5. Iana Verónica Paroli Krasteff
5
III
No deseaba esperarte
y ya vez,
en este banco mustio
como mi alma
aguardo
la embestida brutal
de tu recuerdo.
Yo sentía
temblores de pecho
como retumbar
en el mar
de cañones.
Y era la guerra
muda
de tu deseo
que clamaba
¡No me olvides!
¡No!
En la sacudida
de otros huesos
se despertó tu fantasma
y se agolparon lastimeras
las últimas noches
como un coro de idénticos gestos
que te van gravando
con huella mansa
en el agua de la ilusión.
6. Iana Verónica Paroli Krasteff
6
IV
Me alejo
como si dejara
la isla blanca
en la que sentado,
una tarde de brisa oceánica,
en una mesa dispuestas
dos pequeñas tazas,
me esperases,
mirando el barco,
casi azul,
casi blanco,
desdibujado
por el horizonte,
que me aparta.
8. Iana Verónica Paroli Krasteff
8
V
Me socorres
con tu mirada más azul
con tu mano más blanda
con tus árboles más frondosos
a la orilla
de tu camino más paciente.
Eres fuente
y bebo.
Sumerjo mis pies
y mi cuerpo.
Se avienen las estrellas
y una infinita noche
se refleja
en tus huesos transparentes.
9. Iana Verónica Paroli Krasteff
9
VII
Anduve errante
y me tomaste de las manos
para girar y girar
en ese juego
de rondas y rondas
y más.
Soy una muñequita
opaca,
el cabello de estopa,
que espera muda
las manos
que jueguen con ella.
10. Iana Verónica Paroli Krasteff
10
X
No se a quien amas,
o que apasiona tu frente
cuando la aprietas
con tus manos duras y blancas.
No se que te sostiene
si te alejas cargando
la cabeza de Goliat.
No comprendo
el insomnio que te anda
la noche y el día
deshaciendo la vida
en jirones grises
que desato.
Una vez subiste a verme,
estaba atado a la cama de mi dolor,
me diste tu vino y tu carne...
Y en el desorden de la tristeza
hallaste la semilla de mis ojos
y me los devolviste
sin sombras,
en el cuerpo de un hijo
11. Iana Verónica Paroli Krasteff
11
Yo te veo hacer,
te veo recorrer caminos amarillos,
cruzar umbrales de aparecidos,
anotar con piedra blanca
los días de claridad.
Miro tu boca encarnada,
mordida por tus dientes blancos
como la prisión de la distancia
desde donde te observo
y no te alcanzo.
XII
Me ha tragado un otoño caliente
de ojos ámbar y café.
Perdí la noción del amor
revolviendo hojas de palabras marchitas,
asistiendo a un crepúsculo muerto
años atrás,
a orillas de un mar transparente
y una mano tibia
que miraba ciega por mi cuerpo,
metida en el bolsillo de su saco.
12. Iana Verónica Paroli Krasteff
12
XIII
¡Esto será haberte amado mucho,
traerte a rastras a un presente
que te abofetea y te mira con mala cara?
Me deleito castigándote
como si sacara con eso
los clavos que hundías
generoso en mi carne .
Cuanto compartir dolor,
cuanto desafiar la gravedad
del alma,
cuanto tentar el desconcierto
de estar ausentes y
seguir buscando en el costado
la llaga del otro.
Esto será haberte querido,
hablar de vos como si
hubieras muerto,
mirarte en los sueños
atravesar insolente
la selva verde del olvido.
14. Iana Verónica Paroli Krasteff
14
XVI
Te miro cruzando
los días con esa ropa
de piedras,
los pies enlazados
las manos abiertas.
No se como haces,
tal vez como le hago,
arrepintiéndote un poco
otro rato rezando.
Y te acuestas a mi lado.
A la mañana atas tus alas
y sales encadenado
buscar alguna montaña
mirar más alto,
mas lejos,
mas largo,
estiras los ojos
que son dos barcos
sobre la ciudad fiera,
ancla de cansancio.
Y te duermes a mi lado.
15. Iana Verónica Paroli Krasteff
15
No se como le haces,
tal vez como le hago,
creer mientras duermes,
las alas has desplegado
sin romperte en las piedras
sin mudo llorar quedo,
sin pisar.
Volando.
XX
Te toco allá donde estés
y allí donde quiero.
