Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
Libro complementario | Capítulo 3 | Dios y los cinco reyes de Judá | Escuela Sabática
1. 3
Dios y los cinco reyes de Judá
N
unca fue la intención de Dios poner un rey sobre su pueblo. La pe
tición de un rey por parte de la nación fue un rechazo tajante a la
teocracia: el gobierno directo de Dios sobre ella (1 Sam. 8: 6, 7; 12:
12). Más de cien años antes de Samuel, el anhelo del pueblo por un
gobernante terrenal supremo ya se había hecho evidente, en el período de los
jueces, cuando le pidieron a Gedeón que gobernara sobre ellos y él rehusó, ar
gumentando que Dios sería su Rey (Juec. 8: 22, 23). Ahora bien, al exigir un rey,
queriendo así imitar el sistema de gobierno de las demás naciones, el pueblo
rechazó a Dios mismo como su Rey (1 Sam. 10: 19) y, al hacerlo, incurrió en
pecado y cometió un gran error (1 Sam. 12: 17, 19).
La palabra hebrea para rey, mélek, era el cargo usualmente hereditario que
designaba a un gobernante masculino de una ciudad, tribu, o nación; también
podía significar «posesor», enfatizando el poderío físico; o «consejero», aquel
que puede orientar en determinado asunto; o «el que decide», enfatizando su
perioridad intelectual. Haciendo uso —y frecuentemente abuso— de su poder,
los reyes reclutaban y aun arrebataban a los hijos de las familias de sus súbditos
para que les sirvieran como encargados de sus carros militares y de la caballería,
y formaran parte de la servidumbre real cumpliendo con múltiples tareas. Estas
incluían cocinar, limpiar, construir, labrar, cosechar, vigilar, escoltar, transpor
tar, fabricar armamentos y pertrechos, servir como eunucos, concubinas, o sol
dados, y comandar a grupos de otros siervos, entre otras asignaciones.1
Aunque no se pueden negar las buenas intenciones y las loables acciones de
algunos reyes, era común que el rey se apoderara de los mejores campos, viñe
dos y olivares de su pueblo para sí mismo o para dárselos a sus ministros; y que
impusiera tributos o demandara impuestos sobre la propiedad, las ventas, las
vendimias y cosechas, no solo para mantener los lujos de la corte sino también
para el enriquecimiento de los funcionarios. Por lo general el rey exigía de sus
2. 32 • El Dios de Jeremías
súbditos un porcentaje de sus rebaños; Ies quitaba sus criados y criadas de
modo que trabajaran para él y frecuentemente entraban en alianzas militares
sin consultar con su pueblo.2
Los últimos cinco reyes que gobernaron a Judá antes de su destrucción, con
excepción de Josías, no dieron ninguna señal de arrepentimiento de sus malas
acciones. Sin embargo, una y otra vez, las súplicas del Dios de Jeremías a estos
monarcas y a su pueblo nos revelan su amor y su carácter paciente y misericor
dioso (Jer. 21: 11, 12).
El reinado de Josías
Josías tenía apenas ocho años cuando comenzó a reinar. Judá era para en
tonces vasallo3de Asiria, el gran Imperio del momento. Sin embargo, Asiria se
debilitaba cada vez más bajo los ataques de un nuevo poder emergente, Babi
lonia, y varios estados vasallos se veían tentados a sacar ventaja de esa debili
dad. Bajo el consejo de los tutores de su infancia, y más tarde por su propia
voluntad, Josías sabiamente escogió no unirse a la rebelión y seguir siendo
vasallo de los asirios. Un ataque contra ellos hubiera generado graves represa
lias de parte de los asirios. Josías concentró su atención en eliminar la idolatría
de su reino4 destruyendo los altares paganos y centralizando en Jerusalén los
cultos que requerían el ofrecimiento de sacrificios. Sus esfuerzos se extendieron
incluso hasta el antiguo reino del norte. Quizás intentaba reunir a todo Israel
dentro de las fronteras una vez gobernadas por el rey David.5
Es posible que Josías, cuando apenas era muy pequeño, no le prestara a los
asuntos religiosos más atención que la mayoría de los niños, diciendo y ha
ciendo lo que se le dijera. Sin embargo, a los dieciséis años de edad, ocho des
pués de haber comenzado a reinar, pasó por una experiencia de conversión que
lo llevó a buscar al Dios de sus antepasados. Y a sus veinte años comenzó a
limpiar a Judá de santuarios paganos e imágenes de Asera, esculturas e imáge
nes fundidas (2 Crón. 34: 3).6 Así emprendió un programa de reforma que
consistió en dos partes: desterrar la idolatría y comprometerse a obedecer los
mandamientos de Dios.
