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Colombia: un retrato del país y sus contrastes
1. Colombia: boceto para un retrato (Breve resumen del país)
Por Andreina Rojas T.
Colombia se parece mucho al mundo. Una reflexión que pocas veces se hace.
Una suerte de resumen del mundo se vive a diario en las calles del país; y ¿por
qué no habría de ser así? Las desigualdades sociales son las mismas en todo
lado. En cada país, la riqueza, el control y el poder se guardan celosamente en las
manos, bolsillos y apellidos de familias que pueden hacer fácilmente su árbol
genealógico; y por pura suerte o ironía del destino, no terminan descendiendo del
mismísimo Jesús. Si eso se pudiera, ellos, ese 10 por ciento que controla al otro
90 % de míseras almas que buscan un espacio en este mundo natural y simbólico
creado; también buscarían la forma de controlar el cielo, pero eso es otro cuento.
Sí, en el país tenemos al mundo, porque no hay región que quiera tanto a los
extranjeros como en Colombia. ¿Acaso no les hemos entregado la mayoría de
nuestras riquezas: el carbón, el petróleo, las esmeraldas, el oro? La fascinación
por lo externo, -aunque esto no implica que no valore la alteridad- lleva a ese
cuarenta por ciento de la clase media, a trabajar arduamente para no desfallecer
en el intento de alcanzar los imaginarios de la buena vida, de la que se ve en la
mayoría de las películas con tramas de la clase media alta estadunidense: casa,
carro y beca; es el ideal por el que luchan quienes ya no tienen por qué
preocuparse por el agua, la luz y el pan y leche para el otro día.
La inmensidad del país se olvida por las ciudades abarrotadas de gente, mientras
cada vez quedan menos en el campo para trabajar la tierra. Cada ciudad grande o
intermedia es una jungla de ladrillo y concreto, unas con aire nostálgico y
romántico como París, otras con olor a Nueva York, y otra más, tan vibrante como
Rio de Janeiro, incluyendo sus favelas.
En medio de esta analogía de Colombia con el mundo, llega de golpe la realidad.
Que este es un país con la guerrilla más vieja del mundo, y con unas bandas
criminales producto de la Hidra en la que se convirtieron los residuos de los
paramilitares. Que produce coca porque afuera la compran, porque el café lo
2. pagan a un precio irrisorio, lo mismo que el arroz, las rosas o los plátanos y
bananos.
Colombia es un país, con una suerte convertida en maldición. Una tierra basta,
productiva, con entrañas de tierra poderosas, con aguas que corren como venas
por un cuerpo grande y verdoso que es esta tierra. Una maldición que habiendo
tanto, se haga tan poco. Que la fuerza y la tenacidad de muchos, de millones, sea
avasallada por la fuerza, de la bruta, de la que mata y hiere de cientos.
Esta es un tierra que ni es cielo, ni infierno ni purgatorio; porque los tiene todos
desde donde se este, desde la frontera imaginaria que se cruza de calle en calle
pavimentada o llena de huecos, de una sola ciudad. Es una tierra con gente
buena pero indiferente a medias, porque tiene momento de lucidez para
anteponerse a las injusticias o la maldad, pero con una memoria muy corta, que
olvida rápidamente. Y así, como una chispa de hoguera puede encender el más
ferviente amor patrio y dolor de colombiano, por el hermano de tierra que sufre, de
la misma manera llega rápidamente el hielo que congela toda búsqueda y defensa
de la igualdad.
Este es un país de contrastes, de iris y veníres entre políticos y leyes que dan la
ilusión de iluminar el camino, pero que son absorbidas por la oscuridad de la
burocracia y la politiquería. También tiene gente buena, de la que llaman del
común porque no tiene apellidos famosos o billeteras que los respalden, quienes
obran en silencio para las causas más necesitadas: los hambrientos, los enfermos,
los huérfanos y las victimas de todo bando, que deja la larga larga espera de la
paz.
Colombia se enfrenta a uno de sus sueños más anhelados, a la angustia que
deviene con el alto precio de la paz, con el primer paso para lograr escenarios de
perdón, de verdades que se quedaran a medias, porque no hay espíritu que salga
puro ni bien librado del dolor ni la vergüenza de las atrocidades de la guerra. Pero
como somos un país de memoria corta, esperamos que las heridas sanen rápido,
que los campos se repueblen con sus verdaderos dueños y que las políticas ya
no sean creadas desde dos únicos frentes, disfrazados de múltiples opciones.
3. Esperamos que este país se convierta en un nuevo. Solo el tiempo y las
generaciones futuras dirán si el objetivo se alcanzó, si fuimos capaces de
anteponernos ante un país sin guerra, sin combates en el campo, sin coca, sin
fosas comunes, sin minas; y que la batalla más fuerte se tuvo que librar, al
comprender que éste debe ser un país-mundo para todos los colombianos, sin
rótulos; que la igualdad desde los derechos y de la obligación que trae la
diversidad, lograron construir un país heterogéneo.