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Doctrina Social de la Iglesia
GRADO EN ENFERMERÍA – CENTRO DE ELCHE
Tema 2 Fundamento de la DSI: la persona humana
2.1. La persona. Teorías antropológicas
El modo en como el hombre se compromete a construir su propio futuro
depende de la concepción que tiene de sí mismo.
Existen diversos modos de entender al ser humano.
*¿Un ser racional?
* ¿Un ser sociable por naturaleza o por convención?
* ¿Un ser condicionado o determinado?
* ¿Un ser frágil pero que tiene dignidad?
* ¿Un ser que es cuerpo y alma?
2.2. La noción de persona a través de la historia
a) Los orígenes: Grecia y Roma
La palabra “persona” etimológicamente procede del latín personare y del griego prósopon.
Está influida por dos tradiciones culturales diversas.
La primera, se remonta al teatro griego y romano.
Para hacerse oír perfectamente, los actores clásicos usaban a manera de megáfono, una
máscara (prósopon en griego, personare en latín) cuya concavidad reforzaba la voz. La
máscara que usaban los actores en el teatro antiguo.
Los actores representaban a su personaje utilizando una máscara (prósopon) que les
identificaba ante el público como intérpretes de un determinado papel.
Persona, por tanto, significó inicialmente la máscara con la que el actor se presentaba ante el
público. Con el paso del tiempo, este sentido se hizo extensivo al papel que el actor
representaba (rey, esclavo, soldado…) y, por último, acabó por denominar al actor en cuanto
tal, al hombre.
El adjetivo personus quiere decir “resonante”, lo que suena con la fuerza necesaria para
sobresalir o destacar.
La palabra “persona” va unida desde su origen al concepto de lo sobresaliente.
A este mismo concepto se refiere el sentido fundamental de la voz “dignidad”: la dignidad
es una preeminencia o excelencia, por la que algo resalta entre otros seres por el valor
que le es exclusivo o propio.
En esta perspectiva de “eminencia” concuerdan entre sí dos pensadores tan heterogéneos
como Tomás de Aquino y Kant.
Para Sto. Tomás, la persona es el ser más eminente, el más perfecto en toda la realidad,
hasta el punto de que puede verse en ella la finalidad última de todo cuanto existe.
Para Kant, mientras que los demás seres tienen únicamente un simple valor de medios, la
persona, por el contrario, es de suyo un fin: algo dotado de ese valor intrínseco que se
llama dignidad.
La segunda tradición se encuadra en el derecho romano.
Procede de otra posible acepción de la palabra “persona” entendida en este caso como
per se sonans, quien habla por sí mismo y tiene voz propia.
Este significado inicial se amplió al de quien tiene derechos, estatus y reconocimiento
social y esta es la noción que recogió el Derecho Romano.
En Roma eran personas los detentores de derechos, los hombres libres y con voto
porque procedían de familias nobles. Ser persona, por tanto, implicaba poseer derechos
y dignidad social.
En Roma no todas las personas eran “personas”. Los esclavos eran considerados como
animales o cosas y ni los bárbaros (extranjeros), ni los hombres no nobles, ni las mujeres
tenían derechos similares, sino limitados al igual que su reconocimiento social.
En definitiva, la tradición griega y romana nos presenta a la persona como un
entramado de hombre y de dignidad.
b) El cristianismo: la invención de la persona
El cristianismo utilizó esta base de la cultura griega y romana para desarrollar su propio
concepto de persona, que es el que ha sido posteriormente asumido y hecho propio
por Occidente.
La influencia cristiana se ejercitó fundamentalmente en dos frentes.
El principal y primario fue de orden social y humano y consistió en el rechazo
sistemático de cualquier posible discriminación, lo que suponía una auténtica
revolución en el mundo antiguo cuyas consecuencias fueron incalculables e irían
fructificando a lo largo de los siglos.
Esta idea fundamental, de origen religioso pero de indudable trascendencia social y
antropológica, fue transformando con el tiempo de modo radical la sociedad antigua:
eliminación de la esclavitud, igualación entre el hombre y la mujer, etc.