Cuando tenía veintiséis años, Josías inició la limpieza y reconstrucción del
templo bajo la dirección del sumo sacerdote Hilcías.7 Entonces ocurrió un
evento extraordinario: al limpiar los escombros de un sector averiado de la casa
de Dios, Hilcías encontró un antiguo libro de la ley. Se cree que era el libro de
Deuteronomio («la segunda ley»). Su lectura, y el propósito de Josías junta
mente con su pueblo de vivir de acuerdo con sus estipulaciones, fueron ele
mentos motivadores durante el resto de su reinado.
3. 3. Dios y los cinco reyes de Judá ♦ 33
Josías se mantuvo fiel a Dios a pesar de la pésima influencia recibida de la
infidelidad y maldad de su padre Amón y de su abuelo Manases, y caminó más
bien en las huellas de dos de sus ancestros más distantes, los reyes Ezequías y
Uzías. Su fidelidad a Dios y al pueblo de Judá le hicieron merecedor de honor
y alabanzas superados solamente por reyes como Josafat y el mismo David.8
Joacaz y Joacim
Joacaz, el menor de los cuatro hijos de Josías, ascendió al trono en el año
609 a. C., cuando tenía veintitrés años. Su nombre era Salum, pero tomó el
nombre de Joacaz para reinar. No se nos dan detalles de por qué, siendo el más
joven, llegó a ser el rey aunque, según 2 Reyes 23: 30, parece haber sido por
aclamación popular. Puede ser que el pueblo estaba al tanto de la tendencia de
su hermano mayor, Joaquín, a colaborar con los egipcios. Joacaz había reinado
por tan solo tres meses cuando el faraón Necao regresó de sus guerras en la
Mesopotamia e inmediatamente ordenó su deposición y arresto. Necao puso
como rey a Eliaquim, hijo de Josías, y le cambió el nombre por el de Joacim. A
Joacaz se lo llevó como prisionero a Egipto, donde murió (vers. 34).9
Como rey vasallo Joacim sirvió de buena voluntad a los egipcios y, con su
apoyo, cargó a Judá con pesados impuestos. A fin de edificar un lujoso palacio
esclavizó a muchos de sus compatriotas sirviéndose de ellos sin pagarles nin
gún salario por su trabajo (Jer. 22: 13) e incurrió en muchos otros males. Siem
pre se negó a escucha la voz de Dios (vers. 21).
Jeremías profetizó que, debido a los pecados del rey y del pueblo, los babilo
nios descenderían sobre Jemsalén y la destruirían. En el año 605 a. C. el profeta
hizo que su secretario, Baruc, escribiera en detalles su acusación contra los peca
dos de Joacim y los anuncios de las retribuciones de Dios por ellos. Joacim escu
chó acerca del rollo escrito y lo confiscó, e hizo que se lo leyeran mientras él
permanecía sentado frente a un brasero. A medida que cada denuncia le era leí
da, Joacim la cortaba del rollo y la quemaba, repitiendo el proceso hasta que
todo el rollo fue quemado (Jer. 36).10 Por los muchos delitos de los que fue
acusado, incluyendo asesinatos, el rey fue confrontado por las firmes denuncias
de Jeremías, quien dijo de él: «Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu ava
ricia, para derramar sangre inocente y para oprimiry hacer agravio» (22: 17).11
Debido a todas las injusticias mencionadas, la suerte final del rey loacim fue
deprimente (vers. 18, 19). El Dios de Jeremías es, por contraste, un Dios aman
te del derecho y la justicia. Así se lo había revelado a Joacim al recordarle las
razones por las cuales a su padre Josías le había ido bien (vers. 15). Esas razo
nes nos muestran que el Dios de Jeremías es un Dios interesado en defender la
causa del afligido y del necesitado y está dispuesto a bendecir y prosperar a
4. 34 • El Dios de Jeremías
quienes teniendo el poder en sus manos actúan con equidad y misericordia
para con ellos. Y aún más, Dios declara que actuar de esa manera es conocerlo
a él (vers. 16) y que este es el único conocimiento digno de alguna alabanza
(Jer. 9: 23, 24).
