucían con mayor brillantez. Apuntes sobre el aparato digestivo de Leonardo da Vinci 16
  • 17. A pesar de su empeño, Leonardo no consiguió dar con la pócima anhelada pero Cesar Borgia, un personaje violento y de pocas palabras, lo conminó a que en menos de 5 días tuviera el veneno listo para ser empleado contra el cardenal Minetto, un candidato a lucir la mitra papal para eliminar de raíz la corrupción que reinaba en la iglesia. El purpurado conocía muy bien la vida licenciosa del papa Alejandro VI, su relaciones incestuosas con Lucrecia y entre otras tantas rutinas escandalosas, el “baile de las castañas” que se celebraba en víspera del día de todos los santos en el Vaticano, donde a la luz de los candelabros, la fiesta terminaba en una orgía. De manera que era necesario mandar a Minetto al otro mundo en cuanto se presentase en el palacio de los Borgia, donde se lo esperaba para compartir una cena a la que asistiría acompañado por otras personalidades eclesiásticas. Durante los días siguientes, Leonardo recorrió las ferias en el centro de Roma en busca de alguna información que le pudieran suministrar los puesteros de hierbas y preparados medicinales, pero todos coincidían en que cualquier veneno se haría evidente al paladar de un buen probador de comidas. Faltando muy poco para la llegada del prelado y casi a punto de abandonar su cometido, Leonardo se encontró con un viejo amigo suyo, marinero en el tercer viaje de Cristóbal Colón a las Indias, quien después de escucharlo, le aseguró tener la solución a su problema y le habló concretamente de una planta que los nativos de la isla Trinidad llaman Ichigua y cuyas hojas, luego de secadas al sol, se enrollan formando un cilindro que se enciende con un tizón en un extremo y por el otro “chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha”. (1) 17
  • 18. El marinero le confesó haber traído unas cuantas hojas para su uso personal pero le garantizó que puestas a hervir, la infusión es insípida y mortal. Leonardo regresó a la cocina del palacio de los Borgia con un pequeño manojo de Ichigua dispuesto a experimentar con esta nueva adquisición y en un pequeño caldero puso a hervir algunas hojas picadas dejando que el agua se evaporara lo suficiente como para conseguir un caldo concentrado. Como el experimento no debía salir de la cocina ni estaba dispuesto a que alguien de la servidumbre lo probara, no tuvo otra alternativa que hacerlo consigo mismo, así que mojó la hoja de un cuchillo en la infusión, la pasó sobre su lengua y comprobó que efectivamente no sabía a nada. La segunda tarea consistía en encontrar la manera por la cual el comensal pudiera ingerir el veneno en cantidades suficientes como para no matarlo de inmediato, sino dentro de las próximas horas, para dar la sensación de que la víctima había muerto de un paro cardíaco mientras dormía. Leonardo prepara entonces unas truchas con salsa de eneldo en la que el fumé (2) de la voluté(3) es sustituido por la infusión concentrada de Ichigua. Y la tercera y más arriesgada de las tareas, era comprobar la efectividad del veneno para lo cual debía de hacerlo con un ser vivo pero esta vez, no estaba dispuesto a ser objeto de experimentación. Se encontraba Leonardo meditando una solución al problema cuando de pronto sintió que algo suave y esponjoso acariciaba su pierna derecha y quiso la suerte, que fuera el gatito de angora, mascota de Lucrecia Borges. El micifuz solía escaparse de tanto en tanto para tomar un poco de leche de una perola estacionada en un rincón de la cocina, pero esta vez se vería gratificado con una trucha en salsa de eneldo. Nunca mejor ocasión para comprobar la efectividad del veneno. Al día siguiente mientras Leonardo preparaba la mesa para tan distinguidos comensales, Lucrecia irrumpió en el salón preguntando afligida por su gatito al que estuvo buscando inútilmente por todos los rincones del palacio sin ningún resultado. Leonardo que ignora el paradero del felino, ve en esa preocupación la confirmación de que el veneno ha surtido efecto y que los restos del animalito deben yacer debajo de algún mueble donde solía esconderse. Sin perder tiempo, corre por los pasillos del palacio para informarle a Cesar sobre el éxito del nuevo veneno, omitiendo en el informe al gato de Lucrecia, que es reemplazado en su nueva versión por un pordiosero que rondaba en las inmediaciones del palacio en busca de comida. 18
  • 19. Por fin llega la hora de la cena en la que el papa Alejandro VI preside la mesa acompañado de sus hijos Cesar y Lucrecia y frente a él, con aspecto severo y miradainquisidora, se encuentra el cardenal Franco Minetto rodeado por el arzobispo de Salamanca y a su derecha, por el obispo de Santiago, monseñor Ribaldo Príades. Por detrás del cardenal Minetto y a dos pasos de distancia, está parado el probador de comidas, atento a cualquier indicación del prelado. Leonardo, haciendo una reverencia como indicaba el protocolo, pide permiso al papa para que los sirvientes puedan servir la cena, que da comienzo con un primer plato ya probado en lo de su antiguo señor Ludovico Sforza, cuando agasajó al cardenal Albufiero de Ferrara y que consistía en una ensalada de lechuga, con huevos de codorniz, huevas de esturión y cebolletas de Mantua. 19
  • 20. El cardenal Minetto miró con cierta desconfianza el sofisticado plato y con un leve ademán ordenó al probador de comida que se acercara para hacer su primera cata, la del vino y luego, la ensalada. Como ejercicio previo de concentración, el probador de comidas hizo una inspiración profunda y tras contener brevemente el aire en sus pulmones, lo exhaló lentamente. Cogió entonces la copa y sorbió una cantidad mínima, la suficiente como para enjuagar su boca con el vino y tras algunos segundos, dio su aprobación. El cardenal Minetto pidió disculpas por esta breve interrupción argumentando tener su estómago delicado y prefería que el probador de comidas aprobara los alimentos antes de ingerirlos, aunque todos sabían que la excusa era solo un eufemismo. Seguidamente el probador de comidas sacó de su escarcela una pequeña botella con un líquido para enjuagar su boca -que luego escupió en el suelo- y con los dedos fue cogiendo alternativamente mínimas cantidades de ingredientes que componían la ensalada y tras dar su aprobación, la cena continuó. Los tres eclesiásticos invitados no dejaron de preguntar acerca de rumores y comentarios que estaban en boca del pueblo y que comprometían seriamente la posición del papa Alejandro VI pero sin embargo, tanto Cesar como su padre, lograron sortear hábilmente la inquisitoria que fue interrumpida por Leonardo para hacer servir el segundo plato. Aquí presentaba su obra maestra, las truchas con salsa de eneldo acompañadas de exóticas verduras traídas de la China. 20