El segundo de los frentes en la elaboración del concepto de persona tuvo lugar en el
contexto de las discusiones cristológicas y trinitarias de los primeros siglos.
Una de las tareas que el cristianismo se vio obligado a realizar una vez difundido de
manera consistente y adquirido un grado suficiente de estabilidad fue definir su
doctrina de manera sistemática.
Este proceso muy largo y complicado, tuvo como pasos esenciales los concilios de
Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451) y concluyó con la
formulación mediante categorías filosófico-teológicas de los dos principales misterios
del cristianismo, Cristo y la Trinidad.
Dios es simultáneamente una realidad trinitaria y unitaria lo que se expresó
técnicamente diciendo que en Dios había tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y
una sola sustancia o naturaleza: la divina. Por el contrario, en Cristo, Dios y hombre a
la vez, había dos naturalezas (la divina y la humana) pero una sola persona, la del
Verbo.
Surgía así, por primera vez en la historia, el concepto filosófico-teológico de persona.
c)Los nombres de la modernidad: conciencia, sujeto, yo
La modernidad identificó al hombre con elementos que la filosofía iba
descubriendo.
Conciencia, ser interior consciente de sí mismo;
sujeto, ser que se pone ante el mundo externo con una interioridad;
yo, autoconciencia de sí.
Son aportaciones inestimables a la concepción del hombre, descubrió claves
antropológicas esenciales, pero al precio de la desaparición de la persona
concreta.
Esta concepción planteó graves problemas tanto filosóficos como sociales al
inicio del s.XX.
d) La noción contemporánea de persona
El siglo XX fue el escenario de una batalla entre dos poderosas ideologías: los
colectivismos y el individualismo.
Los colectivismos (comunismo, nazismo, fascismo) promovían los valores generales de la
sociedad, pero con desprecio de los individuos. La visión social organicista de la que
dependían entendía al hombre como una parte del todo social por que debía sacrificarse
si era necesario. Lo esencial era el organismo (la sociedad) mientras que la parte (el
hombre) solo era importante en la medida en que servía al organismo.
El individualismo, por el contrario, adoptó una perspectiva contraria: la exaltación del
individuo en contraposición a la sociedad, pero de un individuo insolidario que buscaba
su propio bien y se servía para ello de sus medios económicos e inteligencia aplicando la
“ley del más fuerte”. Quien es hábil y poderoso se asienta en el tejido social, quien es
débil queda desplazado.
Estas dos ideologías, no permanecieron en el terreno de la teoría, sino que generaron
poderosísimos movimientos sociales y políticos que decidieron, de forma muy trágica, la
historia del siglo XX.
Hubo un movimiento social ligado a los desastres de la guerra y de las ideologías que
exigía una nueva valoración del hombre: el Personalismo.
El hombre no podía ser ni una mera parte del todo ni una entidad egoísta. Tenía que
tener valor por sí mismo, lo más valioso del mundo. Pero esto no podía significar que
tuviese derecho a comportarse de forma egoísta e individual. La persona debía estar al
servicio de los otros y vivir la generosidad.
Al personalismo se debe conceptualmente la actual visión de la persona.
Presupuestos básicos:
-necesidad de relanzar el concepto de persona como remedio filosófico en la lucha
ideológica entre el individualismo y los colectivismos;
-necesidad de que la nueva antropología de la persona asumiera las aportaciones de la
modernidad: conciencia, sujeto, yo, libertad, dinamicidad, etc.;
-necesidad de que esas aportaciones se hicieran en el marco de una filosofía realista y
abierta a la trascendencia.
2.3. DSI y principio personalista
La persona es un ser digno en sí mismo, pero necesita entregarse a los demás para lograr su
perfección, es dinámico y activo, capaz de transformar el mundo y de alcanzar la verdad, es
espiritual y corporal, poseedor de una libertad que le permite autodeterminarse y decidir en
parte no solo su futuro sino su modo de ser, está enraizado en el mundo de la afectividad y es
portador y está destinado a un fin trascendente.
