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ENSAYOS
Llevan el nombre de "ensayos" escritos relativos a muy diversos campos: historia,
ciencia, filosofía, política, etc.
En la primera sección recojo diecisiete ensayos sobre muy diversos temas de tipo
científico popular. A veces tienen carácter narrativo, otros más bienes anecdóticos, o
bien llevan alguna intención aleccionadora, a manera de mensaje, especialmente para
las generaciones jóvenes (R. Zeledón. Ensayos e ideas científicas).
En este libro se ensaya hacer Historia de Guatemala bajo principios metodológicos
que se aplican por primera vez al estudio de nuestro desarrollo (S. Martínez. La
patria del criollo)
Este ensayo considera la concepción de la vida onírica en la filosofía de Descartes
(particularmente en sus Meditaciones Metafísicos) dentro de la perspectiva teórica de
la fenomenología (principalmente desde la filosofía de Sartre y los trabajos
fenomenológico - antropológicos de Dieter Wyss (A. Zamora. "El cógito también
sueña").
Este ensayo trata de ordenar mis preocupaciones de muchos años , expuestas en
numerosos artículos y conferencias en Costa Rica y en el exterior (José Figueres. La
pobreza de las naciones)
Además de la temática, existen otros rasgos que se presentan muy diferenciados entre
los textos llamados ensayos: la extensión oscila entre algunas pocas páginas y varios
cientos de ellas; la rigurosidad de los planteamientos va desde un análisis
impresionista hasta un detallado marco conceptual; el vehículo de comunicación
puede ser desde el periódico, hasta el voluminosos libro, pas ando por la conferencia
o el trabajo de graduación.
Otro de los rasgos de la mayoría de los textos denominados ensayos es presentarse
como aproximaciones, como esbozos iniciales. Véanse ejemplos:
Aunque consciente de mis limitaciones, he querido ofrecer al lector una vivencia, o
más bien una interpretación muy personal de los hechos relatados, buscando
entrelazar lo material con lo espiritual, y el origen del ser con el principio de las
grandes ideas (J. Jaramillo. La aventura humana)
Estos ensayos – dirigidos hacia educadores, estudiantes de educación y demás
personas interesadas en el tema tienen el fin de contribuir a la discusión y al análisis
de nuestro sistema educativo, como paso indispensable previo a la toma de acciones
para mejorarlo (H. Pérez. Ensayos sobre educación)
Nos proponemos, en las páginas siguientes, describir a grandes rasgos la labor de los
físicos que corresponde a la meditación pura del investigador. Nos ocuparemos,
principalmente, del papel de los pensamientos e ideas en la búsqueda aventurada del
conocimiento del mundo físico. (A. Einstein. La Física, aventura del pensamiento).
Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin
designio ni plan, no se espera de mi que lo haga bien ni que me concent re en mí
mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi
manera habitual que es la ignorancia (M. De Montaigne. Ensayos)
Lo cierto es que esta clase de materiales, a pesar de la tradicional modestia de los
autores, constituye uno de los principales recursos de la cultura moderna. Por su
medio es que se debaten las ideas más influyentes, se conocen los últimos aportes de
la ciencia, se forma opinión, se produce discrepancia productiva. Inclusive, como se
ha visto, el más conspicuo científico abandona, a ratos, los rigurosos procedimientos
de comunicación de su disciplina y toma la particular herramienta del ensayo para
tratar de otra manera su objeto de estudio.
B. DEFINICIÓN DE ENSAYO
La más generalizada de ellas dice que "el ensayo es literatura de ideas". Esto
significa que a la preocupación estética y la creación de recursos expresivos se suma
un afán utilitario: el planteamiento y debate de temas de interés actual. El uso que
Rodrigo Zeledón (1982) hace del género con el fin de "despertar interés en nuestras
generaciones jóvenes por los atractivos problemas que nos depara el anchuroso
campo de las ciencias biológicas" es una buena muestra de este rasgo.
Otra de las definiciones es la atribuida a J. Ortega y Gasset: " El ensayo es la ciencia
sin la prueba explícita". Con esto se subraya que no es un discurso irresponsable
sino un texto que obvia el aparato teórico y la aridez de las fórmulas y cuadros con el
fin de aumentar la lecturabilidad y la capacidad explicativa. José L. Vega Carballo
(1979) señala sobre el esquema analítico de un de sus ensayo: "el que aquí se discute
no puede, ni debe tomarse como final y exhaustivo, se trata, más bien de una
aproximación basada en un examen global".
La última definición por analizar es la que proporciona Alfonso Reyes: "el ensayo es
la literatura en su función ancilar". La palabra "ancilla", es decir, esclava, sirve
para expresar el papel subalterno que lo ornamental e imaginativo tiene para el
género. Al respecto dice Gómez de Baquero (1917): "El ensayo está en la frontera de
dos reinos: el de la didáctica y el de la poesía y hace excursiones del uno al otro".
C. COMPARACIÓN CON OTROS GÉNEROS
En cuanto a la extensión o el tema, el ensayo puede parecerse a la monografía o
artículo científico. No obstante, si se considera que este último es el informe del
proceso integrar de una investigación científica, lo cual implica dar cuenta de teorías,
procedimientos y fuentes de una manera prolija, puede notarse una gran diferencia.
No obstante, los alcances de los procesos de investigación científica reportados en
artículos pueden ser indagados, analizados, contrastados, profundizados, en ensayos.
Los trabajos teóricos, metódicamente dirigidos, que se realizan en el área de la
filosofía y la filología, tal vez por carecer de un aparato metodológico visible a simple
vista (fórmulas, cuadros, gráficos) y no haberse estatuido una estructura lógica
convencional como en las ciencias básicas (introducción, procedimientos, resultados,
discusión), no suelen llamarse artículos científicos y se acostumbra denominarlos
genéricamente "ensayos". En realidad se trata de un tipo de escritos al cual bien le
cabe el nombre de "artículo de humanidades"
Otro de los escritos muy cercano al ensayo es el artículo period ístico. L. Ferrero
(1979) lo considera como una de sus variantes, aunque con la advertencia de que sus
temas son con frecuencia pasajeros. En los diarios contemporáneos coexisten las
materiales absolutamente intranscendentes y los verdaderos ensayos, es de cir, piezas
que sobrevivirán por su mensaje. Por ejemplo, la obra principal del costarricense
Cristián Rodríguez ha sido rescatada de los periódicos e incluida en libro (1988).
Asimismo, Tribuna Nacional (1993) recoge 25 años de excelentes ensayos breves
publicados en la página 15 de La Nación (Costa Rica).
D. VENTAJAS DEL ENSAYO
Uno de los rasgos del ensayo que ya se ha venido comentando es su agilidad. Esto
quiere decir su sencillez productiva, su capacidad de comunicar en forma directa.
Como no hay por que evidenciar el proceso de investigación seguido no es necesario
subdividir detalladamente el escrito; en vista de que no se leen los ensayos para
conocer datos sino implicaciones de estos, se ahorran las citas bibliográficas; por
cuanto valen más las ideas que sus representaciones, no son necesarios las fórmulas,
los cuadros y los gráficos. Claro, estas no son prohibiciones: la libertad del género
permite incluirlas ocasionalmente. J. Figueres dice en la introducción de su libro de
ensayos La pobreza de las naciones (1973): "Empleo a menudo cifras ilustrativas que
no son indispensables ni exactas, solamente porque creo que facilitan el estudio,
aunque varíen de país a país y de tiempo en tiempo".
La brevedad puede declararse una virtud del ensayo. No obstante hay largos ensayos
suficientemente virtuosos. La corta extensión permite publicarlos con mayor
facilidad, obtener mayor número de lectores, producir un efecto más directo,
escribirlos más rápidamente y con la adecuada oportunidad. Con respecto a este
rasgo dice J.L. Gómez (1976): "Se intenta únicamente dar un corte, uno sólo, lo más
profundo posible y absorber con intensidad la savia que nos proporcione".
El intercambio, tanto entre ensayista y lector como entre ensayista y diferentes
autores, es otro de los rasgos propios del género. El escritor se dirige a un público no
especializado para quien interpreta un tema. Esto significa presentarle, lógicamente
orquestadas por la suya, las opiniones de quienes se han ocupado del tema. Gómez
(1976) expresa esto en las siguientes palabras: "el ensayista reacciona ante los
valores actuales para insinuarnos una interpretación novedosa o proponernos una
revaluación de las ya en boga, pero una vez abierta la brecha y tendido el puente del
nuevo entendimiento, el ensayista, como creador al fin y al cabo, deja al especialista
el establecer la legitimidad de lo propuesto, sin renunciar él mismo a continuarlo en
otra ocasión".
Un corolario de la función de intercambio que tiene el ensayo, es el carácter
persuasivo. Así como la "ciencia pura" - expresada por medio de artículos científicos -
reivindica su objetividad, su desinterés en convencer por otro procedimiento que no
sean los hechos, el ensayo se usa para impulsar ciertas ideas para convencer de
ciertas posiciones con respecto a los hechos. Para cumplir este carácter, en el ensayo
se ordenarán los datos y los conceptos de manea que resulte evidente una tesis. José
L. Vega (1979) se expresa así en su ensayo "Etapas y procesos de la evolución
sociopolítica de Costa Rica": Surgen, pues, las siguientes preguntas: ¿Hasta cuándo
aguardarán par tomar la iniciativa histórica en favor de su desarrollo todos los
sectores que no se han visto beneficiados con los logros del modelo agrocomercial
tradicional, ni tampoco ahora, con el nuevo esquema de la integración dependiente de
tipo industrial – financiero – tecnológico?" Puede observarse en este texto la carga
emotiva que hay, el uso de una pregunta retórica, la acumulación de información, etc.,
rasgos que inclinan a una particular posición.
E. LOS CONTENIDOS DEL ENSAYO
Como se ha visto el ensayo trata de cualquier tema. La diferencia con respecto a la
expresión científica convencional y con la literatura propiamente dicha es la
particularidad de ese tratamiento.
El primer rasgo que al respecto debe observarse es la función ideológica. Son
múltiples las definiciones de ideología; en las ciencias sociales predomina una visión
negativa de este rasgo: falsa conciencia, visión interesada, deformación, limitación.
Un concepto de ideología que podría ser aceptado en forma general es el de
concepción de la realidad desde una perspectiva particular. Si se considera que esta
perspectiva es la del escritor, podría inferirse que no es la de la ciencia, la cual es
una práctica que no tiene por qué coincidir con la de individuos en particular. Por
ello es que se suele oponer ideología a ciencia. Efectivamente, el ensayo es ideológico
en la medida que no se ciñe a la ciencia sino que busca transcenderla o antecederla.
Por otra parte, la función ideológica se manifiesta en el texto como un afán que tiene
el escritor de persuadir con respecto a su manera de ver las cosas. Uno de los más
influyentes ensayos que se ha escrito dice en su página final:
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman
abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la
violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante
una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que
sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. Proletarios de todos los países
uníos. (Marx y Engels s.f.)
La ideología no consiste en las ideas específicas sino en los procedimientos mediante
los cuales se analizan los hechos. Una categoría de análisis es un criterio que se
aplicará para juzgar un fenómeno, por ejemplo, Manuel Picado en su estudio
Literatura, ideología, crítica (1983) va descubriendo en los ensayos la crítica
literaria relativa a novelas costarricenses una serie de crite rios, no advertidos,
mediante los que se juzgan las obras: algunos de ellos son: si el lenguaje usado en la
obra es o no el usado en la realidad, si en la obra se refleja o no el autor, si la obra
esta redactada o no con sencillez.
La función ideológica es una condición presente en todas las formas de la literatura.
En novelas como Los errores (J, Revueltas 1975), en cuentos como "El matadero" (E.
Echeverría 1838) o en poemas como "El canto Nacional" (E. Cardenal 1970), es
posible percibir la presencia de amplios textos en los que el autor intercala su visión
de mundo. Se trata, en realidad, de ensayos insertados en obras de imaginación. Con
mayor razón, el ensayo propiamente dicho es una manifestación ideológica. Con
respecto a este fenómeno, lo que se propone no es suprimir en el ensayo la visión
particular de los hechos sino, cuando menos, hacerla explícita y dejar entrever los
fundamentos del análisis.
Asociado a la función ideológica del ensayo, esto es a las categorías de análisis que lo
sustentan, está el sistema de pensamiento, los procedimientos intelectuales con los
que se discurre. El ensayista va planteando su posición con respecto al tema mediante
una serie de proposiciones que llevan un orden.
Uno de los órdenes es el inductivo, palabra que no se usa en el sentido estricto que
tiene en filosofía. Se trata de que el ensayista vaya acumulando pruebas de lo que
quiere evidenciar y, al final, enuncie la idea demostrada. Esta técnica puede
observarse inclusive en un breve ejemplo:
Mientras no haya agua suficiente en un pueblo, casi no se piensa en otra cosa. Cuando
al fin se instala un medio de abastecimiento, ya no se piensa en el agua. La
abundancia mata el deseo y hace nacer aspiraciones nuevas. (J. Figueres 1973)
El otro orden básico es el deductivo, término que tampoco se usa tan específicamente
como en filosofía, pero que sirve para denominar el razonamiento que va desde
afirmaciones generales a afirmaciones particulares. En este caso, el ensayista plantea
conceptos de aceptación más o menos generalizada y empieza a desprender de ellos
implicaciones. Véase un ejemplo:
En el hombre, pensó Metchnikoff, son los microbios los que más frecuentemente
provocan la inflamación; es, pues, contra estos intrusos que debe dirigirse la lucha de
las células móviles del mosedermo o sean los glóbulos blancos de la sangre; por su
origen estas células deben gozar de la propiedad de digerir, deben por lo tanto,
digerir los microbios y traer la solución. (Picado 1988).
Los órdenes inductivo y deductivo no siempre se aprecian bien a nivel de párrafo,
sino que se manifiestan con mayor claridad en segmentos mayores. Por otra parte,
ambos pueden coexistir en el mismo trabajo.
La posibilidad de ordenar inductiva o deductivamente el ensayo parte del análisis
detallado del tema sobre el que se reflexiona ensayísticamente. R. Descartes (1983)
en su famoso trabajo Reglas para la dirección de la mente propone la necesidad de
dividir cada una de las dificultades que se examinen en tantas partes como se pueda y
como sea necesario para mejor resolverlas. El producto de esa división constituye la
lista de asuntos tratados en el ensayo; la escogencia del orden inductivo o deductivo
da, por otra parte, la distribución de esos asuntos en el texto.
A la rigurosidad que Descastes exige para el trabajo filosófico, se opone la liberalidad
de Miguel de Montaigne, uno de los padres del género: "Elijo al zar el primer
argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos,
porque a ninguno contemplo por entero". (Gómez 1976).
Un equilibrio entre la concepción cartesiana y la de Montaigne posiblemente sea lo
que produce los mejores ensayos modernos.
F. PREPARACIÓN DE ENSAYOS
Las siguientes son algunas recomendaciones, derivadas de la observación de la buena
práctica, para la preparación de ensayos. No pueden dirigirse al escritor profesional,
ni al experimentado investigador, quienes, por un lado pueden crear sus propias
estrategias y, por otro, tienen necesidades muy particulares. Se dedican, pues. Al
estudiante que debe preparar ensayos para efectos de evaluación, y tal vez, al que
quiera explorar las posibilidades del género para comunicar de manera diferente sus
contenidos.
1. Establecimiento de la intención
En cualquier trabajo de redacción se parte de una clara determinación de su
propósito. Este requisito permite saber si lo que se requiere es un ensayo u otro tipo
de escrito; también ayuda a concretar el enfoque que debe darse, el nivel, los
recursos por aplicar, etc. Es muy corriente que el escritor deslice en los primer os
párrafos de su escrito la intención:
Nos proponemos, en las páginas siguientes, describir a grandes rasgos la labor de los
físicos que corresponde a la meditación pura del investigador (A. Einstein 1943)
Las páginas que aparecen a continuación y que proponemos como una introducción a
la pedagogía del oprimido son el resultado de nuestras observaciones en estos tres
años de exilio. (P. Freire 197).
Este libro trata del tema centras de nuestros tiempos: de la dominación y la
liberación de los hombres y de los pueblos. Que es también el tema radical de la
existencia humana, y por eso, una idea básica de a historia del hombre. (S. Salazar B.
1977)
En los textos más breves, ensayos periodísticos o de carácter más literario, no es tan
frecuente que la intención se haga explícita. No obstante es imprescindible que quien
se dispone a preparar uno lo haga como primer paso.
2. Investigación bibliográfica
Un segundo paso en el proceso de producción de un ensayo es investigar los
contenidos que se desea desarrollar. La bibliografía es la base de esta labor. El
objetivo es ampliar criterio, contrastar con posiciones ajenas, conocer los
antecedentes de la discusión al respecto. No obstante, no se busca una
fundamentación de los criterios; al respecto señala José Luis Góm ez (1976):
El verdadero ensayista, por ejemplo, sólo en ocasiones muy especiales hará uso de
notas al pie de la página, y esto nos lleva al meollo de nuestro tema: las citas,
numerosas en los ensayos, tienen valor por sí mismas en relación con lo que el
ensayista nos está comunicando: importa destacar que alguien creó una idea,
representada en la cita, pero el "quién" y el "dónde" carecen en realidad de valor. No
son las citas importantes porque fulano o mengano las dijo, sino por su propia
eficacia. Y el hecho de señalarlas como citas es sólo con el propósito de indicar que
no son de propia cosecha, sino que forman parte del fondo cultural que se trata de
revisar.
Las ideas derivadas de la bibliografía pueden ser muy importantes pero es necesario
que lo sean aún más las del propio ensayista. Por tanto, la revisión que se haga debe
realizarse en función de un planteamiento base e ir incorporando, para ilustrar,
contrastar o comparar, las ideas de otros autores.
3. Elaboración del diseño
En literatura se denomina diseño a la disposición que el autor decide darle a la
información del texto. Es realmente el producto de su creatividad. Diseño del ensayo
podría ser, por ejemplo, la decisión de empezar por un planteamiento general para
incluir, posteriormente, los argumentos; presentar detallados antecedentes y pasar
luego a una rápida resolución: desarrollar, una por una las partes del planteamiento;
etc.
La forma en que el escritor disponga sus ideas en el texto puede ser muy personal.
Por tal razón podría resultar innecesaria para muchas personas una sugerencia al
respecto. No obstante, para efectos didácticos, es posible proponer una guía.
Esta guía puede derivarse de la forma de organización del discurso clásico,
manifestación por excelencia del afán persuasivo del lenguaje, así como del
periodismo moderno, expresión por parte del sentido práctico contemporáneo. La
siguiente es una estructura aplicable al ensayo.
Motivación. Ningún discurso sería escuchado ni material escrito alguno leído, si su
receptor no tuviera motivación. La oratoria clásica perpetuaba la necesidad de
preparar el alma del auditorio y ganarse su benevolencia en una sección inicial que
llevaba el nombre de exordio. El periodismo moderno propone hacer una entrada
llamativa, que capte el interés. El ensayo puede aprovecharse de esos consejos.
Véanse algunos ejemplos:
La lluvia que refresca y humedece la tierra y el sol que la calienta y seca, contribuyen
por igual al mantenimiento de la vida. Los grandes espíritus, ya sean optimistas o
atormentados, por más que sean opuestos, forman un complejo cuyo conocimiento es
tan útil al desarrollo intelectual de los que los suceden, como son útiles a la vida el
agua y el son. (C. Picado T. "Pasteur y Metchnikoff").
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja
Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes. (Marx y
Engels. "El manifiesto comunista")
Me invitaron a la playa. Acepté con gusto. Había acabado el curso escolar cansado y
sentía la necesidad de descanso. Para mi este consiste en hacer lo contrario que
cuando "trabajo", compré veinte novelas policiacas y salí a la playa. (C. Láscaris.
"Pesca con siesta")
Con gran frecuencia, el papel de captar la atención del lector se realiza por medio de
una cita textual. Esto es lo que se denomina un epígrafe, y se ubica, resaltado, en la
parte superior del escrito, después del título.
Proposición. En el discurso clásico esta es una breve mención de la tesis general que
se pretende impulsar. Ese recurso suele presentarse en los primeros párrafos del
ensayo. Los siguientes son algunos ejemplos:
Pretendo mostrar cómo el desarrollo social y la conducta humana actual, no son
logros del presente, sino que se apoyan en el conocimiento de los hechos pasados; y
que el conocimiento es una progresión de ideas y acciones que se juntan y han sido
transmitidos a través de las épocas. (J. Jaramillo. La aventura humana).