  • 21. A una nueva señal del cardenal Minetto, el probador de comidas deshace entre sus dedos un trozo del tierno pescado, lo unta con la abundante salsa de eneldo y lo lleva a la boca. Mientras cierra los ojos, trata de identificar algún sabor extraño, pero contrariamente, su comentario es de complacencia, cosa que anima al cardenal Minetto a continuar con el condumio en tanto que nuevamente se producen cruces de miradas entre los victimarios donde Cesar elogia a Leonardo por sus excelentes habilidades culinarias. De pronto, el cardenal Minetto hace un movimiento espasmódico y de un manotazo vuelca la copa de vino empujando la pesada silla hacia atrás y como impulsado por un resorte, se pone de pie llevándose las manos a la garganta de la que solo salen extraños sonidos tratando inútilmente de decir algo. El rostro del purpurado se torna morado por falta de oxígeno, las personas que lo rodean acuden a su auxilio y el cardenal, cogido del mantel cae pesadamente al piso arrastrando consigo la comida, y muere. La mirada penetrante de Cesar a Leonardo, presagia un terrible final por contrariar sus órdenes, pero en ese preciso instante, aparece el gatito de Lucrecia que aprovecha la confusión para comerse el pescado y su salsa esparcida por el suelo. Lucrecia da un grito de alegría en medio de la espantosa escena y lo alza para acariciarlo y a la vez reprenderlo por su travesura. Cesar totalmente confundido no consigue entender lo que está ocurriendo y menos Leonardo da Vinci, que ignora que la muerte del cardenal Franco Minetto fue a causa de una espina que se le quedó atravesada en la garganta. Los Borgia TweetEnviado por diminuta  I El Cardenal Borgia  II Alejandro IV  III El Pecador  IV. Cesar Borgia  V. Lucrezia Borgia  VI. El fin del poder Borgia  Bibliografía I El Cardenal Borgia El más interesante de los Papas de la época del Renacimiento nació en Játiva, España, el 1 de enero de 1431. Sus padres eran primos, ambos Borjas, unafamilia noble y de cierta influencia. Rodrigo recibió su educación en Játiva, Valencia y Bolonia. Cuando su tío fue ascendido a cardenal, más tarde convertido en el Papa Calixto III, una nueva y amplia vía se abrió para este joven ambicioso dentro de la carrera eclesiástica. Una vez en Italia tradujo su nombre Borja por uno de sonido más italiano: Borgia y fue convertido 21
  • 22. en cardenal con tan sólo veinticinco años; un año más tarde recibió el título de vicecanciller, convirtiéndose de tal forma, en cabeza de la Curia. Cumplió con sus obligaciones de forma efectiva, ganándose cierta reputación como buen administrador, manteniendo una vida austera y formando un importante grupo de amistades. Hasta los treinta y siete no se ordenó sacerdote. Fue un hombre tan atractivo durante su juventud, elegante en sus maneras, persuasiva su elocuencia, y alegre de temperamento que a las mujeres les resultaba difícil resistírsele. Habiendo sido criado dentro de los parámetros morales más relajados de la Italia del siglo XV, se entregó sin reservas a los placeres de la carne, decidiendo disfrutar de todas las bendiciones que de Dios había recibido. Pío II le recriminó su asistencia a "un indecente baile"(1460) pero aún así el Papa supo disculpar al joven Rodrigo permitiéndole continuar como vicecanciller y consejero personal. En ese año, su primer hijo, Pedro Luis, nació, y probablemente también su hija Girolama quien se casó en 1482; las madres de ambos niños permanecen siendo desconocidas. Pedro vivió en España hasta que, en 1488 fue llamado a Roma por su padre muriendo poco tiempo después. En 1464 Rodrigo acompañó a Pío II en un viaje a Ancona, donde contrajo una enfermedad venérea "porque -como dijo su médico- no había dormido sólo". Hacia 1466 formó una relación más estrecha con Vanozza de Catanei, una muchacha de veinticuatro años casada con Domenico d´Árignano, quién abandonó a su esposa en 1476. Vanozza concibió cuatro hijos de Rodrigo (se había ordenado sacerdote en 1468), el primero Giovanni (1478), Cesar en 1476, más tarde en 1480 nació la hermosa Lucrezia, y por último, en 1481 Giofe. Sobre la tumba de su madre el nombre de cada hijo fue escrito y por su padre siempre reconocidos. Semejante unión persistente y prácticamente monógama, en comparación con otros eclesiásticos, podría definirse de estabilidad y fidelidad, Roscoe decía: " Su unión a Vanozza parece ser sincera y uniforme, y aunque su relación necesariamente ha de ser desaprobada, él la trataba como a su esposa legítima. Fue un padre atento y benévolo; fue una pena que sus esfuerzos por hacer prosperar a sus hijos no siempre reportaran gloria a la Iglesia". Cuando Rodrigo ambicionó el trono papal se convirtió en un "marido" tolerante para Vanozza y le ayudó a acrecentar su fortuna. Enviudó dos veces, casada de nuevo, vivió en un modesto retiro disfrutando de los triunfos de sus hijos pero lamentando el verse separada de ellos, ganó cierta fama de piadosa y murió a los setentiséis años de edad dejando todas sus propiedades a la Iglesia. León X envió a su chambelán en representación papal el día de su funeral. Lo cierto es que se debería olvidar una tradición histórica que se ha ocupado de envilecer el nombre de Alejandro VI para juzgar a este Papa con unos criterios más actuales y no dejarnos impresionar por el morboso juego que ha dado su bibliografía a numerosa literatura, incluso erótica. Sus pecados, considerados en su tiempo como canónicos y mortales, podrían ser calificados hoy en día como veniales y perdonables. Tendríamos que tener en cuenta que la opinión general en el tiempo que Rodrigo se convirtió en Papa era más indulgente con las libertades sexuales que se perpetraban contra el celibato eclesiástico. El mismo Pío II abogó y defendió la posibilidad de matrimonio para los sacerdotes; Sixto IV tuvo varios hijos; Inocencio VIII incluso metió a los suyos en el 22
  • 23. Vaticano. Muchos condenaron y reprobaban la moral de Rodrigo, pero de hecho nadie lo mencionó a la hora de elegir al sucesor de Inocencio en el cónclave. Cinco papas, también el virtuoso Nicolás V, le habían otorgado lucrativos beneficios durante todos estos años a sus servicios, le habían confiado complicadas tareas y dado puestos de responsabilidad sin, aparentemente, tener en cuenta su exuberante capacidad procreadora. Por el contrario, lo que de este hombre era realmente remarcable en 1492 era que había sido distinguido como vicecanciller durante treinta y cinco años y confirmado en este cargo por cinco Papas distintos, encargándose de administrar de forma laboriosa y competente. Iacopo da Voltera le describía así: " un hombre dotado de un intelecto capaz de cualquier cosa y gran sentido común; ávido argumentador, denaturaleza astuta y con una maravillosa habilidad resolviendo diligencias". Era popular en Roma, cuando se supo que Granada había sido conquistado por los Reyes Católicos celebró el acontecimiento deleitando a los romanos con una corrida de toros por todo lo alto. Quizás los cardenales que se reunieron en el cónclave de agosto de 1492 estaban también interesados en su fortuna pues en tantos años se había convertido en el cardenal más rico- a excepción de d´Estouteville- que en Roma se pudiera recordar. Muchos confiaron en recibir cuantiosas dádivas en recompensa por votarle, y no les falló; Infessura describió este proceso como "la distribución evangélica de sus bienes entre los pobres" no se trataba de un método inusual, cada candidato lo había utilizado en muchos cónclaves pasados, hoy en día los políticos hacen lo mismo. El voto decisivo corrió a cuenta del cardenal Gherardo, de noventiséis años de edad, y prácticamente falto de la entera posesión de sus facultades. Finalmente se eligió a Rodrigo Borgia por mayoría absoluta (10 de agosto de1492). Cuando se le preguntó qué nombre respondería contestó: "por el de Alejandro Magno, el Invencible". Fue un pagano comienzo para un pontificado pagano. II Alejandro IV La selección del cónclave coincidió con la opinión pública, nunca una coronación papal había supuesto tantas celebraciones populares. El pueblo se vio deleitado por una panorámica cabalgada de blancos caballos, figuras alegóricas, tapices y dibujos, caballeros y grandes, tropas de arqueros y jinetes turcos, setecientos sacerdotes, cardenales ataviados de sus ropajes más coloridos, y finalmente, Alejandro VI en persona, sesenta y un años pero de figura majestuosa, rebosante de salud, energía y orgullo, "de sereno semblante y sobresaliente dignidad" relataba un testigo "parecía un emperador incluso cuando bendecía a la multitud", sólo unas cuantas mentes sobrias, como por ejemplo Giuliano della Rovere y Giovanni de Medici, expresaron su aprehensión hacia el nuevo Papa, conocido como un padre protector, se sospechaba acertadamente que utilizaría todo su poder para engrandecer a su familia más que fortalecer a la Iglesia. Comenzó bien. En los treinta y seis días que corrieron entre la muerte de Inocencio y la coronación de Alejandro VI se registraron en Roma 220 asesinatos, el Papa hizo del primer asesino capturado un ejemplo de escarmiento: el reo fue ahorcado junto a su hermano y su casa destruida. La ciudad aprobó estas severas medidas; el crimen bajó y el orden fue 23
