SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 89
Descargar para leer sin conexión
. 1 .
. 2 .
EL HOMBRE QUE PUDO REINAR
. 3 .
RUDYARD KIPLING
El hombre que
pudo reinar
SERIE AMARILLA
[LITERATURA]
. 4 .
RUDYARD KIPLING
El hombre que
pudo reinar
Prólogo, adaptación y notas de
Juan Antonio Espeso González
. 5 .
El hombre que pudo reinar
editorial masonica.es®
SERIE AMARILLA (Literatura)
www.masonica.es
© 2014 EntreAcacias, S.L.
© 2014 Juan Antonio Espeso González
Ilustración de la portada:
Fotografía de Juan Antonio Espeso González
Ilustración de la contraportada:
Sir Philip Burne Jones (1899)
EntreAcacias, S.L.
Apdo. de Correos 32
33010 Oviedo - Asturias (España)
Teléfono/fax: (34) 985 79 28 92
info@masonica.es
1ª edición: mayo 2014
ISBN: 978-84-942629-0-2
Edición digital
Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excepción previs-
ta en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación
pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de
los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad inte-
lectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).
. 6 .
A mis hijos Alberto e Iván.
La vida será la mayor aventura.
. 7 .
¿Quién ha olido el humo de la leña en el crepúsculo?
¿Quién ha escuchado el crepitar de la madera?
¿Quién ha aprendido a interpretar rápidamente
el sentido de cada murmullo de la noche?
Dejadle proseguir con sus compañeros,
para que los jóvenes dirijan sus pasos a los campamentos
donde quieren estar. Donde más disfrutan.
RUDYARD KIPLING
. 8 .
NOTAS A UNA OBRA
MAESTRA
JUAN ANTONIO ESPESO
PRESENTACIÓN
LA AVENTURA
COMO IDEA DE
VIDA
Los mundos de Kipling han sido desde
mi infancia el territorio de mis aventu-
ras. Lo fueron en el paraíso fértil de la
imaginación de un niño soñador. Tam-
bién en la ambientación de los juegos
que protagonicé junto a esos amigos de
la película Cuenta conmigo. Aquellos
como los que nunca volverás a tener
otros iguales.
Le seguí durante décadas por la selva
de Seonee. Leí y releí las lecciones de
Mowgli cien veces (casi me atrevería a
asegurar que literalmente) haciendo lec-
turas más maduras a medida que cre-
cía, captando sutiles enseñanzas sólo
. 9 .
reservadas para los iniciados en sus se-
cretos.
Aprendí de memoria personajes, pa-
sajes, texturas, miedos, olores y sabores
que sólo estaban en aquellos mundos.
Descubrí de adolescente, y luego de jo-
ven y adulto, que su magia no se que-
daba en las andanzas del niño lobo. A
mis manos llegó Kim de la India, «Si»,
Gunga Din, El hombre que pudo reinar,
Capitanes intrépidos… Luego vinieron
estos personajes y otros en palabras o
en lenguaje cinematográfico encarnados
por Cary Grant, Spencer Tracy, Errol
Flynn, Peter O´Toole, Sean Connery,
Michael Caine, Christopher Plummer...,
delirantes parodias como la de Peter Se-
llers en El Guateque e incluso infames
versiones de dibujos animados de Dis-
ney.
De Rudyard Kipling aprendí el ver-
dadero sentido de la aventura, el de la
vida como camino, que es un concepto
que se repite constantemente en su
obra. El del descubrimiento, el del
aprendizaje, el de obedecer códigos
personales de honor hasta las últimas
consecuencias. Sus personajes son com-
pletos, integrales (e íntegros a su mane-
ra) y poliédricos. Humanos hasta cuan-
do se encarnan en animales. Con reglas
éticas e incoherencias en la persecución
de su cumplimiento. Soledades indivi-
duales que se enfrentan a sus destinos
. 10 .
por si mismos aunque siempre se ro-
deen de amigos verdaderos con los que
compartir ese viaje. Como en la escena
final de El hombre que pudo reinar, en
Gunga Din, en la individualidad del
hombre al que se dirige en «Si», en el
viaje final de Mowgli abandonando la
selva hacia el poblado de los hombres
(uno de los pasajes más hermoso jamás
escritos de la historia de la literatura),
en el enfrentamiento entre Rikki—
Tikki—Tavi y Nagaina, en las decisio-
nes que ha de tomar Kotick o «Toomai
el de los elefantes»... Individuos que,
aunque acompañados siempre de ami-
gos leales (otras dos de las constantes
de Kipling: lealtad y amistad) en reali-
dad se enfrentan solos a lo que les tiene
reservada la vida.
Las vivencias de los protagonistas de
Kipling siempre conllevan recorrido vi-
tal, asombro ante lo nuevo, paisajes in-
creíbles, amistad varonil, nobleza, ho-
nor, riesgo, lugares alejados de los lími-
tes de la civilización, estética austera
hasta cuando se trata de buscar teso-
ros…
… Aventura con mayúsculas.
El hombre que pudo reinar es el pa-
radigma de esta idea. Relato de frontera
por excelencia, del verdadero sentido
de la amistad, de la hombría, del valor
y la validez de los auténticos códigos de
. 11 .
ANOTAR UNA
OBRA MAESTRA
PANORÁMICA
GENERAL DE UNA
ÉPOCA
honor. De la hermandad.
Un texto como este merece el mejor
de los tratamientos. Adaptar y anotar a
un premio nobel no exige menos. Espe-
ro que la mejor muestra de calidad y
dedicación de mi trabajo venga del res-
peto con que venero al autor y la reve-
rencia que le profeso desde hace déca-
das.
He querido pues acercar su lectura
aún más a los nuevos lectores de Ki-
pling mediante un lenguaje inmediato y
comprensible sin eludir todo aquello
que le da su majestad. Se respiran en el
texto localismos y giros que permiten
hacerse una idea de la época, la organi-
zación política, la velocidad de las co-
municaciones, los grupos sociales, el
paisaje, las reglas de urbanidad, el cli-
ma.. pero he acentuado la faceta aven-
turera y la relación de amistad de los
personajes protagonistas.
Los principios morales que subyacen
al relato, que son los que le otorgan su
verdadera personalidad, están ahí, para
quien los quiera ver y aprender algo de
ellos. Que sea cada cual quien saque sus
propias lecturas y códigos.
Kipling ha sido definido a menudo
como el escritor del colonialismo britá-
nico. Este fenómeno geopolítico marcó
(o constituyó) toda una época en todos
. 12 .
EL COLONIALISMO
Y EL IMPERIO
BRITÁNICO
los sentidos y la literatura no queda
fuera de esta influencia. Sus narraciones
no sólo lo tienen como marco o ambien-
tación. Lo ensalzan a veces expresamen-
te y otras de un modo más tácito e in-
cluso simbólico, metafórico o fabulísti-
co. Evidentemente lo hace desde su fa-
ceta más romántica y aventurera, sin
detenerse en los aspectos más histórica
y socialmente criticables. Pero es que
Kipling no hace ensayo histórico mar-
xista, hace magia. Te eleva a estados
imaginarios robándote el control de tu
mente durante un tiempo de tu existen-
cia para meterte en mundos inventados.
Hace literatura.
Es un moralista. Todo lo que escribe
está impregnado de valores que alaba y
de otros que denigra con su indiferencia
evitándolos. Ello hace que a menudo la
realidad que crea haya sido tachada de
rosa o de «mera» narrativa juvenil. Y
sin embargo hasta sus fábulas se diri-
gen en el fondo al público adulto, aun-
que sus protagonistas a menudo sean
niños y jóvenes, y se trate de literatura
de aventuras pura y dura de la conside-
rada «evasiva» o sin pretensiones. No
hay conflicto existencial entre sus per-
sonajes, no hay tragedia ni amores en-
cendidos y pasionales, pero sin embar-
go sus temas son universales, «shakes-
pirianos» y vigentes. Se trata de una
moraleja continuada, tenue y modera-
. 13 .
LA INGLATERRA
VICTORIANA
LA REGIÓN:
LA INDIA,
AFGANISTÁN…
da, pero radical en el fondo en su dife-
renciación del bien del mal.
Y ello es reflejo, sin duda, de la socie-
dad en la que nació, se educó y vivió.
Una visión del mundo de la que se sien-
te orgulloso y a la que canta. Un impe-
rio que desde su metrópoli exporta
principios éticos mientas importa mate-
rias primas. Un código que valora por
encima de todo la atemperación en las
formas pero el extremo en los princi-
pios y las experiencias. Cuyos héroes
reales y de ficción se caracterizan por
sufrir tormento sin traicionar a sus
compañeros manteniendo media sonri-
sa y sorna flemática. Capaces de arries-
gar sus vidas en los fríos polares, las ba-
tallas más sangrientas y las selvas más
alejadas.. pero llevando su Inglaterra
donde vayan, vistiéndose para cenar y
desplegando la loza en medio de la sa-
bana para el té de las cinco o el cham-
pan en el polo para las celebraciones.
Con clase. Con corrección y elegancia.
Un imperio se caracteriza por su terri-
torialidad además de por las cuestiones
económicas y sociales que conlleva. En
ese sentido todo nuevo espacio sobre el
que ir avanzando supone exploración,
descubrimiento, conquista, compañe-
rismo, camaradería, amistad, riquezas,
tesoros... La esencia de la aventura. Y
aunque todos los nuevos lugares abier-
. 14 .
EL GRAN JUEGO
tos a ese avance a lo largo de la historia
tienen mucho de eso, nadie como los
británicos ha sabido explotar estética-
mente la identificación de sus progresos
sobre el tablero del mapa con el ideal
«deportivo» vital del aventurero.
Los paisajes coloniales han sido su-
mamente diversos: India, Sudafrica,
Arabia, Afganistán, Turquía, Egipto,.. y
sin embargo la imagen del explorador
victoriano, del Stanley de turno o del
«supuesto» Dr. Livingstone con su sala-
cot, o del Shakleton envuelto elegante-
mente hasta en pieles de foca y reno,
acompañan siempre nuestra imagen de
estos lugares como personificación de la
aventura y de la Gran Bretaña más ro-
mántica. El propio Kipling hace una be-
lla metáfora del espíritu incansable de
los exploradores británicos en la bús-
queda que kotick, la foca blanca, hace
en su relato homónimo.
Porque uno de los rasgos caracteriza-
dores de este colonialismo victoriano es
el de ver el mundo como un gran table-
ro del juego de Risk para sus avances,
batallas, exploraciones y conquistas.
Una forma de abordar la realidad como
si por nacimiento se tuviera derecho a
tomar de ella lo que se desee y a lo que
en el mismo mundo se contiene (para-
fraseando a Kipling en «Si»). Un «gran
juego» que además se convierte en de-
. 15 .