Este concepto de persona se encuentra aceptado hoy en gran medida por la civilización
occidental.
La Iglesia ve en el hombre la imagen vida de Dios.
A este hombre que ha recibido de Dios una incomparable e inalienable dignidad, es a quien la
Iglesia se dirige y le presta el servicio, recordándole constantemente su altísima vocación, para
que sea cada vez más consciente y digno en ella.
Invita a reconocer en todos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos, y sobre todo en el
pobre y en el que sufre, un hermano.
Toda la vida social es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana.
El hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el
alma de la enseñanza social católica.
Toda la doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable
dignidad de la persona humana.
La Iglesia ha buscado ante todo tutelar la dignidad humana frente a todo intento de
proponer imágenes reductivas y distorsionadas; además, ha denunciado repetidamente
muchas violaciones.
2.4. La persona humana como imagen de Dios
El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es
criatura de Dios y especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a
imagen de Dios: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó,
macho y hembra los creó” (Gén 1,27).
Partiendo de esta idea fundamental de que la persona es “imago Dei” podemos sacar
algunas conclusiones:
* Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación.
* El ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz
de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas.
* La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la
naturaleza humana. El hombre no es un ser solitario, ya que por su íntima naturaleza, es un
ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás.
* El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus
vidas. La relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e
inviolable.
* El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus
vidas. La relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e
inviolable.
* Con esta vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas
las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero
su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad
de explotación arbitraria y egoísta.
* El hombre es también relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo. El
hombre goza de la interioridad espiritual. Eso lo distingue de cualquier otra criatura. El
corazón indica las facultades espirituales propias del hombre, sus prerrogativas en
cuanto creado a imagen de su Creador: la razón, el discernimiento del bien y del mal, la
voluntad libre.
2.5. La persona humana y sus múltiples dimensiones
a) Unidad de la persona
El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y cuerpo.
El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es por aquello por lo
cual existe como un todo en cuanto persona.
Es en la unidad de alma y cuerpo donde la persona es el sujeto de sus propios actos
morales.
El hombre tiene dos características diversas: es un ser material, vinculado a este mundo
mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia y al descubrimiento de
una inteligencia divina.
En el hombre espíritu y materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye
una única naturaleza.
Ni el espiritualismo que desprecia la realidad del cuerpo, ni el materialismo que considera el
espíritu una mera manifestación de la materia, dan razón de la complejidad, de la totalidad
y de la unidad del ser humano.
b) Apertura a la trascendencia y unicidad de la persona
El hombre está abierto al infinito y a todos los seres creados. Sale de sí, de la
conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una relación de diálogo y de
comunión con el otro.
El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un “yo”, capaz de
autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse.
La persona humana es un ser inteligente y consciente, capaz de reflexionar sobre sí
mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus propios actos. Sin embargo, no son
la inteligencia, la conciencia y la libertad las que definen a la persona, sino que es la
persona quien está en la base de los actos de inteligencia, de conciencia y de libertad.
Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre deje de ser persona.
En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su
mismo desarrollo.
c) La libertad de la persona
El hombre puede dirigirse hacia el bien solo en la libertad que Dios le ha dado como
signo de su imagen. “Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión”
(Eclo 15,14).
La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección,
movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego
impulso interior o de la mera coacción externa.
Ser libres nos hace responsables y capaces de hacernos a nosotros mismos.
La libertad determina su crecimiento como persona, mediante opciones conformes al
bien verdadero. De este modo el hombre, no solo se genera a sí mismo, sino que
también, construye el orden social.
La libertad no se opone a la dependencia creatural del hombre respecto a Dios.
El hombre es libre ya que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Pero
esta libertad no es ilimitada. Está llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. La
libertad del hombre encuentra su verdadera y plena realización en esa aceptación.
La ley natural es la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios.
Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar.
Esta luz consiste en la participación en su ley eterna.
Esta ley se llama natural porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza
humana.
Es universal, se extiende a todos los hombres en cuanto establecida por la razón.
