1. Protagonista de papel
A lo largo de toda esta obra sin textos ni escrituras de referencia, en el reparto agridulce pasa la mayoría de
los actos como un actor de reparto. Cuando no como un extra, un folio en un tablón que pasa desapercibido, olvidado.
Es difícil saber si la minuciosidad del recelo contra todo lo hostil dignificará su aliento con alguna que otra nominación.
Prorrateado como un actor de género. Parece clara la improbabilidad. Hay papeles reducidos a lámina de árbol
muerto.
Pendiente siempre de escribir el reverso. Siempre en blanco cuando sabe que la cosa pinta negra. Su anverso,
muchas veces contrario a la narración de la providencia, impide continuar un relato ortodoxo. Fiel a las consciencias
vecinas, a las consciencias supinas. Esa ortodoxia tradicionalista que pierde los papeles cuando lo convencional deja
de ser lo suficiente o lo importante. No lo creen ellos en los mismos términos.
Y aún queda más de una cara por cubrir los vacíos, las indiferencias y el desprecio. Cualquiera se atreve a darle
la vuelta al papel como si fuera un calcetín recién juzgado. Por su apestoso olor y sudor es enviado a cumplir un
programa de condena en la lavadora de la vergüenza y el recato. A darle una palmotada desde la mesa para que caiga
liviano al suelo. Parece pluma, sin embargo, resulta ser un personaje sin alas. A rajarlo; en tantos trozos que, cuando
se haga muy grueso, la fuerza que queda es arrojarlo a cualquier precipicio. A arrugarlo con forma de pelota, la cual
no rebota, dispuesto a encestarlo en un mísero agujero. El primer intento es el último. Siendo fastidioso levantarse
para terminar el tiro de la indolencia. Porque desarrugado es cuando palmo, a pocos centímetros del sepulcro. En ese
anverso es donde se encuentra, pendiente de redacción. Pendiente hacia el abismo sin letras autenficadoras de la
crónica de un semblante secundario. A un instante de recibir una palmotada, directo a un empedrado de ilusiones
pisoteadas. Solo eres lámina; lasca prensada de lo que no es tronco. Ni es leña, ni es la talla sacada de una rama. No
eres ni hoja, sino la hoja planchada. Eres la hojarasca maltrecha por una estampida de ojeadas. Nunca una hoja del
diario con esas hechuras distintas a la decadencia.
Un arriesgado desatino sería acabar empapado. La lluvia no diferencia debajo del movimiento de sus gotas
tras los hilos, de títeres hechos de agua. Quedar llovido sería un obstáculo perentorio para dibujar el sentido de tu
participación en el espectáculo. Peor sería quedar mojado, el ahogamiento produce una pulpa difícil de digerir. La
circunstancia es que no puedes volver a recibir la analgesia entre lisas y calandras, masajeándose la celulosa. No
estirará ni debajo de la lápida con la que vivirá un protagonismo de papel, sin impresiones que valgan.
Protagonista de papel es ser lo suficientemente higiénico como para ser usado y tirado. Fungible en todo
momento. Conforme lo consumo, lo desecho por el inodoro, al fin y al cabo, es por donde evacua el excremento
humano. Si no, se dona al basurero más ufano o lozano, es lo mismo. Un protagonista de papel se reduce a no tener
papel. El rol es el de evitarte en cualquier tipo de papeleo para aspirar a la conveniencia, al desacato, al antojo y al
deseo. A un protagonista de papel se le asigna su función de pasividad desde el poder que supone tratarle como un
segundón. Eres algo accesorio para la jarana. Pintas menos que la Tomasa en los títeres.
Ser un vagabundo en todo lo que se refiere a la realización personal, es una asunción algo costosa. Eres la
última prenda que alguien se le olvidó retirar de las cuerdas de un tendedero improvisado. Estás amenazado de forma
reiterativa por la digitalización de la inmoralidad más provocativa, facultada con móviles en la mano. Aprenda de lo
que le espera, y haga su papel de papel como si algún intempestivo día en una epístola satírica se convirtiera. Eso sí,
no esperes verlo escrito en un pergamino.
Martes, 18 de junio de 2019
Félix Sánchez
Un ciudadano más.