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poesía

narrativa

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Ilustraciones de tapa e interior: Nacha Vollenweider
Diseño edición: D.C.-llantodemudo.

Selección: Paula Ferreyra - Nicolás Brondo - Diego Cortés
Las obras publicadas en la revista pertenecen en su totalidad a sus autores.
La editorial se hace responsable de lo que sea, mientras no haya que pagar un
asado.
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Nueva época número 3
Febrero 2014

Ediciones Llanto de Mudo 2014.
Colón 355 – Local 61 – Galería Cinerama – Córdoba
llantodemudo@hotmail.com
llantodemudo
Paulina Cruzeño
Marcelo Daniel Díaz
Anuar Cichero
Álvaro Lema Mosca
Seba Maturano
Javier Lodeiro Ocampo
Alejandro Farías y Leonardo Sandler
Fran López
Arekasadaro y Matías Giamportone
Federico Reggiani y Lauri Fernández
Poesía
Paulina Cruzeño
Mi primer beso fue con un muerto
Un tiro en la boca
después de una fiesta
en un campo lleno de silencio
Escribime cuando estés cerca
de eso se trata la ausencia
Raspar lo imposible
con el borde de la lengua
Esa mujer que escribe
y te gusta
viene del infierno
Tiene marcas que no se ven
en la lluvia
Esa mujer
¿te gusta cuándo no finge?
Corría de la casa al patio
Trepaba a la planta de damasco
buscándole los dedos
Nunca podía bajar
De la altura e intensidad
tenían que rescatarme
Me apretás fuerte la cabeza
para que no salga nada de allí
Los gusanos invierten el camino
carcomen órganos
acuosos deambulan
Mastican
Agujerean
mientras me abrazas con las manos frías
Me dejás en el hospital
por las hemorragias
y me escribís un mensaje de texto
para saber si el problema está en los ovarios
Todos los días
busco el diario
y lo traigo sobre la mesa
Reviso
los avisos fúnebres
Tengo miedo de haber muerto
y no saberlo
La lluvia dibuja venas
en el vidrio
admiro su insistencia
la certeza del recorrido
De este lado
una soledad maravillosa
Dos mujeres en la línea de fuego
en las líneas de la mano
en el lomo de un escarabajo
suspenden la lluvia en el peor vendaval
y sus pieles aprendieron gemidos
en una tribu muda

Paulina Cruzeño (1983)
Publicó Demasiado ágil en el desierto
(Llanto de mudo, 2011) y La suavidad del
dolor. Antología (Park Editorial, 2012)
Participó II Festival Internacional de Poesía
de Córdoba (2013).

Mail de contacto: lic_paulinac@hotmail.com
Marcelo Daniel Díaz
Satélites
Para el ojo del astrónomo
somos pequeñas gotas que caen en la tierra
desde un cielo ladeado en sus extremos.
Y para el ojo de los seres queridos
brillan los paneles de los satélites.
No sé explicarlo: es un candado de luz
ahogando la materia oscura.
El astronauta
En la madrugada las estrellas y las ecuaciones
tejen la red de una araña negra
que mastica los huesos de la noche.
Sobre la escuela volaba un avión comercial
que dejaba una cicatriz de humo en el cielo
y dije: “yo quiero ser Neil Amstrong”.
En el guardapolvo llevaba un mapa de ruta
para salir de la atmósfera
y dibujar otro barrio en el cosmos.
Pero los recuerdos felices funcionan
tan sólo como recuerdos felices:
ahora ensayo pasos de astronauta
para cruzar la calle.
La permanencia de la materia
Restos de conteiners
deja el viento en el horizonte.
Mamá salió a cobrar el alquiler,
su pollera se eleva
como una bolsa de plástico.
Somos una familia chica;
la permanencia de la materia
sobrevuela el aire.
El mundo entero se atasca a veces
en una tormenta de escombros.
El cometa
Una ambulancia cruzó la esquina.
Es la única estrella en el cielo
antes de que se interrumpa
la continuidad de cada cosa.
Me lo dijo el ojo convencido del enfermo
que apuntaba desde la ventanilla.
La memoria reducida
a un agónico instante de lucidez
y algunos realizan
el mismo ejercicio de rotación
sobre el manto de lo real
como si nada hubiese pasado.
Partículas elementales
Subo al techo.
Desde las alturas vuelven las explicaciones
a imagen y semejanza de los vecinos.
Entiendo que un hombre
está hecho de miles de partículas invisibles
que estallan en los zócalos
de las nubes. Que el futuro es una máquina
cortando el césped, en el fondo del patio.
Osa mayor
Con el anillo de Linterna verde
dibujo una balanza en la Vía Láctea.
En el centro están las enanas blancas
y su calendario intacto.
Cómo hablar de los fósiles
del tiempo, más reales que las hojas
del árbol de la eternidad,
si todavía cargamos con un lenguaje en movimiento, como una flecha
sin dirección.
La materia agoniza y se desprende
de la galaxia como un cartón mojado.
El espíritu de superhéroe
lo perdí hace años
el día en que mataron a Superman.
Osa menor
El eje terrestre se detiene.
Es inédito. Olvidamos que la luz
es sombra carbonizada.
Y que la radiación la multiplicará como los panes.
Más tarde o más temprano
los nombres de las constelaciones
repoblarán los espacios celestes
donde el único método que nos define
consiste en habitar la ausencia
con la ausencia.
Newton y yo
La manzana que cayó durante la siesta de Newton
descansa en mis manos
como un agujero negro hambriento de sentidos.
La muerte de los cometas cabe en su núcleo.
Escribo el poema
con lo que tarda un rayo de luz
en aparecer en el mundo.
Newton sabía que los árboles
trabajan a la inversa de la gravedad,
lo leyó debajo de sus píes:
en cada hombre, comprimida,
hay una descarga universal
del tamaño de un planeta.

Todos los poemas forman parte del libro “Newton y yo” (Editorial Nudista.
2012.)
Marcelo Daniel Díaz nació en 1981. Vive en
Río Cuarto (Córdoba). Profesor y Licenciado
en Letras. Participó en la antología “Es lo que
hay” llevada a cabo por Lilia Lardone en 2009.
En 2010 participó de las residencias literarias
del Centro de Arte Contemporáneo de Córdoba a cargo de Silvio Mattoni y María Teresa
Andruetto. En el año 2011 publicó el libro de
poemas “Newton y yo” con editorial Nudista.
Y en el año 2012 publicó el texto de lingüística
“La palabra y la acción: la máquina de enunciación K” con EDUVIM.
Contacto: marceloddiaz@hotmail.com
Anuar Cichero
revoluciones
inventar un anti lenguaje
que rompa sus nombres a las cosas
y nombrarnos secretamente con el tacto

pero las cosas organizarán su resistencia

crearán un anti tacto
para robarnos las huellas de los pasos
las sombras del espacio
y el peso de los labios

entonces vivir será la fuga
y el silencio, nuestra anti resistencia
no vuelos
sí un anti tocarnos.

rompernos en las cosas
sin resistencia
para rodar sobre las sombras
los nombres
y el peso de sus labios
saber que nuestra creación,
esta fuga de vivir
el final de las cosas
el poema que no te dije

está creciendo por ahí de tu semilla ausente
yo nací de este silencio
que se recorta entre nosotros
pero
¿quién es este yo que habla?

(entre límites que me evidencian)
el final de las focas
te dije este poema ausente
entre límites de lo evidente
pero

¿quién es esta yo que habla?

el silencio se recorta entre las focas

tu semilla
está creciendo por ahí
nací de nosotras
oso solar
un oso está creciendo de mí.
que nadie puede ver porque es secreto
tiene las patas frías como los sueños
y el pelaje del color de estas palabras

por las noches me escapo de su.
entonces troto
y lamo los vidrios de los autos
para sentirme libre
pero amanece el oso y dice:
- soñé con un hombre
osa lunar
sé que Hexistís.

no podría decir que te busco
porque sos probable
en algún rincón de mi lejanía
me acaricio contra los árboles
si siento
que por allí
pasó el fantasma de tu piel celeste

y te he visto
en los ojos amanecidos del oso solar,
subiendo desnuda por la espuma rota
entonces te digo en secreto:

"hundámonos en la médula de este sueño

oscuras de tanto lamernos"
hacerlo, ¡libertad!
suspender el verbo

(para siempre
.
.
.
.

)
magma
soy voz oculta
no necesito lengua
para nombrar este país interno
callo la piel que ahora leés
y te miro con tristeza

aunque me caiga yámisma del libro
como lava de aire
vos y yo

jamás vamos a tocarnos
Anuar Cichero
Nací hace 27 años y pico en Esquel. Viví en San Luis hasta
que en 2004 me mudé a Córdoba para continuar mis estudios
universitarios. Luego de un paso (no tan fugaz) por la ingeniería, me decidí por Letras Modernas y en eso estoy.
Mi CV de escribiente es breve, casi un haiku: Desde 2007,
mantengo un blog de poesía que se llama diezmil cosas
[http://diezmilcosas.blogspot.com], colaboré con algunos poemas en un par de revistas virtuales de México y Colombia
(no recuerdo bien el año); en 2011 participé en la antología
Compilación Digital 01, una recopilación de poesía argentina
contemporánea que publicó la editorial Cacto, de México.
Edité de manera auto gestionada tres libros de poesía: Actos
de Habla (2008), Junio César (2009 y 2013) y ososolar (2013).
Tengo dos libros más que permanecen inéditos pero pueden
leerse mayormente en mi blog.
Los poemas publicaods forman parte del libro ososolar.
Contacto: anuar.cichero@gmail.com
Narrativa
La mujer y la guitarra

