Jennifer Farías murió a los 19 años, cuatro días después de haber dado a luz a Ian Giovanni en la habitación 114 del Hospital Santojanni. Desde que inició su internación hasta el día de su muerte sufrió insultos, maltratos e indiferencia por parte del sistema de salud. La familia nunca encontró justicia y la historia se sigue repitiendo, reflejada en miles de mujeres todos los días.
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al médico hacia la paciente en situación de vulnerabilidad.
El 53% de las madres fueron tratadas con sobrenombres o diminutivos
como “mamita”, “nenita”. El OVO explicó que, en el contexto de relación
asimétrica profesional-paciente, el sobrenombre acentúa el carácter uni-
lateral del poder: básicamente, a ninguna mujer se le ocurriría tratar de
la misma manera a un médico. Es un rasgo más del paternalismo que rige
a la atención médica.
Por último, la ausencia de “testigos”: al 30% de las mujeres se les negó
el acompañamiento de un familiar durante el trabajo de parto, al 40% du-
rante el parto o cesárea, y al 20% en el post-parto.
Estos números se desprenden de un sistema que se empeña en con-
siderar al embarazo como enfermedad, a la mujer como inestable e in-
capacitada para decidir, y a su cuerpo como un territorio pasivo de ser
intervenido a piacere. El portador del ambo tiene la potestad de decidir
sobre la vida y la integridad de la madre y su hijo o hija, sin necesidad de
consentimiento.
“En ese momento, no sabíamos bien nuestros derechos. Ni
antes ni durante. Y ni la Justicia ni ninguna institución jugó a
nuestro favor”.
Cinco años después, Ian acaba de empezar el jardín, casi a la par del
nacimiento de la tercera hija de Campanita. Evelin guardaba el celular
en la cartera mientras explicaba que ya era hora de irse: la esperaba una
reunión de la militancia. Todo cambió mucho desde el 2012.
Mientras se levantaba de la silla, Evelin se detuvo unos segundos y
concluyó:
“Estas cosas nunca se arreglan en la Justicia. Nos queda la política”.
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retirado a la Policía Federal de la custodia de las instituciones de la salud
de Capital, con el pedido de que la Metropolitana, a cargo del gobierno
de Mauricio Macri, cubriera esos territorios.
María Eugenia Vidal, entonces vice jefa del Gobierno de la Ciudad,
declaró públicamente que habían recopilado filmaciones e información
para probar que los disturbios habían sido causados por “una patota políti-
ca” kirchnerista. También, calificó al hecho de “inaceptable”.
“El Gobierno de la Ciudad salió a decir que las paredes de un
hospital no se pueden pintar de esa forma; pero de Jenni, nada.
Bueno, las paredes no se pueden pintar, pero la piba se puede
morir. Como siempre, te indigna más la pared pintada que la
muerte de la piba”.
Nos queda la política
L
a ley N° 26.485 de Protección Integral a las Mujeres, sancionada
en 2009, tipificó la violencia obstétrica como una modalidad de la
violencia que se ejerce sobre las mujeres de manera sistemática.
La Ley de Parto Humanizado (N° 25.929), redactada en 2004 pero reglam-
entada apenas en 2015, reconoce los derechos de toda madre a ser infor-
mada sobre todas las intervenciones médicas, la evolución del embarazo
y del parto, y a elegir acompañante para todo el proceso. La realidad dem-
uestra que la legislación no siempre es acatada.
La organización Las Casildas creó en octubre del 2015 un Observato-
rio de Violencia Obstétrica (OVO). Tomó como muestreo las experiencias
de más de 4900 mujeres en sus partos o cesáreas, la mayoría de ellas
primerizas, para delinear el estado de situación de la atención perinatal
en Argentina.
Los resultados fueron alarmantes. Ante el maltrato verbal por parte de
los profesionales de la salud, que se presentó como una constante en la
mayoría de los casos, más de la mitad de las mujeres admitieron no poder
expresar sus miedos. Entre 2 y 3 de cada 10 mujeres recibieron insultos o
comentarios irónicos por demostrar emociones antes y durante el parto o
cesárea. “Bien que te gustó” y “dejá de quejarte, maricona”, entre otras,
son las herramientas de una violencia sistematizada, ejercida del person-
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Jennifer Farías murió a los 19 años, cuatro días
después de haber dado a luz a Ian Giovanni en la
habitación 114 del Hospital Santojanni. Desde que
inició su internación hasta el día de su muerte su-
frió insultos, maltratos e indiferencia por parte
del sistema de salud. La familia nunca encontró
justicia y la historia se sigue repitiendo, reflejada
en miles de mujeres todos los días.
