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LA DEUDA EXTERNA:
UN PROBLEMA ÉTICO DE PROPORCIONES UNIVERSALES
El más grave desafío que enfrenta el
Ecuador, América Latina y el Caribe de
hoy, y también del futuro, es el
problema de la deuda externa, ya que,
tanto nuestro presente como nuestro
porvenir están hipotecados.
Las consecuencias dramáticas de este
endeudamiento se manifiestan, no sólo
en sus implicaciones económico-
financieras, sino también en el campo
político, social, cultural, moral, ético...
Pagar o no pagar la deuda es, por un lado, una decisión ineludible para los gobiernos
de los países y es, a la vez, la decisión más difícil y más trascendente para la vida
misma de nuestros pueblos. Todo está ligado a esa crucial alternativa: inversiones,
desarrollo, estabilidad política, trabajo, producción.
Pero el fantasma de la deuda externa engendra otros fantasmas más pavorosos que
ella misma, como son: hambre, mortalidad infantil, huelgas, desempleo, inestabilidad
política.
La deuda no es una calamidad; son las diez plagas de Egipto multiplicadas por diez a lo
largo y a lo ancho del Ecuador, América Latina y el Caribe. Es el gran problema de los
países del tercer mundo. Problema insoluble, ya que, quienes tienen las claves de las
soluciones que son las naciones más ricas y poderosas del mundo y sus empresas
transnacionales, no están dispuestos a entregarlas.
La deuda externa es el arma poderosa con la cual los países ricos o desarrollados están
acorralando y desangrando a los países deudores; pero, paradójicamente, es también
el arma secreta de la cual disponen los países del tercer mundo para amenazar,
inquietar v debilitar económicamente al mundo egoísta de los acreedores.
Es una especie de bomba nuclear, que si llega a estallar puede hundir en una
hecatombe financiera, tanto a las víctimas como a los victimarios.
El problema de la deuda por sus dimensiones colosales y por sus consecuencias
funestas y globales, ha cambiado de naturaleza. Ya no es solamente un problema
económico, es ante todo un problema político y ético de proporciones universales.
Desde la perspectiva de los países más pobres, si no se cambian fundamentalmente los
actuales condicionamientos tan onerosos, la deuda externa no es sólo un imposible
económico, sino también un imposible político y moral.
MSc. Martín Angulo Benavides;
Docente
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La deuda externa y un cúmulo de interrogantes necesarios
Estaríamos profundamente equivocados si pensáramos que la deuda externa es un
problema meramente técnico y que, por lo tanto, debe ser resuelto en las oficinas de
los financistas y de los ministros de economía de los países deudores y acreedores.
La deuda es, ante todo, un problema político. Es lo más común el afirmar que la deuda
externa es impagable e incobrable. La imposibilidad de pagar la deuda se infiere de un
cálculo meramente aritmético. Pero no es suficiente, ni lo más importante, el analizar
la deuda desde un tipo de análisis matemático. El problema de fondo no está en si se
puede o no se puede pagar, sino en si se debe o no se debe pagar.
Más que un problema financiero es un problema ético
Pero para encontrar una respuesta de carácter moral al problema de la deuda externa
tenemos que responder a un conjunto de misteriosas preguntas.
Los términos en los cuales fueron firmados esos créditos, ¿eran justos y morales en sí
mismos?
Quienes contrajeron esas deudas en nombre del pueblo, ¿tenían representatividad
jurídica y poder legal suficiente para hacerlo?
Los gobiernos y los bancos financiadores, ¿no tenían conocimiento de esa
inhabilitación jurídica?
El que otorga dinero irracionalmente, ¿no es tan culpable como el que se endeuda
irracionalmente?
¿Es éticamente aceptable el que los intereses sean fluctuantes y que puedan elevarse
unilateralmente por decisiones ajenas y contrarias a la voluntad de los deudores?
Es un principio moral, universalmente aceptado, el que las deudas contraídas se deben
pagar. Pero es cierto también que no siempre hay obligación de pagar las deudas. Si el
pagar una deuda genera males proporcionalmente más graves que el bien que se hace
pagando, no habría obligación moral de pagarla.
Si ciertos gobiernos o ciertas personas se arrogaron la facultad de contraer esos
créditos sin tener capacidad jurídica para ello, ¿tendrá el pueblo ahora obligación de
pagarlos?
¿Tendrá el pueblo obligación de pagar todos esos millones de dólares que fueron
contraídos sin su consentimiento, en contra de su voluntad y en contra de sus
intereses?
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¿Podrían alegar muchos de los financiadores que no sabían que gran parte de ese
dinero, que ellos otorgaban con tanta facilidad, se destinaba a incentivar la carrera
armamentista y a fortalecer el aparato represivo?
¿Tienen obligación los países deudores de someterse a unos condicionamientos de
tipo usurero pagando intereses fluctuantes que se duplicaron y se triplicaron por
voluntad exclusiva de los acreedores?
¿Tendrán que pagar religiosamente sus deudas los países Latinoamericanos y del
Caribe cuando son sus propios acreedores quienes controlan el mercado y provocan la
continua depresión en los precios de las materias primas que nosotros exportamos?
¿Se podrá exigir por justicia el que se pague la deuda y no se podrá exigir por principio
de equidad y justicia el que se paguen precios justos por nuestras materias primas?
Si los condicionamientos impuestos desde una posición de fuerza eran claramente
injustos, viciarían éticamente esos mismos contratos; si los bancos o los países que
otorgaron esos créditos se han compensado ya de las erogaciones que efectuaron al
firmar esos créditos, tampoco habría obligación de honrarlos.
¿Es que los países deudores no hemos pagado ya con creces nuestras deudas?
¿Habrá obligación moral de pagar la deuda, aun a costa del hambre, de la miseria, del
analfabetismo, del aumento de la mortalidad, de la desocupación, de la recesión
económica, de la inestabilidad política de los pueblos?
Usted, (…) tiene la respuesta.