Dios libera la vida del pobre de manos de los malignos y por ello es mere
cedor de nuestros cantos y alabanzas (Jer. 20: 13). Él espera que nosotros, es
pecialmente los que profesamos su nombre, le imitemos librando al oprimido
de mano del opresor y así evitemos que su ira —la justa reacción de su carácter
ante el pecado y la iniquidad— se encienda como fuego consumidor (21: 12).
El Dios de Jeremías, y nuestro, tiene un cuidado especial, muy tierno, por los
huérfanos, las viudas y los extranjeros, quienes son generalmente vulnerables y
frecuentemente víctimas de explotación y de toda suerte de injusticias. Exhorta
a los hijos de su pueblo a actuar como instrumentos suyos haciendo lo que esté
a su alcance para aliviar a las víctimas de estos males (22: 3). Al hacerlo, recibi
rán su bendición (22: 4). El Dios de Jeremías está atento a sus hijos menestero
sos, ciegos y cojos, y vigila a la mujer que está encinta y a la que da a luz. Los
trata con misericordia y provee para sus necesidades (31: 8, 9).
El corto reinado de Joaquín
Tras la muerte de su padre y con apenas dieciocho años, Joaquín ascendió
al trono de Judá12 en diciembre del 598 a. C. Su corto reinado duró solo tres
meses (2 Rey. 24: 8). Cuando llegó al trono había gran turbulencia política en
Judá, especialmente por la rebelión contra Nabucodonosor, rey de Babilonia, a
quien le habían estado pagando tributos por años. El padre de Joaquín había
apoyado el vasallaje de su nación, lo cual había airado a los patriotas que an
helaban la independencia; por eso se conjetura que pudo haber sido asesinado.
Nabucodonosor marchó contra Jerusalén la cual cayó casi inmediatamente.
Capturó a Joaquín y su familia y se los llevó al exilio, poniendo a su tío Sede-
quías en el trono como gobernante monigote.
Años después, mientras Joaquín se encontraba en el exilio, Evil-Merodac,
hijo de Nabucodonosor, al convertirse en el rey de Babilonia, le concedió como
regalo la libertad y le permitió despojarse de sus vestiduras de exiliado judío;
también le permitió comer en la mesa real y lo trató como invitado de honor.
Se afirma que durante su exilio Joaquín incluso edificó en Babilonia un mauso
leo en la tumba del profeta Ezequiel13 en honor a su memoria. Después del exi
lio, fue un nieto de Joaquín, Zorobabel, el que dirigió la reedificación del tem
plo de Jerusalén.14
5. 3. Dios y los cinco reyes de Judá • 35
Final de finales
El último rey de Judá, puesto en el trono por Nabucodonosor, fue el tío y
sucesor de Joaquín, Sedequías. Este fue el nuevo nombre que Nabucodonosor
le puso a Matanías (2 Rey. 24: 17), como también se le conoce. Cuando los reyes
ascendían al poder a menudo asumían nuevos nombres. Pero cuando un nue
vo nombre les era impuesto por otro rey, se hacía evidente el poder del otro
gobernante sobre él. Como último rey en la historia de Judá, Sedequías no
aprendió la lección de lo sucedido a sus predecesores. Tampoco había aprendi
do de la historia, es decir, de lo ocurrido a sus hermanos del reino del norte,
Israel, quienes habían caído ante los asirios dos siglos antes. Al igual que Israel,
Judá se había entregado a la idolatría y había confiado su futuro al poder de las
armas antes que a Dios. El resultado para Israel había sido desastroso.