En sus preceptos principales, la ley divina y natural está expuesta en el Decálogo e
indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral.
La ley natural expresa la dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de
sus deberes fundamentales.
d) La dignidad de la persona
Todas esas notas de la persona apuntan en una dirección muy precisa, los hombres y
las mujeres son seres especialísimos por la perfección intrínseca que poseen y que les
coloca por encima y en otro plano del resto de los seres de la naturaleza.
A esa perfección la llamamos dignidad.
Dios no hace acepción de personas, porque todos los hombres tienen la misma
dignidad de criaturas a su imagen y semejanza.
Ese es el fundamento último de la radical igualdad y fraternidad entre los hombres,
independientemente de su raza, nación, sexo, origen, cultura y clase.
Solo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y
personal de todos.
Para favorecer ese crecimiento es necesario apoyar a los últimos, asegurar
efectivamente condiciones de igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer,
garantizar una igualdad objetiva entre las diversas clases sociales ante la ley…
e) La sociabilidad humana
La persona es constitutivamente un ser social.
Es un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con
sus semejantes y que es capaz de comunión con ellos en el orden del conocimiento y del
amor.
La vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de las
criaturas.
La sociabilidad humana no comporta automáticamente la comunión de las personas. A
causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre descubre en sí mismo genes de
insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro.
Toda sociedad digna de este nombre, puede considerarse en la verdad cuando cada uno
de sus miembros, gracias a la propia capacidad de conocer el bien, lo busca para sí y para
los demás.
Es por amor al bien propio y al de los demás que el hombre se une en grupos estables,
que tienen como fin la consecución de un bien común.
También las diversas sociedades deben entrar en relaciones de solidaridad, de
comunicación y de colaboración, al servicio del hombre y del bien común.
2.6. Los derechos humanos
Los DDHH están considerados hoy como la base ética de la convivencia
entre personas y pueblos.
La Iglesia ha visto en este reconocimiento universal el punto de encuentro
entre cristianos y no cristianos, la base de un diálogo en busca de la verdad
y de la solidaridad entre todos los hombres.
Con la expresión Derechos Humanos nos referimos a una serie de derechos
que “tiene todo ser humano por el hecho de ser un ser humano”.
Son derechos que le pertenecen por ser quien es, no le son concedidos ni
consensuados sino reconocidos.
Según la Declaración Universal de la ONU todos los seres humanos, por el
simple hecho de serlo, son sujetos de todos los derechos. Todos tenemos
unos determinados derechos que nos pertenecen independientemente de
nuestra condición.
Notas características de los Derechos Humanos:
1. Son naturales: brotan de la misma naturaleza humana. Son anteriores al derecho positivo y
no los crean las leyes, aunque estas deban proclamarlos, sancionarlos y protegerlos. Al
anteponer los derechos humanos a las leyes positivas, es la protección y garantía de los
mismos la que le confiere legitimidad a los poderes públicos y a los corpus legislativos.
2. Son inviolables: ninguna autoridad humana puede arrogarse una competencia para
legitimar su vulneración. Deben primar sobre cualquier otra consideración de orden
práctico. Eso no significa que sean absolutos, pueden entrar en conflicto, por lo que hay
que reconocer unos límites.
3. Son inalienables: los seres humanos, como portadores de estos derechos, no pueden
renunciar a los mismos, no pueden enajenarlos. Tienen la obligación de respetarlos en los
demás y en ellos mismos. Se puede renunciar al ejercicio de un derecho, pero no a la
titularidad del mismo.
4. Son universales: todos los seres humanos son titulares de los mismos, aunque dotar de
materialidad a cada uno de los derechos depende de diversos factores: cultural, religioso,
etc. De ahí la importancia del diálogo intercultural para la concreción de los derechos.
La Iglesia siempre ha estado comprometida con los derechos sociales de los hombres. Ha
sido servidora de los pobres y pionera en áreas como la sanidad y la educación.
La DSI aporta algo específico a la reflexión sobre los DDHH.
El CDSI supone una etapa más en este camino en el que la Iglesia se ha ido
constituyendo progresivamente en una de las más valerosas y fervientes defensoras de
los DDHH.
Tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco, siguiendo la estela dejada por sus
antecesores, denuncian reiteradamente las violaciones de los DDHH, al mismo tiempo
que reclaman insistentemente su defensa y cumplimiento.
La Iglesia afirma que el fundamento de los DDHH se encuentra en la dignidad de la
persona. No son algo que yo reconozco y respeto en los demás, sino algo consustancial a
la persona.

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TEMA 2. Fundamento de la DSI. La persona.pdf

  • 1. Doctrina Social de la Iglesia GRADO EN ENFERMERÍA – CENTRO DE ELCHE Tema 2 Fundamento de la DSI: la persona humana
  • 2. 2.1. La persona. Teorías antropológicas El modo en como el hombre se compromete a construir su propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo. Existen diversos modos de entender al ser humano. *¿Un ser racional? * ¿Un ser sociable por naturaleza o por convención? * ¿Un ser condicionado o determinado? * ¿Un ser frágil pero que tiene dignidad? * ¿Un ser que es cuerpo y alma?
  • 3. 2.2. La noción de persona a través de la historia a) Los orígenes: Grecia y Roma La palabra “persona” etimológicamente procede del latín personare y del griego prósopon. Está influida por dos tradiciones culturales diversas. La primera, se remonta al teatro griego y romano. Para hacerse oír perfectamente, los actores clásicos usaban a manera de megáfono, una máscara (prósopon en griego, personare en latín) cuya concavidad reforzaba la voz. La máscara que usaban los actores en el teatro antiguo. Los actores representaban a su personaje utilizando una máscara (prósopon) que les identificaba ante el público como intérpretes de un determinado papel. Persona, por tanto, significó inicialmente la máscara con la que el actor se presentaba ante el público. Con el paso del tiempo, este sentido se hizo extensivo al papel que el actor representaba (rey, esclavo, soldado…) y, por último, acabó por denominar al actor en cuanto tal, al hombre.
  • 4. El adjetivo personus quiere decir “resonante”, lo que suena con la fuerza necesaria para sobresalir o destacar. La palabra “persona” va unida desde su origen al concepto de lo sobresaliente. A este mismo concepto se refiere el sentido fundamental de la voz “dignidad”: la dignidad es una preeminencia o excelencia, por la que algo resalta entre otros seres por el valor que le es exclusivo o propio. En esta perspectiva de “eminencia” concuerdan entre sí dos pensadores tan heterogéneos como Tomás de Aquino y Kant. Para Sto. Tomás, la persona es el ser más eminente, el más perfecto en toda la realidad, hasta el punto de que puede verse en ella la finalidad última de todo cuanto existe. Para Kant, mientras que los demás seres tienen únicamente un simple valor de medios, la persona, por el contrario, es de suyo un fin: algo dotado de ese valor intrínseco que se llama dignidad.
  • 5. La segunda tradición se encuadra en el derecho romano. Procede de otra posible acepción de la palabra “persona” entendida en este caso como per se sonans, quien habla por sí mismo y tiene voz propia. Este significado inicial se amplió al de quien tiene derechos, estatus y reconocimiento social y esta es la noción que recogió el Derecho Romano. En Roma eran personas los detentores de derechos, los hombres libres y con voto porque procedían de familias nobles. Ser persona, por tanto, implicaba poseer derechos y dignidad social. En Roma no todas las personas eran “personas”. Los esclavos eran considerados como animales o cosas y ni los bárbaros (extranjeros), ni los hombres no nobles, ni las mujeres tenían derechos similares, sino limitados al igual que su reconocimiento social. En definitiva, la tradición griega y romana nos presenta a la persona como un entramado de hombre y de dignidad.