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E
l pasado 8 de marzo, Evelin Santillán decidió ir por primera vez a
la Marcha de las Mujeres. No había participado de ningún Encuen-
tro Nacional de las Mujeres. Nunca le importaron demasiado los
debates del feminismo, siempre le interesó más el tire y afloje cotidiano
de la política en La Matanza, su barrio y su casa. Ese día, sin embargo, la
convocó la memoria de su amiga de la secundaria, Jennifer Farías.
“A Jenni la mató la mala praxis y la violencia obstétrica”,
explicaba con tono sobrio a periodistas e interesados que se acer-
caban a preguntar por la chica de la media sonrisa, el piercing
negro sobre el labio y la panza abombada estampada en su rem-
era.
Después, sentenció: “Todas acá cargamos con algo”.
Para las cuatro de la tarde, la Plaza de los Dos Congresos ya estaba
rodeada de columnas de mujeres. En la esquina de Rivadavia y Rodríguez
Peña, Evelin se perdía entre las militantes de los espacios kirchneristas
y saludaba a conocidas de la organización en la que milita, la Corriente
Peronista Descamisados. Le había costado llegar por la cantidad de calles
cortadas y, además, como mujer nacida y criada en el límite entre las lo-
calidades de Isidro Casanova y Gregorio de Laferrere, no se lleva bien con
la Capital.
“En esta foto tenía 19 años. La edad que tenía cuando falleció”, contaba
mientras estiraba la remera hacia abajo con las dos manos para que se
leyera con claridad la consigna: “JUSTICIA POR JENNI”.
En la noche del 18 de julio de 2012, cuatro días después de haber dado
a luz a Ian Giovanni, Jennifer Farías murió en el hospital Santojanni. Los
médicos le habían recomendado el alta ese mismo mediodía. Desde el par-
to, ella sentía molestias, decía que le costaba caminar, que le faltaba el
aire y le dolía el pecho. Su madre insistió a los profesionales de la salud
con que no la veía nada bien. La respuesta fue unívoca: “se queja porque es
primeriza, una caprichosa y una nena de mamá”.
En su acta de defunción consta: “muerte por paro cardiorespira-
torio no traumático”, sin más detalles, pero cuando se internó en el
Santojanni para recibir a Ian, estaba saludable, con todos los controles
al día y aprobados.
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guarda los paquetes. Medicamentos que ella no entendió bien para qué
servían. Su internación se prolongó más de lo usual: entró en el Santo-
janni un día antes que Jennifer y estuvo ahí hasta después de su muerte.
Alrededor de una semana, en total.
Este punto no fue investigado. Así como tampoco se prestó a Nerina la
atención psicológica que merecía tras haber sufrido los mismos agravios
que Jennifer y haber sido testigo de su muerte. Actualmente, la causa está
cerrada y archivada.
Las paredes siguen valiendo más
E
l 7 de agosto del 2012, días después de la muerte de Jennifer, entre
60 y 70 personas entraron al hospital Santojanni, escracharon las
paredes y agredieron al personal médico. Exigían justicia, expres-
aban su bronca. Los familiares de Jennifer desconocieron tener relación
con la gente que irrumpió en la institución, pero la consigna “Justicia X
Jenni” en aerosol quedó en las paredes del hospital por mucho tiempo
más.
“Después de eso, levantaron el caso en todos los medios. Pero
lo levantaron como ‘incidentes en el hospital’. Y recién después
hablaban de su caso”.
Los titulares de Clarín esa semana hicieron referencia al paro de activi-
dades, las agresiones y a una “muerte dudosa”. La Nación habló de “un día
de furia”. La mayoría hizo hincapié en la falta de seguridad hospitalaria y
el caso de Jenni se fue desdibujando en las páginas.
A raíz de la protesta, la Asociación de Médicos Municipales (AMM)
convocó un paro de actividades para el día siguiente, para reclamar may-
ores medidas de seguridad. Este hecho se inscribió como uno más en una
serie de episodios violentos que el hospital había vivido en el lapso de
unos meses: desde el apuñalamiento del joven Sergio Paravagna mientras
estaba en la guardia en 2011, hasta la irrupción de la barra brava de Nueva
Chicago que perseguía al jefe de la barra de Las Antenas en el 2012.
