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1
Sistema
Preventivo
Lecturas fundamentales
Michal Vojtáš, sdb
2
Encuentro Formativo
“Sistema Preventivo”
P. Michal Vojtáš, SDB,
Docente en la UPS de Roma
19 a 23 de agosto del 2019
Objetivo:
Actualizar la comprensión y la vivencia del Sistema Preventivo de
don Bosco para mejorar nuestra praxis educativo-pastoral salesiana.
Destinatarios:
Miembros de la Familia Salesiana y Laicos de nuestras obras a
quienes les complementa el tema formativamente; será también de
particular interés para quienes ya han participado en los cuatro
niveles de Salesianidad que ofrece el Centro o en otras propuestas
formativas del mismo.
3
UNIDAD 1: PARADIGMA DE LA PREVENCIÓN.
EL IDEAL DEL BUEN CRISTIANO Y HONESTO CIUDADANO
Presentación 1 (prevención) Presentación 2 (cristiano ciudadano)
SISTEMA PREVENTIVO Y PREVENCIÓN EN DON BOSCO1
La identidad pedagógica de don Bosco se define comúnmente en relación a su «sistema
preventivo»; con esta expresión sintética es que el mismo educador piamontés ha querido
connotar la propia propuesta educativa cuando fue invitado y casi obligado a dar forma teórica
a la ya reconocida praxis pedagógica.
Se ha discutido mucho en diversas sedes cualificadas, sobre la dimensión «sistemática» de
la pedagogía donbosquiana (y el mismo don Bosco tenía muchas dudas al respecto) y sobre
todo sobre la costumbre de cualificar como «preventivo» su aporte teórico y práctico.
A partir de los problemas suscitados por estas discusiones, se advierte la necesidad de un
encuadre histórico – cultural de la praxis y de la teoría preventiva de don Bosco que permita
iluminar, aunque sin pretensión de ser exhaustivos, sobre este aspecto de la compleja figura del
educador piamontés.
1. El concepto de prevención en el cuadro sociocultural de los tiempos de
don Bosco.
Don Bosco ha trabajado en el campo educativo y en el socio-asistencial por cerca de cuarenta
años (1841-1888); es un lapso de tiempo durante el cual han sucedido notables
transformaciones en el cuadro político, económico, social, cultural y religioso piamontés e
italiano que no han dejado de influenciar los modelos prácticos y teóricos de prevención
predominantes en tal contexto y que, en diversa medida, han contribuido a diferenciar las
opciones teóricas y operativas particulares, dejando el proyecto operativo de don Bosco,
sustancialmente idéntico durante toda su vida.
Es necesario, por tanto, introducir en el análisis una perspectiva evolutiva, que dé razón de
ciertos acentos a lo largo del tiempo, no sin significado.
El inicio de la obra de don Bosco se coloca en un contexto caracterizado por la inquietud
preventiva, que parece atravesar la vida política, social, familiar y eclesiástica de muchos países
de Europa y que reviste en diversa medida, los ámbitos jurídico y penitenciario, socio-
asistencial, educativo, religioso-moral.
Tal inquietud no carece de ambigüedad, precisamente porque tiene sus raíces por un lado
en premisas históricas y culturales que preceden al traumático acontecimiento de la Revolución
Francesa y por otro lado, en la normalización querida por la Restauración y en las aspiraciones
emergentes de los muchos movimientos revolucionarios que culminaron en el 1848. Pondré en
1
GIANCARLO MILANESI, Sistema preventivo y preventivo e prevenzione in don Bosco, en: CARLO NANNI (Ed),
Don Bosco e la sua esperienza pedagogica. Atti del 5° Seminario di Orientamenti Pedagogici Venezia-Cini 3-
5 ottobre 1988, LAS, Roma 2989, 148-165. Traducido en español por P. Salvador Delgadillo, sdb.
4
evidencia algunos aspectos, privilegiando dos filones de análisis estrechamente conectados
entre sí.
a.- Bajo el perfil socio-asistencial conviven en la primera parte del 1800, dos concepciones
contrapuestas de prevención, que reflejan la historia antigua y reciente de las políticas de los
varios poderes públicos orientados a combatir el pauperismo y la evolución de las diversas
formas de caridad, beneficencia y filantropía privada.
La primera concepción es paradójicamente de tipo «defensivo-represivo» y acentúa en
modo particular algunos elementos de análisis socio-político de los fenómenos de la pobreza y
de comportamiento que caracterizan la historia de muchos países europeos del siglo XVI en
adelante.
La perspectiva o el punto de vista de la que ella parte es la salvaguardia de los “buenos” y
de los “sanos”, de los “razonables” contra el peligro representado por los “anormales” y en
mayor medida, de los “diversos”, que, aunque sea sólo hipotéticamente, pueden amenazar el
orden social y golpear el sistema de poder constituido.
El motivo dominante de las intervenciones preventivas es la desconfianza en relación a todo
lo que es o puede llegar a ser factor de novedad, desequilibrio, cambio; indudablemente este
tipo de prevención se presenta como una forma de control social ejercido sobre los procesos de
cambio social a través de la marginación de las partes más frágiles y débiles de la estratificación
social.
Objeto de las medidas preventivas son ante todo los individuos y los grupos desviados
(porque criminales o porque revolucionarios) y luego también vastos sectores de niveles más
bajos de la estratificación social: delincuentes, prostitutas, pobres, vagabundos, mendicantes,
enfermos mentales, minusválidos físicos o psíquicos.
Los métodos usados son prevalentemente los de la segregación, de la vigilancia, de la
contención, de la censura, de la corrección, del castigo, de la represión.
Se insertan en esta perspectiva las instituciones totales que a partir del siglo XVI y hasta
casi la mitad del siglo XIX son instituidas por gobiernos de los Estados absolutistas o de
organizaciones privadas para quitar de las calles sea la población “parasitaria” para obligarla a
un trabajo socialmente útil y a bajo costo, sea la población peligrosa para impedirle matar a las
minorías en el poder y de contaminar la vida social.
Los jóvenes pertenecientes a los estratos marginales representan un componente relevante
de estas poblaciones consideradas “de riesgo” y pagan un alto precio en términos de alienación,
aun cuando si en relación con ellas las medidas defensivo-represivas son con frecuencia
temperadas por oportunidades de instrucción y de trabajo no forzado.
Se pueden hacer algunas reflexiones de carácter valutativo sobre esta forma de prevención.
A partir de esta concepción está la convicción, propia del racionalismo y del iluminismo
pre-revolucionario y luego del positivismo de mil ochocientos, de la intrínseca racionalidad de
los sistemas sociales existentes y por tanto del carácter irracional, patológico y en definitiva,
injusto (y por tanto punible) de las diversas formas de diversidad/desviación presentes en la
sociedad. La pobreza y el vagabundeo, la mendicidad y la desocupación se convierten
necesariamente en comportamientos culpables contra los cuales es razonable adoptar medidas
defensivas y represivas.
5
Además en esta perspectiva está casi completamente ausente la preocupación por el aspecto
promocional de la prevención; ella en efecto está pensada como neutralización del mal ya en
acto y anticipación eficaz de otros eventuales efectos negativos. La finalidad prevalentemente
defensiva privilegia el interés de los amenazados y deja en la sombra el destino de los
“prevenidos”.
En cualquier medida se puede también decir que esta concepción separa la intervención
preventiva de la finalidad readaptativa o reintegrativa; lo diverso y lo desviante tal vez no están
en grado de realizar una verdadera recuperación de sí mismos, sino que están destinados a la
marginalidad definitiva, por esto viene la sospecha de que esta forma de prevención de la que
hablamos no corresponde sino parcialmente a una intervención que mira a eliminar o a reducir
las causas de la desviación o de la diversidad, pero solo para no dejar proliferar los efectos
negativos.
No por casualidad está vivamente presente en la conciencia de muchos pensadores
economistas y políticos de este tiempo, la convicción de la sustancial inutilidad de las
intervenciones represivas en relación a los fines de una efectiva reducción de los fenómenos
del pauperismo, de la delincuencia, de la mendicidad y del vagabundeo.
De esta concepción de la prevención está excluida, en fin, una dimensión explícitamente
educativa; esa es aplicada casi únicamente dentro del ámbito del político, del jurídico, del
económico, de lo social. Esto provoca casi necesariamente un ceder al uso ideológico de la
Prevención, o sea, su subordinación a los intereses de parte, emergentes en los ámbitos
citados. Es sólo la dimensión educativa la que, concentrándose en lo marginal y no en la
marginación, permite superar el riesgo de la ideología.
Una segunda concepción de prevención acentúa en cambio los aspectos más
propiamente “promocionales” de las intervenciones públicas y privadas en el campo de la
asistencia social. Es compartida en medida diversa por filántropos, políticos, educadores,
eclesiásticos de diversa extracción y formación.
La perspectiva promocional no excluye del todo la preocupación de la “defensa social”, es
más, en un cierto sentido es funcional a ella. La mayor defensa social proviene de la promoción
individual y social de los desfavorecidos, de su recuperación, de su reintegración.
La finalidad dominante de esta concepción “promocional” de la prevención es claramente
la de incidir sobre las causas subjetivas, individuales de la marginalidad social; esto es evidente
en todas las formas de intervención preventiva que implican instrucción, formación profesional,
recuperación, subsidio económico. Pero más allá de esta perspectiva laudable, (aunque si
parcialmente eficaz) la dimensión “promocional” no logra siempre liberarse de un cierto
paternalismo que en definitiva justifica la actitud que hoy llamamos asistencialismo, o sea, una
intervención que sustancialmente considera lo marginal y desviado como objeto de cuidado,
ayuda, sostén y no como sujeto de la propia emancipación individual y social. En otras palabras,
esta forma “promocional” de prevención corre el riesgo de convertirse en una acción reductiva
de contención de las solas consecuencias de la marginalidad y de la desviación.
Objeto de la intervención preventiva son las más variadas formas de desventaja social,
cultural, psico-físico (especialmente presentes en las clases más pobres), y las personas
desviantes a causa del comportamiento delincuencial.
El estilo y el método de esta intervención preventiva incluyendo varias formas
6
institucionales y medios diversificados; entre ellos (beneficencia, asistencia, cooperación,
mutua ayuda, etc.) emerge la educación en todas las formas de instrucción, adiestramiento
profesional, terapia recuperativa, animación del tiempo libre, iniciación religiosa, etc.
A título crítico-evaluativo tal vez sea útil subrayar algunos aspectos problemáticos de esta
modalidad “promocional” de la prevención.
A partir de esta concepción se registra un cierto optimismo antropológico, diversamente
justificado bajo el perfil teorético; se encuentran en efecto elementos indudables del iluminismo
pre-revolucionario y del liberalismo del mil ochocientos (y bajo el perfil educativo está
evidentemente el influjo de las ideas de Rousseau), pero también convicciones religiosas de
marca claramente antijansenista. La “regeneración” de los individuos o del grupo/estrato social
de pertenencia, se convierte así no sólo en una hipótesis plausible sino en una tarea y un deber
de los operadores sociales y políticos, de los educadores y de los hombres de Iglesia.
Pero no obstante este optimismo de base, la concepción promocional de la prevención de la
primera parte del 1800 italiano y europeo no carece de límites y contradicciones.
Es de notar la poca advertencia acerca de los procesos de marginación por los cuales se
buscaba ejercitar alguna forma de intervención preventiva; esto llevaba muy frecuentemente a
hacer ineficaz la prevención de las causas de la marginalidad y ambigua la prevención dirigida
de los efectos ulteriores.
Además, la insensibilidad por la dimensión “territorio” llevaba a privatizar el problema de
la desviación-diversidad-marginalidad y a concebir en modo reductivo la misma prevención-
educación (acción sobre el individuo y no sobre la sociedad que provoca la desviación-
diversidad-marginalidad).
En síntesis y casi resumiendo los motivos precedentes se puede subrayar la inadvertencia
acerca del carácter necesariamente conservador de todas las formas públicas y privadas de
prevención; es más, incluso más, la inadvertencia acerca de la función de control, de
reproducción de las relaciones sociales de gestión no resolutiva de los conflictos y de las
contradicciones sociales que caracteriza las diversas formas de prevención “promocional”.
Las dos diversas concepciones de prevención aplicadas a la acción en el campo socio-
asistencial parecen polarizarse, en torno al 1840, también respecto a las colocaciones políticas
y sociales de los trabajadores. Aún siendo compartidas en diversa medida un poco por todos,
la primera, la defensivo-represiva, era hecha propia sobre todo por cuantos se oponían al
movimiento de renovación social y política nacida dentro y contra de la restauración post-
napoleónica; la segunda era compartida en general por las clases emergentes, contrarias, por
un lado a la políticas socio-asistenciales de los Estados absolutistas y por otra, a la
interpretación puramente caritativa de la beneficencia, de la instrucción, del adiestramiento
profesional, etc. Tal polarización era, por otra parte, análoga a una cierta “división del trabajo”
que casi tácitamente había sido aceptada en los decenios precedentes, la cual preveía el estado
empeñado prevalentemente en operar con los instrumentos de la prevención “promocional”
(aún con acentos paternalístico - asistenciales).
B) Bajo el perfil educativo la primera parte del mil ochocientos se caracteriza también por
una inquietud preventiva. En el Piamonte en particular es digno de mención en este sentido el
clima creado entorno al educador primario, junto a la obra de F. Aporti, según la enseñanza de
7
G. A. Rayneri, bajo la influencia ejercida por A. Rosmini, a la difusión de una literatura
pedagógica mayormente francesa, que da mucho relieve a la idea preventiva.
Pero la actitud defensivo-represiva continua persistiendo también entre aquellos que han
abrazado las ideas liberales y que no condividen las aprehensiones políticas y sociales de los
bienpensantes conservadores; sus preocupaciones se dirigen, si acaso, a aquellas partes
proporcionales de ¨diversos¨ y de ¨desviados¨ que permanecen sustancialmente al margen
respecto a la nueva sociedad preconizada por el leadership liberal.
Y la ideología positivista que da una legitimación parcialmente nueva de las medidas
defensivo – represivas adoptadas contra los delincuentes, los enfermos mentales, los
alcohólicos, las prostitutas. La aproximación positivista al problema de la desviación parte, en
efecto, del presupuesto que los factores objetivos (internos y externos al sujeto) son netamente
más responsables de aquellos subjetivos (o sea, intencionales), en el explicar los
comportamientos asociales o antisociales.
Si el sujeto es descargado de la responsabilidad de la propia desviación, y no menos viene
él reconocido objetivamente peligroso y sustancialmente irrecuperable. La aparente
magnanimidad de la sociedad liberal no puede, por tanto, evitar el adoptar hacia los marginados
medidas de tipo segregativo, disfrazado del falso objetivo de la reeducación y de la
reintegración.
La aproximación positivista se limita, por tanto, a praxis de prevención que consisten en el
impedir la propagación del modelo desviante, en el perseguir su contención y en el salvaguardar
la sociedad de su influjo negativo: paradójicamente la patología social no es reportada desde
sus fuentes si no en modo muy teórico, y por tanto la necesidad de una prevención que toque
las raíces o las causas de tal patología, es casi siempre subrayada en relación a las causas
individuales y microsociales del fenómeno. No se quiere, en último análisis reconducir el
discurso a la sociedad, su estructura, la distribución del poder, las lógicas de desarrollo, la
estratificación, el control social.
Estas orientaciones, a través de sucesivas modalidades de legitimación teorética, serán
prevalentes no sólo entre los operadores sociales sino también en los ordenamientos judiciarios
y penitenciarios de muchos estados europeos y extraeuropeos hasta la mitad del siglo siguiente,
cuando serán expuestos a críticas radicales.
Bien diversas son las actitudes de cuantos, en cambio, han continuado creyendo en la
prevención como hecho promocional, la nueva actitud política, social y económica, parece
exigir formas de prevención que no se dirigen sólo a la promoción de los individuos sino a
enteras clases sociales (en particular a las clases populares, urbanas y rurales) emergentes; por
otra parte, la intervención preventiva toma cada vez más las formas de la promoción del
protagonismo de los marginales, abandonando progresivamente la mentalidad asistencial y
privilegiando la instrucción, el asociacionismo, la cooperación, el sindicalismo, etc. En otras
palabras se trata de prevenir, mediante varias iniciativas promocionales, el riesgo de
marginación de completos estratos sociales desde los procesos de formación del nuevo estado
unitario, de la incipiente sociedad industrial, de la frágil democracia todavía elitista. Es sin
duda un proyecto de signo utópico que no se podrá realizar sino en parte, pero que domina por
motivos muy diversos el horizonte moral de políticos y educadores, de pensadores y
revolucionarios de muy diversa sensibilidad cultural, social y religiosa. Es el proyecto de
8
liberales moderados y de socialistas revolucionarios, de mazzinianos y de anárquicos, de
católicos progresistas o transigentes y de masones iluminados.
En cuanto a la sensibilidad preventiva en el ámbito pedagógico específico se debe tal vez
señalar alguna nueva formulación teorética que en Francia y en Italia tiende a dar dignidad
sistemática a muchas intuiciones dispersas y poco orgánicas. Es esencial, en torno a la mitad
del siglo hacia los 70 y más, la contribución de Mons. Dupanloup a la clarificación de la
distinción entre prevención en la sociedad mediante la educación (que es como decir la
codificación de las valencias sociales, el sentido preventivo, del hecho educativo) y la
prevención en el espacio educativo (que es el equivalente del relieve metodológico que la
preocupación preventiva tiene en la praxis educativa). De Dupanloup es central el concepto de
¨educación disciplinar¨ que incluye la disciplina directiva (entendida como orientada a
mantener las condiciones de ejecución de las normas educativas), la disciplina preventiva
(finalizada al anticipo de la violación de las normas mediante ¨el celo de la vigilancia¨) y la
disciplina represiva (pensada como instrumento de sanción de las transgresiones).
La influencia de Dupanloup en Italia es fácilmente documentable, junto con el impacto
ejercitado por toda una literatura pedagógica (desde Lambruschini hasta Capponi, desde
Pestalozzi a Tommaseo) que si bien no explícitamente preventiva, tiene una esencial
orientación de apertura no represiva.
2. La prevención en la praxis y en la teoría educativa de don Bosco.
La figura de don Bosco educador está asociada históricamente a su ¨sistema preventivo¨. Sin
embargo, la colocación de su rica experiencia de educador y de pedagogo en el cuadro de la
inquietud preventiva parece depender más del análisis de su praxis educativa personal y de la
de los educadores formados por él (que han dado de ello diversas interpretaciones), que no de
sus tentativas de formulación teórica que se han expresados a través de escritos por demás
ocasionales y no sistemáticos. Hay que hacer notar además que su variada identidad de
educador y pedagogo puede ser correctamente entendida solo si reportada a la más compleja
personalidad de sacerdote y fundador, de legislador y organizador, de diplomático y escritor
popular.
Por otra parte el uso habitual del término preventivo para designar la característica esencial
de su propuesta educativa es más bien tardío en la vida de don Bosco; esto engendra algunas
interrogantes sobre el significado real que él mismo atribuye a tal término y sobre la
importancia que la inquietud preventiva tenía en su vida, en la realización de su ¨proyecto
operativo¨.
Una general ¨pasión preventiva¨ (entendida sea como conciencia del valor preventivo de la
educación en sus proyecciones sociales, sea como elección metodológica de una actitud
preventiva al interno de la misma praxis educativa) está presente desde el inicio en el proyecto
operativo de don Bosco y viene especificándose y profundizándose a lo largo de su parábola
vital.
Queda como «constante» de fondo, aún acentuando aspectos particulares en consonancia
con el transformarse del contexto político-económico y socio-cultural, el ansia de prevenir
mediante la educación, la marginación de las masas de los jóvenes ¨pobres, abandonados y en
peligro¨ (frecuentemente caracterizados como ¨peligrosos¨). Progresivamente se integra a esta
9
preocupación una creciente conciencia de la necesidad de una metodología preventiva en el
mismo operar cotidiano, desde dentro del ¨hacer¨ educativo: tal vez menos evidente en los
primeros años del oratorio, esta dimensión se va extendiendo a medida que se desarrolla la
¨casa anexa¨ sea como semi-internado que como internado y se va afirmando la urgencia de
¨recuperación¨ para los jóvenes más necesitados o en peligro; la misma perspectiva se refuerza
con ocasión de hipótesis de ampliación del proyecto de don Bosco a ¨internados con fines
especiales¨.
Hay por tanto un desarrollo diferenciado de la dimensión preventiva en la praxis de don
Bosco, con más evidente transformación de lo que llamo aspecto intra-educativo.
Tal vez es posible afirmar que una análoga diferenciación está presente en el desarrollo de
los escritos de don Bosco sobre el ¨sistema preventivo¨.
La ¨constante¨ de la cual hemos dicho que es evidenciable ya en los ¨fragmentos y
documentos¨ de la primera fase (1845-1959); está claramente desarrollada en la conversación
con U. Rattazzi (1854) y en el diálogo entre don Bosco y el maestro Francisco Bodrato (1864);
asume perspectivas todavía más amplias en los ¨recuerdos a los misioneros¨ (1875); se
especifica en el proyecto relativo a la hipótesis de asunción de casas para muchachos en peligro
y peligrosos.
La dimensión intra-educativa, ya aparente en algunas anotaciones metodológicas inherentes
a la redacción de las ¨Historias¨ escritas por don Bosco, se dilata ya en las biografías de Savio,
de Magone y de Besucco y de otros muchachos, representándose luego sobre todo en el
¨Sistema preventivo en la educación de la juventud¨ (1877), en los Artículos generales del
¨Reglamento para las casas¨ (1877), en la ¨Circular sobre los castigos¨ (1883), en las dos cartas
de Roma (1884), en las cartas a los salesianos en América (1885).
Se trata, como ya hice observar, de dos aspectos que se van integrando progresivamente,
con dos diversas velocidades de desarrollo pero con evidente convergencia.
A respecto de la sensibilidad preventiva en proyección social según la cual don Bosco buscó
de hacer convivir en su praxis y en la paralela formulación teórica un componente típicamente
defensivo (que le venía de múltiples condicionamientos sociales y culturales de su formación
y de su primera experiencia educativa y socio-asistencial) y un componente típicamente
promocional (que le había sido sugerido sea por ciertas promesas de valores derivados de su
identidad de sacerdote, sea por la presencia de estímulos en el ambiente católico-filantrópico
de su tiempo, sea de ciertas propensiones suyas de carácter y espirituales).