  • 6. b) El cristianismo: la invención de la persona El cristianismo utilizó esta base de la cultura griega y romana para desarrollar su propio concepto de persona, que es el que ha sido posteriormente asumido y hecho propio por Occidente. La influencia cristiana se ejercitó fundamentalmente en dos frentes. El principal y primario fue de orden social y humano y consistió en el rechazo sistemático de cualquier posible discriminación, lo que suponía una auténtica revolución en el mundo antiguo cuyas consecuencias fueron incalculables e irían fructificando a lo largo de los siglos. Esta idea fundamental, de origen religioso pero de indudable trascendencia social y antropológica, fue transformando con el tiempo de modo radical la sociedad antigua: eliminación de la esclavitud, igualación entre el hombre y la mujer, etc.
  • 7. El segundo de los frentes en la elaboración del concepto de persona tuvo lugar en el contexto de las discusiones cristológicas y trinitarias de los primeros siglos. Una de las tareas que el cristianismo se vio obligado a realizar una vez difundido de manera consistente y adquirido un grado suficiente de estabilidad fue definir su doctrina de manera sistemática. Este proceso muy largo y complicado, tuvo como pasos esenciales los concilios de Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451) y concluyó con la formulación mediante categorías filosófico-teológicas de los dos principales misterios del cristianismo, Cristo y la Trinidad. Dios es simultáneamente una realidad trinitaria y unitaria lo que se expresó técnicamente diciendo que en Dios había tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y una sola sustancia o naturaleza: la divina. Por el contrario, en Cristo, Dios y hombre a la vez, había dos naturalezas (la divina y la humana) pero una sola persona, la del Verbo. Surgía así, por primera vez en la historia, el concepto filosófico-teológico de persona.
  • 8. c)Los nombres de la modernidad: conciencia, sujeto, yo La modernidad identificó al hombre con elementos que la filosofía iba descubriendo. Conciencia, ser interior consciente de sí mismo; sujeto, ser que se pone ante el mundo externo con una interioridad; yo, autoconciencia de sí. Son aportaciones inestimables a la concepción del hombre, descubrió claves antropológicas esenciales, pero al precio de la desaparición de la persona concreta. Esta concepción planteó graves problemas tanto filosóficos como sociales al inicio del s.XX.
  • 9. d) La noción contemporánea de persona El siglo XX fue el escenario de una batalla entre dos poderosas ideologías: los colectivismos y el individualismo. Los colectivismos (comunismo, nazismo, fascismo) promovían los valores generales de la sociedad, pero con desprecio de los individuos. La visión social organicista de la que dependían entendía al hombre como una parte del todo social por que debía sacrificarse si era necesario. Lo esencial era el organismo (la sociedad) mientras que la parte (el hombre) solo era importante en la medida en que servía al organismo. El individualismo, por el contrario, adoptó una perspectiva contraria: la exaltación del individuo en contraposición a la sociedad, pero de un individuo insolidario que buscaba su propio bien y se servía para ello de sus medios económicos e inteligencia aplicando la “ley del más fuerte”. Quien es hábil y poderoso se asienta en el tejido social, quien es débil queda desplazado. Estas dos ideologías, no permanecieron en el terreno de la teoría, sino que generaron poderosísimos movimientos sociales y políticos que decidieron, de forma muy trágica, la historia del siglo XX.
  • 10. Hubo un movimiento social ligado a los desastres de la guerra y de las ideologías que exigía una nueva valoración del hombre: el Personalismo. El hombre no podía ser ni una mera parte del todo ni una entidad egoísta. Tenía que tener valor por sí mismo, lo más valioso del mundo. Pero esto no podía significar que tuviese derecho a comportarse de forma egoísta e individual. La persona debía estar al servicio de los otros y vivir la generosidad. Al personalismo se debe conceptualmente la actual visión de la persona. Presupuestos básicos: -necesidad de relanzar el concepto de persona como remedio filosófico en la lucha ideológica entre el individualismo y los colectivismos; -necesidad de que la nueva antropología de la persona asumiera las aportaciones de la modernidad: conciencia, sujeto, yo, libertad, dinamicidad, etc.; -necesidad de que esas aportaciones se hicieran en el marco de una filosofía realista y abierta a la trascendencia.