Álvaro Lema Mosca

Quizás aquella noche hacía más calor de lo normal, quizás el
cielo estaba más oscuro que de costumbre, quizás había menos
gente, no sé, pero por alguna razón que depende pura y exclusivamente de esa noche, aquella fue la primera vez que la vi. Estaba
entre la muchedumbre, entre los que pasaban y los pocos que permanecían de pie formando un semicírculo a mi alrededor, en silencio y atentos a mis manos. Allí también estaba ella, con su piel de
jabón, sus muñecas finas y el rostro empapado en lágrimas. Seguramente no fuera la primera vez que se detenía frente mí, pero sí
fue la primera noche en que crucé sus ojos y vi sus lágrimas grandes, anchas, mojando los pómulos de terciopelo. Vestía de violeta y
tenía el pelo cobrizo recogido en una media cola. Lloraba en silencio, casi perdida entre las sombras de los faroles y los cuerpos en
movimiento. Miraba mis dedos ágiles, las cuerdas de la guitarra
temblar con rapidez, el cuerpo de madera desprendiendo cada sonido en una cascada descomedida, convulsiva. Y lloraba. Cómo lloraba.
Yo nunca observo a los espectadores, aunque a veces son
pocos y permanecen largos momentos frente a mí. Prefiero comunicarme con la guitarra, mirarla a ella, acariciarla como si
fuera mi mujer, sostenerla en mis piernas y sacarle lo mejor que
tiene dentro, pero fue difícil no verla, allí, detenida en el tiempo
y con los ojos empañados. Era la primera vez que una persona
lloraba tanto al verme tocar. Así que yo también la miré por un
rato, sin perder el ritmo de la música, sin desafinar ni un solo
tono, extasiado frente a su magia. Sí, aquella mujer tenía magia.
Claro que sí. Pero después de unos minutos, volví mis ojos a la
guitarra, a los acordes, a las cuerdas tensadas y cuando miré nuevamente hacia los espectadores, ella ya no estaba. Mi mirada enferma la buscó y vi su sombra alejarse entre las siluetas oscuras
de los que pasaban por allí.
A la noche siguiente, mi sorpresa fue mayor cuando la vi parada
frente a mi, otra vez con los ojos llenos de lágrimas, mirando como
ninguno de los presentes lo que yo le hacía a la guitarra. Esta vez
cerraba los ojos e inclinaba apenas la cabeza, como si se lo estuviese
haciendo a ella. Y seguía sollozando, en silencio, en profundidad.
Esta vez también la miré sin detener mi accionar musical, pero ella
parecía no darse cuenta. Era como si su atención estuviera solo enfocada en la guitarra y en la melodía que de ella se desprendía y se
volvía parte del viento. Pero otra vez, terminado el tema que estaba
ejecutando, dio media vuelta y desapareció.
A la tercera noche no podía contener la ansiedad. Desde que me
acomodé la guitarra en las piernas estuve espiando entre los transeúntes de la feria, esperando encontrarme con su rostro, con sus
ojos muertos, con sus manos lisas. Y por fin apareció. Otra vez vestía
de violeta y negro y otra vez comenzó a llorar. Su llanto no era el
de la emoción o la tristeza o el recuerdo: era todo eso junto. Todas
las miserias y las alegrías de la humanidad estaban encerradas en
cada una de las gotas que resbalaban por sus mejillas. Por eso era
imposible no prestarle atención. No podía entender cómo los otros
que la rodeaban no se percataban de cuánta belleza había en su
gesto. Ejecuté varios temas sin siquiera mirar la guitarra, extasiado
ante la inmutabilidad de aquella mujer que me volvía su esclavo,
su servidor y que solo quería de mí lo que yo podía darle. Me enloquecía ese desprecio. Y otra vez, dio media vuelta y huyó de mí.
La última noche fue decisiva. Cuando la vi asomar su rostro
tras los hombros de unos que estaban parados frente a mí, estaba
decidido a arriesgarme. Así que cuando ella fugó, después de escuchar un par de canciones, abandoné la guitarra, el estuche con
la propina, los parlantes y todo lo que era yo hasta ese momento
y corrí tras ella. La gente brotaba de las baldosas y la mujer se
perdía entre las formas sin formas que caminaban por la calle estrecha. Desaparecía paso a paso y la idea me aterraba. Parecía escabullirse con la agilidad de un gato. Tenía miedo. Por fin, se
desvió de la senda y tomó por una calle oscura que llevaba al
puerto. La seguí en silencio, con cuidado, por dos o tres cuadras,
hasta que entró a una casa grande, vieja. Allí la esperé decepcionado, porque ni el valor ni el idealismo me ayudaron a entrar y
pedir por ella. Volví derrotado a la feria y a la guitarra, esperando encontrarla mañana frente a mí otra vez.
Pero no fue así. A la noche siguiente no volvió. Ni tampoco a la
siguiente, ni a la siguiente, ni a la siguiente.
Contrariado, abatido, enfático, me armé de coraje y fui hasta la
casa donde la vi entrar. Golpeé al llegar pero una voz me gritó desde
dentro que pasara. Abrí la puerta enorme e ingresé. Era un hospedaje de los viejos, con muebles viejos, paredes viejas y una vieja
como recepcionista. A ella le pregunté por la mujer y ella me contó
su historia. No he vuelto a tocar desde entonces.

Un hombre vino hoy al hospedaje. Dijo ser guitarrista y tocar en
la feria callejera que está aquí cerca en el verano. Preguntó por la
muchacha que se hospedaba en el cuarto del fondo. Me la describió
porque no sabía su nombre. Supongo que la conocería de algún bar,
de alguna noche o quizás de esa misma feria. Ella iba seguido allí.
No supe cómo decirle que ya no estaba. No quería explicarle nada,
pero justo cuando estaba por salir, me acordé de la carta. En el sobre
decía “para el guitarrista”. Le pedí que esperara. No recordaba
dónde la había puesto, así que tuve que revolver bien unos cuantos
cajones. Por fin la encontré, gracias a dios bendito. La expresión de
su rostro cuando vio el sobre es indescriptible. Me gustó ver esa expresión. Me dio ternura. Soy tan vieja que ya me había olvidado de
lo que era la ternura.
No sé qué decía la carta, pero lo cierto es que cuando el hombre
comenzó a leerla no pudo evitar el llanto. Si hasta le tuve que traer
un vaso de agua al pobre y hasta le arrimé un asiento y le pedí que
se sentara… Tenía miedo que se me descompusiera ahí, otro problema para mí. Me dio tanta pena que cuando me preguntó dónde
estaba ella le conté la verdad. Le dije que había muerto. Él no lo
podía creer. Lloraba en silencio. Le conté todo: que la encontramos
muerta una mañana, que el médico dijo que había muerto en la
noche, que esa noche había salido y había vuelto sola, como todas
las noches. El doctor dijo que murió de un ataque al corazón. Yo sé
que murió de tristeza. Cuando te pasás la vida atendiendo un hospedaje y ves pasar vidas frente a tu cara a cada rato, aprendés a entender qué hay detrás de los ojos. Y en sus ojos había pura tristeza.
También le conté al hombre la historia que ella me hizo y creo que
lo ayudé a entender mejor la carta. Cuando terminé me miró y me
dijo que era una historia triste. Yo también creo que lo es. Por eso se
la conté con lujo de detalle, como compartiendo una verdad que ha
sido liberada pero que solo es de nosotros dos.
Porque parece que la madre de esta muchacha tenía dos maridos. Eso fue lo que ella me narró una noche en que estábamos las
dos solas aquí en el hospedaje. Sí, dos maridos. Y cuando la madre
quedó embarazada no sabía a cuál de los dos le pertenecía la paternidad. Pero ese no es el problema. Hasta ahí es una historia rara
pero tolerable. El asunto es que su madre y sus dos padres eran
unos libertinos y parece que su casa era un templo al sexo, siempre
lleno de amigos que venían a embriagarse y copular entre todos,
cual animales. Pero esto tampoco es lo peor. Porque al parecer,
cuando ella tuvo su primer sangrado y se convirtió en muchachita,
los dos padres comenzaron a abusar de ella. Cuando uno se acostaba con la chica, decía que esta era hija del otro y cuando el otro
la abusaba, decía que era hija de aquel. Y todas las noches la obligaban a hacer cosas horrendas y satisfacer sus peticiones, bajo el
consentimiento de la madre, que a veces los miraba de lejos y se
masturbaba, la muy perra. Y así pasó años la pobre, siendo preñada por sus dos padres pero cada vez que se embarazaba, amanecía sangrando, manchando todo y el feto se le escabullía de las
piernas y caía en algún rincón del baño. Con el tiempo empezó a
sospechar que su madre le ponía algo en la comida para hacerla
abortar, pero nunca lo pudo comprobar. Y cuando un día, ya de
grandecita, se escapó de la casa llevando una criatura en sus entrañas, e hizo todo lo posible para salvar a ese niño y darle todo el
amor que no había recibido, su vientre estaba ya tan podrido que
lo perdió de forma natural. El asunto es que cuando ella era violada por sus padres, en aquellas noches terribles y eternas, escuchaba a lo lejos una guitarra, que como llamándola, cantaba
canciones hermosas para ella. No sabía si era cierto o si todo estaba
en su cabeza, pero esa música existía en algún lugar y allí estaba,
salvándola del suicidio. Así es que ella amaba escuchar una guitarra y se emocionaba cada vez que veía a un guitarrista. No me
extrañó que en su cuarto hubiera una carta para un tal guitarrista,
pero nunca pensé que ese hombre realmente existiera y que en-
cima fuera a venir en su búsqueda. Lo cierto es que ese hombre
que vino hoy a verme la salvó del suicidio, pero también la salvó
de la vida. Ahora comprendo que ella no murió de tristeza, como
yo pensaba, sino que murió de felicidad. De la felicidad que le dio
volver a escuchar aquella vieja melodía…

Álvaro Lema Mosca nació en Florida, Uruguay,
en 1988. Desde 2007 reside en Montevideo,
donde ha estudiado literatura y ciencias de la comunicación.
Integrante fundador de la Generación Once. Ha
publicado artículos de investigación literaria y
semiótica tanto en su país como en Brasil, España, Argentina y Alemania. Algunos de sus
cuentos y poemas aparecen en diversas revistas
y webs. En 2012 publicó el poemario De esta manera tan inusual (Melón Editora).
Dirige la revista cultural ONCE. Su blog es escritorescribiente.blogspot.com
Día de campo con el Tero

Seba Maturano

¡Me cago Feisbutt y todos los putos contactos que genera! Nunca
fui amante del regreso al pasado, y esto por sobrados motivos en
los que no me extenderé hoy. En más de diez años solo asistí a una
reunión de ex-compañeros de la primaria. Fue una mierda. Ver a
quienes en mis recuerdos eran niños, y verlos deformes, con sus
cuerpos actualizados a la época… Algo realmente insoportable.
En esa oportunidad asistí porque andaba loco con la merca, y
hacía una semana que me había dejado mi novia, la Gatita Ponzoña.
Pero ver a las chicas emputecidas y borrachas, a los varones con
cuerpos trabajados por gimnasios barriales, o destruidos por trabajos alienantes, era una verdadera película de terror: de esas que no
me gustan, por malas, berretas, y aburridas.
Aunque esa vez no estuvo tan mal, esa única vez, digo; porque
yo estaba duro y anestesiado, y con el Pulpo nos cogimos, los dos
al mismo tiempo, a la Pato, una tierna ex-niña, ahora puta entre las
putas, pero moralista al palo.
Pero el punto es que las juntadas con gente del pasado, -sea del
que sea-, son una mierda, volver al pasado… ¡jamás hay que volver
al pasado; ni para recordarlo! Me recontra cago en todos los memoriosos, amantes de fotos, y escenas pasadas. Hay animales que se
quedan en una etapa, y pareciera que nunca más pudieran salir de
allí. Yo no, yo voy para adelante, e intento esquivar a los nostalgiosos y añoradores de vidas pasadas. Está bien, ya soy un Perro viejo,
un Perro Salchicha viejo, tengo treinta años, y eso, en la vida de un
perro, es mucho, no creo que me queden muchos años más, aunque… nunca se sabe, ¿no?

La cosa es que a mis compañeros de secundaria, por alguna
razón, siempre los he tenido mejor conceptuados que a los de la primaria. De todas formas jamás asistí a reunión alguna a la que me
invitaran. Solo mantuve relación con algunos de los que eligieron
la misma carrera universitaria, pero por poco tiempo. Sumado a que
mi paso por la universidad fue más bien breve. Es cosa de los perros
fracasar en los estudios superiores, no así en la gran mayoría de los
animales. No sé por qué se de esto, tal vez sean las limitaciones intelectuales de la especie perruna, o el elevado desarrollo de ciertos
sentidos que poseemos, o la intuición, siempre profana, que nos caracteriza. No importa…
El tema es que desde hace unos años dejé mi ciudad y me vine
de croto a Córdoba; lugar donde me había enamorado de una serpiente que resultó ser una perrita, como yo, hermosa y fiel, a la vez
que inteligentísima: una verdadera hembra con quien vivo desde
hace unos cinco años.
El año anterior me la pasé trabajando en la carnicería del Viejo
Pantera, y ese trabajo me consumía todo el día. Cuando salía, lo
único que hacía era ir a jugar al Counter, juego que me tiene enviciado. Fue ahí, en el Ciber, donde ingresé al Feistt. Y, por ese medio,
pude “reencontrarme” con mucha gente repugnante del pasado.
Animales realmente horribles, pero que ahí estaban, seguían vivos,
aunque yo los diera por muertos desde hacía años. Fue ahí, entre
tantas bestias, que volví a enterarme de la vida del Tero: un ex compañero de la secundaria, rengo y resentido, con un complejo de inferioridad que no había cambiado en nada desde la última vez que
nos habíamos visto. Esto, de hecho, me recuerda un problema que
tuvimos en esos años de escuela, donde vivimos un pequeño disgusto por motivo de una Loba que ambos disputábamos. La piba
finalmente se había decidido por mí, y la mirada de odio que el Tero
mantuvo hacia mí esos días nunca pude olvidarla, aunque como
todo, pasó, y esto no impidió que siguiésemos siendo amigos; pero
siempre me quedó la impresión de que este hecho había calado
hondo en el nada disimulado complejo de inferioridad que mi
amigo tenía.
En la secundaria el Tero era un tipo tranqui, ingenuo como casi
todos; y era, también, de los que más molestaban a los profes y a
las profes. Le daba igual si eran gallinas, gallos, o leones; a todos
disfrutaba de torturar con inoportunas bromas. Pero por varios años
fuimos amigos, compartimos lindos momentos, de esos que en la
adolescencia te unen de extraña forma, una forma que jamás vuelve
a repetirse.
***********

