1. JIMMY EN LA PRESA DE CALTZONTZIN
Un relato enmarcado en el Medio Ambiente
Por: Psic. Edgar Alvarez Herrera
Jimmy nació en la ciudad de México aunque cuando cumplió 8 años sus padres lo
llevaron a vivir a Uruapan, Michoacán. Al llegar habitaron una casa de la Colonia 12 de
diciembre que se encuentra a escasos metros de La Presa de Caltzontzin. En esas
inmediaciones Jimmy estuvo en constante contacto con la flora y la fauna del lugar.
Dice Jimmy que en esos tiempos: “yo era feliz. Me gustaba ir a la presa, ver los
pajaritos, buscar en las copas de los árboles nidos y en la época de crianza, me
divertía treparme a los árboles a buscar nidos y ver sus huevitos o sus crías. Una vez
recuerdo haber subido a un árbol, estaba tan emocionado que no me percate de más
nada que del nido que intentaba observar, al llegar al nido observe tres crías de
primavera bastante emplumadas, para mi asombro una de ellas salto del nido y logro
pararse en una rama, repentinamente me di cuenta que la primavera madre, al intentar
acercarse a sus crías, había percibido mi presencia, entonces oí que piaba tan fuerte
que me asuste, y al voltear para bajarme note que estaba en la copa del árbol, estaba
tan aterrado de bajar que me agarre más fuerte de las ramas, para sorpresa mía eran
más delgadas de lo que había tenido la impresión que eran al subir. Estaba atemorizado
pero con ayuda y ánimo de mi buen amigo y acompañante comencé a descender hasta
llegar al piso. Esa experiencia me enseño del cuidado de las aves hacia sus crías, y
sobre todo del asombro y ensimismamiento que un niño puede experimentar cuando
intrínsecamente se encuentra tan motivado por algún fenómeno, como en este caso la
apreciación de unas crías de primavera.
En la época de lluvias disfrutaba ir a pescar con mi amigo Moisés, el primer paso era
encontrar las lombrices para carnada debajo de las piedras, debían de ser de zonas
húmedas para que la tierra debajo de la piedra estuviera humedecida, ahí
escarbábamos hasta sacar lombrices que servirían de carnada. Me emocionaba ver las
carpas plateadas cuando saltaban fuera del agua intentando escapar de mi anzuelo
casero, y para ser sincero casi siempre se nos escapaban porque no se atoraban bien
en el anzuelo casero hecho con una aguja de coser. Creo que lo que nos animaba
durante algunos años a regresar a esa represa era el hecho de haber visto un par de
2. grandes peces de cuando menos 5 kilos, a los cuales deseábamos atrapar con toda el
alma. Solo una vez estuvimos a punto de atrapar a uno de esos grandes peces. Uno de
esos días en que habían abierto las compuertas para limpiar la represa, secar la presa
como decíamos nosotros, caminábamos cerca de la compuerta de la represa cuando
súbitamente vimos un gran pez como de 6 kilos de peso, estábamos emocionados
porque precisamente esa día llevábamos una tarraya para pescar, a tan solo unos tres
metros de distancia mi amigo lanzo la tarraya, el agua se revolcó totalmente, al
extraer lentamente el instrumento de pesca notamos para nuestra sorpresa que no
habíamos atrapado al enorme pez, fue un acontecimiento triste, incomprensible,
inaceptable, y de alguna manera mágico, ese pez fue muy listo. Durante años estuve
inconforme pensando que si yo hubiera lanzado la tarraya habríamos atrapado ese pez.
El suceso fue tan doloroso que incluso recuerdo haber soñado en un par de ocasiones
que atrapábamos el gigantesco pez.
