1. ANTROPOLOGÍA DEL ARTE
Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona
Prof: ALBERTO LÓPEZ BARGADOS
Curso 2010-2011 Grupo B1
Alumno: Zoilo López
SALLY PRICE versus ALBERTO LÓPEZ BARGADOS
A partir del siglo XVIII surge en Inglaterra una nue-
va filosofía como fuente de influencia en dos hitos de la estéti-
ca contemporánea: la estética de Immanuel Kant y el Romanticismo.
Sería Immanuel Kant quién sentara las nociones básicas de dicha es-
tética contemporánea: fundamentalmente la del gusto y la experien-
cia estética; ambas bajo un mismo signo común: la subjetivización.
Es importante subrayar el concepto de subjetivización porque de él va
a depender el enfrentamiento habido desde siempre entre los historia-
dores del arte, coleccionistas, marchantes, etc., y el interés de los an-
tropólogos en el concepto social y cultural de los objetos de arte.
Cabría plantearse si estas dos nociones básicas sobre la estética y el gusto se
dan en el individuo de manera espontánea, como así parece ser, o admitir que,
además, pueden cultivarse a través de determinados conocimientos adquiridos
sistemáticamente. Esta segunda opción es compartida por Sally Price cuan-
do afirma que “los expertos se dedican seriamente
de por vida a leer la vasta bibliografía, a familiari-
zarse con los estilos y formas de orígenes distintos
y a aprender los detalles del desarrollo histórico”.
Como bien apunta López Bargados , la tradición
estética occidental, mencionada ya al principio de
este trabajo, está basada en los postulados estéti-
cos kantianos resumidos en tres axiomas básicos:
1) La unicidad de la obra artís-
tica (producto de un único autor)
2) La originalidad
3) Carácter permanente de ésta
Cabría citar aquí la importancia que Italo Calvi-
no concede a la Exactitud de una obra de arte cuando afir-
ma que “ésta debe reunir tres características fundamentales:
1) Un diseño de la obra bien definido y bien calculado
1
2. 2) La evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables
3) Un lenguaje lo más preciso posible como léxico y como ex-
presión de los matices del pensamiento y de la imaginación”
Según se desprende de la opinión de Price , “los antropólogos contemporáneos
pueden permitirse tener también esa sensibilidad estética de la que presumen
historiadores del arte académicos y muchos otros vinculados a estamentos en re-
lación con lo que se llama “mundo del arte”. Al parecer, lo que Sally Price espera
es alcanzar esta categoría de sensibilidad estética que por ahora parecía reservada
exclusivamente a un colectivo directamente vinculado a los auto-designados
expertos en arte. Sin embargo, esto no logra despejar la dicotomía que parece
existir entre la valoración estética, -hecha por los especialistas-, del objeto
artístico en sí mimo y su connotación dentro de un marco estrictamente an-
tropológico como pueda ser su utilidad o su función simbólica en el seno
de una pretendida liturgia que le exige estrictos modos o atributos que de-
bieran tenerse en cuenta y que los alejara de la tradición estética occidental.
López Bargados no parece estar de acuerdo ni ser tampo-
co partidario de abordar esta “apreciación de los objetos des-
de la categoría única de “arte” por equívoca e inapropiada”.
¿Qué podría contarnos cualquier productor de arte no occidental res-
pecto de su obra o del objeto por él creado y que
tanto interés despierta entre los entendidos?
Si nos remontamos, por ejemplo, a siglos anteriores en
el marco de la cultura judeo-cristiana, las imágenes re-
ligiosas solían ir acompañadas de ciertos atributos que
les eran indispensables dentro de un contexto fijado a
priori por las autoridades eclesiásticas del momento.
Así pues, la palma del martirio resultaba imprescindible
en toda imagen que representara a un mártir, el manto
de la Virgen María sólo podía ser de color azul, etc., etc.
Independientemente del valor intrínseco y estético de la
propia figura, ésta no alcanzaba su plena categoría artística si algunos de es-
tos elementos de identificación resultaban falseados u omitidos por el autor.
Siglos más tarde y por idénticas razones, Felipe II descartó la adquisición del cé-
lebre San Mauricio del Greco porque según el monarca el cuadro no se ajustaba
2
3. a la liturgia requerida del momento. Sólo los pintores de oficio y no eruditos se
atrevieron a calificarlo de prodigio de la técnica y afirmasen que el cuadro es “de
mucho arte y que su autor sabe mucho y se ven cosas excelentes de su mano”.
En el caso de las estatuas en bronce de Benin como las distintas figuras de Gabón
o el Congo, por citar sólo un ejemplo, éstas responden a una liturgia excepcional
de acuerdo a los ritos sagrados que le son propios y por lo tanto su dimensión
estética estará sujeta, en cierto modo, a la funcionalidad que de ellas se espera,
independientemente de que presenten una unidad estilística que las identifique
con un determinado autor al que los occidentales podrían denominar “artista”.