Estaba en mi casa, a finales de Enero, después de haber grabado
un disco de rock con un amigo de mi antigua ciudad. Había sido
una semana fantástica, estaba rebosante de alegría. Después que mi
compañero rocker se marchara, seguí igual de pilas, lleno de energía, vivo, y continué, en la semana, grabando nuevas bases para futuros temas del proyecto que veníamos armando hacía ya casi
medio año.
Uno de esos días, -no recuerdo con precisión qué día fue en este
momento-, me escribe el Tero en el muro de mi Feisbutt para decirme que estaba en Córdoba. La imágenes que había visto en los
álbumes de su feistt lo mostraban mucho más grandote en lo que
se refiere a masa muscular -(después me contó que hacía boxeo)-, y
con una familia hermosa: dos niñas, y una esposa monstruosa; creo
que era una Lechuza.
Me escribió para que nos juntáramos, accedí. Las juntadas de a
uno son preferibles a las de manadas de ex, a esto cualquier animal
en su sano juicio lo sabe. De todas formas la invitación no impidió
que me preguntara por qué el Tero proponía que nos viéramos, si
hacía años que nuestra relación era inexistente: ¿esperaba concretar
algún tipo de venganza? ¿tendría alguna cuenta pendiente por
aquél irrisorio altercado por una Loba? Decidí no darle crédito a mi
tendencia paranoica y entregarme con gusto al rencuentro con alguien que, después de todo, alguna vez había sido mi amigo.
Aparte, ¿era posible que mantuviera intacto un rencor por algo
acontecido hacía más de diez años?
El día que convenimos para vernos fue un viernes. Llegué tarde,
la puntualidad no es mi fuerte, y toda su familia se estaba asando
por el calor del veranito cordobés.
Cuando llegué, -a diferencia de lo que había imaginado, una juntada en algún bar, con él, a solas, una juntada que no superaría
mucho más de tres horas, según los estúpidos cálculos de mi estúpida imaginación-, estaba el Tero, parado en la esquina del jóstel
donde vacacionaba, con el auto cargado con los integrantes de su
familia, y me invitaba a Villa Carlos Paz, a pasar la tarde. Nos dimos
un fuerte abrazo en el borde de la Avenida Vélez Sarsfield. Yo no
había llevado toalla, ni malla, ni nada para pasar un día de campo
en el río, pero acepté la invitación. Me dispuse a ser flexible, cosa
no muy común en mí, teniendo en cuenta que hacía años que no lo
veía.
Por otra parte tampoco tuve muchas opciones, ya que, acto seguido a nuestro abrazo en plena avenida, me invitó a subir al auto,
y tomábamos el camino a Carlos Paz, cuando me dijo cómo venía
la cosa: su familia no quería estar en la ciudad, ya que le parecía fea,
sumado a que el calor y la humedad ardían. Pero, como decía, yo
me había dispuesto a pasarla bien, y no quería pinchar su entusiasmo que se observaba elevado.
Fuimos todo el camino charlando de cosas del pasado, como no
puede ser de otra forma cuando uno se junta con gente de este tipo:
“gente del pasado”. Me contó que desde hacía ocho años era repositor externo de un Carrefour de Godoy cruz. Que había estado en
trabajos in-animales, y que durante la crisis de 2001/2002 había estado en la puerca miseria. Entre tanto yo ingresaba algunos bocadillos de mi biografía, pero advertí rápidamente que no le
interesaban. Solo le importaba hablar de su vida, y de lo doloroso
que habían sido esos años; añorando la época de la secundaria entre
los intervalos en los que narraba sus malarias.
Yo iba en el asiento del acompañante. Su familia, su mujer y las
dos niñas, en el de atrás. Contó que el auto era nuevo, que lo había
tarjeteado, porque no tenía capacidad de ahorro.
Después viramos la charla a la música, y hablamos de las viejas
bandas de rock que escuchábamos en el secundario. Me dijo que
ahora escuchaba otras cosas, y me mostró a Los Jaivas como si fueran una novedad. Parece que no los había escuchado nunca, y los
admiraba como algo nuevo. No está mal, pensé; y mientras me hablaba de Los Jaivas puso un tema, un carnavalito tocado al estilo
rock progresivo de los sesenta, y, acto seguido, puso a Coldplay,
banda que odio. Le dije que prefería a Nick Cave, a La pequeña Orquesta Reincidentes, Pez, o a Armando Flores; después charlamos
sobre Morphine, Radiohead, y Divididos. Mientras íbamos viajando, con su prole de fondo, también charlamos sobre adicciones,
habló mucho sobre su periodo de cocainómano y fumanchín; de la
plata que había dilapidado en putas y merca, y que su esposa, la
Lechuza, maestra de catequismo, lo había salvado: “La gorda es mi
ángel guardián”, dijo, y ella sonrió.
Cuando llegamos Carlos Paz paramos en un Jumbo, compramos
para hacer sánguches de vizcacha, y después pasamos por otro
súper, donde mi amigo, el Tero, había visto en promoción un vodka
y una Paso de Los Toros. La promoción ya se había vencido, pero el
Tero, entusiasta, decidió comprarla igual.
Ya en el balneario, “El Diquecito” le llaman, seguimos charlando.
Su mujer y sus hijas se fueron a dar una vuelta, supongo que para
dejarnos a nosotros intimar durante un rato. En esa primera hora
todo estuvo bien, charlamos mucho, y mi amigo tomó razonablemente algunas medidas de vodka que yo compartí. Después nos
metimos al lago, y mi amigo me hizo notar a unas zorras que estaban en un risco. Me dijo: “¡¿Mirá lo que son culiado?! Estas minas
se saben súper ricas, están ahí arriba porque se creen las Diosas del
Olimpo, y tienen razón, si yo me cogiera a una de esas le pego un
tiro a la gorda, y me rajo con la zorra; después me siento en un cactus ¡Ja Ja Ja Ja!!!”. Yo asentí, y pensé que ese tipo de zorras, que tienen cuerpos de vedette, unos culos perfectos, redondos y grandes,
tetas de más de 120, deben ser de esas minas que sueñan con ser estrellas de algún teatro de revistas. Sueñan con ser la revelación de
la temporada de verano. Onda que por casualidad algún productor,
ponele que algún Lobo Fovich, las vea y les diga: “Vengan chicas,
¿no quieren actuar con Flor de la V o Miguel del Sel?”. “Flor de pito
son esos productores”, me dije, y reí para mis adentros.
Entre esos divagues mi amigo me dijo que saliéramos del agua,
“así le seguimos entrando al vodka”, balbuceó. Le advertí que no
tomara mucho, ya que la caminera estaba haciendo controles de alcoholemia en las rutas, y al novio de un amigo le habían quitado el
auto, solo por llevar un grado más del permitido. El máximo es cuatro, y el Jirafa tenía cinco. Le quitaron el BMW del padre, y se tuvo
que volver a casa en colectivo. Mi amigo sonrió, diciéndome que
tenía razón, (seguimos charlando una media hora más). Media hora
en la que advertí que el Tero se había bajado el vodka, él solito, y,
estando hasta la pija, verborrágico y ultra excitado, traía del pasado
recuerdos de la secundaria. Me decía que si no hubiese sido por mí,
y por otros compañeros que le habíamos enseñado no se qué sarta
de pelotudeces, él estaría preso, o muerto.
Yo, al salir de Córdoba, le había advertido que tenía que volver
no mucho después de las ocho, ya que tenía una cena importante,
y debía regresar a mi casa, para cambiarme y poder estar listo antes
de las diez. Él prometió que a esa hora ya estaríamos de vuelta. Por
suerte, en medio del picnic, me habían llamado para suspender la
cena, así que estaba bien de tiempo,- aunque no advertí a mi amigo
de la noticia-, y podía esperar a que se le pasara la borrachera.
Pero no fue así, entre la ebriedad y la verborragia, me preguntó
si sabía dónde podía conseguir merca, yo le dije que ya no tenía
línea, que no tomaba más, pero que conocía un lugar donde vendían: “es cara y pega mal”, le dije, pero a él no le importó. A esa altura ya se había puesto al más fiel estilo borrachín, pesado y
cargoso. Dijo que nos marcháramos, que hiciéramos un asado en
mi casa, y que compráramos una bolsa. Insinué que en el estado
que estaba no podía conducir, pero siguió insistiendo. Traté de persuadirlo señalándole a su esposa y a sus hijas, respondió que me
fuera a cagar, que rajáramos de ahí, compráramos la papusa, y nos
claváramos un asado. Me resigné, y entendí que no podría convencerlo de que descansara un poco, bajara un cambio, y pasáramos
los planes para el día siguiente.
Les dijo a la Gorda Lechuza y las Lechuzitas que nos marchábamos. Su esposa lo miró con ojos de furia, pero parece que era muy
sumisa, porque si bien mencionó algunas veces que dejara de tomar,
siguió las órdenes de su marido al pie de sus dichos.
Yo empezaba a imaginar el modo de escapar de esa infernal escena. Tenía que salir del parador en el que estábamos, y llegar al
centro de Carlos Paz. Ahí le diría que regresaría en colectivo a la
ciudad.
Hacer la subida del diquecito a pata, para llegar al centro de la
Villa por mis propios medios era otra pesadilla, se venía una tormenta, y yo fumo más de veinte cigarros por día. Tenía que aguantar a subir con el Tero ebrio hasta el centro, y recién ahí bajarme del
auto. Mi humor, a esa hora, ya estaba completamente arruinado,
maldecía los reencuentros, haber accedido flexiblemente a salir con
una persona que hacía más de diez años que no veía, y que no sabía
a esa altura quién carajo era.
Antes de subir al auto me preguntó qué me pasaba, le dije la verdad, que la estaba pasando mal, que no estaba en condiciones de
manejar, que íbamos con dos niñas, sus hijas, que ese tipo de adrenalina y juego con la muerte no era mi viaje, que estaba todo bien
si quería ponerse hasta la pija, siempre y cuando no tuviera que manipular un arma de cuatro ruedas. No le importó.
Salimos, tomamos la subida, con mi amigo, el Tero, ebrio, poniendo un tema de The Chemical Brothers al palo. Yo estaba con la
cara desencajada, y un verdadero humor de perros. En la subida,
que era con forma de caracol, mi amigo aceleró a fondo, la calle era
bien finita, y en cada curva imaginaba que chocábamos de frente
con otro auto; pensaba en las crónicas de los matutinos del día siguiente titulando: “Locura y alcohol en Carlo Paz”, “Familia de Lechuzas muere con Perro Salchicha a bordo”, “Tero Loco y
alcoholizado asesina a grupo de animales”, etc.…; cuando en una
de esas aceleradas el Tero se llevó puesto un badén, con lo que el
auto primero se hundió hasta tocar su parte inferior con el asfalto,
al tiempo que brincó muy fuerte, pareció que desbarrancábamos.
Todos nos asustamos, y su esposa e hijas le gritaron en simultáneo
y paralelo: “¡¡¡PAPÁ!!!!!!”, las hijas; “¡¡¡Tero del orto, nos vas a arruinar el día y las vacaciones!!!!!!!, la Lechuza catequista.
Yo puse mi pata izquierda en su muslo derecho, le dije con parsimonia que se tranquilizara… Aclaró que no había visto el badén;
me miró entornando los ojos, con un gesto de odio, y agregó: “Perdón, no volverá a pasar”. También dijo, esta vez murmurando, dirigiéndose expresamente a su familia, que lo disculparan, que iba a
conducir más lento. Mintió.
Cuando salimos a la costanera de la Villa le dije que por favor
me dejara bajar a preguntar en una estación de servicio, que estaba
frente a nosotros, por la terminal; al tiempo que le aclaraba cuáles
era mis deseos. Le dije, de una y sin vueltas, que regresaría a Córdoba en colectivo. Fingió no escuchar, o no entenderme, y mantuvimos por unos segundos una conversación estúpida y sin sentido,
donde él me decía que me llevaría a la terminal, de Córdoba, y
donde yo le aclaraba que estábamos en Carlos Paz, que no estábamos en Córdoba, y que deseaba regresar a mi hogar en un medio
de transporte privado. Siguió con su proceder, sin ceder a mis pedidos. Pensé en arrojarme del auto en movimiento, pero me pareció
demasiado, intenté tranquilizarme. Después comentó, como al
pasar, que preguntara más adelante. Pensé: “¿Más delante de
dónde? Este tipo, por su maldito complejo de inferioridad y traumas, pretende hacerme pagar, ¡diez años después!, haber estado de
novio con una Loba que ambos amábamos y que finalmente había
accedido a estar conmigo, ¡diez putos años después!”, y comenzaba
a putearlo por lo bajo, al tiempo que me decía a mí mismo que me
calmara.
A todo esto ya había empezado a llover, con gran fuerza, y yo
continuaba maldiciendo haber ido al encuentro del pasado, y comenzaba a odiar a mi amigo profundamente. Seguimos camino,
cuando nos aproximábamos al centro comenzó a granizar. Ahí fue
cuando su mujer le dijo que parara, que estacionara el auto en una
calle perpendicular, para poder cubrirlo con el protector. Yo alenté
esa posibilidad, y comencé a hacer señas a los automovilistas, nerviosos a causa del granizo, para indicarles que íbamos a doblar. Estábamos en el medio del carril, con el semáforo en rojo. Mi amigo,
el Tero, dijo que sí, pero mintió nuevamente, aceleró aún más fuerte
que las veces anteriores, y tomamos un puente, ahí todos le dijimos
a los gritos, implorando, que por favor parara. Pero él no respondía,
y fue en ese momento que perdió el control del auto. Comenzamos
a andar en el medio de la calle del puente, mordiendo con una
rueda un cordón de cemento que separaba ambos carriles. Después
retornó a nuestra mano, y yo, suplicante, le pedí que frenara, y me
dejara en cualquier lugar donde pudiera estacionar unos segundos.
En ese instante su rostro recobró cierta lucidez, me miró ensombrecido, y, por fin, accedió a mis súplicas.

