La ciudad mediterránea puede ser un modelo de ciudad sostenible debido a su estructura compacta que fomenta la proximidad entre usos y servicios, reduciendo así las distancias de desplazamiento y el consumo de recursos. Su organización aumenta la complejidad social y funcional del territorio de forma estable a lo largo del tiempo. Además, su densidad permite aprovechar mejor los recursos para mantener una alta calidad urbana.