Cuando Sedequías ascendió al trono, Judá se encontraba al borde del desas
tre nacional. La mayoría de la nobleza había sido deportada a Babilonia y ya no
quedaba mucha gente con la sabiduría y experiencia necesarias para ayudarle a
tomar buenas decisiones. Y a aquellos que fueron dejados en Jerusalén, Jere
mías los compara con higos descompuestos, no buenos para comer (Jer. 24).
Dadas estas circunstancias, Sedequías, en su condición de rey', necesitaba apo
yarse en Dios como ninguno de sus antecesores; pero no lo hizo. Aparente
mente, él era visto por judíos y babilonios como un rey provisional hasta que
los babilonios consideraran apropiado reinstalar a Joaquín. Pero Jeremías creía
que el exilio de Joaquín era permanente y que nunca volvería a gobernar en
Judá. Y así ocurrió.
Sedequías, quien gobernó por once años, era el rey cuando en el año 587 a.
C. Jerusalén fue sitiada por última vez. Cuando una ciudad amurallada era si
tiada, el ejército enemigo se apostaba en las afueras, rodeándola, en espera de
que se le agotaran sus provisiones y sus habitantes se rindieran. Entre tanto,
cegaban las fuentes exteriores de agua, cortaban los árboles frutales y talaban
todo otro árbol que les fuera útil para construir pertrechos de combate y edifi
car terraplenes que les permitieran alcanzar las murallas y acceder a su interior.
Todo esto hicieron los soldados del ejército caldeo hasta que, finalmente, los
mismos habitantes de Jerusalén, bajo el acoso del hambre, abrieron un boque
te en la muralla e intentaron escapar durante la noche. Los soldados salieron
pero los babilonios no solamente los detuvieron sino que también pudieron
entrar a la ciudad.
6. 36 • El Dios de Jeremías
Triste desenlace
El rey Sedequías fue capturado y llevado ante Nabucodonosor quien se en
contraba en Ribla, en tierra de Hamat, una ciudad estratégicamente ubicada en
las cercanías de Jerusalén. Allí dictaron sentencia contra él. Mataron a todos los
nobles que quedaban en ]udá incluyendo a los hijos de Sedequías, quienes
fueron degollados en su presencia y a él le sacaron los ojos, lo ataron con cade
nas y se lo llevaron prisionero a Babilonia (vers. 6, 7). Poco después los babi
lonios saquearon y destruyeron el templo, se llevaron el resto de la población
que pudiera serles de alguna utilidad, quemaron la ciudad y derribaron los
muros de Jerusalén dejándola desolada. Tan solo quedaron escombros, unos
cuantos granjeros y algunos ocupantes advenedizos.
Notemos el epílogo bíblico de esta historia. Nos dice el por qué de su triste
final: Sedequías «hizo lo que ofende al Señor su Dios. No se humilló ante el
profeta Jeremías, que hablaba en nombre del Señor, y además se reveló contra
el rey Nabucodonosor, a quien había jurado lealtad. Sedequías fue terco y, en
su obstinación, no quiso volverse al Señor, Dios de Israel. También los jefes de
los sacerdotes y el pueblo aumentaron su maldad, pues siguieron las prácticas
detestables de los países vecinos y contaminaron el templo que el Señor había
consagrado para sí en Jerusalén. Por amor a su pueblo y al lugar donde habita,
el Señor, Dios de sus antepasados, con frecuencia les enviaba advertencias por
medio de sus mensajeros. Pero ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, y
se mofaban de sus profetas. Por fin, el Señor desató su ira contra el pueblo, y ya
no hubo remedio» (2 Crón. 36: 12-16, NV1).
Vislumbres adicionales del Dios de Jeremías
En el desarrollo de estos eventos podemos captar varias vislumbres del Dios
todopoderoso de Jeremías.