El contexto: la pulseada por la seguridad de los hospitales
porteños. Nilda Garré era Ministra de Seguridad de Nación y había
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“Había una ecografía con fecha del 24 de octubre del 2011 (nueve meses
antes del parto), el día de mi cumpleaños. Y para el día de mi cumpleaños,
ella no se atendía en el hospital ni sabía que estaba embarazada. Ese día
estuvo conmigo”, afirmó Evelin mientras daba sorbos a un café que ya
estaba frío.
Más tarde, los resultados de la autopsia indicaron que la muerte había
sido causada por un edema agudo de pulmón, generado por una insufi-
ciencia cardíaca de larga data. Es decir, Jennifer siempre había cargado
con un corazón con ventrículos y miocardio aumentados: un corazón más
grande que lo normal. Esa condición le aportaba un riesgo de muerte en
el puerperio o post-parto.
Su patología podría haber sido tratada y controlada, si hubiera sido
detectada. Pero, aparentemente, ningún estudio ni doctor lo localizó a ti-
empo, o lo descubrieron pero no hicieron nada para prevenir su muerte.
La indiferencia generalizada del personal del hospital hacia la preocu-
pación de la familia y hacia los síntomas de Jennifer derivó en negligen-
cia, agravada por la falta de suministros del hospital, como camillas y tu-
bos de oxígeno. Después de todo, solo era una primeriza que “se quejaba
por maricona”.
El dato perdido
N
erina Farías no murió, pero reconoció su paso por el Santojanni
como parte de los peores momentos de su vida. Se puso a dis-
posición de la familia de Jennifer para contar su versión de los
hechos y para hacer justicia por la violencia que ella había sufrido. Las
enfermeras también la habían tratado de “nenita”, “mamita”, “mimada”.
Pero la Justicia nunca la llamó a declarar y, por ende, en la causa N°
27.213 por “Averiguación de Muerte, causante: Jennifer Farías” tramitada
ante el Juzgado de Instrucción N° 48, no consta un dato que podría haber
sido crucial para la investigación:
Nerina notó que la historia clínica que Jennifer tenía colgada a los pies
de su camilla decía “Nerina Farías”. A su vez, en la de Nerina figura-
ba “Jennifer Farías”. El mismo apellido, al parecer, podría haber sido
causal de equivocación para las enfermeras y médicos.
La trataron con una serie de medicamentos de los cuales aún hoy
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“Durante la internación se la veía triste, todo el tiempo pedía que la
llevaran a la casa, que quería estar con el papá. Todo el mundo decía eso:
Jenni estaba triste; pero nadie muere de tristeza”.
Ahora, bancátela
E
l sábado 14 de julio del 2012, Jennifer Farías entró en trabajo de
parto. Viajó con su madre, Mabel Allegrini, y su pareja, Leonardo
Ríos, desde su casa en Gregorio de Laferrere hasta el hospital San-
tojanni, en el barrio porteño de Liniers. A Evelin le llegó un mensaje en la
madrugada del domingo 15 que le avisaba que su amiga había dado a luz
por parto natural a un nene sano. Para ese momento, el mecanismo de la
violencia y el abuso institucional ya se había puesto en marcha.
Entre las 8 y las 10 de la noche, Jennifer fue separada de su familia y se
le negó toda compañía. Ian nació a las 5:15 de la madrugada.
“Alamadreledecíanquenosemeta,queestabantrabajando.Sostenían
que sabían lo que hacían. Durante toda la noche preguntó y no le dieron
información de si estaba bien o mal, si ya había tenido o no a Ian. A las 8
de la mañana del domingo le dijeron: Ah, ¿Farías? Si ella ya tuvo como hace
tres horas”.
Jennifer, tras haber roto bolsa, tuvo que esperar durante cuatro horas,
sola en un pasillo, porque no había camillas disponibles en la sala de par-
to.
Luego del nacimiento, le designaron la habitación 114, en el primer piso
del hospital, para pasar su internación. Allí descansaban otras cuatro mu-
jeres, pero la familia Farías quedó en contacto con la que, casualmente,
compartía apellido: Nerina Farías. La compañera de cuarto se convirtió
en la única testigo presencial del trato médico, pero nunca fue llamada a
declarar durante el juicio.
Nerina contó que, cuando entraban las enfermeras, le decían a Jenni:
“ésta es la que se portó mal en la sala de partos, la nenita de mamá”. Tam-
bién, le gritaban: “cuando te abriste de piernas no llamabas a mamá, ahora
bancátela”.
“Cuando te abriste de piernas no llamabas a mamá, ahora
bancátela”.