Tal vez puede ser útil confirmar con no pocos estudiosos de la figura de don Bosco que el
modelo de sociedad ideal que él ha compartido y que ha quedado prácticamente inmutable
durante todo el arco de su vida y fue caracterizado sustancialmente por una cierta ideología de
tipo social, de una cierta desconfianza hacia los cambios repentinos de los ordenamientos
políticos y económicos, de una explícita convicción de la necesidad de dar un fundamento
religioso al orden social. Esto puede justificar una persistente preocupación en don Bosco por
el ¨riesgo¨ representado, por la sociedad ordenada querida por él, de la presencia de consistentes
cuotas de jóvenes abandonados y en peligro (y por ello también peligrosos), sin instrucción y
sin trabajo, expuestos a la vagancia y a la desviación. De aquí la elaboración de un concepto
de prevención entendido como preservación de la sociedad de la amenaza de la juventud
¨corrupta¨, concepto que por otro lado es co-presente y compatible con una auténtica
10
preocupación por la ¨salvación¨ total de tales jóvenes. Estas ideas son prevalentes en la primera
fase de su larga vida de educador y permanecen en el fondo de sus ideas socio-asistenciales y
pedagógicas aún en el período de madurez, cuando los acontecimientos políticos y sociales
habrán insinuado en él no pocas dudas sobre la correspondencia entre su modelo de sociedad
ideal y el que se prefiguraba y preconizaba en el nuevo Estado liberal; las mismas ideas eran
revisadas y propuestas de nuevo aún al final de la vida, frente a las nuevas y más profundas
transformaciones sociales preanunciadas.
Por otra parte, es innegable la presencia en don Bosco de un empeño preventivo-
promocional. Tal vez es excesivo atribuirles una clara conciencia de la valencia socio-política
de su obrar educativo; pero parece fuera de duda que él perseguía un propósito casi utópico de
elevación intelectual, profesional, físico, moral y religioso de los jóvenes, de todos los jóvenes
de las clases populares y en particular de los pertenecientes a las categorías de pobres,
abandonados y en peligro. En él el concepto de ¨regeneración¨, típico de muchos pensadores y
trabajadores de su siglo, se convierte en sinónimo de una capilar y compleja operación de
educación, re-educación, recuperación, valorización e integración o reintegración, de los
jóvenes marginales de su tiempo.
Tiene conciencia de la dificultad pero también de la centralidad del trabajo educativo
respecto a la tarea de la promoción de masas juveniles; afirma, en la praxis y en las propuestas
operativas, un optimismo pedagógico realístico y laborioso. También si el referente
constitutivo de su modelo de sociedad cristiana no está ausente de límites y de fragilidad
teorética, él no cesa de trabajar para hacer de los jóvenes pobres, abandonados, y en peligro,
los protagonistas de un proyecto global de renacimiento social, religioso y moral o incluso,
como en el caso del compromiso en países de misiones, de un proceso de original impostación
de una nueva sociedad civil y de implantación de la comunidad cristiana.
A respecto de la sensibilidad preventiva aplicada metodológicamente a la praxis educativa,
se requiere tal vez introducir una ulterior distinción. La dicción ¨preventivo¨ parece en efecto
asumir dos significados diversos cuando es unida a ¨sistema¨. En sentido más amplio significa
la propuesta pedagógica elaborada por don Bosco y los suyos, sin una particular acentuación
del preventivo mismo. Se trata de una definición global de todo lo que es explicitado por la
antropología cristiana que don Bosco hace propia; de los principios supremos de metodo (que
son también contenidos del mensaje educativo) clásicamente formulados en ¨razón, religión,
amorevolezza¨; de los estilos de relación educativa como la asistencia, la familiaridad, la
alegría, la espontaneidad; de los instrumentos diferenciados y originales como el juego, el
teatro, el estudio, el trabajo. En otros contextos el ¨preventivo¨ asociado al ¨sistema¨ está para
indicar que se quiere subrayar en modo específico el ¨criterio¨ preventivo, o sea aquella
particular sensibilidad que se quiere en el educador como laboriosa, con atención vigilante
sobre lo que puede constituir experiencia irreversiblemente negativa para el muchacho y como
confiado y constante estímulo de las experiencias que implementan el proceso de maduración.
No se puede evitar hacer notar que históricamente, se ha querido con frecuencia acentuar la
segunda acepción de ¨preventivo¨, casi acreditando como más importante la parte respecto al
todo y corriendo el riesgo de absolutizar, aislando y enfatizando, lo que en realidad no es sino
una cualificación parcial, por interpretar a la luz de un significado más rico y articulado. En
esta dirección se desarrollaron las no pocas críticas que se hacían al sistema ¨preventivo¨, o
mejor a la absolutización del criterio preventivo: las más significativas, formuladas por el
11
jesuita N. Perquin atribuyen al ¨preventivo¨ la responsabilidad de una educación que
obstaculiza la formación de personalidades libres y responsables, insistiendo en una
metodología que es al mismo tiempo paternalista e hiperprotectora. Tales críticas, al tiempo
que señalan oportunamente el riesgo conectado con una interpretación reductiva de lo
preventivo, no tienen en cuenta los aspectos más propiamente propositivos de la prevención
educativa y, todavía más, no consideran que el ¨sistema¨ es tal no sólo y no sobre todo en fuerza
del criterio preventivo sino en base a la propuesta integral que don Bosco elabora y pone en
práctica.
LA EDUCACIÓN DEL BUEN CRISTIANO Y HONESTO CIUDADANO
SEGÚN LAS ESIGENCIAS DE LOS TIEMPOS2
El sistema educativo de Don Bosco, al igual que toda su acción pastoral y espiritualidad no
se presenta con la radicalidad de otros modernos profetas de la educación. No tiene por objeto
la creación de un hombre huevo, como pretendieron, en épocas y con puntos de mira diferentes,
Rousseau y Makarenko1
. Pero tampoco contemporiza, en mentalidad restauradora, con un puro
retorno al hombre antiguo, el de la tradición cristiana y cívica del ancien régime. Don Bosco
ha considerado y llevado a cabo su obra educativa con la intención de alcanzar objetivos
antiguos y al mismo tiempo nuevos, acompañando a los jóvenes para acoger y formar en sí
mismos, por una parte, la fidelidad a la perenne novedad cristiana y, por otra, la capacidad de
inserción en una sociedad lastrada por la pesada herencia del ancien régime y proyectada, al
mismo tiempo, hacia nuevas conquistas. Análoga comprensión, si bien diferenciada, tienen de
él sus contemporáneos. En este capítulo se intentará esbozar, en sus rasgos esenciales, el
hombre que él quiere formar.
1. Una visión teórico-práctica de los fines de la educación
Los fines educativos que él persigue y propone, no son el resultado de una teoría general y
orgánica de la educación. Sin embargo, se van definiendo dentro de una experiencia, que no es
sólo pragmática. Confluyen en ella evidentes elementos culturales: la fe vivida desde su
infancia en la práctica de la oración, en la catequesis, en la participación en las ceremonias de
la iglesia, la formación humanística juvenil, los estudios filosóficos y teológicos, la formación
moral y pastoral, las lecturas históricas, apologéticas y espirituales.
Añádense a esto, y no son menos determinantes, los variados contactos con el mundo de la
pobreza y la indigencia, no sólo en el campo «espiritual», sino también en el campo «material»,
urgente y generalizado. Como le enseñaba la vida y el «Padrenuestro», el pan de cada día
implorado era, al mismo tiempo, fe, gracia. Cristo, eucaristía, medio de subsistencia y trabajo
para ganárselo.
Don Bosco no elabora un estudio de los fines educativos dentro de una concepción
humanista-cristiana del mundo y de la vida, filosófica y teológicamente estructurada, aunque
mental y operativamente la tenga siempre delante. Lo exigía la cultura adquirida, su
2
PIETRO BRAIDO, Prevenir, no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco, CCS, Madrid 2001, pp. 252-270
12
temperamento, su sensibilidad y el contacto con los jóvenes necesitados. Para su petición
concreta no era suficiente una respuesta religiosa y de catecismo.
Don Bosco lo pone de manifiesto en las más diversas evocaciones «históricas»: el Cenno
storico, los Cenni storici, el proemio a las Constituciones, las diversas «noticias históricas»
como introducción a los informes enviados a las autoridades eclesiásticas y civiles, en las
Memorias del Oratorio, en las innumerables cartas y circulares, en sus discursos y conferencias
para conseguir ayuda, beneficencia y apoyo.
Es lógico que, al no haber delineado una sólida y orgánica visión teórica, en su acción
cotidiana los diversos elementos puedan aparecer un poco desequilibrados a favor de alguno
de los valores. Se puede notar, por ejemplo, un privilegiado y mayor aprecio por los valores
religiosos y sobrenaturales que por los terrenales y por los individuales más que por los sociales
y políticos. Pero la realidad vivida podría justificar la legítima y deliberada recomposición de
la totalidad de los aspectos en un sustancial y completo humanismo cristiano.
2. Las finalidades educativas en una visión humanista-cristiana, entre lo
«antiguo» y lo «nuevo»
Son innumerables las expresiones prácticas y teóricas que ponen de manifiesto esta
mentalidad que, por otro lado, dejando aparte matices característicos propios, no es totalmente
nueva en una tradición que se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, echa raíces en
tratados clásicos medievales, se consolida en la época humanista y renacentista y se expresa en
las florecientes congregaciones de enseñanza masculinas y femeninas de la época moderna, que
con frecuencia, tienen como modelo la Ratio studiorum de la Compañía de Jesús.
Don Bosco acuña su propia convicción, que se convertirá en programa, en la conocida
fórmula «buen cristiano y honrado ciudadano», traducida más tarde, en el momento de la
iniciativa misionera, desde 1875, en otras de más extenso significado, pero de idéntica
inspiración; «evangelización y civilización», promoción del «bien de la humanidad y de la
religión», «extender el Reino de Jesucristo llevando la religión y la civilización a aquellos
pueblos y naciones que desconocen ambas cosas». La primera «honrados ciudadanos y buenos
cristianos», es la más extendida, con diversas variaciones: «buenos ciudadanos y verdaderos
cristianos», «buenos cristianos y sabios ciudadanos», «buenos cristianos y hombres íntegros».
En cuanto a su contenido la fórmula es la proclamación abreviada de un único «manifiesto
educativo» de sabor tradicional, pero virtualmente abierto a lo nuevo. Y ya se proclamaba en
el primer libro importante de orientación religiosa de la vida. Il giovane provveduto: «Os
ofrezco un método de vida corto y fácil, pero suficiente para que podáis ser el consuelo de
vuestros padres, buenos ciudadanos en la tierra y, después, felices poseedores del Cielo».
Más o menos explícitamente, estas expresiones muestran una mentalidad «moderada», no
infrecuente en un mundo católico empeñado en la obra de reconstrucción moral y civil tras la
tormenta revolucionaria.
Por un lado, no se puede ocultar una cierta añoranza de «los buenos tiempos pasados», los
que precedieron a las transformaciones provocadas por la revolución francesa. Existe una
intensa aspiración de volver a una sociedad vista como integralmente cristiana, basada en las
tradicionales virtudes religiosas y morales: la fe, la práctica religiosa generalizada, la vida
13
sacramental la catequesis en la familia y en la iglesia, el ejercicio de obras de misericordia, la
obediencia al «paternal» gobierno de las legítimas autoridades religiosas y civiles, el respeto a
las «normas» y a la jerarquía, el contentarse con la propia situación, la laboriosidad, la
aceptación del sacrificio, la esperanza del premio eterno.
Por otro lado, se tiene una fuerte sensación de que un mundo nuevo irrumpe con fuerza, con
su encanto y sus conquistas de progreso y cultura. Sería absurdo oponerse a su avance. «Las
fuerzas políticas actuales —pensaba Don Bosco, refiriéndose al espíritu del tiempo—, pueden
asemejarse a una máquina de tren lanzada a una carrera desenfrenada, arrastrando tras de sí a
todo el convoy quizá al precipicio o a la ruina. Pero, ¿os pondríais vosotros en medio de los
raíles para pararla?»
De hecho, comparte una difundida tendencia, que no se detiene en la contestación, sino que
actúa en vistas a la configuración de un nuevo tipo de hombre y de cristiano, viva síntesis de
los valores auténticos del «creyente» tradicional y del «ciudadano» del nuevo orden. Sin
embargo, la conciliación es imperfecta. «La figura y la obra de Don Bosco no se enmarcan en
una visión dicotòmica de la relación entre tradición y modernidad; pero tampoco se prestan a
una interpretación dialéctica de la relación de los dos elementos»; es una virtual síntesis
pragmática.
Los fines educativos por él pretendidos y los programas diseñados presuponen,
sustancialmente, recuperar la secular tríada educativa, renovada y puesta al día, de «piedad y
moralidad», «ciencia» y «cultura», en un proyecto operativo, que prevé la asunción de los
valores del suject-citoyen y del cristiano, de la razón y de la religión.
En esta perspectiva pretende afirmarse sustancialmente el valor intrínseco de cada una de
las tres realidades programáticas clásicas, pero, al mismo tiempo, se propugna también
claramente, la subordinación última de la cultura y del civismo, a la piedad y a la moralidad, en
un enfoque unitario que tiende a hacerse integral. En concreto, Don Bosco piensa y cree, como
proveniente de la tradición cristiana, que en el orden de la fe la recuperación de los valores
terrenos, debe realizarse dentro de la realidad sanante y divinizante de la gracia. Es constante
en él, hombre, sacerdote, educador, la voluntad de valorar lo humano en lo cristiano, el pro-
mover todo lo positivo de la creación, el cristianizar la cultura, mostrando que sólo de esa
forma, puede ser plenamente salvada.
Así entendía él que se podía llegar a la convergencia en la diversa actuación suya y de los
gobernantes, en la acción educativa y en la política. Escribía lapidariamente, sobre esta
cuestión, a un Ministro del Interior bien conocido, Giuseppe Zanardelli: «Le ruego tenga
benévolamente en cuenta mi voluntad de hacer lo posible por disminuir el número de los
díscolos y aumentar el de los honestos ciudadanos». El esfuerzo del político iba dirigido al
mantenimiento del orden público, el del educador a promover la rectitud de las conciencias.
3. La polaridad de base y la jerarquía orgánica de los fines educativos
La acción asistencial y educativa en favor de la juventud, desarrollada por Don Bosco y
ulteriormente expuesta de palabra y por escrito, antes de dar a conocer su recorrido, pone en
evidencia las metas y los contenidos.
De ellos se habla ahora, mientras que del itinerario, de las orientaciones «metodológicas»
se hablará en los próximos capítulos.
14
Nos limitamos a obtener los datos de las actuaciones pedagógicas juveniles más explícitas.
Para tener una visión más rica y articulada deberían utilizarse muchas otras fuentes: los perfiles
de cristianos auténticos que Don Bosco va diseminando por sus libros de historia y de
edificación; las figuras de militantes católicos, hombres y mujeres que él va encontrando y
apreciando en su abundante epistolario; los santos o personas de particular ejemplaridad citadas
en las predicaciones e instrucciones festivas; las conferencias, exhortaciones en las «buenas
noches», los discursos circunstanciales, las conversaciones familiares.
Ante todo, en relación a cuanto se ha señalado a propósito del humanismo pedagógico
cristiano de Don Bosco, aparece con evidencia inmediata la bipolaridad que caracteriza el
conjunto: por una parte, se afirma la centralidad de la fe religiosa, de lo transcendente, de lo
específicamente cristiano; por otra, se presenta una franca valoración de las realidades
temporales, apreciadas y utilizadas sincera, intrínseca y no sólo instrumentalmente. Más que la
coexistencia igualitaria entre dos polos, se trata de dos realidades de igual dignidad en su propio
orden, pero con subordinación del polo temporal al transcendente dan un significativo testi-
monio de esta bipolaridad complementaria, dos observadores de diferente adhesión ideológica:
el pedagogo idealista Giuseppe Lombardo Radice y el filósofo católico Francesco Orestano. El
primero, aunque de mentalidad laica, capta en la experiencia de Don Bosco la absoluta
centralidad de la inspiración religiosa: «Don Bosco. Era un prócer, que deberíais tratar de
conocer. En el ámbito de la Iglesia fue el reformador del jesuitismo, y aun sin tener la estatura
de Ignacio, supo crear un imponente movimiento de educación, devolviendo a la Iglesia el
contacto con las masas, que ella había ido perdiendo (...). El secreto está aquí: una idea (...).
Una idea significa un alma».
También Francesco Orestano, acentuaba con énfasis la inspiración cristiana, casi mística, de
toda la actividad de don Bosco, en un sugestivo capítulo titulado Teología mística. Pero pone
especialmente en evidencia «la parte de actividad humana» y el concreto aprecio de las
realidades terrenas, en particular, la alegría de vivir y el trabajo, como rasgos originales de su
proyecto educativo. Don Bosco «santificó el trabajo y la alegría. Es el santo de la jovialidad
cristiana, de la vida cristiana activa y alegre. Esta es su síntesis personal de nova et vetera. Aquí
radica su verdadera originalidad».
Y sigue insistiendo: «Necesidades educativas y sociales, profundamente intuidas en
perfecta simbiosis con los nuevos tiempos, le llevaron a descubrir la gran ley de educar con el
trabajo y para el trabajo (...). Y no consideró el trabajo solamente como instrumento educativo,
sino también como contenido de la vida (...). Y no es eso todo. En un impulso genial de su
caridad llena de comprensión humana, convencido de las naturales y honestas exigencias de la
juventud y de la vida sana, Don Bosco santificó, al mismo tiempo que el trabajo, la alegría, la
alegría de vivir, de trabajar, de rezar»19
.
Es un humanismo tendencialmente integral, que, aunque inadecuadamente fundado y
elaborado en su vertiente «teórica», aparece claramente visible en el plano de la vida. Es
significativo que de Don Bosco, de su ideal y de su estilo de acción, se hayan podido escribir
las más diversas semblanzas con los títulos más dispares, pero todas convergiendo en la
síntesis vital de lo divino y de lo humano, de la ciudad celeste y de la ciudad terrena, de la
salvación eterna y de la alegría de vivir y de obrar en el tiempo: Vita intima di D. Giovanni
Bosco, Don Bosco con Dio, I doni dello Spirito Santo nell’anima del B. Giovanni Bosco, Un
gigante della carità, Don Bosco che ride, Il santo dei ragazzi, Il re dei ragazzi, Don Bosco amico
15
dei ragazzi, Don Bosco coi giovani, L’apostolo dei giovani, Il santo dei birichini, Il capo dei
birichini, Il santo dei fanciulli, Il santo dei ragazzi allegri, Don Bosco conquistatore di anime, Un
gran pescatore d’anime, Il salvatore di anime, Il santo del secolo, La più gran maraviglia del secolo
XIX, Il santo del lavoro, Un santo per il nostro tempo, Don Bosco l’uomo per gli altri,
Profondamente uomo profondamente santo, Uomo e santo.
El mismo, a modo de síntesis y con muy diversas fórmulas, recogía unitariamente tan
diversos significados, no sin antes establecer una precisa jerarquía, muy bien captada por
cuantos entendían que se les proponía como ejemplo.
La primera es el título de un capítulo de la biografía de Francesco Besucco: «alegría, estudio,
piedad»20
. Añádese a ella la tríada de «salud, sabiduría, santidad»21
, las tres SSS, a veces
enriquecida con las cinco misteriosas, SSSSS. A los alumnos del colegio de Turín-Valsalice, a
través de su director, enviaba este mensaje: «Os aseguro que os tengo presente diariamente en
la santa misa pidiendo para cada uno de vosotros las acostumbradas tres S que nuestros
inteligentes alumnos saben inmediatamente interpretar: Salud, Sabiduría y Santidad».
Las mismas gracias auguraba al hijo de la condesa Callori, comunicándole haber pedido al
Papa una bendición especial «para las tres S para el señorito Manuel, esto es, que sea Sano,
Sabio y Santo».
La misma consigna daba, a través de Don Francesia, a los alumnos el colegio de Varazze:
«salud estable, progreso en el estudio y la verdadera riqueza, el santo temor de Dios».
En contextos más amplios, el trabajo, la religión y la virtud se presentan a los jóvenes como
medios de salvación de tantos «jóvenes en peligro», en un gran proyecto de regeneración social,
fundado en la tríada «laica»: «Lavoro, Istruzione, Umanità».
Es evidente que el «programa» supone un régimen «cristiano», según el cual la religión es
el fundamento de la moral y las dos, fundamento de un estable orden social.
4. Los «grados» en la consecución de la «salvación»
La vida de gracia, desde la forma más simple, que significa la liberación del pecado, hasta
la más alta perfección y santidad, no admite selecciones de principio y se desarrolla en
continuidad entre la liberación de la condenación hasta el crecimiento en las más altas formas
de la caridad, del amor de Dios y del prójimo. La «salvación» es algo total y unitario. Por esto,
en su admirable síntesis de espiritualidad cristiana, F. X. Durrwell, puede escribir: «la doctrina
de la santificación del hombre es la misma doctrina de su salvación eterna —no pudiéndose
salvar el hombre sino en su santificación en Dios—, y es sabido que la doctrina de la salvación
se extiende a cuanto se extiende la teología».
Don Bosco conoce los «grados» de la vida espiritual —en los discursos fúnebres sobre Don
Cafasso habla de teología moral, ascética y mística—, pero no lo pone de manifiesto como
confesor o director espiritual. En cambio, lo pone informalmente en práctica y escribe sobre
ello, si bien en términos no explícitos, a propósito de la gradual «pedagogía de la salvación»,
atenta siempre a la disponibilidad o indisponibilidad para con ella que tienen los diferentes
tipos de jóvenes, díscolos, malos, ordinarios y buenos.
Para los jóvenes pobres y abandonados propone fines y contenidos jerárquicamente
diferenciados. Algunos pueden tener en cuenta también grados anteriores a la «vida espiritual»
16
propiamente dicha.
1. Lo primero es ayudar a los jóvenes totalmente descarriados a que encuentren el más
elemental «sentido de la vida». Suponía inducirlos al deseo de vivir, para ganarse con el
trabajo y el sudor de su frente, los medios para tener, ellos y sus familiares, una vida
digna.
2. El trabajo educativo podía exigir una preliminar purificación de la mente y del corazón,
oscurecida la una por la ignorancia y los prejuicios, corrompido el otro por los vicios y
los malos hábitos. «ilustrar la mente para hacer bueno el corazón», ha sido para Don
Bosco, ya desde los comienzos, el objetivo específico de sus libros, como él mismo decía
—ya lo hemos visto—, en la introducción a la Storia Sacra y a la Storia ecclesiastica.
3. Y para tantos, con carencias afectivas o depauperados, con la formación en convivencias
de estilo «familiar», pretendía crear un ambiente y una rica red de relaciones,
paterno/maternas, fraternas, de amistad, capaces de recomponer una vida afectiva,
«pasional», llena de intensas implicaciones operativas y emocionales.
4. Naturalmente, el trabajo de recuperación y de formación se presenta con mayor riqueza
y profundidad cuando la afectividad, la amabilidad vivida, recibida y restablecida,
tienden a integrarse y a obrar interactivamente con la razón y la religión. En efecto, la
tríada razón-religión-amor es, ante todo, indicación de fines y contenidos; es
sustancialmente educativa, antes y más que medio y método.
5. En el vértice del camino de la «salvación» Don Bosco coloca, y lo proclama con toda
claridad, el objetivo educativo sumo de la «santidad». No es un mensaje ofrecido a un
privilegiado, es «exhortación» que ofrece a todos: «es voluntad de Dios que nos hagamos
todos santos; es muy fácil serlo; hay un gran premio reservado en el cielo para quienes
llegan a serlo».
