Por esos pequeños momentos que nunca se olvidan. Ni un resumen de Platero y yo, ni una historia totalmente cierta. Sólo recordando un preciso momento en el que quizás las cosas hubiesen podido ser mejor. Ahí queda.
1. A mi Platero.
Con el paso del tiempo y cuando está a punto de cumplirse casi un año de nuestra eterna
despedida, me dí cuenta de que no podía vivir ni contigo ni sin tí. Al mismo tiempo descubrí en mi
librería una primera edición de 1959 del afamado “Platero y yo” con ilustraciones de Zambrano,
como un motivo, una inspiración para dedicarte mis andanzas, más o menos quijotescas. Es mi
eterna persecución de una despedida negada, de una larga y siempre tortuosa vida sin mi Platero.
He decidido que ese vas a ser tú, mi comprensivo compañero. Te imaginaré caminando a mi lado,
igual de pequeño peludo y suave, con más huesos que el original, con menos corazón que el
antiguamente vivo. Tan silencioso o más, completamente quieto.
Será que ahora que no estás, sólo me inspira tu ausencia. Será que tus ojos azabache sin vida
despertaron mi ira contra el tiempo, pero no consiguieron sobrepasar el dolor. Será que ésa fue la
primera gran despedida que me depara la vida.
Ya conoceréis poco a poco a mi Platero. De momento os dejo su nombre: Juan. Podéis imaginarlo
en el pueblo, jugando delante de Juan Ramón Jiménez a tener el reloj que levante la madrugada,
escopeta que no matará el hambre, caballo que llevará a la miseria...El niño de los bolsillos rotos,
aquel curioso que antes se arriesgaba a mirar el sol con todo, quien me hizo ver que es posible
romper la luna y hacerla pedazos en el arroyo.
Un buen día, cuando todavía era muy pequeña, me diste un susto mayor que el que dio su
compañero a Juan Ramón Jiménez en la Dehesa. Un dolor punzante recorría tu espalda y ni el
curandero ni el agua fueron capaces de sacar la púa de aquella estaca que se había atravesado
en tu vida. Siempre me pregunté si fui yo o si yo tuve la culpa. Y a partir de aquel momento todo
empeoró. Ni los médicos, ni las lágrimas. Nada ayudaba. Te me escapaste de las manos nadando
hacia la mar blanca que curó a Platero. Y a mí me dejaste como las golondrinas, muda,
desorientada, arañando tus recuerdos. Reconozco que todavía no he sido capaz de volver a verte.
No tuviste la misma suerte de ser enterrado entre viñas, como casi estoy segura que te hubiera
gustado, pero me gusta creer que igualmente sabrás los versos que ésta soledad me traiga.
Espero que me acompañes más allá de la azotea, de los campanarios, de las vidas ajenas y te
evadas de la vida del cementerio, adonde a veces llega, pequeñito y negro, otro entierro. Saluda
de mi parte a Leonor, dile que Machado la espera.
…..
En Soria o dónde quiera que el agua, el destino, el viento o la lluvia me lleven.