Me miras y puedo brillar
me hablas
y vuelves mi piso
paredes
y palabras caminos.
Se tu nombre pero no te nombro,
No conozco la piel en que he grabado
a fuerza de pensarte,
la ruta oscura de un signo,
un tiempo más atrás o más adelante,
un punto que no se encuentra en este destino.
Ablandas las paredes de mi historia
cruzando montañas y prados,
tristezas y mitos
y reclinas la cabeza en mi regazo
contándome las nanas
como un hijo.
17. Iana Verónica Paroli Krasteff
17
XXXI
Estas tan lejos
como cualquier amor
que no conozco,
en esta perdida ciudad
o más allá.
Los pies metidos
en el agua salada
de deseo
revolviendo la arena pálida
que imagino
en el rescate
de los malos momentos.
He aprendido a tirar
de la cuerda de la imaginación
hasta tensar el alma
como a un violín.
Y ejecuta proverbialmente
su locura de medio lunes
medio martes
y domingos desasidos.
¡Y así
se sobrevive,
amen de la magia
nada sirve!
18. Iana Verónica Paroli Krasteff
18
XXXIV
Estabas por ahí
tu pelo negro
y las dos brasas
de tus ojos
encendiendo el viento.
Apenas si sabias
que tenías el poder,
volverme de bruja en hada.
Me temías,
como se temen las emboscadas,
y aferrabas tu corazón
que se te moría en las manos
Me recosté en tu playa
a soñarte
y te abriste a envolver mi dolor
sin asombro,
sabiendo hacer fugar los soles
en la piel caliente.
Pero el destino se reía.
Y haciendo y deshaciéndose
el otoño
te fuiste pateando
el amor marchito,
bajando los ojos
por no quemar las plazas,
donde te esperaba.
19. Iana Verónica Paroli Krasteff
19
XXXV
Desearía ser
La niña de tus nueve años
al fin encontrada
en una tarde abrumada
de dulzura
y flores claras
en el suelo pisoteadas.
O la muchachita
de tus fallidos intentos,
en siete desabridos años,
recibiendo tú beso,
impostergable y húmedo,
con la boca azorada,
en la confusión de las urgencias.
Y no soy
acaso,
nada más
que una flor pálida
que echaste a vivir
con el calor inmediato
de tu piel candente,
con el verano tumultuoso
de tu corazón ávido.
20. Iana Verónica Paroli Krasteff
20
XXXVIII
En tu cama,
soy un fugitivo
con los pies de plomo.
Recostado a tu lado,
al calor de tu piel,
me sumerjo
en mis océanos,
mirándote,
a través de mi ventana
de agua celeste.
Me sonríes
desde la orilla blanca,
me llamas.
Y en el gesto
de tu mano
y tu cabeza inclinadas
estas despidiéndome.
23. Iana Verónica Paroli Krasteff
23
I
Me he acostumbrado a una guerra
en la que el único muerto
es el que mira.
No sabes pero sientes caer
el murmullo del aleteo
la mirada de la página vacía,
sabe a ciruelas secas enterradas
descubiertas como un tesoro por un niño
cien años después,
cien.
Miro hacia cosas que no tienen ojos
por no estar desnudo
como estoy siempre
frente a lenguas mudas
y manos ásperas,
por no arrastrar las rodillas
en universos esquivos,
por plantar una bandera azul
en la cordillera del espanto.
24. Iana Verónica Paroli Krasteff
24
Asumo unas alas raquíticas y empecinadas,
despojos de alguna reina desahuciada
que quiso en su locura volverse mártir
más en la belleza estaba condenada.
Las alas,
el bestial ramaje de todas las coordenadas,
es carcomido por la hormiga acorazada
que cruza silenciosa devorando
la savia de mis hojas.
Aquellos parecen puentes.
Aquello parece vida.
Aquellas parecen gentes.
Duermo.
XI
El campo verde…
una extensión de mí.
Heroína olvidada
de batallas que no importan.
Me pierdo en el monte
de mis ojos…
Gritos de árboles grises
toman el cielo
que sigue
caminando hacia la noche,
como yo
viajo hacia la mía.
