1. Diagnóstico, contexto y verdad científica
J.D. Moreno
Perspectivas Sistémicas, nº 45, p. 3-4.
Hace tiempo un amigo me contó que en un congreso internacional, una misma
familia fue entrevistada sucesivamente por dos terapeutas de renombre
internacional. Las entrevistas, por supuesto, habían sido filmadas y luego analizadas.
La anécdota concluía que habían resultado dos sesiones completamente diferentes.
No sólo parecían dos familias distintas; toda la situación de la consulta fue distinta, y
el colorario de esa consulta y la orientación terapéutico también fueron distintos.
Como dice el refrán italiano “senon e ero e ben trovato”, y es un ejemplo de lo más
interesante para sumergirnos en la cibernética de segundo orden y los problemas que
se plantean a partir del concepto de observación participante.
Antes de Heisenberg y su principio de indeterminismo, antes de los sistemas
observantes, antes del engarce entre sujeto observado y sujeto que observa, y aún
antes del lenguaje considerado como una de las particulares formas que tenemos los
humanos de articularnos en el acto de conocer, antes de todo esto dos entrevistas con
conclusiones distintas hubieran sido inaceptables. ¿Por qué?, Porque el diagnóstico
se asociaba a algún tipo de verdad, presuntiva en algunos casos, pero de verdad al
fin. Y no crea aquí el lector que he utilizado azarosamente la palabra diagnóstico. En
un sentido amplio ¿qué es acaso la conclusión de una entrevista?, una conclusión que
de alguna u otra manera implica un acercamiento de los hechos, un acuerdo de la
situación y también una orientación terapéutica. Es un diagnóstico. Pero... ¿es un
diagnóstico aquel que no evidencia una verdad?
En el sentido clásico del término, el diagnóstico caracteriza un conjunto de signos
que sirven para definir el carácter peculiar de determinada enfermedad. Entonces
¿de qué clase de enfermedad hablamos cuando nos referimos a una trama
interaccional que incluye un hecho generalmente atribuido como característica
particular a una persona por el cual alguien consulta?, ¿dónde está el carácter
peculiar de la enfermedad?, ¿en el hecho o en la situación donde se incluye?, ¿en el
contexto?, ¿en el contexto que define el observador?, ¿en la trama de significados
donde ocurre?. Si nos posicionamos en esa trama interaccional de múltiples
dimensiones, si asumimos que somos nosotros quienes definimos ciertos límites y
nombramos esos territorios arbitrariamente delimitados como sistemas, si nos
consideramos parte integrante de ellos, si nos involucramos en ellos (ya sea porque
los nombramos o más bien porque interactuamos con ellos en la compleja
multiplicidad de dimensiones que tiene la comunicación). En fin, si de alguna u otra
manera somos barca navegando en la vicisitudes del viaje, con nuestros instrumentos
de orientación y nuestros sentidos utilizándolos y nuestra razón interpretando, y
nuestros afectos dando vueltas por allí sin orden establecido ni intención científica,
creamos finalmente una realidad de segundo orden; nos vemos obligados a rever el
concepto de “enfermedad” de “conjunto de signos” de “carácter peculiar”*. Nos
* Me refiero a realidad de primer y segundo orden de acuerdo a las categorías que hizo Watzlawick, entendiéndolas
como una propuesta de aproximación a la complejidad, que si bien hoy podría considerarse excesivamente
simplificadora, sigue teniendo un considerable valor pragmático y metodológico. Se entiende como realidad de
2. vemos obligados a rever estos conceptos porque a la luz del nuevo horizonte sin
mapa se ha relativizado en las manos de su poseedor (y la brújula ya no es tan
confiable).
Una manera, entre muchas otras, de organizar las revertebraciones de estas ideas
sobre el concepto de diagnóstico sería relativizarlo a un marco contextual y entonces
hablar de diagnóstico en un contexto clásico. Utilizando el artilugio de Bateson
podríamos considerar un particular significado para la palabra diagnóstico en un
contexto clásico, y otro en este nuevo esquema conceptual. En términos un tanto
simplificados: diagnóstico(s) para la realidad de primer orden, y otro(s) para la
realidad de segundo orden. ¿Serían opuestos?, ¿contradictorios?, ¿excluyentes?. No.
Un paradigma no desplaza a otro sino que lo incluye y redefine. Ya Bohr consideró la
complementariedad como un aspecto central en la descripción de la naturaleza: en la
complejidad se pueden tolerar conclusiones conceptualmente incompatibles en tanto
sean complementarias.
