2. el guerrero
El o ella están con la disciplina puesta en su objetivo. Son verdaderos sistemas de
conocimiento de lo que les compete para estar preparados. Un conocimiento que es más
que nada destreza para cazar. Ella en busca de un ávido de su belleza para el altar del
sexo. El, yendo en busca de un asalto más. Los guerreros conocen su capacidad y han
estado tan al límite de la necesidad dispuestos a todo. Ella en las debilidades del hombre
de clase media para satisfacer sus instintos ofreciéndole los placeres y la mujer que lo
complazca en todo en la fémina de sus sueños. El, buscando amedrentar el poder de lo
que tienen y que lo sueltan ante el susto de perder la vida por unos pesos. El guerrero
quiere ver en ello un trabajo. Un trabajo de su pericia. Ella en la belleza sensual,
exagerada ante ellos no acostumbrados al erotismo desenfrenado, sin demasiados
preliminares, a lo que se entregan y defienden como la conquista de su vida, mientras
ella con la cabeza fría en cada cálculo, en cada paso. El guerrero, mientras, negociando
con el techo que nunca tuvo y que para otros es un adorno decorativo en la opulencia.
Ella tiene su cuerpo y su cero prejuicio a la víspera de llevar a tocar a su víctima el cielo
de la lujuria. El guerrero, mientras, con su cara de morocho en la noche que atemoriza,
da autoridad a cada amenaza si no se cumple con su pedido. Ella, guerrera, se convierte
al principio en una geisha, luego en una mucama de lujo y después en la compañera de
románticos viajes. Mucho menor que él, atrapado, es un lujo asiático que él ostenta con
la vanidad de un ganador, haciendo lo imposible y lo que ella le pida para que nunca
acabe. Se convierte así en un protector valiente y corajudo que le da todos los gustos
que, a cambio de lo que ella le ofrece, merece recibir y mucho más hasta el infinito. Ella
es lo que esperó toda la vida. Es lo opuesto a las obligaciones, pedidos y
responsabilidades sin la menor gratificación. Cada pequeño esfuerzo de él recibe de ella
un hermoso y ensoñador premio en donde las fantasías no tienen límites. El paraíso es
un lugar al que se lo habrá conocido al estar en los juegos de ella que lo empieza a
querer como a quien, como hombre, rescata lo que la entrega de una mujer que su vez
está tan protegida y exaltada en un pacto de amor recíproco. Esa unión ya no es un amor
imposible. Es tan real como lo único dentro de lo posible. La alianza da por tierra con
prejuicios y especulaciones en desmedro de lo bien visto. Ella aprende de él no solo el
amor sino enfocarla en un nuevo mundo. El es el hombre blanco y ella una india que
empieza a notar que existe una cultura de la que aprende día a día junto a él. El guerrero
que robaba le pregunta a las guerreras porqué se han convertido y lo hace con la mirada
de que él también puede llegar a lugares similares si se da cuenta que el amor es parte
de la necesidad de todos. Y este mundo erótico de cuidados recíprocos le da una lección
a la frívola esterilidad de una observación que no llega a vulnerarlo.