Primera: Dios determina el futuro y no quiere que, en vez de arrepentimos
cuando necesitamos hacerlo y poner toda nuestra confianza en él, nos autoen-
gañemos albergando falsas esperanzas. «No os engañéis a vosotros mismos»,
nos amonesta, como lo hizo con el pueblo de ludá (ver 1er. 37: 9).
Segunda: En su gran misericordia, el Dios de Jeremías es paciente para con
nosotros aun cuando nos descarriamos y no le somos fieles. Nos mega insis
tentemente porque no quiere que perezcamos. Sin embargo, si persistimos en
rechazar sus mensajes de amor y desdeñamos a sus mensajeros, no le queda
más remedio que dejarnos cosechar las tristes consecuencias de nuestra des
obediencia.
7. 3. Dios y los cinco reyes de Judá 9 37
Tercera: El Dios de Jeremías es fiel a sus promesas. No faltó a la promesa que
hiciera al rey Sedequías, de que moriría en paz, no a espada, y que sería honra
do después de su muerte (Jer. 34: 4, 5), a pesar de la infidelidad del rey y su
terquedad hacia él hasta el mismo final de su reinado. Tenía razón el apóstol
Pablo al escribir de Dios que «si somos infieles, él permanece fiel, porque no
puede negarse a sí mismo» (2 Tim. 2: 13).
Cuarta: El Dios de Jeremías es el Juez de toda la tierra. Si bien su juicio comien
za con su pueblo (1 Ped. 4: 17, 18), se extenderá a todas las naciones porque
su gobierno es universal. Él «es el Juez de todo mortal» (Jer. 25: 15-26, 31).
Es muy interesante notar que Nabucodonosor, un rey pagano, y sus capita
nes, entendieron lo que los últimos reyes de Judá no quisieron entender, que
la voluntad de Dios es suprema y se estaba cumpliendo en todos esos aconteci
mientos desencadenados por la desobediencia de Judá. Notemos: «Tomó, pues,
el capitán de la guardia a Jeremías y le dijo: "Jehová, tu Dios, anunció este mal
contra este lugar; y lo ha traído y hecho Jehová según lo había dicho, porque
pecasteis contra Jehová y no escuchasteis su voz. Por eso os ha venido esto"»
(Jer. 40: 2, 3). El mismo jefe militar de los caldeos reconoció que la victoria de
su imperio, Babilonia, era un acto del Dios de Jeremías.
El amor y la misericordia del Dios de Jeremías son invariables y los mani
festó a su pueblo aun en el cautiverio. En la tierra de Babilonia, a donde fueron
deportados, Dios procuró su paz, los animó a edificar casas y habitarlas, a for
mar hogares y engendrar hijos (Jer. 29: 4-7), y les mostró su buena voluntad de
restaurarlos. Les aseguró que «cuando en Babilonia se cumplan los setenta
años, yo os visitaré y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros
volver a este lugar» (vers. 10). Les dice con ternura paternal: «Seré hallado por
vosotros» y los reafirma con la reconfortante seguridad de que «haré volver a
vuestros cautivos y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares a
donde os arrojé, dice Jehová. Y os haré volver al lugar de donde os hice llevar»
(vers. 14). Ese Dios no cambia. Es el mismo ayer, hoy, y lo será por los siglos
(Heb. 13: 8).
El remanente
En todas las épocas de la historia del pueblo de Dios él ha tenido un rema
nente preservado por su providencia. En la Biblia, la palabra «remanente» de
signa «lo que queda», «el resto» y, por tanto, «lo que aún permanece». En el
Antiguo Testamento el concepto de «remanente» era generalmente usado con
referencia a israelitas que sobrevivían calamidades tales como la guerra, el
hambre, la pestilencia, o la cautividad, y a quienes Dios en su misericordia
8. 38 • El Dios de Jeremías
salvaba para garantizar la supervivencia de su pueblo escogido (Gén. 45: 7; 2
Rey. 19: 31). Aunque debido a sus repetidas apostasías el pueblo de Israel a lo
largo de su historia tuvo que enfrentar situaciones catastróficas que lo pusieron
al borde de la extinción, una y otra vez se hacía cierto el clamor, «de muchos
que éramos hemos quedado unos pocos» (Jer. 42: 2); y esto debido a que, una
y otra vez, Dios se reservaba un remanente.
