Un joven se refugia de la lluvia en una casa de velatorio, donde una mujer lo confunde con un familiar fallecido y lo atiende. Más tarde, el joven conoce al hijo de la mujer y comienzan una relación amorosa. Aunque el joven nunca supo quién era la persona fallecida, su encuentro fortuito en el velatorio eventualmente lo llevó a una nueva relación.

1. I. Dulce adolescencia
No hay mal que por bien no venga
Llovía como si fuera el día del juicio final. No lo podía creer. Las calles estaban todas inundadas y ya
no se podía avanzar. Los autos pasaban haciendo olas, la gente desde las casas les gritaba a los
conductores y los insultaba, todo era un gran caos. Llegué corriendo y me metí en un pasillo de un negocio a
esperar que mejorara un poco el panorama. No iba a mejorar en el corto plazo, pero tampoco podía seguir en
la calle y no veía otra salida. Una señora salió y no pude excusarme que ya me agarró y me metió para
adentro diciendo que así toda mojada me iba a enfermar y que me daría un café caliente para que me
recuperara. Me sentó en un sillón y me secó la cabeza con un pañuelo que no se de dónde sacó (tengo la
sospecha que lo extrajo de su corpiño, pero mejor ni confirmarlo). Al rato apareció con la taza de café
humeante.
No me había dado cuenta sobre dónde estaba hasta que miré más detenidamente a mi alrededor.
Había una corona de flores sobre una de las paredes y varios ramos en distintos floreros. Lo que no había era
gente, sólo esta señora. Yo me paré, me dio no se qué, quería saludarla pero no sabía ni quién había
fallecido.
Ella apareció de nuevo desde un cuarto que estaba iluminado, con los ojos sollozando, me miró y me
dijo que me agradecía que hubiera ido. Quise explicarle cómo habían sido las cosas, pero no tuve coraje para
contarle la verdad, así que le dije que sentía mucho su pérdida y que si necesitaba algo, me podía llamar. Le
anoté el teléfono en un papel que tenía en la cartera y se lo metí en un bolsillo. No se con quién me habría
confundido pero entendía que no era el momento para estar dando explicaciones. De repente un hombre de
traje gris topo se nos acercó a decirnos que cerraría el cajón. Ella me pidió que la acompañara y así lo hice. A
todo esto no sabía ni quién era el muerto o la muerta. Entré al cuarto, la tomé del hombro y miré el cajón.
Estaba cerrado, pero decía el nombre de un varón, pensé que probablemente sería su marido. Después la
acompañé a tomar el coche que la conduciría al cementerio y me despedí. Por suerte había parado un poco
de llover, no podía creer lo que había pasado, pero hice lo que tuve que hacer.
Unas dos semanas después recibí un llamado. Era esta señora que se llamaba Delfina y me pasó con
su hijo que me quería saludar. Yo me puse a hablar aunque tenía cierto temor de decir algo fuera de lugar ya
que no sabía ni quién era el que había fallecido ni que relación ellos tenían con él. La charla fue amena, por
suerte no entró en detalles. Se fueron sucediendo los llamados y quedamos en que pasaría un día por mi
casa a visitarme. Y así fue, pasó, seguimos conversando y como a los dos meses nos pusimos de novios.
Nunca supe quién era el muerto ni quise sacar el tema, a esta altura ya no importaba. Y como bien dice el
dicho: no hay mal que por bien no venga.