5. «El cristiano hombre de eternidad» operante en el mundo
Una destacada y especifica característica del cristiano, «hombre de eternidad», en cuanto
que es al mismo tiempo honesto ciudadano, es para Don Bosco la capacidad de inserción
prudente y activa en la sociedad, mediante el trabajo, como artesano, agricultor, obrero,
empleado, maestro, militar, sacerdote; para los pudientes y para aquellos que viven de sus
rentas, añade, además, el buen uso de sus riquezas. Para todos, si bien de manera diferenciada,
consiste en el exacto cumplimiento de los deberes del propio estado, inseparablemente unido a
la honradez y a la ejemplaridad de vida y, en consecuencia, a una sustancial utilidad social.
Hay una íntima unión entre fin eterno y compromiso terrenal y el joven maduro ha aprendido
a vivirlo en síntesis, con los ojos vueltos hacia el cielo y los pies firmemente apoyados en la
tierra, en un camino hecho de buenas obras. «Decid a mis hermanos y hermanas —escribía a
su madre Pedro, a punto de partir para la campaña de Crimea en 1854—, que el trabajo hace
honestos ciudadanos, la religión buenos cristianos, y que el trabajo y la religión conducen al
cielo».
Del interés por el estudio y el trabajo, estudiantes y artesanos, habían oído hablar, en la
lectura anual del Regolamento per le case, una formulación sintetizada de muchas otras
recomendaciones diseminadas a lo largo de todo el período formativo. Ofrecía, en tres breves
artículos, un verdadero perfil del homo faber cristiano, principal objetivo del proceso educativo
17
actuado por Don Bosco.
«1. El hombre, queridos jóvenes, ha nacido para trabajar. Adán fue puesto en el Paraíso
terrestre para cultivarlo. El apóstol san Pablo dice: "El que no quiera trabajar, no debe comer”.
"Si quis non vult laborare nec manducet". 2. Por trabajo se entiende el cumplimiento de los
deberes del propio estado, de estudio, arte u oficio. 3. Mediante el trabajo podéis haceros
beneméritos de la Sociedad y de la Religión y enriquecer vuestra alma, particularmente si
ofrecéis a Dios las ocupaciones de cada día».
6. En la sociedad
Sobre la aportación de los laicos a la misión de la Iglesia, en particular a la educación juvenil
y, más concretamente, sobre el empleo social de las riquezas es un hecho del todo singular la
insistencia de Don Bosco en numerosas conferencias en el último período de su vida. Es típica
su exigente postura sobre la «limosna», interpretada y propuesta como riguroso y obligatorio
ejercicio de «justicia social» ante litteram.
No hallamos, en cambio, en la gama de fines educativos perseguidos por Don Bosco una
desarrollada concepción del hombre social y políticamente comprometido. Está escasamente
desarrollado como fin específico, y explicitada solamente dentro del fin moral y religioso. En
parte es debido a la situación social de la Italia de entonces, donde la «política» activa y pasiva
estaba reservada para aquellos que podían disfrutar de una posición cultural y económica
privilegiada. Se añade, como más decisivo, la opción «política» claramente «educacional» de
Don Bosco elegida para él y para sus colaboradores. Para él, el hombre insertado activamente
en la sociedad civil y política es, ante todo y por encima de todo, el cristiano competente y
honrado en el ejercicio de su trabajo.
Es el modo de contribuir al orden y al progreso social, gobernando prudentemente la propia
familia, participando según sus posibilidades en las obras de beneficencia y de solidaridad,
ejemplar en la práctica de la fe y de las denominadas «obras de misericordia corporales y
espirituales».
Son significativas las expresiones empleadas en la sobremesa del encuentro del 25 de julio
de 1880 con los Antiguos Alumnos seglares del Oratorio. Aludiendo a alguno que había
criticado el lugar de su educación e invitando a todos al perdón y a orar por los desagradecidos,
continuaba: «Somos Salesianos, y como tales olvidamos todo, perdonamos a todos, y haremos
a todos todo el bien que podamos y mal a ninguno (...). Emplearemos, pues, al mismo tiempo
la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente, guardándonos muy bien de traidores y
traiciones».
18
UNIDAD 2: CARIDAD EDUCATIVA, EXPRESADA
METODOLÓGICAMENTE CON RAZÓN, RELIGIÓN,
AMOREVOLEZZA Y ASISTENCIA
Presentación
ESTE SISTEMA DESCANSA POR ENTERO EN LA CARIDAD
EDUCATIVA, EXPRESADA METODOLÓGICAMENTE CON RAZÓN,
RELIGIÓN Y AMOREVOLEZZA3
En el presente capítulo, se expone la vertiente «metodológica» de aquellas que Don Bosco
llama columnas fundamentales del sistema: «este sistema descansa por entero en la razón, en
la religión y en el amor».
Indudablemente, analizándolos más atentamente, los tres términos definen, ante todo, el
mensaje «preventivo». Entendidos en su extensión más amplia, se indica con ellos las
dimensiones capitales de un humanismo cristiano integral: los valores temporales, el sentido
«religioso» de la vida, el mundo de la afectividad sensible, espiritual y sobrenatural. Ya lo
hemos explicado en los tres capítulos anteriores.
Pero, en el pensamiento explícito de Don Bosco, se pone de manifiesto, sobre todo, el
significado metodológico de las tres «palabras» fundamentales. Prefiguran el conjunto orgánico
y articulado de iniciativas, intervenciones y medios dirigidos conjuntamente a promover el
desarrollo del joven al que se intenta involucrar en la obra de la propia maduración humana y
cristiana con el método de la persuasión y el corazón.
Su carácter «motivante» y dinámico se ve ulteriormente reforzado por el «fundamento» al
que Don Bosco se aferra, la verdadera «reina de las virtudes», la caridad: «la práctica de este
sistema está apoyada en las palabras de San Pablo: Charitas benigna est, patiens est; omnia
suffert, omnia sperai, omnia sustinet. La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo
espera y lo soporta todo». Con ella, «Razón y Religión son los medios de que ha de valerse
continuamente el educador, enseñándolos y practicándolos, si desea ser obedecido y alcanzar
su fin».
En resumen, Don Bosco, con sus afirmaciones, intenta señalar a los educadores las
cualidades y las «virtudes» que deben poseer. Se reducen a una sola: la caridad educativa,
expresada metodológicamente con las tres palabras de Razón, Religión y «Amor»
1. El educador, individual y comunitariamente, protagonista en el
proceso pedagógico
La metodología educativa corre toda ella por cuenta del educador. En la descripción de los
«dos sistemas que se han usado en todos los tiempos para educar a la juventud» se puede
advertir la diferente importancia del educador en la constelación de las tres fuerzas principales
en juego: la ley, las prescripciones, el reglamento —el superior, el director, los asistentes—-
3
Cfr. PIETRO BRAIDO, Prevenir, no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco, CCS, Madrid 2001, pp. 280-
291; 320-335.
19
los dependientes, los sujetos, los alumnos. Paradójicamente resulta que en el sistema represivo
la responsabilidad ejecutiva recae casi por entero en el alumno; el superior-educador ejerce,
además del deber de vigilancia, sobre todo un poder judicial punitivo. En cambio, en el sistema
preventivo, el protagonista absoluto es el educador, que posee todos los poderes, ejecutivo,
judicial, punitivo, mientras que al alumno se le llama a una esencial ejecución cooperativa, a
un co-protagonismo subordinado.
Don Bosco escribe y habla del «sistema preventivo» para educadores adultos. Las dos cartas
expedidas desde Roma, redactadas por Don Lemoyne bajo inspiración del Superior, se
distinguen precisamente, porque de la sustancia de los deberes y obligaciones «preventivos» se
podía y se debía hablar solamente en una de ellas, la que estaba reservada precisamente para
los salesianos de Valdocco. El «sistema» se apoya totalmente en ellos y funciona o no, en la
medida en que ellos asumen todo el peso y garantizan su fecundidad.
Por eso se les pide que estén enteramente «consagrados» a sus alumnos, a ser sus «padres,
hermanos y amigos», compartiendo una vida idéntica a la que comparten los miembros adultos
de una familia. Son padres/madres, hermanos y, más aún, amigos, con un añadido emotivo, que
traspasa la familia misma con ulteriores relaciones de orden superior, que llegan hasta la
interioridad de las conciencias. Alcanzan su máximo nivel en la persona del director- padre-
confesor.
En definitiva, el sistema descansa en la razón, en la religión y en el amor del educador —
individuo y comunidad— y a través de él, en todos los elementos pedagógicos de los que él es
operador o mediador. No se forman sujetos maduros —en los valores de la razón, religión y
afectividad—, si el educador no es el mismo fin — valor y método según la razón, la religión
y la afectividad. El educador está llamado a presentarse como modelo operativo, vivo y activo,
de todo cuanto, según la razón, la religión y el amor, es válido en sí mismo, y, al mismo tiempo,
es encarnado por él como amable, «atrayente», motivante y cautivador para el alumno. Debe
representar, de forma dinámica, en relación con todos los fines educativos, lo que Don Bosco
afirma de él como «modelo de moralidad». «Puede por tanto afirmarse como principio
inmutable, que la moralidad de los alumnos depende de quién les educa, les asiste y dirige.
Nadie da lo que no tiene, dice el proverbio. De un saco vacío no se saca trigo, ni una botella
con heces puede tener buen vino. Por tanto, antes de presentarse como maestros de otros, es
indispensable poseer aquello que queremos enseñar a los demás».
Es, pues, natural que Don Bosco hable del represivo como un sistema «fácil y menos
fatigoso». Del preventivo, por el contrario, afirma que «para los alumnos es bastante más fácil,
agradable y ventajoso», mientras que «para los educadores, encierra algunas dificultades, que
disminuirán ciertamente, si se entregan por entero a su misión», «consagrados por entero al
bien de sus alumnos».
Se necesitan, pues, educadores ricos en valores humanos, religiosos, efectivos, que sean
modelos, testigos, comunicadores con su vida, sus palabras y sus obras, en un permanente
dispendio de energías ilimitadas, pero, al mismo tiempo, «asedio» benévolo y cautivador, al
que es difícil que pueda sustraerse el alumno.
2. Unidad relacional del triple fundamento
Razón, religión y amor no son realidades contiguas, sino interrelacionadas, es más,
20
mutuamente compenetradas, en los fines, en los contenidos, en los medios y en los métodos.
En cuanto a los fines, constituyen una síntesis original de los elementos necesarios para el
desarrollo completo del muchacho: físico, intelectual, moral, social, religioso y afectivo. En
cuanto a la metodología, activan un conjunto orgánico de intervenciones aptas para implicar al
alumno en sus más significativas potencialidades, mente, corazón, voluntad, fe, en presencia
interactiva.
La seriedad del compromiso moral y religioso —deber, piedad, vivir en gracia, evitar el
pecado—, se le propone al alumno a través de relaciones y procesos razonables y de amabilidad.
Por otro lado, la dulzura de la amabilidad no es debilidad, ni sentimentalismo, ni sensibilidad
incontrolada, sino implicación emotiva iluminada y purificada siempre por la razón y la fe.
A su vez, el equilibrio, la medida, la racionalidad de los reglamentos, de las normas, de las
relaciones interpersonales están siempre motivadas e integradas por la sinceridad de la piedad
religiosa y por la participación empática del educador activamente presente.
Y, si en su metodología, se quisiese determinar qué factor de los tres debe considerarse como
más importante, no cabe duda de que la primacía es del amor. Nos referimos, naturalmente, a
lo que el significa, con éste o con otros términos, como mansedumbre, dulzura, caridad,
paciencia, afecto. El «amor» es, efectivamente, el principio supremo y el alma del «método
preventivo», igual que la religión es, indiscutiblemente, el primer principio y el alma del
sistema, entendido como conjunto de fines, contenidos, medios y métodos.
Sobre el puesto central del amor educativo coinciden los estudiosos. Es caridad inteligente
y entrega amorosa; es autoridad paterna «que tiene en su manó el corazón de los hijos», es
«compenetración de espíritus». «Método del amor» lo definió el pedagogo católico Mario
Casotti. El salesiano alemán Nikolaus Endres señalaba el amor como el factor esencial del
método, como relación fundamental entre educador y educando, fuerza ejemplar creadora, guía
eficaz en el mundo de los valores.
La amabilidad es «amor demostrado», por lo tanto amor efectivo y afectivo, probado con
hechos, perceptible y «percibido». En la carta a los salesianos de Valdocco del 10 de mayo de
1884, Don Lemoyne interpretaba felizmente la idea de Don Bosco. El amor es el fundamento.
«Pero no basta». Falta algo que es educativamente decisivo: «que los jóvenes no sean solamente
amados, sino que se den cuenta de que se les ama». No es aún suficiente. Este conocimiento
será, finalmente, persuasivo, cuando se sientan «amados en las cosas que les agradan,
participando en sus inclinaciones»: entonces se encontrarán dispuestos para condividir con
amor lo que el educador propone, la disciplina y el estudio, en una palabra, «el deber».
3. Los muchos significados de la «amorevolezza»
En el léxico italiano, familiar a Don Bosco, la palabra «amorevolezza» no se identifica con
amor, ni indica la virtud teologal de la caridad, perteneciente al mundo de la revelación
cristiana. El término indica más bien un conjunto de pequeñas virtudes de relación o actitudes
y comportamientos entre personas, que se ponen de manifiesto en palabras, gestos, ayudas,
dádivas, sentimientos de amor, de gracia, de disponibilidad cordial. Es afecto, benevolencia,
benignidad, solicitud paterna y materna, también espiritual, hacia los hijos; de hombre y
mujeres recíprocamente: esposos, novios, amantes, amigos; de protectores para con los
protegidos, bienhechores para los beneficiados, con “amorevolezze”; y otras por el estilo.
21
En el lenguaje religioso, «amorevolezza», indica el visible, misericordioso y acogedor amor
humano-divino de Cristo.
En el uso de este término, Don Bosco asume, de hecho, diversos significados del uso
corriente. Explícitamente o por medio de sinónimos, lo entiende y lo presenta en clave
formalmente pedagógica cristiana, en el cuadro de su mentalidad y estilo inspirado en el amor
asistencial-educativo, que es inseparablemente afectivo y efectivo. El educador, «con las
palabras y más aún con los hechos, hará conocer a sus alumnos que su solicitud se dirige
exclusivamente a su bien espiritual y temporal»; en la asistencia pocas palabras y muchos
hechos».
«Amorevolezza» indica en Don Bosco «un complejo código de símbolos, signos y
comportamientos». Es «el trato mediante el cual se manifiesta la propia simpatía, el propio
afecto, la comprensión y compasión, el compartir la vida de otro».
Y resumía la riqueza de significados en la reinterpretación madura de la lección que él
sitúa en el sueño de los nueve años: «No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad
deberás ganarte a tus amigos».
Alrededor del tema de la «amorevolezza» se entrelazan, ante todo, las «variantes» del escrito
sobre el sistema preventivo. Se habla de directores y asistentes «que como padres amorosos
hablen, sirvan de guía en toda circunstancia, den consejos y corrijan con amabilidad». «El
sistema preventivo conquista al alumno», «dispone y persuade de tal modo al alumno que el
educador podrá en cualquier ocasión, ya sea cuando se educa, ya después, hablarle con el
lenguaje del amor. Conquistado el corazón del discípulo puede ejercer sobre él gran
influencia». Por esto, «terminadas las oraciones de la noche, el director o quien haga sus veces,
diga siempre unas palabras afectuosas en público a los alumnos antes de que se vayan a
dormir». Los éxitos corresponden a las promesas: «El alumno tendrá siempre gran respeto a su
educador, recordará complacido la dirección de él recibida y considerará en todo tiempo a sus
maestros y superiores como padres y hermanos suyos».
Pero antes y después el término está presente en las situaciones más significativas: el
encuentro, el perdón, la confesión, la relación educativa, el «sistema», la didáctica, la pastoral,
la convivencia «familiar».
A la palabra «amorevolezza» se asemejan otras que resaltan la valencia afectiva y efectiva
y su manifestación: amor encarnado, corazón, benevolencia, afecto, dulzura, paciencia.
4. Religión y caridad, razón y amistad, fundamentos de la «amorevolezza»
Las «pequeñas virtudes» que se incluyen en el término «amorevolezza» —demostrar que se
ama, condividir sinceramente las inclinaciones de los jóvenes— asumen dignidad y
consistencia, moral y pedagógica, gracias a las «grandes virtudes» que son su fundamento y las
vivifican. Con ellas se supera el intimismo de la simple relación a dos, garantizando al sistema
la característica indisoluble de sociabilidad y universalidad ya en el ámbito formalmente
pedagógico.
El sistema supone, ante todo, un educador humanamente equilibrado e integrado, capaz, de
una generosa disponibilidad para la sociabilidad, sensible a las necesidades de los demás y a
los problemas de la vida asociada en todos los ámbitos, local y planetario; extremadamente
22
«relacional», de manera especial con los jóvenes, sobre todo si son «pobres y abandonados».
Hombre de gran control interior y exterior, «temperante» y «prudente», ama la relación que le
hace partícipe de las necesidades juveniles y sabe sabiamente promover la solidaridad de los
colaboradores, ayudantes y benefactores.
La «amorevolezza», en sus varias acepciones, supone y exige la intervención de la razón,
que incluye la inteligencia, voluntad de entender, tacto, «racionabilidad». Se traduce en
adaptación a las exigencias tanto de los jóvenes como del lugar de «origen», nacional,
supranacional, eclesial, en los que se aprende diariamente a insertarse activamente.
Capacita para despertar su consenso racional. «Déjate guiar siempre por la razón y no por
la pasión», aconsejaba a un asistente. Gracias al sistema del amor el alumno «no se enfada por
la corrección que le hacen ni por los castigos con que le amenazan, o que tal vez le imponen;
porque éste va siempre acompañado de un aviso amistoso y preventivo, que lo hace razonable
y termina, ordinariamente, por ganarle de tal manera el corazón, que él mismo comprende la
necesidad del castigo y casi lo desea». Por otra parte, hubiera evitado una falta «si una voz
amiga se lo hubiera advertido». En resumen, «el sistema preventivo gana al alumno, el cual ve
en el asistente a un bienhechor que le avisa, desea hacerle bueno, librarle de sinsabores, de
castigos y de la deshonra».
Como formadores de seres razonables, los educadores no serán ni «manazas» (de la «tribu
de Manasés», como decía bromeando, jugando con la equivalencia dialectal «manasse» =
manos largas, manos prontas) ni sentimentales pegajosos. Sobre todo, expondrán claramente
qué desean de los muchachos, evitando imposiciones artificiales, remitiéndose solamente a lo
esencial y funcional para su pleno desarrollo personal y social.
En régimen cristiano, finalmente, todo el sistema de la «amorevolezza» está basado en la
caridad, impulsada por la fe, una y otra, gracia y don. Es algo evidente para la conciencia de
Don Bosco, hombre de fe y sacerdote. Lo dice paladinamente en una carta enviada en 20 de
enero de 1874 a los alumnos aprendices de Turín-Valdocco.
«Siendo, como son, los aprendices, la pupila de mis ojos, (...) creo que os agradará el que
dé rienda suelta a mi corazón con una carta.
No necesitáis que os diga lo mucho que os amo porque os he dado pruebas evidentes. Que
vosotros me queréis, tampoco necesitáis decírmelo, porque me lo habéis demostrado
constantemente. Pero este afecto mutuo, ¿sobre qué se apoya? ¿En el dinero? No en el mío, que
lo gasto por vosotros; tampoco en el vuestro, porque, no os ofendáis, no lo tenéis. Por
consiguiente, mi cariño se funda en el deseo que tengo de salvar vuestras almas, que fueron
todas ellas redimidas por la sangre preciosa de Jesucristo, y vosotros me amáis porque trato de
guiaros por el camino de la salvación eterna. Por consiguiente, el bien de vuestras almas es el
fundamento de nuestro afecto».
Otra carta a los superiores y alumnos de Lanzo pone mucho más en evidencia el estrecho
vínculo entre las dos realidades, la humana y la teologal, el fruto y la planta.
«Cuando estuve en Lanzo me encantasteis con vuestra benevolencia y amabilidad, me
cautivasteis las facultades de la mente con vuestra piedad; me quedaba todavía este pobre
corazón dei que ya me habéis robado los afectos por completo. Y ahora vuestra carta firmada
por 200 manos amigas y queridísimas, han tomado posesión de todo este corazón, al que nada
le ha quedado ya, sino un vivo deseo de amaros en el Señor, de haceros el bien y que salvéis el
23
alma todos».
En efecto, la «amorevolezza» en todas sus formas, estructurada gracias a la plenitud y
madurez de la afectividad humana y a la lucidez racional de la amistad, sostenida y alimentada
por la virtud infusa de la caridad, por la consecución del fin último, la «salvación de las almas»,
utiliza las más variadas iniciativas humanas y divinas. Siempre creativa, es inagotable en la
beneficencia —hacer el bien— traducción operativa de la benevolencia —«querer bien»—.
Caridad fraterna en acto en favor de los más pequeños y débiles, en comunión de vida con Dios,
impulsa a amar, a querer y a hacer lo que Dios quiere, en total identificación con el «sentir de
Cristo». Se ama a Dios sin medida, se ama a los hermanos en la medida que nos sugiere la
razón y la sabiduría humana y divina.
5. La riqueza educativa de la «amorevolezza»
Las diversas expresiones de la «amorevolezza» son signo de su «sobreabundancia». Asume
diversos matices según la variedad de situaciones de pobreza y abandono a las que responde la
exuberancia de cualidades humanas y divinas del educador en sus diversos papeles: «padre,
hermano, amigo», además de bienhechor, maestro, animador. Todo esto fue Don Bosco. El
sistema preventivo se mueve en este horizonte.
«Efecto» interior de la caridad, que ciertamente conduce a la «amorevolezza» con los
jóvenes «pobres y abandonados», es el sentimiento de la misericordia. En su raíz se encuentra
el pesar por los males y desventuras de los jóvenes hermanos, visitados en las cárceles o que
se ven vagar peligrosamente sin rumbo por las calles de la ciudad. El pesar se transforma en
compasión y piedad; regulada por la razón moral, es una virtud natural; inspirada en el mismo
motivo que tiene Dios para ser misericordioso, es misericordia teologal que brota de la caridad.
Es compasión, en primer lugar, por el peligro que corren los «pobres y abandonados» de estar
privados de Dios, alejados de él, de la salvación, y también, por los males temporales que les
rodean: la ignorancia, la soledad, el ocio, la corrupción. La misericordia contempla al prójimo
bajo el aspecto de necesidad que pide ser socorrida. El misericordioso es cooperador de Dios,
representante de su bondad.