UN MUNDO
MASCULINO
nominación de todo un tipo de aventu-
ras en sus relatos: el de las correrías de
frontera, de espionaje, de descubrimien-
to y secretos, de disfraces, de hacerse
pasar por nativos, de esconderse, de
ocultarse tras maquillajes improvisa-
dos, de observar y tomar notas disimu-
ladamente (como otro gran héroe victo-
riano que también pisó esas tierras y las
regó con su sangre, Lord Baden—
Powell, enseñó a los niños ingleses de
su época haciéndoles vivir aventuras
como boy—scouts en el movimiento
que fundó). Un juego que se juega … a
menudo haciéndose pasar por lo que no
se es.. en el polvo de los desiertos y los
caminos, en las dunas, en las estaciones
de tren por el paso del Khyber, por la
selva, por Afganistán y la India entera.
Y un juego que es jugado por hom-
bres. En el que el papel de la mujer es el
de distracción y obstáculo a evitar o a lo
sumo de codiciado premio que materia-
liza la locura y causa todas las desgra-
cias. Véase si no el trato al que llegan
Dravot y Carnehan al inicio de su aven-
tura, o el rol que tiene la niña del po-
blado humano en El libro de las tierras
vírgenes y que recibe un tratamiento
magistral en el capítulo «Correteos
primaverales» de ese mismo texto.
Hay una cierta misoginia latente en
las historias de Kipling (como lo hay en
. 16 .
EL AUTOR
KIPLING,
ESCRITOR DEL
IMPERIO
las del Sherlock Holmes de Conan Doy-
le, otro retratista del imperio, este más
desde su óptica urbanita y de la metró-
poli). Justo la necesaria para dar prota-
gonismo épico a la relación entre hom-
bres, la amistad con mayúsculas para
este autor. La que hace falta para crear
un mundo masculino en que la ambi-
ción, la aventura, la violencia, la reser-
va, los silencios cómplices, el sarcasmo
y la flema ante el peligro parezcan con-
naturales.
Ya hemos hablado de su faceta como
bardo del colonialismo. Nacido en
Bombay, en pleno corazón de la «joya
de la corona» del imperio. Hijo de mili-
tar. Mitad sahib británico y mitad coolie
indio. Como su personaje Kim. Miem-
bro, por humilde que sea su extracción,
de la casta de los elegidos, los blancos.
Mezcla de un sentido inculcado de la
superioridad blanca paternalista del
imperio, con una educación y creci-
miento desarrollado en el marco de un
fuerte sistema de clases y castas, quizás
más fuerte incluso que el británico: el
indio. Educado sólo, sin presencia pa-
terna ni materna, en Inglaterra de los
seis a los doce años.
Todo ello se vuelca de manera a veces
subconsciente e involuntaria en sus es-
critos, pero en la mayor parte de las
ocasiones hay una gran conciencia e in-
. 17 .
TRAYECTORIA,
OBRAS Y PREMIO
NOBEL
tención en este acto.
Kipling ejerce de periodista y de co-
rresponsal de guerra. Acompaña a las
tropas en sus avances. Conoce de pri-
mera mano la vida del soldado y del
hombre de frontera. Sus anhelos, nece-
sidades, miedos, arrojo, lealtades... El
reflejo en sus obras de valores como la
amistad o la camaradería entre hombres
son resultado de vivencias concretas y
reales. Sus poemas a menudo son los
partes periodísticos de guerra de estas
experiencias en forma rimada. Como
por ejemplo la heroica historia del mero
aguador, prácticamente un esclavo de
la más ínfima casta, que sólo quería ser
soldado en Gunga Din.
Él mismo se retrata como personaje
en algunas de sus historias en el papel
de narrador para resaltar la veracidad
de las mismas.
Viajero incansable, antes de cumplir
30 años había conocido a Mark Twain
en su periplo norteamericano y visitado
lugares tan alejados entre si como Ja-
pón, Australia, Canadá, Nueva Zelan-
da, San Francisco, Singapur, Hong—
Kong o Sudáfrica.
Como escritor obtuvo en vida un gran
reconocimiento y rechazó en varias oca-
siones premios y honores del calibre del
título de Caballero de la Orden del Im-
perio Británico, la Orden del Mérito o el
. 18 .
KIPLING Y
LA MASONERÍA
premio nacional de poesía inglesa. No
lo hizo por snobismo, sino antes por
modestia. Aceptó sin embargo en 1907
el Nobel de literatura siendo el más jo-
ven galardonado hasta la fecha.
A su muerte fue enterrado en el «rin-
cón de los poetas» de la abadía de
Westmister junto a reyes y grandes de
su país. Dejaba cinco novelas, más de
250 historias cortas y 800 páginas de
versos.
Uno de los rasgos menos conocidos
de la personalidad de este autor por el
gran público español es su adscripción
a la Francmasonería. Kipling fue inicia-
do a los veinte años, en la logia Espe-
ranza y Perseverancia Nº 728 de Laho-
re, Punjab, India (hoy Pakistán). Como
maestro masón llegó a ejercer en la
misma como «Segundo Vigilante», uno
de los cargos que, como veremos en el
texto del relato, tiene para los masones
más importancia.
El autor no solo no ocultó tal circuns-
tancia sino que la presencia de este te-
ma es una constante en su literatura.
Contrariamente a lo que muchos lecto-
res españoles puedan pensar el ser ma-
són era en época victoriana para un bri-
tánico, que viajaba además constante-
mente, timbre de orgullo. El público de
nuestro país se ve mediatizado al abor-
dar esta realidad por la ingente campa-
. 19 .
ña de descrédito que la masonería su-
frió durante el franquismo. El poso ne-
gativo de la publicidad oficial contra
una orden tenida como originadora de
todos los males imaginables impide casi
acercarse a la misma con objetividad. Y
sin embargo se da la paradoja de que el
poema más famoso del masón más fa-
moso de la historia de la literatura se
enseñaba en los campamentos del fren-
te de juventudes dado que era conocida
la admiración que le tenía José Antonio
Primo de Ribera.
SI
Si puedes conservar la cabeza cuando a
tu alrededor
todos la pierden y te echan la culpa por
ello;
si puedes confiar en ti mismo cuando los
demás dudan de ti,
pero al mismo tiempo eres indulgente
con su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la es
pera,
o siendo engañado por los que te ro-
dean, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no devolver odio,
y sin embargo no parecer demasiado
bueno, ni demasiado sabio...
Si puedes soñar y no dejar que los sue-
ños te dominen;
si puedes pensar y no hacer de los pen-
samientos tu único objetivo;
. 20 .
si puedes encararte con el triunfo y el
fracaso
y tratar a estos dos impostores de la
misma manera;
si puedes soportar escuchar la verdad
que has dicho
tergiversada por bribones para tender
trampas a los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las
que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con las he-
rramientas desgastadas...
Si puedes reunir todos tus triunfos
y arriesgarlo todo de una vez a una sola
carta,
y aun perdiendo comenzar de nuevo por
el principio
sin dejar de escapar nunca una queja so-
bre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus
nervios y a tus músculos
a servirte mucho después de haber per-
dido las fuerzas,
cuando solo te queda tu Voluntad que
les dice «¡Continuad!».
Si puedes hablar con la multitud y per-
severar en la virtud
o caminar entre Reyes y no cambiar tu
manera de ser;
si no te puede dañar ningún enemigo,
pero tampoco ningún amigo.
si todos los hombres pueden contar con-
tigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto
. 21 .
recorriendo una distancia que valga los
sesenta segundos
tuya es la Tierra y todo lo que hay en
ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo
mío.
«SI» es un compendio del mensaje au-
toconstructivo masónico que guio a Ki-
pling en su vida, pero no es, ni mucho
menos la única aparición de la masone-
ría en su literatura. De forma sumamen-
te simbólica y metafórica lo hace en El
libro de las tierras vírgenes, en el que
para el iniciado los paralelismos son
evidentes. De una manera mucho más
expresa lo hace en poemas y relatos
como Kim de la India, en la que su pro-
tagonista es auxiliado por una Logia
militar dado su carácter de lovetón1
, o
en poemas como su «LOGIA MADRE»,
en que expresa el ideal de tolerancia
que reinaba en su taller masónico con
añoranza.
¡Al orden de aprendiz!... Llamábamos y
adelante...
Y entrábamos en Logia... La Logia en que
yo era
Segundo Vigilante.
Fuera nos decíamos «Sargento «o «Señor» ;
«Salud» o «Shalom»;
dentro, en cambio »Hermano», y así estaba
bien.
1 Hijo de masón adoptado por su Logia.
. 22 .
LA MASONERÍA
Nos encontrábamos en el Nivel y nos des-
pedíamos en la Escuadra.
Estaban, Saúl el contador, judío de Aden,
Din Mohamed de la oficina del Catastro,
el señor Chuckerbutty
Amir Sing, el Sikh
y Castro, del taller de reparaciones, que era
católico romano.
Hombres allí de todas las razas se han
unido
cada uno se refería al Dios que conocía me-
jor,
Y, después de tantas palabras,
Dios, Mahoma y Shiva jugaban al escondi-
te dentro de nuestras cabezas.
¡Cuántas veces he deseado volver a verlos
a todos!
A todos los de mi Logia Madre.
Recordando a mi Logia siento ganas
de volver a estrechar fuertemente la mano
de mis hermanos blancos y de aquel otro
hermano
de color, que llegaba de tierras africanas.»
…Y por supuesto, como veremos en
detalle durante la lectura de la obra, en
El hombre que pudo reinar.
La pertenencia a la masonería era pa-
ra un británico «de pro» en plena época
victoriana (en la que el propio príncipe
Eduardo era cabeza de la orden) una
derivada lógica.
La masonería moderna había nacido
en Londres en 1717 y se había extendi-
do rápidamente acompañando al impe-
rio en su crecimiento como parte misma
. 23 .
LA
FRANCMASONERÍA
BRITÁNICA
del fenómeno. Curioso ejercicio de la-
boratorio en el que para huir de la sepa-
ración de clases se establecían marcadas
jerarquías internas, para tratarse con to-
lerancia de iguales sin la diferencia en-
frentadora de las religiones se fijaban ri-
tuales y liturgias milimétricos, en el que
para salir de la ahogante sociedad vic-
toriana excesivamente formalista y pa-
cata enamorada de si misma hasta el
punto de crear una cierta idealización
romántica fantástica y autocomplacien-
te con sus súbditos, se creaban ambien-
taciones teatrales y cargadas de un rico
simbolismo proveniente del mundo de
los obreros y la construcción de las ca-
tedrales góticas. Paradoja la de una or-
den que nace para permitir a sus miem-
bros ejercer el librepensamiento y la
ayuda mutua extendiendo por el mun-
do principios e ideales liberales y que
servirá en su devenir a revoluciones
burguesas (Francia, Estados Unidos,
Sudamérica, Cádiz...) pero que termina
siendo uno de los mayores símbolos de
la época victoriana e imperial.
En aquella época cada pequeña loca-
lidad y regimiento por todo el imperio
contaba con su propia Logia en la que
los hombres departían libremente fuera
de las estrictas normas de clase de la so-
ciedad «profana», convivían socialmen-
te, se relacionaban como iguales, desa-
rrollaban su comunidad, ejercían la ca-
. 24 .