  • 24. restaurado en Roma; toda Italia se congratulaba de que una la Iglesia estuviera bajo laautoridad de un hombre estricto. El Arte y la Literatura eran símbolos de su tiempo. Alejandro hizo posible la construcción de numerosos monumentos y edificios tanto dentro como fuera de Roma; financió un nuevo tejado para Santa María Maggiore con el oro americano que le habían regalado los Reyes Católicos; remodeló el Mausoleo de Adriano en el fortificado Castillo de Sant´ Angelo, redecorando su interior además de proporcionarle celdas para prisioneros. Mandó construir un corredor cubierto entre el castillo y el Vaticano, el mismo que le dio cobijo durante el ataque de Carlos VIII en 1494 y salvó a Clemente VII de la emboscada luterana acaecida durante el saqueo de Roma. Pinturicchio se comprometió a adornar el Appartamento Borgia en el Vaticano, cuatro de estos seis cuartos fueron restaurados y abiertos para el público bajo el papado de León XIII, una luneta en uno de estos cuartos representa un retrato de Alejandro VI- una sonriente imagen vestida majestuosamente. En otro de los aposentos una Virgen enseñando al Niño a leer fue descrita por Vasari (Vasari II, Pinturicchio.) como el retrato de Guilia Farnese de la que se decía ser la amante del Papa. Vasari añade que el cuadro contenía "la cabeza del Papa Alejandro adorándola" pero no se encuentra visible en lapintura. Reconstruyó la Universidad de Roma, empresa para la que mandó llamar a distinguidos maestros. Le gustaba el teatro, para su diversión y entretenimiento los estudiantes de la Academia Romana eran contratados para representar comedias y ballets para sus festivales familiares privados. Prefería la música ligera a la densa filosofía. En 1501 restableció la censura sobre publicaciones bajo edicto requiriendo que ningún libro sería publicado sin la autorización y aprobación del arzobispo local, sin embargo permitió una amplia libertad para la sátira y el debate, "Roma es una ciudad libre" dijo el Papa al embajador Ferrarese "una ciudad donde todo el mundo puede escribir y decir lo que le plazca; se me critica mucho, pero a mí no me importa" Su oficina administrativa fue, en los primeros años de su pontificado, inusualmente eficaz, Inocencio VIII había dejador grandes deudas a cargo del tesoro de la Iglesia lo cual le supuso al nuevo Papa toda su habilidad financiera, tarea que le llevó cerca de dos años. El número de empleados del Vaticano fue reducido, gastos recortados y las cuentas estrictamente guardadas y anotadas. Alejandro representó el laborioso ritual de sus diligencias con fidelidad pero con la impaciencia propia de un hombre ocupado. Su maestro de ceremonias era un alemán, Joham Burchard, que contribuyó a perpetuar su fama e infamia anotando todo lo sucedido en un Diarium, incluyendo muchas de las cosas que el Papa hubiera preferido no mencionar. A los cardenales que le apoyaron en el cónclave el Papa obsequió y recompensó generosamente. Unos años después de su elección creó doce nuevos cardenalicios, mucho de ellos fueron hombres que contaban con verdaderas habilidades, algunos fueron escogidos en virtud de intereses políticos necesarios de conciliar; dos eran escandalosamente jóvenes- Ipplito d´Este, de quince años y Cesar Borgia, que tan sólo tenía 18 años; uno de ellos, Alessandro Farnese debía su ascenso a su hermana Guilia, de quien se creía que era la amante del Papa, los romanos, de afiladas lenguas, apodaron a 24
  • 25. Farnesse il cardenale della gonnela, sin saber que el mismo Alessandro se convertiría años más tarde en Pablo III. El cardenal de más influencia entre aquellos más ancianos, Guiliano della Rovere, se exasperó al descubrir que, habiendo tenido gran poder sobre la voluntad de Inocencio VIII, tenía poco que hacer con Alejandro VI, quien hizo al Cardenal Sforza su principal consejero. Furioso Giuliano armó una guardia en Ostia y embarcó hacia Franciadonde embelesó a Carlos VIII animándole a invadir Roma, reunir un concilio y deponer a Alejandro bajo la acusación de simonía. Mientras tanto, Alejandro trataba de plantarle cara a los problemas propios de un pontificado que se regía bajo los diversos poderes que en ese momento reinaban en Italia. Los Estados Pontificios habían caído de nuevo en manos de los dictadores locales, quienes, llamándose a sí mismos vicarios de la Iglesia, habían aprovechado la oportunidad que les había proporcionado la debilidad de Inocencio VIII para restablecer prácticamente laindependencia que habían perdido sus predecesores. Algunas de las ciudades pontificias eran controladas por consejos locales. La primera tarea de Alejandro consistió en unir todos los Estados Pontificios bajo una administración centralizada: la labor fue encomendada a Cesar Borgia, cumpliendo con su cometido con tal eficacia y rapidez que despertó la admiración del mismo Maquiavelo. En el seno de Roma latía un problema más inmediato y alarmante, la turbulenta autonomía de los nobles, teóricamente subjetiva pero de hecho hostil y peligrosa. La fragilidad del papado desde Bonifacio VIII (1303) había permitido a estos barones mantener un feudo medieval con soberanía sobre los estados, creando sus propias leyes y jurisprudencia, organizando ejércitos privados, promoviendo conflictos internos que arruinaban el comercio. Para hacernos una idea de estos abusos baste con decir que poco después de la ascensión de Alejandro VI Franceschetto Cibó vendió, por la suma de 40,000 ducados los estados que su padre, Inocencio VIII le había dejado, a Virginio Orsini. Orsini regía un alto puesto en el ejército napolitano, había recibido de Ferrante la mayoría del dinero que le permitió la compra, de hecho Nápoles había conseguido de esta guisa dos fuertes en territorio papal. La respuesta de Alejandro no se hizo esperar, formó una alianza con Venecia, Milán, Ferrara y Siena, reuniendo un ejército y fortificando la barrera que separaba Sant´Angelo y el Vaticano. Fernando II de España, temiendo que un ataque combinado sobre Nápoles acabaría con el poder de Aragón sobre Italia persuadió al Papa para que negociara con Ferrante. Orsini entregó a Alejandro VI 40,000 ducados en concepto de pago para obtener el derecho de mantener su compra, al mismo tiempo que el Pontífice comprometía a su hijo Giofre, de trece años, con Sancia, la preciosa nieta del rey napolitano (1494). En recompensa por su feliz mediación, el Papa concedió a Fernando el Católico las dos Américas. Colón había descubierto Las Indias dos meses después de la sucesión de Alejandro, Juan II de Portugal reivindicó el derecho a esas tierras en virtud de la Bula que el Papa Calixto III le había acreditado en 1479, la cual confirmaba su derecho sobre todas las tierras de la costa atlántica, además de esta, el pacto de Alçasovas que firmó España con Portugal reconociendo estos derechos, tenían confirmación en otras dos Bulas papales, 25