La «amorevolezza» en palabras y en hechos, se convierte, por impulso divino y humano, en
beneficencia, que es misericordia en acto. Se manifiesta en las «beneficencias», en aquello que
la antigua tradición lexical italiana llamaba «amorevolezze»
Con ellas se relaciona ese amor que se demuestra con «pocas palabras» y «muchos hechos»,
con aquellas obras de «misericordia espirituales y corporales», que Don Bosco había aprendido
muy bien en el catecismo y en su mundo familiar y religioso. La obra asistencial y educativa
del «sistema preventivo» es una grandiosa organización de búsqueda, recogida y distribución
de limosnas, pan, instrucción y aprendizaje.
Es, también, una interior y respetuosa obra de «misericordia espiritual». Siempre se
consideró, fundándose en el Evangelio, la corrección fraterna como la más importante de todas.
Su tarea es, en efecto, alejar de las imperfecciones de la edad y de los prejuicios, proponer
nuevas y mejores ideas, animar a comportamientos más fecundos y correctos para el tiempo y
para la eternidad.
24
«Limosna» material y espiritual, educación y reeducación, responden a una aguda
sensibilidad a la vista de las más variadas formas de pobreza, de las miserias del cuerpo y del
espíritu, con la preocupación de salir al paso de ellas, con amor y «amorevolezza»: procurar
alimento, alojamiento, vestido, instrucción; avisar, aconsejar, corregir, consolar, dirigir.
Se añaden otros matices, por los cuales la relación educativa se vive como exigencia
profundamente moral: la piedad y la afabilidad.
La piedad tiene una extensión casi ilimitada, comenzando por los «sacerdotes», los padres
y la «patria», hasta llegar a todos aquellos que están unidos por vínculos de sangre, de
«amistad» social: entre ellos los hijos para con los padres y los familiares. Por la «piedad», no
solamente vista en su término altísimo, Dios, los hijos carnales o adoptivos honran al padre y
los discípulos a los maestros y educadores, mientras éstos remedian las necesidades y demandas
de los hijos y de los alumnos, en lo inmediato y en el futuro, convirtiéndose, efectivamente, en
padres solícitos, hermanos y amigos de los beneficiados.
La afabilidad germina en un gran humus de humanidad, de sociabilidad, de bondad natural,
y, por supuesto, de caridad teologal, enriqueciendo la «justicia» con una clara nota de
amabilidad, de cortesía y de finura. Es la forma más simple de amistad, que tiene una gran
afinidad con la gran amistad que es la «caridad» y pone orden, espontaneidad y gracia entre los
que disfrutan estando juntos. Refleja, quizá mejor que las otras, el rostro de la «amorevolezza»,
de la que escribe Don Bosco: esfuérzate con los hechos y con las palabras en crear una amable
sintonía entre las recíprocas expectativas de la convivencia cotidiana. Con «palabras» y
«hechos», según Don Bosco, la afabilidad da el último toque al «amor encarnado».
Se repite insistentemente el recurso al corazón, al amor hecho visible con obras y con
«signos», testimonio efectivamente educativo. «Recomienda a todos los nuestros que dirijan
todos sus esfuerzos a dos puntos cardinales: haced que os amen y no os teman». «Si vis amari,
esto amabilis». «Para triunfar con los jovencitos, proponeos firmemente tratarlos con buenos
modos; haced que os amen y no os teman».
Con la «amorevolezza» se tocan cuerdas y se suscitan vibraciones que implican a toda la
personalidad de los destinatarios, jóvenes y adultos, sensibles a toda la gama de «intereses»
vitales, materiales y espirituales. «Conquistar el corazón» no significa haber conquistado
solamente su mundo emotivo, y su respuesta no es solo «afecto», sino también reconocimiento,
estima, respeto, deseo de correspondencia, compromiso, y colaboración.
La consideración se enlaza con el sentido que Don Bosco asignaba al «corazón» «en un
contexto propiamente religioso y teológico» y con la interpretación dada a las típicas
expresiones «hablar con el lenguaje del corazón» y, por tanto, «conquistar el corazón del
discípulo»: o sea, despertar todas sus potencialidades personales, voluntad, inteligencia,
esfuerzo y actividad.
6. De la asistencia vital a la asistencia educativa
Aunque no forme parte específica del presente estudio, la asistencia, antes que
«pedagógica», es, en la experiencia concreta del sistema preventivo de Don Bosco, ayuda
benéfica a los jóvenes «pobres y abandonados». El proveer a las necesidades, ante todo
materiales, ha marcado el comienzo del interés del educador subalpino por los jóvenes,
preocupándole hasta el final de sus días. La «salvación» religiosa moral y cultural de los
25
jóvenes ha ido acompañada, sobre todo en las instituciones más pobres —los asilos, los
orfanatos, los oratorios en los barrios más degradados de la ciudad—, por la preocupación de
asegurar los medios de «subsistencia», casa, alimento, vestido, equipamiento de las escuelas y
talleres.
Las dos «dimensiones» social-humanitaria y pedagógica-educativa y reeducativa-moral y
religiosa, han sido constantemente actuadas y pensadas en estrecha interconexión. Por otra
parte, en la mentalidad católica, la «delincuencia» real o, potencial iba asociada a la carencia
de fundamento religioso. El alejamiento religioso, la deficiente práctica cristiana era
considerada, al mismo tiempo causa y síntoma de una cierta corrupción moral y de la inevitable
peligrosidad social. Ayuda material y acción educativa acababan necesaria-mente por
integrarse. Don Bosco lo pone en evidencia en carta, circulares, recursos, «sermons de charité»
y lo pone en práctica con sus obras. El sistema preventivo es, al mismo tiempo, sistema
benéfico, asistencial, social y sistema de educación moral y religiosa.
La asistencia tiene, por tanto, una función metodológica capital en la acción educativa, tanto
que en el sistema preventivo, en cuanto tal, educador y asistente se identifican.
Es evidente que la asistencia practicada y propuesta por Don Bosco no debe entenderse sólo
en la perspectiva presentada en las páginas del 1877 y en documentos que se refieren a
ambientes fuertemente estructurados como los «colegios» y los hospicios, que tenían la
finalidad de gestionar, durante largos períodos de tiempo, la entera vida de los jóvenes. La
experiencia, los escritos, los discursos de Don Bosco inducen a entenderla en un significado
más amplio y flexible, como sucede, por ejemplo, en la misma actividad publicitaria, con las
editoriales y los libros.
En el plano del comportamiento tal inspiración de fondo lleva a unas consecuencias
inmediatas, que implican toda la existencia del educador preventivo, donde quiera que se
desenvuelva. Nos pueden dar una idea algunos textos, aunque sea más significativa la
referencia a la experiencia vivida y querida «sistemáticamente» por Don Bosco. Es fundamental
cuanto él plasma en la que se puede considerar como una «definición» del «sistema preventivo»
contenida en las páginas de 1877: directores y asistentes están siempre con los alumnos, hablan,
aconsejan, orientan y corrigen.
La asistencia no es policial ni fiscal, sino «presencia» amistosa, constructiva, animadora de
toda la vida del sujeto al que se pretende ayudar.
Se realiza visiblemente en formas extremadamente diversas en el oratorio, en el internado,
en la escuela, en el grupo, en el trabajo. «El Superior [ = educador] sea todo para todos, siempre
dispuesto a escuchar toda duda o lamentación de los jóvenes, “todo ojos” para vigilar
paternalmente su conducta, todo corazón para buscar el bien espiritual y temporal de aquellos
a quienes la Providencia ha confiado a sus cuidados». Ciertamente en la idea y en la práctica
del sistema de Don Bosco la asistencia comporta un aspecto esencial de vigilancia, del mismo
modo que el concepto de preventivo incluye un previo aspecto de defensa, prevención,
protección y relativo aislamiento, siempre que sea posible. Esto es particularmente sensible en
el colegio-internado, donde se introdujo la práctica secular de la lectura periódica del
Reglamento, para información y aviso de los muchachos, más vivos e «inquietos», que malos.
Al director de un colegio-seminario menor, Don Rúa, escribía en 1863: «Reúne de vez en
cuando a los Maestros, Asistentes y Encargados de Dormitorio y diles a todos que se esfuercen
26
por impedir las malas conversaciones y alejar todo libro, escrito, imagen y pintura (hic scientia
est) y todo objeto que ponga en peligro la reina de las virtudes, la pureza. Que den buenos
consejos; que tengan caridad con todos».
Nos resulta imposible no pensar en influencias de ideas teológicas rigoristas o afines al
jansenismo sobre las consecuencias del pecado original y de convicciones semejantes, sobre la
fragilidad psicológica y moral de los jóvenes. El joven, inclinado al mal, vulnerable, expuesto
al peligro de los malos compañeros y al escándalo, «en peligro», no podía salvarse más que
con la asistencia asidua, protectora, solícita de los educadores.
Pero por encima de todo esto, es clara e insistente la idea de una presencia dirigida a
promover y animar. El educador, siempre presente, participa enteramente en la vida de los
alumnos, escucha, interviene, despierta intereses, acoge iniciativas, inspira actividades. Como
ya se ha visto, el sistema preventivo lo exige por su misma «definición», haciéndolo
auténticamente «educativo».
El «poner al alumno en la imposibilidad moral de faltar» que continúa diciendo el texto, no
significa, ciertamente, «imposibilidad material de pecar». En este sentido la ininterrumpida
presencia, visible o psicológica, de Don Bosco entre los jóvenes y de ellos con él, es, y no
retóricamente, la mejor y más típica representación del concepto pedagógico de la asistencia
preventiva. Una vez más y sobre todo en este punto neurálgico el sistema depende de la persona
del educador. Equilibrio, tacto, relación humana, afecto paterno y fraterno, vivacidad, habilidad
para ponerse a su nivel como amigo, son elementos, junto a algunos otros, indispensables para
una actuación correcta y eficaz.
7. Primacía de la educación religiosa
Cultivar la dimensión religiosa, infundir en los jóvenes el temor de Dios, educarlos a una
vida habitual de gracia, constituye la finalidad de ese conjunto de «prácticas de piedad»
cristiana, inspiradas en la tradición y en su propia experiencia personal, que caracteriza la vida
de todas sus «casas».
En evidente que, para Don Bosco, la vivencia de la «religión» es el objetivo principal de
una auténtica educación. Se lo recuerda a un grupo de Antiguos Alumnos que habían alcanzado
ya esa meta gracias a la educación que habían recibido en el Oratorio. Alude a ello y subraya:
«En cualquier lugar en el que os encontréis comportaos siempre como buenos cristianos y
hombres honrados. Amad, respetad y practicad nuestra Santa Religión, que nos consuela en las
penas de la vida, que nos conforta a la hora de la muerte, que nos abre las puertas de una
felicidad sin límites».
La «felicidad» sin fin, la «salvación eterna», la coloca siempre ante los ojos, como estímulo
permanente para la reflexión y el compromiso de vida.
Con la vista fija en esta meta, el joven es invitado, de muchos modos y maneras —palabras,
lecturas, apólogos y «sueños»—, a subordinar a él cualquier otra actividad, considerando la
salvación del alma como la idea dominante en la vida «espiritual».
En la clave de toda la metodología educativa. Fruto de la redención realizada por Cristo, la
«salvación» es la liberación del pecado y la vida de gracia, filiación adoptiva y amistad con
Dios, en una palabra, santidad. Insisten en ello tres «avisos» del Porta teco cristiano,
27
presentado por Don Bosco: «19. Dios quiere que todos nos salvemos, y es más, quiere que
todos nos hagamos santos. 20. Quien quiera salvarse ha de meterse la eternidad en la cabeza, a
Dios en el corazón y el mundo bajo los pies. 21. Cada uno está obligado a cumplir los deberes
del propio estado».
En el tema de la salvación, dejando aparte fórmulas simplifica-doras, como «teocentrismo»
o «cristocentrismo», ajenas al vocabulario y al pensamiento de Don Bosco, el puesto principal
lo ocupa la acción de Dios que, como hemos visto, «tiene predilección por los jóvenes», y de
Jesucristo, «nuestro Salvador, Dios y Hombre verdadero», «el Divino Salvador».
Al mismo tiempo el joven aprende en numerosas ocasiones —fiestas, novenas, meses
señalados, acontecimientos especiales, devociones—, que en su existencia cristiana actúa con
su intercesión y mediación la Madre del Redentor. Se le invita a acudir a Ella diariamente con
la invocación tres veces repetida: «Madre querida, Virgen María, haced que yo salve el alma
mía».
Finalmente, y no sin importancia, desde el punto de vista «pedagógico», subrayar que la
«presencia» de las personas divinas o sagradas puede ser más fácilmente interiorizada por los
jóvenes, por la eficaz mediación de sus educadores. Coadjutores, clérigos, y, sobre todo,
sacerdotes, de un modo especial los confesores, podrán hacernos tanto más aceptables, amables
y fiables a Dios, a Cristo Salvador, a la Virgen Madre, cuanto más sepan «representarles» al
vivo, como «padres, hermanos y amigos». Bastará, efectivamente, que se revistan de las
cualidades que les sugiere el «sistema preventivo»: la caridad cantada por San Pablo, fundada
en la fe y en la esperanza indestructible, hechas visibles en la «consagración» activa, en clima
de razonamiento y amabilidad humanas.
8. Pedagogía de los sacramentos y de la Eucaristía
En el internado se aplica literalmente el principio de pedagogía práctica de los sacramentos
enunciado en las páginas del sistema preventivo, si bien, como orientación general abarca todo
el «sistema».
Es sabido que la expresión «los sacramentos», en el lenguaje educativo-pastoral de Don
Bosco, se refiere al sacramento de la penitencia y al de la eucaristía, «las dos alas para volar al
cielo».
La confesión y comunión frecuentes y la Misa diaria son las columnas que deben sostener
el edificio educativo del cual se quieran tener alejados la amenaza y el palo. No se ha de obligar
jamás a los alumnos a frecuentar los santos sacramentos; pero sí se les debe animar y darles
comodidad para aprovecharse de ellos. Con ocasión de los ejercicios espirituales, triduos,
novenas, pláticas y catequesis, póngase de manifiesto la belleza, sublimidad y santidad de una
religión que ofrece medios tan fáciles como son los santos sacramentos, y a la vez tan útiles
para la sociedad civil, para la tranquilidad del corazón y para la salvación de las almas. Así
quedarán los niños espontáneamente prendados de estas prácticas de piedad y las frecuentarán
de buena gana [y con placer y fruto]».
Pero más significativo aún, para tener vía educativa libre para gustar de los sacramentos de
la penitencia y de la eucaristía, era la exhortación que hacía a los educandos y a los educadores
en la biografía de Domingo Savio: «Dadme un joven —escribía—, que se acerque con
frecuencia a estos sacramentos y lo veréis crecer en su juventud, llegar a la edad madura y
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alcanzar, si Dios quiere, la más avanzada ancianidad con una conducta que servirá de ejemplo
a quienes le conozcan. Persuádanse los jóvenes de esto para ponerlo en práctica; compréndanlo
cuantos trabajan en la educación de la juventud para que la puedan aconsejar».
Como condición previa de la instrucción y educación impartida se encuentran las
indicaciones de instrucción catequística y de la predicación tradicional sobre las «condiciones»
necesarias para una válida, digna y fructuosa recepción; sobre los actos y «partes» principales;
sobre el grave peligro de sacrilegio en caso de insuficientes disposiciones, sobre la frecuencia
(aconsejada en medida creciente). Tampoco falta, como ya hemos dicho, la denuncia de las
astucias diabólicas, que en la narración incisiva de apólogos, o de «sueños», aparecen en las
más diversas formas, unas veces cautivadoras y otras monstruosas. Se añaden los «aguinaldos»
anuales, las exhortaciones, las instrucciones con ocasión de los ejercicios espirituales y del
ejercicio de la buena muerte.
Más positivamente se actúa y pone de relieve, en la práctica de los sacramentos de la
penitencia y de la eucaristía, la síntesis de lo humano y lo divino, la acción, el «trabajo» de la
gracia y la exhortación a la colaboración personal del sacerdote-educador y del joven educando.
Es una característica distintiva no sólo de la experiencia sacramental, sino también de la
práctica de la oración y de las «devociones», entre las que ocupa un lugar privilegiado la
devoción a la Virgen Madre. Sacramentos y oración son, no sólo «medios» de adquisición de
la gracia, sino también instrumentos de crecimiento humano, de robustecimiento de las virtudes
morales y de promoción de alegría interior y exterior. «Dígase cuanto se quiera acerca de los
diversos sistemas de educación; pero yo no encuentro base segura sino en la frecuencia de la
confesión y de la comunión; y no creo exagerar afirmando que, sin estos dos elementos, la
moralidad queda descartada».
La pedagogía eucarística —misa, comunión, visita—, halla en Don Bosco excepcionales
desarrollos-, preanunciados ya en la biografía de Comollo (1854). Según la extendida
costumbre se acentúa la eficacia formativa de la primera comunión, «el acto más importante»,
«el acto más de más responsabilidad y serio de la vida».
Il giovane provveduto dedica varias páginas a la Manera de asistir a la santa Misa, a la
Preparación a la Sagrada Comunión, a la Visita al Santísimo Sacramento39. Se complace en
recordar que para Domingo Savio «era una verdadera dicha poder pasar una hora ante el
sagrario».
Desarrolla más extensamente el tema eucarístico, bajo el aspecto espiritual y pedagógico,
en la biografía más didascálica de Francisco Besucco, en los tres capítulos dedicados a La Santa
Comunión, la Devoción al Santísimo Sacramento y el Viático. Una vez más, expone Don Bosco
su arraigada convicción: junto al sacramento de la penitencia, «el segundo apoyo de la juventud
es la santa comunión. ¡Felices los jóvenes que desde temprano comienzan a acerarse con
frecuencia y con las debidas disposiciones a este sacramento!».
Con éste se relacionan también los recurrentes temas de la comunión frecuente y en edad
temprana.
Mas la insistente exhortación a la comunión eucarística —y previamente a la confesión—,
nos lleva a pensar en un Don Bosco comprometido con frecuencia en una acción educativa con
objetivos más modestos. La frecuencia de los Santos sacramentos «en los días festivos» se la
propone el 13 de diciembre de 1858, como recuerdo, a los «obreros», y aprendices, «que no
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pueden frecuentar, de ordinario, los Santos Sacramentos en los días feriales». Por esta causa
multiplica los «aguinaldos» sobre el tema. «Confesión sincera y comunión frecuente» es el que
ofrece el 31 de diciembre de 1860 para el año siguiente.
Regina mundi y Panis vitae son las frases que figuran en las dos columnas del apólogo-
aguinaldo del 31 de diciembre de 1863. Al presentar el aguinaldo para el año 1868, Don Bosco
concluía de este modo, el 31 de diciembre de 1867, el relato de uno de sus sueños: «El aguinaldo
sea éste; la Comunión frecuente es el medio más eficaz para tener una buena muerte»: «honrar
a Jesús Sacramentado y a la Virgen, porque con estas dos protecciones se consigue todo y sin
ellas no se consigue nada».
9. El pecado y el sacramento de la reconciliación
Con mucha más apariencia «pedagógica» se presenta la administración del sacramento de la
penitencia, en sus diversos aspectos: acontecimiento de gracia, ocasión para la dirección
espiritual, educación y terapia moral de la corrupción del pecado.
Además del «concepto», la «realidad» masiva del pecado —original y actual—, domina,
sobre todo en la espiritualidad y mentalidad de Don Bosco y en su guerra sin cuartel contra
aquel que constituye como su personificación, el demonio. De ello dan abundante testimonio
sus escritos, sus palabras y sus obras.
Proliferan recomendaciones, enseñanzas, exhortaciones encaminadas a despertar horror al
pecado, «a la fealdad del pecado», «el mayor enemigo de los jóvenes» y tensión hacia la gracia,
«a la belleza de la virtud». «¡Oh, qué desgraciados son los que pecan!; pero más aún los que
permanecen en pecado»;
«¡Pecado, pecado! ¡Qué verdugo eres de quienes te dejan entrar en su corazón!», son
palabras que pone Don Bosco en boca del joven Magone, después de su confesión general. Es
imprescindible «romper los cuernos al demonio que pretende ser el maestro y el amo de algunos
de vosotros».
Es un afán comunicado, alimentado por sueños amenazadores, ante las más frecuentes
formas del mal que ataca a la juventud: impureza, blasfemia, hurto, malas conversaciones y
escándalos, intemperancia e indisciplina, desgana en los deberes religiosos.
El enemigo número uno es, como ya hemos apuntado, la impureza, «el más feo de todos los
pecados»51, algo así como «revolcarse en el fango del envilecimiento»; alimentarse de «carne
infectada de muerte» (Animalis homo nos percipit quae Dei sunt; exponer el cándido pañuelo,
símbolo de la regina virtutum, al granizo y a la nieve; ofrecer a la Virgen, «una cabeza de
cerdo, un gato, un plato de sapos» en vez de un ramo de flores. En el sueño del infierno se
ponen en evidencia los «lazos» principales con los que el demonio caza a los jóvenes, que un
monstruoso demonio arrastra tras de sí: «el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la
envidia, del sexto mandamiento, del hurto, y muchos más, pero los que más abundante presa
conseguían eran los lazos de la deshonestidad y la desobediencia, junto con el de la soberbia,
que une entre sí a los dos lazos anteriores»; les hacía compañía también el del respeto humano.
Con la catequesis y la «predicación», con frecuencia ansiosa, y angustiosa a veces, se
entremezcla constantemente la palabra alentadora y tranquilizante de la misericordia y el
perdón.
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Viene en ayuda, portador de gracia y de alegría, el sacramento de la reconciliación, de la
paz con Dios y consigo mismo: la misericordia de Dios se ejerce con el «martillo de la
confesión».
El entero proceso «penitencial» en relación con la eucaristía, ocupa en el Cenno biografico
sobre Magone, un lugar prevalente como atención «educativa», al desempeñar en ella la parte
humana un papel más consistente que en el ex opere operato de la comunión y de la santa misa.
En efecto, a pesar del ex opere operato, a la administración del sacramento de la penitencia se
le atribuye una fuerte carga «pedagógica», tanto por parte del ministro como del penitente. La
acción del confesor, preferiblemente «fijo», es determinante para que se den en el joven las tres
disposiciones fundamentales: integridad y sinceridad en la confesión de los pecados, dolor
necesario, completado por «propósitos» firmes, en los que insistía particularmente Don Bosco.
«Mientras no os hagáis con un confesor fijo, en el que poner enteramente vuestra confianza,
echaréis de menos un verdadero amigo para las cosas del alma», dice a los jóvenes en el perfil
biográfico-pedagógico de Miguel Magone. Al mismo tiempo se dirige a «quien está destinado
a oír las confesiones de los jóvenes», con indicaciones pedagógicas totalmente especulares,
para facilitar y promover la confianza. Emplea los términos característicos del sistema; «acoger
con amabilidad», «echarles una mano a la hora de exponer el estado de su conciencia»,
«corregidlos con bondad», «ganar la confianza», «obrar con mucha prudencia y una gran
delicadeza» en cuanto se refiere a la virtud de la modestia.