Cabe advertir, por otra parte que el ensayo tiende a evidenciar el papel decisivo que,
a la par de los factores de cambio endógenos, han jugado los exógenos como resultado
de la rápida inserción del país en el mercado internacional, a partir de la década de
1840. (J.L. Vega. "Etapas y procesos de la evolución sociopolítica de Costa Rica ")
Así, pues, mi propósito no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para
conducir bien su corazón, sino solamente mostrar de qué manera he tratado yo de
conducir el mío. (R. Descartes. El discurso del método)
División. Un procedimiento que en el discurso y en el texto relativamente extenso
ayuda mucho, es enumerar los asuntos que se tratarán. Considérense algunos
ejemplos:
Este ensayo comprende, primero, varios capítulos introductorios. Luego vienen tres
grandes "cuestiones" relacionadas con la pobreza. Por su orden: La cuestión
internacional, que señala el reparto indebido del Producto Mundial; la Cuestión
Social, que se ocupa de la mala distribución del Producto Nacional; la Cues tión
Económica, que indica errores y sugiere remedios, en los mecanismos de la
producción contemporánea. Finalmente aparece una Conclusión, que pretende dar
sentido al esfuerzo económico del hombre. (J, Figueres. La pobreza de las naciones)
Trata de mis recuerdos de niñez: del paisaje, de cosas y gentes del antaño orotinense
y de mi juventud en San José de Costa Rica. Presenta cierta intimidad, como toda
remembranza. Hay en él la colaboración del tú; en otras palabras, de muchos otros.
(L. Ferrero. Arbol de recuerdos).
La división o mención de los puntos por tratar predispone a la comprensión y permite
seguir el hilo expositivo.
Desarrollo. Cada uno de los puntos propuestos para el ensayo se desarrollará en el
orden que convenga. Por ejemplo, en el ensayo "L a isla que somos" I. F. Azofeifa
(1979) incluye tres grandes componentes: la geografía costarricense, el carácter
nacional, el proceso histórico.
Recapitulación. Debe disponerse un espacio para repasar los aspectos fundamentales
del desarrollo del ensayo. Esto puede hacerse dentro de un apartado que se llame
"conclusión" o no, pero debe estar al final del trabajo con el fin de atar los cabos
sueltos. Véanse algunas recapitulaciones:
Sean estas notas tan aburridas sólo para recordar que muy a nuestra manera, pero
que siempre, tuvimos carnaval si carnaval es hacer loco para tranquilizar la carne, la
diferencia con los europeos no está en la ausencia del antifaz. La verdadera
diferencia es que ellos después de sus excesos "se borraban los pecados"
pintarrajeándose en la frente una cruz con ceniza para, piadosos, comenzar la Semana
Santa. (M.A: Jiménez 1979).
En resumen: parece que pueden caer partículas en agujeros negros que luego se
desvanezcan y desaparezcan de nuestra región del universo. Las partículas part en
hacia pequeños universos que se separan del nuestro.
Es posible que esos universos reintegren en algún otro punto. Quizá no sirvan gran
cosa para los viajes espaciales, pero su presencia significa que seremos capaces de
predecir menos de lo que esperábamos, incluso aunque encontráramos una teoría
unificada completa (...) en los últimos años, varios investigadores han comenzado a
estudiar los pequeños universos. No creo que nadie se haga rico patentándolos como
un modo de viaje espacial, pero se han convertido en un campo muy interesante de
investigación. (Stephen Hawking 1994)
4. Elaboración del esquema
Una vez establecido el diseño, valga decir que la forma de organización general del
ensayo, es conveniente preparar un esquema de redacción.
Bajo cada uno de los grandes asuntos (motivación, proposición, división, desarrollo,
recapitulación) pueden irse apuntando las ideas que allí se considerarán. De paso,
cabe estudiar la posibilidad de introducir algún tipo de subdivisión del escrito
mediante títulos. No obstante, en los textos relativamente breves no se suele incluir
ningún tipo de separaciones.
Dentro de cada apartado propuesto puede pensarse en algún tipo de ordenamiento de
las ideas: presentarlas cronológicamente, en orden causa-efecto, de manera
comparativa, etc. Estos criterios se tratan con mayor amplitud en la sección "Técnica
textual del ensayo".
El esquema es una herramienta imprescindible para la generación de un texto amplio.
El tiempo invertido en su perfeccionamiento y desarrollo se va a recu perar con creces
en el proceso de redacción.
5. Redacción
Con base en el esquema preparado y todas las felices improvisaciones que surjan, se
inicia la redacción. Lo normal es que se requieran varios borradores sucesivos. El
resultado, de acuerdo con un generalizado precepto de redacción, puede guardarse
algunos días entre una versión y otra.
No es de extrañar que resulte necesario hacer grandes correcciones, modificaciones
del orden, supresiones, ampliaciones, etc. Conviene aceptarlas con resignación y est ar
en capacidad de renunciar a amplios fragmentos otrora considerados perfectos, o
tener que redactar nuevo material para ampliar un asunto.
A continuación se tratan algunos recursos específicos de redacción.
5.1. Ordenes de la información
El orden es el criterio con que se clasifica la información en un texto. En los escritos
de carácter práctico, los órdenes más corrientes en el ensayo son tres: cronológico,
causa-efecto, comparativo.
Se denomina orden cronológico al que permite distribuir la información según el
criterio del tiempo. Esta forma de organizar la información domina la referencia de
hechos históricos, los procesos de elaboración o transformación de productos, etc.
Analícese un ejemplo:
En un principio el hombre cosechaba sin sembrar. Se alimentaba de los frutos
naturales del mar y de la tierra. No había nacido el derecho de propiedad. Solo existía
el instinto de la cueva propia. /Cuando los productos gratuitos escasearon, el hombre
trabajó. Sembró y cosechó para si mismo y para su familia. Naci ó la agricultura, Nació
la propiedad./ Pronto el cazador tuvo más carne de la que podía comer, y el
agricultor más legumbres de las que necesitaba. Vino el trueque. Vino la dependencia
en otros./ Con el tiempo, el hombre primitivo se dedicó a producir más y más
verduras, o más y más carne de caza. Cambiaba sus productos por granos de caco y
con los granos compraba pieles finas, flechas y ornamentos almacenados por alguien
que a su vez los obtenía de diversos productos. Se había establecido el comercio. (J.
Figueres 1973)
El orden cronológico se caracteriza por una serie de nexos que ayudan a reforzarlo:
inicialmente, posteriormente, luego, finalmente, de inmediato, después, con
posterioridad, con anterioridad, al principio, seguimiento, al final.
Por otra parte, lleva el nombre de orden comparativo el procedimiento de relacionar
la información según semejanzas y diferencias. Es una manifestación típica de todos
los razonamientos de contraste. El siguiente es un ejemplo:
Desconfiado y astuto como un montañés: cortés pero tímido; trabajador sin
constancia, buscando el provecho fácil de su esfuerzo; campesino egoísta, pero
bondadoso, cazurro siempre, vive aquí un pueblo que no ha sido ni miserable ni
inmensamente rico; ni guerrero ni sumiso; ni servil, ni rebeld e; independiente sin
guerra de independencia; liberado del coloniaje español por virtud de un oficio
llegado de Guatemala un día de octubre de 1821, en que se le hacía saber que desde el
15 de setiembre ... en suma, un pueblo sin sentido trágico de la exis tencia. Un pueblo
sin héroes, y que si alcanza a tenerlos, los destruye o los olvida, que es otro modo de
destruir. (I: F. Azofeifa 1979).
El orden comparativo se refuerza en el texto por medio de enlaces como los
siguientes: por otra parte, más bien, contrariamente, a diferencia de, no obstante, sin
embargo, en contraposición, en cambio, etc.
Por otra parte, se llama causa-efecto una manera de ordenar un texto en el que se
mencionan las razones y las consecuencias de una situación. Véase un ejemplo:
El hombre, en la actualidad, no está en ciento modo ya sometido a esta selección. Por
ello, la selección natural no podrá impedir en el futuro la acumulación de trastornos
hereditarios, pues el ser humano está interveniendo en este aspecto y dando
supervivencia a seres que en otro tiempo no tendrían oportunidad de sobrevivir y
reproducirse y que en términos genéticos se podrían considerar taras hereditarias.
Esto podría significar para el ser humano que la herencia se fuera empeorando con
los años, al no ser eliminados los seres con mutaciones negativas, ya que estas
continuarán presentándose en nuestros elementos hereditarios y la recombinación de
genes enfermos podría generar en un futuro lejano una civilización mucho menos
sana. (J. Jaramillo 1992).
El orden causa-efecto se evidencia, entre otros, por medio de los siguientes enlaces:
por tanto, en consecuencia, debido a ello, por esto, como resultado de ello.
El uso de enlaces en la redacción ayuda a ilustrar mejor las relaciones entre las ideas;
no obstante, es necesario tratar con mesura este recurso para no recargar el texto.
5.2. Recursos retóricos
La retórica es la técnica del bien decir, de dar al lenguaje eficacia para deleitar,
persuadir o conmover. Se le asocia generalmente con la oratoria, por ser este arte
pionero en la preocupación de utilizar todos los medios posibles para lograr su efecto
persuasivo. El ensayo, por ser una forma de literatura en la que sobresale el afán de
convencer, tiene a la retórica como uno de sus medios principales.
Los recursos retóricos se clasifican dos grandes campos:
Figuras de dicción y Figuras de significación
Las figuras de dicción, por adornar el texto en su nivel fónico o sea su sonido, tienen
papel fundamental en la poesía. En cambio, las figuras de significación, que son las
que permiten resaltar una idea, aunque desempeñan importante papel en los otros
géneros literarios, poseen participación especial en el ensayo. A continuación se
tratan algunas de estas figuras que pueden aplicarse en el ensayo.
Sentencia. Es la exposición breve y enérgica de una enseñanza profunda.
Sin embargo, la producción y la guerra pueden ser fuentes de frustración. Hasta los
más nobles corceles, espoleados en exceso, se desbocan y se desbandan, si no se
aplica a tiempo el freno de otro de la cultura. (J. Figueres).
Gradación. Se colocan las ideas en forma ascendente o descendente.
Verbo, Logos, Palabra, diversas expresiones de un mismo y grandioso instrumento
mediante el cual el hombre no solo se sitúa en el Mundo y el Universo, sino que se
hace de ellos su hogar. (L. Zea)
Paradoja. Reúne ideas al parecer contradictorias para poner más de relieve la
profundidad del pensamiento.
El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan
bien provisto de él, que aun aquellos que son más difíciles de contentar en todo lo
demás, no acostumbran a desear más del que tienen. (R. Descartes)
Antítesis. Contrapone unos pensamientos a otros, unas palabras a otras para que
resalte más la idea principal.
De altar se ha de tomar la patria para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal para
levantarnos sobre ella. (J. Martí)
Interrogación. Expresa el efecto en forma de una pregunta cuya respuesta no se
ignora.
¿Hasta cuándo respetarán esos sectores en Costa Rica el ordenamiento consti tucional,
sobre todo si continúan deteriorándose, más y más, velozmente, los índices del nivel
de vida, se desata la inflación y siguen sin solución real los problemas del
subdesarrollo? (J.L. Vega)
Hipérbole. Exagera una verdad para inculcarla con más fuerza.
Más que un poeta único. Ezra Pound parece un grupo de poetas de escuelas
diferentes. (J. Coronel U)
Prosopopeya. Da vida a los seres inanimados.
Costa Rica está situada en una zona en que el Istmo centroamericano se adelgaza más
y más descendiendo hacia la cintura del continente donde el Canal de Panamá
muestra su herida abierta. (I. F. Azofeifa.
En el ensayo las figuras retóricas deben usarse con mesura y plena justificación. Es
necesario que estén al servicio de las ideas fundamentales que se quieren impulsar.
5.3. Estilo del ensayo
El ensayo es un género moderno. Es por tanto un producto en el que se refleja el
sentido práctico contemporáneo. En consecuencia, su lenguaje debe ser directo pero
sin perder elegancia; su forma demanda sencillez aunque co n cuidado de la
rigurosidad; su contenido exige información precisa, pero rechaza el detallismo
superficial.
El ensayista dirá lo que tenga que decir y callará lo innecesario. Planeará
meticulosamente su planteamiento y lo expresará en el mínimo de palabra s posible.
Le corresponderá garantizar su escrito contra la retórica innecesaria, la vaguedad, la
repetición, la inconsistencia. Con ese fin debe planear ,. Investigar, ejecutar y revisar
su producto.
En tiempos ya no tan modernos, Santiago Ramón y Cajal (1896) describen el estilo de
los trabajos científicos:
En síntesis, el estilo de nuestro trabajo será genuinamente didáctico, sobrio, sencillo,
sin afectación, y sin acusar otras preocupaciones que el orden y la claridad.
©
Fundación CIENTEC 2005
página actualizada el 23 de mayo, 2005
El nuevo desorden de la ira
Pasiones guerreras y la paradoja de la intolerancia
José Carlos Castañeda
Heráclito pensaba que la guerra era el principio de todas las cosas. Hegel recordaba
que el conflicto era el movimiento del devenir del espíritu. Para Hobbes, el estado de
naturaleza humano sólo podía ser una guerra de todos contra todos. Este trío
sospechaba del sentimiento de fraternidad y del amor al prójimo. Nunca hubiera
confiado en la esperanza de extinguir la violencia de la sociedad. Ellos advertían que
el amor tiene una pareja inseparable: el odio. ¿Acaso hay algo más humano que la
guerra?
Hans Magnus Enzensberger acotó, con una mirada digna de naturalista, un pequeño
comentario a esta radiografía escéptica de la condición humana: "Los animales luchan
entre sí, pero no hacen la guerra. El ser humano es el único primate que se dedica a
matar a sus congéneres de forma sistemática, a gran escala y con entusiasmo". En esta
definición humanísima de la guerra sorprende una cualidad desconcertante: el
entusiasmo por la guerra. ¿Por qué suscita entusiasmo la guerra? ¿De dónde proviene
esa emoción que se complace en aniquilar al enemigo?
El miedo y la ira
El siglo XXI inicia sin respuestas para una pregunta urgente: ¿cómo moderar las
pasiones guerreras? Durante siglos se creyó que la educación e ra el modo de
erradicar la violencia y el fanatismo. Para los pensadores de la Ilustración del siglo
XVIII, la razón primordial de la injusticia, la opresión y la miseria se encontraba en la
ignorancia. Hoy se reconoce que la educación es un límite pero no es suficiente. El
holocausto y las guerras étnicas en la antigua Yugoslavia son un ejemplo de que nadie
vislumbra cómo mitigar la ira humana. "¿Con qué nos enfrentamos? ¿Qué está
pasando para que el mundo parezca tan peligroso y caótico? ¿Quiénes son los nuevos
arquitectos de la guerra postmoderna, paramilitares, guerrillas, milicias y señores de
la guerra que están desgarrando los Estados malogrados de la década de los 90? La
guerra solían perpetrarla los soldados regulares; ahora la hacen soldados no
regulares. Esta puede ser la razón de por qué resultan tan salvajes las contiendas
postmodernas, de por qué los crímenes de guerra y las atrocidades son actualmente
intrínsecas al propio desarrollo bélico". Con estas incógnitas, en su libro El honor del
guerrero, Michael Ignatieff abre un debate sobre los nuevos dominios de la guerra.
Antes del final del siglo, más allá de la utopía comunista, nada parece tan claro como
la reanudación de las hostilidades.
Después de la guerra fría, la noticia geopolítica mundial es la globalización. Muchas
páginas se han escrito sobre este nuevo concierto (desorden) mundial. Se habla de la
pérdida de la soberanía y del colapso del ideal moderno de Estadonación. Algunos
dicen que el riesgo está en un capitalismo desbocado, otros estudian la ofensiva de
los fundamentalismos religiosos. Tras la caída del Muro y el ocaso de los combates
ideológicos, ningún conflicto internacional es más despiadado y urgente que la guerra
étnica. El problema ya no es la tensión entre creencias o ideologías hegemónicas,
tampoco el advenimiento de una cruzada religiosa, lo que está en camino es la
descomposición de los Estados. "No existe mayor amenaza para la seguridad del
mundo posterior a la Guerra Fría que la destrucción de los Estados y, en
consecuencia, de la capacidad de sus respectivas poblaciones civiles para alimentarse
y protegerse, tanto del hambre como de los conflictos interétnicos". La guerra civil es
la noticia que se reaviva a la vuelta del siglo. Y la única forma de detener este riesgo
estriba en imaginar una convivencia plural. El tema del siglo XXI será el pluralismo y
la invención de la tolerancia. ¿Cómo aprender a vivir con la pluralidad del mundo?
Para decirlo con otra pregunta, la nueva querella radica en pensar cómo convivir
entre diferentes. La cuestión es el otro: diversidad y alteridad. Preguntar por la
pluralidad significa cuestionarse a uno mismo, como escribió Umberto Eco: "Es la
mirada del otro la que nos define y forma. Nosotros -así como no logramos vivir sin
comer o sin dormir- no logramos entender quiénes somos sin la mirada y la respuesta
del otro".
Entre 1993 y 1997 Michael Ignatieff viajó a lo que llama la zona caliente del mundo
posterior a la guerra fría. Su itinerario fue Serbia, Croacia, Bosnia, Angola, Burundi,
Afganistán y Ruanda. El honor del guerrero es el relato de una epopeya dramática en
las fronteras de la nueva aldea global. ¿Qué ha sucedido en esa periferia del planeta
durante el proceso de globalización? ¿Cuál es la génesis del odio entre los nuevos
guerreros? ¿Por qué la violencia ha alcanzado esos grados de barbarie y crueldad? En
el principio es la descomposición de la política. Esa es la alarma; después de la
fragmentación del Estado viene el odio entre los grupos étnicos. Ignatieff esbozó su
diagnóstico del proceso de desintegración de la vida pública, antes de caer en la
espiral de la venganza y la guerra. "Nótese el orden causal: primero cae el Estado, que
está por encima de las partes; luego aparece el miedo hobbesiano; en un segundo
momento, la paranoia nacionalista y, enseguida, la guerra. La desintegración del
Estado es lo primero; la paranoia nacionalista viene después. El nacionalismo de la
gente común es una consecuencia secundaria de la desintegración política, una
respuesta a la destrucción del orden de convivencia entre las etnias que aquél hizo
posible. El nacionalismo crea comunidades del miedo, grupos convencidos de que sólo
están seguros si se mantienen juntos, porque los seres humanos se hacen
`nacionalistas` cuando temen algo, cuando a la pregunta: `¿y quién me protege
ahora?` sólo saben responder: `los míos`". En las zonas calientes donde hay guerras
étnicas, el miedo es el detonador del odio. Pero el temor y el odio son resultado del
colapso de las instituciones políticas que permitieron hasta entonces la creación de
identidades cívicas tan firmes como para contrarrestar sus proclividades étnicas. La
pérdida del orden político desemboca en el miedo social, y ese temor común es el
atajo para llegar a las hostilidades. "Cuando los individuos viven en Estados
consolidados -aunque sean pobres- no necesitan acudir a la protección del grupo. La
desintegración de los Estados, y el miedo hobbesiano resultante, es lo que produce la
fragmentación étnica y la guerra". Hasta ahora la guerra era as unto de Estado, pero
ya no más; las armas están en todas partes. El negocio de armamento es tan
desproporcionado y se encuentran armas tan baratas que no hay autoridad capaz de
contener la violencia. El Estado perdió el control de la guerra, y "como ha ocu rrido en
tantas zonas del mundo donde continuamente estallan insurgencias y rebeliones -
cuando la guerra se convierte en un coto vedado de ejércitos privados, gángsters y
paramilitares-, la distinción entre enfrentamiento bélico y barbarie carece de
sentido". El desmoronamiento del Estado es el umbral de la insurrección guerrera.
Sin embargo, la medicina ya no es sólo más Estado; hoy se requieren nuevas prácticas
políticas y, sobre todo, falta aprender a convertir a la tolerancia en una forma
política, en una institución social.