UNIVERSALISMO
MASÓNICO
(FRATERNIDAD
ridad y la tolerancia mutua, construían
en paralelo su propia individualidad re-
forzándose entre ellos su visión perso-
nal y su sentido de ayuda, fraternidad y
hermandad.
Ese rasgo de iniciadora y de vigilante
de la pureza de los comienzos hizo que
la masonería británica tuviera en su
evolución caracteres propios y recono-
cibles. No es el menor de ellos el elitis-
mo de arrogarse el derecho de dar carta
de legalidad (regularidad) a las «verda-
deras» masonerías que vayan apare-
ciendo por el mundo. El intento de ale-
jarse ante los poderes políticos, religio-
sos y económicos, de la visión de revo-
lucionaria que en otros países empezó a
tener gracias a las posibilidades que el
secretismo de sus juramentos permitía a
los conspiradores, también contribuyó a
hacer de la masonería de corte inglesa
una hermandad más conservadora y
volcada en los aspectos menos «socia-
les» a cambio de ejercer la caridad pa-
ternalista de los pudientes que en ella
se reunían a modo de club. Otros derro-
teros siguió la masonería de cortes fran-
cés y alemán a partir de aquel momen-
to.
El componente colonial acentúa la
cuestión. Imperialismo suponía viajes
constantes, cosmopolitismo, negocios
por todo el mundo. Y la francmasone-
. 25 .
SIN FRONTERAS)
MASONERÍA Y
COLONIALISMO
EL HOMBRE QUE
PUDO REINAR
EL RELATO CORTO
DE AVENTURAS
COMO GÉNERO
ría, extendida por todo el imperio como
una red de autoayuda y contactos entre
sus miembros, sirvió al colonialismo y
al imperio mismo como red que recibía,
ayudaba a los recién llegados y abría
puertas en los primeros momentos por
todo el orbe de influencia anglosajona:
India, Sudáfrica, Estados Unidos, Afga-
nistán.
Las «logias militares» fueron así mis-
mo un típico producto de la época.
Acompañaban a los soldados y oficiales
en sus progresos y conquistas, llevando
de paso la masonería a los confines del
imperio a medida que este avanzaba.
Como punta de lanza. Con ellas la
francmasonería llegó primero y más le-
jos que ninguna otra sociedad en aque-
llos tiempos.
Y llegamos así, una vez creado el
marco en la mente del lector para que
entienda muchas cosas, al análisis de la
obra que nos ocupa.
El hombre que pudo reinar es el lien-
zo en que todos estos aspectos citados
se mezclan de manera magistral. Y pe-
queño es el tamaño de este cuadro para
un lienzo y un marco tan enormes. Esa
es una de sus grandes genialidades. Ki-
pling elige para una de sus obras maes-
tras el formato de relato corto, como
hace Konrad con su Corazón de las Ti-
nieblas o su Juventud, o como otros
. 26 .
LA AMISTAD
contemporáneos como Poe o Conan
Doyle para buena parte de las suyas.
En este «cuento» están presentes los
temas universales de Rudyard Kipling.
Los mismos que aparecen en Kim, en El
Libro de las tierras vírgenes y en buena
parte de su obra: la aventura, la amis-
tad, la masonería.. y todo ello enmarca-
do en el colonialismo victoriano que
tanto juego da a la literatura de este ti-
po.
El hombre que pudo reinar es antes
que nada un épico canto a la amistad.
Un bello tratado en forma de relato. Un
De amicitia disimulado tras la búsque-
da ambiciosa de tesoros y riquezas por
paisajes desérticos y hostiles que dan
escenario a la aventura.
El concepto de amistad de Kipling es
una idea muy personal. En sus relatos y
novelas hay parejas de amigos como la
de esta historia (Carnehan y Dravot),
cuadrillas como los lobos de la familia
de Mowgli o sus amigos en el mayor
sentido de la palabra: Baloo, Bagheera,
Akela y Kaa. O todos los animales po-
bladores del jardín y la casa que guarda
Rikki-Tikki-Tavi. Hay amistad entre
iguales en sus mundos, pero también la
hay entre superior formal e inferior (el
maestro de la ley de la selva con el niño
lobo, los oficiales con el aguador, el ma-
rinero curtido con el grumete). Los
amigos son para Kipling el decorado
. 27 .
humano de la vivencia del protagonista.
Encarnan la lealtad, aunque siempre lo
haga bajo la mirada de sus amigos lo
cierto es que al final el héroe se enfrenta
solo a su destino alejándose por el ca-
mino dejándoles a su espalda mientras
mira de frente lo que le espera.
Su idea es la de la amistad callada y
reservada de los héroes cansados que
encontramos en la literatura española
más actual en el Alatriste de Pérez-
Reverte. La relación que este autor hace
que tengan entre si sus personajes con
sus amigos es la misma. Una idea de
amistad que «se nutre de silencios opor-
tunos, jarras de vino y estocadas espal-
da contra espalda». Una amistad mas-
culina y viril. De nobleza en el mante-
nimiento de los secretos mutuos. La
amistad de quien daría la vida por el
otro pero nunca reconocería en público
este grado de intimidad, solo la pondría
en práctica. Sin comentarla. Sin pedir
explicaciones. Sin darlas. Punto.
Esa amistad que no hace falta cuidar.
Que se mantiene sola tales son de fuer-
tes los lazos con que nació. La amistad
de la infancia compartida, de la her-
mandad de sangre de los soldados, de
la intensidad de los recuerdos comu-
nes.. una amistad verdadera, no impos-
tada tras risas falsas o intereses de al-
gún tipo. Una amistad flemática, britá-
nica. La que se puede dar entre perso-
. 28 .
LA MASONERÍA EN
LA OBRA
nas que se tratan de usted.
Un concepto que tiene mucho que ver
con el de camaradería de los soldados
que pueblan la experiencia vital de Ki-
pling, de quienes viven experiencias
muy intensas juntos en un mundo mas-
culino que exige el refuerzo mutuo ante
el peligro. Una idea de amistad que está
muy conectada a la de valor entendido
como compañerismo, sacrificio y vida
de aventura del que no sabe cuánto va a
durar su vida ni qué hace realmente en
tierra tan alejada de su hogar, ..y que ha
de buscar esa respuesta en los rostros
de sus compañeros en la trinchera. Sa-
biamente supo captar su idea la adapta-
ción al cine de Gunga Din en el trío de
oficiales británicos que la protagonizan.
Esa es la amistad entre Dravot y Car-
nehan en El hombre que pudo reinar.
Una idea de amistad relacionada por
fin con otra constante en la obra de Ki-
pling, la de la hermandad. La amistad
elevada a su máxima expresión, subli-
mada al concepto de compartirlo todo
con el desconocido con el que te une al-
go, por ejemplo un símbolo, un jura-
mento, una frase en clave con la que re-
conoces al hermano. Y ahí es donde en-
tra la masonería.
Magistralmente retratada en «Los
hermanos de Mowgli» es la amistad
hasta el esfuerzo supremo, sin límites
. 29 .
EL COLONIALISMO
LA AVENTURA
con quien te es desconocido y entra en
tu vida de pronto. La materialización
del cumplimiento de tu propia palabra.
Un corporativismo romántico elegido
voluntariamente en base a la confianza
en quien ha sido iniciado en una Logia
Masónica en algún lugar del Mundo.
Aquella idea era importante para Ki-
pling. Lo fue desde el punto de vista
práctico en su vida y así la quiso home-
najear dándola espacio reservado en los
mejores de sus textos.
El hombre que pudo reinar rezuma
para terminar sentido de la aventura en
su máxima expresión y se desarrolla de
manera genial en uno de los marcos es-
cénicos que más han hecho para dotar
de escenario creíble a esta: el colonia-
lismo del imperio británico, la explora-
ción de nuevos territorios por conocer,
levantar mapas y conquistar para su
reina. La estética militar cansada pero
consciente de su deber. El código a ve-
ces difícil de entender de dos pillastres
que en el fondo son hombres de honor.
la visión de los hombres que saben que
tras el horizonte hay nuevas oportuni-
dades para quien se atreva a dar el paso
el frente de dirigir sus propios destinos
y vivir sus vidas sin más ataduras que
las que ellos mismos se establezcan en
un contrato personal e íntimo en cada
momento.
. 30 .
Hermano de un príncipe y amigo
de un mendigo con tal de que sea digno.
2
La Ley, como dice la cita, establece una norma de vida,
una que no es fácil de cumplir. En varias ocasiones me
he asociado con mendigos en circunstancias que no
permitían saber a ciencia cierta si el otro era digno. Aún
tengo pendiente ser hermano de un príncipe, aunque
una vez rocé la realeza con quien podría haber sido un
auténtico monarca, quien me prometió que heredaría
un reino con su ejército, su corte de justicia, sus rentas y
todas sus estructuras políticas. Pero a día de hoy mucho
me temo que mi rey ha muerto, y que si quiero una co-
rona tendré que salir yo mismo a buscarla por mi cuen-
ta.
2 La antigua fórmula resume el espíritu igualitario propugnado
por la masonería. Los francmasones la repiten en sus rituales pa-
ra subrayar que entre ellos no establecen otra diferencia que no
sea la de la honradez incluso por encima de las clases sociales.
Rudyard Kipling conoció bien la frase como masón que era. En
su poema más famoso «IF» hace una interpretación personal
cuando dice: «Si eres capaz de caminar entre reyes sin cambiar tu
manera de ser...» . Es esta una historia de masones, y con una ci-
ta masónica debe comenzar.
. 31 .
Todo empezó en el tren que hace la ruta entre Ajmir y
Mhow. Había tenido un déficit de presupuesto que me
obligaba a viajar no ya en segunda clase, que sólo cues-
ta la mitad que la primera, sino en intermedia, que es
realmente espantosa. En clase intermedia no hay cojines
y los pasajeros son o bien «intermedios», es decir, eura-
siáticos o nativos, lo cual para un viaje largo nocturno
resulta repugnante, o bien vagabundos, que son diver-
tidos pero siempre están borrachos. Los viajeros de cla-
se intermedia no frecuentan la cantina del tren. Llevan
su propia comida en hatillos y cacerolas, les compran
dulces a los vendedores nativos y beben agua en los
charcos al borde del camino. Ésta es la razón por la que
cuando llega la estación calurosa mueren bastantes
clientes de clase intermedia en los vagones, y de que en
cualquier temporada y con cualquier clima la gente los
mire por encima del hombro.
Viajé solo en mi compartimento hasta que llegué a
Nasirabad, donde subió un caballero de oscuras y po-
bladas cejas negras que iba en mangas de camisa. Si-
guiendo lo que es costumbre entre los pasajeros de esta
clase se pasó allí todo el resto del día. Era un trotamun-
dos, un vagabundo como yo mismo, pero con un pala-
dar refinado para el whisky. Contó historias sobre cosas
que había visto y hecho, de perdidos rincones del Im-
perio en los que se había internado, y aventuras en las
que se había jugado la vida por la comida de unos po-
cos días.