25. Iana Verónica Paroli Krasteff
25
VIII
Todas las bicicletas
se parecen a ella…
Por una avenida se alejan
un niño y mis sueños…
Es tarde para que
las huestes se apresten.
la luna silba su rayo
a mi sombra,
sus labios blancos
besan la costra de sangre
en mi costado.
El escudo no chorrea
su pintura púrpura
porque las huestes no se aprestan.
Es tarde.
no he podido
escalar estas piedras
¿Mis compañeros?
¿O estaba solo?
La torre de cartón
demasiado alta,
se dobla sobre mis suspiros
y regresa a su cielo.
Ya no soy un soldado,
lloro como un niño,
arrojo el escudo
y araño mis llagas.
Llamo suplicante
al batallón.
26. Iana Verónica Paroli Krasteff
26
Estoy solo o es tarde
y las huestes no van a aprestarse,
todas las bicicletas
son mi josefina,
en tanto un niño
se pierde en el bosque,
en el que siempre me pierdo
buscando una torre.
IX
Vidrios.
descalzo,
abriendo la herida.
todo fragmentado.
La ventana de
la vieja casa,
el tiempo,
apolillando
en los rincones.
He limpiado,
intentado recuperar
un paisaje blanco
y caí enredado.
27. Iana Verónica Paroli Krasteff
27
XIV
Acaso saciar tanta hambre
sea un niño vaciando el mar
en su baldecito de juguete.
El misterio
de tus manos chiquitas
sosteniendo otras aun más pequeñas
no ha sido resuelto
por la divinidad,
y yo te miro inerte
cruzar la calle,
incondicional inocencia
entre los autos que te silban
olfateando tú sangre.
Transparente crisálida
prometes venganza,
dolor y muerte.
28. Iana Verónica Paroli Krasteff
28
XVII
Lo que viene
la euforia,
el éxito,
la tristeza.
Andar cabizbajo
por una derrota
alimentada en selvas
raquíticas
de vacíos cuartos azules enredados.
Amurallar el vacío
con ojos perdidos o entregados
y poner la silla en medio.
Y esperar.
XIX
No me preguntes,
no eres tú o yo,
es esta vocación de muerte
de comedia del sinsentido
Dios me parió
rosa mariposa
y sin espinas
dotada de garras me hizo
con un solo día.
29.
30. Iana Verónica Paroli Krasteff
30
XXII
Él,
en su confusión de amarillos,
me inunda,
abatido,
de su savia,
y me corroen ya
las promesas
de las yemas
que sobrevivirán
al hastío.
XXIII
Tu amistad enlodada,
los dedos retorcidos
de mi niñez
en las puertas de los grandes,
los pisos sucios,
la rabia y el cigarro,
las horas que no puedo retener.
Eso mata.
31. Iana Verónica Paroli Krasteff
31
XXIV
Veo tus ojos desorbitados,
reclamas en tu ceguera
de apestado mendigo,
“Una limosna,
Una moneda”.
Y más hambre
más
te dan.
¡Dios se ha arrancado
Sus clavos!
Yo veo mi farol
que quiere parecerse
a las lejanas estrellas.
Tal vez
hay que andar engrillados,
escupiendo sangre,
blasfemando con culpa,
apenas respirando.
32. Iana Verónica Paroli Krasteff
32
XXV
Claudicar una noche
rota por la mitad....
No sean verdes
las palabras,
las palabras
no sean
lo verde.
Si se espanta
el mundo de papel
con su máscara multicolor
pálida...
Escucho el crujido
de los sueños…
Y en esta catástrofe
alguien estrena
su abrigo de escombros.
34. Iana Verónica Paroli Krasteff
34
XXVII
Conozco tus pies cansados
tu rostro de lágrima
tu espalda de miseria
¡Estragos!
Las palabras podridas,
los mirares amargos
¡¡¡Ya no aguanto!!!
Es el grito que mira
¡¡¡Ya no aguanto!!!
Es el grito que calla.
Caminas solo.
Cuando la tarde se
tiende amarilla
tus ojos caen negros
reprimiendo la rabia
contraída en el hambre
y rojos los puños…
Te tragas el crimen
mirando en silencio
a tu homicida.
Solo.
Solo el silencio
recoge ese reproche
de cielos
Sé
está muda tu boca.
Sé
están ciegos y armados.
35. Iana Verónica Paroli Krasteff
35
XXVIII
Otra vez desterrado
sin memoria
ni alma
ni carne.