  • 26. la "Aeteris regis" de 1481 y la Bula "Romanus pontifex" de Nicolás V otorgada en 1455 que hacía alusión a estos mismos temas. Alejandro VI concedió a los Reyes Católicos tres bulas paralelas a las que ya tenía Portugal: una de donación de tierras e islas descubiertas o por descubrir. Otra de concesión de privilegios en las tierras descubiertas referentes a su evangelización y una tercera de demarcación, que delimitase la navegación de castellanos y portugueses en el Atlántico. Su publicación proporcionaba el título de dominio y dotaban a España de exclusividad bajo pena de excomunión para aquellos que no las respetasen. La Bulas, extendidas en este contexto fueron las siguientes: "Inter Coetera"(3 mayo 1493) "Inter Coetera" (4 de mayo 1493) "Eximiae Devotionis (3 de mayo 1493), "Piis fidelium" (25 de junio 1493) y por último" "Dudum siquidem" (26 de septiembre de 1493). Conocidos estos principios, los Reyes de Castilla podían navegar, descubrir y apropiarse de las tierras concedidas al oeste del Atlántico, mientras que a los portugueses les correspondería las halladas al este. Salvaguardados los derechos portugueses al Sur de las Canarias y hacia la India, nadie podía aferrarse a estas concesiones ya que se otorgaban de motu propio por la Santa Sede. No habiendo lesión de derechos, no hay que suponer intrigas y presiones en la concesión de las Bulas. Sin embargo las Bulas no obligaban a nada, concedían mucho y eran la expresión de la habilidad diplomática exterior de Fernando el Católico. En cualquier caso las Bulas se concedían bajo el supuesto de que las tierras descubiertas no estuvieran habitadas por cristianos, comprometiéndose los conquistadores en la labor de convertir a los nuevos súbditos a la fe verdadera. La "garantía papal" meramente confirmaba la conquista por la espada, pero preservó la paz entre los dos poderes peninsulares. Parece que a nadie le preocupó que los paganos nativos tuvieran ninguna clase de derechos. Este tema fue posteriormente desarrollado por el Padre Las Casas, Sepúlveda y el Padre Vitoria. Mientras Alejandro VI se disponía a distribuir y repartir continentes no le resultaba, en cambio, tan fácil contener al propio Vaticano. Cuando muere Ferrante de Nápoles (1494), Carlos VIII decide invadir Italia y restablecer Nápoles bajo autoridad francesa. Temiendo el Papa su deposición, Alejandro VI se aventuró a solicitar ayuda al Sultán turco, en julio de 1494, envió un secretario papal, Giorgio Bocciardo para alertar a Bajazet II de la inminente invasión de Carlos VIII, este, tomaría Nápoles, depondría o controlaría al Sumo Pontífice y usaría a Djem como pretendiente al trono del Imperio Otomano en una cruzada contra Constantinopla. Alejandro proponía al Sultán hacer causa común frente a Francia, unido a Nápoles y Venecia. Bajazet recibió al emisario con toda la cortesía propia de oriente, y le mandó de regreso con los 40,000 ducados que supondrían la manutención de Djem y saludos a Alejandro. En la ciudad de Seniagallia Bocciardo fue apresado por Giovanni della Rovere, hermano del ofendido cardenal; los 40,000 ducados fueron confiscados junto a las cinco cartas del sultán para el Papa. Una de estas cartas proponía a Alejandro ordenar la muerte de Djem y enviar su cadáver a Constantinopla, además de prometerle la suma de 3000,000 ducados "con los que Su alteza podrá comprar dominios para sus hijos", el Cardenal della Rovere se apresuró en hacer copias de estas cartas y enviarlas al rey francés. Alejandro alegó una conspiración en su contra, diciendo que las 26
  • 27. cartas habían sido falsificadas y la historia inventada. La evidencia histórica mantiene la autenticidad de la misiva papal pero sostiene que las contestaciones fueron probablemente falsificadas. (Cambrige, Modern History, I) Venecia y Nápoles habían entrado en negociaciones similares con los turcos. Carlos VIII marchó hacia Italia, avanzó por Milán y Florencia hasta que llegó hasta Roma en diciembre de 1494; una escuadra naval asedió el puesto de Ostia- el importante puerto romano en la boca de Tiber- amenazando con sabotear el envío de grano desde Sicilia. Mucho cardenales, incluso Ascanio Sforza, se declararon a favor del Rey; la mitad de los cardenales en Roma se aliaron con él en un intento para deponer al Papa. Alejandro se refugió en el Castillo de Sant´Angelo, enviando delegados para tratar con el conquistador. Carlos no pretendía deponer al Papa ya que esta acción supondría enemistarse con España, su meta era Nápoles. Pactó la paz con Alejandro VI bajo la condición de proporcionarle un salvoconducto para su ejército a través del Latium y el perdón para todos los cardenales que le hubieran apoyado. Alejandro retornó al Vaticano, disfrutó de las tres genuflexiones que Carlos VI hizo ante él mientras de él recibía obediencia formal y todos los planes para deponer al Papa fracasaron. El 25 de enero de 1494 Carlos se trasladó a Nápoles llevándose consigo a Djem quien murió un mes después de bronquitis, la leyenda negra cuenta que fue el mismo Alejandro quien envenenó al turco, pero hoy en día esta tesis está completamente rechazada. Una vez los franceses hubieran marchado, Alejandro recuperó su valentía y se convenció de la necesidad de fortalecer los Estados Pontificios creando un importante ejército con un ejemplar general al mando que librara a los papas de dominación secular. Junto a Venecia, Alemania y España formó la Santa Liga (31 de marzo de 1495) para mutua defensa y protección frente a los turcos, y secretamente, con el fin de expulsar a los franceses de Italia. Carlos VIII sospechando las intenciones del Papa volvió a Roma a través de Pisa; Alejandro, para evitarle, permaneció refugiado en Orvieto y Perugia, una vez embarcó Carlos hacia Francia, volvió triunfante el Papa a Roma; demandó de Florencia su unión a la Santa Liga y silenció a Savonarola, fiel aliado del rey francés. Reorganizó el ejército papal, poniendo al frente a su hijo mayor Giovanni enviándole a reconquistar para su mayor gloria las insurrectas fortalezas de Orsini (1496). Pero no era Giovanni el hijo destinado a cumplir la labor de general: fue vencido en Soriano y retornó a Roma hundido en la desgracia muriendo poco después. Alejandro recobró los dominios vendidos a Orsini además de capturar el puerto de Ostia arrebatándoselo a los franceses, fue entonces, triunfante y victorioso sobre todos los obstáculos, cuando mandó a Pinturicchio pintar sobre las paredes de los aposentos papales del Castillo de Sant´Ángelo los frescos que representaban el triunfo del Papa sobre el Rey. III El Pecador Roma aplaudía su labor dentro de la administración interna además de su carrera diplomática, sin embargo le reprobaba sus escarceos amorosos, criticaba la forma en la que hacía a sus hijos prosperar y le escandalizaba que se hubiera rodeado de españoles despreciando a los italianos dentro de la curia. Un centenar de familiares españoles del Papa se había congregado en Roma, un observador comentaría: "Ni siquiera diez papados 27