—Si la India estuviera llena de hombres como usted y
como yo, que, como los cuervos, no saben dónde van a
conseguir el alimento para pasar el día siguiente, no
aportaríamos setenta millones al tesoro imperial, sino
setecientos —dijo; y observando su boca y su mentón
me sentí inclinado a darle la razón.
. 32 .
Hablamos de política —la política de los haraganes,
que ven cosas debajo de las apariencias, justo donde la
pared no se ha enlucido todavía con yeso— y hablamos
de temas postales, porque mi amigo quería mandar un
telegrama a Ajmir desde la siguiente estación, que es
donde se desvía la línea entre Bombay y Mhow cuando
viajas hacia el oeste. El capital de mi amigo sólo ascen-
día a ocho annas, que reservaba para comer, y yo no te-
nía dinero en absoluto, debido a las dificultades de pre-
supuesto de las que antes he hablado. Además, me di-
rigía a una zona deshabitada donde, aunque debería
volver a tener ingresos de la Hacienda Pública, no había
oficina de telégrafos. Me era, por tanto, imposible ayu-
darle de ningún modo.
—Podríamos amenazar a un jefe de estación y obli-
garle a que nos fíe el precio del telegrama —dijo mi
amigo—, pero eso arrastraría un montón de preguntas,
y en estos momentos me traigo varios asuntos entre
manos ¿No ha dicho antes que iba a viajar de vuelta en
este mismo tren dentro de unos días?
—Dentro de diez días —contesté.
—¿No podrían ser ocho? —dijo él—. Mi asunto corre
prisa.
—Puedo enviar su telegrama dentro de diez días, si
eso le sirve — propuse.
—Ahora que lo pienso, no puedo confiar en que el te-
legrama llegue a tiempo. La cuestión está así. Verá, él
sale de Delhi hacia Bombay el 23. Eso quiere decir que
pasará por Ajmir durante la noche del 23.
—Pero yo voy al desierto Indio —expliqué.
—Miel sobre hojuelas —dijo—. Usted tiene que hacer
trasbordo forzosamente en el cruce de Marwar para en-
trar en el territorio de Jodhpore, y él pasará por el cruce
de Marwar en la madrugada del 24 a bordo del Correo
. 33 .
de Bombay. ¿Puede estar en el cruce de Marwar a esa
hora? No le supondrá ninguna molestia pues sé por mí
mismo que hay pocas ganancias esperando que alguien
las recoja en estos estados centrales de la India, incluso
haciéndose pasar por corresponsal del Backwoodsman.
—¿Ha usado esa artimaña alguna vez?
—Muchas veces, pero los residentes acaban por des-
cubrirte y te escoltan hasta la frontera antes de que di-
gas esta boca es mía. Pero volvamos a mi amigo. Tengo
que hacer que el mensaje le llegue de palabra para que
sepa lo que me ha pasado o no sabrá lo que tiene que
hacer o adónde ir. Le quedaría muy agradecido si vol-
viera de India Central a tiempo para alcanzarle en el
cruce de Marwar y decirle: «Se ha ido al sur a pasar la
semana». Él lo entenderá. Es un hombre grande con
una barba pelirroja, un verdadero dandy. Lo encontrará
durmiendo como un caballero, rodeado de todo su
equipaje, en un compartimento de segunda clase. Pero
no tema. Simplemente baje la ventanilla y diga: «Se ha
ido al sur a pasar la semana», y él comprenderá el men-
saje. Sólo tendrá usted que acortar dos días su estancia
en aquellas tierras. Se lo pido como extranjero... que va
al oeste —dijo con énfasis.
—¿De dónde viene? —pregunté.
—Del Este —contestó—; y sinceramente espero que
haga usted lo que le pido y le dé mi mensaje, Se lo pido
por la memoria de mi madre y de la suya.3
3 Con este antiguo intercambio de frases en principio inocuo para
el profano que pueda oírles (y otras fórmulas secretas, además
de con sus propios símbolos, toques y señas solo conocidas por
ellos) se dan a conocer desde tiempos inmemoriales los masones
entre sí. Ambos se reconocen así como hijos de la misma madre,
«hijos de la viuda» y por tanto hermanos, y quedan desde ese
. 34 .
Los ingleses no solemos ablandarnos simplemente
porque se apele a nuestras madres, pero por ciertas ra-
zones, que pronto serán evidentes, contesté afirmati-
vamente.
—Es más importante de lo que parece —dijo—, y por
eso le pido que lo haga... y ahora sé que puedo confiar
plenamente en usted. Recuerde: Un vagón de segunda
clase en el cruce de Marwar, con un hombre pelirrojo
durmiendo dentro. Yo me bajo en la próxima estación,
y allí tengo que quedarme hasta que él llegue o me
mande lo que tiene que enviarme.
—Si le encuentro le daré su mensaje —dije—; y por la
memoria de su madre y de la mía le daré un consejo.
No intente hacerse pasar por corresponsal del Ba-
ckwoodsman en este momento por los estados de India
Central. El verdadero está por la zona, y eso puede cau-
sarle problemas.
—Gracias —se limitó a decir—. Y ¿cuándo se irá ese
cerdo? No voy a morirme de hambre sólo porque él me
arruine mis «negocios». Quiero localizar al rajah de De-
gumber por un asuntillo relacionado con la esposa de
su fallecido padre, y darle un buen susto.
—¿Qué le hizo el rajah a la viuda?
—La atiborró de pimienta roja, la colgó de una viga y
la mató a golpes de zapatilla. Lo descubrí yo mismo, y
soy el único hombre que se atrevería a entrar en el es-
tado para vender su silencio por dinero. Intentarán en-
venenarme, como hicieron en Chortumna cuando quise
hacer un poco de fortuna por allí. ¿Le dará mi mensaje
a mi hombre en el cruce de Marwar?
instante obligados a ayudarse uno al otro en cumplimiento de su
juramento.
. 35 .
Se apeó en una pequeña estación al borde del camino,
y yo reflexioné. Había oído hablar más de una vez so-
bre tipos que se hacían pasar por corresponsales de pe-
riódico y sangraban a los pequeños estados nativos con
la amenaza de airear los chanchullos locales, pero nun-
ca había conocido a uno de esta catadura. Llevaban una
vida muy dura y por lo general solían morir de forma
repentina. Los estados nativos tienen pánico hacia los
periodistas ingleses, que pueden dar a conocer sus par-
ticulares métodos de gobierno, y hacen lo que pueden
para ahogar a sus corresponsales en champaña o do-
blegar sus principios con un landó de cuatro caballos4
.
Todavía no se han dado cuenta de que a nadie le im-
porta un bledo cómo administren sus estados mientras
la represión y el crimen se mantengan dentro de unos
límites decentes, y que el gobernador no esté drogado,
borracho o enfermo en todo momento. La Providencia
creó los estados nativos para que nos suministraran
paisajes pintorescos, tigres y temas para escribir obras
de calidad. Son lugares tenebrosos, llenos de inimagi-
nable crueldad: Tienen por un lado ferrocarril y telégra-
fo, y a la vez están todavía en los tiempos de Harun-al-
Raschid5
.
Cuando bajé del tren me dediqué a negociar con di-
versos reyezuelos locales, y en ocho días mi vida vio
muchos altibajos. En ocasiones vestía de etiqueta, me
codeaba con príncipes y políticos, bebía en copas de
cristal y comía en vajilla de plata. En otros momentos
me encontraba tirado en el suelo devorando lo que po-
día conseguir en un plato hecho de hojas, bebiendo de
4 Giro cuya traducción sería «sobornándoles mediante el lujo».
5 Personaje de las mil y una noches, antiguo gobernante musul-
mán (Califa de Bagdad).
. 36 .
los charcos y durmiendo bajo la misma manta que mi
criado. Y ambas cosas en un mismo día.
En la fecha convenida, como había prometido, me en-
caminé al Gran Desierto Indio. El tren correo nocturno
me dejó en el cruce de Marwar, desde donde sale una
pequeña, divertida y despreocupada línea de ferroca-
rril, dirigida por nativos, que va hacia Jodhpore. El Co-
rreo de Bombay que viene de Delhi efectúa una breve
parada en Marwar. Llegamos prácticamente a la vez, y
tuve el tiempo justo para correr hasta el andén y echar
una ojeada a los vagones. Solo había uno de segunda
clase en todo el tren. Bajé la ventanilla y descubrí una
flameante barba roja, medio oculta por una manta de
viaje. Aquél era el hombre, profundamente dormido,
así que le di un suave codazo en las costillas. Se desper-
tó con un gruñido, y vi su cara a la luz de las farolas.
Era una cara notable, magnífica.
—¿Otra vez los billetes? —preguntó.
—No —dije—. Estoy aquí para decirle que él se ha
ido al sur a pasar la semana. ¡Se ha ido al sur a pasar la
semana!
El tren había empezado a moverse. El hombre pelirro-
jo se frotó los ojos.
—Se ha ido al sur a pasar la semana —repitió—. ¡Va-
ya cara más dura!. ¿Le dijo que le daría una propina a
cambio? ...Porque no lo voy a hacer.
—No dijo nada —contesté.
Salté del estribo y vi cómo se perdían las luces rojas
en la oscuridad. Hacía un frío espantoso porque el vien-
to soplaba desde las arenas del desierto. Subí a mi pro-
pio tren, esta vez a un buen vagón, y me quedé dormi-
do.
Si el hombre de la barba me hubiera dado una rupia,
la habría guardado como recuerdo de tan curiosa aven-
. 37 .
tura. Pero la conciencia de haber cumplido con mi de-
ber fue mi única recompensa.
Algo más tarde me dio por pensar que dos caballeros
como mis nuevos amigos no podían estar tramando
nada bueno fingiendo ser corresponsales. Y que si se
dedicaban a chantajear a gente en una de esas pequeñas
ratoneras que son los estados de India Central o del sur
de Rajputana, era muy posible que terminaran teniendo
serios apuros. Así que me tomé la molestia de describir
sus rasgos lo más fielmente que pude a personas que
podían estar interesados en deportarlos. Lo debí hacer
bien pues luego me enteré de que los detuvieron y tra-
jeron hasta la frontera de Degumber.
. 38 .
Pasó el tiempo y me convertí en una persona respeta-
ble. Volví a encerrarme en una oficina donde no había
reyes, ni más episodios relevantes que los derivados de
la elaboración diaria de un periódico. Una redacción
parece atraer a cualquier tipo de persona que se pueda
imaginar, lo cual afecta negativamente a la disciplina.
Llega una dama de la misión Zenana6
y le ruega al edi-
tor que abandone inmediatamente todas sus obligacio-
nes para describir una cristiana entrega de premios en
algún tugurio de un pueblo inaccesible; un coronel re-
levado del mando se sienta y esboza las ideas para una
serie de diez, doce o veinticuatro artículos de primera
plana sobre los derechos de antigüedad frente al ascen-
so por selección; un misionero quiere saber por qué no
le han permitido desviarse de su habitual batería de
improperios para permitirle así insultar a otro misione-
ro usando el anonimato del «nosotros»; una compañía
teatral sin recursos se presenta en pleno para explicar
que en ese momento no puede pagar sus anuncios, pero
6 Misioneras anglicanas que evangelizaban a las mujeres indias
en sus casas.