Análogamente, en la Biografía de Besucco, Don Bosco exhorta primero a los jóvenes a elegir
un confesor fijo como guía espiritual; luego dirige a quien está «destinado a educar a la
juventud» tres recomendaciones: «inculquen con celo la frecuente confesión», insistan «en la
gran utilidad de elegir un confesor estable», recuérdenles «frecuentemente el gran sigilo de la
confesión» de manera que aseguren a los jóvenes yles animen a acercarse al sacramento con
confianza ilimitada y con serenidad de espíritu. Son los temas habituales de sermones,
conferencias, Buenas Noches, escritos, consejos personales, que exigen al joven un fuerte
compromiso personal.
El tema está dramáticamente concentrado en el «sueño» relatado en la carta del 11 de febrero
de 1871 a los jóvenes del colegio de Lanzo. Se habla de una imaginaria composición de
monstruo, que «juega», seguro de la colaboración de amigos de confianza: «aquellos que
prometen y no cumplen; confiesan siempre las mismas cosas», y otros que tienen «malas
conversaciones»: «cada palabra es como una semilla que produce frutos maravillosos»; un
monstruo que, a pesar de todo, se ve obligado a revelar quiénes son «sus mayores enemigos»:
«los que comulgan frecuentemente», los devotos de María, y, sobre todo, los que cumplen los
propósitos que hacen en la confesión».
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  • 2. 2 Encuentro Formativo “Sistema Preventivo” P. Michal Vojtáš, SDB, Docente en la UPS de Roma 19 a 23 de agosto del 2019 Objetivo: Actualizar la comprensión y la vivencia del Sistema Preventivo de don Bosco para mejorar nuestra praxis educativo-pastoral salesiana. Destinatarios: Miembros de la Familia Salesiana y Laicos de nuestras obras a quienes les complementa el tema formativamente; será también de particular interés para quienes ya han participado en los cuatro niveles de Salesianidad que ofrece el Centro o en otras propuestas formativas del mismo.
  • 3. 3 UNIDAD 1: PARADIGMA DE LA PREVENCIÓN. EL IDEAL DEL BUEN CRISTIANO Y HONESTO CIUDADANO Presentación 1 (prevención) Presentación 2 (cristiano ciudadano) SISTEMA PREVENTIVO Y PREVENCIÓN EN DON BOSCO1 La identidad pedagógica de don Bosco se define comúnmente en relación a su «sistema preventivo»; con esta expresión sintética es que el mismo educador piamontés ha querido connotar la propia propuesta educativa cuando fue invitado y casi obligado a dar forma teórica a la ya reconocida praxis pedagógica. Se ha discutido mucho en diversas sedes cualificadas, sobre la dimensión «sistemática» de la pedagogía donbosquiana (y el mismo don Bosco tenía muchas dudas al respecto) y sobre todo sobre la costumbre de cualificar como «preventivo» su aporte teórico y práctico. A partir de los problemas suscitados por estas discusiones, se advierte la necesidad de un encuadre histórico – cultural de la praxis y de la teoría preventiva de don Bosco que permita iluminar, aunque sin pretensión de ser exhaustivos, sobre este aspecto de la compleja figura del educador piamontés. 1. El concepto de prevención en el cuadro sociocultural de los tiempos de don Bosco. Don Bosco ha trabajado en el campo educativo y en el socio-asistencial por cerca de cuarenta años (1841-1888); es un lapso de tiempo durante el cual han sucedido notables transformaciones en el cuadro político, económico, social, cultural y religioso piamontés e italiano que no han dejado de influenciar los modelos prácticos y teóricos de prevención predominantes en tal contexto y que, en diversa medida, han contribuido a diferenciar las opciones teóricas y operativas particulares, dejando el proyecto operativo de don Bosco, sustancialmente idéntico durante toda su vida. Es necesario, por tanto, introducir en el análisis una perspectiva evolutiva, que dé razón de ciertos acentos a lo largo del tiempo, no sin significado. El inicio de la obra de don Bosco se coloca en un contexto caracterizado por la inquietud preventiva, que parece atravesar la vida política, social, familiar y eclesiástica de muchos países de Europa y que reviste en diversa medida, los ámbitos jurídico y penitenciario, socio- asistencial, educativo, religioso-moral. Tal inquietud no carece de ambigüedad, precisamente porque tiene sus raíces por un lado en premisas históricas y culturales que preceden al traumático acontecimiento de la Revolución Francesa y por otro lado, en la normalización querida por la Restauración y en las aspiraciones emergentes de los muchos movimientos revolucionarios que culminaron en el 1848. Pondré en 1 GIANCARLO MILANESI, Sistema preventivo y preventivo e prevenzione in don Bosco, en: CARLO NANNI (Ed), Don Bosco e la sua esperienza pedagogica. Atti del 5° Seminario di Orientamenti Pedagogici Venezia-Cini 3- 5 ottobre 1988, LAS, Roma 2989, 148-165. Traducido en español por P. Salvador Delgadillo, sdb.
  • 4. 4 evidencia algunos aspectos, privilegiando dos filones de análisis estrechamente conectados entre sí. a.- Bajo el perfil socio-asistencial conviven en la primera parte del 1800, dos concepciones contrapuestas de prevención, que reflejan la historia antigua y reciente de las políticas de los varios poderes públicos orientados a combatir el pauperismo y la evolución de las diversas formas de caridad, beneficencia y filantropía privada. La primera concepción es paradójicamente de tipo «defensivo-represivo» y acentúa en modo particular algunos elementos de análisis socio-político de los fenómenos de la pobreza y de comportamiento que caracterizan la historia de muchos países europeos del siglo XVI en adelante. La perspectiva o el punto de vista de la que ella parte es la salvaguardia de los “buenos” y de los “sanos”, de los “razonables” contra el peligro representado por los “anormales” y en mayor medida, de los “diversos”, que, aunque sea sólo hipotéticamente, pueden amenazar el orden social y golpear el sistema de poder constituido. El motivo dominante de las intervenciones preventivas es la desconfianza en relación a todo lo que es o puede llegar a ser factor de novedad, desequilibrio, cambio; indudablemente este tipo de prevención se presenta como una forma de control social ejercido sobre los procesos de cambio social a través de la marginación de las partes más frágiles y débiles de la estratificación social. Objeto de las medidas preventivas son ante todo los individuos y los grupos desviados (porque criminales o porque revolucionarios) y luego también vastos sectores de niveles más bajos de la estratificación social: delincuentes, prostitutas, pobres, vagabundos, mendicantes, enfermos mentales, minusválidos físicos o psíquicos. Los métodos usados son prevalentemente los de la segregación, de la vigilancia, de la contención, de la censura, de la corrección, del castigo, de la represión. Se insertan en esta perspectiva las instituciones totales que a partir del siglo XVI y hasta casi la mitad del siglo XIX son instituidas por gobiernos de los Estados absolutistas o de organizaciones privadas para quitar de las calles sea la población “parasitaria” para obligarla a un trabajo socialmente útil y a bajo costo, sea la población peligrosa para impedirle matar a las minorías en el poder y de contaminar la vida social. Los jóvenes pertenecientes a los estratos marginales representan un componente relevante de estas poblaciones consideradas “de riesgo” y pagan un alto precio en términos de alienación, aun cuando si en relación con ellas las medidas defensivo-represivas son con frecuencia temperadas por oportunidades de instrucción y de trabajo no forzado. Se pueden hacer algunas reflexiones de carácter valutativo sobre esta forma de prevención. A partir de esta concepción está la convicción, propia del racionalismo y del iluminismo pre-revolucionario y luego del positivismo de mil ochocientos, de la intrínseca racionalidad de los sistemas sociales existentes y por tanto del carácter irracional, patológico y en definitiva, injusto (y por tanto punible) de las diversas formas de diversidad/desviación presentes en la sociedad. La pobreza y el vagabundeo, la mendicidad y la desocupación se convierten necesariamente en comportamientos culpables contra los cuales es razonable adoptar medidas defensivas y represivas.
  • 5. 5 Además en esta perspectiva está casi completamente ausente la preocupación por el aspecto promocional de la prevención; ella en efecto está pensada como neutralización del mal ya en acto y anticipación eficaz de otros eventuales efectos negativos. La finalidad prevalentemente defensiva privilegia el interés de los amenazados y deja en la sombra el destino de los “prevenidos”. En cualquier medida se puede también decir que esta concepción separa la intervención preventiva de la finalidad readaptativa o reintegrativa; lo diverso y lo desviante tal vez no están en grado de realizar una verdadera recuperación de sí mismos, sino que están destinados a la marginalidad definitiva, por esto viene la sospecha de que esta forma de prevención de la que hablamos no corresponde sino parcialmente a una intervención que mira a eliminar o a reducir las causas de la desviación o de la diversidad, pero solo para no dejar proliferar los efectos negativos. No por casualidad está vivamente presente en la conciencia de muchos pensadores economistas y políticos de este tiempo, la convicción de la sustancial inutilidad de las intervenciones represivas en relación a los fines de una efectiva reducción de los fenómenos del pauperismo, de la delincuencia, de la mendicidad y del vagabundeo. De esta concepción de la prevención está excluida, en fin, una dimensión explícitamente educativa; esa es aplicada casi únicamente dentro del ámbito del político, del jurídico, del económico, de lo social. Esto provoca casi necesariamente un ceder al uso ideológico de la Prevención, o sea, su subordinación a los intereses de parte, emergentes en los ámbitos citados. Es sólo la dimensión educativa la que, concentrándose en lo marginal y no en la marginación, permite superar el riesgo de la ideología. Una segunda concepción de prevención acentúa en cambio los aspectos más propiamente “promocionales” de las intervenciones públicas y privadas en el campo de la asistencia social. Es compartida en medida diversa por filántropos, políticos, educadores, eclesiásticos de diversa extracción y formación. La perspectiva promocional no excluye del todo la preocupación de la “defensa social”, es más, en un cierto sentido es funcional a ella. La mayor defensa social proviene de la promoción individual y social de los desfavorecidos, de su recuperación, de su reintegración. La finalidad dominante de esta concepción “promocional” de la prevención es claramente la de incidir sobre las causas subjetivas, individuales de la marginalidad social; esto es evidente en todas las formas de intervención preventiva que implican instrucción, formación profesional, recuperación, subsidio económico. Pero más allá de esta perspectiva laudable, (aunque si parcialmente eficaz) la dimensión “promocional” no logra siempre liberarse de un cierto paternalismo que en definitiva justifica la actitud que hoy llamamos asistencialismo, o sea, una intervención que sustancialmente considera lo marginal y desviado como objeto de cuidado, ayuda, sostén y no como sujeto de la propia emancipación individual y social. En otras palabras, esta forma “promocional” de prevención corre el riesgo de convertirse en una acción reductiva de contención de las solas consecuencias de la marginalidad y de la desviación. Objeto de la intervención preventiva son las más variadas formas de desventaja social, cultural, psico-físico (especialmente presentes en las clases más pobres), y las personas desviantes a causa del comportamiento delincuencial. El estilo y el método de esta intervención preventiva incluyendo varias formas
  • 6. 6 institucionales y medios diversificados; entre ellos (beneficencia, asistencia, cooperación, mutua ayuda, etc.) emerge la educación en todas las formas de instrucción, adiestramiento profesional, terapia recuperativa, animación del tiempo libre, iniciación religiosa, etc. A título crítico-evaluativo tal vez sea útil subrayar algunos aspectos problemáticos de esta modalidad “promocional” de la prevención. A partir de esta concepción se registra un cierto optimismo antropológico, diversamente justificado bajo el perfil teorético; se encuentran en efecto elementos indudables del iluminismo pre-revolucionario y del liberalismo del mil ochocientos (y bajo el perfil educativo está evidentemente el influjo de las ideas de Rousseau), pero también convicciones religiosas de marca claramente antijansenista. La “regeneración” de los individuos o del grupo/estrato social de pertenencia, se convierte así no sólo en una hipótesis plausible sino en una tarea y un deber de los operadores sociales y políticos, de los educadores y de los hombres de Iglesia. Pero no obstante este optimismo de base, la concepción promocional de la prevención de la primera parte del 1800 italiano y europeo no carece de límites y contradicciones. Es de notar la poca advertencia acerca de los procesos de marginación por los cuales se buscaba ejercitar alguna forma de intervención preventiva; esto llevaba muy frecuentemente a hacer ineficaz la prevención de las causas de la marginalidad y ambigua la prevención dirigida de los efectos ulteriores. Además, la insensibilidad por la dimensión “territorio” llevaba a privatizar el problema de la desviación-diversidad-marginalidad y a concebir en modo reductivo la misma prevención- educación (acción sobre el individuo y no sobre la sociedad que provoca la desviación- diversidad-marginalidad). En síntesis y casi resumiendo los motivos precedentes se puede subrayar la inadvertencia acerca del carácter necesariamente conservador de todas las formas públicas y privadas de prevención; es más, incluso más, la inadvertencia acerca de la función de control, de reproducción de las relaciones sociales de gestión no resolutiva de los conflictos y de las contradicciones sociales que caracteriza las diversas formas de prevención “promocional”. Las dos diversas concepciones de prevención aplicadas a la acción en el campo socio- asistencial parecen polarizarse, en torno al 1840, también respecto a las colocaciones políticas y sociales de los trabajadores. Aún siendo compartidas en diversa medida un poco por todos, la primera, la defensivo-represiva, era hecha propia sobre todo por cuantos se oponían al movimiento de renovación social y política nacida dentro y contra de la restauración post- napoleónica; la segunda era compartida en general por las clases emergentes, contrarias, por un lado a la políticas socio-asistenciales de los Estados absolutistas y por otra, a la interpretación puramente caritativa de la beneficencia, de la instrucción, del adiestramiento profesional, etc. Tal polarización era, por otra parte, análoga a una cierta “división del trabajo” que casi tácitamente había sido aceptada en los decenios precedentes, la cual preveía el estado empeñado prevalentemente en operar con los instrumentos de la prevención “promocional” (aún con acentos paternalístico - asistenciales). B) Bajo el perfil educativo la primera parte del mil ochocientos se caracteriza también por una inquietud preventiva. En el Piamonte en particular es digno de mención en este sentido el clima creado entorno al educador primario, junto a la obra de F. Aporti, según la enseñanza de
  • 7. 7 G. A. Rayneri, bajo la influencia ejercida por A. Rosmini, a la difusión de una literatura pedagógica mayormente francesa, que da mucho relieve a la idea preventiva. Pero la actitud defensivo-represiva continua persistiendo también entre aquellos que han abrazado las ideas liberales y que no condividen las aprehensiones políticas y sociales de los bienpensantes conservadores; sus preocupaciones se dirigen, si acaso, a aquellas partes proporcionales de ¨diversos¨ y de ¨desviados¨ que permanecen sustancialmente al margen respecto a la nueva sociedad preconizada por el leadership liberal. Y la ideología positivista que da una legitimación parcialmente nueva de las medidas defensivo – represivas adoptadas contra los delincuentes, los enfermos mentales, los alcohólicos, las prostitutas. La aproximación positivista al problema de la desviación parte, en efecto, del presupuesto que los factores objetivos (internos y externos al sujeto) son netamente más responsables de aquellos subjetivos (o sea, intencionales), en el explicar los comportamientos asociales o antisociales. Si el sujeto es descargado de la responsabilidad de la propia desviación, y no menos viene él reconocido objetivamente peligroso y sustancialmente irrecuperable. La aparente magnanimidad de la sociedad liberal no puede, por tanto, evitar el adoptar hacia los marginados medidas de tipo segregativo, disfrazado del falso objetivo de la reeducación y de la reintegración. La aproximación positivista se limita, por tanto, a praxis de prevención que consisten en el impedir la propagación del modelo desviante, en el perseguir su contención y en el salvaguardar la sociedad de su influjo negativo: paradójicamente la patología social no es reportada desde sus fuentes si no en modo muy teórico, y por tanto la necesidad de una prevención que toque las raíces o las causas de tal patología, es casi siempre subrayada en relación a las causas individuales y microsociales del fenómeno. No se quiere, en último análisis reconducir el discurso a la sociedad, su estructura, la distribución del poder, las lógicas de desarrollo, la estratificación, el control social. Estas orientaciones, a través de sucesivas modalidades de legitimación teorética, serán prevalentes no sólo entre los operadores sociales sino también en los ordenamientos judiciarios y penitenciarios de muchos estados europeos y extraeuropeos hasta la mitad del siglo siguiente, cuando serán expuestos a críticas radicales. Bien diversas son las actitudes de cuantos, en cambio, han continuado creyendo en la prevención como hecho promocional, la nueva actitud política, social y económica, parece exigir formas de prevención que no se dirigen sólo a la promoción de los individuos sino a enteras clases sociales (en particular a las clases populares, urbanas y rurales) emergentes; por otra parte, la intervención preventiva toma cada vez más las formas de la promoción del protagonismo de los marginales, abandonando progresivamente la mentalidad asistencial y privilegiando la instrucción, el asociacionismo, la cooperación, el sindicalismo, etc. En otras palabras se trata de prevenir, mediante varias iniciativas promocionales, el riesgo de marginación de completos estratos sociales desde los procesos de formación del nuevo estado unitario, de la incipiente sociedad industrial, de la frágil democracia todavía elitista. Es sin duda un proyecto de signo utópico que no se podrá realizar sino en parte, pero que domina por motivos muy diversos el horizonte moral de políticos y educadores, de pensadores y revolucionarios de muy diversa sensibilidad cultural, social y religiosa. Es el proyecto de
  • 8. 8 liberales moderados y de socialistas revolucionarios, de mazzinianos y de anárquicos, de católicos progresistas o transigentes y de masones iluminados. En cuanto a la sensibilidad preventiva en el ámbito pedagógico específico se debe tal vez señalar alguna nueva formulación teorética que en Francia y en Italia tiende a dar dignidad sistemática a muchas intuiciones dispersas y poco orgánicas. Es esencial, en torno a la mitad del siglo hacia los 70 y más, la contribución de Mons. Dupanloup a la clarificación de la distinción entre prevención en la sociedad mediante la educación (que es como decir la codificación de las valencias sociales, el sentido preventivo, del hecho educativo) y la prevención en el espacio educativo (que es el equivalente del relieve metodológico que la preocupación preventiva tiene en la praxis educativa). De Dupanloup es central el concepto de ¨educación disciplinar¨ que incluye la disciplina directiva (entendida como orientada a mantener las condiciones de ejecución de las normas educativas), la disciplina preventiva (finalizada al anticipo de la violación de las normas mediante ¨el celo de la vigilancia¨) y la disciplina represiva (pensada como instrumento de sanción de las transgresiones). La influencia de Dupanloup en Italia es fácilmente documentable, junto con el impacto ejercitado por toda una literatura pedagógica (desde Lambruschini hasta Capponi, desde Pestalozzi a Tommaseo) que si bien no explícitamente preventiva, tiene una esencial orientación de apertura no represiva. 2. La prevención en la praxis y en la teoría educativa de don Bosco. La figura de don Bosco educador está asociada históricamente a su ¨sistema preventivo¨. Sin embargo, la colocación de su rica experiencia de educador y de pedagogo en el cuadro de la inquietud preventiva parece depender más del análisis de su praxis educativa personal y de la de los educadores formados por él (que han dado de ello diversas interpretaciones), que no de sus tentativas de formulación teórica que se han expresados a través de escritos por demás ocasionales y no sistemáticos. Hay que hacer notar además que su variada identidad de educador y pedagogo puede ser correctamente entendida solo si reportada a la más compleja personalidad de sacerdote y fundador, de legislador y organizador, de diplomático y escritor popular. Por otra parte el uso habitual del término preventivo para designar la característica esencial de su propuesta educativa es más bien tardío en la vida de don Bosco; esto engendra algunas interrogantes sobre el significado real que él mismo atribuye a tal término y sobre la importancia que la inquietud preventiva tenía en su vida, en la realización de su ¨proyecto operativo¨. Una general ¨pasión preventiva¨ (entendida sea como conciencia del valor preventivo de la educación en sus proyecciones sociales, sea como elección metodológica de una actitud preventiva al interno de la misma praxis educativa) está presente desde el inicio en el proyecto operativo de don Bosco y viene especificándose y profundizándose a lo largo de su parábola vital. Queda como «constante» de fondo, aún acentuando aspectos particulares en consonancia con el transformarse del contexto político-económico y socio-cultural, el ansia de prevenir mediante la educación, la marginación de las masas de los jóvenes ¨pobres, abandonados y en peligro¨ (frecuentemente caracterizados como ¨peligrosos¨). Progresivamente se integra a esta
  • 9. 9 preocupación una creciente conciencia de la necesidad de una metodología preventiva en el mismo operar cotidiano, desde dentro del ¨hacer¨ educativo: tal vez menos evidente en los primeros años del oratorio, esta dimensión se va extendiendo a medida que se desarrolla la ¨casa anexa¨ sea como semi-internado que como internado y se va afirmando la urgencia de ¨recuperación¨ para los jóvenes más necesitados o en peligro; la misma perspectiva se refuerza con ocasión de hipótesis de ampliación del proyecto de don Bosco a ¨internados con fines especiales¨. Hay por tanto un desarrollo diferenciado de la dimensión preventiva en la praxis de don Bosco, con más evidente transformación de lo que llamo aspecto intra-educativo. Tal vez es posible afirmar que una análoga diferenciación está presente en el desarrollo de los escritos de don Bosco sobre el ¨sistema preventivo¨. La ¨constante¨ de la cual hemos dicho que es evidenciable ya en los ¨fragmentos y documentos¨ de la primera fase (1845-1959); está claramente desarrollada en la conversación con U. Rattazzi (1854) y en el diálogo entre don Bosco y el maestro Francisco Bodrato (1864); asume perspectivas todavía más amplias en los ¨recuerdos a los misioneros¨ (1875); se especifica en el proyecto relativo a la hipótesis de asunción de casas para muchachos en peligro y peligrosos. La dimensión intra-educativa, ya aparente en algunas anotaciones metodológicas inherentes a la redacción de las ¨Historias¨ escritas por don Bosco, se dilata ya en las biografías de Savio, de Magone y de Besucco y de otros muchachos, representándose luego sobre todo en el ¨Sistema preventivo en la educación de la juventud¨ (1877), en los Artículos generales del ¨Reglamento para las casas¨ (1877), en la ¨Circular sobre los castigos¨ (1883), en las dos cartas de Roma (1884), en las cartas a los salesianos en América (1885). Se trata, como ya hice observar, de dos aspectos que se van integrando progresivamente, con dos diversas velocidades de desarrollo pero con evidente convergencia. A respecto de la sensibilidad preventiva en proyección social según la cual don Bosco buscó de hacer convivir en su praxis y en la paralela formulación teórica un componente típicamente defensivo (que le venía de múltiples condicionamientos sociales y culturales de su formación y de su primera experiencia educativa y socio-asistencial) y un componente típicamente promocional (que le había sido sugerido sea por ciertas promesas de valores derivados de su identidad de sacerdote, sea por la presencia de estímulos en el ambiente católico-filantrópico de su tiempo, sea de ciertas propensiones suyas de carácter y espirituales). Tal vez puede ser útil confirmar con no pocos estudiosos de la figura de don Bosco que el modelo de sociedad ideal que él ha compartido y que ha quedado prácticamente inmutable durante todo el arco de su vida y fue caracterizado sustancialmente por una cierta ideología de tipo social, de una cierta desconfianza hacia los cambios repentinos de los ordenamientos políticos y económicos, de una explícita convicción de la necesidad de dar un fundamento religioso al orden social. Esto puede justificar una persistente preocupación en don Bosco por el ¨riesgo¨ representado, por la sociedad ordenada querida por él, de la presencia de consistentes cuotas de jóvenes abandonados y en peligro (y por ello también peligrosos), sin instrucción y sin trabajo, expuestos a la vagancia y a la desviación. De aquí la elaboración de un concepto de prevención entendido como preservación de la sociedad de la amenaza de la juventud ¨corrupta¨, concepto que por otro lado es co-presente y compatible con una auténtica