En el ámbito de lo que en occidente se entiende por “diseño”, un deter-
minado objeto de carácter doméstico puede ser considerado como un ele-
mento artístico de acuerdo a una estética preconcebida por su autor pero si
tal objeto deja de cumplir el requisito fundamental de “funcional” éste no
alcanzaría la dimensión última para la que fuera creado. En tal caso, la es-
tética debería estar al servicio de su funcionalidad.
Esta es la lectura que un profano se atrevería a hacer
de lo que se desprende de los escritos de antropó-
logos como Sally Price y Alberto López Bargados,
sin menoscabo de que ambos puedan presentar dife-
rencias en sus alegaciones al respecto. Si bien Sally
Price reclama el derecho a ser respetada como enten-
dida en Arte independientemente de su condición de
antropóloga, López Bargados, por el contrario, no
concede importancia alguna a que se le reconozca o
no ese derecho porque su convicción sólo radica en
la primacía del estudio antropológico del objeto independientemente del va-
lor que otros puedan concederle desde el punto de vista puramente estético.
Cuando Sally Price afirma que “los objetos hechos para uso ritual o funcional
en las culturas no occidentales pueden estar contando algo sobre sistemas es-
téticos muy desarrollados” nadie o muy pocos antropólogos lo discuten pero
¿acaso no es el ritual o la función el leit-motiv que lleva al “artista” a la creación
de una estética del objeto? En este punto Price coincide con López Bargados
quién, además, parece convencido de que el punto de partida del objeto como
obra de arte es, precisamente, su funcionalidad dentro de un marco religioso,
fetichista, doméstico, etc. No en vano y como bien señala el mismo López
Bargados han sido precisamente los antropólogos quienes, “como precio de
3
4. reconocer la universalidad del hecho artístico del llamado “arte primitivo”,
hubieron de ceder al reconocimiento de la conservación de tales objetos”.
Es probable que en este sentido se esté refiriendo López Bargados al considerar los
objetos artísticos como instrumentos de la acción social, lo que supondría reco-
nocer y replantear los principios de la mímesis a la manera de Platón oAristóletes.
Al mismo tiempo, López Bargados, aludiendo al “proceso de cautivación”
mencionado por Guell, hace especial hincapié en el hecho de que la experiencia
emocional que suscita la contemplación de un objeto considerado como artísti-
co se debe, en gran medida, a la incapacidad que el receptor o espectador mani-
fiesta para comprender plenamente las técnicas y conocimientos para proceder
a su elaboración. Nadie mejor pues que un antropólogo para comprender me-
jor que muchos la referencialidad que presenta la creación del objeto artístico.
Además de plantear una gran paradoja, resulta muy difícil de creer que el des-
conocimiento al que se enfrenta el receptor frente al objeto artístico sea preci-
samente el motivo de la experiencia emocional que le produce. Cuanto más no
sería de emocionante si además poseyera toda la información antropológica
que se precisa y que circunda la vida de aquella recreación artística y su autor.
Desde principios del siglo XX, el arte considerado de vanguardia en oc-
cidente tuvo que acudir al rescate del llamado arte primitivo en beneficio
de sus propias creaciones para tratar de explotarlas como transgresoras, de
ruptura y novedadosas. Mientras, a las artes exóticas de las que occidente
se había apropiado por interés para incorporarlas a la transformación de sus
nuevos estilos estéticos se les exigía que conservasen su tradición y autenti-
cidad en una perspectiva a la que López Bargados considera de continuista
y que tuvo como objeto legitimar el alto grado de experimentación atribuido
al arte de vanguardia de entonces (ejemplo: señoritas de Avignon; Picasso).
En tal sentido, al arte llamado primitivo no se le ha permitido que
haya podido evolucionar hacia unas vanguardias artísticas en la medi-
da que lo hicieron los artistas occidentales incorporando en sus obras
soluciones estéticas que ya habían sido establecidas por otros “ar-
tistas” en países tan remotos como Gabón, Sudán, Guinea, etc., etc.
El llamado “arte primitivo” ha sido víctima de sí mismo por cuanto el lastre que
supone, desde el punto de vista de la estética occidental, mantenerse fiel a la tradi-
ción no le ha permitido progresar con la misma rapidez que hubiera sido deseable.
4
5. Excepto algún desacuerdo puntual entre López Bargados y Sally Pri-
ce, que ya ha sido abordado con anterioridad, no parece imposible que
se pueda llegar a un consenso entre las partes implicadas para reconocer
y aceptar la responsabilidad contraída por cada uno de los actores en in-
tentar delimitar las implicaciones que historiadores del arte y antropólo-
gos mantienen desde siempre y que contribuyan a despejar, de una vez
por todas, las dudas planteadas respecto de las posturas de cada colectivo
frente al hecho del llamado Arte Primitivo. Ello facilitaría enormemente la
aproximación al fenómeno artístico de un numeroso contingente de adep-
tos que, aún hoy, continúan sin encontrar respuesta al problema plantea-
do entre historiadores del arte y la antropología del arte, respectivamente.
5