Caín o el narcisismo de la diferencia menor
A partir de una reflexión sobre un tema bíblico, Ignatieff aborda el conflicto de la
relación con el prójimo. "La historia de la humanidad no comienza precisamente con
el asesinato de un desconocido, sino del hermano del asesino". El dilema de Caín
todavía es motivo de indecisión: ¿acaso soy el guardián de mi hermano? "La historia
de Caín da muestra que no hay guerra más salvaje que la civil, ni crimen más violento
que el fratricidio, ni odio más implacable que el de los parientes cercanos". Para
examinar esa duda bíblica y refutar la fe en el amor al prójimo, Ignatieff indaga en
una de las ideas clásicas del psicoanálisis: el expediente del narcisismo de las
diferencias menores. En 1917, Freud escribió: "Nada fomenta tanto los sentimientos
de extrañeza y hostilidad entre las personas como las diferencias menores". El
estudio de Freud expone la relación paradójica entre agresión y narcisismo. La
identidad humana, individual o colectiva se constituye en una relación definida por
un mecanismo de agresividad y defensa. "La expresión de las diferencias se hace
agresiva precisamente para disimular que son menores. Cuanto menos esenciales
resultan las diferencias entre dos grupos, más se empeñan ambo s en presentarlas
como un hecho absoluto. Pero no basta, porque la agresión que mantiene la unidad
del grupo no se dirige únicamente hacia fuera, sino también hacia dentro con objeto
de eliminar todo aquello que separe del grupo al individuo. Según Freud, los
individuos pagan un precio psíquico por pertenecer al grupo, que consiste en
transformar sus instintos agresivos, contra su propia individualidad, al objeto de
adecuarse". El narcisismo de la diferencia menor consiste en refugiarse en una
fantasía colectiva, cuando los individuos se sienten amenazados o ansiosos de evitar
o huir del esfuerzo de pensar por uno mismo. Siempre que se abandona la
individualidad crece el deseo de descubrir la identidad en una búsqueda colectiva
donde el pensamiento individual se prohíba. Nada es más peligroso para los
nacionalismos y los fundamentalismos que la libertad personal. Si bien para Samuel
Huntington la violencia de los Balcanes es una noticia de la amenaza que viene -la
guerra entre religiones y el choque de civilizaciones-, Ignatieff parte de otra forma de
percibir el rompecabezas de las guerras étnicas. Critica a Huntington, porque no
encuentra en estos conflictos un renacimiento de las creencias sino un abandono. "La
exagerada defensa de las diferencias religiosas se explica precisamente porque se
estaban borrando. La violencia narcisista no estalló entonces porque la religión
despertara sentimientos profundamente arraigados, sino porque ya eran poco
auténticos". Incluso afirma que el proceso de modernización y la s nuevas etapas de la
era global provocarán más conflictos e intolerancia. Los beneficios de la modernidad
no bastarán para aliviar la ira. "La disminución de las diferencias `objetivas` entre
grupos rivales no produce necesariamente una reducción de la de sconfianza
`subjetiva`; al contrario, cuanto más convergen `objetivamente` más crece la
intolerancia mutua". Como ha pensado Ernest Geller, el nacionalismo es una reacción
ante el desarraigo que provoca la modernidad. Quizá la única esperanza de lograr un
acuerdo entre los diferentes deriva de una hipótesis epistemológica propia de la
política democrática liberal. La vieja idea ilustrada de que "el entendimiento político
disminuye siempre las diferencias y aumenta la comprensión". Tal vez falta recuperar
la práctica de la política. Sólo la restauración de las instituciones públicas puede ser
un antídoto contra la voluntad guerrera. Para dejar atrás la furia de la venganza y la
detonación de la violencia hace falta el arte de la negociación y el acuerdo, falt a
reconciliación. Es verdad que ningún arte es más frágil e inestable; sin embargo,
ninguno más imprescindible e irreemplazable.
Cultivar la tolerancia
Hacia el final del siglo XX, tal vez deberíamos reconocer que el ideal de la
universalidad humana no radica en la esperanza sino en el temor. Se ha erosionado el
optimismo moderno y la confianza en las pasiones y las capacidades humanas; se
sospecha de la voluntad del bien. Sólo queda esa sensación ambigua entre la angustia
y la desesperanza al constatar la capacidad humana para engendrar el mal y la
violencia. Cada día más, el ser humano se describe como un enemigo de la naturaleza
y de su propia especie, y menos como el creador de una civilización más humana y
libre. Esta mirada pesimista tiene su revés. La cultura de los derechos humanos ha
transformado nuestra concepción de los valores morales desde el final de la Segunda
Guerra Mundial, y nos ha puesto ante una interrogante radical: ¿por qué motivo
concreto algunos individuos se sienten responsables de personas desconocidas? Para
pensar la pluralidad falta vivir la tolerancia, pero para ser tolerante habrá que
construir las leyes y las instituciones que defiendan al individuo y sus derechos.
Contra los comunitaristas se debe anotar que la tolerancia se fundamenta en el
individualismo. Sin tolerancia no hay diversidad, hay marginación, exclusión, guetos,
pero no convivencia. No es preciso amar al vecino. Basta con tolerar; como enseña
Günter Grass, "no es necesario quererse los unos a los otros, pero sí tole rarse.
Cuando se habla de amor también se habla de odio, las dos cosas van juntas... Yo
prefiero algo más aburrido: vivir al margen del amor y del odio". La tolerancia es una
virtud de la razón práctica, pero su valor radica en una debilidad teórica, nuest ra
incapacidad para alcanzar lo absoluto, como explicó André Comte -Sponville siguiendo
los pasos de Voltaire. Para reivindicar la mentalidad y la práctica de una vida
tolerante falta reconocer aquel boceto de la condición humana que Voltaire solía
repetir, cuando la intolerancia se armaba con el escudo de las religiones: "Debemos
tolerarnos mutuamente, porque todos somos débiles, inconsecuentes, sujetos a
mutabilidad y error". Ser tolerante no puede ser un ideal, porque no es un máximo, es
un mínimo que permite construir el orden de una sociedad plural.
Contra el racismo, una de las formas que toma la intolerancia para destruir la
convivencia en común, Fernando Savater propuso una refutación que invita a la
hospitalidad en un alegato en favor de la identidad humana, entendida como
reconocimiento de la condición de huésped, que todo individuo comparte por igual.
"Contra el racismo, recordemos que todos los humanos somos por igual extranjeros
porque todos venimos de donde no sabemos y vamos hacia lo desconocido . Todos
somos por tanto huéspedes los unos de los otros durante la vida que compartimos y
nos debemos la ley de la hospitalidad que es la base de cualquier civilización digna de
ese nombre. Identidades culturales hay muchas, pero la única identidad civiliz ada que
de veras cuenta es la identidad humana. Y nuestra humanidad la descubrimos
precisamente en el otro, en el que más necesita nuestro abrazo y nuestra bienvenida.
Lo que nos hace humanos es el trato humano que ofrecemos al que llega de lejos.
Vivir civilizadamente es convivir con los diferentes". Aprender y preservar la
humanidad significa comprometerse con una ética de la hospitalidad, contraria a toda
voluntad de exclusión y aislamiento de grupo.
Para pensar la tolerancia hace falta comprender los imperativos y los furores del
intolerante. Entre las estrategias de identificación social que explican el detonador
de la ira, Ignatieff ha encontrado una paradoja de la intolerancia. El intolerante
establece por costumbre las diferencias de grupo pero no reconoce las de los
individuos. "En todas las formas que adopta la intolerancia se ignora la
individualidad de la persona despreciada. No es que los intolerantes únicamente se
desinteresen por los individuos que componen los grupos despreciados, es que
literalmente, no los ven como individuos; lo único que importa es la oposición
primaria entre `ellos` y `nosotros`. La individualidad complica en exceso la cuestión y
obstaculiza la defensa del prejuicio, porque la empatía, que actúa en el plano
individual, puede subvertir la oposición grupal. Si los grupos intolerantes se
muestran incapaces de percibir como individuos a las personas que desprecian ha de
ser porque o no saben o no quieren percibirse a sí mismos como tales". La tolerancia
comienza en el reconocimiento y el apego a los derechos individuales. Depende de
una valoración mayor de la diferencia individual sobre la diferencia colectiva. La
intolerancia, -argumenta Ignatieff, luego de su estancia en el reino de la ira - es una
conciencia escindida en la que el odio abstracto, conceptual e ideológico derrota una
y otra vez a los momentos reales y concretos de identificación.
En su Pequeño tratado de las grandes virtudes, André Comte -Sponville ha insistido en
una disyunción básica para abordar la cuestión de la tolerancia: distinguir entre la
verdad y los valores, una basada en el conocimiento; y los otros en el deseo. La
tolerancia no dirime el campo de la verdad, permite discutir las opiniones que
siempre son relativas y parciales. Aun cuando la verdad absol uta fuera accesible, no
podría obligarse a todas las personas a adoptar nuestros valores ni vivir de la misma
manera. La tolerancia es preferible porque la certeza no es norma del
comportamiento, la moral no se conduce según el orden de la certidumbre, su ámbito
linda con la entraña irracional e incierta de las pasiones. Cuando hablo de tolerar las
opiniones divergentes, recuerdo las respuesta del filósofo Alain a la pregunta ¿qué es
la tolerancia?: "Una clase de sabiduría que supera el fanatismo, ese temib le amor de
la verdad". Pero hay un inconveniente en la tolerancia: ¿qué hacer con los
intolerantes? Karl Popper ha llamado a este dilema la paradoja de la tolerancia. Su
conclusión es razonable: "Si somos absolutamente tolerantes, incluso con los
intolerantes, y no defendemos la sociedad tolerante contra sus asaltos, los tolerantes
serán aniquilados"
José Carlos Castañeda es editor de nexos.
Sobre el socialismo: una revisión crítica
Marcelo Colussi
Rebelión
En pos de aportar algo a favor de la mejora del mundo en que vivimos creo que debe
estudiarse detenidamente lo ocurrido en las experiencias de socializa ción
desarrolladas en el presente siglo; experiencias que tenían justamente, como objetivo
final, promover un mejoramiento en la calidad de vida de las poblaciones a quienes
estaban dirigidas; preámbulo, a su vez, de un proceso transformador
pretendidamente universal.
Hablar de 'revisión' puede resultar ostentoso. El presente escrito no tiene más
finalidad que ésta: invitar a iniciar un debate en torno al humanismo con el que, hasta
ahora, se han intentado modificar las estructuras sociales. Podríamos deci r: ¿hacia un
nuevo humanismo? Un humanismo que no desconozca la naturaleza humana; un
humanismo que apunte a replantear las relaciones para con la propiedad al mismo
tiempo que los límites y flaquezas insalvables que nos constituyen.
El surgimiento de la industria moderna trajo un sinnúmero de modificaciones en la
historia humana. Una de ellas, si se quiere colateral por la forma en que nace, pero no
por ello menos importante, es el ascenso de la organización sindical y las ideas de
colectivización que desembocan, para mediados del Siglo XIX, en el nacimiento del
socialismo científico de la mano de Karl Marx.
Quizá como nunca había mostrado antes en la historia un sistema de pensamiento, las
razones esgrimidas para sustentarlo en tanto construcción teórica s e muestran
incontestables (independientemente de la fuerza intelectual sin par que su creador le
confiere). La andanada interminable de críticas que recibe revela y ratifica a fuego
aquella agudeza cervantina de "ladran Sancho, señal que cabalgamos".
El "fantasma" que recorría Europa hacia mitad de los 800 (el fantasma del
comunismo) crece, gana adeptos, se constituye en fuerza política. Y ya entrado el
Siglo XX obtiene su mayoría de edad. La Rusia bolchevique marca el rumbo; luego se
van sumando, lenta pero ininterrumpidamente, cantidad de países. La lista es larga;
para la década del '80 una cuarta parte de la población mundial vive en naciones con
regímenes socialistas. Hay enormes diferencias entre muchas de ellas, pero un común
denominador para todas es que, en ningún caso, las revoluciones tienen lugar en los
países más desarrollados industrialmente – tal como había pretendido la concepción
original – sino, por el contrario, en las sociedades rurales más "atrasadas", más
cercanas inclusive a los sistemas feudales.
Pasadas varias décadas de desarrollo, el socialismo real entra en crisis. Hacer un
balance acabado de cada una de estas experiencias sería un trabajo monumental, que
dista muchísimo de las pretensiones aquí presentes. Lo que queda claro es que , por
distintas razones, todas evidencian problemas que se suponía debían ser superados
definitivamente: dieron marcha atrás en las confiscaciones, no lograron dignificar y
liberar como se esperaba a todos y cada uno de sus habitantes, crearon problemas
nuevos, a veces casi tantos como los que resolvieron. La corrupción, la malversación
de fondos públicos, la burocracia y el abuso de poder por parte de sus funcionarios, la
militarización de la vida cotidiana, han marcado hondamente las distintas
experiencias del socialismo real. Apúntese de paso que poco hicieron por terminar
con el machismo o el desastre ecológico, más allá de declaraciones formales. Es
importante señalar todo esto con un profundo espíritu crítico: estas características
ya son por demás conocidas en el mundo de la libre empresa; la cuestión es ver por
qué y cómo se mantuvieron en lo que se esperaba fuera una superación de problemas
ancestrales. Hasta donde se puede comprobar estas "lacras" no desaparecieron en el
socialismo.
No hay ninguna duda que en todos los casos estas experiencias de construcción de un
nuevo modelo se vieron sometidas a la agresión del poder capitalista, más o menos
abiertamente. Tuvieron que soportar guerras, presiones de las más diversas, competir
en un plano de desigualdad con sus oponentes "occidentales". Pero también hay
razones intrínsecas que impidieron el crecimiento, material y espiritual, tal como se
había contemplado. La redención de la Humanidad debió seguir esperando. De más
está decir que la "contraparte" del socialismo no ha podido resolver los problemas de
atraso, explotación y olvido en que ha permanecido – y todo indica que seguirá
permaneciendo, al menos por ahora, y quizá ahondando esa situación – una gran
parte de la población mundial.
¿Qué pasó con el socialismo real? Dejemos de lado, aunque sin minimizarlo
obviamente, el ataque capitalista. Explicar todos los fenómenos en función de una
sola causa: la agresión externa, el bloqueo, la maldad del enemigo en definitiva,
libera de la autocrítica. Tal vez se trata, combinándola con los anteriores motivos, de
emprender una revisión profunda – y honesta – de temas eludidos en la cosmovisión
marxista: la relación del sujeto con el poder.
Quizá no hay nada más genuinamente humano que la lucha por el poder. Pro ceso que
es propio de la especie humana, pues los mecanismos animales asimilables
(delimitación de territorios, pelea entre los machos por las hembras) se explican
enteramente por dispositivos biológicos. Forzosamente el poder se liga con la fuerza,
la diferencia, la violencia. Esto es constitutivo del fenómeno humano y no una
"desviación". Stalin, Ceaucescu, Pol Pot, eran marxistas. ¿Lo que ellos hicieron habrá
sido lo que pergeñó un humanista de la profundidad de Marx? Seguramente no. Pero
no hay duda que estas teratologías se nutren en su texto. ¿Puede justificarse que el
asesinato de Trotsky era "políticamente necesario"? Si se lo admite, ¿de qué "hombre
nuevo" estamos hablando?
Que la violencia esté entre nosotros no significa que ese sea nuestro sino f inal. La
cuestión es: una vez sabido esto, ¿cómo lo procesamos? ¿O nos quedamos justificando
la "teoría" del garrote? De alguna manera puede decirse que en el marxismo clásico,
aquel que sirvió de aliento para plantearse un "hombre nuevo" y una sociedad
superadora de las injusticias sociales, se partió de la idea original de un homo bonus.
"¡El día que el triunfo alcancemos /ni esclavos ni siervos habrá. /La Tierra será un
paraíso /la Patria de la Humanidad! El colapso de la Unión Soviética, y
consecuentemente la crisis de todos los países que, de una u otra manera tenían en
ella un referente – impuesto o no –, muestra que todavía se está muy lejos de edificar
ese paraíso preconizado en la Marcha Internacional de los Trabajadores. Y la masacre
de Tiananmen en Pekín nos alerta respecto a que la tolerancia de las diferencias es
aún una meta muy lejana. Que el crecimiento económico-militar de China (¿se le
podrá decir 'socialista' actualmente?) la coloque quizá en la perspectiva de ser un
coloso con gran poder de decisión mundial en los años venideros no quita la
necesidad de esta reformulación sobre el "hombre nuevo".
Tal vez sea necesario replantear la noción de ser humano de la que hemos estado
hablando desde el surgimiento del mundo moderno; quizá por ese de rrotero (el ego
cartesiano cerrado en sus orígenes) no hay más camino que desembocar en un
hombre "viable" y uno "excedente". Hoy día los ideólogos de la libre empresa
omnipoderosa han hecho de esta diferencia una cuestión de fe. Oponer a esto un reino
de la solidaridad natural no ha demostrado ser muy fructífero, pues cuando ella falló
se la impuso por decreto; y nadie es "buena persona" porque el Comité Central de un
partido lo decida. (Como nadie es ‘ateo’ o ‘solidario’ por imposición).
Es curioso (¿triste se podría agregar?) ver que en las repúblicas de la extinta Unión
Soviética la gente persiste en las intolerancias que, era de esperarse, estarían
superadas tras siete décadas de socialismo, de nuevas relaciones sociales, de justicia
y solidaridad. Las guerras religiosas e interétnicas en buena parte de la Europa
Central y Oriental, otrora socialista, están a la orden del día en este cambio de
milenio (no muy distintamente a como sucedía en la Edad Media). El muro de Berlín –
con toda la imparcialidad del caso hay que admitirlo – fue derribado por los propios
alemanes del Este, los mismos que hoy promueven grupos neonazis furiosamente
xenofóbicos, no muy distintamente al Ku Kux Klan antinegros en Estados Unidos.
¿Era entonces una mera quimera inalcanzable la Patria de la Humanidad levantada
apenas hace unos años por el socialismo? Quizá no; quizá, y esto cambia radicalmente
todo el panorama, se partió de premisas equivocadas en cuanto a las posibilidades
reales del cambio aspirado, por lo que el resultado obtenido resultó ese producto tan
especial que conocimos. No está de más recordar que "el camino del Infierno está
plagado de buenas intenciones".
La obra de Marx, vasta, profunda, universal – como lo era toda la filosofía clásica
alemana de la que él fue uno de sus más connotados discípulos – presenta varios
niveles de análisis: filosófica, económica, política. Transcurrido más de un siglo desde
su muerte muchas de sus revelaciones en el campo económico-social continúan siendo
verdades inobjetables. Verdades, por otro lado, que ya habían sido entrevistas y
tibiamente formuladas – por supuesto no con ánimo revolucionario – por los clásicos
de la economía política inglesa (Adam Smith, David Ricardo), quienes
paradójicamente son los referentes obligados del actual neoliberalismo, paradigma
opuesto en un todo al marxismo.
Como se ha dicho en más de una ocasión: Marx, sin con esto desmerecer la
originalidad de su creación, sintetizó los descubrimientos de la economía liberal
inglesa (teoría del valor, plusvalía, leyes generales del capital), la filosofía idealista
alemana (dialéctica hegeliana, filosofía de la Historia) y la formulación política
francesa surgida de la primera experiencia de autogestión popular conocida: la
Comuna de París de 1871. El resultado de todo esto fue lo que recogieron los
movimientos populares de fines del siglo pasado (sindicatos industriales), y los más
diversos grupos del presente: desde partidos urbanos a guerrillas rurales, pasando
por una amplia y variada gama de expresiones contestatarias del capitalismo.
De las tres fuentes inspiradoras, seguramente la práctica política fue la más débil, la
menos desarrollada. De hecho fue una experiencia muy fugaz, inédita. De la nada,
prácticamente, se improvisó una respuesta que iba en contra de una tradición
milenaria: organizar la autogestión de una comunidad. El desafío fue enorme. El logro
obtenido muy grande en algún sentido (la Comuna fue exitosa por un período), pero
débil en cuanto a su impacto a largo plazo. Hoy día la autogestión sig ue siendo un
reto, y después de las experiencias vividas de socialismo real todo indica que sigue
habiendo ahí un interrogante abierto que no parece fuera a resolverse en lo
inmediato.
La pregunta respecto a cómo organizar nuevas relaciones sociales – más justas, más
equitativas – en el momento mismo de tener que implementarlas en tanto proyecto
político, permanece poco debatida. Marx tomó la experiencia que tenía a la mano para
dar respuesta a ello; y que era, por otro lado, la única respuesta posible, dad o que no
había, en el contexto académico-intelectual donde se moldearon sus ideas en el siglo
XIX, otro referente. Luego, de la Comuna de París a la dictadura del proletariado en
tanto concepto, sólo había que dar un paso. Y lo dio.
A la luz de lo experimentado el Siglo XX el tema de la autogestión popular, más que la
crítica económica, más que el pensamiento de denuncia social, se evidencia
inconsistente. Muchas de las experiencias autogestionarias habidas, válidas, de fuerte
impacto, no fueron marxistas, no tenían en su horizonte la dictadura del proletariado
como momento a transitar en pos de una etapa superior de abolición de toda forma de
desigualdad. Y en las experiencias de construcción del socialismo la autogestión, más
allá de declaraciones formales de los aparatos políticos en el poder, han dejado
mucho que desear. De hecho la democracia, en su más cabal sentido de gobierno del
pueblo, está lejos de consustanciarse en algún lugar del mundo como forma global de
organización de toda una sociedad – fuera de algunas, siempre relativas, experiencias
cantonales puntuales en donde no está en juego un proyecto macro de poder –.