  • 10. 10 preocupación por la ¨salvación¨ total de tales jóvenes. Estas ideas son prevalentes en la primera fase de su larga vida de educador y permanecen en el fondo de sus ideas socio-asistenciales y pedagógicas aún en el período de madurez, cuando los acontecimientos políticos y sociales habrán insinuado en él no pocas dudas sobre la correspondencia entre su modelo de sociedad ideal y el que se prefiguraba y preconizaba en el nuevo Estado liberal; las mismas ideas eran revisadas y propuestas de nuevo aún al final de la vida, frente a las nuevas y más profundas transformaciones sociales preanunciadas. Por otra parte, es innegable la presencia en don Bosco de un empeño preventivo- promocional. Tal vez es excesivo atribuirles una clara conciencia de la valencia socio-política de su obrar educativo; pero parece fuera de duda que él perseguía un propósito casi utópico de elevación intelectual, profesional, físico, moral y religioso de los jóvenes, de todos los jóvenes de las clases populares y en particular de los pertenecientes a las categorías de pobres, abandonados y en peligro. En él el concepto de ¨regeneración¨, típico de muchos pensadores y trabajadores de su siglo, se convierte en sinónimo de una capilar y compleja operación de educación, re-educación, recuperación, valorización e integración o reintegración, de los jóvenes marginales de su tiempo. Tiene conciencia de la dificultad pero también de la centralidad del trabajo educativo respecto a la tarea de la promoción de masas juveniles; afirma, en la praxis y en las propuestas operativas, un optimismo pedagógico realístico y laborioso. También si el referente constitutivo de su modelo de sociedad cristiana no está ausente de límites y de fragilidad teorética, él no cesa de trabajar para hacer de los jóvenes pobres, abandonados, y en peligro, los protagonistas de un proyecto global de renacimiento social, religioso y moral o incluso, como en el caso del compromiso en países de misiones, de un proceso de original impostación de una nueva sociedad civil y de implantación de la comunidad cristiana. A respecto de la sensibilidad preventiva aplicada metodológicamente a la praxis educativa, se requiere tal vez introducir una ulterior distinción. La dicción ¨preventivo¨ parece en efecto asumir dos significados diversos cuando es unida a ¨sistema¨. En sentido más amplio significa la propuesta pedagógica elaborada por don Bosco y los suyos, sin una particular acentuación del preventivo mismo. Se trata de una definición global de todo lo que es explicitado por la antropología cristiana que don Bosco hace propia; de los principios supremos de metodo (que son también contenidos del mensaje educativo) clásicamente formulados en ¨razón, religión, amorevolezza¨; de los estilos de relación educativa como la asistencia, la familiaridad, la alegría, la espontaneidad; de los instrumentos diferenciados y originales como el juego, el teatro, el estudio, el trabajo. En otros contextos el ¨preventivo¨ asociado al ¨sistema¨ está para indicar que se quiere subrayar en modo específico el ¨criterio¨ preventivo, o sea aquella particular sensibilidad que se quiere en el educador como laboriosa, con atención vigilante sobre lo que puede constituir experiencia irreversiblemente negativa para el muchacho y como confiado y constante estímulo de las experiencias que implementan el proceso de maduración. No se puede evitar hacer notar que históricamente, se ha querido con frecuencia acentuar la segunda acepción de ¨preventivo¨, casi acreditando como más importante la parte respecto al todo y corriendo el riesgo de absolutizar, aislando y enfatizando, lo que en realidad no es sino una cualificación parcial, por interpretar a la luz de un significado más rico y articulado. En esta dirección se desarrollaron las no pocas críticas que se hacían al sistema ¨preventivo¨, o mejor a la absolutización del criterio preventivo: las más significativas, formuladas por el
  • 11. 11 jesuita N. Perquin atribuyen al ¨preventivo¨ la responsabilidad de una educación que obstaculiza la formación de personalidades libres y responsables, insistiendo en una metodología que es al mismo tiempo paternalista e hiperprotectora. Tales críticas, al tiempo que señalan oportunamente el riesgo conectado con una interpretación reductiva de lo preventivo, no tienen en cuenta los aspectos más propiamente propositivos de la prevención educativa y, todavía más, no consideran que el ¨sistema¨ es tal no sólo y no sobre todo en fuerza del criterio preventivo sino en base a la propuesta integral que don Bosco elabora y pone en práctica. LA EDUCACIÓN DEL BUEN CRISTIANO Y HONESTO CIUDADANO SEGÚN LAS ESIGENCIAS DE LOS TIEMPOS2 El sistema educativo de Don Bosco, al igual que toda su acción pastoral y espiritualidad no se presenta con la radicalidad de otros modernos profetas de la educación. No tiene por objeto la creación de un hombre huevo, como pretendieron, en épocas y con puntos de mira diferentes, Rousseau y Makarenko1 . Pero tampoco contemporiza, en mentalidad restauradora, con un puro retorno al hombre antiguo, el de la tradición cristiana y cívica del ancien régime. Don Bosco ha considerado y llevado a cabo su obra educativa con la intención de alcanzar objetivos antiguos y al mismo tiempo nuevos, acompañando a los jóvenes para acoger y formar en sí mismos, por una parte, la fidelidad a la perenne novedad cristiana y, por otra, la capacidad de inserción en una sociedad lastrada por la pesada herencia del ancien régime y proyectada, al mismo tiempo, hacia nuevas conquistas. Análoga comprensión, si bien diferenciada, tienen de él sus contemporáneos. En este capítulo se intentará esbozar, en sus rasgos esenciales, el hombre que él quiere formar. 1. Una visión teórico-práctica de los fines de la educación Los fines educativos que él persigue y propone, no son el resultado de una teoría general y orgánica de la educación. Sin embargo, se van definiendo dentro de una experiencia, que no es sólo pragmática. Confluyen en ella evidentes elementos culturales: la fe vivida desde su infancia en la práctica de la oración, en la catequesis, en la participación en las ceremonias de la iglesia, la formación humanística juvenil, los estudios filosóficos y teológicos, la formación moral y pastoral, las lecturas históricas, apologéticas y espirituales. Añádense a esto, y no son menos determinantes, los variados contactos con el mundo de la pobreza y la indigencia, no sólo en el campo «espiritual», sino también en el campo «material», urgente y generalizado. Como le enseñaba la vida y el «Padrenuestro», el pan de cada día implorado era, al mismo tiempo, fe, gracia. Cristo, eucaristía, medio de subsistencia y trabajo para ganárselo. Don Bosco no elabora un estudio de los fines educativos dentro de una concepción humanista-cristiana del mundo y de la vida, filosófica y teológicamente estructurada, aunque mental y operativamente la tenga siempre delante. Lo exigía la cultura adquirida, su 2 PIETRO BRAIDO, Prevenir, no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco, CCS, Madrid 2001, pp. 252-270
  • 12. 12 temperamento, su sensibilidad y el contacto con los jóvenes necesitados. Para su petición concreta no era suficiente una respuesta religiosa y de catecismo. Don Bosco lo pone de manifiesto en las más diversas evocaciones «históricas»: el Cenno storico, los Cenni storici, el proemio a las Constituciones, las diversas «noticias históricas» como introducción a los informes enviados a las autoridades eclesiásticas y civiles, en las Memorias del Oratorio, en las innumerables cartas y circulares, en sus discursos y conferencias para conseguir ayuda, beneficencia y apoyo. Es lógico que, al no haber delineado una sólida y orgánica visión teórica, en su acción cotidiana los diversos elementos puedan aparecer un poco desequilibrados a favor de alguno de los valores. Se puede notar, por ejemplo, un privilegiado y mayor aprecio por los valores religiosos y sobrenaturales que por los terrenales y por los individuales más que por los sociales y políticos. Pero la realidad vivida podría justificar la legítima y deliberada recomposición de la totalidad de los aspectos en un sustancial y completo humanismo cristiano. 2. Las finalidades educativas en una visión humanista-cristiana, entre lo «antiguo» y lo «nuevo» Son innumerables las expresiones prácticas y teóricas que ponen de manifiesto esta mentalidad que, por otro lado, dejando aparte matices característicos propios, no es totalmente nueva en una tradición que se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, echa raíces en tratados clásicos medievales, se consolida en la época humanista y renacentista y se expresa en las florecientes congregaciones de enseñanza masculinas y femeninas de la época moderna, que con frecuencia, tienen como modelo la Ratio studiorum de la Compañía de Jesús. Don Bosco acuña su propia convicción, que se convertirá en programa, en la conocida fórmula «buen cristiano y honrado ciudadano», traducida más tarde, en el momento de la iniciativa misionera, desde 1875, en otras de más extenso significado, pero de idéntica inspiración; «evangelización y civilización», promoción del «bien de la humanidad y de la religión», «extender el Reino de Jesucristo llevando la religión y la civilización a aquellos pueblos y naciones que desconocen ambas cosas». La primera «honrados ciudadanos y buenos cristianos», es la más extendida, con diversas variaciones: «buenos ciudadanos y verdaderos cristianos», «buenos cristianos y sabios ciudadanos», «buenos cristianos y hombres íntegros». En cuanto a su contenido la fórmula es la proclamación abreviada de un único «manifiesto educativo» de sabor tradicional, pero virtualmente abierto a lo nuevo. Y ya se proclamaba en el primer libro importante de orientación religiosa de la vida. Il giovane provveduto: «Os ofrezco un método de vida corto y fácil, pero suficiente para que podáis ser el consuelo de vuestros padres, buenos ciudadanos en la tierra y, después, felices poseedores del Cielo». Más o menos explícitamente, estas expresiones muestran una mentalidad «moderada», no infrecuente en un mundo católico empeñado en la obra de reconstrucción moral y civil tras la tormenta revolucionaria. Por un lado, no se puede ocultar una cierta añoranza de «los buenos tiempos pasados», los que precedieron a las transformaciones provocadas por la revolución francesa. Existe una intensa aspiración de volver a una sociedad vista como integralmente cristiana, basada en las tradicionales virtudes religiosas y morales: la fe, la práctica religiosa generalizada, la vida
  • 13. 13 sacramental la catequesis en la familia y en la iglesia, el ejercicio de obras de misericordia, la obediencia al «paternal» gobierno de las legítimas autoridades religiosas y civiles, el respeto a las «normas» y a la jerarquía, el contentarse con la propia situación, la laboriosidad, la aceptación del sacrificio, la esperanza del premio eterno. Por otro lado, se tiene una fuerte sensación de que un mundo nuevo irrumpe con fuerza, con su encanto y sus conquistas de progreso y cultura. Sería absurdo oponerse a su avance. «Las fuerzas políticas actuales —pensaba Don Bosco, refiriéndose al espíritu del tiempo—, pueden asemejarse a una máquina de tren lanzada a una carrera desenfrenada, arrastrando tras de sí a todo el convoy quizá al precipicio o a la ruina. Pero, ¿os pondríais vosotros en medio de los raíles para pararla?» De hecho, comparte una difundida tendencia, que no se detiene en la contestación, sino que actúa en vistas a la configuración de un nuevo tipo de hombre y de cristiano, viva síntesis de los valores auténticos del «creyente» tradicional y del «ciudadano» del nuevo orden. Sin embargo, la conciliación es imperfecta. «La figura y la obra de Don Bosco no se enmarcan en una visión dicotòmica de la relación entre tradición y modernidad; pero tampoco se prestan a una interpretación dialéctica de la relación de los dos elementos»; es una virtual síntesis pragmática. Los fines educativos por él pretendidos y los programas diseñados presuponen, sustancialmente, recuperar la secular tríada educativa, renovada y puesta al día, de «piedad y moralidad», «ciencia» y «cultura», en un proyecto operativo, que prevé la asunción de los valores del suject-citoyen y del cristiano, de la razón y de la religión. En esta perspectiva pretende afirmarse sustancialmente el valor intrínseco de cada una de las tres realidades programáticas clásicas, pero, al mismo tiempo, se propugna también claramente, la subordinación última de la cultura y del civismo, a la piedad y a la moralidad, en un enfoque unitario que tiende a hacerse integral. En concreto, Don Bosco piensa y cree, como proveniente de la tradición cristiana, que en el orden de la fe la recuperación de los valores terrenos, debe realizarse dentro de la realidad sanante y divinizante de la gracia. Es constante en él, hombre, sacerdote, educador, la voluntad de valorar lo humano en lo cristiano, el pro- mover todo lo positivo de la creación, el cristianizar la cultura, mostrando que sólo de esa forma, puede ser plenamente salvada. Así entendía él que se podía llegar a la convergencia en la diversa actuación suya y de los gobernantes, en la acción educativa y en la política. Escribía lapidariamente, sobre esta cuestión, a un Ministro del Interior bien conocido, Giuseppe Zanardelli: «Le ruego tenga benévolamente en cuenta mi voluntad de hacer lo posible por disminuir el número de los díscolos y aumentar el de los honestos ciudadanos». El esfuerzo del político iba dirigido al mantenimiento del orden público, el del educador a promover la rectitud de las conciencias. 3. La polaridad de base y la jerarquía orgánica de los fines educativos La acción asistencial y educativa en favor de la juventud, desarrollada por Don Bosco y ulteriormente expuesta de palabra y por escrito, antes de dar a conocer su recorrido, pone en evidencia las metas y los contenidos. De ellos se habla ahora, mientras que del itinerario, de las orientaciones «metodológicas» se hablará en los próximos capítulos.
  • 14. 14 Nos limitamos a obtener los datos de las actuaciones pedagógicas juveniles más explícitas. Para tener una visión más rica y articulada deberían utilizarse muchas otras fuentes: los perfiles de cristianos auténticos que Don Bosco va diseminando por sus libros de historia y de edificación; las figuras de militantes católicos, hombres y mujeres que él va encontrando y apreciando en su abundante epistolario; los santos o personas de particular ejemplaridad citadas en las predicaciones e instrucciones festivas; las conferencias, exhortaciones en las «buenas noches», los discursos circunstanciales, las conversaciones familiares. Ante todo, en relación a cuanto se ha señalado a propósito del humanismo pedagógico cristiano de Don Bosco, aparece con evidencia inmediata la bipolaridad que caracteriza el conjunto: por una parte, se afirma la centralidad de la fe religiosa, de lo transcendente, de lo específicamente cristiano; por otra, se presenta una franca valoración de las realidades temporales, apreciadas y utilizadas sincera, intrínseca y no sólo instrumentalmente. Más que la coexistencia igualitaria entre dos polos, se trata de dos realidades de igual dignidad en su propio orden, pero con subordinación del polo temporal al transcendente dan un significativo testi- monio de esta bipolaridad complementaria, dos observadores de diferente adhesión ideológica: el pedagogo idealista Giuseppe Lombardo Radice y el filósofo católico Francesco Orestano. El primero, aunque de mentalidad laica, capta en la experiencia de Don Bosco la absoluta centralidad de la inspiración religiosa: «Don Bosco. Era un prócer, que deberíais tratar de conocer. En el ámbito de la Iglesia fue el reformador del jesuitismo, y aun sin tener la estatura de Ignacio, supo crear un imponente movimiento de educación, devolviendo a la Iglesia el contacto con las masas, que ella había ido perdiendo (...). El secreto está aquí: una idea (...). Una idea significa un alma». También Francesco Orestano, acentuaba con énfasis la inspiración cristiana, casi mística, de toda la actividad de don Bosco, en un sugestivo capítulo titulado Teología mística. Pero pone especialmente en evidencia «la parte de actividad humana» y el concreto aprecio de las realidades terrenas, en particular, la alegría de vivir y el trabajo, como rasgos originales de su proyecto educativo. Don Bosco «santificó el trabajo y la alegría. Es el santo de la jovialidad cristiana, de la vida cristiana activa y alegre. Esta es su síntesis personal de nova et vetera. Aquí radica su verdadera originalidad». Y sigue insistiendo: «Necesidades educativas y sociales, profundamente intuidas en perfecta simbiosis con los nuevos tiempos, le llevaron a descubrir la gran ley de educar con el trabajo y para el trabajo (...). Y no consideró el trabajo solamente como instrumento educativo, sino también como contenido de la vida (...). Y no es eso todo. En un impulso genial de su caridad llena de comprensión humana, convencido de las naturales y honestas exigencias de la juventud y de la vida sana, Don Bosco santificó, al mismo tiempo que el trabajo, la alegría, la alegría de vivir, de trabajar, de rezar»19 . Es un humanismo tendencialmente integral, que, aunque inadecuadamente fundado y elaborado en su vertiente «teórica», aparece claramente visible en el plano de la vida. Es significativo que de Don Bosco, de su ideal y de su estilo de acción, se hayan podido escribir las más diversas semblanzas con los títulos más dispares, pero todas convergiendo en la síntesis vital de lo divino y de lo humano, de la ciudad celeste y de la ciudad terrena, de la salvación eterna y de la alegría de vivir y de obrar en el tiempo: Vita intima di D. Giovanni Bosco, Don Bosco con Dio, I doni dello Spirito Santo nell’anima del B. Giovanni Bosco, Un gigante della carità, Don Bosco che ride, Il santo dei ragazzi, Il re dei ragazzi, Don Bosco amico
  • 15. 15 dei ragazzi, Don Bosco coi giovani, L’apostolo dei giovani, Il santo dei birichini, Il capo dei birichini, Il santo dei fanciulli, Il santo dei ragazzi allegri, Don Bosco conquistatore di anime, Un gran pescatore d’anime, Il salvatore di anime, Il santo del secolo, La più gran maraviglia del secolo XIX, Il santo del lavoro, Un santo per il nostro tempo, Don Bosco l’uomo per gli altri, Profondamente uomo profondamente santo, Uomo e santo. El mismo, a modo de síntesis y con muy diversas fórmulas, recogía unitariamente tan diversos significados, no sin antes establecer una precisa jerarquía, muy bien captada por cuantos entendían que se les proponía como ejemplo. La primera es el título de un capítulo de la biografía de Francesco Besucco: «alegría, estudio, piedad»20 . Añádese a ella la tríada de «salud, sabiduría, santidad»21 , las tres SSS, a veces enriquecida con las cinco misteriosas, SSSSS. A los alumnos del colegio de Turín-Valsalice, a través de su director, enviaba este mensaje: «Os aseguro que os tengo presente diariamente en la santa misa pidiendo para cada uno de vosotros las acostumbradas tres S que nuestros inteligentes alumnos saben inmediatamente interpretar: Salud, Sabiduría y Santidad». Las mismas gracias auguraba al hijo de la condesa Callori, comunicándole haber pedido al Papa una bendición especial «para las tres S para el señorito Manuel, esto es, que sea Sano, Sabio y Santo». La misma consigna daba, a través de Don Francesia, a los alumnos el colegio de Varazze: «salud estable, progreso en el estudio y la verdadera riqueza, el santo temor de Dios». En contextos más amplios, el trabajo, la religión y la virtud se presentan a los jóvenes como medios de salvación de tantos «jóvenes en peligro», en un gran proyecto de regeneración social, fundado en la tríada «laica»: «Lavoro, Istruzione, Umanità». Es evidente que el «programa» supone un régimen «cristiano», según el cual la religión es el fundamento de la moral y las dos, fundamento de un estable orden social. 4. Los «grados» en la consecución de la «salvación» La vida de gracia, desde la forma más simple, que significa la liberación del pecado, hasta la más alta perfección y santidad, no admite selecciones de principio y se desarrolla en continuidad entre la liberación de la condenación hasta el crecimiento en las más altas formas de la caridad, del amor de Dios y del prójimo. La «salvación» es algo total y unitario. Por esto, en su admirable síntesis de espiritualidad cristiana, F. X. Durrwell, puede escribir: «la doctrina de la santificación del hombre es la misma doctrina de su salvación eterna —no pudiéndose salvar el hombre sino en su santificación en Dios—, y es sabido que la doctrina de la salvación se extiende a cuanto se extiende la teología». Don Bosco conoce los «grados» de la vida espiritual —en los discursos fúnebres sobre Don Cafasso habla de teología moral, ascética y mística—, pero no lo pone de manifiesto como confesor o director espiritual. En cambio, lo pone informalmente en práctica y escribe sobre ello, si bien en términos no explícitos, a propósito de la gradual «pedagogía de la salvación», atenta siempre a la disponibilidad o indisponibilidad para con ella que tienen los diferentes tipos de jóvenes, díscolos, malos, ordinarios y buenos. Para los jóvenes pobres y abandonados propone fines y contenidos jerárquicamente diferenciados. Algunos pueden tener en cuenta también grados anteriores a la «vida espiritual»
  • 16. 16 propiamente dicha. 1. Lo primero es ayudar a los jóvenes totalmente descarriados a que encuentren el más elemental «sentido de la vida». Suponía inducirlos al deseo de vivir, para ganarse con el trabajo y el sudor de su frente, los medios para tener, ellos y sus familiares, una vida digna. 2. El trabajo educativo podía exigir una preliminar purificación de la mente y del corazón, oscurecida la una por la ignorancia y los prejuicios, corrompido el otro por los vicios y los malos hábitos. «ilustrar la mente para hacer bueno el corazón», ha sido para Don Bosco, ya desde los comienzos, el objetivo específico de sus libros, como él mismo decía —ya lo hemos visto—, en la introducción a la Storia Sacra y a la Storia ecclesiastica. 3. Y para tantos, con carencias afectivas o depauperados, con la formación en convivencias de estilo «familiar», pretendía crear un ambiente y una rica red de relaciones, paterno/maternas, fraternas, de amistad, capaces de recomponer una vida afectiva, «pasional», llena de intensas implicaciones operativas y emocionales. 4. Naturalmente, el trabajo de recuperación y de formación se presenta con mayor riqueza y profundidad cuando la afectividad, la amabilidad vivida, recibida y restablecida, tienden a integrarse y a obrar interactivamente con la razón y la religión. En efecto, la tríada razón-religión-amor es, ante todo, indicación de fines y contenidos; es sustancialmente educativa, antes y más que medio y método. 5. En el vértice del camino de la «salvación» Don Bosco coloca, y lo proclama con toda claridad, el objetivo educativo sumo de la «santidad». No es un mensaje ofrecido a un privilegiado, es «exhortación» que ofrece a todos: «es voluntad de Dios que nos hagamos todos santos; es muy fácil serlo; hay un gran premio reservado en el cielo para quienes llegan a serlo». 5. «El cristiano hombre de eternidad» operante en el mundo Una destacada y especifica característica del cristiano, «hombre de eternidad», en cuanto que es al mismo tiempo honesto ciudadano, es para Don Bosco la capacidad de inserción prudente y activa en la sociedad, mediante el trabajo, como artesano, agricultor, obrero, empleado, maestro, militar, sacerdote; para los pudientes y para aquellos que viven de sus rentas, añade, además, el buen uso de sus riquezas. Para todos, si bien de manera diferenciada, consiste en el exacto cumplimiento de los deberes del propio estado, inseparablemente unido a la honradez y a la ejemplaridad de vida y, en consecuencia, a una sustancial utilidad social. Hay una íntima unión entre fin eterno y compromiso terrenal y el joven maduro ha aprendido a vivirlo en síntesis, con los ojos vueltos hacia el cielo y los pies firmemente apoyados en la tierra, en un camino hecho de buenas obras. «Decid a mis hermanos y hermanas —escribía a su madre Pedro, a punto de partir para la campaña de Crimea en 1854—, que el trabajo hace honestos ciudadanos, la religión buenos cristianos, y que el trabajo y la religión conducen al cielo». Del interés por el estudio y el trabajo, estudiantes y artesanos, habían oído hablar, en la lectura anual del Regolamento per le case, una formulación sintetizada de muchas otras recomendaciones diseminadas a lo largo de todo el período formativo. Ofrecía, en tres breves artículos, un verdadero perfil del homo faber cristiano, principal objetivo del proceso educativo
  • 17. 17 actuado por Don Bosco. «1. El hombre, queridos jóvenes, ha nacido para trabajar. Adán fue puesto en el Paraíso terrestre para cultivarlo. El apóstol san Pablo dice: "El que no quiera trabajar, no debe comer”. "Si quis non vult laborare nec manducet". 2. Por trabajo se entiende el cumplimiento de los deberes del propio estado, de estudio, arte u oficio. 3. Mediante el trabajo podéis haceros beneméritos de la Sociedad y de la Religión y enriquecer vuestra alma, particularmente si ofrecéis a Dios las ocupaciones de cada día». 6. En la sociedad Sobre la aportación de los laicos a la misión de la Iglesia, en particular a la educación juvenil y, más concretamente, sobre el empleo social de las riquezas es un hecho del todo singular la insistencia de Don Bosco en numerosas conferencias en el último período de su vida. Es típica su exigente postura sobre la «limosna», interpretada y propuesta como riguroso y obligatorio ejercicio de «justicia social» ante litteram. No hallamos, en cambio, en la gama de fines educativos perseguidos por Don Bosco una desarrollada concepción del hombre social y políticamente comprometido. Está escasamente desarrollado como fin específico, y explicitada solamente dentro del fin moral y religioso. En parte es debido a la situación social de la Italia de entonces, donde la «política» activa y pasiva estaba reservada para aquellos que podían disfrutar de una posición cultural y económica privilegiada. Se añade, como más decisivo, la opción «política» claramente «educacional» de Don Bosco elegida para él y para sus colaboradores. Para él, el hombre insertado activamente en la sociedad civil y política es, ante todo y por encima de todo, el cristiano competente y honrado en el ejercicio de su trabajo. Es el modo de contribuir al orden y al progreso social, gobernando prudentemente la propia familia, participando según sus posibilidades en las obras de beneficencia y de solidaridad, ejemplar en la práctica de la fe y de las denominadas «obras de misericordia corporales y espirituales». Son significativas las expresiones empleadas en la sobremesa del encuentro del 25 de julio de 1880 con los Antiguos Alumnos seglares del Oratorio. Aludiendo a alguno que había criticado el lugar de su educación e invitando a todos al perdón y a orar por los desagradecidos, continuaba: «Somos Salesianos, y como tales olvidamos todo, perdonamos a todos, y haremos a todos todo el bien que podamos y mal a ninguno (...). Emplearemos, pues, al mismo tiempo la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente, guardándonos muy bien de traidores y traiciones».