Entregado a los perros,
los oídos olvidados
en la oscuridad
de los ladridos.
El descanso
es un páramo insondable
del que no puedo huir.
Me detengo
su furor esta en vela.
Ya siento sus colmillos
su baba pustulenta.
¿Por qué estoy de rodillas?
Con el capital de mis zapatos
haría una feria.
¡Son verdes, amarillos,
negros, rojos y café!
¡Pasen a verlos,
pueden ser salvados!
¡No precisan plegarias!,
¡Pasen!,
¡Ni llantos,
ni arrastrar de rodillas
¡Compren!,
¡Ni balbucir a la nada!
36. Iana Verónica Paroli Krasteff
36
Estoy perdido.
Yo no se
¿Dónde esta dios?
O si los árboles de donde.
Y el mar.
Y el río.
Y la matemática terrible
de los astros milenarios.
Y la bondad.
Y la crueldad.
Y la carne de mi costado
arrancada por los perros.
No preguntes.
Soy fugitivo
¿Si el amor?
¡El amor bendito!
Reniego
de estos ídolos secos.
Creo en zapatos.
38. Iana Verónica Paroli Krasteff
38
XXXII
Sacudiéndome los piojos.
Solo.
Quieto,
escucho los murmullos
trafalgar el mundo,
La madurez de mi palabra
es un yermo sonoro
en la solidez
de infinidad de escudos...
Recuesto mis huesos
duros,
sobre las más aun
duras piedras.
Yo,
cúmulo de hielo
estremecido,
derramándome en mi aliento,
las venas,
las entrañas mojadas
en mi misterio
soy una puerta sellada
para mi mismo.
39. Iana Verónica Paroli Krasteff
39
XXXIII
Veo pasar
fugazmente mi vida
ante mí,
azorado.
La quietud de mi cuerpo
desentraña mi nombre
primigenio.
Tengo miedo
y mi grito se hermana
a los gritos pequeños.
Llaman
mi nombre
no es.
Golpean
mis huesos
se deshacen
llenando la harina
del tiempo
que cargan
los vientos
de los astros
en sus orbitas ingenuas.
La saliva y la sangre
desandan mis pasos…
Repetirme en el útero…
Rebotarme en el verbo…
Afuera la noche
es aún
más grande.
40. Iana Verónica Paroli Krasteff
40
I
El mundo se cierra divino
con la vergüenza de quien
da un pésame
por un muerto que no ha conocido.
Me duelo de mi
y me miro,
traspasado en las estacas,
amputado y desabrido
caminando entre las mieles y las pompas.
Con el gesto de un sátiro
tomo el puñal y escondo la sangre
justiciero ciego
41. Iana Verónica Paroli Krasteff
41
II
Los pasos de los niños
picoteos amarillos
deshojados en zaguanes
tristes
con medias cortas y ojos grandes.
Se abren el camino difícil
con la suavidad de un titán.
Un gigante acaudalado de pureza
corazones de mariposas
que deambulan por paraísos
que los viejos no ven.
Atrás se encuentran las razones
de mi desdicha
en el camino de los zapatos blancos
y las puertas pesadas
atravesadas por pequeños gritos.
Hubo una vez
dos pequeñas titánicas
jugaban a la casa
en tanto el ogro rondaba la cabaña.
Estaban poseídas
por un espíritu de ilusión
que les hacía ver lo que no se veía
y andaban cojas por caminos
tortuosos cubiertos de barro
y piedras
que a ellas se les hacían valles de paraíso.
Tomaron el agua de la desdicha
libando néctar.
Y una tarde tenebrosa
deshojaron margaritas.
44. Iana Verónica Paroli Krasteff
44
XV
Soledad
pura soledad.
Soledad pequeña
quieta, esperando,
mezclada a abalorios…
verme doblar la esquina,
saltarme a la garganta
y hacerme llorar…
..que no imagina en mi rostro impasible
el gemido
enmarañado, multicolor, colgante
de nostalgias transparentes
sueños de lentejuelas
que traen galerías de imposibles
objetos-persona perdidos en el tiempo.
Ya no piso la calle,
ya no respiro,
el emperador
ha muerto.
45. Iana Verónica Paroli Krasteff
45
XVIII
El silencio abre un tajo
una fuente estólida
que grita perdón con música de Sara.