Las experiencias de gobierno local, de grupos de autogestión (muy diversas por
cierto: vecinos organizados para defender sus intereses barriales, cooperativas de
productores, o de consumidores, usuarios de redes informáticas, movimientos de
desocupados, etc.) son intentos muy válidos de dotar de poder a grupos pequeños. En
la práctica funcionan, satisfacen necesidades. Sirven, verdade ramente, como
alternativas a los proyectos políticos generales. El problema se presenta cuando la
organización de toda una comunidad – hablando ya de países en sentido moderno:
Estado-nación con millones de habitantes, aquellos sobre los cuales la idea de la
revolución socialista ha visto siempre su objetivo – intenta concebirse desde estos
parámetros superadores de toda la historia conocida. Valga decir que desde el
marxismo clásico siempre se concibió la idea de revolución en términos de abolición
del Estado capitalista, y en las sociedades del hoy llamado Tercer Mundo (en algunos
casos pre-capitalistas) era de esperarse un tránsito hacia la industrialización que
desembocara, posteriormente, en el paso al socialismo como necesidad histórica. La
idea de construcción de nuevas relaciones políticas entre la gente se resumió
entonces en la dictadura del proletariado. Pero esta idea no parece haber prosperado.
¿Qué falló?
Es este el lado más débil de la teoría socialista, el que clara y abiertamente se puede
(y debe) criticar. El debate en torno a las relaciones de poder, a la lógica y
dinámica de la violencia como elemento constitutivo del fenómeno humano, lejos
de estar abierto a la discusión ha sido cerrado. Pareciera de vital importancia, si
se pretende proponer alternativas nuevas a un orden social injusto y condenatorio
para tanta gente a la exclusión y la falta de desarrollo, propiciar ese intercambio.
Pero curiosamente de eso no se ha hablado. ¿Vicios pequeño -burgueses?
¿Desviaciones? Quizá temor a despejar un tema que, ¿por qué no decirlo claramente?,
ha sido tabú en la izquierda. ¿No son el poder, la codicia, la prepotencia,
posibilidades humanas? ¿Por qué desconocerlas? No está de más recordar que las
disputas por protagonismo entre partidos políticos de izquierda o entre
organizaciones de derechos humanos son de las más horrorosamente encarnizadas;
muchas veces, inclusive, causa de los fracasos de sus estrategias. ¿Por qué el "hombre
nuevo" en el socialismo siempre se ha empezado concibiendo a partir de imágenes
quasi militares: el comandante ejemplar, heroico y abnegado? – dicho sea de paso,
siempre varón.
Tal vez la mejor manera de evitar el abuso de todo esto, del poder, de la codicia, es no
partir de una consideración ingenua que lo niegue sino, más s anamente, tomarlo
como normal, y buscar los mecanismos sociales-legales que permitan afrontarlo,
debatirlo, procesarlo. Hacerlo, quizá, de una manera similar a como algunos pueblos
(¿sería lícito decir los más "desarrollados"?) abordan temas como el aborto , la pena
de muerte, la eutanasia o la discriminación de la mujer. Después de lo que hemos
presenciado durante el Siglo XX ¿estamos autorizados a creernos que las dictaduras
vividas en los países socialistas eran del proletariado?
Marx no conoció nuestras ciencias sociales actuales. Su cosmovisión antropológica
participa, por tanto, de las concepciones de su tiempo, imbuidas del espíritu
romántico alemán, no ajenas a los ideales del Sturm und Drang. Por razones
cronológicas obvias no llegó a saber de desarrollos ulteriores en el campo de las
humanidades que, si bien no cuestionan de fondo el pensamiento marxista, abren
algunos interrogantes que la práctica política del socialismo real no retomó. Su
lectura de la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo desembocó en el materialismo
dialéctico, pero no cayó dentro de su esfera de intereses el tema de la subjetividad,
de la lógica del poder. El sujeto de la historia es concebido como sujeto social, como
clase. Hoy día, a instancias de lo que las ciencias soci ales nos han develado, no es
posible omitir en el fenómeno humano el aspecto subjetivo. Lo humano no se agota en
un abordaje político-social; lo "individual" es siempre social (recordemos aquello de
que "el nombre propio es lo menos propio que tenemos", en tanto viene de otro. El yo
se constituye a partir del otro social). En algún sentido todo lo humano es político,
por decir social, pero no todo es práctica política, ejercicio político.
Los erráticos procesos políticos que no terminamos de entender no pue den explicarse
solamente en términos de lucha de clases (aunque ello sea, sin dudas, un horizonte
desde donde comenzar). ¿Por qué los alemanes masivamente se hicieron nazis
durante la época de Hitler, o por qué Stalin ("una persona muerta es una tragedia; un
millón: una estadística" – sic –), quien podía estar de acuerdo con un asesinato
político como el que mandó perpetrar contra Trotsky, o condenar a muerte a miles de
compatriotas "contrarrevolucionarios", se hizo del poder a la muerte de Lenin
pasando a ser el "padrecito adorado" de toda la nación? ¿Cómo explicar que los
sandinistas en Nicaragua, quienes desplazaron a una feroz dictadura gracias al
masivo apoyo de la población, fueran expulsados luego por el voto popular, o que
militares como Banzer en Bolivia o Ríos Montt en Guatemala – confesos dictadores –
vuelvan al poder con el aval eleccionario de la misma gente que reprimieron años
atrás? Es, salvando las distancias, como tratar de entender por qué los seres humanos
siguen fumando pese a saber de los peligros del cáncer de pulmón, o por qué el no
uso del preservativo pese al conocimiento de la pandemia de Sida. La noción del
saber racional no alcanza. Y de ninguna manera puede pensarse en estos fenómenos
en términos de psicopatología.
Muchas de las reacciones, conductas y procesos "incomprensibles" de los humanos, y
más aún en lo que concierne a situaciones masivas, colectivas (linchamientos, peleas
entre pandillas o entre barras bravas de equipos rivales, manipulaciones o desbordes
grupales de cualquier índole: sectas religiosas, modas, fans de algún ídolo, etc.)
pueden comprenderse, y eventualmente predecirse y/o manejarse, si se parte de
conceptos desconocidos en la época de Marx: psicología social, teoría del
inconsciente, comunicación social, semiótica. El manejo de las masas humanas pasó a
ser una técnica imprescindible para los factores de poder, y por su intermedio se
moldea la historia. "En la sociedad tecnotrónica el rumbo, al parecer, lo marcará la
suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados, que caerán
fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes
explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones
y controlar la razón" (Zbigniew Brzezinsky, asesor presidencial de Ronald Reagan).
En esta dimensión, y siguiendo la lógica que permite decir lo anterior a un ideólogo
de la tecnocracia actualmente dominante, no es imposible concebir una cultura de la
imagen cada vez más omnipotente (a propósito pensemos en el crecimiento
ininterrumpido de los videojuegos a expensas de la lectura o de la tradición oral),
destinada a manipular íconos, imágenes preconcebidas, y que impide
consecuentemente el pensamiento analítico. El hombre del futuro, que no es
precisamente el ideal del "hombre nuevo" del socialismo, es un ser consumidor de
imágenes sentado ante una pantalla (de televisión, de computadora, de videojuego);
un sujeto pasivo no pensante – y valga añadir que los mecanismos interactivos en
boga no son, en sentido estricto, posibilidades creativas genuinas –; siempre el
horizonte está ya preestablecido. Pero junto a esto, la imagen del futuro, curiosa y
paradójicamente se constata que una muy buena parte de la población mundial no
tiene acceso a energía eléctrica, y la mitad de la humanidad se encuentra a no menos
de una hora de viaje del teléfono más cercano. El futuro ya está escrito, y no parece
muy promisorio por cierto. ¿Pero y aquellos que no disponen de esta parafernalia
técnica: sobran entonces?
La autoconciencia, la conciencia de clase del proletariado, son figuras filosóficas; un
proletario, para decirlo aludiendo al discurso marxista clásico, ¿aspirará a abolir
superadoramente (aufheben) sus contradicciones intrínsecas? Quizá envidia al
gerente, lo cual no quita que también pueda entrar en huelga si sus intereses son
perjudicados. La racionalidad política no parece ser lo dominante; antes bien "la
manipulación de las emociones y el control de la razón" explica mucho más
certeramente cómo el poder se perpetúa. Las migraciones de habitantes pobres del
Tercer Mundo hacia el Norte próspero no son una forma de dignificar y modificar sus
propias realidades paupérrimas; pero son las conductas constatables. Valga agregar,
por otro lado, que con ritmos de crecimiento alarmantemente ascendentes, lo cual
termina convirtiéndose indirectamente en un elemento de cambio social más
profundo que las mismas guerrillas antiimperialistas. De ahí, seguramente, la
premura de los mecanismos de ayuda al Tercer Mundo para evitar esos éx odos, más
bien por el peligro que representan para las sociedades opulentas y estables del
Norte que por un espíritu solidario para con los más necesitados.
Marx, hijo de su tiempo como cualquier gran genio también, pensaba en una
universalización necesaria del modo de producción capitalista en tanto condición
para la revolución mundial, que vendría de la metrópoli hacia la periferia. Quizá hoy
esa visión sería tachada de eurocentrista; pero era el fermento revolucionario más
demoledor a mediados del Siglo XIX. Ni a Marx ni a ningún socialista se le hubiera
ocurrido la centuria pasada levantar una crítica por el crecimiento impetuoso de la
producción industrial; antes bien eso era una premisa para la maduración de la clase
obrera mundial, eslabón fundamental de la gran transformación en ciernes. Pero hoy
día la forma en que esa producción (nada distinta la capitalista que aquella que tuvo
lugar en la Unión Soviética) siguió su curso pone en peligro la habitabilidad misma
del planeta, ante lo que surge la crítica de un movimiento ambientalista que no es,
necesariamente, marxista, y que sin embargo tiene una proyección de respeto por la
vida y defensa de las condiciones de sobrevivencia humana especialmente
importantes. En algunos casos más "humana" que mucho de lo que el mismo
socialismo llevó adelante.
Elementos que eran impensados (e impensables) cuando la fundación del socialismo
científico, e incluso en los albores de las primeras experiencias de construcción
soviética, hoy son los factores de contestación social y cultural más dinámicos:
movimientos por los derechos humanos, ecologismo, liberación femenina, grupos de
defensa de consumidores, reivindicación de culturas y etnias locales, diversas
expresiones autogestionarias. A lo que podría agregarse, como e lemento
distorsionador del statu quo con explosivo potencial político: migraciones masivas
incontenibles de población tercermunista hacia los centros más desarrollados.
Desde el mundo del capital no hubo, obviamente, una crítica constructiva respecto a
las premisas básicas del socialismo. Por el contrario uno y otro sistema fueron
enemigos irreconciliables, y su pugna – por décadas – marcó la Guerra Fría (la
Tercera Guerra Mundial, a decir de algunos). Pero lo más curioso es que el mismo
socialismo no fue autocrítico, como en general no lo es ningún sistema cerrado en sí
mismo: una religión, una secta. Lo que parecía podía ser el instrumento para forjar
una Humanidad mejor terminó bastante mal. Caído el muro de Berlín, símbolo de la
caída universal de la era soviética, uno de los dos oponentes de aquella guerra sale
como claro triunfador. Pero esto lleva a la reflexión inmediata: no terminaron las
injusticias, ni las desavenencias, ni el conflicto como motor. Tras esa derrota se
pierden reivindicaciones laborales y sindicales logradas décadas atrás. Hoy día los
pobres son más pobres, más que hace unos años inclusive, y aparentemente sin
muchas esperanzas de mejoría a la vista. El sueño de las mayorías ya no es mejorar su
nivel de ingresos económicos sino, simplemente, tener trabajo. La dialéctica del Amo
y del Esclavo es estructural. Como mínimo es necesario revisar qué y cómo es posible
esperar en el mejoramiento de la Humanidad.
Hoy, ya a más de una década de la caída del muro de Berlín (que se vendió en tro citos
en el mundo de la libre empresa, donde todo puede ser negociable), hay una
tendencia a hablar de resolución consensuada de los conflictos. En nombre de la paz
esto parece excelente. Pero he ahí, quizá, una expresión política, parcial, de una
realidad infinitamente más compleja. Se consensúa algo, a veces con la participación
de Naciones Unidas, a veces ni siquiera con ella – como la guerra de los Balcanes que,
bombardeos "humanitarios" mediante, "dejó claro que la OTAN puede actuar como
fuerza política independiente en el mundo", según declaraciones de su titular –,
siempre y cuando el consenso obtenido no altere las relaciones de poder de quienes
lo detentan. En las peticiones económicas de los países más desfavorecidos ante la
Organización Mundial del Comercio no hay consenso precisamente. Hoy día es posible
plantear la resolución pacífica de conflictos en tanto no se cuestione hondamente la
estructura del poder; pero la producción de armamentos no termina. Y la preparación
para la guerra sigue siendo el mejor negocio para la empresa privada. No hay paraíso
bucólico a la vista.
Recientemente se ha incorporado al debate teórico en distintos ámbitos el concepto
de "desarrollo humano". Con él se intenta cuestionar el círculo de "progreso =
desarrollo material". Lo fundamental del desarrollo ha de ser el para quién del
mismo: una visión amplia, democrática y humanista lo hará corresponder entonces
con todo el género humano y su entorno. No puede circunscribírselo al estrecho
marco de la "fetichización de la mercancía". Es cuestionable una idea de progreso que
implica discriminación de unos por otros, explotación, peligros evitables de cualquier
índole para la Humanidad. Podría desprenderse de ello que un genuino desarrollo
humano va asociado a la abolición de toda forma de explotación, de diferencias.
Volvemos aquí un punto medular: el motor de lo humano ha sido, es y seguirá siendo
el conflicto.
La medición de progreso, pese a la nueva idea de desarrollo humano, se sigue
haciendo en términos de fetichización de los bienes materiales. Esa visión cosificante
del mundo es también el rasero con que se aborda al ser humano. Todo es medible en
términos de ciencia positiva, todo es comercializable, todo puede leerse desde la
ética simplista de lo bueno y lo malo. Una cosa no está desconectada de la otra. En esa
cosmovisión del happy end los buenos siempre ganan, la ciencia lo resolverá todo y el
mundo puede ser paradisíaco, salvo interrupciones extemporáneas que alteran
circunstancialmente la homeostasis de fondo. Pero el sujeto de esta ficción no tiene
nada que ver con el ser humano concreto que somos. La antropología de la izquierda
política en realidad no se ha alejado mucho de esta concepción. En ella el triunfador
no es el varón exitoso lleno de dinero – figura que se ha difundido hasta el hartazgo –
; pero en realidad no hubo una crítica sustantiva de los conceptos humanos que
fundamentan esta visión. En todo caso siempre se mantuvo un ideal modélico: ser
religioso, por ejemplo, se consideraba un "atraso" políti co. En la Unión Soviética
estaba legalmente prohibida la homosexualidad. Los prejuicios no desaparecieron con
la llegada del "hombre nuevo"; ¿pero acaso desaparecerán?
Hay desarrollo si hay libertad. En las condiciones actuales del mundo eso pareciera
cada vez más quimérico: la vida de millones de personas está predeterminada por
unas cuantas empresas y bancos privados. Globalizado e interconectado el planeta
todo, la vida de nadie escapa a los vaivenes de unas pocas cuantas bolsas de valores.
Desarrollarse cuando la lógica dominante dicta que hay gente que sobra es, como
mínimo, difícil. El ser humano que cimienta esta idea de desarrollo: "quien más tiene
materialmente más vale", pilar del mundo moderno por otro lado, es pobre. Aunque,
por otro lado, se llene la boca hablando de libertad. El "hombre nuevo" que intentó
forjar el socialismo real, quizá por exceso de ingenuidad, no funcionó . Tal vez
este producto intelectual estuvo siempre condenado al fracaso, en tanto se partió de
presupuestos falsos: se trataba de corregir "desviaciones" como si hubiese (¿dónde?)
una ética de la virtud de orden natural y un manual que pudiese garantizar su
realización. Probablemente tenía razón Freud cuando apuntaba el "desconocimiento
idealista de la naturaleza humana" en que se fundó la izquierda.
El mundo es injusto. Derrumbado el muro de Berlín pareciera, no obstante, que todo
ánimo transformador es un pecado; hasta llegó a decirse que "la historia ha
terminado", significando que no hay nada más que hablar. Es tal la fuerz a con que se
presenta este discurso que no da mayor espacio para el disenso. Pero los millones y
millones de pobres que habitan el planeta siguen estando ahí, y multiplicándose. Si
consideramos que es un imperativo moral hacer algo contra esta iniquidad qu e nos
envuelve creo, modestamente, que debemos ponderar muy criteriosamente las
condiciones de esta lucha, para no repetir errores y para tener una posibilidad real
de éxito. Probablemente no hay sujeto posible (ni Cristo ni el proletariado) que pueda
redimir a la Humanidad. Hay un malestar intrínseco en la sociedad humana, el precio
de la civilización. "El ser humano ha llegado a ser, por así decirlo, un dios con
prótesis; bastante magnífico cuando se coloca todos sus aparatos, pero éstos no
crecen de su cuerpo y a veces le procuran muchos sinsabores" (Sigmund Freud, "El
malestar en la cultura").
Por otro lado, ¿redimirla de qué? En todo caso de lo que se trata es de hacer el mundo
más vivible. Si algo es posible modificar (ese es el desafío que el liberali smo no puede
resolver – aunque quisiera –), ello no es producto de un cataclismo político que, sin
decirlo, también se ofrece como puerta de entrada a otro fin de la historia. El gran
cambio que de una vez trastoca el mundo no parece haberse mostrado efica z.
Modificar la condición humana, a estar con lo que nos enseña la historia, tal vez es
utópico; pero no lo es intentar transformar las reglas de juego donde la Humanidad se
despliega.
Lo que queda claro es que la condición humana se articula necesariament e en un
contexto determinado, con el prójimo, con el otro. "En lo que el ser -ahí hace y usa
encuentra siempre al otro" dirá Heidegger. Ese otro no es sólo amigo sino también, y
primariamente, discordante. La rivalidad y la competencia en tanto fundantes de lo
humano son algo no totalmente procesado en el discurso marxista. El conflicto está
no sólo en la lucha de clases – innegable motor de la historia –; también es no menos
esencial en la dialéctica intra e intersubjetiva: el sujeto no dueño de sí mismo, l as
relaciones humanas tan a menudo problemáticas y fallidas. ¿Acaso no hay disputas
por el poder en la izquierda?
Nunca partimos de un paraíso ni hay paraísos al final del viaje. La idea de construir
un "hombre nuevo", fantástica en sí misma, encomiable, no prosperó y probablemente
nunca pueda hacerlo porque lo que allí se presupone debe cambiar es algo que no
cambia en el sentido que uno quisiera. Por lo visto la entrada al paraíso es una
promesa al menos dudosa. Colateralmente vale preguntarse ¿por qué s erá que los
seres humanos necesitamos forzosamente de estos mecanismos salvadores, de estas
profecías? De hecho no hay organización humana que no presente una forma
religiosa, así como no hay cultura que no haya desarrollado alguna práctica narcótica,
aunque esté prohibido su uso como entre los musulmanes. Todo indicaría que hay
necesidad de evasivos, de lenitivos, y la creencia en paraísos se repite
constantemente. Un mundo libre de diferencias no deja de ser una idea paradisíaca.
Tal vez paraísos no, pero un mundo algo mejor sí es posible (hoy por hoy:
¡absolutamente necesario!). No se si se podría decir incluso "un mundo más humano",
porque esto que tenemos a la vista es absolutamente humano, con lo que volvemos a
la idea primera de nada hay más humano que la violencia. La comparación con la ley
de la selva puede ser equívoca, pues los animales no se organizan en torno a la
dialéctica del amo y del esclavo. Quizá, con más precisión en todo caso, debería
decirse: un mundo más justo.
Puede y debe cambiar el marco donde cada humano se desenvuelve. Esto es posible
(esto es urgente, considerado más políticamente, al menos para ciertos sectores que
piensan con criterios de justicia). El marco dominante, las condiciones sociales
generales cambian, varían, se modifican. Podría preguntarse si progresan. Difícil
decirlo; ello remite a la noción misma de progreso, que indefectiblemente tiene hoy
ciertas connotaciones imposibles de eludir y ligadas a los criterios de acumulación
material. De todos modos la historia sigue, y seguramente sin saber hacia dónde:
¿hacia un mejoramiento para toda la Humanidad, hacia una guerra total, hacia una
fragmentación en mundos absolutamente separados: "viables" y "sobrantes"? Si hay
algo a transformar eso son las relaciones sociales, la legalidad de esas relaciones. La
ley, en tanto principio ordenador de las relaciones entre los humanos, la modalidad
de las relaciones de los humanos entre sí y para con la propiedad – el producto del
trabajo y los medios de producción –, esto es modificable, más aún: perfectible. Y esto
no es poco; por el contrario, si efectivamente puede lograrse, es una transformación
radical en favor de la justicia.