  • 18. 18 UNIDAD 2: CARIDAD EDUCATIVA, EXPRESADA METODOLÓGICAMENTE CON RAZÓN, RELIGIÓN, AMOREVOLEZZA Y ASISTENCIA Presentación ESTE SISTEMA DESCANSA POR ENTERO EN LA CARIDAD EDUCATIVA, EXPRESADA METODOLÓGICAMENTE CON RAZÓN, RELIGIÓN Y AMOREVOLEZZA3 En el presente capítulo, se expone la vertiente «metodológica» de aquellas que Don Bosco llama columnas fundamentales del sistema: «este sistema descansa por entero en la razón, en la religión y en el amor». Indudablemente, analizándolos más atentamente, los tres términos definen, ante todo, el mensaje «preventivo». Entendidos en su extensión más amplia, se indica con ellos las dimensiones capitales de un humanismo cristiano integral: los valores temporales, el sentido «religioso» de la vida, el mundo de la afectividad sensible, espiritual y sobrenatural. Ya lo hemos explicado en los tres capítulos anteriores. Pero, en el pensamiento explícito de Don Bosco, se pone de manifiesto, sobre todo, el significado metodológico de las tres «palabras» fundamentales. Prefiguran el conjunto orgánico y articulado de iniciativas, intervenciones y medios dirigidos conjuntamente a promover el desarrollo del joven al que se intenta involucrar en la obra de la propia maduración humana y cristiana con el método de la persuasión y el corazón. Su carácter «motivante» y dinámico se ve ulteriormente reforzado por el «fundamento» al que Don Bosco se aferra, la verdadera «reina de las virtudes», la caridad: «la práctica de este sistema está apoyada en las palabras de San Pablo: Charitas benigna est, patiens est; omnia suffert, omnia sperai, omnia sustinet. La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo». Con ella, «Razón y Religión son los medios de que ha de valerse continuamente el educador, enseñándolos y practicándolos, si desea ser obedecido y alcanzar su fin». En resumen, Don Bosco, con sus afirmaciones, intenta señalar a los educadores las cualidades y las «virtudes» que deben poseer. Se reducen a una sola: la caridad educativa, expresada metodológicamente con las tres palabras de Razón, Religión y «Amor» 1. El educador, individual y comunitariamente, protagonista en el proceso pedagógico La metodología educativa corre toda ella por cuenta del educador. En la descripción de los «dos sistemas que se han usado en todos los tiempos para educar a la juventud» se puede advertir la diferente importancia del educador en la constelación de las tres fuerzas principales en juego: la ley, las prescripciones, el reglamento —el superior, el director, los asistentes—- 3 Cfr. PIETRO BRAIDO, Prevenir, no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco, CCS, Madrid 2001, pp. 280- 291; 320-335.
  • 19. 19 los dependientes, los sujetos, los alumnos. Paradójicamente resulta que en el sistema represivo la responsabilidad ejecutiva recae casi por entero en el alumno; el superior-educador ejerce, además del deber de vigilancia, sobre todo un poder judicial punitivo. En cambio, en el sistema preventivo, el protagonista absoluto es el educador, que posee todos los poderes, ejecutivo, judicial, punitivo, mientras que al alumno se le llama a una esencial ejecución cooperativa, a un co-protagonismo subordinado. Don Bosco escribe y habla del «sistema preventivo» para educadores adultos. Las dos cartas expedidas desde Roma, redactadas por Don Lemoyne bajo inspiración del Superior, se distinguen precisamente, porque de la sustancia de los deberes y obligaciones «preventivos» se podía y se debía hablar solamente en una de ellas, la que estaba reservada precisamente para los salesianos de Valdocco. El «sistema» se apoya totalmente en ellos y funciona o no, en la medida en que ellos asumen todo el peso y garantizan su fecundidad. Por eso se les pide que estén enteramente «consagrados» a sus alumnos, a ser sus «padres, hermanos y amigos», compartiendo una vida idéntica a la que comparten los miembros adultos de una familia. Son padres/madres, hermanos y, más aún, amigos, con un añadido emotivo, que traspasa la familia misma con ulteriores relaciones de orden superior, que llegan hasta la interioridad de las conciencias. Alcanzan su máximo nivel en la persona del director- padre- confesor. En definitiva, el sistema descansa en la razón, en la religión y en el amor del educador — individuo y comunidad— y a través de él, en todos los elementos pedagógicos de los que él es operador o mediador. No se forman sujetos maduros —en los valores de la razón, religión y afectividad—, si el educador no es el mismo fin — valor y método según la razón, la religión y la afectividad. El educador está llamado a presentarse como modelo operativo, vivo y activo, de todo cuanto, según la razón, la religión y el amor, es válido en sí mismo, y, al mismo tiempo, es encarnado por él como amable, «atrayente», motivante y cautivador para el alumno. Debe representar, de forma dinámica, en relación con todos los fines educativos, lo que Don Bosco afirma de él como «modelo de moralidad». «Puede por tanto afirmarse como principio inmutable, que la moralidad de los alumnos depende de quién les educa, les asiste y dirige. Nadie da lo que no tiene, dice el proverbio. De un saco vacío no se saca trigo, ni una botella con heces puede tener buen vino. Por tanto, antes de presentarse como maestros de otros, es indispensable poseer aquello que queremos enseñar a los demás». Es, pues, natural que Don Bosco hable del represivo como un sistema «fácil y menos fatigoso». Del preventivo, por el contrario, afirma que «para los alumnos es bastante más fácil, agradable y ventajoso», mientras que «para los educadores, encierra algunas dificultades, que disminuirán ciertamente, si se entregan por entero a su misión», «consagrados por entero al bien de sus alumnos». Se necesitan, pues, educadores ricos en valores humanos, religiosos, efectivos, que sean modelos, testigos, comunicadores con su vida, sus palabras y sus obras, en un permanente dispendio de energías ilimitadas, pero, al mismo tiempo, «asedio» benévolo y cautivador, al que es difícil que pueda sustraerse el alumno. 2. Unidad relacional del triple fundamento Razón, religión y amor no son realidades contiguas, sino interrelacionadas, es más,
  • 20. 20 mutuamente compenetradas, en los fines, en los contenidos, en los medios y en los métodos. En cuanto a los fines, constituyen una síntesis original de los elementos necesarios para el desarrollo completo del muchacho: físico, intelectual, moral, social, religioso y afectivo. En cuanto a la metodología, activan un conjunto orgánico de intervenciones aptas para implicar al alumno en sus más significativas potencialidades, mente, corazón, voluntad, fe, en presencia interactiva. La seriedad del compromiso moral y religioso —deber, piedad, vivir en gracia, evitar el pecado—, se le propone al alumno a través de relaciones y procesos razonables y de amabilidad. Por otro lado, la dulzura de la amabilidad no es debilidad, ni sentimentalismo, ni sensibilidad incontrolada, sino implicación emotiva iluminada y purificada siempre por la razón y la fe. A su vez, el equilibrio, la medida, la racionalidad de los reglamentos, de las normas, de las relaciones interpersonales están siempre motivadas e integradas por la sinceridad de la piedad religiosa y por la participación empática del educador activamente presente. Y, si en su metodología, se quisiese determinar qué factor de los tres debe considerarse como más importante, no cabe duda de que la primacía es del amor. Nos referimos, naturalmente, a lo que el significa, con éste o con otros términos, como mansedumbre, dulzura, caridad, paciencia, afecto. El «amor» es, efectivamente, el principio supremo y el alma del «método preventivo», igual que la religión es, indiscutiblemente, el primer principio y el alma del sistema, entendido como conjunto de fines, contenidos, medios y métodos. Sobre el puesto central del amor educativo coinciden los estudiosos. Es caridad inteligente y entrega amorosa; es autoridad paterna «que tiene en su manó el corazón de los hijos», es «compenetración de espíritus». «Método del amor» lo definió el pedagogo católico Mario Casotti. El salesiano alemán Nikolaus Endres señalaba el amor como el factor esencial del método, como relación fundamental entre educador y educando, fuerza ejemplar creadora, guía eficaz en el mundo de los valores. La amabilidad es «amor demostrado», por lo tanto amor efectivo y afectivo, probado con hechos, perceptible y «percibido». En la carta a los salesianos de Valdocco del 10 de mayo de 1884, Don Lemoyne interpretaba felizmente la idea de Don Bosco. El amor es el fundamento. «Pero no basta». Falta algo que es educativamente decisivo: «que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta de que se les ama». No es aún suficiente. Este conocimiento será, finalmente, persuasivo, cuando se sientan «amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclinaciones»: entonces se encontrarán dispuestos para condividir con amor lo que el educador propone, la disciplina y el estudio, en una palabra, «el deber». 3. Los muchos significados de la «amorevolezza» En el léxico italiano, familiar a Don Bosco, la palabra «amorevolezza» no se identifica con amor, ni indica la virtud teologal de la caridad, perteneciente al mundo de la revelación cristiana. El término indica más bien un conjunto de pequeñas virtudes de relación o actitudes y comportamientos entre personas, que se ponen de manifiesto en palabras, gestos, ayudas, dádivas, sentimientos de amor, de gracia, de disponibilidad cordial. Es afecto, benevolencia, benignidad, solicitud paterna y materna, también espiritual, hacia los hijos; de hombre y mujeres recíprocamente: esposos, novios, amantes, amigos; de protectores para con los protegidos, bienhechores para los beneficiados, con “amorevolezze”; y otras por el estilo.
  • 21. 21 En el lenguaje religioso, «amorevolezza», indica el visible, misericordioso y acogedor amor humano-divino de Cristo. En el uso de este término, Don Bosco asume, de hecho, diversos significados del uso corriente. Explícitamente o por medio de sinónimos, lo entiende y lo presenta en clave formalmente pedagógica cristiana, en el cuadro de su mentalidad y estilo inspirado en el amor asistencial-educativo, que es inseparablemente afectivo y efectivo. El educador, «con las palabras y más aún con los hechos, hará conocer a sus alumnos que su solicitud se dirige exclusivamente a su bien espiritual y temporal»; en la asistencia pocas palabras y muchos hechos». «Amorevolezza» indica en Don Bosco «un complejo código de símbolos, signos y comportamientos». Es «el trato mediante el cual se manifiesta la propia simpatía, el propio afecto, la comprensión y compasión, el compartir la vida de otro». Y resumía la riqueza de significados en la reinterpretación madura de la lección que él sitúa en el sueño de los nueve años: «No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a tus amigos». Alrededor del tema de la «amorevolezza» se entrelazan, ante todo, las «variantes» del escrito sobre el sistema preventivo. Se habla de directores y asistentes «que como padres amorosos hablen, sirvan de guía en toda circunstancia, den consejos y corrijan con amabilidad». «El sistema preventivo conquista al alumno», «dispone y persuade de tal modo al alumno que el educador podrá en cualquier ocasión, ya sea cuando se educa, ya después, hablarle con el lenguaje del amor. Conquistado el corazón del discípulo puede ejercer sobre él gran influencia». Por esto, «terminadas las oraciones de la noche, el director o quien haga sus veces, diga siempre unas palabras afectuosas en público a los alumnos antes de que se vayan a dormir». Los éxitos corresponden a las promesas: «El alumno tendrá siempre gran respeto a su educador, recordará complacido la dirección de él recibida y considerará en todo tiempo a sus maestros y superiores como padres y hermanos suyos». Pero antes y después el término está presente en las situaciones más significativas: el encuentro, el perdón, la confesión, la relación educativa, el «sistema», la didáctica, la pastoral, la convivencia «familiar». A la palabra «amorevolezza» se asemejan otras que resaltan la valencia afectiva y efectiva y su manifestación: amor encarnado, corazón, benevolencia, afecto, dulzura, paciencia. 4. Religión y caridad, razón y amistad, fundamentos de la «amorevolezza» Las «pequeñas virtudes» que se incluyen en el término «amorevolezza» —demostrar que se ama, condividir sinceramente las inclinaciones de los jóvenes— asumen dignidad y consistencia, moral y pedagógica, gracias a las «grandes virtudes» que son su fundamento y las vivifican. Con ellas se supera el intimismo de la simple relación a dos, garantizando al sistema la característica indisoluble de sociabilidad y universalidad ya en el ámbito formalmente pedagógico. El sistema supone, ante todo, un educador humanamente equilibrado e integrado, capaz, de una generosa disponibilidad para la sociabilidad, sensible a las necesidades de los demás y a los problemas de la vida asociada en todos los ámbitos, local y planetario; extremadamente
  • 22. 22 «relacional», de manera especial con los jóvenes, sobre todo si son «pobres y abandonados». Hombre de gran control interior y exterior, «temperante» y «prudente», ama la relación que le hace partícipe de las necesidades juveniles y sabe sabiamente promover la solidaridad de los colaboradores, ayudantes y benefactores. La «amorevolezza», en sus varias acepciones, supone y exige la intervención de la razón, que incluye la inteligencia, voluntad de entender, tacto, «racionabilidad». Se traduce en adaptación a las exigencias tanto de los jóvenes como del lugar de «origen», nacional, supranacional, eclesial, en los que se aprende diariamente a insertarse activamente. Capacita para despertar su consenso racional. «Déjate guiar siempre por la razón y no por la pasión», aconsejaba a un asistente. Gracias al sistema del amor el alumno «no se enfada por la corrección que le hacen ni por los castigos con que le amenazan, o que tal vez le imponen; porque éste va siempre acompañado de un aviso amistoso y preventivo, que lo hace razonable y termina, ordinariamente, por ganarle de tal manera el corazón, que él mismo comprende la necesidad del castigo y casi lo desea». Por otra parte, hubiera evitado una falta «si una voz amiga se lo hubiera advertido». En resumen, «el sistema preventivo gana al alumno, el cual ve en el asistente a un bienhechor que le avisa, desea hacerle bueno, librarle de sinsabores, de castigos y de la deshonra». Como formadores de seres razonables, los educadores no serán ni «manazas» (de la «tribu de Manasés», como decía bromeando, jugando con la equivalencia dialectal «manasse» = manos largas, manos prontas) ni sentimentales pegajosos. Sobre todo, expondrán claramente qué desean de los muchachos, evitando imposiciones artificiales, remitiéndose solamente a lo esencial y funcional para su pleno desarrollo personal y social. En régimen cristiano, finalmente, todo el sistema de la «amorevolezza» está basado en la caridad, impulsada por la fe, una y otra, gracia y don. Es algo evidente para la conciencia de Don Bosco, hombre de fe y sacerdote. Lo dice paladinamente en una carta enviada en 20 de enero de 1874 a los alumnos aprendices de Turín-Valdocco. «Siendo, como son, los aprendices, la pupila de mis ojos, (...) creo que os agradará el que dé rienda suelta a mi corazón con una carta. No necesitáis que os diga lo mucho que os amo porque os he dado pruebas evidentes. Que vosotros me queréis, tampoco necesitáis decírmelo, porque me lo habéis demostrado constantemente. Pero este afecto mutuo, ¿sobre qué se apoya? ¿En el dinero? No en el mío, que lo gasto por vosotros; tampoco en el vuestro, porque, no os ofendáis, no lo tenéis. Por consiguiente, mi cariño se funda en el deseo que tengo de salvar vuestras almas, que fueron todas ellas redimidas por la sangre preciosa de Jesucristo, y vosotros me amáis porque trato de guiaros por el camino de la salvación eterna. Por consiguiente, el bien de vuestras almas es el fundamento de nuestro afecto». Otra carta a los superiores y alumnos de Lanzo pone mucho más en evidencia el estrecho vínculo entre las dos realidades, la humana y la teologal, el fruto y la planta. «Cuando estuve en Lanzo me encantasteis con vuestra benevolencia y amabilidad, me cautivasteis las facultades de la mente con vuestra piedad; me quedaba todavía este pobre corazón dei que ya me habéis robado los afectos por completo. Y ahora vuestra carta firmada por 200 manos amigas y queridísimas, han tomado posesión de todo este corazón, al que nada le ha quedado ya, sino un vivo deseo de amaros en el Señor, de haceros el bien y que salvéis el
  • 23. 23 alma todos». En efecto, la «amorevolezza» en todas sus formas, estructurada gracias a la plenitud y madurez de la afectividad humana y a la lucidez racional de la amistad, sostenida y alimentada por la virtud infusa de la caridad, por la consecución del fin último, la «salvación de las almas», utiliza las más variadas iniciativas humanas y divinas. Siempre creativa, es inagotable en la beneficencia —hacer el bien— traducción operativa de la benevolencia —«querer bien»—. Caridad fraterna en acto en favor de los más pequeños y débiles, en comunión de vida con Dios, impulsa a amar, a querer y a hacer lo que Dios quiere, en total identificación con el «sentir de Cristo». Se ama a Dios sin medida, se ama a los hermanos en la medida que nos sugiere la razón y la sabiduría humana y divina. 5. La riqueza educativa de la «amorevolezza» Las diversas expresiones de la «amorevolezza» son signo de su «sobreabundancia». Asume diversos matices según la variedad de situaciones de pobreza y abandono a las que responde la exuberancia de cualidades humanas y divinas del educador en sus diversos papeles: «padre, hermano, amigo», además de bienhechor, maestro, animador. Todo esto fue Don Bosco. El sistema preventivo se mueve en este horizonte. «Efecto» interior de la caridad, que ciertamente conduce a la «amorevolezza» con los jóvenes «pobres y abandonados», es el sentimiento de la misericordia. En su raíz se encuentra el pesar por los males y desventuras de los jóvenes hermanos, visitados en las cárceles o que se ven vagar peligrosamente sin rumbo por las calles de la ciudad. El pesar se transforma en compasión y piedad; regulada por la razón moral, es una virtud natural; inspirada en el mismo motivo que tiene Dios para ser misericordioso, es misericordia teologal que brota de la caridad. Es compasión, en primer lugar, por el peligro que corren los «pobres y abandonados» de estar privados de Dios, alejados de él, de la salvación, y también, por los males temporales que les rodean: la ignorancia, la soledad, el ocio, la corrupción. La misericordia contempla al prójimo bajo el aspecto de necesidad que pide ser socorrida. El misericordioso es cooperador de Dios, representante de su bondad. La «amorevolezza» en palabras y en hechos, se convierte, por impulso divino y humano, en beneficencia, que es misericordia en acto. Se manifiesta en las «beneficencias», en aquello que la antigua tradición lexical italiana llamaba «amorevolezze» Con ellas se relaciona ese amor que se demuestra con «pocas palabras» y «muchos hechos», con aquellas obras de «misericordia espirituales y corporales», que Don Bosco había aprendido muy bien en el catecismo y en su mundo familiar y religioso. La obra asistencial y educativa del «sistema preventivo» es una grandiosa organización de búsqueda, recogida y distribución de limosnas, pan, instrucción y aprendizaje. Es, también, una interior y respetuosa obra de «misericordia espiritual». Siempre se consideró, fundándose en el Evangelio, la corrección fraterna como la más importante de todas. Su tarea es, en efecto, alejar de las imperfecciones de la edad y de los prejuicios, proponer nuevas y mejores ideas, animar a comportamientos más fecundos y correctos para el tiempo y para la eternidad.