. 39 .
que lo hará, con intereses, en cuanto vuelva de Nueva
Zelanda o de Tahiti; un inventor de máquinas para mo-
ver punkahs7
, de sistemas de enganches para carruajes,
de ejes de ruedas o de espadas irrompibles, viene con
todo perfectamente especificado y documentado en sus
bolsillos llenos de presupuestos y papeles esperando
que le dediques varias horas; gente cuya relación con-
migo se limita a tomar el té redacta sus folletos de pro-
paganda con mis plumas de la oficina; la secretaria de
un comité de danza clama por ver descritas con más de-
talle las glorias de su último baile; aparece entre frufrú
de sedas una dama desconocida y dice: «Quiero que me
imprima inmediatamente cien tarjetas de invitación,
por favor», considerándolo, evidentemente, parte fun-
damental de las obligaciones de un editor; todos los ru-
fianes disolutos que han recorrido penosamente la Gran
Carretera-Principal alguna vez se empeñan en pedir
trabajo como correctores de pruebas. Y mientras tanto
el teléfono suena todo el rato como un loco porque los
reyes están siendo asesinados en Europa y los Imperios
están diciendo «Ahora te toca a ti reinar», y el señor
Gladstone invoca el fuego del infierno para que se de-
rrame sobre el Imperio Británico, y los pequeños negros
aprendices de copista gimotean como abejas cansadas
para que les des más copias manuscritas con las que
alimentar las rotativas y la mayoría del papel está tan
vacío como el escudo de Mordred.8
7 Los hemos visto en las películas. Se trata de los grandes abani-
cos colgantes del techo habitualmente movidos por sirvientes en
las casas pudientes de las colonias en las que hacía calor.
8 Personaje legendario que encarna la traición para los británicos
por haberse enfrentado en batalla contra el rey Arturo.
. 40 .
Y esa es la época divertida del año. Hay otros seis me-
ses durante los cuales nunca viene nadie, y el termóme-
tro sube, pulgada a pulgada, hasta el tope del cristal, y
a la redacción sólo se deja entrar luz suficiente para
leer, y las prensas, al tacto, están al rojo vivo, y nadie
escribe nada salvo necrológicas o algo sobre algún es-
pectáculo en las estaciones de las colinas. El sonido del
teléfono se convierte entonces en un horrible tintineo,
porque te comunica la muerte repentina de hombres y
mujeres a quienes habías llegado a conocer bien, y el ca-
lor pegajoso te cubre como un sudario, y tú te sientas y
escribes: «Nos informan de un ligero incremento de la
enfermedad en el distrito de Khuda Janta Khan. La na-
turaleza del brote es puramente esporádica, y gracias a
los enérgicos esfuerzos de las autoridades del distrito,
ya está casi extinguido. Sin embargo hemos de informar
con hondo pesar de la muerte de… etcétera».
Luego la enfermedad se declara realmente, y cuanto
menos se informe y menos registro se deje, mejor para
la tranquilidad de los suscriptores. Pero los Imperios y
los reyes siguen divirtiéndose tan egoístamente como
siempre y el presidente opina que un diario debe salir a
la calle una vez cada veinticuatro horas, y toda la gente
que veranea en las tierras altas dice en medio de sus di-
versiones: «¡Por favor! ¿No podría ser más divertido el
periódico? ¡Con la cantidad de cosas que seguro que es-
tán pasando!».
Ésa es la cara oculta de la luna, y, como dice el anun-
cio, «hay que probarlo para apreciarlo».
Fue durante esta época, una estación especialmente
calurosa, cuando el diario empezó a tirar la última edi-
ción de la semana los sábados por la noche, que es co-
mo decir los domingos por la mañana, siguiendo la cos-
tumbre de los diarios de Londres. Esto resultaba muy
. 41 .
conveniente, porque inmediatamente después de que
cerráramos la edición, el amanecer hacía que el termó-
metro bajase de 36 grados a 29 durante media hora, y
en ese frescor (nadie sabe cómo de frescos pueden ser
29 grados hasta que no ha rezado pidiendo que lle-
guen) un hombre muy cansado puede quedarse dormi-
do hasta que el calor le vuelve a despertar.
Un sábado por la noche me tuve que hacer cargo de la
agradable tarea de cerrar la edición solo. Un rey, o un
cortesano, o una cortesana, estaba a punto de morir, o
una comunidad iba a tener una nueva Constitución, o
algo importante iba a pasar al otro lado del mundo, y el
diario tenía que seguir abierto hasta el último minuto
en espera del telegrama. Era una noche negra como bo-
ca de lobo, todo lo bochornosa que puede ser una noche
de junio, y el loo, el viento ardiente del oeste, aullaba
entre los árboles secos como la yesca, fingiendo que la
lluvia le pisaba los talones. De vez en cuando una gota
de agua casi hirviendo caía en el polvo con el pesado
ruido del chapoteo de una rana, pero todo nuestro ago-
tado mundo sabía que sólo era una imaginación. La
sombra en la habitación de las prensas hacía que estu-
viera un poco más fresca que la redacción, así que me
senté allí, mientras la máquina de componer crujía y
daba chasquidos. Los chotacabras ululaban en las ven-
tanas, y los cajistas, casi desnudos, se secaban el sudor
de la frente y pedían agua. El asunto que nos retrasaba,
fuese el que fuese, no llegaba, aunque el loo amainaba y
el último tipo de imprenta estaba en su sitio. Toda la
tierra permanecía inmóvil en aquel calor sofocante, con
el dedo sobre los labios, en espera del acontecimiento.
Somnoliento, me preguntaba si el telégrafo era una
bendición, y si el hombre que agonizaba, o la gente que
luchaba, estarían enterados de las molestias que el re-
. 42 .
traso estaba ocasionando. Aparte del calor y la preocu-
pación no había un motivo especial para sentirse tenso,
pero cuando las manecillas del reloj se acercaron len-
tamente a las tres de la madrugada, e hice girar dos o
tres veces los volantes de las máquinas para comprobar
que todo estaba en orden antes de decir la palabra que
las pondría en funcionamiento, habría empezado a dar
gritos.
Entonces, el rugido y traqueteo de las rotativas hizo
añicos la calma. Me estaba levantando para irme, pero
me encontré con dos hombres con trajes blancos que es-
taban de pie frente a mí. El primero dijo:
—¡Es él!
—¡Claro que es é! —exclamó el segundo. Y mientras
se secaban la frente los dos se echaron a reír casi tan
fuerte como el rugido de las máquinas
—Estábamos preparándonos para quedarnos dormi-
dos en el suelo junto a la acequia cuando nos hemos fi-
jado que había luz encendida al otro lado de la calle, y
le he dicho aquí a mi amigo: «La redacción está abierta.
Vamos a saludar al que nos sacó del estado de Degum-
ber» —dijo el más bajo de los dos. Era el hombre que
había conocido en el tren de Mhow, y su compañero era
el barbudo pelirrojo del cruce de Marwar. Las cejas de
uno y la barba del otro eran inconfundibles.
No me alegré de verlos; quería dormir, no pelearme
con un par de vagos.
—¿Que quieren? —pregunté.
—Media hora de charla con usted, frescos y cómodos,
en su oficina —dijo el hombre de la barba roja—. Nos
gustaría beber algo... no me mires así, Pechey, el contra-
to todavía no está en vigor... pero lo que de verdad
queremos es consejo. No queremos dinero. Se lo pedi-
. 43 .
mos como un favor porque nos enteramos de que nos
jugó una mala pasada con lo del estado de Degumber.
Los llevé de la sala de prensas a la sofocante oficina
con sus mapas en las paredes, y el hombre pelirrojo se
frotó las manos.
—Esto sí que está bien —dijo—. Es el sitio que está-
bamos buscando. Hemos llegado al lugar adecuado. Y
ahora, señor, déjeme presentarle al hermano9
Peachey
Carnehan, que es él, y al hermano Daniel Dravot, que
soy yo, y en cuanto a las profesiones que hemos
desempeñado, cuanto menos sepa, mejor, porque he-
mos hecho de casi todo en nuestros tiempos: soldados,
marineros, cajistas, fotógrafos, correctores de pruebas,
predicadores callejeros y corresponsales del Ba-
ckwoodsman cuando creímos que el periódico los nece-
sitaba. Carnehan está sobrio, y yo también. Mírenos
primero y comprobará que es verdad. Así no tendrá
que interrumpirme. Vamos a coger uno de sus cigarros
por cabeza, y usted verá cómo los encendemos.
Observé sus movimientos. Aquellos tipos estaban
completamente sobrios, así que les ofrecí un par de tra-
gos sin hielo.
—Perfecto —dijo Carnehan, el de las cejas peculiares,
limpiándose el bigote—. Déjame hablar ahora a mí,
Dan. Hemos recorrido casi toda la India y casi siempre
a pie. Hemos sido caldereros, maquinistas, subcontra-
tistas y todo eso, y hemos decidido que la India no es lo
bastante grande para gente como nosotros.
Sin duda ambos eran demasiado grandes para la re-
dacción. Cuando se sentaron frente a mesa daba la im-
presión de que la barba de Dravot ocupaba la mitad de
9 Tratamiento que se dan entre sí los francmasones en privado.
. 44 .
la estancia y los hombros de Carnehan la otra mitad.
Este siguió hablando.
—El país no está ni medio explotado, porque los que
gobiernan no te dejan tocarlo. Pierden todo su bendito
tiempo gobernándolo, y no puedes levantar una pala,
ni picar una roca, ni buscar aceite, ni nada por el estilo,
sin que todo el gobierno se abalance sobre ti diciendo:
«Déjalo como esta y déjanos gobernar». Así pues, tal y
como son las cosas, lo dejaremos estar, y nos iremos a
algún otro sitio donde un hombre no se vea acosado y
pueda tomar sus propias decisiones. No somos unos
enclenques ni unos alfeñiques, y no hay nada que nos
asuste salvo la bebida. Hemos firmado un contrato so-
bre ese extremo. Así que nos vamos de aquí para ser
reyes.
—Reyes por derecho propio —masculló Dravot.
—Claro, por supuesto —dije yo—, han estado cami-
nando demasiado tiempo bajo el sol y hace una noche
muy calurosa, y... ¿no sería mejor que lo consultaran
con la almohada? Vuelvan mañana.
—Ni borrachos ni con insolación —dijo Dravot—. Lo
hemos consultado con la almohada medio año, también
hemos consultado libros y atlas, y hemos decidido que
actualmente sólo hay un lugar en el mundo donde dos
hombres fuertes puedan reinar como el rajah de Saraw-
hack. Lo llaman Kafiristán10
. Según mis cálculos, está
en la esquina superior derecha de Afganistán, a no más
10 Este es el nombre que daban los europeos a los territorios
situados al noroeste de la India, más allá del mítico paso de
Khyber. Actualmente es el espacio fronterizo entre Afganistán y
Pakistán. Kafiristán significa «el país de los que no tienen fe». Sin
embargo, practicaban un culto solar a Iskander Kebir, que noso-
tros conocemos como Alejandro Magno.