Lagrimas arrabaleras
desagotando inhabitables celdas
de cariño.
Toco tu rostro
y temo el paraíso,
veo tus ojos
y lloro tu muerte.
Abriría el corazón,
pero no puedo dejarlo en la mesa,
en ese mantel tan manchado por las cosas,
las de todos los días,
porque me sueñan a mí pesar
y no soporto el peso.
sobre mi regazo.
Solo tú hado.
46. Iana Verónica Paroli Krasteff
46
XXI
El árbol desnudo,
Hermano Francisco,
ondea en la tarde
sus venas rosadas.
No teme al hambre,
no teme al frío
si me quiebro
como una de sus ramas.
¡Hubiera querido arrojar
las águilas y los tigres
de mi pecho!
Yo soñaba,
sueño,
con el cielo que lagrimea
entre el carmín
de sus mejillas,
con la aurora
que opaca
el fulgor de su verde.
¡Cuánto deseaba arrojar
de mi pecho
los tigres, las águilas!
47. Iana Verónica Paroli Krasteff
47
Dónde Hermano,
tus pies desnudos,
caminan
la soleada noche
de tu aliento de pájaro,
el batir de espuma
de tu silencio
sobre sordos rostros.
¡Yo tengo un corazón duro!
No uno manso,
que de si
se conduele
como un condenado.
¡Hubiera querido arrojar
los tigres, las águilas de mi pecho,
ser la mariposa,
la frágil,
la hermosa,
la maravilla de los ojos,
la dulce atravesada!
48. Iana Verónica Paroli Krasteff
48
XXVI
Un mundo calidoscópico
mariposas de alas de nácar
bijou,
se arriman a mi rostro
como a media noche
los labios al vaso trémulo,
con desesperación,
ensayando un equilibrio,
tentando otro mundo
en la oscuridad de la cocina,
convertida en antesala
de todas las pesadillas.
Casi soy
la “luna lunera cascabelera…”
hamacándose en la ventana,
niña despabilada que sueña
en mi cama,
los ojos atentos al salto
arrancado por breteles desfalleciendo
en hombros tristemente.
La boca abierta muerde la fruta
y la ciencia y el recelo
saben a chocolate.
49. Iana Verónica Paroli Krasteff
49
Las cintas del camino
prenden la mirada,
los árboles apurados,
el cabello verde del campo
y el rizado azul y blanco.
Salto,
la cocina,
las dos trabas blancas,
dos zapatos con pulsera
de mis cinco años.
Ando errante por el mundo
que me anda desatando
la pulsera,
descalzando la tarde de árboles húmedos,
los labios a la orilla del vaso,
en la cocina-sueño-luna-camino-zapato
vive una mariposa de alas multicolores
y ojos de niña asombrados.
51. Iana Verónica Paroli Krasteff
51
XXIX
Una gota
Cae
Cae
Cae
Cae
Cae
Cae
Orada la piedra.
¡Espera
la lluvia, el torrente,cansada!
Primavera llega
y la gota sigue su labor
en la pobre,
paciente piedra.
Un sapo se planta en ella,
bebe del turbulento
río jactancioso.
Pies desconocidos la arañan.
ella mira desorientada los días,
gente extraña.
Ya siente su cuerpo amortiguado
por la inalterable punzada
ya está insensible la llaga
por la calada.
52. Iana Verónica Paroli Krasteff
52
En su letargo,
de golpe,
es arrastrada
entre el lodo
y el agua
y las burbujas
y las ramas
y otras piedras hermanas.
Viaja en el torbellino
extrañando
¡que martirio!
el sapo,
la gente,
la gota,
la calma.
Sin aliento,
al final,
una blanca playa radiante,
piensa “es el paraíso”…
y en la mano que la toma,
para arrojarla en las olas,
siente su cuerpo por primera vez blando.
Y levanta los oscuros ojos
hacia esos otros de carne,
“Es el que es” ora
y su cuerpo mineral
redondo
brillante
traza una línea azul.
53. Iana Verónica Paroli Krasteff
53
XXX
Tengo miedo del viaje.
El mar encrespado
la lluvia arreciando,
la noche negra,
mi abrigo
transido y pegado a mi cuerpo.
Un barco pequeño me espera
y a los que vienen conmigo.