Volviendo a la anécdota inicialmente mencionada, podemos ahora sostener que es
perfectamente posible que dos terapeutas concluyan en dos diagnósticos distintos
luego de entrevistar a la misma familia. Y también podemos aceptar, dentro de una
lógica científica, que ninguno de esos diagnósticos es verdadero, aunque
seguramente los dos sean operativamente válidos en términos terapéuticos, y los dos
resulten de un ajuste funcional entre terapeuta y familia, en un marco de significados
socialmente compartidos. Pero supongamos que en una familia hay un miembro con
secuelas neurológicas centrales, por ejemplo, imaginemos, un tumor de cerebro
recientemente operado. En este punto los dos terapeutas seguramente acordarían
que esta familia tienen un miembro con secuelas neurológicas centrales. Supongamos
un poco más osadamente que un miembro de esta familia tienen un diagnóstico de
esquizofrenia paranoide realizado por un psiquiatra. Dije “más osadamente” por la
muy posible discusión: contextualizar el diagnóstico de secuelas neurológicas
centrales a realidad de primer orden no es muy discutible, en tanto que
contextualizar un diagnóstico de esquizofrenia quizás lo sea en mayor medida.
Pero, más allá de la toma de posición que cada uno haga, y de las múltiples
discusiones que paulatinamente definen los territorios en los cuales se acote o
extienda la participación del observador en el hecho observado, considerar el
diagnóstico en términos de contexto, y pensar que ese contexto constituye una
dimensión de la complejidad, puede ser de alguna utilidad clínica. Porque la
observación, como la clínica, no se agota en una sola perspectiva, y la riqueza de la
descripción no necesariamente abre contradicciones ni enfatiza voces reduccionistas
sino que bien puede ampliar las posibilidades de abordaje.
Algún lector podría preguntarse si hay algún tipo de orden jerárquico en una
multiplicidad de contextos que sostienen distintos diagnósticos. ¿Nuestra brújula
marca un norte?, ¿Ha sobrevivido algún rastro de verdad?. Quizás si, no una verdad
en los términos absolutos de ciencia clásica, pero sí una verdad entre paréntesis,
referida a una operatividad terapéutica. Hay, por ejemplo, alguna verdad de éstas
donde se sostiene que un “cuadro esquizofrénico” requiere de medicación, y que tal
primer orden aquellos aspectos que se refieren al consenso de la percepción y se apoyan en pruebas experimentales,
repetibles y verificadas. Y realidad de segundo orden a la referida al significado y valor que poseen las cosas
mencionadas antes.
3. medicación disminuye su riesgo de recaídas. Como dije anteriormente, las sucesivas
discusiones fuera de determinado territorio, y que algún tipo de clínica sea más
eficiente que otra es un elemento importante en dicha discusión. Claro que también
puede discutirse el significado del término eficiencia, y aún el de sufrimiento, si
asocio eficiencia con menor sufrimiento. Discusiones que exceden en mucho el marco
de este artículo.
Pero permítanme finalizarlo con una anécdota personal: antes de las fiestas de
Navidad, mi hija de siete años me preguntó si Papa Noel existía. Ya me había hecho
esta pregunta con la poca convicción que yo necesité para evitar la repuesta, pero
esta vez su convicción fue más fuerte. Decime la verdad, reafirmó obligándome a
responderle. Bueno, le dije ¿la verdad, la verdad?, intentando encontrar un resquicio
para escapar. Si, bueno... entonces, la verdad es que Papa Noel existe en tu
imaginación, respondí, en la realidad no existe, es imaginario. Ella me miró, pensó
un poco, y luego, abrazándome me dijo: gracias, yo sabía que no existía, pero nadie
me decía la verdad.
Bibliografía
Heisenberg, W. La imagen de la Naturaleza en la Física Actual. Ed. Ariel, Madrid, 1976.
Jumarie, G. Teoría relativista de la información. Cuadernos del G.E.S.I., 1988.
Watzlawick, P. y otros. La realidad inventada. Ed. Gedisa, Buenos Aires, 1988.
Maturana, H.R. y Varela, F.G. El Árbol del Conocimiento. Ed. Universitaria, Chile, 1984.
Diccionario de la Lengua Española. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1970.
Realidades y Relaciones. Gergen, K. Ed. Paidós, Barcelona, 1996.