Apuntalando esto habría que pensar que no hay mesías posible que nos dispense de
este arduo trabajo; dejar la tarea en manos de algún "salvador" (cualquiera que sea:
la secta, el partido omnímodo, el líder carismático que prefiramos) va en contra de la
autogestión.
Intentar cambiar algo es la antítesis del dogma. Ni el liberalismo a ultranza de estos
últimos años, ni el marxismo ortodoxo – derrumbado hace una década – dejan de
funcionar como tales, con su correspondiente tribunal inquisidor. Tal vez los cambios
más profundos son los más silenciosos, los más humildes en su apariencia. No ser
dogmático (que de ninguna manera es lo mismo que ser pragmático desideologizado)
es quizá un primer gran cambio que puede permitir transformaciones más
sustanciales. Ningún discurso oficial incluye a la violencia como pan nuestro de cada
día. ¿No será momento de comenzar a incluirla, justamente para que no nos
sorprenda y poder manejarla mejor? Quizá de lo que se trata no es de estar contra el
poder sino de repartirlo más equitativamente, de acotarlo y no temerle, y de no
fascinarse con él. Si es posible un "hombre nuevo" (y también ¿por qué no? una
"mujer nueva") es solamente cuestionando perpetuamente la condición humana.

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  • 1. ENSAYOS Llevan el nombre de "ensayos" escritos relativos a muy diversos campos: historia, ciencia, filosofía, política, etc. En la primera sección recojo diecisiete ensayos sobre muy diversos temas de tipo científico popular. A veces tienen carácter narrativo, otros más bienes anecdóticos, o bien llevan alguna intención aleccionadora, a manera de mensaje, especialmente para las generaciones jóvenes (R. Zeledón. Ensayos e ideas científicas). En este libro se ensaya hacer Historia de Guatemala bajo principios metodológicos que se aplican por primera vez al estudio de nuestro desarrollo (S. Martínez. La patria del criollo) Este ensayo considera la concepción de la vida onírica en la filosofía de Descartes (particularmente en sus Meditaciones Metafísicos) dentro de la perspectiva teórica de la fenomenología (principalmente desde la filosofía de Sartre y los trabajos fenomenológico - antropológicos de Dieter Wyss (A. Zamora. "El cógito también sueña"). Este ensayo trata de ordenar mis preocupaciones de muchos años , expuestas en numerosos artículos y conferencias en Costa Rica y en el exterior (José Figueres. La pobreza de las naciones) Además de la temática, existen otros rasgos que se presentan muy diferenciados entre los textos llamados ensayos: la extensión oscila entre algunas pocas páginas y varios cientos de ellas; la rigurosidad de los planteamientos va desde un análisis impresionista hasta un detallado marco conceptual; el vehículo de comunicación puede ser desde el periódico, hasta el voluminosos libro, pas ando por la conferencia o el trabajo de graduación. Otro de los rasgos de la mayoría de los textos denominados ensayos es presentarse como aproximaciones, como esbozos iniciales. Véanse ejemplos: Aunque consciente de mis limitaciones, he querido ofrecer al lector una vivencia, o más bien una interpretación muy personal de los hechos relatados, buscando entrelazar lo material con lo espiritual, y el origen del ser con el principio de las grandes ideas (J. Jaramillo. La aventura humana) Estos ensayos – dirigidos hacia educadores, estudiantes de educación y demás personas interesadas en el tema tienen el fin de contribuir a la discusión y al análisis de nuestro sistema educativo, como paso indispensable previo a la toma de acciones para mejorarlo (H. Pérez. Ensayos sobre educación) Nos proponemos, en las páginas siguientes, describir a grandes rasgos la labor de los físicos que corresponde a la meditación pura del investigador. Nos ocuparemos, principalmente, del papel de los pensamientos e ideas en la búsqueda aventurada del conocimiento del mundo físico. (A. Einstein. La Física, aventura del pensamiento). Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mi que lo haga bien ni que me concent re en mí mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia (M. De Montaigne. Ensayos) Lo cierto es que esta clase de materiales, a pesar de la tradicional modestia de los autores, constituye uno de los principales recursos de la cultura moderna. Por su medio es que se debaten las ideas más influyentes, se conocen los últimos aportes de la ciencia, se forma opinión, se produce discrepancia productiva. Inclusive, como se ha visto, el más conspicuo científico abandona, a ratos, los rigurosos procedimientos de comunicación de su disciplina y toma la particular herramienta del ensayo para tratar de otra manera su objeto de estudio. B. DEFINICIÓN DE ENSAYO
  • 2. La más generalizada de ellas dice que "el ensayo es literatura de ideas". Esto significa que a la preocupación estética y la creación de recursos expresivos se suma un afán utilitario: el planteamiento y debate de temas de interés actual. El uso que Rodrigo Zeledón (1982) hace del género con el fin de "despertar interés en nuestras generaciones jóvenes por los atractivos problemas que nos depara el anchuroso campo de las ciencias biológicas" es una buena muestra de este rasgo. Otra de las definiciones es la atribuida a J. Ortega y Gasset: " El ensayo es la ciencia sin la prueba explícita". Con esto se subraya que no es un discurso irresponsable sino un texto que obvia el aparato teórico y la aridez de las fórmulas y cuadros con el fin de aumentar la lecturabilidad y la capacidad explicativa. José L. Vega Carballo (1979) señala sobre el esquema analítico de un de sus ensayo: "el que aquí se discute no puede, ni debe tomarse como final y exhaustivo, se trata, más bien de una aproximación basada en un examen global". La última definición por analizar es la que proporciona Alfonso Reyes: "el ensayo es la literatura en su función ancilar". La palabra "ancilla", es decir, esclava, sirve para expresar el papel subalterno que lo ornamental e imaginativo tiene para el género. Al respecto dice Gómez de Baquero (1917): "El ensayo está en la frontera de dos reinos: el de la didáctica y el de la poesía y hace excursiones del uno al otro". C. COMPARACIÓN CON OTROS GÉNEROS En cuanto a la extensión o el tema, el ensayo puede parecerse a la monografía o artículo científico. No obstante, si se considera que este último es el informe del proceso integrar de una investigación científica, lo cual implica dar cuenta de teorías, procedimientos y fuentes de una manera prolija, puede notarse una gran diferencia. No obstante, los alcances de los procesos de investigación científica reportados en artículos pueden ser indagados, analizados, contrastados, profundizados, en ensayos. Los trabajos teóricos, metódicamente dirigidos, que se realizan en el área de la filosofía y la filología, tal vez por carecer de un aparato metodológico visible a simple vista (fórmulas, cuadros, gráficos) y no haberse estatuido una estructura lógica convencional como en las ciencias básicas (introducción, procedimientos, resultados, discusión), no suelen llamarse artículos científicos y se acostumbra denominarlos genéricamente "ensayos". En realidad se trata de un tipo de escritos al cual bien le cabe el nombre de "artículo de humanidades" Otro de los escritos muy cercano al ensayo es el artículo period ístico. L. Ferrero (1979) lo considera como una de sus variantes, aunque con la advertencia de que sus temas son con frecuencia pasajeros. En los diarios contemporáneos coexisten las materiales absolutamente intranscendentes y los verdaderos ensayos, es de cir, piezas que sobrevivirán por su mensaje. Por ejemplo, la obra principal del costarricense Cristián Rodríguez ha sido rescatada de los periódicos e incluida en libro (1988). Asimismo, Tribuna Nacional (1993) recoge 25 años de excelentes ensayos breves publicados en la página 15 de La Nación (Costa Rica). D. VENTAJAS DEL ENSAYO Uno de los rasgos del ensayo que ya se ha venido comentando es su agilidad. Esto quiere decir su sencillez productiva, su capacidad de comunicar en forma directa. Como no hay por que evidenciar el proceso de investigación seguido no es necesario subdividir detalladamente el escrito; en vista de que no se leen los ensayos para conocer datos sino implicaciones de estos, se ahorran las citas bibliográficas; por cuanto valen más las ideas que sus representaciones, no son necesarios las fórmulas, los cuadros y los gráficos. Claro, estas no son prohibiciones: la libertad del género permite incluirlas ocasionalmente. J. Figueres dice en la introducción de su libro de
  • 3. ensayos La pobreza de las naciones (1973): "Empleo a menudo cifras ilustrativas que no son indispensables ni exactas, solamente porque creo que facilitan el estudio, aunque varíen de país a país y de tiempo en tiempo". La brevedad puede declararse una virtud del ensayo. No obstante hay largos ensayos suficientemente virtuosos. La corta extensión permite publicarlos con mayor facilidad, obtener mayor número de lectores, producir un efecto más directo, escribirlos más rápidamente y con la adecuada oportunidad. Con respecto a este rasgo dice J.L. Gómez (1976): "Se intenta únicamente dar un corte, uno sólo, lo más profundo posible y absorber con intensidad la savia que nos proporcione". El intercambio, tanto entre ensayista y lector como entre ensayista y diferentes autores, es otro de los rasgos propios del género. El escritor se dirige a un público no especializado para quien interpreta un tema. Esto significa presentarle, lógicamente orquestadas por la suya, las opiniones de quienes se han ocupado del tema. Gómez (1976) expresa esto en las siguientes palabras: "el ensayista reacciona ante los valores actuales para insinuarnos una interpretación novedosa o proponernos una revaluación de las ya en boga, pero una vez abierta la brecha y tendido el puente del nuevo entendimiento, el ensayista, como creador al fin y al cabo, deja al especialista el establecer la legitimidad de lo propuesto, sin renunciar él mismo a continuarlo en otra ocasión". Un corolario de la función de intercambio que tiene el ensayo, es el carácter persuasivo. Así como la "ciencia pura" - expresada por medio de artículos científicos - reivindica su objetividad, su desinterés en convencer por otro procedimiento que no sean los hechos, el ensayo se usa para impulsar ciertas ideas para convencer de ciertas posiciones con respecto a los hechos. Para cumplir este carácter, en el ensayo se ordenarán los datos y los conceptos de manea que resulte evidente una tesis. José L. Vega (1979) se expresa así en su ensayo "Etapas y procesos de la evolución sociopolítica de Costa Rica": Surgen, pues, las siguientes preguntas: ¿Hasta cuándo aguardarán par tomar la iniciativa histórica en favor de su desarrollo todos los sectores que no se han visto beneficiados con los logros del modelo agrocomercial tradicional, ni tampoco ahora, con el nuevo esquema de la integración dependiente de tipo industrial – financiero – tecnológico?" Puede observarse en este texto la carga emotiva que hay, el uso de una pregunta retórica, la acumulación de información, etc., rasgos que inclinan a una particular posición. E. LOS CONTENIDOS DEL ENSAYO Como se ha visto el ensayo trata de cualquier tema. La diferencia con respecto a la expresión científica convencional y con la literatura propiamente dicha es la particularidad de ese tratamiento. El primer rasgo que al respecto debe observarse es la función ideológica. Son múltiples las definiciones de ideología; en las ciencias sociales predomina una visión negativa de este rasgo: falsa conciencia, visión interesada, deformación, limitación. Un concepto de ideología que podría ser aceptado en forma general es el de concepción de la realidad desde una perspectiva particular. Si se considera que esta perspectiva es la del escritor, podría inferirse que no es la de la ciencia, la cual es una práctica que no tiene por qué coincidir con la de individuos en particular. Por ello es que se suele oponer ideología a ciencia. Efectivamente, el ensayo es ideológico en la medida que no se ciñe a la ciencia sino que busca transcenderla o antecederla. Por otra parte, la función ideológica se manifiesta en el texto como un afán que tiene el escritor de persuadir con respecto a su manera de ver las cosas. Uno de los más influyentes ensayos que se ha escrito dice en su página final:
  • 4. Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. Proletarios de todos los países uníos. (Marx y Engels s.f.) La ideología no consiste en las ideas específicas sino en los procedimientos mediante los cuales se analizan los hechos. Una categoría de análisis es un criterio que se aplicará para juzgar un fenómeno, por ejemplo, Manuel Picado en su estudio Literatura, ideología, crítica (1983) va descubriendo en los ensayos la crítica literaria relativa a novelas costarricenses una serie de crite rios, no advertidos, mediante los que se juzgan las obras: algunos de ellos son: si el lenguaje usado en la obra es o no el usado en la realidad, si en la obra se refleja o no el autor, si la obra esta redactada o no con sencillez. La función ideológica es una condición presente en todas las formas de la literatura. En novelas como Los errores (J, Revueltas 1975), en cuentos como "El matadero" (E. Echeverría 1838) o en poemas como "El canto Nacional" (E. Cardenal 1970), es posible percibir la presencia de amplios textos en los que el autor intercala su visión de mundo. Se trata, en realidad, de ensayos insertados en obras de imaginación. Con mayor razón, el ensayo propiamente dicho es una manifestación ideológica. Con respecto a este fenómeno, lo que se propone no es suprimir en el ensayo la visión particular de los hechos sino, cuando menos, hacerla explícita y dejar entrever los fundamentos del análisis. Asociado a la función ideológica del ensayo, esto es a las categorías de análisis que lo sustentan, está el sistema de pensamiento, los procedimientos intelectuales con los que se discurre. El ensayista va planteando su posición con respecto al tema mediante una serie de proposiciones que llevan un orden. Uno de los órdenes es el inductivo, palabra que no se usa en el sentido estricto que tiene en filosofía. Se trata de que el ensayista vaya acumulando pruebas de lo que quiere evidenciar y, al final, enuncie la idea demostrada. Esta técnica puede observarse inclusive en un breve ejemplo: Mientras no haya agua suficiente en un pueblo, casi no se piensa en otra cosa. Cuando al fin se instala un medio de abastecimiento, ya no se piensa en el agua. La abundancia mata el deseo y hace nacer aspiraciones nuevas. (J. Figueres 1973) El otro orden básico es el deductivo, término que tampoco se usa tan específicamente como en filosofía, pero que sirve para denominar el razonamiento que va desde afirmaciones generales a afirmaciones particulares. En este caso, el ensayista plantea conceptos de aceptación más o menos generalizada y empieza a desprender de ellos implicaciones. Véase un ejemplo: En el hombre, pensó Metchnikoff, son los microbios los que más frecuentemente provocan la inflamación; es, pues, contra estos intrusos que debe dirigirse la lucha de las células móviles del mosedermo o sean los glóbulos blancos de la sangre; por su origen estas células deben gozar de la propiedad de digerir, deben por lo tanto, digerir los microbios y traer la solución. (Picado 1988). Los órdenes inductivo y deductivo no siempre se aprecian bien a nivel de párrafo, sino que se manifiestan con mayor claridad en segmentos mayores. Por otra parte, ambos pueden coexistir en el mismo trabajo. La posibilidad de ordenar inductiva o deductivamente el ensayo parte del análisis detallado del tema sobre el que se reflexiona ensayísticamente. R. Descartes (1983) en su famoso trabajo Reglas para la dirección de la mente propone la necesidad de dividir cada una de las dificultades que se examinen en tantas partes como se pueda y
  • 5. como sea necesario para mejor resolverlas. El producto de esa división constituye la lista de asuntos tratados en el ensayo; la escogencia del orden inductivo o deductivo da, por otra parte, la distribución de esos asuntos en el texto. A la rigurosidad que Descastes exige para el trabajo filosófico, se opone la liberalidad de Miguel de Montaigne, uno de los padres del género: "Elijo al zar el primer argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero". (Gómez 1976). Un equilibrio entre la concepción cartesiana y la de Montaigne posiblemente sea lo que produce los mejores ensayos modernos. F. PREPARACIÓN DE ENSAYOS Las siguientes son algunas recomendaciones, derivadas de la observación de la buena práctica, para la preparación de ensayos. No pueden dirigirse al escritor profesional, ni al experimentado investigador, quienes, por un lado pueden crear sus propias estrategias y, por otro, tienen necesidades muy particulares. Se dedican, pues. Al estudiante que debe preparar ensayos para efectos de evaluación, y tal vez, al que quiera explorar las posibilidades del género para comunicar de manera diferente sus contenidos. 1. Establecimiento de la intención En cualquier trabajo de redacción se parte de una clara determinación de su propósito. Este requisito permite saber si lo que se requiere es un ensayo u otro tipo de escrito; también ayuda a concretar el enfoque que debe darse, el nivel, los recursos por aplicar, etc. Es muy corriente que el escritor deslice en los primer os párrafos de su escrito la intención: Nos proponemos, en las páginas siguientes, describir a grandes rasgos la labor de los físicos que corresponde a la meditación pura del investigador (A. Einstein 1943) Las páginas que aparecen a continuación y que proponemos como una introducción a la pedagogía del oprimido son el resultado de nuestras observaciones en estos tres años de exilio. (P. Freire 197). Este libro trata del tema centras de nuestros tiempos: de la dominación y la liberación de los hombres y de los pueblos. Que es también el tema radical de la existencia humana, y por eso, una idea básica de a historia del hombre. (S. Salazar B. 1977) En los textos más breves, ensayos periodísticos o de carácter más literario, no es tan frecuente que la intención se haga explícita. No obstante es imprescindible que quien se dispone a preparar uno lo haga como primer paso. 2. Investigación bibliográfica Un segundo paso en el proceso de producción de un ensayo es investigar los contenidos que se desea desarrollar. La bibliografía es la base de esta labor. El objetivo es ampliar criterio, contrastar con posiciones ajenas, conocer los antecedentes de la discusión al respecto. No obstante, no se busca una fundamentación de los criterios; al respecto señala José Luis Góm ez (1976): El verdadero ensayista, por ejemplo, sólo en ocasiones muy especiales hará uso de notas al pie de la página, y esto nos lleva al meollo de nuestro tema: las citas, numerosas en los ensayos, tienen valor por sí mismas en relación con lo que el ensayista nos está comunicando: importa destacar que alguien creó una idea, representada en la cita, pero el "quién" y el "dónde" carecen en realidad de valor. No son las citas importantes porque fulano o mengano las dijo, sino por su propia eficacia. Y el hecho de señalarlas como citas es sólo con el propósito de indicar que no son de propia cosecha, sino que forman parte del fondo cultural que se trata de revisar.