  • 28. hubieran bastado para dar cobijo a tanto primo" El mismo Alejandro era a estas alturas de la Historia completamente italiano en su cultura, política y maneras, pero seguía amando España: hablaba en español constantemente con sus hijos Lucrezia y Cesar, elevó a diecinueve españoles a la categoría de cardenal y se rodeó de sirvientes catalanes. Los romanos, heridos en su orgullo, le apodaron "el Papa marrano" haciendo burla de su ascendencia judía conversa; Alejandro se excusaba explicando que muchos italianos, especialmente aquellos del Colegio Cardenalicio, le habían traicionado, cuando no, habían sido desleales, y que debía apoyarse sobre un núcleo de fieles colaboradores que le debieran lealtad. Según Creighton: " en las precarias condiciones en las que se encontraba la política italiana los aliados no eran dignos de confianza a no ser que su fidelidad estuviera fundamentada en motivos interesados; de tal forma, Alejandro VI utilizó el matrimonio de sus hijos como método para asegurarse la lealtad de un partido político a su alrededor que fuera fuerte e influyente. En realidad él no confiaba en nadie salvo en sus hijos a quienes veía como instrumentos políticos para llevar a cabo sus planes" (M. Creighton, History of the Papacy During the period of the Reformation ) Durante un tiempo mantuvo la esperanza de que su hijo Giovanni le ayudara a defender y proteger los Estados Pontificios, pero Giovanni había heredado el gusto de su padre por las mujeres, no su capacidad de mando, percibiendo que de sus hijos el único competente para participar en el juego de la política italiana en aquella época tan violenta era Cesar, Alejandro le concedió todo lo necesario para financiar el creciente poder de su hijo. También fue la dulce Lucrezia instrumento de sus fines. El cariño que el padre procesaba por la hija le llevó a tales demostraciones de ternura que las lenguas viperinas le acusaron de incesto e imaginaron una mórbida historia que le situaban como un competidor más, que junto a los hermanos de Lucrezia, luchaban por su amor. En dos ocasiones el Papa tuvo que ausentarse de Roma dejando a su hija encargada de sus aposentos en el Vaticano, con autoridad para abrir su correspondencia y atender todo el trabajo rutinario, semejante delegación de poder a una mujer era frecuente en las casas reinantes- tales como Ferrara, Urbino, Mantua- pero en Roma era motivo de shock y escándalo. La ciudad le había perdonado su relación amorosa con Vanozza, incluso se maravillaba con Guilia; la Farnese nació con el don de la belleza, causaba admiración y fascinación allí por donde pasaba, pero aún más su cabellera dorada que, cuando la dejaba suelta, llegándole hasta los pies, contaban que hacía hervir la sangre de cualquier hombre. Sus amigos la llamaban "La Bella". Sanudo hablaba de ella como "la favorita del Papa, una joven de extraordinaria belleza, comprensiva, graciosa y gentil"; en 1493 Infessura la describió como la concubina del Papa en el relato que hizo sobre el banquete nupcial que se celebró en el Vaticano con motivo de la boda de Lucrezia; el Historiador Matarazzo utilizó el mismo término para Giulia y un ingenioso florentino la tildó sposa di Cristo, un adjetivo normalmente reservado para la Iglesia. Guilia dio luz a una hija, Laura, registrada oficialmente como concebida por el marido de esta, Orsino Orsini, pero reconocida por el cardenal Alessandro Farnese como la hija de Alejandro VI. No existe ninguna duda sobre la sensualidad del Papa español, un síntoma incompatible con el celibato. Él era un hombre y 28
  • 29. como tal se sentía; parece ser que creía, junto a muchos eclesiásticos de su época, que el celibato clerical era un error, y que deberían tener permitido gozar de la compañía de una mujer. En el otro lado, la devoción que sentía por sus hijos, muchas veces olvidándose de sus deberes para con la Iglesia, podría bien utilizarse como argumento para defender la sabiduría con la que el canon del celibato fue escrito. ¿Fue su fe pretendida? Probablemente no; en sus cartas, incluso aquellas que mandaba a Giulia, están llenas de frases piadosas que no son indispensables en la correspondencia privada. Él era un hombre de acción, había absorbido la moral laxa y relajada de la época, sólo esporádicamente notaba cierta contradicción entre la ética cristiana y su vida. Parece que él sentía que, en sus circunstancias, la Iglesia necesitaba un estadista y no un santo; él admiraba la santidad pero creía que pertenecía más al mundo monacal y la vida privada que al hombre que cada día debía atender a diplomáticos sin escrúpulos y déspotas expansionistas. Acabó utilizando sus mismas armas. Necesitaba financiación para su gobierno y sus guerras: vendió cargos eclesiásticos, se apoderó de los dominios de los cardenales difuntos y explotó el año jubileo de 1500 al máximo. Dispensaciones y divorcios eran concedidos como la parte lucrativa de un negocio político: si Enrique VIII deInglaterra hubiera tenido que tratar sobre su anulación con Alejandro probablemente la Iglesia Anglicana como tal no existiría hoy en día. Aparte de alargar el jubileo asegurando indulgencia plenaria a todos los cristianos que a Roma peregrinaran, para enriquecer sus arcas nombró doce nuevos cardenales cuya asignación no se debía a sus méritos sino más bien hasta cuanto ascendía la suma que podían ofrecer, pagando en total 120,000 ducados al Papa. En contra de la opinión general que alegaba el envenenamiento de aquellos cardenales o enemigos que se tomaban demasiado tiempo para fallecer de muerte natural, por orden tanto de Alejandro como de Cesar Borgia, podemos aceptar provisionalmente la conclusión a la que ha llegado las más recientes investigaciones- "no hay evidencia de que Alejandro VI envenenara a nadie", esta teoría no le libra enteramente de culpa pues sigue bajo sospecha; en realidad estas sospechas nacieron de las sátiras, panfletos y demás que se utilizaban como armas arrojadizas entre familias enfrentadas: Infessura servía a los Colonna con su pluma, Mancione valía tanto como un regimiento para los Savelli. Alejandro, como parte de la campaña contra los nobles, publicó en 1501 una bula detallando todos los vicios y pecados de los Savelli y los Colonna. Como podemos observar estos "documentos" bien valieron para crear la leyenda negra que persigue al Papa Borgia dibujándole como un monstruo de perversión y crueldad. Alejandro ganó la batalla armada, pero sus nobles enemigos encabezados por el Papa Julio II ganaron la batalla de la palabra, convirtiendo de esta forma la leyenda en Historia. Pero Alejandro tenía debilidades y la mayor de ellas era su hijo Giovanni a quien quería incluso más que a Lucrezia, el Duque de Gandía era guapo, simpático, y un buen hijo. Cuando Alejandro conoció la noticia de su muerte se sintió tan lleno de dolor que se encerró y dejó de alimentarse, se decía que sus lamentos se podían oír en las calles. Ordenó la busca y captura de sus asesinos pero pronto se dio por vencido y dejó que el 29
  • 30. crimen permaneciera en el misterio. Cuando el Papa recobró el autocontrol reunió a los cardenales (19 de junio de 1497), recibió las condolencias y les dijo: "He querido al Duque de Gandía más que a nada en este mundo" atribuyó la pena como la carga más pesada que hubiera podido recibir del cielo y posteriormente anunció: "Nos, estamos dispuestos a resolver y enmendar nuestra vida, y reformar la Iglesia...en lo sucesivo los beneficios se otorgarán sólo a aquellos que los merecen y de acuerdo con los votos de los cardenales. Renunciaremos a todo nepotismo. Comenzaremos por reformarnos a nosotros mismos y procederemos después con cada parte de la Iglesia hasta que nuestra labor sea completada" Un comité de seis cardenales fue elegido para crear un programa de reforma. Esta labor fue tan clarividente y la bula de reforma presentada a Alejandro tan excelente que, sus previsiones puestas en práctica hubieran, probablemente, salvado a la Iglesia tanto de la Reforma como de la Contrarreforma. Sin embargo, la necesidad de financiar el ambicioso proyecto político de Alejandro no permitió llevar a cabo este programa. IV. Cesar Borgia Alejandro tenía sobrados motivos para estar orgulloso de su