. 45 .
de trescientas millas de Peshawar. Allí tienen treinta y
dos ídolos paganos, y nosotros seremos el treinta y tres
y el treinta y cuatro. Es una región montañosa y las mu-
jeres del lugar son muy bellas.
—Pero hemos tomado precauciones también contra
eso y está prohibido en el contrato —dijo Carnehan—.
Ni mujeres ni alcohol, Daniel.
—Y eso es todo lo que sabemos, excepto que nadie ha
ido allí antes que nosotros. Y que hay guerras. Y un
hombre que sepa entrenar hombres siempre podrá
reinar en cualquier sitio donde haya guerras. Iremos a
esas tierras y le diremos al primer rey que encontremos:
«¿Quieres derrotar a tus enemigos?». Y le enseñaremos
como se instruye una tropa, pues eso sabemos hacerlo
mejor que nadie. Entonces derrocaremos al rey, nos
apoderaremos del trono y fundaremos una dinastía.
—Les harán pedazos antes de que estén a cincuenta
millas al otro lado de la frontera —dije—. Tienen que
viajar a través de Afganistán para llegar a ese país. Es
una masa de montañas, picos y glaciares, y ningún in-
glés la ha atravesado. Los habitantes son verdaderos
animales salvajes, y aunque consiguieran dar con ellos
no tendrían oportunidad alguna.
—Tanto mejor. Nada nos agradaría más que nos cre-
yera usted un poco más locos. Hemos venido a visitarle
para saber más acerca de ese país, para leer algún libro
sobre él y para que nos muestre algunos mapas. Que-
remos que nos diga que estamos chiflados y que nos
enseñe sus libros —dijo Carnehan, y se volvió hacia la
estantería.
—¿Me están hablando en serio? —pregunté.
—Solo un poco —dijo Dravot amablemente—. Déje-
nos ver el mapa más grande que tenga, aunque el espa-
cio que debiera ocupar Kafiristán esté en blanco, y
. 46 .
cualquier libro que tenga también. Sabemos leer, aun-
que no somos muy cultos.
Desenfundé el gran mapa de la India de escala uno:
doscientos mil, y dos pequeños mapas fronterizos; bajé
el volumen INF-KAN de la Enciclopedia Británica, y
aquellos hombres los estudiaron.
—¡Mire aquí! —dijo Dravot, señalando con el pulgar
sobre el mapa—. Peachey y yo conocemos el camino
hasta Jagdallak. Estuvimos allí con el Ejército de Robert.
Tenemos que girar a la derecha en Jagdallak, adentrar-
nos en territorio Laghmann. Después tendremos que
atravesar las montañas. Pasaremos entre colinas... cua-
tro mil trescientos o... cuatro mil quinientos metros...
Hará frío allá arriba pero en el mapa no parece estar
muy lejos.
Le alargué la obra las Fuentes del Oxo, de Wood.
Carnehan estaba ensimismado en la Enciclopedia Bri-
tánica.
—Un lote surtido de grupos y tribus —dijo Dravot,
pensativo—. Y no nos servirá de nada sabernos los
nombres de cada una. A más tribus más pelearán entre
ellos, y mejor para nosotros. De Jagdallak a Ashang.
¡Hmmm!
—¡Pero toda la información que hay sobre esa zona es
completamente vaga e imprecisa! —protesté—. En
realidad, nadie sabe nada. Aquí está la carpeta del Uni-
ted Services Institute. Lea lo que dice Bellew.
—¡Al infierno Bellew! —dijo Carnehan—. Dan, son
un apestoso montón de bárbaros paganos irredentos
pero este libro dice que creen que están emparentados
con nosotros los ingleses.
Me dediqué a fumar mientras aquellos tipos se en-
frascaban en las obras de Raverty, Wood, en los mapas
y en la Enciclopedia Británica.
. 47 .
—No vale la pena que se quede esperándonos —dijo
Dravot cortésmente—. Son ya casi las cuatro. Si quiere
váyase a dormir. Quédese tranquilo. Nos iremos antes
de las seis, y no vamos a robar ningún papel. No se
asuste. Somos dos lunáticos inofensivos, y si viene ma-
ñana por la noche al caravasar11
, nos podremos despe-
dir.
—Están ustedes chiflados —contesté—. Les harán
volver nada más poner un pie en la frontera, o peor, les
cortarán en pedacitos en el momento en que entren en
Afganistán. ¿Quieren dinero o una carta de recomenda-
ción para el sur? La semana que viene les puedo ayudar
a encontrar trabajo.
—La próxima semana ya estaremos trabajando duro,
gracias —dijo Dravot—. Ser rey no es tan fácil como pa-
rece. Cuando pongamos nuestro reino en orden se lo
haremos saber, y podrá venir y ayudarnos a gobernar-
lo.
—¿Cree usted que dos lunáticos firmarían un contrato
como este? —dijo Carnehan refrenando su orgullo
mientras me enseñaba media hoja de cuaderno de notas
grasienta en la que estaba escrito lo siguiente (lo copié
al instante como curiosidad):
Este es un contrato entre tú y yo poniendo a Dios por
testigo... Amén y etc.
Uno: Que tú y yo acordamos hacer juntos lo siguiente:
ser reyes de Kafiristán
Dos: Que tú y yo, mientras este asunto se resuelve, no
beberemos alcohol, ni tomaremos mujer alguna, ni ne-
gra, ni blanca, ni mestiza, para evitar enredarnos con
11 Plaza dentro de las murallas o lugar a las puertas de una ciu-
dad india que sirve de punto de salida a las caravanas.
. 48 .
cosas tan perjudiciales
Tres: Que nos comportaremos con dignidad y discre-
ción, y si uno de nosotros se mete en un lío podrá con-
tar con el otro.
Firmado ti y por mí en el día de hoy.
Peachey Taliaferro Carnehan Daniel Dravot
Ambos caballeros libres y sin domicilio establecido.
—El último artículo no hacía falta —dijo Carnehan,
enrojeciendo con modestia—, pero así parece más serio.
Ahora ya sabe la clase de hombres que son los vaga-
bundos... nosotros, Dan, somos buscavidas, hasta que
salgamos de la India... y, ¿cree que firmaríamos un con-
trato como éste a si no fuéramos sinceros? Tenga en
cuenta que nos apartamos adrede de las dos cosas que
hacen que la vida valga la pena vivirse.
—No disfrutarán de sus vidas durante mucho más
tiempo si emprenden esta estúpida aventura. No in-
cendien la oficina —les advertí—, y váyanse antes de
las nueve.
Los dejé enfrascados en los mapas y tomando notas
en el reverso de su «Contrato». «Mañana en el Carava-
sar, no falte». Fueron sus palabras de despedida.
. 49 .
El caravasar de Kumharsen tiene forma cuadrada y es
una enorme alcantarilla humana, donde las recuas de
caballos y camellos que vienen del Norte traen y llevan
mercancías. Allí se pueden encontrar todas las naciona-
lidades del Asia Central así como la mayoría de las ra-
zas de la India. Balkh y Bokhara se dan la mano con
Bengala y Bombay, y se enseñan mutuamente los dien-
tes. En el caravasar de Kumharsen puedes comprar po-
nies, turquesas, gatos persas, alforjas, ovejas de rabo
grueso y almizcle, y conseguir muchas cosas exóticas
por nada. Fui por la tarde, para comprobar si mis ami-
gos mantenían su palabra o me los encontraba tirados
por ahí, borrachos.
Un imán vestido con jirones de tela y harapos se diri-
gió con paso danzante hacia mí haciendo girar con gra-
vedad uno de esos molinillos de papel con los que jue-
gan los niños. Tras él iba su criado, doblado bajo el peso
de un cajón de juguetes de barro. Ambos estaban car-
gando dos camellos, y todo el mundo a su alrededor los
miraba riéndose a carcajadas.
. 50 .
—El Ulema12
está loco —me dijo un tratante de caba-
llos—. Va a Kabul, a venderle juguetes al emir. Una de
dos: o le rendirán honores o le cortarán la cabeza. Llegó
esta mañana y ha estado comportándose como un loco
desde entonces.
—Dios protege a los tontos —tartamudeó un uzbeco
de cara chata en un hindi incorrecto—. Predicen el futu-
ro.
—¡Ya podrían haber predicho que los shinwaris ata-
carían mi caravana cuando estábamos a un tiro de pie-
dra del Paso! —gruñó el agente ausufzai de una casa de
comercio de Rajputana, cuyas mercancías se habían re-
partido otros ladrones nada más pasar la frontera, y
cuyas desventuras eran, el hazmerreír del bazar.
—Oye, Ulema, ¿de dónde vienes y adónde vas?
—¡Vengo de Roum! —gritó el sacerdote, agitando el
molinete—. ¡Desde Roum, vengo atravesando el mar en
alas del aliento de cien diablos! ¡Oh ladrones, embuste-
ros, perjuros! ¡La bendición de Pir Kahn caiga sobre los
cerdos, los perros y los blasfemos! ¿Quién llevará al
norte al Protegido de Dios para que le venda al emir
amuletos que nunca se han visto antes? Los camellos no
flaquearán, los hijos no enfermarán y las esposas segui-
rán fieles mientras estén lejos sus hombres, para los que
me ofrezcan sitio en su caravana. ¿Quién me ayudará a
azotar al rey de Roos con el tacón de plata de una zapa-
tilla de oro? ¡Que la protección de Pir Kahn bendiga su
trabajo! —se abrió los faldones de la gabardina y empe-
zó a hacer piruetas entre las hileras de caballos atados.
—Dentro de veinte días saldrá una caravana de Pes-
hawar hacia Kabul, santón —dijo el comerciante au-
12 Doctor de la ley islámica
. 51 .
sufzai—. Mis camellos van en ella. ¡Ven tú también y
tráenos buena suerte!
—¡Yo salgo ya! —gritó el sacerdote—. ¡Montaré en
mis camellos alados, y estaré en Peshawar en un día!
¡Eh! ¡Hazar Mir Khan! —le gritó a su criado—. ¡Saca los
camellos, pero deja que monte primero el mío!
Cuando la bestia se arrodilló, saltó sobre su lomo, y
volviéndose hacia mí gritó:
—Ven tú también, sahib. Acompáñanos un trecho del
camino yte podré vender un amuleto, uno que te con-
vertirá en rey de Kafiristán.
Entonces lo vi todo de pronto tan claro como el día.
Seguí a los dos camellos fuera del caravasar, hasta que
llegamos a campo abierto y el ulema se detuvo.
—¿Qué le parece? —dijo en inglés—. Carnehan no
habla su jerga, así que lo he convertido en mi criado.
Un criado muy refinado. De algo me tenía que valer
haber pateado el país durante catorce años. ¿Verdad
que sonaba bien? Nos uniremos a alguna caravana en
Peshawar hasta llegar a Jagdallak. Allí trataremos de
cambiar los camellos por burros, y entraremos en Kafi-
ristan. ¡Molinillos para el emir! ¡Señor! Meta la mano en
las alforjas y dígame lo que toca.