  • 6. Las ideas derivadas de la bibliografía pueden ser muy importantes pero es necesario que lo sean aún más las del propio ensayista. Por tanto, la revisión que se haga debe realizarse en función de un planteamiento base e ir incorporando, para ilustrar, contrastar o comparar, las ideas de otros autores. 3. Elaboración del diseño En literatura se denomina diseño a la disposición que el autor decide darle a la información del texto. Es realmente el producto de su creatividad. Diseño del ensayo podría ser, por ejemplo, la decisión de empezar por un planteamiento general para incluir, posteriormente, los argumentos; presentar detallados antecedentes y pasar luego a una rápida resolución: desarrollar, una por una las partes del planteamiento; etc. La forma en que el escritor disponga sus ideas en el texto puede ser muy personal. Por tal razón podría resultar innecesaria para muchas personas una sugerencia al respecto. No obstante, para efectos didácticos, es posible proponer una guía. Esta guía puede derivarse de la forma de organización del discurso clásico, manifestación por excelencia del afán persuasivo del lenguaje, así como del periodismo moderno, expresión por parte del sentido práctico contemporáneo. La siguiente es una estructura aplicable al ensayo. Motivación. Ningún discurso sería escuchado ni material escrito alguno leído, si su receptor no tuviera motivación. La oratoria clásica perpetuaba la necesidad de preparar el alma del auditorio y ganarse su benevolencia en una sección inicial que llevaba el nombre de exordio. El periodismo moderno propone hacer una entrada llamativa, que capte el interés. El ensayo puede aprovecharse de esos consejos. Véanse algunos ejemplos: La lluvia que refresca y humedece la tierra y el sol que la calienta y seca, contribuyen por igual al mantenimiento de la vida. Los grandes espíritus, ya sean optimistas o atormentados, por más que sean opuestos, forman un complejo cuyo conocimiento es tan útil al desarrollo intelectual de los que los suceden, como son útiles a la vida el agua y el son. (C. Picado T. "Pasteur y Metchnikoff"). Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes. (Marx y Engels. "El manifiesto comunista") Me invitaron a la playa. Acepté con gusto. Había acabado el curso escolar cansado y sentía la necesidad de descanso. Para mi este consiste en hacer lo contrario que cuando "trabajo", compré veinte novelas policiacas y salí a la playa. (C. Láscaris. "Pesca con siesta") Con gran frecuencia, el papel de captar la atención del lector se realiza por medio de una cita textual. Esto es lo que se denomina un epígrafe, y se ubica, resaltado, en la parte superior del escrito, después del título. Proposición. En el discurso clásico esta es una breve mención de la tesis general que se pretende impulsar. Ese recurso suele presentarse en los primeros párrafos del ensayo. Los siguientes son algunos ejemplos: Pretendo mostrar cómo el desarrollo social y la conducta humana actual, no son logros del presente, sino que se apoyan en el conocimiento de los hechos pasados; y que el conocimiento es una progresión de ideas y acciones que se juntan y han sido transmitidos a través de las épocas. (J. Jaramillo. La aventura humana). Cabe advertir, por otra parte que el ensayo tiende a evidenciar el papel decisivo que, a la par de los factores de cambio endógenos, han jugado los exógenos como resultado de la rápida inserción del país en el mercado internacional, a partir de la década de 1840. (J.L. Vega. "Etapas y procesos de la evolución sociopolítica de Costa Rica ")
  • 7. Así, pues, mi propósito no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para conducir bien su corazón, sino solamente mostrar de qué manera he tratado yo de conducir el mío. (R. Descartes. El discurso del método) División. Un procedimiento que en el discurso y en el texto relativamente extenso ayuda mucho, es enumerar los asuntos que se tratarán. Considérense algunos ejemplos: Este ensayo comprende, primero, varios capítulos introductorios. Luego vienen tres grandes "cuestiones" relacionadas con la pobreza. Por su orden: La cuestión internacional, que señala el reparto indebido del Producto Mundial; la Cuestión Social, que se ocupa de la mala distribución del Producto Nacional; la Cues tión Económica, que indica errores y sugiere remedios, en los mecanismos de la producción contemporánea. Finalmente aparece una Conclusión, que pretende dar sentido al esfuerzo económico del hombre. (J, Figueres. La pobreza de las naciones) Trata de mis recuerdos de niñez: del paisaje, de cosas y gentes del antaño orotinense y de mi juventud en San José de Costa Rica. Presenta cierta intimidad, como toda remembranza. Hay en él la colaboración del tú; en otras palabras, de muchos otros. (L. Ferrero. Arbol de recuerdos). La división o mención de los puntos por tratar predispone a la comprensión y permite seguir el hilo expositivo. Desarrollo. Cada uno de los puntos propuestos para el ensayo se desarrollará en el orden que convenga. Por ejemplo, en el ensayo "L a isla que somos" I. F. Azofeifa (1979) incluye tres grandes componentes: la geografía costarricense, el carácter nacional, el proceso histórico. Recapitulación. Debe disponerse un espacio para repasar los aspectos fundamentales del desarrollo del ensayo. Esto puede hacerse dentro de un apartado que se llame "conclusión" o no, pero debe estar al final del trabajo con el fin de atar los cabos sueltos. Véanse algunas recapitulaciones: Sean estas notas tan aburridas sólo para recordar que muy a nuestra manera, pero que siempre, tuvimos carnaval si carnaval es hacer loco para tranquilizar la carne, la diferencia con los europeos no está en la ausencia del antifaz. La verdadera diferencia es que ellos después de sus excesos "se borraban los pecados" pintarrajeándose en la frente una cruz con ceniza para, piadosos, comenzar la Semana Santa. (M.A: Jiménez 1979). En resumen: parece que pueden caer partículas en agujeros negros que luego se desvanezcan y desaparezcan de nuestra región del universo. Las partículas part en hacia pequeños universos que se separan del nuestro. Es posible que esos universos reintegren en algún otro punto. Quizá no sirvan gran cosa para los viajes espaciales, pero su presencia significa que seremos capaces de predecir menos de lo que esperábamos, incluso aunque encontráramos una teoría unificada completa (...) en los últimos años, varios investigadores han comenzado a estudiar los pequeños universos. No creo que nadie se haga rico patentándolos como un modo de viaje espacial, pero se han convertido en un campo muy interesante de investigación. (Stephen Hawking 1994) 4. Elaboración del esquema Una vez establecido el diseño, valga decir que la forma de organización general del ensayo, es conveniente preparar un esquema de redacción. Bajo cada uno de los grandes asuntos (motivación, proposición, división, desarrollo, recapitulación) pueden irse apuntando las ideas que allí se considerarán. De paso, cabe estudiar la posibilidad de introducir algún tipo de subdivisión del escrito mediante títulos. No obstante, en los textos relativamente breves no se suele incluir ningún tipo de separaciones.
  • 8. Dentro de cada apartado propuesto puede pensarse en algún tipo de ordenamiento de las ideas: presentarlas cronológicamente, en orden causa-efecto, de manera comparativa, etc. Estos criterios se tratan con mayor amplitud en la sección "Técnica textual del ensayo". El esquema es una herramienta imprescindible para la generación de un texto amplio. El tiempo invertido en su perfeccionamiento y desarrollo se va a recu perar con creces en el proceso de redacción. 5. Redacción Con base en el esquema preparado y todas las felices improvisaciones que surjan, se inicia la redacción. Lo normal es que se requieran varios borradores sucesivos. El resultado, de acuerdo con un generalizado precepto de redacción, puede guardarse algunos días entre una versión y otra. No es de extrañar que resulte necesario hacer grandes correcciones, modificaciones del orden, supresiones, ampliaciones, etc. Conviene aceptarlas con resignación y est ar en capacidad de renunciar a amplios fragmentos otrora considerados perfectos, o tener que redactar nuevo material para ampliar un asunto. A continuación se tratan algunos recursos específicos de redacción. 5.1. Ordenes de la información El orden es el criterio con que se clasifica la información en un texto. En los escritos de carácter práctico, los órdenes más corrientes en el ensayo son tres: cronológico, causa-efecto, comparativo. Se denomina orden cronológico al que permite distribuir la información según el criterio del tiempo. Esta forma de organizar la información domina la referencia de hechos históricos, los procesos de elaboración o transformación de productos, etc. Analícese un ejemplo: En un principio el hombre cosechaba sin sembrar. Se alimentaba de los frutos naturales del mar y de la tierra. No había nacido el derecho de propiedad. Solo existía el instinto de la cueva propia. /Cuando los productos gratuitos escasearon, el hombre trabajó. Sembró y cosechó para si mismo y para su familia. Naci ó la agricultura, Nació la propiedad./ Pronto el cazador tuvo más carne de la que podía comer, y el agricultor más legumbres de las que necesitaba. Vino el trueque. Vino la dependencia en otros./ Con el tiempo, el hombre primitivo se dedicó a producir más y más verduras, o más y más carne de caza. Cambiaba sus productos por granos de caco y con los granos compraba pieles finas, flechas y ornamentos almacenados por alguien que a su vez los obtenía de diversos productos. Se había establecido el comercio. (J. Figueres 1973) El orden cronológico se caracteriza por una serie de nexos que ayudan a reforzarlo: inicialmente, posteriormente, luego, finalmente, de inmediato, después, con posterioridad, con anterioridad, al principio, seguimiento, al final. Por otra parte, lleva el nombre de orden comparativo el procedimiento de relacionar la información según semejanzas y diferencias. Es una manifestación típica de todos los razonamientos de contraste. El siguiente es un ejemplo: Desconfiado y astuto como un montañés: cortés pero tímido; trabajador sin constancia, buscando el provecho fácil de su esfuerzo; campesino egoísta, pero bondadoso, cazurro siempre, vive aquí un pueblo que no ha sido ni miserable ni inmensamente rico; ni guerrero ni sumiso; ni servil, ni rebeld e; independiente sin guerra de independencia; liberado del coloniaje español por virtud de un oficio llegado de Guatemala un día de octubre de 1821, en que se le hacía saber que desde el 15 de setiembre ... en suma, un pueblo sin sentido trágico de la exis tencia. Un pueblo sin héroes, y que si alcanza a tenerlos, los destruye o los olvida, que es otro modo de destruir. (I: F. Azofeifa 1979).
  • 9. El orden comparativo se refuerza en el texto por medio de enlaces como los siguientes: por otra parte, más bien, contrariamente, a diferencia de, no obstante, sin embargo, en contraposición, en cambio, etc. Por otra parte, se llama causa-efecto una manera de ordenar un texto en el que se mencionan las razones y las consecuencias de una situación. Véase un ejemplo: El hombre, en la actualidad, no está en ciento modo ya sometido a esta selección. Por ello, la selección natural no podrá impedir en el futuro la acumulación de trastornos hereditarios, pues el ser humano está interveniendo en este aspecto y dando supervivencia a seres que en otro tiempo no tendrían oportunidad de sobrevivir y reproducirse y que en términos genéticos se podrían considerar taras hereditarias. Esto podría significar para el ser humano que la herencia se fuera empeorando con los años, al no ser eliminados los seres con mutaciones negativas, ya que estas continuarán presentándose en nuestros elementos hereditarios y la recombinación de genes enfermos podría generar en un futuro lejano una civilización mucho menos sana. (J. Jaramillo 1992). El orden causa-efecto se evidencia, entre otros, por medio de los siguientes enlaces: por tanto, en consecuencia, debido a ello, por esto, como resultado de ello. El uso de enlaces en la redacción ayuda a ilustrar mejor las relaciones entre las ideas; no obstante, es necesario tratar con mesura este recurso para no recargar el texto. 5.2. Recursos retóricos La retórica es la técnica del bien decir, de dar al lenguaje eficacia para deleitar, persuadir o conmover. Se le asocia generalmente con la oratoria, por ser este arte pionero en la preocupación de utilizar todos los medios posibles para lograr su efecto persuasivo. El ensayo, por ser una forma de literatura en la que sobresale el afán de convencer, tiene a la retórica como uno de sus medios principales. Los recursos retóricos se clasifican dos grandes campos: Figuras de dicción y Figuras de significación Las figuras de dicción, por adornar el texto en su nivel fónico o sea su sonido, tienen papel fundamental en la poesía. En cambio, las figuras de significación, que son las que permiten resaltar una idea, aunque desempeñan importante papel en los otros géneros literarios, poseen participación especial en el ensayo. A continuación se tratan algunas de estas figuras que pueden aplicarse en el ensayo. Sentencia. Es la exposición breve y enérgica de una enseñanza profunda. Sin embargo, la producción y la guerra pueden ser fuentes de frustración. Hasta los más nobles corceles, espoleados en exceso, se desbocan y se desbandan, si no se aplica a tiempo el freno de otro de la cultura. (J. Figueres). Gradación. Se colocan las ideas en forma ascendente o descendente. Verbo, Logos, Palabra, diversas expresiones de un mismo y grandioso instrumento mediante el cual el hombre no solo se sitúa en el Mundo y el Universo, sino que se hace de ellos su hogar. (L. Zea) Paradoja. Reúne ideas al parecer contradictorias para poner más de relieve la profundidad del pensamiento. El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él, que aun aquellos que son más difíciles de contentar en todo lo demás, no acostumbran a desear más del que tienen. (R. Descartes) Antítesis. Contrapone unos pensamientos a otros, unas palabras a otras para que resalte más la idea principal. De altar se ha de tomar la patria para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal para levantarnos sobre ella. (J. Martí) Interrogación. Expresa el efecto en forma de una pregunta cuya respuesta no se ignora.
  • 10. ¿Hasta cuándo respetarán esos sectores en Costa Rica el ordenamiento consti tucional, sobre todo si continúan deteriorándose, más y más, velozmente, los índices del nivel de vida, se desata la inflación y siguen sin solución real los problemas del subdesarrollo? (J.L. Vega) Hipérbole. Exagera una verdad para inculcarla con más fuerza. Más que un poeta único. Ezra Pound parece un grupo de poetas de escuelas diferentes. (J. Coronel U) Prosopopeya. Da vida a los seres inanimados. Costa Rica está situada en una zona en que el Istmo centroamericano se adelgaza más y más descendiendo hacia la cintura del continente donde el Canal de Panamá muestra su herida abierta. (I. F. Azofeifa. En el ensayo las figuras retóricas deben usarse con mesura y plena justificación. Es necesario que estén al servicio de las ideas fundamentales que se quieren impulsar. 5.3. Estilo del ensayo El ensayo es un género moderno. Es por tanto un producto en el que se refleja el sentido práctico contemporáneo. En consecuencia, su lenguaje debe ser directo pero sin perder elegancia; su forma demanda sencillez aunque co n cuidado de la rigurosidad; su contenido exige información precisa, pero rechaza el detallismo superficial. El ensayista dirá lo que tenga que decir y callará lo innecesario. Planeará meticulosamente su planteamiento y lo expresará en el mínimo de palabra s posible. Le corresponderá garantizar su escrito contra la retórica innecesaria, la vaguedad, la repetición, la inconsistencia. Con ese fin debe planear ,. Investigar, ejecutar y revisar su producto. En tiempos ya no tan modernos, Santiago Ramón y Cajal (1896) describen el estilo de los trabajos científicos: En síntesis, el estilo de nuestro trabajo será genuinamente didáctico, sobrio, sencillo, sin afectación, y sin acusar otras preocupaciones que el orden y la claridad. © Fundación CIENTEC 2005 página actualizada el 23 de mayo, 2005
  • 11. El nuevo desorden de la ira Pasiones guerreras y la paradoja de la intolerancia José Carlos Castañeda Heráclito pensaba que la guerra era el principio de todas las cosas. Hegel recordaba que el conflicto era el movimiento del devenir del espíritu. Para Hobbes, el estado de naturaleza humano sólo podía ser una guerra de todos contra todos. Este trío sospechaba del sentimiento de fraternidad y del amor al prójimo. Nunca hubiera confiado en la esperanza de extinguir la violencia de la sociedad. Ellos advertían que el amor tiene una pareja inseparable: el odio. ¿Acaso hay algo más humano que la guerra? Hans Magnus Enzensberger acotó, con una mirada digna de naturalista, un pequeño comentario a esta radiografía escéptica de la condición humana: "Los animales luchan entre sí, pero no hacen la guerra. El ser humano es el único primate que se dedica a matar a sus congéneres de forma sistemática, a gran escala y con entusiasmo". En esta definición humanísima de la guerra sorprende una cualidad desconcertante: el entusiasmo por la guerra. ¿Por qué suscita entusiasmo la guerra? ¿De dónde proviene esa emoción que se complace en aniquilar al enemigo? El miedo y la ira El siglo XXI inicia sin respuestas para una pregunta urgente: ¿cómo moderar las pasiones guerreras? Durante siglos se creyó que la educación e ra el modo de erradicar la violencia y el fanatismo. Para los pensadores de la Ilustración del siglo XVIII, la razón primordial de la injusticia, la opresión y la miseria se encontraba en la ignorancia. Hoy se reconoce que la educación es un límite pero no es suficiente. El holocausto y las guerras étnicas en la antigua Yugoslavia son un ejemplo de que nadie vislumbra cómo mitigar la ira humana. "¿Con qué nos enfrentamos? ¿Qué está pasando para que el mundo parezca tan peligroso y caótico? ¿Quiénes son los nuevos arquitectos de la guerra postmoderna, paramilitares, guerrillas, milicias y señores de la guerra que están desgarrando los Estados malogrados de la década de los 90? La guerra solían perpetrarla los soldados regulares; ahora la hacen soldados no regulares. Esta puede ser la razón de por qué resultan tan salvajes las contiendas postmodernas, de por qué los crímenes de guerra y las atrocidades son actualmente intrínsecas al propio desarrollo bélico". Con estas incógnitas, en su libro El honor del guerrero, Michael Ignatieff abre un debate sobre los nuevos dominios de la guerra. Antes del final del siglo, más allá de la utopía comunista, nada parece tan claro como la reanudación de las hostilidades. Después de la guerra fría, la noticia geopolítica mundial es la globalización. Muchas páginas se han escrito sobre este nuevo concierto (desorden) mundial. Se habla de la pérdida de la soberanía y del colapso del ideal moderno de Estadonación. Algunos dicen que el riesgo está en un capitalismo desbocado, otros estudian la ofensiva de los fundamentalismos religiosos. Tras la caída del Muro y el ocaso de los combates ideológicos, ningún conflicto internacional es más despiadado y urgente que la guerra étnica. El problema ya no es la tensión entre creencias o ideologías hegemónicas, tampoco el advenimiento de una cruzada religiosa, lo que está en camino es la descomposición de los Estados. "No existe mayor amenaza para la seguridad del mundo posterior a la Guerra Fría que la destrucción de los Estados y, en consecuencia, de la capacidad de sus respectivas poblaciones civiles para alimentarse y protegerse, tanto del hambre como de los conflictos interétnicos". La guerra civil es la noticia que se reaviva a la vuelta del siglo. Y la única forma de detener este riesgo estriba en imaginar una convivencia plural. El tema del siglo XXI será el pluralismo y la invención de la tolerancia. ¿Cómo aprender a vivir con la pluralidad del mundo? Para decirlo con otra pregunta, la nueva querella radica en pensar cómo convivir
  • 12. entre diferentes. La cuestión es el otro: diversidad y alteridad. Preguntar por la pluralidad significa cuestionarse a uno mismo, como escribió Umberto Eco: "Es la mirada del otro la que nos define y forma. Nosotros -así como no logramos vivir sin comer o sin dormir- no logramos entender quiénes somos sin la mirada y la respuesta del otro". Entre 1993 y 1997 Michael Ignatieff viajó a lo que llama la zona caliente del mundo posterior a la guerra fría. Su itinerario fue Serbia, Croacia, Bosnia, Angola, Burundi, Afganistán y Ruanda. El honor del guerrero es el relato de una epopeya dramática en las fronteras de la nueva aldea global. ¿Qué ha sucedido en esa periferia del planeta durante el proceso de globalización? ¿Cuál es la génesis del odio entre los nuevos guerreros? ¿Por qué la violencia ha alcanzado esos grados de barbarie y crueldad? En el principio es la descomposición de la política. Esa es la alarma; después de la fragmentación del Estado viene el odio entre los grupos étnicos. Ignatieff esbozó su diagnóstico del proceso de desintegración de la vida pública, antes de caer en la espiral de la venganza y la guerra. "Nótese el orden causal: primero cae el Estado, que está por encima de las partes; luego aparece el miedo hobbesiano; en un segundo momento, la paranoia nacionalista y, enseguida, la guerra. La desintegración del Estado es lo primero; la paranoia nacionalista viene después. El nacionalismo de la gente común es una consecuencia secundaria de la desintegración política, una respuesta a la destrucción del orden de convivencia entre las etnias que aquél hizo posible. El nacionalismo crea comunidades del miedo, grupos convencidos de que sólo están seguros si se mantienen juntos, porque los seres humanos se hacen `nacionalistas` cuando temen algo, cuando a la pregunta: `¿y quién me protege ahora?` sólo saben responder: `los míos`". En las zonas calientes donde hay guerras étnicas, el miedo es el detonador del odio. Pero el temor y el odio son resultado del colapso de las instituciones políticas que permitieron hasta entonces la creación de identidades cívicas tan firmes como para contrarrestar sus proclividades étnicas. La pérdida del orden político desemboca en el miedo social, y ese temor común es el atajo para llegar a las hostilidades. "Cuando los individuos viven en Estados consolidados -aunque sean pobres- no necesitan acudir a la protección del grupo. La desintegración de los Estados, y el miedo hobbesiano resultante, es lo que produce la fragmentación étnica y la guerra". Hasta ahora la guerra era as unto de Estado, pero ya no más; las armas están en todas partes. El negocio de armamento es tan desproporcionado y se encuentran armas tan baratas que no hay autoridad capaz de contener la violencia. El Estado perdió el control de la guerra, y "como ha ocu rrido en tantas zonas del mundo donde continuamente estallan insurgencias y rebeliones - cuando la guerra se convierte en un coto vedado de ejércitos privados, gángsters y paramilitares-, la distinción entre enfrentamiento bélico y barbarie carece de sentido". El desmoronamiento del Estado es el umbral de la insurrección guerrera. Sin embargo, la medicina ya no es sólo más Estado; hoy se requieren nuevas prácticas políticas y, sobre todo, falta aprender a convertir a la tolerancia en una forma política, en una institución social. Caín o el narcisismo de la diferencia menor A partir de una reflexión sobre un tema bíblico, Ignatieff aborda el conflicto de la relación con el prójimo. "La historia de la humanidad no comienza precisamente con el asesinato de un desconocido, sino del hermano del asesino". El dilema de Caín todavía es motivo de indecisión: ¿acaso soy el guardián de mi hermano? "La historia de Caín da muestra que no hay guerra más salvaje que la civil, ni crimen más violento que el fratricidio, ni odio más implacable que el de los parientes cercanos". Para examinar esa duda bíblica y refutar la fe en el amor al prójimo, Ignatieff indaga en una de las ideas clásicas del psicoanálisis: el expediente del narcisismo de las