hijo: Cesar era un atractivo hombre de cabellos rubios, alto, fuerte y valiente. Pensar que este personaje era más bien un monstruo es no profundizar en la evidencia. Uno de sus contemporáneos le describía como: "un joven de graninteligencia y excelente disposición, alegre y siempre de buen humor" otro escribía que era: "incluso más guapo que su hermano el Duque de Gandía" La gente no podía dejar de apreciar su garbo, destreza en el mando y una actitud superior que tiene todo aquel que cree haber heredado el mundo, las mujeres le admiraban pero encontraban difícil enamorarse de él puesto que, al contrario que su padre y sus hermanos, no era el sexo femenino lo principal en su escala de prioridades. Estudió derecho en la Universidad de Perrugia y, aunque no dedicaba demasiado tiempo a los libros considerados "culturizantes", escribía versos de vez en cuando y tenía buen gusto para el arte: cuando el Cardenal Raffaello Riario desdeñó el cuadro de un cupido,obra de un joven y desconocido artista florentino llamado Miguel Ángel Buonarroti, fue Cesar quien pagó una buena suma por obtener la obra. Claramente su carrera eclesiástica no era vocacional, Alejandro le hizo arzobispo de Valencia en 1492 y cardenal un año después, en realidad Cesar nunca se ordenó sacerdote. Desde que una ley canónica prohibía ordenar cardenales a hijos bastardos, Alejandro en una Bula publicada el 19 de Septiembre de 1482 lo declaró hijo legítimo de Vanozza y d´Arignano. En 1497, poco después de la muerte de Giovanni, Cesar fue a Nápoles como delegado papal en la coronación del Rey de Nápoles; quizás le impresionara este acto porque a la vuelta le pidió insistentemente a su padre que le dejara renunciar sus votos y a su carrera eclesiástica. No había forma de escapar a este destino a no ser que Alejandro admitiera públicamente que Cesar era su hijo ilegítimo, cosa que hizo consiguiendo que inmediatamente la ordenación de cardenal fuera invalidada (17 agosto de 1498). Restaurada su ilegitimidad, Cesar retornó al juego político. 30
  • 31. El matrimonio de Cesar se solucionó cuando Louis XII pidió al Papa la anulación de su matrimonio, al que había sido forzado, y que según él, nunca había sido consumado. En octubre de1498, Alejandro envió a Cesar partir hacia Francia con el decreto de divorcio para el Rey. Encantado con el divorcio y más feliz aún ante la posibilidad de casarse con Anne de Bretaña, viuda de Carlos VIII, Louis ofreció a Cesar la mano de Charlotte d´Albret, hermana del Rey de Navarra; además hizo del hijo del Papa duque de Valentinois y Diois, dos territorios franceses sobre los que el papado tenía ciertos derechos. El matrimonio selló una alianza entre el Pontífice y un Rey que planeaba abiertamente invadir Italia para tomar bajo su poder Milán y Nápoles. Este pacto rompió la alianza de la Santa Liga que Alejandro había ayudado a formar en 1495, preparando de este modo el escenario propicio para las guerras de Julio II. Alejandro por fin había encontrado al general que tanto ansiaba para que llevara a las fuerzas armadas de la Iglesia hacia la reconquista de los Estados Pontificios. Louis XII contribuyó a la causa con ejército bien equipado, aunque pequeño para luchar contra una docena de déspotas, pero Cesar estaba ansioso por partir hacia la victoria. Para añadir un arma espiritual, el Papa proclamó una solemne Bula declarando que: Caterina Sforza y su hijo Octavio dominaban Imola y Forlí-- Pandolfo Malatesta dominaba Rimini-- Giulio Varano dominaba Camerino—Astorre Manfredi dominaba Faenza—Guidobaldo dominaba Urbino—Giovanni Sforza dominaba Pesaro—sólo porque habían usurpado todas estas tierras, propiedades y derechos a la Iglesia, perpetrando la justicia y la ley; eran tiranos que habían explotado a sus súbditos y abusado de sus poderes, y como tales debían ser expulsados, si no por su propia resignación, por la fuerza de la espada. Posiblemente lo que Alejandro pretendía era unificar un reinado para dejárselo en herencia a su hijo. El mismo Cesar soñaba con esta posibilidad; Maquiavelo así lo hubiera deseado, enorgulleciéndose ante la visión de una Italia unida y bajo el poder de un hombre fuerte e inteligente que echara a todos los invasores. Al final de su vida, Cesar, lamentaría no tener otra meta que recuperar los estados de la Iglesia para la Iglesia, y que se contentaría con que el gobernador de la Romagna fuera vasallo del Papa. En enero de 1500, Cesar y su ejército marchó a través de los Apeninos hacia Forlí e Imola donde ganó el pulso del asedio a Caterina Sforza. La reconquista pasó por ofrecer una convincente suma de dinero a Paolo Orsini para que se uniera a las fuerzas papales con su ejército; Paolo le apoyó junto a otras familias nobles que siguieron su ejemplo, de la misma forma reclutó los soldados de Baglioni, señor de Perugia, y comprometió a Vitelli para liderar la artillería. Louis XII le envió un pequeño regimiento pero Cesar no necesitaba ya de la ayudada francesa. En septiembre de 1500 atacó los castillos ocupados por los hostiles Colonna y Savelli en el Latium. Uno tras otro fueron entregándose. A lo largo del siguiente año Cesar guió sus tropas con valentía, coraje y audacia, demostrando tener grandes dotes de mando y estrategia militar, utilizó la astucia para seducir al enemigo, ganarse aliados, persuadió a los más reticentes para que le apoyaran, trató con cortesía a los vencidos y se ganó una merecida fama de brillante militar. El 20 de julio se rindió el último enemigo del Papa, Camerino, y por fin todos los Estados Pontificios volvieron a ser Pontificios. Entusiasmado Maquiavelo escribió sobre él: "Es un Señor espléndido y 31
  • 32. magnífico y tan audaz que cualquier empresa por difícil que sea la maneja como si fuera sencilla . Par ganar gloria y dominios se roba a sí mismo su reposo, y no conoce ni el peligro ni la fatiga. Llega antes que sus propósitos hayan sido comprendidos. Se hace querer entre sus soldados, eligiendo para ello a los mejores de toda Italia. Estas cosas son las que le han hecho victoriosos y formidable, junto a la ayuda perpetua de la buena suerte". Por el otro lado Italia estaba plagado de personas que deseaban su desgracia. Venecia, aunque le había convertido en ciudadano honorífico (gentiluomo di Venezia) le molestaba ver cómo los Estados Pontificios eran de nuevo fuertes y controlaban la costa Adriática. Pisa y Florencia le temían, los Colonna y Savielli, y en menor grado Orsini, habían sido arruinados por sus conquistas, creando una coalición en su contra. Incluso sus propios hombres que habían liderado brillantemente sus tropas, no estaban tan seguros de que no fueran sus dominios los próximos en ser atacados. Vitelli reunió a todos estos hombres y familias resentidas y amenazadas para crear una organización cuyo fin era volver las tropas en contra de su general, capturarle y asesinarle, terminando con su dominio sobre la Romagana y los marquesados, restaurando a sus antiguos señores. La conspiración comenzó con brillantes victorias, sin embargo Cesar actuó con rapidez apropiándose de la herencia que había dejado el Cardenal Ferrari, financiando un nuevo ejército de 6000 hombres. Mientras tanto Alejandro negoció individualmente con los conspiradores, haciéndoles solemnes promesas, y ganándo de muchos de ellos su obediencia. A finales de octubre la conjura había fracasado y todos sellaron la paz con Cesar. En cuanto a la vida marital del general esta fue prácticamente nula, Cesar veía su matrimonio como una cuestión de estado y por lo tanto no se sentía obligado a mostrar ningún amor por su esposa. La había dejado con su familia en Francia a