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LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA SEGÚN SIMÓN BOLÍVAR
Copiado por Ramiro Ovalle de Obras Completas de Simón Bolívar.
Ediciones Tiempo Presente.Caracas.1978. Tomo V. Pág. 488.
EXCLUSIVAMENTE PARA TRABAJO EN LA UNIVERSIDAD LIBRE
“El gobierno forma la moral de los Pueblos, los encamina a la grandeza, a la
prosperidad y al poder. ¿Por qué? Porque teniendo a su cargo los elementos
de la sociedad, establece la educación pública y la dirige. La Nación será sabia,
virtuosa, guerrera si los principios de su educación son sabios virtuosos y
militares: ella será imbécil, supersticiosa, afeminada y fanática si se la cría en la
escuela de estos errores. Por esto, es que las sociedades ilustradas, han
puesto siempre la educación entre las bases de sus instituciones políticas.
Véase la República de Platón. ¿Mas, para qué hemos de examinar teorías?
Véase a Atenas la madre de las ciencias y de las artes; a Roma, la Señora del
mundo; a la virtuosa, e invencible Esparta; a la República de los Estados
Unidos, el trono de la libertad y el asilo de las virtudes. ¿De dónde sacaron lo
que han sido y lo que son? En efecto: las Naciones marchan hacia el término
de su grandeza, con el mismo paso con que camina la educación. Ellas vuelan
si ésta vuela, retrogradan, si retrograda, se precipitan y hunden en la oscuridad,
si se corrompe, o absolutamente se abandona. Estos principios dictados por la
experiencia e inculcados por los filósofos y políticos antiguos y modernos,
hacen hoy un dogma tan conocido que no se hallará tal vez individuo alguno
que no se sienta penetrado de su verdad.
Felizmente vivimos bajo la influencia de un gobierno tan ilustrado, como
paternal, que en medio del estrago y de la penuria a que nos redujo el rey, del
trastorno y agitación que nos causa una guerra de exterminio, desde el centro
de sus fatigas, vuelve hacia los pueblos sus miradas benéficas, observa sus
miserias, se contrista a su vista y arrostrando la escasez de recursos, procura
remediarlas por cuantos medios le sugiere la filantropía. Ha fijado con
preferencia su atención sobre el punto más interesante, sobre el fundamento
verdadero de la felicidad: la educación
No es mi intención hablar del plan de estudios, creación de escuelas, fomento
de las artes y las ciencias, estímulo y aprecio de los literatos y reglamentos
útiles. El público ha visto con sus propios ojos, que se practica ya este sistema
de regeneración moral y no hay quien no sienta los efectos saludables de sus
desvelos.
Me contraigo solamente a la escuela abierta aquí el primero de octubre de este
año. ¡Qué diferencia! Bandas de muchachos consagrados por sistema al ocio,
la plaga de las calles, el estorbo de las concurrencias y la aflicción de sus
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padres, verlos hoy formar la sociedad reglada y decente, oírlos discurrir
dogmáticamente sobre la historia de la religión, sobre los elementos de la
Aritmética, del dibujo y la geografía; verlos ejecutar elegantes caracteres por el
estilo de Carver, incesantemente afanados por saber, inflamados por la vista
del premio, renunciar el atractivo del descanso. He aquí lo que hace hoy el
objeto de la dicha y de la bendición del pueblo: si hay quien a vista de esta
variación no experimente iguales sensaciones, será porque es insensible al
bien. Más yo que actualmente las siento, voy a manifestar mi interés por tan útil
establecimiento aventurando algunas observaciones que podrán tener el uso
que merezcan.
El director de una escuela, es decir el hombre generoso y amante de la patria,
que sacrificando su reposo y su libertad se consagra al penoso ejercicio de
crearle ciudadanos al Estado que le defiendan, le ilustren, le santifiquen, le
embellezcan y le engendren otros tan dignos, como él, es sin duda benemérito
de la patria: merece la veneración del pueblo y el aprecio del gobierno. Él debe
alentarle y concederle distinciones honrosas.
Claro que no hablo de los que llaman “maestros de escuela”; es decir de
aquellos hombres comunes, que armados del azote, de un ceño tétrico y de
una declamación perpetua, ofrecen más bien la imagen de Plutón, que la de un
filósofo benigno.
Aquí se enseñan más preocupaciones que verdades; es la escuela de los
espíritus serviles, donde se aprende con otros vicios el disimulo y la hipocresía
y donde el miedo no permite al corazón el goce de otra sensación. Fuera
semejantes tiranos: que vayan a Salamanca que allí tendrán un lugar.
El gobierno debe proceder como hasta aquí: elegir entre la multitud, no un
sabio, pero sí un hombre distinguido por su educación, por la pureza de sus
costumbres, por la naturalidad de sus modales, jovial, accesible, dócil, franco,
en fin en quien se encuentre mucho que imitar y poco que corregir.
Como los términos, por buenas que sean las ideas que representan en su
origen, degeneran después con el abuso causando imágenes distintas, tal me
parece que sucede con los nombres Maestro y Escuela. Bajo el pie bárbaro en
que estos establecimientos se han visto en el gobierno español, estas palabras
producen sensaciones muy desagradables. Decirle a un niño vamos a la
escuela, o a ver al Maestro, era lo mismo que decirle: vamos al presidio, o al
enemigo: llevarle y hacerle vil esclavo del miedo y del tedio, era todo uno. Creo,
pues, que estas denominaciones deben sustituirse por otras a quienes no se
tenga aversiones. Habrá quien diga que los nombres no influyen; pero la
experiencia prueba que obran directamente sobre nuestros juicios! Cuántas
querellas, disputas y guerras sólo por un término! Dentro de un siglo, con qué
pavor oirán nuestros descendientes pronunciar el nombre Español! Que el
maestro pues, se llame de otro modo. V.g. director, y la Escuela, Sociedad.
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Formar el espíritu y el corazón de la juventud, he aquí la ciencia del Director:
éste es su fin. Cuando su prudencia y habilidad llegaron a grabar en el alma de
los niños los principios cardinales de la virtud y del honor: cuando consiguió de
tal modo disponer su corazón por medio de ejemplos y demostraciones
sencillas que se inflamen mas a la vista de una divisa que los honra, que con la
oferta de una onza de oro: cuando los inquieta más la consideración de no
acertar a merecer el premio o con el sufrimiento de un sonrojo, que la privación
de los juguetes y diversiones a que son aficionados: entonces es que ha puesto
el fundamento sólido de la sociedad: ha clavado el aguijón que inspirando una
noble audacia a los niños, se sienten con fuerza para arrostrar el halago de la
ociosidad para consagrarse al trabajo. La juventud va a hacer progresos
inauditos en las artes y ciencias.
Afortunadamente nuestra sociedad se halla hoy en este caso: los niños se
desvelan estudiando, no hablan sino de lo que han aprendido, es día de
desconsuelo el día que la escuela está cerrada.
Los premios y castigos morales deben ser el estímulo de racionales tiernos; el
rigor y el azote, el de las bestias. Este sistema produce la elevación del
espíritu, nobleza y dignidad de los sentimientos, decencia en las acciones.
Contribuye en grande manera a formar la moral del hombre, creando en su
interior este tesoro inestimable, por el cual es justo, generoso, humano, dócil,
moderado, en una palabra hombre de bien.
Así como el Director, el Discípulo debe tener ciertas cualidades al tiempo de
entrar en la sociedad: tales son disposición física y moral para ser enseñado,
dos vestidos por lo menos, un corbatín, sombrero y libro…