Llovía torrencialmente y había dejado de granizar. Me desabroché el cinturón de seguridad, abrí la puerta; y mirándole a los ojos,
le dije que era libre de hacer lo que quisiera. Bajé del coche, di un
portazo, y me fui sin saludar.
Caminé por la calle en que había quedado varado, le pregunté
dónde estaba la terminal a unos cerditos porteños, me dijeron que
siguiera por el mismo camino, que estaba a tres cuadras. Pasé por
un kiosco que tenía un reparo, encendí un cigarrillo, y me detuve
unos minutos recordando todo lo que había pasado, y cómo se habían sucedido los hechos. Cuando el pucho se consumió volví a preguntar por la terminal, esta vez a las chicas de un drugstore: no
confío en los porteños, y menos en los turistas. Me indicaron que
estaba a una cuadra. Crucé la avenida principal, estaba inundada,
agradecí haber salido con dinero, y haberme bajado del auto. Entré
en la terminal, prendí otro cigarro, compré el boleto.
Seba Maturano
Nací en Mendoza en 1984, resido en Córdoba desde 2010,
artista visual y escritor.
He sido parte de algunos grupos y espacios, entre ellos, el
principal y más querido: el colectivo artístico La Araña
Galponera (Mendoza), con ellas/os trabajé varios años
(2007-2010) en los que hicimos numerosas actividades: intervenciones urbanas principalmente, pero también ferias,
muestras, libros, La Bienal de Fotocopias, y hasta un encuentro nacional de Arte/Política (junto a mucha gente
más, claro). También realizamos una serie de encuentros
interprovinciales con una beca del F.N.A.
Durante 2011 participé en Casa 13, específicamente en 13
Radio y en el Espacio Crítico. Guardo un recuerdo muy
lindo de esos días, y siempre estaré agradecido a la Casa
13, por su buena onda, su gente, y sus puertas y brazos
siempre abiertos.
En 2011 fui seleccionado para participar de “ADJETIVA II
encuentro de teoría y práctica artística” realizado en Salta.
En 2012 hice una muestra de dibujos en la Galería Tres
Cuartos (Córdoba).
Desde esta año (2013) estoy a cargo, junto Pablo Toia, de
la Editora Cartonera BORDE PERDIDO.
-Administro regularmente las siguientes plataformas virtuales:
http://www.flickr.com/photos/sebamaturano/
http://angelporno.blogspot.com.ar/
http://www.facebook.com/pages/Ciegos/199524096857329
http://proyectolosciegos.blogspot.com.ar/
Contacto: nueveochentay4@yahoo.com.ar
El ciego
Javier Lodeiro Ocampo

Unas cuadras más allá había una casa vieja. Un bosque de árboles oscuros rodeaba a la casona y la ocultaba de la mirada de los chicos que pasaban por la calle en bicicleta, en bandadas, como gorriones. Frente a esa
casa había un kiosco de revistas, uno de esos kioscos de barrio que son
como un cuadrado gris, con un techito de chapa adelante que no puede
atajar el sol del verano, y un cartel con los dibujos de los helados de Frigor.
En la casa vieja vi por primera vez un hombre ciego. Era una casa antigua y las paredes estaban tan descascaradas que parecía que se venían
abajo en cualquier momento. En el patio de baldosas blancas y negras había
un aljibe al que estaba prohibido asomarse. Las puertas de las habitaciones
que daban al patio eran altas y siempre estaban abiertas. Daban a habitaciones tan oscuras e inimaginables que eran como agujeros en la tarde inmensa y calurosa, agujeros que daban a mundos subterráneos en donde
reinaba el ciego. El ciego era amigo de mi vieja. Cuando ella lo iba a visitar
yo siempre me ofrecía de acompañante. Abríamos una reja alta y gastada
y entrábamos al jardín oscurecido por los árboles. El sol lograba meterse
de tanto en tanto entre las copas, y yo hacía todo lo posible por guiar a mi
vieja entre esos manchones de luz. Siempre creí que el sol era mi amigo,
pero no le decía nada a ella para que no se asustara. Esperábamos en el
patio hasta que la esposa del ciego aparecía, cerca del aljibe. Yo miraba
hacia los árboles y sentía temblores en las rodillas. Después entrábamos
en la habitación del ciego y él le daba a mi vieja unos frascos con bolitas
blancas que servían para curar las enfermedades. Era homeopatía. El ciego
se movía suavemente, sus manos eran grandes y huesudas y largas, y sus
modales eran antiguos. Tenía sobre cada ojo una ceja enorme como la cola
de un gallo, pero blanca. Yo sabía perfectamente que todo el tiempo que
duraba la entrevista el ciego nos estaba mirando y nos estaba investigando
detrás de sus ojos blancos. El veía cada detalle de cada uno de nuestros
movimientos, y veía incluso lo que sentíamos. Nadie más que yo lo sabía.
Por las noches, antes de dormirme, cerraba los ojos y veía al viejo corriendo por el jardín de la casona, entre los árboles, entre las ortigas y entre
las margaritas que brillaban a la luz de la luna. Corría alrededor de la vieja
casa hasta que alcanzaba la velocidad suficiente para elevarse, y entonces
comenzaba a saltar por sobre los senderos del jardín, hacia los árboles.
Saltaba de tronco en tronco, de rama en rama, y después de copa en
copa. Buscaba la luz de la luna.

Javier Lodeiro Ocampo
Nací en 1969 en Buenos Aires. Vivo en la Patagonia desde 1983. En la adolescencia me dediqué a la historieta. Soy pintor, participé del
circuito de galerías porteño los últimos diez
años, y realicé varias muestra individuales en
Buenos Aires, Rosario y Neuquén. Escribí dos
novelas inéditas y un libro de cuentos fantásticos, ilustrado, que se editó en 2012, "Noticias
de Valle". Actualmente estoy trabajando en
una novela sobre la búsqueda del padre que
transcurre en el Río Negro en los días previos
al segundo gobierno de Rosas.
visitá mi página web:
www.lodeiro.com.ar
dirección e-mail
alternativa: info@lodeiro.com.ar
Historieta
raymond
Guión:

Alejandro farías
Dibujo:

Leo Sandler
Alejandro Farias
Bahía Blanca (Arg), 1978. Escritor, guionista de
historietas y editor. Ha editado varios
libros de historieta y las novelas Frío y La edad
del sueño. Obtuvo una beca del
fondo nacional de las artes y una mención en el
concurso de la revista ñ.

Leonardo Sandler
Rosario (Arg), 1974. Historietista e ilustrador. Ha
participado en numerosas antologías tanto en el
país como en el extranjero. Ha dibujado dos novelas gráficas: La Pasión con guión de Diego Cortés, y Jenufa con guión de Alejandro Farías.
jugar en primera
Guión y dibujos:

Fran López
Fran López, 1985, Buenos Aires.
Dibuja Autobiógrafo, con guiones de Federico
Reggiani, desde el principio. Tiene una banda de
rap. http://www.fran-lopez.com/
más allá
de lo evidente
Guión:

Arekasadaro
Dibujos:

Matías Giamportone
Arrekasadaro (Alejandro Sebastian Marinkovic)
nació en 1982 en Trelew, Chubut. Cuenta cuentos
de nacimiento, guionista de profesión. Se formo
en el taller de Diego Agrimbau. Vive en Lago
Puelo desde donde pergeña sus proyectos como
guionista. Está obra inédita es su primera publicación. Tomen nota.
Matías Giamportone nació en 1990 en Mendoza.
Es ilustrador, estudia Diseño Gráfico y trabaja
para la industria de la animación.
Es uno de los fundadores del grupo «Zona Sísmica, Ilustradores de Cuyo».
Está dando sus primeros pasos en el mundo de
la historieta con esta obra inédita.
historia
de la guerra
capítulo 3
Guión:

Federico Reggiani
Dibujos:

Lauri Fernández
Federico Reggiani es pequeño, peludo, suave;
tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos
de cristal negro. Escribe más o menos lo que se
espera de él porque no puede salirse de sí mismo;
lo más visible de esa actividad son sus guiones
de historietas. Ha publicado o publica La Mueca
de Dios, Vitamina Potencia y Tristeza con Angel
Mosquito, Dos Estaciones con Rodrigo Terranova, Patria, con Kwaichang Kraneo, Autobiógrafo con Fran López, Mi amor, hoy tengo fútbol,
con Max Aguirre, Don Quijote de La Mancha con
Sergio Coronel y Don Miguel de Cervantes.
Desde los inicios forma parte de Historietas Reales. Desconfía de la desesperación tanto como del
entusiasmo.