donde ocasionalmente escribía y le mandaba regalos, esta le había dado una hija durante las guerras pero no volvió a verla. La Duquesa de Valentinois vivió una modesta y retirada vida en Bourges, esperando que su marido la mandara llamar, cuando Cesar, al final de su vida, se encontró arruinado y desertado ella intentó llegar hasta él y a su muerte vistió la casa de luto donde permaneció encerrada hasta su muerte. Parece que el único afecto real que Cesar sentía era por su hermana Lucrezia , a quien amaba tanto como se puede amar a una esposa. A pesar de los peligros que para él representaba el ir a visitarla a Ferrara donde ella se encontraba enferma, Cesar se desvió de su camino hasta llegar a su casa donde en sus brazos la sostuvo mientras los médicos la sangraban y no se apartó de su lecho hasta que Lucrezia mejoró considerablemente. Cesar no estaba hecho para el matrimonio; tuvo muchas amantes pero ninguna le duró excesivo tiempo, estaba demasiado consumido por el ansia de poder que no podía permitir que ninguna mujer le apartara de su camino. En Roma vivía retiradamente, trabajando de noche y asistiendo a pocos actos diurnos. Trabajaba muy duro en los asuntos pertinentes a los Estados de la Iglesia y siempre encontraba tiempo para asistir las necesidades de sus dominios. Aquellos que le conocían 32
  • 33. le admiraban y respetaban, era popular entre sus soldados a pesar de su severidad y la disciplina que les imponía. Su vida apartada le hacía blanco de sospechas y sátiras, sobre todo de feos rumores que embajadores hostiles y aristócratas enemigos inventaban o extendían. Muchos de estos rumores acusaban a los Borgia de envenenar a ricos cardenales para heredar sus fortunas, uno de estos asesinatos fue confesado por un sirviente bajo tortura, quien contó que había asesinado al cardenal Micheli por orden de Alejandro y Cesar. Un historiador del siglo veinte no daría ningún tipo de credibilidad a las confesiones arrancadas bajo tortura. La estadística prueba que la mortalidad entre cardenales fue tan elevada durante el papado de Alejandro como en el de sus predecesores y sucesores, pero no hay duda de que en aquella época era peligroso ser cardenal y rico. Isabella d´Este escribió a su marido previniéndole contra Cesar de quien no creía tuviera ningún escrúpulo incluso con su propia familia, parece ser que la cuñada creyó la historia que acusaba a Cesar de haber asesinado a su hermano, el Duque de Gandía. Los cotilleos en Roma hablaban de cierto veneno, con base de arsénico, que vertido sobre la bebida o la comida, actuaba lentamente sin posibilidad de ser detectado en una autopsia. Los historiadores han rechazado comúnmente la teoría de los famosos venenos del Renacimiento como parte de una leyenda, pero creen que efectivamente existieron algunos casos de envenenamiento por orden del Papa a pesar de la falta de evidencia. Algunas historias aún peores se contaban sobre Cesar: para divertir a Lucrezia y a su padre, éste organizaba una fila de reos de muerte a los que atravesaba con sus flechas en un acto de destreza. A estas leyendas podríamos añadir múltiples orgías con cortesanas desnudas correteando por los aposentos de Cesar, además de la acusación de incesto, puesto que se creía que el amor que Lucrezia y Cesar sentía el uno por el otro era algo menos casto que puramente filial V. Lucrezia Borgia Alejandro admiraba y hasta temía a su hijo, pero adoraba a su hija con todo la intensidad con la que era capaz. Parece ser que se deleitaba con su moderada belleza, su precioso y largo cabello color sol (tan pesado que incluso le daba dolores de cabeza) y en la devoción que la hija sentía por su padre. No era particularmente bella, pero fue descrita en su juventud como dolce ciera (dulce rostro) una expresión que permanecería hasta su muerte a pesar de los horrores que tuvo que vivir: divorcios, asesinatos, intrigas... Como todas las italianas de su tiempo que lo podían permitir fue a un convento para recibir una completa educación. Auna edad que desconocemos se trasladó de la casa de su madre a la casa de una prima de su padre, Donna Adriana Mila, donde conoció a la nuera de su tía, Guilia Farnese, con quien entabló una sincera amistad que duraría hasta el resto de sus días. Favorecida por la buena fortuna, Lucrecia vivió una infancia feliz y acomodada. Esta sensación de felicidad duraría hasta su primer matrimonio. Probablemente no se sintió ofendida cuando su padre le escogió un marido; este era elprocedimiento normal para todas las mujeres de su clase. Alejandro, como cualquier otro soberano, pensaba que los matrimonios de sus hijos debían avanzar al mismo son con el que los intereses de su 33
  • 34. estado. Nápoles era por entonces hostil a Roma y Milán era enemiga de Nápoles; de tal forma que su primer matrimonio, a la edad de trece años, fue con Giovanni Sforza, de veintiséis, Señor de Pesaro y sobrino de Ludovico, regente de Milán (1493) Alejandro preparó la casa de los recién casados en un lugar cerca del Vaticano para poder tener a su hija próxima a él. Pero Sforza debía vivir en Pesaro buena parte del año llevándose con él a su joven esposa. Ella languidecía en tan lejanas costas, tan remotas de su padre y más aún de la vida bulliciosa y cosmopolita que Roma le ofrecía; después de unos meses volvió de nuevo a la capital donde se reencontraría con su marido más tarde. El 14 de julio de 1497 Alejandro pidió a Sforza que consintiera en la anulación de su unión matrimonial a causa de su impotencia—la única causa reconocida por la ley canónica para la anulación de un matrimonio legítimo. Lucrezia, quizás por pena, quizás por vergüenza se retiró a un convento. Unos días más tarde el Duque de Gandía era asesinado, las malas lenguas sugirieron que el crimen había sido cometido bajo las órdenes de Sforza, quien celoso se vengaba de Giovanni Borgia por haber intentado seducir a su esposa. El marido negó su impotencia y acusó a Alejandro de tener relaciones incestuosas con su hija. El Papa congregó un comité de investigación, liderado por dos cardenales, para averiguar si el matrimonio había sido consumado. Lucrezia con todo el aplomo del que fue capaz se sometió a las pruebas, y se le aseguró a Alejandro que Lucrezia era todavía virgen. Ludovico propuso a su sobrino demostrar que no era impotente delante de una delegación papal en Milán, Giovanni declinó la oferta pero firmó una admisión formal en la que declaraba que el matrimonio nunca había sido consumado, le devolvió a Lucrezia su dote de 31,000 ducados y en diciembre de 1497 el enlace era anulado. Es posible que Alejandro hubiera roto el matrimonio con la intención de hacer mejores alianzas políticas, pero es más probable que Lucrezia contara la verdad acerca de la consumación. En cualquiera de los casos el Papa no iba a dejar a su hija soltera. Con la intención de acercarse a su enemigo, Alejandro, propuso al Rey Federico la unión de Lucrezia con Don Alfonso, Duque de Bisceglie. El Rey accedió y un documento oficial fue firmado en junio de 1498, en agosto la boda era celebrada en el Vaticano. Lucrezia facilitó enormemente las cosas enamorándose de su marido. Ella tenía entonces dieciocho años y él diecisiete, pero las cosas empeorarían por culpa de la mala fortuna y la política. Cesar Borgia rechazado en Nápoles, buscó novia en Francia (octubre de 1498); Alejandro entraba de esta forma en una alianza con Louis XII, el declarado enemigo de Nápoles. El joven Duque de Bisceglie enfermaba viendo como la Roma en donde vivía se llenaba de agentes franceses: marchó hacia Nápoles. A Lucrezia se le rompió el corazón, para entretenerla Alejandro la hizo regente de Spoleto (agosto 1499); Alfonso se reunió allí con ella; Alejandro les fue a visitar a Nepi y se los llevó con él a Roma donde Lucrezia tuvo su primer hijo, al que llamaron Rodrigo en honor de su padre. Pero el mayor problema de la joven pareja residía el odio acérrimo que se procesaban los dos cuñados. , quizás por el carácter temperamental de Alfonso o tal vez porque Cesar representaba la alianza con los franceses. En la noche del 15 de julio de 1500 unos bandidos atacaron a Alfonso cuando volvía de la catedral de San Pedro, fue herido de gravedad pero se las arregló para llegar hasta la casa del Cardenal de Santa María en Portico. Lucrezia se desmayó al ver las condiciones en las que se hallaba su joven marido, 34