  • 13. diferencias menores. En 1917, Freud escribió: "Nada fomenta tanto los sentimientos de extrañeza y hostilidad entre las personas como las diferencias menores". El estudio de Freud expone la relación paradójica entre agresión y narcisismo. La identidad humana, individual o colectiva se constituye en una relación definida por un mecanismo de agresividad y defensa. "La expresión de las diferencias se hace agresiva precisamente para disimular que son menores. Cuanto menos esenciales resultan las diferencias entre dos grupos, más se empeñan ambo s en presentarlas como un hecho absoluto. Pero no basta, porque la agresión que mantiene la unidad del grupo no se dirige únicamente hacia fuera, sino también hacia dentro con objeto de eliminar todo aquello que separe del grupo al individuo. Según Freud, los individuos pagan un precio psíquico por pertenecer al grupo, que consiste en transformar sus instintos agresivos, contra su propia individualidad, al objeto de adecuarse". El narcisismo de la diferencia menor consiste en refugiarse en una fantasía colectiva, cuando los individuos se sienten amenazados o ansiosos de evitar o huir del esfuerzo de pensar por uno mismo. Siempre que se abandona la individualidad crece el deseo de descubrir la identidad en una búsqueda colectiva donde el pensamiento individual se prohíba. Nada es más peligroso para los nacionalismos y los fundamentalismos que la libertad personal. Si bien para Samuel Huntington la violencia de los Balcanes es una noticia de la amenaza que viene -la guerra entre religiones y el choque de civilizaciones-, Ignatieff parte de otra forma de percibir el rompecabezas de las guerras étnicas. Critica a Huntington, porque no encuentra en estos conflictos un renacimiento de las creencias sino un abandono. "La exagerada defensa de las diferencias religiosas se explica precisamente porque se estaban borrando. La violencia narcisista no estalló entonces porque la religión despertara sentimientos profundamente arraigados, sino porque ya eran poco auténticos". Incluso afirma que el proceso de modernización y la s nuevas etapas de la era global provocarán más conflictos e intolerancia. Los beneficios de la modernidad no bastarán para aliviar la ira. "La disminución de las diferencias `objetivas` entre grupos rivales no produce necesariamente una reducción de la de sconfianza `subjetiva`; al contrario, cuanto más convergen `objetivamente` más crece la intolerancia mutua". Como ha pensado Ernest Geller, el nacionalismo es una reacción ante el desarraigo que provoca la modernidad. Quizá la única esperanza de lograr un acuerdo entre los diferentes deriva de una hipótesis epistemológica propia de la política democrática liberal. La vieja idea ilustrada de que "el entendimiento político disminuye siempre las diferencias y aumenta la comprensión". Tal vez falta recuperar la práctica de la política. Sólo la restauración de las instituciones públicas puede ser un antídoto contra la voluntad guerrera. Para dejar atrás la furia de la venganza y la detonación de la violencia hace falta el arte de la negociación y el acuerdo, falt a reconciliación. Es verdad que ningún arte es más frágil e inestable; sin embargo, ninguno más imprescindible e irreemplazable. Cultivar la tolerancia Hacia el final del siglo XX, tal vez deberíamos reconocer que el ideal de la universalidad humana no radica en la esperanza sino en el temor. Se ha erosionado el optimismo moderno y la confianza en las pasiones y las capacidades humanas; se sospecha de la voluntad del bien. Sólo queda esa sensación ambigua entre la angustia y la desesperanza al constatar la capacidad humana para engendrar el mal y la violencia. Cada día más, el ser humano se describe como un enemigo de la naturaleza y de su propia especie, y menos como el creador de una civilización más humana y libre. Esta mirada pesimista tiene su revés. La cultura de los derechos humanos ha transformado nuestra concepción de los valores morales desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y nos ha puesto ante una interrogante radical: ¿por qué motivo
  • 14. concreto algunos individuos se sienten responsables de personas desconocidas? Para pensar la pluralidad falta vivir la tolerancia, pero para ser tolerante habrá que construir las leyes y las instituciones que defiendan al individuo y sus derechos. Contra los comunitaristas se debe anotar que la tolerancia se fundamenta en el individualismo. Sin tolerancia no hay diversidad, hay marginación, exclusión, guetos, pero no convivencia. No es preciso amar al vecino. Basta con tolerar; como enseña Günter Grass, "no es necesario quererse los unos a los otros, pero sí tole rarse. Cuando se habla de amor también se habla de odio, las dos cosas van juntas... Yo prefiero algo más aburrido: vivir al margen del amor y del odio". La tolerancia es una virtud de la razón práctica, pero su valor radica en una debilidad teórica, nuest ra incapacidad para alcanzar lo absoluto, como explicó André Comte -Sponville siguiendo los pasos de Voltaire. Para reivindicar la mentalidad y la práctica de una vida tolerante falta reconocer aquel boceto de la condición humana que Voltaire solía repetir, cuando la intolerancia se armaba con el escudo de las religiones: "Debemos tolerarnos mutuamente, porque todos somos débiles, inconsecuentes, sujetos a mutabilidad y error". Ser tolerante no puede ser un ideal, porque no es un máximo, es un mínimo que permite construir el orden de una sociedad plural. Contra el racismo, una de las formas que toma la intolerancia para destruir la convivencia en común, Fernando Savater propuso una refutación que invita a la hospitalidad en un alegato en favor de la identidad humana, entendida como reconocimiento de la condición de huésped, que todo individuo comparte por igual. "Contra el racismo, recordemos que todos los humanos somos por igual extranjeros porque todos venimos de donde no sabemos y vamos hacia lo desconocido . Todos somos por tanto huéspedes los unos de los otros durante la vida que compartimos y nos debemos la ley de la hospitalidad que es la base de cualquier civilización digna de ese nombre. Identidades culturales hay muchas, pero la única identidad civiliz ada que de veras cuenta es la identidad humana. Y nuestra humanidad la descubrimos precisamente en el otro, en el que más necesita nuestro abrazo y nuestra bienvenida. Lo que nos hace humanos es el trato humano que ofrecemos al que llega de lejos. Vivir civilizadamente es convivir con los diferentes". Aprender y preservar la humanidad significa comprometerse con una ética de la hospitalidad, contraria a toda voluntad de exclusión y aislamiento de grupo. Para pensar la tolerancia hace falta comprender los imperativos y los furores del intolerante. Entre las estrategias de identificación social que explican el detonador de la ira, Ignatieff ha encontrado una paradoja de la intolerancia. El intolerante establece por costumbre las diferencias de grupo pero no reconoce las de los individuos. "En todas las formas que adopta la intolerancia se ignora la individualidad de la persona despreciada. No es que los intolerantes únicamente se desinteresen por los individuos que componen los grupos despreciados, es que literalmente, no los ven como individuos; lo único que importa es la oposición primaria entre `ellos` y `nosotros`. La individualidad complica en exceso la cuestión y obstaculiza la defensa del prejuicio, porque la empatía, que actúa en el plano individual, puede subvertir la oposición grupal. Si los grupos intolerantes se muestran incapaces de percibir como individuos a las personas que desprecian ha de ser porque o no saben o no quieren percibirse a sí mismos como tales". La tolerancia comienza en el reconocimiento y el apego a los derechos individuales. Depende de una valoración mayor de la diferencia individual sobre la diferencia colectiva. La intolerancia, -argumenta Ignatieff, luego de su estancia en el reino de la ira - es una conciencia escindida en la que el odio abstracto, conceptual e ideológico derrota una y otra vez a los momentos reales y concretos de identificación.
  • 15. En su Pequeño tratado de las grandes virtudes, André Comte -Sponville ha insistido en una disyunción básica para abordar la cuestión de la tolerancia: distinguir entre la verdad y los valores, una basada en el conocimiento; y los otros en el deseo. La tolerancia no dirime el campo de la verdad, permite discutir las opiniones que siempre son relativas y parciales. Aun cuando la verdad absol uta fuera accesible, no podría obligarse a todas las personas a adoptar nuestros valores ni vivir de la misma manera. La tolerancia es preferible porque la certeza no es norma del comportamiento, la moral no se conduce según el orden de la certidumbre, su ámbito linda con la entraña irracional e incierta de las pasiones. Cuando hablo de tolerar las opiniones divergentes, recuerdo las respuesta del filósofo Alain a la pregunta ¿qué es la tolerancia?: "Una clase de sabiduría que supera el fanatismo, ese temib le amor de la verdad". Pero hay un inconveniente en la tolerancia: ¿qué hacer con los intolerantes? Karl Popper ha llamado a este dilema la paradoja de la tolerancia. Su conclusión es razonable: "Si somos absolutamente tolerantes, incluso con los intolerantes, y no defendemos la sociedad tolerante contra sus asaltos, los tolerantes serán aniquilados" José Carlos Castañeda es editor de nexos.
  • 16. Sobre el socialismo: una revisión crítica Marcelo Colussi Rebelión En pos de aportar algo a favor de la mejora del mundo en que vivimos creo que debe estudiarse detenidamente lo ocurrido en las experiencias de socializa ción desarrolladas en el presente siglo; experiencias que tenían justamente, como objetivo final, promover un mejoramiento en la calidad de vida de las poblaciones a quienes estaban dirigidas; preámbulo, a su vez, de un proceso transformador pretendidamente universal. Hablar de 'revisión' puede resultar ostentoso. El presente escrito no tiene más finalidad que ésta: invitar a iniciar un debate en torno al humanismo con el que, hasta ahora, se han intentado modificar las estructuras sociales. Podríamos deci r: ¿hacia un nuevo humanismo? Un humanismo que no desconozca la naturaleza humana; un humanismo que apunte a replantear las relaciones para con la propiedad al mismo tiempo que los límites y flaquezas insalvables que nos constituyen. El surgimiento de la industria moderna trajo un sinnúmero de modificaciones en la historia humana. Una de ellas, si se quiere colateral por la forma en que nace, pero no por ello menos importante, es el ascenso de la organización sindical y las ideas de colectivización que desembocan, para mediados del Siglo XIX, en el nacimiento del socialismo científico de la mano de Karl Marx. Quizá como nunca había mostrado antes en la historia un sistema de pensamiento, las razones esgrimidas para sustentarlo en tanto construcción teórica s e muestran incontestables (independientemente de la fuerza intelectual sin par que su creador le confiere). La andanada interminable de críticas que recibe revela y ratifica a fuego aquella agudeza cervantina de "ladran Sancho, señal que cabalgamos". El "fantasma" que recorría Europa hacia mitad de los 800 (el fantasma del comunismo) crece, gana adeptos, se constituye en fuerza política. Y ya entrado el Siglo XX obtiene su mayoría de edad. La Rusia bolchevique marca el rumbo; luego se van sumando, lenta pero ininterrumpidamente, cantidad de países. La lista es larga; para la década del '80 una cuarta parte de la población mundial vive en naciones con regímenes socialistas. Hay enormes diferencias entre muchas de ellas, pero un común denominador para todas es que, en ningún caso, las revoluciones tienen lugar en los países más desarrollados industrialmente – tal como había pretendido la concepción original – sino, por el contrario, en las sociedades rurales más "atrasadas", más cercanas inclusive a los sistemas feudales. Pasadas varias décadas de desarrollo, el socialismo real entra en crisis. Hacer un balance acabado de cada una de estas experiencias sería un trabajo monumental, que dista muchísimo de las pretensiones aquí presentes. Lo que queda claro es que , por distintas razones, todas evidencian problemas que se suponía debían ser superados definitivamente: dieron marcha atrás en las confiscaciones, no lograron dignificar y liberar como se esperaba a todos y cada uno de sus habitantes, crearon problemas nuevos, a veces casi tantos como los que resolvieron. La corrupción, la malversación de fondos públicos, la burocracia y el abuso de poder por parte de sus funcionarios, la militarización de la vida cotidiana, han marcado hondamente las distintas experiencias del socialismo real. Apúntese de paso que poco hicieron por terminar con el machismo o el desastre ecológico, más allá de declaraciones formales. Es importante señalar todo esto con un profundo espíritu crítico: estas características ya son por demás conocidas en el mundo de la libre empresa; la cuestión es ver por qué y cómo se mantuvieron en lo que se esperaba fuera una superación de problemas
  • 17. ancestrales. Hasta donde se puede comprobar estas "lacras" no desaparecieron en el socialismo. No hay ninguna duda que en todos los casos estas experiencias de construcción de un nuevo modelo se vieron sometidas a la agresión del poder capitalista, más o menos abiertamente. Tuvieron que soportar guerras, presiones de las más diversas, competir en un plano de desigualdad con sus oponentes "occidentales". Pero también hay razones intrínsecas que impidieron el crecimiento, material y espiritual, tal como se había contemplado. La redención de la Humanidad debió seguir esperando. De más está decir que la "contraparte" del socialismo no ha podido resolver los problemas de atraso, explotación y olvido en que ha permanecido – y todo indica que seguirá permaneciendo, al menos por ahora, y quizá ahondando esa situación – una gran parte de la población mundial. ¿Qué pasó con el socialismo real? Dejemos de lado, aunque sin minimizarlo obviamente, el ataque capitalista. Explicar todos los fenómenos en función de una sola causa: la agresión externa, el bloqueo, la maldad del enemigo en definitiva, libera de la autocrítica. Tal vez se trata, combinándola con los anteriores motivos, de emprender una revisión profunda – y honesta – de temas eludidos en la cosmovisión marxista: la relación del sujeto con el poder. Quizá no hay nada más genuinamente humano que la lucha por el poder. Pro ceso que es propio de la especie humana, pues los mecanismos animales asimilables (delimitación de territorios, pelea entre los machos por las hembras) se explican enteramente por dispositivos biológicos. Forzosamente el poder se liga con la fuerza, la diferencia, la violencia. Esto es constitutivo del fenómeno humano y no una "desviación". Stalin, Ceaucescu, Pol Pot, eran marxistas. ¿Lo que ellos hicieron habrá sido lo que pergeñó un humanista de la profundidad de Marx? Seguramente no. Pero no hay duda que estas teratologías se nutren en su texto. ¿Puede justificarse que el asesinato de Trotsky era "políticamente necesario"? Si se lo admite, ¿de qué "hombre nuevo" estamos hablando? Que la violencia esté entre nosotros no significa que ese sea nuestro sino f inal. La cuestión es: una vez sabido esto, ¿cómo lo procesamos? ¿O nos quedamos justificando la "teoría" del garrote? De alguna manera puede decirse que en el marxismo clásico, aquel que sirvió de aliento para plantearse un "hombre nuevo" y una sociedad superadora de las injusticias sociales, se partió de la idea original de un homo bonus. "¡El día que el triunfo alcancemos /ni esclavos ni siervos habrá. /La Tierra será un paraíso /la Patria de la Humanidad! El colapso de la Unión Soviética, y consecuentemente la crisis de todos los países que, de una u otra manera tenían en ella un referente – impuesto o no –, muestra que todavía se está muy lejos de edificar ese paraíso preconizado en la Marcha Internacional de los Trabajadores. Y la masacre de Tiananmen en Pekín nos alerta respecto a que la tolerancia de las diferencias es aún una meta muy lejana. Que el crecimiento económico-militar de China (¿se le podrá decir 'socialista' actualmente?) la coloque quizá en la perspectiva de ser un coloso con gran poder de decisión mundial en los años venideros no quita la necesidad de esta reformulación sobre el "hombre nuevo". Tal vez sea necesario replantear la noción de ser humano de la que hemos estado hablando desde el surgimiento del mundo moderno; quizá por ese de rrotero (el ego cartesiano cerrado en sus orígenes) no hay más camino que desembocar en un hombre "viable" y uno "excedente". Hoy día los ideólogos de la libre empresa omnipoderosa han hecho de esta diferencia una cuestión de fe. Oponer a esto un reino de la solidaridad natural no ha demostrado ser muy fructífero, pues cuando ella falló se la impuso por decreto; y nadie es "buena persona" porque el Comité Central de un partido lo decida. (Como nadie es ‘ateo’ o ‘solidario’ por imposición).
  • 18. Es curioso (¿triste se podría agregar?) ver que en las repúblicas de la extinta Unión Soviética la gente persiste en las intolerancias que, era de esperarse, estarían superadas tras siete décadas de socialismo, de nuevas relaciones sociales, de justicia y solidaridad. Las guerras religiosas e interétnicas en buena parte de la Europa Central y Oriental, otrora socialista, están a la orden del día en este cambio de milenio (no muy distintamente a como sucedía en la Edad Media). El muro de Berlín – con toda la imparcialidad del caso hay que admitirlo – fue derribado por los propios alemanes del Este, los mismos que hoy promueven grupos neonazis furiosamente xenofóbicos, no muy distintamente al Ku Kux Klan antinegros en Estados Unidos. ¿Era entonces una mera quimera inalcanzable la Patria de la Humanidad levantada apenas hace unos años por el socialismo? Quizá no; quizá, y esto cambia radicalmente todo el panorama, se partió de premisas equivocadas en cuanto a las posibilidades reales del cambio aspirado, por lo que el resultado obtenido resultó ese producto tan especial que conocimos. No está de más recordar que "el camino del Infierno está plagado de buenas intenciones". La obra de Marx, vasta, profunda, universal – como lo era toda la filosofía clásica alemana de la que él fue uno de sus más connotados discípulos – presenta varios niveles de análisis: filosófica, económica, política. Transcurrido más de un siglo desde su muerte muchas de sus revelaciones en el campo económico-social continúan siendo verdades inobjetables. Verdades, por otro lado, que ya habían sido entrevistas y tibiamente formuladas – por supuesto no con ánimo revolucionario – por los clásicos de la economía política inglesa (Adam Smith, David Ricardo), quienes paradójicamente son los referentes obligados del actual neoliberalismo, paradigma opuesto en un todo al marxismo. Como se ha dicho en más de una ocasión: Marx, sin con esto desmerecer la originalidad de su creación, sintetizó los descubrimientos de la economía liberal inglesa (teoría del valor, plusvalía, leyes generales del capital), la filosofía idealista alemana (dialéctica hegeliana, filosofía de la Historia) y la formulación política francesa surgida de la primera experiencia de autogestión popular conocida: la Comuna de París de 1871. El resultado de todo esto fue lo que recogieron los movimientos populares de fines del siglo pasado (sindicatos industriales), y los más diversos grupos del presente: desde partidos urbanos a guerrillas rurales, pasando por una amplia y variada gama de expresiones contestatarias del capitalismo. De las tres fuentes inspiradoras, seguramente la práctica política fue la más débil, la menos desarrollada. De hecho fue una experiencia muy fugaz, inédita. De la nada, prácticamente, se improvisó una respuesta que iba en contra de una tradición milenaria: organizar la autogestión de una comunidad. El desafío fue enorme. El logro obtenido muy grande en algún sentido (la Comuna fue exitosa por un período), pero débil en cuanto a su impacto a largo plazo. Hoy día la autogestión sig ue siendo un reto, y después de las experiencias vividas de socialismo real todo indica que sigue habiendo ahí un interrogante abierto que no parece fuera a resolverse en lo inmediato. La pregunta respecto a cómo organizar nuevas relaciones sociales – más justas, más equitativas – en el momento mismo de tener que implementarlas en tanto proyecto político, permanece poco debatida. Marx tomó la experiencia que tenía a la mano para dar respuesta a ello; y que era, por otro lado, la única respuesta posible, dad o que no había, en el contexto académico-intelectual donde se moldearon sus ideas en el siglo XIX, otro referente. Luego, de la Comuna de París a la dictadura del proletariado en tanto concepto, sólo había que dar un paso. Y lo dio. A la luz de lo experimentado el Siglo XX el tema de la autogestión popular, más que la crítica económica, más que el pensamiento de denuncia social, se evidencia
  • 19. inconsistente. Muchas de las experiencias autogestionarias habidas, válidas, de fuerte impacto, no fueron marxistas, no tenían en su horizonte la dictadura del proletariado como momento a transitar en pos de una etapa superior de abolición de toda forma de desigualdad. Y en las experiencias de construcción del socialismo la autogestión, más allá de declaraciones formales de los aparatos políticos en el poder, han dejado mucho que desear. De hecho la democracia, en su más cabal sentido de gobierno del pueblo, está lejos de consustanciarse en algún lugar del mundo como forma global de organización de toda una sociedad – fuera de algunas, siempre relativas, experiencias cantonales puntuales en donde no está en juego un proyecto macro de poder –. Las experiencias de gobierno local, de grupos de autogestión (muy diversas por cierto: vecinos organizados para defender sus intereses barriales, cooperativas de productores, o de consumidores, usuarios de redes informáticas, movimientos de desocupados, etc.) son intentos muy válidos de dotar de poder a grupos pequeños. En la práctica funcionan, satisfacen necesidades. Sirven, verdade ramente, como alternativas a los proyectos políticos generales. El problema se presenta cuando la organización de toda una comunidad – hablando ya de países en sentido moderno: Estado-nación con millones de habitantes, aquellos sobre los cuales la idea de la revolución socialista ha visto siempre su objetivo – intenta concebirse desde estos parámetros superadores de toda la historia conocida. Valga decir que desde el marxismo clásico siempre se concibió la idea de revolución en términos de abolición del Estado capitalista, y en las sociedades del hoy llamado Tercer Mundo (en algunos casos pre-capitalistas) era de esperarse un tránsito hacia la industrialización que desembocara, posteriormente, en el paso al socialismo como necesidad histórica. La idea de construcción de nuevas relaciones políticas entre la gente se resumió entonces en la dictadura del proletariado. Pero esta idea no parece haber prosperado. ¿Qué falló? Es este el lado más débil de la teoría socialista, el que clara y abiertamente se puede (y debe) criticar. El debate en torno a las relaciones de poder, a la lógica y dinámica de la violencia como elemento constitutivo del fenómeno humano, lejos de estar abierto a la discusión ha sido cerrado. Pareciera de vital importancia, si se pretende proponer alternativas nuevas a un orden social injusto y condenatorio para tanta gente a la exclusión y la falta de desarrollo, propiciar ese intercambio. Pero curiosamente de eso no se ha hablado. ¿Vicios pequeño -burgueses? ¿Desviaciones? Quizá temor a despejar un tema que, ¿por qué no decirlo claramente?, ha sido tabú en la izquierda. ¿No son el poder, la codicia, la prepotencia, posibilidades humanas? ¿Por qué desconocerlas? No está de más recordar que las disputas por protagonismo entre partidos políticos de izquierda o entre organizaciones de derechos humanos son de las más horrorosamente encarnizadas; muchas veces, inclusive, causa de los fracasos de sus estrategias. ¿Por qué el "hombre nuevo" en el socialismo siempre se ha empezado concibiendo a partir de imágenes quasi militares: el comandante ejemplar, heroico y abnegado? – dicho sea de paso, siempre varón. Tal vez la mejor manera de evitar el abuso de todo esto, del poder, de la codicia, es no partir de una consideración ingenua que lo niegue sino, más s anamente, tomarlo como normal, y buscar los mecanismos sociales-legales que permitan afrontarlo, debatirlo, procesarlo. Hacerlo, quizá, de una manera similar a como algunos pueblos (¿sería lícito decir los más "desarrollados"?) abordan temas como el aborto , la pena de muerte, la eutanasia o la discriminación de la mujer. Después de lo que hemos presenciado durante el Siglo XX ¿estamos autorizados a creernos que las dictaduras vividas en los países socialistas eran del proletariado?