Lauri Fernández:
Historietista, dibujante, grabadora.
Ha participado en numerosos poryectos, entre
los que figuran las revistas "Pelotazo" y "Clìtoris".
Dibujó las historietas "Ani" (Ed. Llanto de Mudo,
2011) con guión de Roberto von Sprecher; "Vientre" (Dragoncomics / Llanto de Mudo, 2012) con
Roy Leguisamo y Nacha Vollenweider; "Mecanismos" y otras ilustraciones (para el libro 0El
"Mendozazo, herramientas de rebeldìa", Ediunc,
2012). Actualmente dibuja "Regulaciòn o0,75. La
dàdiva" , con guión de Roy Leguisamo para el
blog marcheuncuadrito.wordpress. Blog "dibujitosdelau.blogspot.com
Ilustraciones de tapa,
contratapa e interior
Nacha Vollenweider

Nacha Vollenweider. 30 años. Licenciada en Pintura de
la Universidad Nacional de Cordoba y diseñadora
Gráfica. Ha publicado la novela gráfica "Ruta 22", con
guión de Roberto Von Sprecher con el sello editorial
Llanto de Mudo, entre otras historietas con el mismo
guionista como "Razones para embriagarse", en Ebrio:
antología de historietas borrachas; "Domingo" en el
primer numero de la revista Clitoris; "Dark Soja" en la
revista La Murciélaga. Junto a Diego Cortes ha publicado "Ricardo", en la revista colombiana LarVa, junto
con la editorial Dragon Comics (Uruguay) dibujó Vientre, con guión de Pablo Roy Leguizamo.
Se desempeña también como ilustradora, allí se destacan dibujos realizados para la serie documental "Caleidoscopio", serie seleccionada en el marco del Plan
Operativo de Promoción y Fomento de Contenidos
Audiovisuales Digitales del INCAA y para la Colección Tinta Roja de la editorial EDUVIM de la Universidad Nacional de Villa Maria Actualmente becada por
el Servicio de Intercambio Académico Alemán reside
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Llantodemudo numero 3 (nueva época)