Toqué la culata de un rifle Martini13
, y la de otro, y la
de otro más.
—Llevamos veinte… —dijo Dravot plácidamente—, y
su munición correspondiente, bajo los molinetes y las
muñecas de barro.
—¡Que el Cielo le ayude si les cogen con todo eso! —
dije—. Para un pathan, un Martini vale su peso en pla-
ta.
13 El rifle Martini-Henry fue adoptado en esa época por el ejército
británico por su potencia de fuego y su sistema de carga.
. 52 .
—Mil quinientas rupias de capital, todas las que pu-
dimos mendigar, o pedir prestadas, o robar. Todo in-
vertido en estos dos camellos —dijo Dravot—. No nos
cogerán. Vamos a atravesar el Khyber con una caravana
corriente. ¿Quién tocaría a un pobre sacerdote loco?
—¿Tienen todo lo que necesitan? —pregunté, pasma-
do de asombro.
—Todavía no, pero lo tendremos pronto. Denos algo
en recuerdo de su amistad, hermano14
. Ayer me hizo
un favor, y otro aquella vez en Marwar. La mitad de mi
reino será suya, como dice el refrán.
La cadena de mi reloj acababa rematada por una joya
en forma de compás. La desenganché y se lo tendí al
«sacerdote».15
14 La apelación final de despedida a la hermandad masónica en-
tre ambos sugiere una estrecha complicidad presumida por Dra-
vot y consolidada a medida que la aventura se hacía realidad en
Kipling.
15 En aquella época era muy frecuente que los francmasones lle-
varan entre sus pertenencias algún tipo de identificativo de su
pertenencia a la hermandad en forma de anillo, alfiler de corbata,
colgante de cadena, etc. El compás y la escuadra eran los más
habituales, pero también lo eran las hojas de la acacia, el ojo del
delta encerrado en su triángulo, la colmena de abejas, la ploma-
da, el ajedrezado, etc. De este modo a través del reconocimiento
de estos símbolos los masones del imperio, repartidos por las co-
lonias y habitantes de un mundo que no era el suyo, encontraban
rápidamente a sus iguales tanto para simplemente hacer relacio-
nes sociales o comerciales, como en caso de necesidad de ayuda.
El uso público de estos símbolos suponía además la puesta a
disposición de cualquier otro masón que como tal se identificara
en lo que le pudiera ayudar, en cumplimiento de su juramento
de ayuda mutua. El regalo de un masón a otro de una de estas
joyas encierra un deseo de que la red masónica mundial le ayude
en el cumplimiento de sus metas.
. 53 .
—Adiós —dijo Dravot, estrechándome la mano con
cautela—. Es la última vez en mucho tiempo que le dare-
mos la mano a un inglés. Dale la mano, Carnehan —gritó
cuando el segundo camello pasó junto a mí.
Carnehan se inclinó y me estrechó la mano. Después,
los camellos se alejaron por el polvoriento camino, y me
quedé a solas con mi asombro. No pude detectar el me-
nor fallo en sus disfraces. Lo ocurrido unos minutos an-
tes en el caravasar demostraba que su careta era perfec-
ta a ojos de los nativos. Por lo tanto, había una posibili-
dad de que Carnehan y Dravot cruzasen Afganistán sin
que los descubrieran. Pero más allá encontrarían la
muerte... una muerte segura y espantosa.
Diez días más tarde, un corresponsal nativo que me
comunicaba las noticias del día en Peshawar concluía
su carta con estas palabras: «Nos hemos reído mucho
por aquí a costa de un ulema chiflado que, según dice,
tiene intención de vender a Su Alteza el emir de Bokha-
ra baratijas y chucherías insignificantes a las que atri-
buye grandes poderes. Pasó por Peshawar y se unió a la
segunda caravana que este verano sale para Kabul. Los
mercaderes están contentos porque son supersticiosos y
creen que un par de locos como esos les traerán buena
suerte».
Por lo tanto, los dos habían cruzado la frontera. Ha-
bría rezado por ellos, pero aquella noche murió en Eu-
ropa un rey de verdad, y tuve que redactar una necro-
lógica.
. 54 .
La rueda del mundo gira sobre sí misma y pasa por las
mismas fases una y otra vez. Pasó el verano, llegó el in-
vierno, vino otro verano y pasó éste también. El diario
seguía publicándose, y yo seguía trabajando en él. Du-
rante el tercer verano tuvimos una noche calurosa, una
edición nocturna y una tensa espera por algo que de-
bían telegrafiar desde el otro lado del mundo, exacta-
mente como había ocurrido la vez anterior. Unos cuan-
tos hombres importantes habían muerto en los dos úl-
timos años. Las rotativas estaban más destartaladas y
trabajaban con mayor estruendo. Algunos árboles del
jardín de la redacción eran un poco más altos, pero en
esas cosas estaba toda la diferencia.
Entré en la sala de prensas, y viví una escena como la
que acabo de describir. La tensión nerviosa era más
fuerte que dos años antes, y yo sufría más a causa del
calor. A las tres de la madrugada grité: «¡Empezad a
imprimir!», y me levanté para irme.
Entonces vi que se arrastraba hacia mi silla lo que
quedaba de un hombre. Iba encorvado hasta el suelo,
tenía la cabeza hundida entre los hombros, doblado so-
bre sí mismo como un signo de interrogación, y movía
. 55 .
los pies torpemente, como un oso. Apenas podía estar
seguro de si andaba o se arrastraba... y aquel quejum-
broso y harapiento lisiado se dirigió a mí llamándome
por mi nombre, gimoteando que había regresado.
—¿Puede darme un trago? —balbuceó—. ¡Por el amor
de Dios, deme un trago!
Volví a la mesa y encendí la lámpara. Aquel hombre
me siguió quejándose de dolor a cada paso.
—¿No me reconoce? —dijo entre jadeos mientras se
derrumbaba en una silla.
Entonces volvió hacia la luz su rostro desfigurado y
coronado por una mata de pelo gris.
Lo miré atentamente. Alguna vez había visto unas ce-
jas que formaban sobre aquella nariz una franja ancha
pero aunque me hubiera ido la vida en ello era incapaz
de recordar dónde.
—No, no le conozco —dije, tendiéndole un whisky—.
¿Qué puedo hacer por usted?
Bebió un trago sin rebajarlo, y se estremeció a pesar
del sofocante calor.
—He vuelto —repitió— y fui rey de Kafiristán. Am-
bos lo fuimos. Dravot y yo... ¡fuimos reyes coronados16
!
En esta oficina cerramos nuestro acuerdo. Usted estaba
sentado ahí y nos dejaba libros. Soy Peachey, Peachey
Taliaferro Carnehan, y usted ha estado aquí sentado
desde entonces... ¡Dios mío!
Yo estaba más que asombrado y la expresión de mi
cara lo reflejaba.
—Es verdad —dijo Carnehan con una risa mordaz y
socarrona, mientras se acariciaba los pies envueltos en
harapos—. Tan cierto como el Evangelio. Fuimos reyes,
con coronas sobre la cabeza... Dravot y yo... pobre
16 Otra referencia que solo los iniciados pueden captar.
. 56 .
Dan... ¡pobre, pobre Dan, que nunca escuchó un conse-
jo, ni cuando se lo supliqué!
—Bébase el whisky —dije— y tómese el tiempo que
necesite. Cuénteme todo lo que recuerde de principio a
fin. Cruzaron la frontera con sus camellos, Dravot dis-
frazado de sacerdote loco y usted de criado. ¿Se acuer-
da de eso?
—No estoy loco... todavía, aunque pronto lo estaré.
Claro que me acuerdo. Siga mirándome, o toda mi his-
toria se hará pedazos. Siga mirándome fijamente a los
ojos y no diga nada.
Me incliné hacia adelante y le miré a la cara tan direc-
tamente como pude. Una de sus manos resbaló en la
mesa y se la cogí por la muñeca. Estaba retorcida como
la garra de un pájaro, y en el dorso había una cicatriz
roja e irregular en formó de diamante.
—No, no mire eso. Míreme a mí —dijo Carnehan—.
Eso viene luego, pero por amor de Dios, no me distrai-
ga. Nos unimos a esa caravana. Dravot y yo hacíamos
todo tipo de payasadas para divertir a la gente con la
que íbamos. Dravot solía hacernos reír por la noche,
cuando todo el mundo estaba preparando la cena...
preparando la cena, y... ¿qué hacían después? Encen-
dían pequeñas fogatas y las chispas volaban hasta la
barba de Dravot, y todos nos moríamos de risa. Peque-
ñas chispas rojas flotando hasta la gran barba roja de
Dravot... ¡Era tan divertido!... Sus ojos se apartaron de
los míos y sonrió tontamente.
—Después de lo de las fogatas —dije al azar— fueron
a Jagdallak con esa caravana. Allí la abandonaron para
intentar llegar a Kafiristán.
—No, no hicimos eso. ¿De qué está hablando? Nos
separamos de la caravana antes de Jagdallak, porque
oímos que los caminos estaban en buenas condiciones.
. 57 .
Aunque no lo bastante para permitir el paso a nuestros
dos camellos. El mío y el de Dravot. Cuando dejamos la
caravana Dravot y yo nos despojamos de nuestras ves-
tiduras, y me dijo que desde ese instante seríamos pa-
ganos porque los kafires no consienten que los musul-
manes les dirijan la palabra. Así que no nos vestimos ni
de una cosa ni de otra, y vi a Daniel Dravot con un as-
pecto con el que nunca le había visto y con el que espe-
raba no volver a verle. Se quemó la mitad de la barba,
se colgó una piel de oveja del hombro y se afeitó la ca-
beza de manera que se formaban en ella extraños dibu-
jos. También me rapó a mí, y me hizo llevar objetos ex-
travagantes para parecer un bárbaro. Era en un territo-
rio muy montañoso, y nuestros camellos ya no podían
avanzar debido a lo escarpado del terreno. Las monta-
ñas eran altas y negras, y volviendo a casa las vi luchar
como cabras salvajes... hay montones de cabras en Kafi-
ristán. Y esas montañas nunca están quietas, igual que
las cabras. Siempre se están peleando y por las noches
su lucha no te deja dormir.
—Beba un poco más de whisky —dije muy despa-
cio—. Cuénteme ¿Qué hicieron Dravot y usted cuando
los camellos no pudieron seguir por culpa de los escar-
pados caminos que llevan a Kafiristán?