En representación del remanente que regresó a Jerusalén después del cautive
rio babilónico, Esdras como su líder y vocero hizo el siguiente reconocimiento:
«Después de todo lo que nos ha acontecido por causa de nuestras maldades
y de nuestra grave culpa, reconocemos que tú, Dios nuestro, no nos has dado
el castigo que merecemos, sino que nos has dejado un remanente. ¿Cómo es
posible que volvamos a quebrantar tus mandamientos contrayendo matrimo
nio con las mujeres de estos pueblos que tienen prácticas abominables? ¿Acaso
no sería justo que te enojaras con nosotros y nos destruyeras hasta no dejar
remanente ni que nadie escape? ¡Señor, Dios de Israel, tú eres justo! Tú has
permitido que hasta hoy sobrevivamos como remanente. Culpables como so
mos, estamos en tu presencia, aunque no lo merecemos» (Esd. 9: 13-15, NV1).
Estas sentidas palabras revelan al Dios de Jeremías como un Dios de justi
cia, puesto que el mismo pueblo reconoce el cautiverio como una retribución
merecida por sus maldades. También revelan que es un Dios de misericordia
que, a pesar de la culpabilidad del pueblo, les había preservado un remanente;
y que Dios es un Dios de gracia, ya que, debido a la desobediencia de los repa
triados, aun ese remanente podría sobrevivir únicamente si mediante el arre
pentimiento se volvían de todo corazón a Aquél a quien habían ofendido.
Así, no solo reclamando los privilegios del pacto eterno sino aceptando de
nuevo sus responsabilidades, podrían establecerse de tal modo que otra vez,
echando raíces abajo y dando frutos arriba, el remanente de Judá pudiera ir
siempre adelante, declarando la gloria de Dios ante las naciones de la tierra (2
Rey. 19: 30; Isa. 66: 19). Y una vez más se cumplirían las palabras: «Porque de
Jerusalén saldrá un remanente, y del monte Sion sobrevivientes. El celo del Se
ñor de los ejércitos hará esto» (2 Rey. 19: 31, BA). Después de cada apostasía de
la mayoría, hubo un remanente fiel, heredero exclusivo de las promesas sagra
das, privilegios, y responsabilidades del pacto hecho originalmente con Abra-
ham y confirmado en el Sinaí. Así, el «remanente» en los tiempos del Antiguo
Testamento conformó el pueblo escogido de Dios en generaciones sucesivas.15
En el Nuevo Testamento (Rom. 9-11), Pablo presenta a la iglesia cristiana
como los herederos de las promesas, privilegios y responsabilidades del pacto
eterno, sucediendo al judaismo como depositaría del tesoro de la verdad reve
lada de Dios, como la representación corporativa de su voluntad en la tierra, y
como su instrumento escogido para la proclamación del evangelio en favor de
9. 3. Dios y los cinco reyes de Judá * 39
la salvación de la humanidad. Y aunque en Romanos 9: 27 el apóstol se está
refiriendo primariamente al Israel literal al usar el término «remanente», una
referencia a los judíos de sus días que aceptaban a Cristo como el Mesías, aho
ra eran los miembros de la iglesia como cristianos, ya no como judíos, quienes
tenían derecho a ese título.
En los días de Jeremías, el remanente representaba la esperanza dada por
Dios a su pueblo por medio de los profetas. Dios les aseguró que su supervi
vencia como pueblo después del cautiverio babilónico sería un referente histó
rico aún más estimado que el acontecimiento más significativo en la historia
previa de Israel como pueblo: su éxodo de Egipto. «Por tanto, vienen días, dice
Jehová, en los que no dirán más: "¡Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de
Israel de la tierra de Egipto!", sino: "¡Vive Jehová, que hizo subir y trajo la des
cendencia de la casa de Israel de tierra del norte [Babilonia] y de todas las tie
rras adonde yo los había echado!". Y habitarán en su tierra» (Jer. 23: 7, 8).