  • 1.
  • 2.
  • 4. Ilustraciones de tapa e interior: Nacha Vollenweider Diseño edición: D.C.-llantodemudo. Selección: Paula Ferreyra - Nicolás Brondo - Diego Cortés Las obras publicadas en la revista pertenecen en su totalidad a sus autores. La editorial se hace responsable de lo que sea, mientras no haya que pagar un asado. llantodemudo Nueva época número 3 Febrero 2014 Ediciones Llanto de Mudo 2014. Colón 355 – Local 61 – Galería Cinerama – Córdoba llantodemudo@hotmail.com
  • 5. llantodemudo Paulina Cruzeño Marcelo Daniel Díaz Anuar Cichero Álvaro Lema Mosca Seba Maturano Javier Lodeiro Ocampo Alejandro Farías y Leonardo Sandler Fran López Arekasadaro y Matías Giamportone Federico Reggiani y Lauri Fernández
  • 6.
  • 8.
  • 9. Paulina Cruzeño Mi primer beso fue con un muerto Un tiro en la boca después de una fiesta en un campo lleno de silencio
  • 10. Escribime cuando estés cerca de eso se trata la ausencia Raspar lo imposible con el borde de la lengua
  • 11. Esa mujer que escribe y te gusta viene del infierno Tiene marcas que no se ven en la lluvia Esa mujer ¿te gusta cuándo no finge?
  • 12. Corría de la casa al patio Trepaba a la planta de damasco buscándole los dedos Nunca podía bajar De la altura e intensidad tenían que rescatarme
  • 13. Me apretás fuerte la cabeza para que no salga nada de allí Los gusanos invierten el camino carcomen órganos acuosos deambulan Mastican Agujerean mientras me abrazas con las manos frías Me dejás en el hospital por las hemorragias y me escribís un mensaje de texto para saber si el problema está en los ovarios
  • 14. Todos los días busco el diario y lo traigo sobre la mesa Reviso los avisos fúnebres Tengo miedo de haber muerto y no saberlo
  • 15. La lluvia dibuja venas en el vidrio admiro su insistencia la certeza del recorrido De este lado una soledad maravillosa
  • 16. Dos mujeres en la línea de fuego en las líneas de la mano en el lomo de un escarabajo suspenden la lluvia en el peor vendaval y sus pieles aprendieron gemidos en una tribu muda Paulina Cruzeño (1983) Publicó Demasiado ágil en el desierto (Llanto de mudo, 2011) y La suavidad del dolor. Antología (Park Editorial, 2012) Participó II Festival Internacional de Poesía de Córdoba (2013). Mail de contacto: lic_paulinac@hotmail.com
  • 17. Marcelo Daniel Díaz Satélites Para el ojo del astrónomo somos pequeñas gotas que caen en la tierra desde un cielo ladeado en sus extremos. Y para el ojo de los seres queridos brillan los paneles de los satélites. No sé explicarlo: es un candado de luz ahogando la materia oscura.
  • 18. El astronauta En la madrugada las estrellas y las ecuaciones tejen la red de una araña negra que mastica los huesos de la noche. Sobre la escuela volaba un avión comercial que dejaba una cicatriz de humo en el cielo y dije: “yo quiero ser Neil Amstrong”. En el guardapolvo llevaba un mapa de ruta para salir de la atmósfera y dibujar otro barrio en el cosmos. Pero los recuerdos felices funcionan tan sólo como recuerdos felices: ahora ensayo pasos de astronauta para cruzar la calle.
  • 19. La permanencia de la materia Restos de conteiners deja el viento en el horizonte. Mamá salió a cobrar el alquiler, su pollera se eleva como una bolsa de plástico. Somos una familia chica; la permanencia de la materia sobrevuela el aire. El mundo entero se atasca a veces en una tormenta de escombros.
  • 20. El cometa Una ambulancia cruzó la esquina. Es la única estrella en el cielo antes de que se interrumpa la continuidad de cada cosa. Me lo dijo el ojo convencido del enfermo que apuntaba desde la ventanilla. La memoria reducida a un agónico instante de lucidez y algunos realizan el mismo ejercicio de rotación sobre el manto de lo real como si nada hubiese pasado.
  • 21. Partículas elementales Subo al techo. Desde las alturas vuelven las explicaciones a imagen y semejanza de los vecinos. Entiendo que un hombre está hecho de miles de partículas invisibles que estallan en los zócalos de las nubes. Que el futuro es una máquina cortando el césped, en el fondo del patio.
  • 22. Osa mayor Con el anillo de Linterna verde dibujo una balanza en la Vía Láctea. En el centro están las enanas blancas y su calendario intacto. Cómo hablar de los fósiles del tiempo, más reales que las hojas del árbol de la eternidad, si todavía cargamos con un lenguaje en movimiento, como una flecha sin dirección. La materia agoniza y se desprende de la galaxia como un cartón mojado. El espíritu de superhéroe lo perdí hace años el día en que mataron a Superman.
  • 23. Osa menor El eje terrestre se detiene. Es inédito. Olvidamos que la luz es sombra carbonizada. Y que la radiación la multiplicará como los panes. Más tarde o más temprano los nombres de las constelaciones repoblarán los espacios celestes donde el único método que nos define consiste en habitar la ausencia con la ausencia.
  • 24. Newton y yo La manzana que cayó durante la siesta de Newton descansa en mis manos como un agujero negro hambriento de sentidos. La muerte de los cometas cabe en su núcleo. Escribo el poema con lo que tarda un rayo de luz en aparecer en el mundo. Newton sabía que los árboles trabajan a la inversa de la gravedad, lo leyó debajo de sus píes: en cada hombre, comprimida, hay una descarga universal del tamaño de un planeta. Todos los poemas forman parte del libro “Newton y yo” (Editorial Nudista. 2012.)
  • 25. Marcelo Daniel Díaz nació en 1981. Vive en Río Cuarto (Córdoba). Profesor y Licenciado en Letras. Participó en la antología “Es lo que hay” llevada a cabo por Lilia Lardone en 2009. En 2010 participó de las residencias literarias del Centro de Arte Contemporáneo de Córdoba a cargo de Silvio Mattoni y María Teresa Andruetto. En el año 2011 publicó el libro de poemas “Newton y yo” con editorial Nudista. Y en el año 2012 publicó el texto de lingüística “La palabra y la acción: la máquina de enunciación K” con EDUVIM. Contacto: marceloddiaz@hotmail.com
  • 26. Anuar Cichero revoluciones inventar un anti lenguaje que rompa sus nombres a las cosas y nombrarnos secretamente con el tacto pero las cosas organizarán su resistencia crearán un anti tacto para robarnos las huellas de los pasos las sombras del espacio y el peso de los labios entonces vivir será la fuga y el silencio, nuestra anti resistencia
  • 27. no vuelos sí un anti tocarnos. rompernos en las cosas sin resistencia para rodar sobre las sombras los nombres y el peso de sus labios saber que nuestra creación, esta fuga de vivir
  • 28. el final de las cosas el poema que no te dije está creciendo por ahí de tu semilla ausente yo nací de este silencio que se recorta entre nosotros pero ¿quién es este yo que habla? (entre límites que me evidencian)
  • 29. el final de las focas te dije este poema ausente entre límites de lo evidente pero ¿quién es esta yo que habla? el silencio se recorta entre las focas tu semilla está creciendo por ahí nací de nosotras
  • 30. oso solar un oso está creciendo de mí. que nadie puede ver porque es secreto tiene las patas frías como los sueños y el pelaje del color de estas palabras por las noches me escapo de su. entonces troto y lamo los vidrios de los autos para sentirme libre pero amanece el oso y dice: - soñé con un hombre
  • 31. osa lunar sé que Hexistís. no podría decir que te busco porque sos probable en algún rincón de mi lejanía me acaricio contra los árboles si siento que por allí pasó el fantasma de tu piel celeste y te he visto en los ojos amanecidos del oso solar, subiendo desnuda por la espuma rota entonces te digo en secreto: "hundámonos en la médula de este sueño oscuras de tanto lamernos"
  • 32. hacerlo, ¡libertad! suspender el verbo (para siempre . . . . )
  • 33. magma soy voz oculta no necesito lengua para nombrar este país interno callo la piel que ahora leés y te miro con tristeza aunque me caiga yámisma del libro como lava de aire vos y yo jamás vamos a tocarnos
  • 34. Anuar Cichero Nací hace 27 años y pico en Esquel. Viví en San Luis hasta que en 2004 me mudé a Córdoba para continuar mis estudios universitarios. Luego de un paso (no tan fugaz) por la ingeniería, me decidí por Letras Modernas y en eso estoy. Mi CV de escribiente es breve, casi un haiku: Desde 2007, mantengo un blog de poesía que se llama diezmil cosas [http://diezmilcosas.blogspot.com], colaboré con algunos poemas en un par de revistas virtuales de México y Colombia (no recuerdo bien el año); en 2011 participé en la antología Compilación Digital 01, una recopilación de poesía argentina contemporánea que publicó la editorial Cacto, de México. Edité de manera auto gestionada tres libros de poesía: Actos de Habla (2008), Junio César (2009 y 2013) y ososolar (2013). Tengo dos libros más que permanecen inéditos pero pueden leerse mayormente en mi blog. Los poemas publicaods forman parte del libro ososolar. Contacto: anuar.cichero@gmail.com
  • 36.
  • 37. La mujer y la guitarra Álvaro Lema Mosca Quizás aquella noche hacía más calor de lo normal, quizás el cielo estaba más oscuro que de costumbre, quizás había menos gente, no sé, pero por alguna razón que depende pura y exclusivamente de esa noche, aquella fue la primera vez que la vi. Estaba entre la muchedumbre, entre los que pasaban y los pocos que permanecían de pie formando un semicírculo a mi alrededor, en silencio y atentos a mis manos. Allí también estaba ella, con su piel de jabón, sus muñecas finas y el rostro empapado en lágrimas. Seguramente no fuera la primera vez que se detenía frente mí, pero sí fue la primera noche en que crucé sus ojos y vi sus lágrimas grandes, anchas, mojando los pómulos de terciopelo. Vestía de violeta y tenía el pelo cobrizo recogido en una media cola. Lloraba en silencio, casi perdida entre las sombras de los faroles y los cuerpos en movimiento. Miraba mis dedos ágiles, las cuerdas de la guitarra temblar con rapidez, el cuerpo de madera desprendiendo cada sonido en una cascada descomedida, convulsiva. Y lloraba. Cómo lloraba. Yo nunca observo a los espectadores, aunque a veces son pocos y permanecen largos momentos frente a mí. Prefiero comunicarme con la guitarra, mirarla a ella, acariciarla como si fuera mi mujer, sostenerla en mis piernas y sacarle lo mejor que tiene dentro, pero fue difícil no verla, allí, detenida en el tiempo y con los ojos empañados. Era la primera vez que una persona lloraba tanto al verme tocar. Así que yo también la miré por un rato, sin perder el ritmo de la música, sin desafinar ni un solo tono, extasiado frente a su magia. Sí, aquella mujer tenía magia. Claro que sí. Pero después de unos minutos, volví mis ojos a la guitarra, a los acordes, a las cuerdas tensadas y cuando miré nuevamente hacia los espectadores, ella ya no estaba. Mi mirada enferma la buscó y vi su sombra alejarse entre las siluetas oscuras de los que pasaban por allí.
  • 38. A la noche siguiente, mi sorpresa fue mayor cuando la vi parada frente a mi, otra vez con los ojos llenos de lágrimas, mirando como ninguno de los presentes lo que yo le hacía a la guitarra. Esta vez cerraba los ojos e inclinaba apenas la cabeza, como si se lo estuviese haciendo a ella. Y seguía sollozando, en silencio, en profundidad. Esta vez también la miré sin detener mi accionar musical, pero ella parecía no darse cuenta. Era como si su atención estuviera solo enfocada en la guitarra y en la melodía que de ella se desprendía y se volvía parte del viento. Pero otra vez, terminado el tema que estaba ejecutando, dio media vuelta y desapareció. A la tercera noche no podía contener la ansiedad. Desde que me acomodé la guitarra en las piernas estuve espiando entre los transeúntes de la feria, esperando encontrarme con su rostro, con sus ojos muertos, con sus manos lisas. Y por fin apareció. Otra vez vestía de violeta y negro y otra vez comenzó a llorar. Su llanto no era el de la emoción o la tristeza o el recuerdo: era todo eso junto. Todas las miserias y las alegrías de la humanidad estaban encerradas en cada una de las gotas que resbalaban por sus mejillas. Por eso era imposible no prestarle atención. No podía entender cómo los otros que la rodeaban no se percataban de cuánta belleza había en su gesto. Ejecuté varios temas sin siquiera mirar la guitarra, extasiado ante la inmutabilidad de aquella mujer que me volvía su esclavo, su servidor y que solo quería de mí lo que yo podía darle. Me enloquecía ese desprecio. Y otra vez, dio media vuelta y huyó de mí. La última noche fue decisiva. Cuando la vi asomar su rostro tras los hombros de unos que estaban parados frente a mí, estaba decidido a arriesgarme. Así que cuando ella fugó, después de escuchar un par de canciones, abandoné la guitarra, el estuche con la propina, los parlantes y todo lo que era yo hasta ese momento y corrí tras ella. La gente brotaba de las baldosas y la mujer se perdía entre las formas sin formas que caminaban por la calle estrecha. Desaparecía paso a paso y la idea me aterraba. Parecía escabullirse con la agilidad de un gato. Tenía miedo. Por fin, se desvió de la senda y tomó por una calle oscura que llevaba al puerto. La seguí en silencio, con cuidado, por dos o tres cuadras, hasta que entró a una casa grande, vieja. Allí la esperé decepcionado, porque ni el valor ni el idealismo me ayudaron a entrar y pedir por ella. Volví derrotado a la feria y a la guitarra, esperando encontrarla mañana frente a mí otra vez.
  • 39. Pero no fue así. A la noche siguiente no volvió. Ni tampoco a la siguiente, ni a la siguiente, ni a la siguiente. Contrariado, abatido, enfático, me armé de coraje y fui hasta la casa donde la vi entrar. Golpeé al llegar pero una voz me gritó desde dentro que pasara. Abrí la puerta enorme e ingresé. Era un hospedaje de los viejos, con muebles viejos, paredes viejas y una vieja como recepcionista. A ella le pregunté por la mujer y ella me contó su historia. No he vuelto a tocar desde entonces. Un hombre vino hoy al hospedaje. Dijo ser guitarrista y tocar en la feria callejera que está aquí cerca en el verano. Preguntó por la muchacha que se hospedaba en el cuarto del fondo. Me la describió porque no sabía su nombre. Supongo que la conocería de algún bar, de alguna noche o quizás de esa misma feria. Ella iba seguido allí. No supe cómo decirle que ya no estaba. No quería explicarle nada, pero justo cuando estaba por salir, me acordé de la carta. En el sobre decía “para el guitarrista”. Le pedí que esperara. No recordaba dónde la había puesto, así que tuve que revolver bien unos cuantos cajones. Por fin la encontré, gracias a dios bendito. La expresión de su rostro cuando vio el sobre es indescriptible. Me gustó ver esa expresión. Me dio ternura. Soy tan vieja que ya me había olvidado de lo que era la ternura. No sé qué decía la carta, pero lo cierto es que cuando el hombre comenzó a leerla no pudo evitar el llanto. Si hasta le tuve que traer un vaso de agua al pobre y hasta le arrimé un asiento y le pedí que se sentara… Tenía miedo que se me descompusiera ahí, otro problema para mí. Me dio tanta pena que cuando me preguntó dónde estaba ella le conté la verdad. Le dije que había muerto. Él no lo podía creer. Lloraba en silencio. Le conté todo: que la encontramos muerta una mañana, que el médico dijo que había muerto en la noche, que esa noche había salido y había vuelto sola, como todas las noches. El doctor dijo que murió de un ataque al corazón. Yo sé que murió de tristeza. Cuando te pasás la vida atendiendo un hospedaje y ves pasar vidas frente a tu cara a cada rato, aprendés a entender qué hay detrás de los ojos. Y en sus ojos había pura tristeza.