Inexplicablemente no sienten,
ni mi temor
ni mi frío,
sonríen y cantan,
en tanto se aproxima
la barquichuela vacilante
sostenida en gigantescas olas.
Diviso la oscuridad de un cuerpo,
enorme en su movimiento húmedo,
¡Mi terror es incalculable!
Se aprestan
indiferentes al apocalipsis.
Intento descifrar otro destino
Y solo, ante mí
el bote indefenso,
en rugiente y morboso precipicio,
esperarme a que suba
junto al festejo.
54. Iana Verónica Paroli Krasteff
54
XXXIX
Guerrero en silencio
de pie en la cima
contemplando el fuego.
Arden sus pies,
su mirada es un pájaro agorero
muere el mundo en su alma
su corazón palpita fuera de su cuerpo.
Amanece,
la guerra es un trapo frio
cubriendo el suelo.
Miríadas de sueños
planean rapaces,
su lanza los envuelve y destroza
sin dolor, sin desprecio.
Amanece, guerrero,
amanece,
en pie, en la cima.
Tus rodillas no se doblan.
Tu corazón, fuera de tu cuerpo.
Tu alma olvidada.
Tu piel es el aire,
El cosmos,
El fuego.
55. Iana Verónica Paroli Krasteff
55
El pájaro de tus ojos
invade la tierra
arrasada por ese fuego
y la sal de sus alas
levantando mareas
se desprende hacia dentro.
No llores
las lágrimas son el fruto
de un entierro
y lo que ha muerto
debe entregarse.
57. Iana Verónica Paroli Krasteff
57
VI
Luna sola.
Abel dormido,
sobre negro lienzo
su piel blanca.
Sola
entre lejanas estrellas.
Abel al final
su profundo, luminoso,
extenuado cuerpo.
En la noche del cuadro,
tu dolor
imprimado en tu silencio.
Abel. Luna.
Las lágrimas
desbordan de tu marco,
misterioso espacio
derramándose.
En la música muda
mis palabras errantes
alcanzan tu piel de óleo,
la monstruosidad de tu injusticia.
tus costillas de sacrificado.
58. Iana Verónica Paroli Krasteff
58
Tendido
sin sangre,
sin aliento,
te levantas,
Lázaro
que acatas mi tristeza,
en tu tierra de cuadro,
sin peso ni voces
que se encienden y se acallan
en menos de una tarde.
La luna Abel,
mi enamorado,
te mira,
te toca,
te muerde,
y yo
te miro,
de pie.
59. Iana Verónica Paroli Krasteff
59
XXXVI
LOS PERROS
Los ladridos se apagan
cuando pasa un cortejo de vivientes.
Están pasmados por la proximidad.
Ya no se hablan las flores como antes
y los ojos hace rato han dejado las lagrimas
dormir en tibios cofres de nácar.
Las ánimas estallan alrededor
rogando clemencia
pero el cortejo ya no cree en ánimas.
Arrastran con placer
unas blandas cadenas de almíbar rosada.
A raptos una impaciencia
¿de dónde? ¿de qué?
las roen de soslayo.
Previendo la emboscada de la ilusión
los vivientes saben acomodar la comezón,
solo los perros que los ven estupefactos
comienzan a rascarse y comentar entre ellos
sobre esta gente irrisoria.
60. Iana Verónica Paroli Krasteff
60
También esperaba en silencio
un meteoro golpear la tierra,
la hiciera reorbitar
hacia una frondosa algarabía,
un naufragio de la isla
de los sueños desierta,
hacerlos ahogar de una vez
no estirasen manos de pesadilla.
Un silencio grande como una casa
desalojada de rabia y de codicia,
estaba susurrando polvo en los oídos
que había dejado adrede
encima de un piano poseído.
Así son los sonidos
vagaron por los rincones de hojas
y tejas demolidas
hasta llegar a los oídos
comodamente abandonados
a propósito
en el piano cómplice
y rompieron con un estruendo
de martillos insensatos
la música.
61. Iana Verónica Paroli Krasteff
61
III
Decía una palabra
Y las estaciones se sucedían
Pertenecían las suaves descalzas
A las aterciopeladas orillas
Recorrer dormido
Una sucesión de estrellas
También perdidas
Traspasar, sumergirse,
Caer subiendo
Volar arrastrándose
Subir cayendo
Volando arrastrarse.