  • 11. 2.3. DSI y principio personalista La persona es un ser digno en sí mismo, pero necesita entregarse a los demás para lograr su perfección, es dinámico y activo, capaz de transformar el mundo y de alcanzar la verdad, es espiritual y corporal, poseedor de una libertad que le permite autodeterminarse y decidir en parte no solo su futuro sino su modo de ser, está enraizado en el mundo de la afectividad y es portador y está destinado a un fin trascendente. Este concepto de persona se encuentra aceptado hoy en gran medida por la civilización occidental. La Iglesia ve en el hombre la imagen vida de Dios. A este hombre que ha recibido de Dios una incomparable e inalienable dignidad, es a quien la Iglesia se dirige y le presta el servicio, recordándole constantemente su altísima vocación, para que sea cada vez más consciente y digno en ella. Invita a reconocer en todos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos, y sobre todo en el pobre y en el que sufre, un hermano.
  • 12. Toda la vida social es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana. El hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica. Toda la doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. La Iglesia ha buscado ante todo tutelar la dignidad humana frente a todo intento de proponer imágenes reductivas y distorsionadas; además, ha denunciado repetidamente muchas violaciones.
  • 13. 2.4. La persona humana como imagen de Dios El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios y especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Gén 1,27). Partiendo de esta idea fundamental de que la persona es “imago Dei” podemos sacar algunas conclusiones: * Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación. * El ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas. * La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. El hombre no es un ser solitario, ya que por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás.
  • 14. * El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas. La relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e inviolable. * El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas. La relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e inviolable. * Con esta vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad de explotación arbitraria y egoísta. * El hombre es también relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo. El hombre goza de la interioridad espiritual. Eso lo distingue de cualquier otra criatura. El corazón indica las facultades espirituales propias del hombre, sus prerrogativas en cuanto creado a imagen de su Creador: la razón, el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre.
  • 15. 2.5. La persona humana y sus múltiples dimensiones a) Unidad de la persona El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y cuerpo. El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es por aquello por lo cual existe como un todo en cuanto persona. Es en la unidad de alma y cuerpo donde la persona es el sujeto de sus propios actos morales. El hombre tiene dos características diversas: es un ser material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia y al descubrimiento de una inteligencia divina. En el hombre espíritu y materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza. Ni el espiritualismo que desprecia la realidad del cuerpo, ni el materialismo que considera el espíritu una mera manifestación de la materia, dan razón de la complejidad, de la totalidad y de la unidad del ser humano.
  • 16. b) Apertura a la trascendencia y unicidad de la persona El hombre está abierto al infinito y a todos los seres creados. Sale de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una relación de diálogo y de comunión con el otro. El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un “yo”, capaz de autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse. La persona humana es un ser inteligente y consciente, capaz de reflexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus propios actos. Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia y la libertad las que definen a la persona, sino que es la persona quien está en la base de los actos de inteligencia, de conciencia y de libertad. Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre deje de ser persona. En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo.
  • 17. c) La libertad de la persona El hombre puede dirigirse hacia el bien solo en la libertad que Dios le ha dado como signo de su imagen. “Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Eclo 15,14). La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. Ser libres nos hace responsables y capaces de hacernos a nosotros mismos. La libertad determina su crecimiento como persona, mediante opciones conformes al bien verdadero. De este modo el hombre, no solo se genera a sí mismo, sino que también, construye el orden social. La libertad no se opone a la dependencia creatural del hombre respecto a Dios. El hombre es libre ya que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Pero esta libertad no es ilimitada. Está llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. La libertad del hombre encuentra su verdadera y plena realización en esa aceptación.
  • 18. La ley natural es la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Esta luz consiste en la participación en su ley eterna. Esta ley se llama natural porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza humana. Es universal, se extiende a todos los hombres en cuanto establecida por la razón. En sus preceptos principales, la ley divina y natural está expuesta en el Decálogo e indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. La ley natural expresa la dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de sus deberes fundamentales.