Una actividad que absorbía nuestro tiempo, esporádicamente, era el intento de
captura de conejos o la búsqueda de nidos de conejos en las inmediaciones de los
campos del aeropuerto. Era toda una travesía cruzar por la colonia Lázaro Cárdenas
hasta llegar a la carretera y con mucho miedo buscar algún hoyo donde pudiéramos
caber para entrar ilícitamente al lugar. La verdad es que varias ocasiones fuimos a
esos campos atestados de arbustos para intentar atrapar conejos. Un día llevamos una
pala para hacer un hoyo en la tierra con el objeto de realizar una trampa. No
avanzamos mucho en la elaboración del hoyo cuando nos dimos cuenta de que ya
estábamos muy cansados para continuar con la labor, así que dejamos el hoyo a medios
chiles y nos fuimos a buscar nidos de conejo. Estábamos concentrados buscando los
supuestos nidos que deberían de estar en esa zona, cuando salió un conejo a toda
velocidad; era hermoso, de color ocre oscuro; lo perseguimos como locos, no nos
importaba nada más que atraparlo; en la correría iba ya visualizando como lo tenía en
mis manos, donde lo pondría, a quien se lo enseñaría; hubo un instante en que entró a
una zitunera, logre ver una madriguera en el interior, pensé que lo perdería, y quizá
tratando de evitar la frustración, me dije a mi mismo: ¡este conejo no se me escapa,
aunque sea muerto pero lo atrapo!, por tal razón le lance la pala al cuerpo para
matarlo, era demasiado pesada la pala como para lanzarla con tanta fuerza que pudiera
lograr mi cometido. Al dirigirme a recoger la pala, me inundó la desesperanza, el
conejo había escapado, escarbe un poco la madriguera pero supe que nunca lo
atraparía, así que lo deje en paz, casi llore de rabia e impotencia. Ese día nos dimos
cuenta de que es casi imposible atrapar a un conejo correteándolo, no era como los
3. conejos domésticos que uno los corretea y cuando uno se encuentra cerca para
atraparlos se agazapan asustados y se les puede agarrar fácilmente. Pero, no, no fue
así. Esos canallas conejos no se paran por nada del mundo, corren por su vida, no se
parecen en nada a los conejos que tenía en mi casa. Aunque durante años, también,
buscamos nidos de conejos, en compañía de mi amigo, nunca encontramos ninguno.
Pero, el hecho de que mi amigo me hubiera platicado que él había encontrado una cría
de conejo en unos arbustos de la presa; cierto día que no lo había acompañado; me
daba aliento para creer que algún día encontraríamos uno, si él había visto uno,
entonces era muy probable que yo pudiera ver uno. Buscamos crías de conejo por años
y años en nidos de conejo, aunque siempre estaban vacíos, como me arrepentí de no
haber ido ese día con mi amigo al bosque, se que nunca olvidare ese conejo que mi
amigo vio, el cual nunca vi ni veré. Algunas veces cuando camino por zonas boscosas,
por regiones donde hay arbustos siempre tengo la tentación de buscar si de casualidad
hay algún nido de conejo, no obstante no lo hago para evitar el desaliento de darme
cuenta que no habrá crías de conejo.
En ocasiones también íbamos a buscar codornices, patos, zarigüeyas, ardillas, tejones,
y demás animales.
Una vez caminando por la zona boscosa de los campos del aeropuerto, observe como
volaban, casi frente a mis ojos, alrededor de 15 codornices. Fue una experiencia
inolvidable. Uno nunca olvida esas imágenes, tampoco el sonido del aleteo de esas aves.
Uno de esos días que estábamos en busca de conejos, caminando por la maleza;
seguramente hicimos ruido suficiente porque volaron 31 patos silvestres que salieron
de nuestro costado derecho. Fue conmovedor, quedamos tan atónitos con mi amigo
Moy que no atinamos a hacer nada, solo observamos con sorpresa y asombro el vuelo
de los patos, teníamos resorteras en nuestra manos pero ni siquiera intentamos
tirarles con la resortera, era tanto nuestro asombro que solo observamos surcando el
cielo aquellas hermosas aves. Al llegar al lugar del cual habían volado, notamos un lindo
lago que parecía de ensueño, casi surrealista. Ya acercándonos al lago vimos otros dos
patos que salían asustados por nuestra presencia. Nunca más en mi vida volví a ver
tantos patos en Uruapan. Yo creo que aún debe haber muchas de las crías de aquellos
patos que vimos con mi inseparable amigo.
Cierto día llevamos una trampa de ratón a la Presa de Caltzontzin; habíamos escuchado
que con trampas de ratón se podían atrapar diferentes animales, primordialmente
4. ardillas; lo colocamos cerca de una madriguera, estábamos seguros que atraparíamos
una ardilla. Regresamos al otro día, para nuestra sorpresa habíamos logrado apresar
un pequeño mamífero. Me dije para mis adentro es una maldita rata, pero al
acercarnos descubrimos que era una zarigüeya o tlacuache, como le decía mi amigo. Al
otro día hicimos lo mismo, logrando apresar nuevamente otra zarigüeya. En total
fueron 3 zarigüeyas que criamos durante algunos años. Eran animales asombrosos,
decían que eran como ratas pero nada que ver, eran simplemente distintos, su pelaje
era color negro con manchones blancos, su pelaje brillaba muchísimo, su cara era
afilada y elegante, cada que se acercaba uno para agarrarlos abrían el hocico en señal
de defensa. Respecto a las ardillas, nunca logramos apresar ni siquiera una. Así que
años después, ya siendo más grande de edad, me di el lujo de comprar dos ardillas. Las
tremendas ardillas eran tan bravas que un día mientras alimentaba a una, me descuide
y se me lanzo hacia la mano alcanzándome el dedo meñique. La herida era tan fina,
profunda y perfecta, que solo si no hubiera salido sangre pensaría uno que no había
herida. Lógicamente, me salía sangre, aunque rápidamente la logre contener con el
mágico petróleo. No puedo negar que, de todos modos, me deleitaba diariamente
viendo ardillas en las copas de los árboles o en el cauce del rio de la presa, en las
huertas de guindas que estaban a las orillas de la colonia, y otros lugares comunes que
ya conocíamos con Moy.
