2. los mandadores
Ellos mandan y te dan. Deciden lo que hay que hacer, que es lo que terminás por hacer.
El mandador tiene un oído para sí mismo. Son autómatas. Funcionan como un
mecanismo de relojería. Como un robot. Accionan la palanca. Fueron crecidos en el
decir lo que está bien y creen que lo que oyen de otros está mal. El mandador se
regocija en ser escuchado. Es una persona que desborda la necesidad de hablar porque
está totalmente colapsada por el contener lo que no contiene. Es un porte disciplinario.
Tiene un manual. Pero cuando se encuentra con vos te cuenta su vida. La terrible
soledad del que compone al que confía en que lejos de su rotura interna hay un plan
para llevar a cabo. El mandador actúa con la sonrisa en la cara en la que te dice que por
más que le digas que nada ha escuchado aunque simuló hacerlo. Y como te dan,
entonces te sentís en el deber de responderles a sus pedidos y necesidades o a sus
directivas. Ellos mandaban. Pero a cambio tenías todo para vos. Lo necesario. Solo eso.
Porque el mandador lo tiene todo. Y vos solo lo que te da. Algunos buscan al mandador
entre los militares o los gobernantes siendo que en verdad están por todos lados y en
cualquier situación avalan lo que les es dado de imponerte la regla de que los escuchás
aunque después hacen uso de su mandadoría. Quizá el que manda primero se humilla al
contarte todo lo que lo sobrepasa privadamente y una vez extirpado el dolor o la
autoridad para someter al oyente recuperan el semblante y hacen del mandar. Muchas
veces estás escuchando sus historias que son verborrágia pura de desahogo pero en
verdad te están diciendo que todo lo que te cuentan está bien y te están explicando
porqué lo hicieron y para qué para una justificación en la que te están agrediendo.
Entonces escucharás actos heroicos y acciones límites que los hace audaces en decir
haber estado al borde en todo lo que no importa y en verdad nada estás entendiendo su
funcionalidad de encontrase para usarte. El mandador organiza y planea con violencia
todo lo que le ensartará al que está ahí para estudiarlo si se da cuenta de ello. Es
entonces que el mandador titubea. Porque lo sorprende que sos menos que ayuda o
víctima sino un audaz conocedor de que es débil y que lo que le decís en bocadillos
breves es su tumba de negligencia y se va diminuyendo poco a poco ante vos. En ese
momento pierde el hilo de su protagonismo y su mirada se dirige perseguida por su
propio límite. Toma conciencia de que está a la merced de tu oído. Y ya desangrado de
impotencia balbucea para sí mismo la batalla perdida. Se esconde y su voz encendida y
gritona de efusividad mal entendida se apaga. Ensaya una retirada tentativa. Casi como
un boxeador que no fue nokeado pero tira la toalla. Intenta salvar su dignidad
hablándoles a los demás bien de vos. A los que fueron testigos de tu dominio sobre el
mandador. Es que sos un escucha. Y el que escucha aprende a decir y mide los efectos
de cada acto de piedad y comprensión hacia él. Quizá porque el escucha ya los conoce
de antes y los empezó a cazar. Y lo que antes fue la atrocidad de no tenerlos sujetos hoy
es el saber hacerlo. Te das cuenta de ese cambio porque ya no te dan nada. Es que no les
das motivo para recompensarte. Cabizbajos tienen menos para dar que lo vos te quedás.
Y esta vez la batalla fue tuya y la ganaste con paciencia y oficio. El de la experiencia en
ellos.