  • 35. le atendió día y noche junto a su hermana Sancia. Alejandro envió una guardia de dieciséis hombres para protegerle de posibles nuevos ataques. Cierto día mientras Cesar paseaba por un jardín cercano, Alfonso convencido de que aquel era el hombre que había contratado a la banda que le había intentado asesinar, tomó arco y flecha disparando a Cesar en el corazón. La flecha falló su propósito por muy poco y Cesar no estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad a su enemigo: mandó sus guardias al cuarto de Alfonso, teóricamente a darle una lección, pero le ahogaron con una almohada hasta que murió. Alejandro aceptó la muerte de Alfonso según la versión que le dio Cesar, encargó para Alfonso un pequeño funeral, e hizo lo imposible por animar a la inconsolable Lucrezia. Se retiró a Nepi, donde escribió cartas firmándolas como la infelicissima principessa, ordenando misas para el descanso del alma de su difunto marido. Aunque parezca extraño, Cesar la fue a visitar a Nepi solamente dos meses y medio después del asesinato de Alfonso. Lucrezia era influenciable y paciente; parece ser que ella entendía la muerte de Alfonso como la defensa que su hermano tenía que hacer frente al que había atentado contra su vida. No parece que ella creyera que hubiera sido Cesar el hombre que contratara a los infructuosos bandidos que intentaron matar a su marido, aunque esta la posible explicación de otro de los misterios del Renacimiento. Durante el resto de su vida dio muestras más que suficientes de que quería a su hermano, quizás porque, como su padre, él también la adoraba con intensidad. Pudiera ser que por estos motivos tanto en Roma como en la rencorosa Nápoles la siguieron acusando de incesto; un de las plumas de la época la llamó: "La hija del Papa, esposa y nuera" Estas perfidias se las tomó también con cierta resignación. Todos los estudiosos de la época actualmente coinciden en que todos estos cargos fueron crueles calumnias, pero semejantes acusaciones tan escabrosas han perdurado a través de los tiempos. (Cambrige, Modern History) Que Cesar matara a Alfonso con la intención de confirmar una nueva alianza política es improbable. Tras un periodo de luto Lucrezia fue ofrecida en noviembre de 1500 al Duque Ercole de Ferrara para casarla con su hijo Alfonso, y no fue hasta septiembre de 1501 que sonaron las campanas de boda. Como ni Ercole ni su hijo habían visto a Lucrecia, siguieron los trámites diplomáticos acostumbrados de la época, pidiendo a Ferrarese, embajador en Roma, que enviara un informe sobre su persona, morales y virtudes. El embajador contestó con lo siguiente: Ilustrísimo Señor: Hoy durante la cena, Don Gerardo Saraceni y yo, hemos ido a ver a la Ilustre Madonna Lucrezia para presentarle nuestros respetos en el nombre de su Excelencia y Su Majestad Don Alfonso. Hemos tenido una larga conversación sobre distintos aspectos. Es una mujer de lo más amable e inteligente además de estar dotada de todas las bendiciones. Su Excelencia y el Ilustre Don Alfonso—según nuestra más humilde opinión— estará encantado con ella. Aparte de ser extremamente bondadosa en todos los aspectos, es modesta, tierna y decorosa. Además es una piadosa y devota cristiana, temerosa de Dios. Mañana irá a confesar y en Navidades recibirá la comunión. Es una mujer realmente hermosa, pero su encanto es aún más cautivador. Resumiendo, su carácter es tal que es imposible sospechar que exista algo "siniestro" en ella. 35
  • 36. Don Alfonso fue convencido y envió un magnífico cortejo de caballeros para escoltar a la novia de Roma a Ferrara. Cesar Borgia equipó doscientos cavaliers para acompañarla, además de músicos y bufones para entretenerla durante el arduo camino. Alejandro, orgulloso y feliz, le procuró un cortejo de 180 personas incluyendo a cinco obispos. Vehículos especialmente diseñados para la ocasión, y 150 mulas, trasladaban su ajuar. El 6 de enero de 1502, Lucrezia comenzó su viaje por Italia para reunirse con su prometido Roma jamás había presenciado semejante espectáculo y probablemente tampoco Ferrara. Después de veintisiete días de viaje, Lucrezia fue recibida a las afueras de la ciudad por el Duque Ercole y Don Alfonso con una soberbia cabalgada de nobles, profesores, setenticinco arqueros montados, ochenta trompeteros y catorce carros llevando a las mujeres de la alta aristocracia elegantemente vestidas. Cuando la procesión llegó hasta la catedral, dos trovadores cantaron la belleza de su nueva señora. Al pasar por el palacio ducal todos los prisioneros fueron liberados, la gente se regocijaba por la llegada de la futura duquesa; y Alfonso se sentía radiante ante su encantadora prometida. VI. El fin del poder Borgia Los últimos años de la vida de Alejandro se desarrollaron en relativa calma y prosperidad. Su hija estaba casada felizmente con un duque y era respetada por todos sus súbditos; su hijo había cumplido brillantemente con la misión de reunificar y administrar los Estados Pontificios que además florecían bajo excelente gobierno. El embajador veneciano describe al Papa, en esos últimos años, alegre y activo, con la conciencia tranquila y sin preocupaciones. En aquel momento contaba con setenta años de edad, pero en enero de 1501, el embajador decía de él que cada día parece rejuvenecer. La tarde del 5 de agosto de 1503, Alejandro, Cesar, acompañados por algunas personas cenaron en los jardines de la villa del Cardenal Adriano da Corneto, no lejos del Vaticano. Todos permanecieron en los jardines hasta medianoche pues el calor era insoportable dentro de las casas. Seis días más tarde el Cardenal cayó enfermo con náuseas, vómitos y fiebre hasta que pereció tres días más tarde, inmediatamente después, tanto Alejandro como su hijo, tuvieron que guardar cama sufriendo los mismo síntomas que el malogrado Cardenal. Roma, como le era ya costumbre, habló de veneno; Cesar, decían las habladurías, había querido envenenar al Cardenal para asegurarse su fortuna, pero por error casi toda la comida había sido envenenada y tomada por prácticamente todos los invitados Los historiadores coinciden con los médicos que en su día trataron al Papa, quienes diagnosticaron malaria, debida a la exposición prolongada a la brisa nocturna. En el mismo mes la malaria atacó a la mitad de los sirvientes papales, probándose muchos casos como fatales, en Roma hubo cientos de muertes debidos a la misma infección durante aquella estación. Alejandro deliró trece días batiéndose entre la vida y la muerte, de vez en cuando recobraba el sentido hasta el punto que era capaz de recitar dememoria los discursos diplomáticos; el 13 de agosto estaba jugando a las cartas. Los médicos le sangraron en repetidas ocasiones, tanto que el hombre perdió todas sus fuerzas muriendo el 18 de agosto. La leyenda cuenta que se pudo ver cómo el diablo se llevaba su alma hasta los abismos infernales. 36