Este poema critica la hipocresía y la superficialidad de aquellos que usan palabras dulces y halagos excesivos para engañar a otros. Describe a estos falsos aduladores como dioses de la mentira cuyas palabras están hechas de azúcar pero cuyas intenciones ocultan rencor. Al final, el poema elogia la sencillez y el silencio frente a la ostentación exagerada.