Muy bien recuerdo que tejones ya no quedaban mucho en esa zona donde yo vivía, eran
poco frecuentes. La gente que iba frecuentemente de cacería fuera de Uruapan al
regresar traía tejones y venados muertos. Porque asombra tanto un animal a un niño, y
porque no le da importancia al hecho de que este muerto, es un tema que entonces
desconocía. Recuerdo cuando todos los niños manifestaban que acababan de matar de
un balazo de escopeta al último tejón de la Presa de Caltzontzin. Días antes me había
dicho mi amigo que habían visto un tejón en un árbol cercano a la casa de doña enojos,
como le decíamos nosotros a la dueña de la única casa que estaba al frente de la presa,
le llamábamos así porque siempre nos regañaba cuando entrabamos a su propiedad
para atrapar animalitos. Lo fuimos a vigilar durante días al árbol del cual todos los
chicos decían que salía cerca de las 8 de la mañana, el propósito era cuando menos
verlo porque nunca habíamos visto uno de cerca. Yo si sabía que se parecían a los
mapaches porque hacía meses había llenado un álbum que se llamaba Atlas donde
aparecían decenas de animales, entre ellos el tejón y el mapache. Años después,
recurrentemente soñaba a ese tejoncito cayendo del árbol asestado por un balazo de
escopeta. Me sentí tan triste ante su muerte, pensaba que si lo hubiéramos
5. descubierto mi amigo y yo, antes que el asesino, lo podríamos haber salvado. Quizá lo
que más me molestaba era no haberlo visto. Nunca más se escucho ningún murmuro,
desde entonces los tejones quedaron extintos en el bosque de la represa. Cabe
mencionar que en mi ciudad no había zoológicos, y sigue sin haberlos. Lo poco que
conocía de animales era por la enciclopedia de animales que había en mi casa, por el
álbum atlas y sobre todo por los relatos de mi abuelo.
Otra de las actividades que disfrutábamos sobremanera, era ir a sacar chapos a la
presa de Caltzontzin. Teníamos muchas técnicas para atraparlos. Si no queríamos
mojarnos agarrábamos los lirios, cuyas flores lilas tanto le gustan a mi mamá, los
sacábamos del agua rápido y los volteábamos para extraer chapos, lo cierto es que así
no se atrapaban a los más grandes. Una manera más de atraparlos era acércanos a las
zonas menos profundas y levantar las piedras dentro del agua con sumo cuidado, poco
a poco aparecían los chapos y tirábamos el manotazo para atraparlos, siempre en
compañía de Moisés. También solíamos arremangar nuestros pantalones y meternos a
sacar los chapos. Pero la técnica más avanzada era la de meterse a nadar, sumergirse
y en el interior del agua levantar piedras y atrapar chapos abriendo toda la mano y
tirando el zarpazo. Uno pensaría que no existe peligro en sacar chapos. Déjenme
platicarles que un día hace mucho años mientras sacábamos chapos, rio abajo, en la 18
de marzo, metí la mano al agua turbia del rio y sentí un enorme chapo, le grite a mi
amigo: ¡Moy, Moy agarre uno grandotote, puedo sentirlo!. Cuando extraje el supuesto
caparazón del crustáceo, resultó que lo que había atrapado era el grosor de una
serpiente de casi dos metros de largo, la cual lance a metros de distancia debido al
pánico que me invadió. Desde entonces ya no atrapo chapos, me quede espantado.