  • 40. También le conté al hombre la historia que ella me hizo y creo que lo ayudé a entender mejor la carta. Cuando terminé me miró y me dijo que era una historia triste. Yo también creo que lo es. Por eso se la conté con lujo de detalle, como compartiendo una verdad que ha sido liberada pero que solo es de nosotros dos. Porque parece que la madre de esta muchacha tenía dos maridos. Eso fue lo que ella me narró una noche en que estábamos las dos solas aquí en el hospedaje. Sí, dos maridos. Y cuando la madre quedó embarazada no sabía a cuál de los dos le pertenecía la paternidad. Pero ese no es el problema. Hasta ahí es una historia rara pero tolerable. El asunto es que su madre y sus dos padres eran unos libertinos y parece que su casa era un templo al sexo, siempre lleno de amigos que venían a embriagarse y copular entre todos, cual animales. Pero esto tampoco es lo peor. Porque al parecer, cuando ella tuvo su primer sangrado y se convirtió en muchachita, los dos padres comenzaron a abusar de ella. Cuando uno se acostaba con la chica, decía que esta era hija del otro y cuando el otro la abusaba, decía que era hija de aquel. Y todas las noches la obligaban a hacer cosas horrendas y satisfacer sus peticiones, bajo el consentimiento de la madre, que a veces los miraba de lejos y se masturbaba, la muy perra. Y así pasó años la pobre, siendo preñada por sus dos padres pero cada vez que se embarazaba, amanecía sangrando, manchando todo y el feto se le escabullía de las piernas y caía en algún rincón del baño. Con el tiempo empezó a sospechar que su madre le ponía algo en la comida para hacerla abortar, pero nunca lo pudo comprobar. Y cuando un día, ya de grandecita, se escapó de la casa llevando una criatura en sus entrañas, e hizo todo lo posible para salvar a ese niño y darle todo el amor que no había recibido, su vientre estaba ya tan podrido que lo perdió de forma natural. El asunto es que cuando ella era violada por sus padres, en aquellas noches terribles y eternas, escuchaba a lo lejos una guitarra, que como llamándola, cantaba canciones hermosas para ella. No sabía si era cierto o si todo estaba en su cabeza, pero esa música existía en algún lugar y allí estaba, salvándola del suicidio. Así es que ella amaba escuchar una guitarra y se emocionaba cada vez que veía a un guitarrista. No me extrañó que en su cuarto hubiera una carta para un tal guitarrista, pero nunca pensé que ese hombre realmente existiera y que en-
  • 41. cima fuera a venir en su búsqueda. Lo cierto es que ese hombre que vino hoy a verme la salvó del suicidio, pero también la salvó de la vida. Ahora comprendo que ella no murió de tristeza, como yo pensaba, sino que murió de felicidad. De la felicidad que le dio volver a escuchar aquella vieja melodía… Álvaro Lema Mosca nació en Florida, Uruguay, en 1988. Desde 2007 reside en Montevideo, donde ha estudiado literatura y ciencias de la comunicación. Integrante fundador de la Generación Once. Ha publicado artículos de investigación literaria y semiótica tanto en su país como en Brasil, España, Argentina y Alemania. Algunos de sus cuentos y poemas aparecen en diversas revistas y webs. En 2012 publicó el poemario De esta manera tan inusual (Melón Editora). Dirige la revista cultural ONCE. Su blog es escritorescribiente.blogspot.com
  • 42. Día de campo con el Tero Seba Maturano ¡Me cago Feisbutt y todos los putos contactos que genera! Nunca fui amante del regreso al pasado, y esto por sobrados motivos en los que no me extenderé hoy. En más de diez años solo asistí a una reunión de ex-compañeros de la primaria. Fue una mierda. Ver a quienes en mis recuerdos eran niños, y verlos deformes, con sus cuerpos actualizados a la época… Algo realmente insoportable. En esa oportunidad asistí porque andaba loco con la merca, y hacía una semana que me había dejado mi novia, la Gatita Ponzoña. Pero ver a las chicas emputecidas y borrachas, a los varones con cuerpos trabajados por gimnasios barriales, o destruidos por trabajos alienantes, era una verdadera película de terror: de esas que no me gustan, por malas, berretas, y aburridas. Aunque esa vez no estuvo tan mal, esa única vez, digo; porque yo estaba duro y anestesiado, y con el Pulpo nos cogimos, los dos al mismo tiempo, a la Pato, una tierna ex-niña, ahora puta entre las putas, pero moralista al palo. Pero el punto es que las juntadas con gente del pasado, -sea del que sea-, son una mierda, volver al pasado… ¡jamás hay que volver al pasado; ni para recordarlo! Me recontra cago en todos los memoriosos, amantes de fotos, y escenas pasadas. Hay animales que se quedan en una etapa, y pareciera que nunca más pudieran salir de allí. Yo no, yo voy para adelante, e intento esquivar a los nostalgiosos y añoradores de vidas pasadas. Está bien, ya soy un Perro viejo, un Perro Salchicha viejo, tengo treinta años, y eso, en la vida de un perro, es mucho, no creo que me queden muchos años más, aunque… nunca se sabe, ¿no? La cosa es que a mis compañeros de secundaria, por alguna razón, siempre los he tenido mejor conceptuados que a los de la primaria. De todas formas jamás asistí a reunión alguna a la que me invitaran. Solo mantuve relación con algunos de los que eligieron
  • 43. la misma carrera universitaria, pero por poco tiempo. Sumado a que mi paso por la universidad fue más bien breve. Es cosa de los perros fracasar en los estudios superiores, no así en la gran mayoría de los animales. No sé por qué se de esto, tal vez sean las limitaciones intelectuales de la especie perruna, o el elevado desarrollo de ciertos sentidos que poseemos, o la intuición, siempre profana, que nos caracteriza. No importa… El tema es que desde hace unos años dejé mi ciudad y me vine de croto a Córdoba; lugar donde me había enamorado de una serpiente que resultó ser una perrita, como yo, hermosa y fiel, a la vez que inteligentísima: una verdadera hembra con quien vivo desde hace unos cinco años. El año anterior me la pasé trabajando en la carnicería del Viejo Pantera, y ese trabajo me consumía todo el día. Cuando salía, lo único que hacía era ir a jugar al Counter, juego que me tiene enviciado. Fue ahí, en el Ciber, donde ingresé al Feistt. Y, por ese medio, pude “reencontrarme” con mucha gente repugnante del pasado. Animales realmente horribles, pero que ahí estaban, seguían vivos, aunque yo los diera por muertos desde hacía años. Fue ahí, entre tantas bestias, que volví a enterarme de la vida del Tero: un ex compañero de la secundaria, rengo y resentido, con un complejo de inferioridad que no había cambiado en nada desde la última vez que nos habíamos visto. Esto, de hecho, me recuerda un problema que tuvimos en esos años de escuela, donde vivimos un pequeño disgusto por motivo de una Loba que ambos disputábamos. La piba finalmente se había decidido por mí, y la mirada de odio que el Tero mantuvo hacia mí esos días nunca pude olvidarla, aunque como todo, pasó, y esto no impidió que siguiésemos siendo amigos; pero siempre me quedó la impresión de que este hecho había calado hondo en el nada disimulado complejo de inferioridad que mi amigo tenía. En la secundaria el Tero era un tipo tranqui, ingenuo como casi todos; y era, también, de los que más molestaban a los profes y a las profes. Le daba igual si eran gallinas, gallos, o leones; a todos disfrutaba de torturar con inoportunas bromas. Pero por varios años fuimos amigos, compartimos lindos momentos, de esos que en la adolescencia te unen de extraña forma, una forma que jamás vuelve a repetirse.
  • 44. *********** Estaba en mi casa, a finales de Enero, después de haber grabado un disco de rock con un amigo de mi antigua ciudad. Había sido una semana fantástica, estaba rebosante de alegría. Después que mi compañero rocker se marchara, seguí igual de pilas, lleno de energía, vivo, y continué, en la semana, grabando nuevas bases para futuros temas del proyecto que veníamos armando hacía ya casi medio año. Uno de esos días, -no recuerdo con precisión qué día fue en este momento-, me escribe el Tero en el muro de mi Feisbutt para decirme que estaba en Córdoba. La imágenes que había visto en los álbumes de su feistt lo mostraban mucho más grandote en lo que se refiere a masa muscular -(después me contó que hacía boxeo)-, y con una familia hermosa: dos niñas, y una esposa monstruosa; creo que era una Lechuza. Me escribió para que nos juntáramos, accedí. Las juntadas de a uno son preferibles a las de manadas de ex, a esto cualquier animal en su sano juicio lo sabe. De todas formas la invitación no impidió que me preguntara por qué el Tero proponía que nos viéramos, si hacía años que nuestra relación era inexistente: ¿esperaba concretar algún tipo de venganza? ¿tendría alguna cuenta pendiente por aquél irrisorio altercado por una Loba? Decidí no darle crédito a mi tendencia paranoica y entregarme con gusto al rencuentro con alguien que, después de todo, alguna vez había sido mi amigo. Aparte, ¿era posible que mantuviera intacto un rencor por algo acontecido hacía más de diez años? El día que convenimos para vernos fue un viernes. Llegué tarde, la puntualidad no es mi fuerte, y toda su familia se estaba asando por el calor del veranito cordobés. Cuando llegué, -a diferencia de lo que había imaginado, una juntada en algún bar, con él, a solas, una juntada que no superaría mucho más de tres horas, según los estúpidos cálculos de mi estúpida imaginación-, estaba el Tero, parado en la esquina del jóstel donde vacacionaba, con el auto cargado con los integrantes de su familia, y me invitaba a Villa Carlos Paz, a pasar la tarde. Nos dimos un fuerte abrazo en el borde de la Avenida Vélez Sarsfield. Yo no había llevado toalla, ni malla, ni nada para pasar un día de campo
  • 45. en el río, pero acepté la invitación. Me dispuse a ser flexible, cosa no muy común en mí, teniendo en cuenta que hacía años que no lo veía. Por otra parte tampoco tuve muchas opciones, ya que, acto seguido a nuestro abrazo en plena avenida, me invitó a subir al auto, y tomábamos el camino a Carlos Paz, cuando me dijo cómo venía la cosa: su familia no quería estar en la ciudad, ya que le parecía fea, sumado a que el calor y la humedad ardían. Pero, como decía, yo me había dispuesto a pasarla bien, y no quería pinchar su entusiasmo que se observaba elevado. Fuimos todo el camino charlando de cosas del pasado, como no puede ser de otra forma cuando uno se junta con gente de este tipo: “gente del pasado”. Me contó que desde hacía ocho años era repositor externo de un Carrefour de Godoy cruz. Que había estado en trabajos in-animales, y que durante la crisis de 2001/2002 había estado en la puerca miseria. Entre tanto yo ingresaba algunos bocadillos de mi biografía, pero advertí rápidamente que no le interesaban. Solo le importaba hablar de su vida, y de lo doloroso que habían sido esos años; añorando la época de la secundaria entre los intervalos en los que narraba sus malarias. Yo iba en el asiento del acompañante. Su familia, su mujer y las dos niñas, en el de atrás. Contó que el auto era nuevo, que lo había tarjeteado, porque no tenía capacidad de ahorro. Después viramos la charla a la música, y hablamos de las viejas bandas de rock que escuchábamos en el secundario. Me dijo que ahora escuchaba otras cosas, y me mostró a Los Jaivas como si fueran una novedad. Parece que no los había escuchado nunca, y los admiraba como algo nuevo. No está mal, pensé; y mientras me hablaba de Los Jaivas puso un tema, un carnavalito tocado al estilo rock progresivo de los sesenta, y, acto seguido, puso a Coldplay, banda que odio. Le dije que prefería a Nick Cave, a La pequeña Orquesta Reincidentes, Pez, o a Armando Flores; después charlamos sobre Morphine, Radiohead, y Divididos. Mientras íbamos viajando, con su prole de fondo, también charlamos sobre adicciones, habló mucho sobre su periodo de cocainómano y fumanchín; de la plata que había dilapidado en putas y merca, y que su esposa, la Lechuza, maestra de catequismo, lo había salvado: “La gorda es mi ángel guardián”, dijo, y ella sonrió.
  • 46. Cuando llegamos Carlos Paz paramos en un Jumbo, compramos para hacer sánguches de vizcacha, y después pasamos por otro súper, donde mi amigo, el Tero, había visto en promoción un vodka y una Paso de Los Toros. La promoción ya se había vencido, pero el Tero, entusiasta, decidió comprarla igual. Ya en el balneario, “El Diquecito” le llaman, seguimos charlando. Su mujer y sus hijas se fueron a dar una vuelta, supongo que para dejarnos a nosotros intimar durante un rato. En esa primera hora todo estuvo bien, charlamos mucho, y mi amigo tomó razonablemente algunas medidas de vodka que yo compartí. Después nos metimos al lago, y mi amigo me hizo notar a unas zorras que estaban en un risco. Me dijo: “¡¿Mirá lo que son culiado?! Estas minas se saben súper ricas, están ahí arriba porque se creen las Diosas del Olimpo, y tienen razón, si yo me cogiera a una de esas le pego un tiro a la gorda, y me rajo con la zorra; después me siento en un cactus ¡Ja Ja Ja Ja!!!”. Yo asentí, y pensé que ese tipo de zorras, que tienen cuerpos de vedette, unos culos perfectos, redondos y grandes, tetas de más de 120, deben ser de esas minas que sueñan con ser estrellas de algún teatro de revistas. Sueñan con ser la revelación de la temporada de verano. Onda que por casualidad algún productor, ponele que algún Lobo Fovich, las vea y les diga: “Vengan chicas, ¿no quieren actuar con Flor de la V o Miguel del Sel?”. “Flor de pito son esos productores”, me dije, y reí para mis adentros. Entre esos divagues mi amigo me dijo que saliéramos del agua, “así le seguimos entrando al vodka”, balbuceó. Le advertí que no tomara mucho, ya que la caminera estaba haciendo controles de alcoholemia en las rutas, y al novio de un amigo le habían quitado el auto, solo por llevar un grado más del permitido. El máximo es cuatro, y el Jirafa tenía cinco. Le quitaron el BMW del padre, y se tuvo que volver a casa en colectivo. Mi amigo sonrió, diciéndome que tenía razón, (seguimos charlando una media hora más). Media hora en la que advertí que el Tero se había bajado el vodka, él solito, y, estando hasta la pija, verborrágico y ultra excitado, traía del pasado recuerdos de la secundaria. Me decía que si no hubiese sido por mí, y por otros compañeros que le habíamos enseñado no se qué sarta de pelotudeces, él estaría preso, o muerto. Yo, al salir de Córdoba, le había advertido que tenía que volver no mucho después de las ocho, ya que tenía una cena importante,