11. 6
Día de lluvia
U
na semana después del Paro Internacional de las Mujeres, Evelin
entró en la cafetería Carreto a las 5:30 de la tarde. Afuera se había
desatado una lluvia espesa y Arieta, la calle principal de San Jus-
to, estaba empapada. Se quitó la capucha y asomó una sonrisa. Su amiga,
Johanna o Campanita,como le dicen afectivamente, acababa de ser mamá
por tercera vez. Desde el 2008, Campanita, Evelin y Jennifer compartieron
todas sus jornadas escolares.
“Éramos un grupito, andábamos siempre juntas. En la primera clase
de Salud y Adolescencia me hicieron sentar con Jenni y nos caímos bien.
Ahora, la mayoría de las que conocí en la escuela son mamás”.
Jennifer era la más reservada del grupo. Evitaba tratar a quienes no
conocía y no hablaba demasiado sobre su vida. Cuando se sentía mal, lo
escondía para no preocupar. Evelin se enteró en el velorio que Jennifer
pedía todos los días irse del hospital, que no soportaba la estadía. El
martes 17 de julio a la noche, llamó llorando a su madre para que la fuera
a buscar. Tampoco le había contado que había sufrido un importante
desgarro durante el parto.
Desde inicios de la semana, pidió expresamente a sus amigas a través
de mensajes de texto que no la fueran a visitar: “Estoy bien, comprá la
comida para la juntada del viernes”. El 20 de julio se celebraba el Día del
Amigo y planeaban festejarlo en la casa de Jennifer, con el nuevo inte-
grante de la familia.
“También era re celosa. Yo pienso que, si ella estuviera viva, no me
hubiera dejado militar nunca”, Evelin imaginaba y se reía. La vista se le
perdía a través de los ventanales de la cafetería y se posaba en la cortina
de agua que caía del toldo del restaurante.
* * * * *
El miércoles 18 de julio del 2012 también llovió mucho. Jennifer pare-
cía empeorar. Sin embargo, los doctores consideraban que estaba en
condiciones de irse y le dieron el alta. Mabel se rehusó a llevar a su hija a
la casa ya que notó que le costaba respirar.
Una doctora aceptó dejarla en internación un día más, para que “recu-
perara fuerzas”, y ordenó hacerle una ecografía.
12. 7
A Jennifer se le complicaba levantarse de la camilla. Su mamá in-
tentaba ayudarla pero la doctora sentenció: “no la ayudes, que se vaya
caminando sola porque ya puede caminar”. Cuando volvió de la visita al
ecografista, se desmayó en el pasillo. La llevaron hasta su camilla, aunque
su habitación no tenía tubos de oxígeno para tratar su insuficiencia
respiratoria.
A las 9 de la noche, Jennifer murió. Sus últimas palabras fueron para
Nerina, su compañera de cuarto: “Cuidame el bebé”.
Tapar la negligencia con más negligencia
“Esa ecografía que ella se hizo el 18 de julio de 2012 nunca
apareció. No está en la historia clínica”.
Evelin hablaba despacio y suave, pero aun así era fácil distinguir la in-
dignación en su voz. El lunes 23 de julio la familia se presentó en la comis-
aría N° 42 de Mataderos para denunciar las irregularidades del hospital.
Ya habían acudido el día de la muerte de Jennifer, pero el policía de turno
no tomó la denuncia porque en el acta de defunción figuraba “muerte por
paro cardiorrespiratorio” y, por lo tanto, no hacía mérito. Cinco días más
tarde, el mismo oficial aceptó su pedido.
Iniciado el proceso judicial, Andrea Farías, hermana mayor de Jenni-
fer, pidió al Santojanni su historia clínica. Lo extraño fue que los adminis-
trativos demorasen cuatro horas en entregarle las 33 fojas anilladas que
comprendía.
Evelin y Andrea se tomaron su tiempo para revisarla con detenimien-
to. Así, encontraron un papel llamativo: un acta que desligaba de toda re-
sponsabilidad al hospital en caso de que ocurriera algo dentro de la sala
de partos. Estaba fechada el día del nacimiento de Ian y, supuestamente,
había sido firmada y acatada en todos sus puntos por Jennifer mientras
lidiaba con las contracciones.
Al pie del acta, en el campo correspondiente a la firma del paciente,
constaba un garabato en cursiva, al estilo de “gancho”. Pero algo no
cuadraba: Jennifer no tenía firma. Solía escribir su nombre y apellido en
la documentación importante. Tampoco escribía en letra cursiva, sólo en
imprenta minúscula.