  • 20. Marx no conoció nuestras ciencias sociales actuales. Su cosmovisión antropológica participa, por tanto, de las concepciones de su tiempo, imbuidas del espíritu romántico alemán, no ajenas a los ideales del Sturm und Drang. Por razones cronológicas obvias no llegó a saber de desarrollos ulteriores en el campo de las humanidades que, si bien no cuestionan de fondo el pensamiento marxista, abren algunos interrogantes que la práctica política del socialismo real no retomó. Su lectura de la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo desembocó en el materialismo dialéctico, pero no cayó dentro de su esfera de intereses el tema de la subjetividad, de la lógica del poder. El sujeto de la historia es concebido como sujeto social, como clase. Hoy día, a instancias de lo que las ciencias soci ales nos han develado, no es posible omitir en el fenómeno humano el aspecto subjetivo. Lo humano no se agota en un abordaje político-social; lo "individual" es siempre social (recordemos aquello de que "el nombre propio es lo menos propio que tenemos", en tanto viene de otro. El yo se constituye a partir del otro social). En algún sentido todo lo humano es político, por decir social, pero no todo es práctica política, ejercicio político. Los erráticos procesos políticos que no terminamos de entender no pue den explicarse solamente en términos de lucha de clases (aunque ello sea, sin dudas, un horizonte desde donde comenzar). ¿Por qué los alemanes masivamente se hicieron nazis durante la época de Hitler, o por qué Stalin ("una persona muerta es una tragedia; un millón: una estadística" – sic –), quien podía estar de acuerdo con un asesinato político como el que mandó perpetrar contra Trotsky, o condenar a muerte a miles de compatriotas "contrarrevolucionarios", se hizo del poder a la muerte de Lenin pasando a ser el "padrecito adorado" de toda la nación? ¿Cómo explicar que los sandinistas en Nicaragua, quienes desplazaron a una feroz dictadura gracias al masivo apoyo de la población, fueran expulsados luego por el voto popular, o que militares como Banzer en Bolivia o Ríos Montt en Guatemala – confesos dictadores – vuelvan al poder con el aval eleccionario de la misma gente que reprimieron años atrás? Es, salvando las distancias, como tratar de entender por qué los seres humanos siguen fumando pese a saber de los peligros del cáncer de pulmón, o por qué el no uso del preservativo pese al conocimiento de la pandemia de Sida. La noción del saber racional no alcanza. Y de ninguna manera puede pensarse en estos fenómenos en términos de psicopatología. Muchas de las reacciones, conductas y procesos "incomprensibles" de los humanos, y más aún en lo que concierne a situaciones masivas, colectivas (linchamientos, peleas entre pandillas o entre barras bravas de equipos rivales, manipulaciones o desbordes grupales de cualquier índole: sectas religiosas, modas, fans de algún ídolo, etc.) pueden comprenderse, y eventualmente predecirse y/o manejarse, si se parte de conceptos desconocidos en la época de Marx: psicología social, teoría del inconsciente, comunicación social, semiótica. El manejo de las masas humanas pasó a ser una técnica imprescindible para los factores de poder, y por su intermedio se moldea la historia. "En la sociedad tecnotrónica el rumbo, al parecer, lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados, que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón" (Zbigniew Brzezinsky, asesor presidencial de Ronald Reagan). En esta dimensión, y siguiendo la lógica que permite decir lo anterior a un ideólogo de la tecnocracia actualmente dominante, no es imposible concebir una cultura de la imagen cada vez más omnipotente (a propósito pensemos en el crecimiento ininterrumpido de los videojuegos a expensas de la lectura o de la tradición oral), destinada a manipular íconos, imágenes preconcebidas, y que impide consecuentemente el pensamiento analítico. El hombre del futuro, que no es
  • 21. precisamente el ideal del "hombre nuevo" del socialismo, es un ser consumidor de imágenes sentado ante una pantalla (de televisión, de computadora, de videojuego); un sujeto pasivo no pensante – y valga añadir que los mecanismos interactivos en boga no son, en sentido estricto, posibilidades creativas genuinas –; siempre el horizonte está ya preestablecido. Pero junto a esto, la imagen del futuro, curiosa y paradójicamente se constata que una muy buena parte de la población mundial no tiene acceso a energía eléctrica, y la mitad de la humanidad se encuentra a no menos de una hora de viaje del teléfono más cercano. El futuro ya está escrito, y no parece muy promisorio por cierto. ¿Pero y aquellos que no disponen de esta parafernalia técnica: sobran entonces? La autoconciencia, la conciencia de clase del proletariado, son figuras filosóficas; un proletario, para decirlo aludiendo al discurso marxista clásico, ¿aspirará a abolir superadoramente (aufheben) sus contradicciones intrínsecas? Quizá envidia al gerente, lo cual no quita que también pueda entrar en huelga si sus intereses son perjudicados. La racionalidad política no parece ser lo dominante; antes bien "la manipulación de las emociones y el control de la razón" explica mucho más certeramente cómo el poder se perpetúa. Las migraciones de habitantes pobres del Tercer Mundo hacia el Norte próspero no son una forma de dignificar y modificar sus propias realidades paupérrimas; pero son las conductas constatables. Valga agregar, por otro lado, que con ritmos de crecimiento alarmantemente ascendentes, lo cual termina convirtiéndose indirectamente en un elemento de cambio social más profundo que las mismas guerrillas antiimperialistas. De ahí, seguramente, la premura de los mecanismos de ayuda al Tercer Mundo para evitar esos éx odos, más bien por el peligro que representan para las sociedades opulentas y estables del Norte que por un espíritu solidario para con los más necesitados. Marx, hijo de su tiempo como cualquier gran genio también, pensaba en una universalización necesaria del modo de producción capitalista en tanto condición para la revolución mundial, que vendría de la metrópoli hacia la periferia. Quizá hoy esa visión sería tachada de eurocentrista; pero era el fermento revolucionario más demoledor a mediados del Siglo XIX. Ni a Marx ni a ningún socialista se le hubiera ocurrido la centuria pasada levantar una crítica por el crecimiento impetuoso de la producción industrial; antes bien eso era una premisa para la maduración de la clase obrera mundial, eslabón fundamental de la gran transformación en ciernes. Pero hoy día la forma en que esa producción (nada distinta la capitalista que aquella que tuvo lugar en la Unión Soviética) siguió su curso pone en peligro la habitabilidad misma del planeta, ante lo que surge la crítica de un movimiento ambientalista que no es, necesariamente, marxista, y que sin embargo tiene una proyección de respeto por la vida y defensa de las condiciones de sobrevivencia humana especialmente importantes. En algunos casos más "humana" que mucho de lo que el mismo socialismo llevó adelante. Elementos que eran impensados (e impensables) cuando la fundación del socialismo científico, e incluso en los albores de las primeras experiencias de construcción soviética, hoy son los factores de contestación social y cultural más dinámicos: movimientos por los derechos humanos, ecologismo, liberación femenina, grupos de defensa de consumidores, reivindicación de culturas y etnias locales, diversas expresiones autogestionarias. A lo que podría agregarse, como e lemento distorsionador del statu quo con explosivo potencial político: migraciones masivas incontenibles de población tercermunista hacia los centros más desarrollados. Desde el mundo del capital no hubo, obviamente, una crítica constructiva respecto a las premisas básicas del socialismo. Por el contrario uno y otro sistema fueron enemigos irreconciliables, y su pugna – por décadas – marcó la Guerra Fría (la
  • 22. Tercera Guerra Mundial, a decir de algunos). Pero lo más curioso es que el mismo socialismo no fue autocrítico, como en general no lo es ningún sistema cerrado en sí mismo: una religión, una secta. Lo que parecía podía ser el instrumento para forjar una Humanidad mejor terminó bastante mal. Caído el muro de Berlín, símbolo de la caída universal de la era soviética, uno de los dos oponentes de aquella guerra sale como claro triunfador. Pero esto lleva a la reflexión inmediata: no terminaron las injusticias, ni las desavenencias, ni el conflicto como motor. Tras esa derrota se pierden reivindicaciones laborales y sindicales logradas décadas atrás. Hoy día los pobres son más pobres, más que hace unos años inclusive, y aparentemente sin muchas esperanzas de mejoría a la vista. El sueño de las mayorías ya no es mejorar su nivel de ingresos económicos sino, simplemente, tener trabajo. La dialéctica del Amo y del Esclavo es estructural. Como mínimo es necesario revisar qué y cómo es posible esperar en el mejoramiento de la Humanidad. Hoy, ya a más de una década de la caída del muro de Berlín (que se vendió en tro citos en el mundo de la libre empresa, donde todo puede ser negociable), hay una tendencia a hablar de resolución consensuada de los conflictos. En nombre de la paz esto parece excelente. Pero he ahí, quizá, una expresión política, parcial, de una realidad infinitamente más compleja. Se consensúa algo, a veces con la participación de Naciones Unidas, a veces ni siquiera con ella – como la guerra de los Balcanes que, bombardeos "humanitarios" mediante, "dejó claro que la OTAN puede actuar como fuerza política independiente en el mundo", según declaraciones de su titular –, siempre y cuando el consenso obtenido no altere las relaciones de poder de quienes lo detentan. En las peticiones económicas de los países más desfavorecidos ante la Organización Mundial del Comercio no hay consenso precisamente. Hoy día es posible plantear la resolución pacífica de conflictos en tanto no se cuestione hondamente la estructura del poder; pero la producción de armamentos no termina. Y la preparación para la guerra sigue siendo el mejor negocio para la empresa privada. No hay paraíso bucólico a la vista. Recientemente se ha incorporado al debate teórico en distintos ámbitos el concepto de "desarrollo humano". Con él se intenta cuestionar el círculo de "progreso = desarrollo material". Lo fundamental del desarrollo ha de ser el para quién del mismo: una visión amplia, democrática y humanista lo hará corresponder entonces con todo el género humano y su entorno. No puede circunscribírselo al estrecho marco de la "fetichización de la mercancía". Es cuestionable una idea de progreso que implica discriminación de unos por otros, explotación, peligros evitables de cualquier índole para la Humanidad. Podría desprenderse de ello que un genuino desarrollo humano va asociado a la abolición de toda forma de explotación, de diferencias. Volvemos aquí un punto medular: el motor de lo humano ha sido, es y seguirá siendo el conflicto. La medición de progreso, pese a la nueva idea de desarrollo humano, se sigue haciendo en términos de fetichización de los bienes materiales. Esa visión cosificante del mundo es también el rasero con que se aborda al ser humano. Todo es medible en términos de ciencia positiva, todo es comercializable, todo puede leerse desde la ética simplista de lo bueno y lo malo. Una cosa no está desconectada de la otra. En esa cosmovisión del happy end los buenos siempre ganan, la ciencia lo resolverá todo y el mundo puede ser paradisíaco, salvo interrupciones extemporáneas que alteran circunstancialmente la homeostasis de fondo. Pero el sujeto de esta ficción no tiene nada que ver con el ser humano concreto que somos. La antropología de la izquierda política en realidad no se ha alejado mucho de esta concepción. En ella el triunfador no es el varón exitoso lleno de dinero – figura que se ha difundido hasta el hartazgo – ; pero en realidad no hubo una crítica sustantiva de los conceptos humanos que
  • 23. fundamentan esta visión. En todo caso siempre se mantuvo un ideal modélico: ser religioso, por ejemplo, se consideraba un "atraso" políti co. En la Unión Soviética estaba legalmente prohibida la homosexualidad. Los prejuicios no desaparecieron con la llegada del "hombre nuevo"; ¿pero acaso desaparecerán? Hay desarrollo si hay libertad. En las condiciones actuales del mundo eso pareciera cada vez más quimérico: la vida de millones de personas está predeterminada por unas cuantas empresas y bancos privados. Globalizado e interconectado el planeta todo, la vida de nadie escapa a los vaivenes de unas pocas cuantas bolsas de valores. Desarrollarse cuando la lógica dominante dicta que hay gente que sobra es, como mínimo, difícil. El ser humano que cimienta esta idea de desarrollo: "quien más tiene materialmente más vale", pilar del mundo moderno por otro lado, es pobre. Aunque, por otro lado, se llene la boca hablando de libertad. El "hombre nuevo" que intentó forjar el socialismo real, quizá por exceso de ingenuidad, no funcionó . Tal vez este producto intelectual estuvo siempre condenado al fracaso, en tanto se partió de presupuestos falsos: se trataba de corregir "desviaciones" como si hubiese (¿dónde?) una ética de la virtud de orden natural y un manual que pudiese garantizar su realización. Probablemente tenía razón Freud cuando apuntaba el "desconocimiento idealista de la naturaleza humana" en que se fundó la izquierda. El mundo es injusto. Derrumbado el muro de Berlín pareciera, no obstante, que todo ánimo transformador es un pecado; hasta llegó a decirse que "la historia ha terminado", significando que no hay nada más que hablar. Es tal la fuerz a con que se presenta este discurso que no da mayor espacio para el disenso. Pero los millones y millones de pobres que habitan el planeta siguen estando ahí, y multiplicándose. Si consideramos que es un imperativo moral hacer algo contra esta iniquidad qu e nos envuelve creo, modestamente, que debemos ponderar muy criteriosamente las condiciones de esta lucha, para no repetir errores y para tener una posibilidad real de éxito. Probablemente no hay sujeto posible (ni Cristo ni el proletariado) que pueda redimir a la Humanidad. Hay un malestar intrínseco en la sociedad humana, el precio de la civilización. "El ser humano ha llegado a ser, por así decirlo, un dios con prótesis; bastante magnífico cuando se coloca todos sus aparatos, pero éstos no crecen de su cuerpo y a veces le procuran muchos sinsabores" (Sigmund Freud, "El malestar en la cultura"). Por otro lado, ¿redimirla de qué? En todo caso de lo que se trata es de hacer el mundo más vivible. Si algo es posible modificar (ese es el desafío que el liberali smo no puede resolver – aunque quisiera –), ello no es producto de un cataclismo político que, sin decirlo, también se ofrece como puerta de entrada a otro fin de la historia. El gran cambio que de una vez trastoca el mundo no parece haberse mostrado efica z. Modificar la condición humana, a estar con lo que nos enseña la historia, tal vez es utópico; pero no lo es intentar transformar las reglas de juego donde la Humanidad se despliega. Lo que queda claro es que la condición humana se articula necesariament e en un contexto determinado, con el prójimo, con el otro. "En lo que el ser -ahí hace y usa encuentra siempre al otro" dirá Heidegger. Ese otro no es sólo amigo sino también, y primariamente, discordante. La rivalidad y la competencia en tanto fundantes de lo humano son algo no totalmente procesado en el discurso marxista. El conflicto está no sólo en la lucha de clases – innegable motor de la historia –; también es no menos esencial en la dialéctica intra e intersubjetiva: el sujeto no dueño de sí mismo, l as relaciones humanas tan a menudo problemáticas y fallidas. ¿Acaso no hay disputas por el poder en la izquierda? Nunca partimos de un paraíso ni hay paraísos al final del viaje. La idea de construir un "hombre nuevo", fantástica en sí misma, encomiable, no prosperó y probablemente
  • 24. nunca pueda hacerlo porque lo que allí se presupone debe cambiar es algo que no cambia en el sentido que uno quisiera. Por lo visto la entrada al paraíso es una promesa al menos dudosa. Colateralmente vale preguntarse ¿por qué s erá que los seres humanos necesitamos forzosamente de estos mecanismos salvadores, de estas profecías? De hecho no hay organización humana que no presente una forma religiosa, así como no hay cultura que no haya desarrollado alguna práctica narcótica, aunque esté prohibido su uso como entre los musulmanes. Todo indicaría que hay necesidad de evasivos, de lenitivos, y la creencia en paraísos se repite constantemente. Un mundo libre de diferencias no deja de ser una idea paradisíaca. Tal vez paraísos no, pero un mundo algo mejor sí es posible (hoy por hoy: ¡absolutamente necesario!). No se si se podría decir incluso "un mundo más humano", porque esto que tenemos a la vista es absolutamente humano, con lo que volvemos a la idea primera de nada hay más humano que la violencia. La comparación con la ley de la selva puede ser equívoca, pues los animales no se organizan en torno a la dialéctica del amo y del esclavo. Quizá, con más precisión en todo caso, debería decirse: un mundo más justo. Puede y debe cambiar el marco donde cada humano se desenvuelve. Esto es posible (esto es urgente, considerado más políticamente, al menos para ciertos sectores que piensan con criterios de justicia). El marco dominante, las condiciones sociales generales cambian, varían, se modifican. Podría preguntarse si progresan. Difícil decirlo; ello remite a la noción misma de progreso, que indefectiblemente tiene hoy ciertas connotaciones imposibles de eludir y ligadas a los criterios de acumulación material. De todos modos la historia sigue, y seguramente sin saber hacia dónde: ¿hacia un mejoramiento para toda la Humanidad, hacia una guerra total, hacia una fragmentación en mundos absolutamente separados: "viables" y "sobrantes"? Si hay algo a transformar eso son las relaciones sociales, la legalidad de esas relaciones. La ley, en tanto principio ordenador de las relaciones entre los humanos, la modalidad de las relaciones de los humanos entre sí y para con la propiedad – el producto del trabajo y los medios de producción –, esto es modificable, más aún: perfectible. Y esto no es poco; por el contrario, si efectivamente puede lograrse, es una transformación radical en favor de la justicia. Apuntalando esto habría que pensar que no hay mesías posible que nos dispense de este arduo trabajo; dejar la tarea en manos de algún "salvador" (cualquiera que sea: la secta, el partido omnímodo, el líder carismático que prefiramos) va en contra de la autogestión. Intentar cambiar algo es la antítesis del dogma. Ni el liberalismo a ultranza de estos últimos años, ni el marxismo ortodoxo – derrumbado hace una década – dejan de funcionar como tales, con su correspondiente tribunal inquisidor. Tal vez los cambios más profundos son los más silenciosos, los más humildes en su apariencia. No ser dogmático (que de ninguna manera es lo mismo que ser pragmático desideologizado) es quizá un primer gran cambio que puede permitir transformaciones más sustanciales. Ningún discurso oficial incluye a la violencia como pan nuestro de cada día. ¿No será momento de comenzar a incluirla, justamente para que no nos sorprenda y poder manejarla mejor? Quizá de lo que se trata no es de estar contra el poder sino de repartirlo más equitativamente, de acotarlo y no temerle, y de no fascinarse con él. Si es posible un "hombre nuevo" (y también ¿por qué no? una "mujer nueva") es solamente cuestionando perpetuamente la condición humana.