  • 24. 24 «Limosna» material y espiritual, educación y reeducación, responden a una aguda sensibilidad a la vista de las más variadas formas de pobreza, de las miserias del cuerpo y del espíritu, con la preocupación de salir al paso de ellas, con amor y «amorevolezza»: procurar alimento, alojamiento, vestido, instrucción; avisar, aconsejar, corregir, consolar, dirigir. Se añaden otros matices, por los cuales la relación educativa se vive como exigencia profundamente moral: la piedad y la afabilidad. La piedad tiene una extensión casi ilimitada, comenzando por los «sacerdotes», los padres y la «patria», hasta llegar a todos aquellos que están unidos por vínculos de sangre, de «amistad» social: entre ellos los hijos para con los padres y los familiares. Por la «piedad», no solamente vista en su término altísimo, Dios, los hijos carnales o adoptivos honran al padre y los discípulos a los maestros y educadores, mientras éstos remedian las necesidades y demandas de los hijos y de los alumnos, en lo inmediato y en el futuro, convirtiéndose, efectivamente, en padres solícitos, hermanos y amigos de los beneficiados. La afabilidad germina en un gran humus de humanidad, de sociabilidad, de bondad natural, y, por supuesto, de caridad teologal, enriqueciendo la «justicia» con una clara nota de amabilidad, de cortesía y de finura. Es la forma más simple de amistad, que tiene una gran afinidad con la gran amistad que es la «caridad» y pone orden, espontaneidad y gracia entre los que disfrutan estando juntos. Refleja, quizá mejor que las otras, el rostro de la «amorevolezza», de la que escribe Don Bosco: esfuérzate con los hechos y con las palabras en crear una amable sintonía entre las recíprocas expectativas de la convivencia cotidiana. Con «palabras» y «hechos», según Don Bosco, la afabilidad da el último toque al «amor encarnado». Se repite insistentemente el recurso al corazón, al amor hecho visible con obras y con «signos», testimonio efectivamente educativo. «Recomienda a todos los nuestros que dirijan todos sus esfuerzos a dos puntos cardinales: haced que os amen y no os teman». «Si vis amari, esto amabilis». «Para triunfar con los jovencitos, proponeos firmemente tratarlos con buenos modos; haced que os amen y no os teman». Con la «amorevolezza» se tocan cuerdas y se suscitan vibraciones que implican a toda la personalidad de los destinatarios, jóvenes y adultos, sensibles a toda la gama de «intereses» vitales, materiales y espirituales. «Conquistar el corazón» no significa haber conquistado solamente su mundo emotivo, y su respuesta no es solo «afecto», sino también reconocimiento, estima, respeto, deseo de correspondencia, compromiso, y colaboración. La consideración se enlaza con el sentido que Don Bosco asignaba al «corazón» «en un contexto propiamente religioso y teológico» y con la interpretación dada a las típicas expresiones «hablar con el lenguaje del corazón» y, por tanto, «conquistar el corazón del discípulo»: o sea, despertar todas sus potencialidades personales, voluntad, inteligencia, esfuerzo y actividad. 6. De la asistencia vital a la asistencia educativa Aunque no forme parte específica del presente estudio, la asistencia, antes que «pedagógica», es, en la experiencia concreta del sistema preventivo de Don Bosco, ayuda benéfica a los jóvenes «pobres y abandonados». El proveer a las necesidades, ante todo materiales, ha marcado el comienzo del interés del educador subalpino por los jóvenes, preocupándole hasta el final de sus días. La «salvación» religiosa moral y cultural de los
  • 25. 25 jóvenes ha ido acompañada, sobre todo en las instituciones más pobres —los asilos, los orfanatos, los oratorios en los barrios más degradados de la ciudad—, por la preocupación de asegurar los medios de «subsistencia», casa, alimento, vestido, equipamiento de las escuelas y talleres. Las dos «dimensiones» social-humanitaria y pedagógica-educativa y reeducativa-moral y religiosa, han sido constantemente actuadas y pensadas en estrecha interconexión. Por otra parte, en la mentalidad católica, la «delincuencia» real o, potencial iba asociada a la carencia de fundamento religioso. El alejamiento religioso, la deficiente práctica cristiana era considerada, al mismo tiempo causa y síntoma de una cierta corrupción moral y de la inevitable peligrosidad social. Ayuda material y acción educativa acababan necesaria-mente por integrarse. Don Bosco lo pone en evidencia en carta, circulares, recursos, «sermons de charité» y lo pone en práctica con sus obras. El sistema preventivo es, al mismo tiempo, sistema benéfico, asistencial, social y sistema de educación moral y religiosa. La asistencia tiene, por tanto, una función metodológica capital en la acción educativa, tanto que en el sistema preventivo, en cuanto tal, educador y asistente se identifican. Es evidente que la asistencia practicada y propuesta por Don Bosco no debe entenderse sólo en la perspectiva presentada en las páginas del 1877 y en documentos que se refieren a ambientes fuertemente estructurados como los «colegios» y los hospicios, que tenían la finalidad de gestionar, durante largos períodos de tiempo, la entera vida de los jóvenes. La experiencia, los escritos, los discursos de Don Bosco inducen a entenderla en un significado más amplio y flexible, como sucede, por ejemplo, en la misma actividad publicitaria, con las editoriales y los libros. En el plano del comportamiento tal inspiración de fondo lleva a unas consecuencias inmediatas, que implican toda la existencia del educador preventivo, donde quiera que se desenvuelva. Nos pueden dar una idea algunos textos, aunque sea más significativa la referencia a la experiencia vivida y querida «sistemáticamente» por Don Bosco. Es fundamental cuanto él plasma en la que se puede considerar como una «definición» del «sistema preventivo» contenida en las páginas de 1877: directores y asistentes están siempre con los alumnos, hablan, aconsejan, orientan y corrigen. La asistencia no es policial ni fiscal, sino «presencia» amistosa, constructiva, animadora de toda la vida del sujeto al que se pretende ayudar. Se realiza visiblemente en formas extremadamente diversas en el oratorio, en el internado, en la escuela, en el grupo, en el trabajo. «El Superior [ = educador] sea todo para todos, siempre dispuesto a escuchar toda duda o lamentación de los jóvenes, “todo ojos” para vigilar paternalmente su conducta, todo corazón para buscar el bien espiritual y temporal de aquellos a quienes la Providencia ha confiado a sus cuidados». Ciertamente en la idea y en la práctica del sistema de Don Bosco la asistencia comporta un aspecto esencial de vigilancia, del mismo modo que el concepto de preventivo incluye un previo aspecto de defensa, prevención, protección y relativo aislamiento, siempre que sea posible. Esto es particularmente sensible en el colegio-internado, donde se introdujo la práctica secular de la lectura periódica del Reglamento, para información y aviso de los muchachos, más vivos e «inquietos», que malos. Al director de un colegio-seminario menor, Don Rúa, escribía en 1863: «Reúne de vez en cuando a los Maestros, Asistentes y Encargados de Dormitorio y diles a todos que se esfuercen
  • 26. 26 por impedir las malas conversaciones y alejar todo libro, escrito, imagen y pintura (hic scientia est) y todo objeto que ponga en peligro la reina de las virtudes, la pureza. Que den buenos consejos; que tengan caridad con todos». Nos resulta imposible no pensar en influencias de ideas teológicas rigoristas o afines al jansenismo sobre las consecuencias del pecado original y de convicciones semejantes, sobre la fragilidad psicológica y moral de los jóvenes. El joven, inclinado al mal, vulnerable, expuesto al peligro de los malos compañeros y al escándalo, «en peligro», no podía salvarse más que con la asistencia asidua, protectora, solícita de los educadores. Pero por encima de todo esto, es clara e insistente la idea de una presencia dirigida a promover y animar. El educador, siempre presente, participa enteramente en la vida de los alumnos, escucha, interviene, despierta intereses, acoge iniciativas, inspira actividades. Como ya se ha visto, el sistema preventivo lo exige por su misma «definición», haciéndolo auténticamente «educativo». El «poner al alumno en la imposibilidad moral de faltar» que continúa diciendo el texto, no significa, ciertamente, «imposibilidad material de pecar». En este sentido la ininterrumpida presencia, visible o psicológica, de Don Bosco entre los jóvenes y de ellos con él, es, y no retóricamente, la mejor y más típica representación del concepto pedagógico de la asistencia preventiva. Una vez más y sobre todo en este punto neurálgico el sistema depende de la persona del educador. Equilibrio, tacto, relación humana, afecto paterno y fraterno, vivacidad, habilidad para ponerse a su nivel como amigo, son elementos, junto a algunos otros, indispensables para una actuación correcta y eficaz. 7. Primacía de la educación religiosa Cultivar la dimensión religiosa, infundir en los jóvenes el temor de Dios, educarlos a una vida habitual de gracia, constituye la finalidad de ese conjunto de «prácticas de piedad» cristiana, inspiradas en la tradición y en su propia experiencia personal, que caracteriza la vida de todas sus «casas». En evidente que, para Don Bosco, la vivencia de la «religión» es el objetivo principal de una auténtica educación. Se lo recuerda a un grupo de Antiguos Alumnos que habían alcanzado ya esa meta gracias a la educación que habían recibido en el Oratorio. Alude a ello y subraya: «En cualquier lugar en el que os encontréis comportaos siempre como buenos cristianos y hombres honrados. Amad, respetad y practicad nuestra Santa Religión, que nos consuela en las penas de la vida, que nos conforta a la hora de la muerte, que nos abre las puertas de una felicidad sin límites». La «felicidad» sin fin, la «salvación eterna», la coloca siempre ante los ojos, como estímulo permanente para la reflexión y el compromiso de vida. Con la vista fija en esta meta, el joven es invitado, de muchos modos y maneras —palabras, lecturas, apólogos y «sueños»—, a subordinar a él cualquier otra actividad, considerando la salvación del alma como la idea dominante en la vida «espiritual». En la clave de toda la metodología educativa. Fruto de la redención realizada por Cristo, la «salvación» es la liberación del pecado y la vida de gracia, filiación adoptiva y amistad con Dios, en una palabra, santidad. Insisten en ello tres «avisos» del Porta teco cristiano,
  • 27. 27 presentado por Don Bosco: «19. Dios quiere que todos nos salvemos, y es más, quiere que todos nos hagamos santos. 20. Quien quiera salvarse ha de meterse la eternidad en la cabeza, a Dios en el corazón y el mundo bajo los pies. 21. Cada uno está obligado a cumplir los deberes del propio estado». En el tema de la salvación, dejando aparte fórmulas simplifica-doras, como «teocentrismo» o «cristocentrismo», ajenas al vocabulario y al pensamiento de Don Bosco, el puesto principal lo ocupa la acción de Dios que, como hemos visto, «tiene predilección por los jóvenes», y de Jesucristo, «nuestro Salvador, Dios y Hombre verdadero», «el Divino Salvador». Al mismo tiempo el joven aprende en numerosas ocasiones —fiestas, novenas, meses señalados, acontecimientos especiales, devociones—, que en su existencia cristiana actúa con su intercesión y mediación la Madre del Redentor. Se le invita a acudir a Ella diariamente con la invocación tres veces repetida: «Madre querida, Virgen María, haced que yo salve el alma mía». Finalmente, y no sin importancia, desde el punto de vista «pedagógico», subrayar que la «presencia» de las personas divinas o sagradas puede ser más fácilmente interiorizada por los jóvenes, por la eficaz mediación de sus educadores. Coadjutores, clérigos, y, sobre todo, sacerdotes, de un modo especial los confesores, podrán hacernos tanto más aceptables, amables y fiables a Dios, a Cristo Salvador, a la Virgen Madre, cuanto más sepan «representarles» al vivo, como «padres, hermanos y amigos». Bastará, efectivamente, que se revistan de las cualidades que les sugiere el «sistema preventivo»: la caridad cantada por San Pablo, fundada en la fe y en la esperanza indestructible, hechas visibles en la «consagración» activa, en clima de razonamiento y amabilidad humanas. 8. Pedagogía de los sacramentos y de la Eucaristía En el internado se aplica literalmente el principio de pedagogía práctica de los sacramentos enunciado en las páginas del sistema preventivo, si bien, como orientación general abarca todo el «sistema». Es sabido que la expresión «los sacramentos», en el lenguaje educativo-pastoral de Don Bosco, se refiere al sacramento de la penitencia y al de la eucaristía, «las dos alas para volar al cielo». La confesión y comunión frecuentes y la Misa diaria son las columnas que deben sostener el edificio educativo del cual se quieran tener alejados la amenaza y el palo. No se ha de obligar jamás a los alumnos a frecuentar los santos sacramentos; pero sí se les debe animar y darles comodidad para aprovecharse de ellos. Con ocasión de los ejercicios espirituales, triduos, novenas, pláticas y catequesis, póngase de manifiesto la belleza, sublimidad y santidad de una religión que ofrece medios tan fáciles como son los santos sacramentos, y a la vez tan útiles para la sociedad civil, para la tranquilidad del corazón y para la salvación de las almas. Así quedarán los niños espontáneamente prendados de estas prácticas de piedad y las frecuentarán de buena gana [y con placer y fruto]». Pero más significativo aún, para tener vía educativa libre para gustar de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, era la exhortación que hacía a los educandos y a los educadores en la biografía de Domingo Savio: «Dadme un joven —escribía—, que se acerque con frecuencia a estos sacramentos y lo veréis crecer en su juventud, llegar a la edad madura y
  • 28. 28 alcanzar, si Dios quiere, la más avanzada ancianidad con una conducta que servirá de ejemplo a quienes le conozcan. Persuádanse los jóvenes de esto para ponerlo en práctica; compréndanlo cuantos trabajan en la educación de la juventud para que la puedan aconsejar». Como condición previa de la instrucción y educación impartida se encuentran las indicaciones de instrucción catequística y de la predicación tradicional sobre las «condiciones» necesarias para una válida, digna y fructuosa recepción; sobre los actos y «partes» principales; sobre el grave peligro de sacrilegio en caso de insuficientes disposiciones, sobre la frecuencia (aconsejada en medida creciente). Tampoco falta, como ya hemos dicho, la denuncia de las astucias diabólicas, que en la narración incisiva de apólogos, o de «sueños», aparecen en las más diversas formas, unas veces cautivadoras y otras monstruosas. Se añaden los «aguinaldos» anuales, las exhortaciones, las instrucciones con ocasión de los ejercicios espirituales y del ejercicio de la buena muerte. Más positivamente se actúa y pone de relieve, en la práctica de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, la síntesis de lo humano y lo divino, la acción, el «trabajo» de la gracia y la exhortación a la colaboración personal del sacerdote-educador y del joven educando. Es una característica distintiva no sólo de la experiencia sacramental, sino también de la práctica de la oración y de las «devociones», entre las que ocupa un lugar privilegiado la devoción a la Virgen Madre. Sacramentos y oración son, no sólo «medios» de adquisición de la gracia, sino también instrumentos de crecimiento humano, de robustecimiento de las virtudes morales y de promoción de alegría interior y exterior. «Dígase cuanto se quiera acerca de los diversos sistemas de educación; pero yo no encuentro base segura sino en la frecuencia de la confesión y de la comunión; y no creo exagerar afirmando que, sin estos dos elementos, la moralidad queda descartada». La pedagogía eucarística —misa, comunión, visita—, halla en Don Bosco excepcionales desarrollos-, preanunciados ya en la biografía de Comollo (1854). Según la extendida costumbre se acentúa la eficacia formativa de la primera comunión, «el acto más importante», «el acto más de más responsabilidad y serio de la vida». Il giovane provveduto dedica varias páginas a la Manera de asistir a la santa Misa, a la Preparación a la Sagrada Comunión, a la Visita al Santísimo Sacramento39. Se complace en recordar que para Domingo Savio «era una verdadera dicha poder pasar una hora ante el sagrario». Desarrolla más extensamente el tema eucarístico, bajo el aspecto espiritual y pedagógico, en la biografía más didascálica de Francisco Besucco, en los tres capítulos dedicados a La Santa Comunión, la Devoción al Santísimo Sacramento y el Viático. Una vez más, expone Don Bosco su arraigada convicción: junto al sacramento de la penitencia, «el segundo apoyo de la juventud es la santa comunión. ¡Felices los jóvenes que desde temprano comienzan a acerarse con frecuencia y con las debidas disposiciones a este sacramento!». Con éste se relacionan también los recurrentes temas de la comunión frecuente y en edad temprana. Mas la insistente exhortación a la comunión eucarística —y previamente a la confesión—, nos lleva a pensar en un Don Bosco comprometido con frecuencia en una acción educativa con objetivos más modestos. La frecuencia de los Santos sacramentos «en los días festivos» se la propone el 13 de diciembre de 1858, como recuerdo, a los «obreros», y aprendices, «que no
  • 29. 29 pueden frecuentar, de ordinario, los Santos Sacramentos en los días feriales». Por esta causa multiplica los «aguinaldos» sobre el tema. «Confesión sincera y comunión frecuente» es el que ofrece el 31 de diciembre de 1860 para el año siguiente. Regina mundi y Panis vitae son las frases que figuran en las dos columnas del apólogo- aguinaldo del 31 de diciembre de 1863. Al presentar el aguinaldo para el año 1868, Don Bosco concluía de este modo, el 31 de diciembre de 1867, el relato de uno de sus sueños: «El aguinaldo sea éste; la Comunión frecuente es el medio más eficaz para tener una buena muerte»: «honrar a Jesús Sacramentado y a la Virgen, porque con estas dos protecciones se consigue todo y sin ellas no se consigue nada». 9. El pecado y el sacramento de la reconciliación Con mucha más apariencia «pedagógica» se presenta la administración del sacramento de la penitencia, en sus diversos aspectos: acontecimiento de gracia, ocasión para la dirección espiritual, educación y terapia moral de la corrupción del pecado. Además del «concepto», la «realidad» masiva del pecado —original y actual—, domina, sobre todo en la espiritualidad y mentalidad de Don Bosco y en su guerra sin cuartel contra aquel que constituye como su personificación, el demonio. De ello dan abundante testimonio sus escritos, sus palabras y sus obras. Proliferan recomendaciones, enseñanzas, exhortaciones encaminadas a despertar horror al pecado, «a la fealdad del pecado», «el mayor enemigo de los jóvenes» y tensión hacia la gracia, «a la belleza de la virtud». «¡Oh, qué desgraciados son los que pecan!; pero más aún los que permanecen en pecado»; «¡Pecado, pecado! ¡Qué verdugo eres de quienes te dejan entrar en su corazón!», son palabras que pone Don Bosco en boca del joven Magone, después de su confesión general. Es imprescindible «romper los cuernos al demonio que pretende ser el maestro y el amo de algunos de vosotros». Es un afán comunicado, alimentado por sueños amenazadores, ante las más frecuentes formas del mal que ataca a la juventud: impureza, blasfemia, hurto, malas conversaciones y escándalos, intemperancia e indisciplina, desgana en los deberes religiosos. El enemigo número uno es, como ya hemos apuntado, la impureza, «el más feo de todos los pecados»51, algo así como «revolcarse en el fango del envilecimiento»; alimentarse de «carne infectada de muerte» (Animalis homo nos percipit quae Dei sunt; exponer el cándido pañuelo, símbolo de la regina virtutum, al granizo y a la nieve; ofrecer a la Virgen, «una cabeza de cerdo, un gato, un plato de sapos» en vez de un ramo de flores. En el sueño del infierno se ponen en evidencia los «lazos» principales con los que el demonio caza a los jóvenes, que un monstruoso demonio arrastra tras de sí: «el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandamiento, del hurto, y muchos más, pero los que más abundante presa conseguían eran los lazos de la deshonestidad y la desobediencia, junto con el de la soberbia, que une entre sí a los dos lazos anteriores»; les hacía compañía también el del respeto humano. Con la catequesis y la «predicación», con frecuencia ansiosa, y angustiosa a veces, se entremezcla constantemente la palabra alentadora y tranquilizante de la misericordia y el perdón.
  • 30. 30 Viene en ayuda, portador de gracia y de alegría, el sacramento de la reconciliación, de la paz con Dios y consigo mismo: la misericordia de Dios se ejerce con el «martillo de la confesión». El entero proceso «penitencial» en relación con la eucaristía, ocupa en el Cenno biografico sobre Magone, un lugar prevalente como atención «educativa», al desempeñar en ella la parte humana un papel más consistente que en el ex opere operato de la comunión y de la santa misa. En efecto, a pesar del ex opere operato, a la administración del sacramento de la penitencia se le atribuye una fuerte carga «pedagógica», tanto por parte del ministro como del penitente. La acción del confesor, preferiblemente «fijo», es determinante para que se den en el joven las tres disposiciones fundamentales: integridad y sinceridad en la confesión de los pecados, dolor necesario, completado por «propósitos» firmes, en los que insistía particularmente Don Bosco. «Mientras no os hagáis con un confesor fijo, en el que poner enteramente vuestra confianza, echaréis de menos un verdadero amigo para las cosas del alma», dice a los jóvenes en el perfil biográfico-pedagógico de Miguel Magone. Al mismo tiempo se dirige a «quien está destinado a oír las confesiones de los jóvenes», con indicaciones pedagógicas totalmente especulares, para facilitar y promover la confianza. Emplea los términos característicos del sistema; «acoger con amabilidad», «echarles una mano a la hora de exponer el estado de su conciencia», «corregidlos con bondad», «ganar la confianza», «obrar con mucha prudencia y una gran delicadeza» en cuanto se refiere a la virtud de la modestia. Análogamente, en la Biografía de Besucco, Don Bosco exhorta primero a los jóvenes a elegir un confesor fijo como guía espiritual; luego dirige a quien está «destinado a educar a la juventud» tres recomendaciones: «inculquen con celo la frecuente confesión», insistan «en la gran utilidad de elegir un confesor estable», recuérdenles «frecuentemente el gran sigilo de la confesión» de manera que aseguren a los jóvenes yles animen a acercarse al sacramento con confianza ilimitada y con serenidad de espíritu. Son los temas habituales de sermones, conferencias, Buenas Noches, escritos, consejos personales, que exigen al joven un fuerte compromiso personal. El tema está dramáticamente concentrado en el «sueño» relatado en la carta del 11 de febrero de 1871 a los jóvenes del colegio de Lanzo. Se habla de una imaginaria composición de monstruo, que «juega», seguro de la colaboración de amigos de confianza: «aquellos que prometen y no cumplen; confiesan siempre las mismas cosas», y otros que tienen «malas conversaciones»: «cada palabra es como una semilla que produce frutos maravillosos»; un monstruo que, a pesar de todo, se ve obligado a revelar quiénes son «sus mayores enemigos»: «los que comulgan frecuentemente», los devotos de María, y, sobre todo, los que cumplen los propósitos que hacen en la confesión».