  • 47. y debía regresar a mi casa, para cambiarme y poder estar listo antes de las diez. Él prometió que a esa hora ya estaríamos de vuelta. Por suerte, en medio del picnic, me habían llamado para suspender la cena, así que estaba bien de tiempo,- aunque no advertí a mi amigo de la noticia-, y podía esperar a que se le pasara la borrachera. Pero no fue así, entre la ebriedad y la verborragia, me preguntó si sabía dónde podía conseguir merca, yo le dije que ya no tenía línea, que no tomaba más, pero que conocía un lugar donde vendían: “es cara y pega mal”, le dije, pero a él no le importó. A esa altura ya se había puesto al más fiel estilo borrachín, pesado y cargoso. Dijo que nos marcháramos, que hiciéramos un asado en mi casa, y que compráramos una bolsa. Insinué que en el estado que estaba no podía conducir, pero siguió insistiendo. Traté de persuadirlo señalándole a su esposa y a sus hijas, respondió que me fuera a cagar, que rajáramos de ahí, compráramos la papusa, y nos claváramos un asado. Me resigné, y entendí que no podría convencerlo de que descansara un poco, bajara un cambio, y pasáramos los planes para el día siguiente. Les dijo a la Gorda Lechuza y las Lechuzitas que nos marchábamos. Su esposa lo miró con ojos de furia, pero parece que era muy sumisa, porque si bien mencionó algunas veces que dejara de tomar, siguió las órdenes de su marido al pie de sus dichos. Yo empezaba a imaginar el modo de escapar de esa infernal escena. Tenía que salir del parador en el que estábamos, y llegar al centro de Carlos Paz. Ahí le diría que regresaría en colectivo a la ciudad. Hacer la subida del diquecito a pata, para llegar al centro de la Villa por mis propios medios era otra pesadilla, se venía una tormenta, y yo fumo más de veinte cigarros por día. Tenía que aguantar a subir con el Tero ebrio hasta el centro, y recién ahí bajarme del auto. Mi humor, a esa hora, ya estaba completamente arruinado, maldecía los reencuentros, haber accedido flexiblemente a salir con una persona que hacía más de diez años que no veía, y que no sabía a esa altura quién carajo era. Antes de subir al auto me preguntó qué me pasaba, le dije la verdad, que la estaba pasando mal, que no estaba en condiciones de manejar, que íbamos con dos niñas, sus hijas, que ese tipo de adrenalina y juego con la muerte no era mi viaje, que estaba todo bien
  • 48. si quería ponerse hasta la pija, siempre y cuando no tuviera que manipular un arma de cuatro ruedas. No le importó. Salimos, tomamos la subida, con mi amigo, el Tero, ebrio, poniendo un tema de The Chemical Brothers al palo. Yo estaba con la cara desencajada, y un verdadero humor de perros. En la subida, que era con forma de caracol, mi amigo aceleró a fondo, la calle era bien finita, y en cada curva imaginaba que chocábamos de frente con otro auto; pensaba en las crónicas de los matutinos del día siguiente titulando: “Locura y alcohol en Carlo Paz”, “Familia de Lechuzas muere con Perro Salchicha a bordo”, “Tero Loco y alcoholizado asesina a grupo de animales”, etc.…; cuando en una de esas aceleradas el Tero se llevó puesto un badén, con lo que el auto primero se hundió hasta tocar su parte inferior con el asfalto, al tiempo que brincó muy fuerte, pareció que desbarrancábamos. Todos nos asustamos, y su esposa e hijas le gritaron en simultáneo y paralelo: “¡¡¡PAPÁ!!!!!!”, las hijas; “¡¡¡Tero del orto, nos vas a arruinar el día y las vacaciones!!!!!!!, la Lechuza catequista. Yo puse mi pata izquierda en su muslo derecho, le dije con parsimonia que se tranquilizara… Aclaró que no había visto el badén; me miró entornando los ojos, con un gesto de odio, y agregó: “Perdón, no volverá a pasar”. También dijo, esta vez murmurando, dirigiéndose expresamente a su familia, que lo disculparan, que iba a conducir más lento. Mintió. Cuando salimos a la costanera de la Villa le dije que por favor me dejara bajar a preguntar en una estación de servicio, que estaba frente a nosotros, por la terminal; al tiempo que le aclaraba cuáles era mis deseos. Le dije, de una y sin vueltas, que regresaría a Córdoba en colectivo. Fingió no escuchar, o no entenderme, y mantuvimos por unos segundos una conversación estúpida y sin sentido, donde él me decía que me llevaría a la terminal, de Córdoba, y donde yo le aclaraba que estábamos en Carlos Paz, que no estábamos en Córdoba, y que deseaba regresar a mi hogar en un medio de transporte privado. Siguió con su proceder, sin ceder a mis pedidos. Pensé en arrojarme del auto en movimiento, pero me pareció demasiado, intenté tranquilizarme. Después comentó, como al pasar, que preguntara más adelante. Pensé: “¿Más delante de dónde? Este tipo, por su maldito complejo de inferioridad y traumas, pretende hacerme pagar, ¡diez años después!, haber estado de
  • 49. novio con una Loba que ambos amábamos y que finalmente había accedido a estar conmigo, ¡diez putos años después!”, y comenzaba a putearlo por lo bajo, al tiempo que me decía a mí mismo que me calmara. A todo esto ya había empezado a llover, con gran fuerza, y yo continuaba maldiciendo haber ido al encuentro del pasado, y comenzaba a odiar a mi amigo profundamente. Seguimos camino, cuando nos aproximábamos al centro comenzó a granizar. Ahí fue cuando su mujer le dijo que parara, que estacionara el auto en una calle perpendicular, para poder cubrirlo con el protector. Yo alenté esa posibilidad, y comencé a hacer señas a los automovilistas, nerviosos a causa del granizo, para indicarles que íbamos a doblar. Estábamos en el medio del carril, con el semáforo en rojo. Mi amigo, el Tero, dijo que sí, pero mintió nuevamente, aceleró aún más fuerte que las veces anteriores, y tomamos un puente, ahí todos le dijimos a los gritos, implorando, que por favor parara. Pero él no respondía, y fue en ese momento que perdió el control del auto. Comenzamos a andar en el medio de la calle del puente, mordiendo con una rueda un cordón de cemento que separaba ambos carriles. Después retornó a nuestra mano, y yo, suplicante, le pedí que frenara, y me dejara en cualquier lugar donde pudiera estacionar unos segundos. En ese instante su rostro recobró cierta lucidez, me miró ensombrecido, y, por fin, accedió a mis súplicas. Llovía torrencialmente y había dejado de granizar. Me desabroché el cinturón de seguridad, abrí la puerta; y mirándole a los ojos, le dije que era libre de hacer lo que quisiera. Bajé del coche, di un portazo, y me fui sin saludar. Caminé por la calle en que había quedado varado, le pregunté dónde estaba la terminal a unos cerditos porteños, me dijeron que siguiera por el mismo camino, que estaba a tres cuadras. Pasé por un kiosco que tenía un reparo, encendí un cigarrillo, y me detuve unos minutos recordando todo lo que había pasado, y cómo se habían sucedido los hechos. Cuando el pucho se consumió volví a preguntar por la terminal, esta vez a las chicas de un drugstore: no confío en los porteños, y menos en los turistas. Me indicaron que estaba a una cuadra. Crucé la avenida principal, estaba inundada, agradecí haber salido con dinero, y haberme bajado del auto. Entré en la terminal, prendí otro cigarro, compré el boleto.
  • 50. Seba Maturano Nací en Mendoza en 1984, resido en Córdoba desde 2010, artista visual y escritor. He sido parte de algunos grupos y espacios, entre ellos, el principal y más querido: el colectivo artístico La Araña Galponera (Mendoza), con ellas/os trabajé varios años (2007-2010) en los que hicimos numerosas actividades: intervenciones urbanas principalmente, pero también ferias, muestras, libros, La Bienal de Fotocopias, y hasta un encuentro nacional de Arte/Política (junto a mucha gente más, claro). También realizamos una serie de encuentros interprovinciales con una beca del F.N.A. Durante 2011 participé en Casa 13, específicamente en 13 Radio y en el Espacio Crítico. Guardo un recuerdo muy lindo de esos días, y siempre estaré agradecido a la Casa 13, por su buena onda, su gente, y sus puertas y brazos siempre abiertos. En 2011 fui seleccionado para participar de “ADJETIVA II encuentro de teoría y práctica artística” realizado en Salta. En 2012 hice una muestra de dibujos en la Galería Tres Cuartos (Córdoba). Desde esta año (2013) estoy a cargo, junto Pablo Toia, de la Editora Cartonera BORDE PERDIDO. -Administro regularmente las siguientes plataformas virtuales: http://www.flickr.com/photos/sebamaturano/ http://angelporno.blogspot.com.ar/ http://www.facebook.com/pages/Ciegos/199524096857329 http://proyectolosciegos.blogspot.com.ar/ Contacto: nueveochentay4@yahoo.com.ar
  • 51. El ciego Javier Lodeiro Ocampo Unas cuadras más allá había una casa vieja. Un bosque de árboles oscuros rodeaba a la casona y la ocultaba de la mirada de los chicos que pasaban por la calle en bicicleta, en bandadas, como gorriones. Frente a esa casa había un kiosco de revistas, uno de esos kioscos de barrio que son como un cuadrado gris, con un techito de chapa adelante que no puede atajar el sol del verano, y un cartel con los dibujos de los helados de Frigor. En la casa vieja vi por primera vez un hombre ciego. Era una casa antigua y las paredes estaban tan descascaradas que parecía que se venían abajo en cualquier momento. En el patio de baldosas blancas y negras había un aljibe al que estaba prohibido asomarse. Las puertas de las habitaciones que daban al patio eran altas y siempre estaban abiertas. Daban a habitaciones tan oscuras e inimaginables que eran como agujeros en la tarde inmensa y calurosa, agujeros que daban a mundos subterráneos en donde reinaba el ciego. El ciego era amigo de mi vieja. Cuando ella lo iba a visitar yo siempre me ofrecía de acompañante. Abríamos una reja alta y gastada y entrábamos al jardín oscurecido por los árboles. El sol lograba meterse de tanto en tanto entre las copas, y yo hacía todo lo posible por guiar a mi vieja entre esos manchones de luz. Siempre creí que el sol era mi amigo, pero no le decía nada a ella para que no se asustara. Esperábamos en el patio hasta que la esposa del ciego aparecía, cerca del aljibe. Yo miraba hacia los árboles y sentía temblores en las rodillas. Después entrábamos en la habitación del ciego y él le daba a mi vieja unos frascos con bolitas blancas que servían para curar las enfermedades. Era homeopatía. El ciego se movía suavemente, sus manos eran grandes y huesudas y largas, y sus modales eran antiguos. Tenía sobre cada ojo una ceja enorme como la cola de un gallo, pero blanca. Yo sabía perfectamente que todo el tiempo que duraba la entrevista el ciego nos estaba mirando y nos estaba investigando detrás de sus ojos blancos. El veía cada detalle de cada uno de nuestros movimientos, y veía incluso lo que sentíamos. Nadie más que yo lo sabía. Por las noches, antes de dormirme, cerraba los ojos y veía al viejo corriendo por el jardín de la casona, entre los árboles, entre las ortigas y entre las margaritas que brillaban a la luz de la luna. Corría alrededor de la vieja casa hasta que alcanzaba la velocidad suficiente para elevarse, y entonces comenzaba a saltar por sobre los senderos del jardín, hacia los árboles.
  • 52. Saltaba de tronco en tronco, de rama en rama, y después de copa en copa. Buscaba la luz de la luna. Javier Lodeiro Ocampo Nací en 1969 en Buenos Aires. Vivo en la Patagonia desde 1983. En la adolescencia me dediqué a la historieta. Soy pintor, participé del circuito de galerías porteño los últimos diez años, y realicé varias muestra individuales en Buenos Aires, Rosario y Neuquén. Escribí dos novelas inéditas y un libro de cuentos fantásticos, ilustrado, que se editó en 2012, "Noticias de Valle". Actualmente estoy trabajando en una novela sobre la búsqueda del padre que transcurre en el Río Negro en los días previos al segundo gobierno de Rosas. visitá mi página web: www.lodeiro.com.ar dirección e-mail alternativa: info@lodeiro.com.ar
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  • 56. Alejandro Farias Bahía Blanca (Arg), 1978. Escritor, guionista de historietas y editor. Ha editado varios libros de historieta y las novelas Frío y La edad del sueño. Obtuvo una beca del fondo nacional de las artes y una mención en el concurso de la revista ñ. Leonardo Sandler Rosario (Arg), 1974. Historietista e ilustrador. Ha participado en numerosas antologías tanto en el país como en el extranjero. Ha dibujado dos novelas gráficas: La Pasión con guión de Diego Cortés, y Jenufa con guión de Alejandro Farías.
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  • 61. jugar en primera Guión y dibujos: Fran López
  • 62. Fran López, 1985, Buenos Aires. Dibuja Autobiógrafo, con guiones de Federico Reggiani, desde el principio. Tiene una banda de rap. http://www.fran-lopez.com/
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  • 67. más allá de lo evidente Guión: Arekasadaro Dibujos: Matías Giamportone
  • 68. Arrekasadaro (Alejandro Sebastian Marinkovic) nació en 1982 en Trelew, Chubut. Cuenta cuentos de nacimiento, guionista de profesión. Se formo en el taller de Diego Agrimbau. Vive en Lago Puelo desde donde pergeña sus proyectos como guionista. Está obra inédita es su primera publicación. Tomen nota. Matías Giamportone nació en 1990 en Mendoza. Es ilustrador, estudia Diseño Gráfico y trabaja para la industria de la animación. Es uno de los fundadores del grupo «Zona Sísmica, Ilustradores de Cuyo». Está dando sus primeros pasos en el mundo de la historieta con esta obra inédita.
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  • 73. historia de la guerra capítulo 3 Guión: Federico Reggiani Dibujos: Lauri Fernández
  • 74. Federico Reggiani es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Escribe más o menos lo que se espera de él porque no puede salirse de sí mismo; lo más visible de esa actividad son sus guiones de historietas. Ha publicado o publica La Mueca de Dios, Vitamina Potencia y Tristeza con Angel Mosquito, Dos Estaciones con Rodrigo Terranova, Patria, con Kwaichang Kraneo, Autobiógrafo con Fran López, Mi amor, hoy tengo fútbol, con Max Aguirre, Don Quijote de La Mancha con Sergio Coronel y Don Miguel de Cervantes. Desde los inicios forma parte de Historietas Reales. Desconfía de la desesperación tanto como del entusiasmo. Lauri Fernández: Historietista, dibujante, grabadora. Ha participado en numerosos poryectos, entre los que figuran las revistas "Pelotazo" y "Clìtoris". Dibujó las historietas "Ani" (Ed. Llanto de Mudo, 2011) con guión de Roberto von Sprecher; "Vientre" (Dragoncomics / Llanto de Mudo, 2012) con Roy Leguisamo y Nacha Vollenweider; "Mecanismos" y otras ilustraciones (para el libro 0El "Mendozazo, herramientas de rebeldìa", Ediunc, 2012). Actualmente dibuja "Regulaciòn o0,75. La dàdiva" , con guión de Roy Leguisamo para el blog marcheuncuadrito.wordpress. Blog "dibujitosdelau.blogspot.com
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  • 79. Ilustraciones de tapa, contratapa e interior Nacha Vollenweider Nacha Vollenweider. 30 años. Licenciada en Pintura de la Universidad Nacional de Cordoba y diseñadora Gráfica. Ha publicado la novela gráfica "Ruta 22", con guión de Roberto Von Sprecher con el sello editorial Llanto de Mudo, entre otras historietas con el mismo guionista como "Razones para embriagarse", en Ebrio: antología de historietas borrachas; "Domingo" en el primer numero de la revista Clitoris; "Dark Soja" en la revista La Murciélaga. Junto a Diego Cortes ha publicado "Ricardo", en la revista colombiana LarVa, junto con la editorial Dragon Comics (Uruguay) dibujó Vientre, con guión de Pablo Roy Leguizamo. Se desempeña también como ilustradora, allí se destacan dibujos realizados para la serie documental "Caleidoscopio", serie seleccionada en el marco del Plan Operativo de Promoción y Fomento de Contenidos Audiovisuales Digitales del INCAA y para la Colección Tinta Roja de la editorial EDUVIM de la Universidad Nacional de Villa Maria Actualmente becada por el Servicio de Intercambio Académico Alemán reside en Hamburgo haciendo una formación en Comics. Blog; lamincula.blogspot.com