  • 19. d) La dignidad de la persona Todas esas notas de la persona apuntan en una dirección muy precisa, los hombres y las mujeres son seres especialísimos por la perfección intrínseca que poseen y que les coloca por encima y en otro plano del resto de los seres de la naturaleza. A esa perfección la llamamos dignidad. Dios no hace acepción de personas, porque todos los hombres tienen la misma dignidad de criaturas a su imagen y semejanza. Ese es el fundamento último de la radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su raza, nación, sexo, origen, cultura y clase. Solo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y personal de todos. Para favorecer ese crecimiento es necesario apoyar a los últimos, asegurar efectivamente condiciones de igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer, garantizar una igualdad objetiva entre las diversas clases sociales ante la ley…
  • 20. e) La sociabilidad humana La persona es constitutivamente un ser social. Es un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con sus semejantes y que es capaz de comunión con ellos en el orden del conocimiento y del amor. La vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de las criaturas. La sociabilidad humana no comporta automáticamente la comunión de las personas. A causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre descubre en sí mismo genes de insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro. Toda sociedad digna de este nombre, puede considerarse en la verdad cuando cada uno de sus miembros, gracias a la propia capacidad de conocer el bien, lo busca para sí y para los demás. Es por amor al bien propio y al de los demás que el hombre se une en grupos estables, que tienen como fin la consecución de un bien común. También las diversas sociedades deben entrar en relaciones de solidaridad, de comunicación y de colaboración, al servicio del hombre y del bien común.
  • 21. 2.6. Los derechos humanos Los DDHH están considerados hoy como la base ética de la convivencia entre personas y pueblos. La Iglesia ha visto en este reconocimiento universal el punto de encuentro entre cristianos y no cristianos, la base de un diálogo en busca de la verdad y de la solidaridad entre todos los hombres. Con la expresión Derechos Humanos nos referimos a una serie de derechos que “tiene todo ser humano por el hecho de ser un ser humano”. Son derechos que le pertenecen por ser quien es, no le son concedidos ni consensuados sino reconocidos. Según la Declaración Universal de la ONU todos los seres humanos, por el simple hecho de serlo, son sujetos de todos los derechos. Todos tenemos unos determinados derechos que nos pertenecen independientemente de nuestra condición.
  • 22. Notas características de los Derechos Humanos: 1. Son naturales: brotan de la misma naturaleza humana. Son anteriores al derecho positivo y no los crean las leyes, aunque estas deban proclamarlos, sancionarlos y protegerlos. Al anteponer los derechos humanos a las leyes positivas, es la protección y garantía de los mismos la que le confiere legitimidad a los poderes públicos y a los corpus legislativos. 2. Son inviolables: ninguna autoridad humana puede arrogarse una competencia para legitimar su vulneración. Deben primar sobre cualquier otra consideración de orden práctico. Eso no significa que sean absolutos, pueden entrar en conflicto, por lo que hay que reconocer unos límites. 3. Son inalienables: los seres humanos, como portadores de estos derechos, no pueden renunciar a los mismos, no pueden enajenarlos. Tienen la obligación de respetarlos en los demás y en ellos mismos. Se puede renunciar al ejercicio de un derecho, pero no a la titularidad del mismo. 4. Son universales: todos los seres humanos son titulares de los mismos, aunque dotar de materialidad a cada uno de los derechos depende de diversos factores: cultural, religioso, etc. De ahí la importancia del diálogo intercultural para la concreción de los derechos.
  • 23. La Iglesia siempre ha estado comprometida con los derechos sociales de los hombres. Ha sido servidora de los pobres y pionera en áreas como la sanidad y la educación. La DSI aporta algo específico a la reflexión sobre los DDHH. El CDSI supone una etapa más en este camino en el que la Iglesia se ha ido constituyendo progresivamente en una de las más valerosas y fervientes defensoras de los DDHH. Tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco, siguiendo la estela dejada por sus antecesores, denuncian reiteradamente las violaciones de los DDHH, al mismo tiempo que reclaman insistentemente su defensa y cumplimiento. La Iglesia afirma que el fundamento de los DDHH se encuentra en la dignidad de la persona. No son algo que yo reconozco y respeto en los demás, sino algo consustancial a la persona.