¿Qué aplicación de estos hechos podríamos hacer para nuestros días? So
mos el pueblo remanente de Dios, el remanente escatológico anunciado por
las profecías bíblicas, el objeto de la ira del gran dragón apocalíptico. Ante
nuestros ojos se están cumpliendo las palabras: «Entonces el dragón se llenó de
ira contra la mujer, y se fue a hacer la guerra contra el resto [remanente] de la
descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tie
nen el testimonio de Jesucristo» (Apoc. 12: 17).
En su lucha contra el remanente de Dios de estos últimos días, el dragón no
está solo, tiene como aliados a dos poderes representados por las dos bestias de
Apocalipsis 13, que surgen del mar y de la tierra, respectivamente, y juntos
forman una falsificación de la Trinidad. El dragón es la cabeza del trío, tal
como el Padre es cabeza de la Trinidad. Tal como John Paulien nos hace notar:
la bestia que sale del mar es una falsificación de Cristo. Como Cristo es la ima
gen del Padre, esa primera bestia es una imagen del dragón (compare Apoc. 12:
3 con 13: 1), y así como Jesús, sufre una «muerte» y una «resurrección», y tiene
un «ministerio» de tres años y medio.16
La obra de la segunda bestia, la que surge de la tierra, es una falsificación de
la obra del Espíritu Santo. Habla en nombre de la primera bestia, como el Espí
ritu Santo en nombre de Cristo; hace descender fuego del cielo, como el Espíritu
Santo en Pentecostés; y da aliento y revive la imagen de la segunda bestia en una
obra similar a la del Santo Espíritu de Dios, la de renovar y revivir para el cum
plimiento de una misión. Juntos, estos poderes confunden al mundo falsifican
do la verdad de Dios con tal efectividad que «toda la tierra se maravilló en pos
de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia» (Apoc.
10. 40 • El D ios de Jeremías
13: 3, 4).17 El mundo no sabe dónde se encuentra en el cronograma profético
de Dios, ni mucho menos para dónde va. Pero tú y yo, como miembros del
remanente de Dios, lo sabemos. Sabemos lo que nos espera.
Por lo tanto, recordemos, como anotamos arriba, que en la historia bíblica
la única esperanza para el remanente era la que fue dada por medio de los pro
fetas de Dios, y aprendamos la lección. Hemos sido bendecidos con una com
prensión especial de la Biblia, la palabra profética más segura (2 Ped. 1: 19) y,
en el plan de Dios, con una manifestación especial del don profético en el
ministerio y los escritos de Elena G. de White a fin de ayudamos a estar prepa
rados para lo que nos aguarda en los últimos días. ¿Cómo reaccionaremos ante
sus mensajes? ¿Aprenderemos de Israel? Tengamos en cuenta que «todas estas
cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestamos a no
sotros, que vivimos en estos tiempos finales» (1 Cor. 10: 11).
Referencias
1. NIVCDB, «King».
2. Ibíd.
3. Un reino (o rey) vasallo era uno conquistado o vencido por otro más poderoso que, en conse
cuencia, le imponía sus políticas de gobierno y, entre otras exigencias, le demandaba el pago
regular de tributos.
4. Richard R. Losch, All the People in the Bible (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 2008), p. 240.
5. ASB, p. 569.
6. Muchas de ellas consistían en ídolos fálicos de divinidades paganas de la fertilidad {ibíd).
7. Losch, p. 240.
8. Ibíd.
9. Ibíd., pp. 189, 190.
10. Ibíd., p. 191.
11. Ibíd.
12. Según 2 Crónicas 36: 9, él tenía ocho años y reinó por tres meses y diez días. Sin embargo, la
mención de sus mujeres en 2 Reyes 24: 15 y las referencias a él en registros babilónicos, indican
claramente que él tenía los dieciocho años. Ibíd.
13. Losch, p. 190.
14. Ibíd.
15. Ibíd.
16. Jon Paulien, Las siete claves del Apocalipsis (México DF: GEMA, 2014), pp. 93-95.
17. Ibíd.