Sin embargo, de todos mis recuerdos hay uno que nunca olvidaré porque no solo se
refiere a mis gustos y los de mi amigo Moisés sino también a los del abuelo, quien
falleció cuando yo apenas iba a cumplir 13 años. La verdad es que me encantaba, me
fascinaba atrapar mariposas, al inicio las trataba con sumo esmero, les cuidaba su
delicada piel y su espiroqueta, las observaba detenidamente, creo que yo sabía mucho
de mariposas porque el abuelo, antes de morir, me enseño tantas cosas sobre las
mariposas. Recuerdo mucho los vivos colores de las mariposas, las había de todos
colores, blancas, rojas, naranjas, verdes, grises, pintas, y sabia que en otros lugares
había azules o incluso transparentes. Era tanto mi gusto por ellas que deseaba
tenerlas ante mis ojos todos los días. Así que un día pensé en hacer una colección de
6. mariposas, atrape y mate algunas, conforme pasaron los días mi abuelo descubrió mi
interés y me pregunto si prefería ver a las mariposas clavadas de un alfiler en mi
colección o verlas en el campo cada temporada, perseguirlas y divertirme, y un día
cuando creciera enseñarles a mis hijos como él lo había hecho conmigo. Esa ocasión el
abuelo me hizo pensar, solo tenía 10 años, ese día no pude dormir toda la noche,
pensaba en las mariposas que había matado. Yo había sido un desalmado no solo con las
mariposas sino con el reino animal, había matado también ardillas, chapos, urracas,
peces, alacranes y otros, además había contribuido a la muerte de gallinas, patos,
gansos, pichones, camaleones, aves, codornices y conejos. Tengo el vivo recuerdo de la
muerte de 22 mariposas que clave vivas en un solo día en una tabla de madera que
serviría para mi colección. Mi sentimiento de culpa afloro ante esa pregunta del
abuelo. Nunca olvidare al abuelo y su pregunta, hizo que yo siendo un niño me
convirtiera durante una noche en un adulto responsable, recuerdo haberme
preguntado esa oscura noche, donde ni los grillos se escuchaban como si estuvieran de
luto por la cantidad de animales que yo había asesinado, ¿Y quién cuida de los animales,
de las mariposas que tanto me gustan, si yo mismo que las quiero tanto las he estado
matando toda esta semana? No supe responderme esa pregunta, las palabras
retumban en mi cabeza desde entonces, aun las escucho de vez en vez. Las semanas
siguientes soñaba solamente colores, pero no cualquier clase de colores, eran los
colores de las mariposas. Hace algunos años pensé en dibujar todas las mariposas que
recordaba, pensé que sería un lindo trabajo pintar y vender mariposas en cuadros al
óleo porque así podría compartir la belleza de las mariposas con otras personas,
porque yo creo conocer los secretos colores de las mariposas, creo ser capaz de
dibujar lo real de las mariposas, los colores reales de las distintas variedades, tengo
tan grabados esos colores que de seguro todos quedarían impresionados con sus
colores como cuando por primera vez vi la primera mariposa. Quisiera regresar el
tiempo para evitar matar tantas mariposas, quisiera retroceder el tiempo porque aun
hoy en día me siento triste, avergonzado y destrozado. Quizá si hago algo por las
mariposas me sienta mejor. En estos últimos días he escuchado que las reservas donde
habitan miles de mariposas están en peligro, el abuelo estaría muy triste si supiera lo
que está pasando con las mariposas. Quizá no tenga uno que ir tan lejos para darse
cuenta de que la situación es grave, no solo para las mariposas sino gran parte del
reino animal. Simplemente en Michoacán están en peligro de extinguirse varias
decenas de animales. Seria grandioso trabajar en rescatar el reino animal de
Michoacán, por ejemplo, en la Reserva de la Biosfera de la Mariposa Monarca, en
alguno de esos santuarios lindos que Michoacán posee, tales como El Rosario, en Cerro
7. Pelón, en Chivati, en Sierra Chincua, o incluso hacer un Mariposario en Uruapan o en
Ziracuaretiro que tiene tan bondadoso clima para estos lepidópteros.
Ojala esos tiempos regresaran, que nostalgia tengo de mi tiempo de niñez. Quizá sea
un romántico, pero mis tiempos parecían mejores en su diversión, en su entorno, en su
música, en la vida del ser humano. Lo que les acabo de platicar es como me divertía, en
aquellos tiempos, cuando tenía entre 8 y 15 años. Ahora las cosas, los lugares y las
personas parecen haber cambiado. Aprendí mucho en mi infancia. Una de las cosas que
mejor aprendí es que a los animales hay que apreciarlos ahí donde están, sin
extraerlos, sin lastimarlos, sin matarlos, para así poder disfrutar en el futuro de su
belleza y de la belleza de la naturaleza.