—¿Qué hizo quién? Una de las partes contratantes se
llamaba Peachey Taliaferro Carnehan. Viajaba con la
otra parte. Con Daniel Dravot. ¿Quiere que le hable de
él? Murió allí. En la nieve. Al viejo Daniel lo arrojaron
del puente y cayó girando y retorciéndose, como esos
molinillos que íbamos a venderle al emir por un peni-
que cada uno... o no, eran dos molinetes por tres me-
dios peniques,.. me duele todo y estoy muy confundi-
do... Los camellos se hicieron inútiles, y Peachey le dijo
a Dravot: «Por amor de Dios, salgamos de aquí antes de
. 58 .
que nos rompamos la cabeza», y como no tenían nada
para comer, mataron a los camellos allí entre las mon-
tañas, pero primero descargaron las cajas con los rifles
y la munición. Estuvieron así hasta que aparecieron dos
hombres con cuatro mulas. Dravot se levantó y empezó
a bailar delante de ellos cantando «Véndeme cuatro
mulas». Uno de aquellos hombres dijo: «Si eres lo bas-
tante rico para comprar, eres lo bastante rico para que
te roben», pero antes de que pudiera echar mano al cu-
chillo, Dravot le rompió el cuello con la rodilla y el res-
to del grupo huyó. Carnehan cargó las mulas con los ri-
fles que bajamos de los camellos, y juntos siguieron
adelante en aquellas tierras montañosas y con un frío
cortante. En ningún momento el camino fue más ancho
que el dorso de la mano.
Hizo una pausa, y le pregunté si podía recordar cómo
era el país que habían atravesado en su viaje.
—Se lo estoy contando tan claramente como puedo
pero mi cabeza no funciona tan bien como debiera. Me
la atravesaron con clavos para que pudiera escuchar
con más claridad cómo moría Dravot. El país era mon-
tañoso, las mulas eran de lo más terco y los habitantes
vivían dispersos y aislados. Las montañas subían hasta
el cielo y bajaban hasta los abismos, y la otra parte, la
que se llamaba Carnehan, le imploraba a Dravot que no
cantara ni silbara tan alto por miedo a desencadenar
horribles avalanchas. Pero Dravot decía que si un rey
no puede cantar no vale la pena ser rey, y golpeaba la
grupa de las mulas, y durante diez fríos días no me hi-
zo caso. Llegamos a un valle grande y llano entre las
montañas, y las mulas estaban medio muertas, así que,
como no teníamos nada que comer, ni nosotros ni ellas,
las sacrificamos. Luego nos sentamos en las cajas, y ju-
. 59 .
gamos a pares y nones con los cartuchos que se habían
derramado.
Entonces un día de pronto vimos aparecer a diez
hombres corriendo valle abajo con arcos y flechas per-
siguiendo a otros veinte armados igual. La pelea fue
espantosa. Eran hombres blancos, más blancos que us-
ted y que yo, rubios y notablemente corpulentos. Dra-
vot, sacó dos rifles y dijo: «Aquí empieza el negocio.
Pongámonos de su lado», y según lo está diciendo dis-
paró sobre los perseguidos. Sentado en una roca derri-
bó a uno de ellos desde algo menos de doscientos me-
tros. Los otros quisieron huir, pero Carnehan y Dravot,
cómodamente sentados en las cajas, los fueron liqui-
dando uno a uno desde todas las distancias, valle arriba
o valle abajo. Luego nos acercamos al grupo que les
perseguía. También habían echado a correr por la nieve
y nos dispararon una flechita de juguete. Dravot dispa-
ró sobre sus cabezas, y todos se echaron al suelo boca
abajo. Luego caminó entre ellos, les pisoteó y dio pata-
das, y después… los levanta y estrecha la mano para
ganárselos. Los llama y les dice que carguen las cajas. Y
saluda con la mano levantada de manera grandilocuen-
te como haría un auténtico rey. Tras eso los llevan a
ellos y a las cajas a través del valle y colina arriba hasta
un pequeño pinar en la cumbre, donde había media do-
cena de grandes ídolos de piedra. Dravot se acerca al
más grande, uno al que llaman Imbra, y coloca a sus
pies un rifle y un cartucho. Frota respetuosamente la
nariz del ídolo contra la suya, le da unas palmaditas en
la cabeza y se inclina ante él. Se vuelve en redondo ha-
cia los guerreros y dice: «De acuerdo. Tomo nota. To-
dos estos viejos chiflados son mis amigos». Después
abre la boca y la señala. Un primer hombre le trae co-
mida, pero él dice «No». Un segundo hombre le trae la
. 60 .
comida y él vuelve a decir «No». Entonces entre un an-
ciano sacerdote y el jefe de la aldea le traen comida y
Dravot dice con altanería «Sí», y se pone a comer to-
mándose su tiempo.
Así fue como llegamos a nuestro primer poblado, sin
ningún problema, como caídos del cielo. Pero en reali-
dad de donde caímos finalmente fue de uno de esos
malditos puentes de cuerdas, ¿sabe?, y... no esperará
que un hombre se ría mucho después de eso...
—Beba un poco más de whisky y continúe —dije—.
Ése fue el primer poblado que encontraron. ¿Cómo lle-
garon a ser reyes?
—Yo no fui rey —dijo Carnehan—. Dravot era el rey.
Tenía un aspecto majestuoso con la corona de oro sobre
la cabeza y todo el resto de la parafernalia. Él y su socio
se quedaron en aquel poblado, y todas las mañanas
Dravot se sentaba al lado del viejo Imbra, y la gente ve-
nía y lo reverenciaba. Así lo había ordenado Dravot.
Tras aquello llegaron más hombres al valle y Car-
nehan y Dravot volvieron a disparar sus rifles y les ma-
taron antes siquiera de que supieran de dónde les lle-
gaba la muerte.
Fueron al otro lado del valle donde encontraron otro
poblado como el primero y Dravot preguntó cuál era el
problema entre los dos poblados. La gente señaló a una
mujer, tan blanca como usted o yo, que llevaron ante él
a rastras. Había sido raptada y Dravot la devolvió al
primer poblado y contó los muertos. Eran ocho. Dravot
derramó un poco de leche sobre la tierra por cada uno
de ellos y agitando los brazos como un molinete dijo:
«Así está bien». Luego él y Carnehan llevaron del brazo
a los dos jefes de cada poblado hasta el fondo del valle.
Allí les hicieron cavar una zanja con una lanza a lo lar-
go del valle y les asignaron a cada uno una porción de
. 61 .
tierra a cada lado de la zanja. Luego todo el mundo bajó
y se pusieron a gritar como demonios. Y en ese momen-
to Dravot les dijo: «Id y labrad la tierra, y sed fecundos
y multiplicaos». Y se fueron, como les había dicho,
aunque no habían entendido nada. Luego preguntamos
los nombres de las cosas en su jerga: pan, agua, fuego,
ídolos y cosas así. Dravot llevó a continuación a ambos
sacerdotes junto al ídolo, y les dijo que desde entonces
se sentaría allí y juzgaría a la gente, y que si algo no se
hacía como él decía les pegaría un tiro.
Así que a la semana siguiente todos estaban trabajan-
do la tierra callados como abejas pero mucho más agra-
dables a la vista, y los sacerdotes escuchaban las quejas
y mediante gestos traducían a Dravot en qué consistían.
«Esto es solo el principio —Me dijo Dravot—. Creen
que somos dioses.»
Los dos socios eligieron veinte hombres útiles. Les
enseñaron a disparar un rifle, a formar en fila de a cua-
tro, a avanzar en línea. Estaban muy contentos y como
eran listos le cogieron enseguida el tranquillo.
Un día Dravot dejó en un poblado su pipa y en el otro
su petaca de tabaco… y nos fuimos a ver qué se podía
hacer en el siguiente valle. Era un sitio rocoso y había
un poblado pequeño. Carnehan dijo: «Mándalos al otro
valle a trabajar la tierra», y los sacó de allí y les dio un
trozo de tierra de la que aún no había sido repartida.
Eran muy pobres, y los ungimos con la sangre de un
cabritillo antes de dejarlos entrar en el nuevo reino. Lo
hicimos para impresionarlos. Tras ello se establecieron
tranquilamente. Carnehan volvió con Dravot, que había
ido a otro valle, todo de nieve y hielo y muy montaño-
so. Allí no había gente y a nuestros soldados aquello les
dio miedo así que Dravot le había pegado un tiro a uno
. 62 .
y luego había seguido hasta que encontró un poblado
habitado. Nuestros hombres explicaron a los lugareños
que era mejor que no usaran contra ellos sus carabinas
de mecha de juguete a menos que quisieran que los ma-
taran. Nos hicimos amigos del sacerdote del poblado, y
yo me quedé allí solo con dos soldados enseñando ins-
trucción a los hombres.
Entonces, una mañana, un jefe imponente de grande
apareció. Llegó de las nieves, tañendo timbales y cuer-
nos, porque había oído que un nuevo dios estaba por
los alrededores. Carnehan ajustó el alza del rifle. Apun-
tó a aquellos tipos morenos que estaban a media milla
de distancia,.. y la bala rozó el hombro de uno de ellos.
Tras esa demostración envió un mensaje al líder dicién-
dole que, a menos que quisiera morir, debía tirar sus
armas y venir en son de paz. Primero vino el jefe solo.
Carnehan le dio la mano y agitó los brazos como Dra-
vot hacía. El jefe se quedó muy sorprendido y me tocó
las cejas. Después Carnehan, a solas con el jefe, le pre-
guntó con gestos si tenía algún enemigo que odiase.
«Lo tengo», dijo el jefe. Así que Carnehan seleccionó de
entre ellos a los mejores hombres y dio orden de que
dos de sus soldados les enseñaran el arte militar. Al ca-
bo de dos semanas maniobran tan bien como un cuerpo
de voluntarios, así que marchó con el jefe y sus hom-
bres recién entrenados hacia una gran meseta en lo alto
de una montaña. Desde allí atacaron y tomaron una al-
dea mientras nosotros con tres de nuestros rifles Marti-
ni hacíamos fuego sobre el grueso del enemigo. Así que
también conquistamos aquel poblado. Entonces le di al
jefe un trozo de mi guerrera y le dije: «Llévalo por mí
hasta que vuelva», como se cita en la Biblia. Para que
no se olvidara, cuando mis soldados y yo estábamos a
unas mil ochocientas yardas, le disparé. La bala dio a su
. 63 .
lado, en la nieve, junto a su pie. Todos se tiraron boca
abajo como movidos por un resorte. Tras aquello man-
dé una carta a Dravot para que le llegara donde estu-
viera, fuera en el mar o en la tierra.
Aún a riesgo de hacer que aquella criatura perdiese el
hilo de la historia, le interrumpí para preguntarle:
—¿Cómo pudo escribir una carta desde allí?
—¿La carta?... ¡Ah, la carta! Por favor, no deje de mi-
rarme a los ojos. Se trataba de una carta «escrita» en
una cuerda. Nos había enseñado a hacerla un mendigo
ciego del Punjab.
Recuerdo que una vez vino a la redacción un hombre
ciego con un palito nudoso y un trozo de cuerda que
enrollaba en torno al palito según un código propio.
Tras un lapso de horas o de días, podía repetir la frase
que había enrollado. Aquel hombre había reducido el
alfabeto a once sonidos elementales. Trató de enseñar-
me su método, pero no pude entenderlo.
Le mandé una carta de ese tipo a Dravot —dijo Car-
nehan—. Le decía que volviera porque su reino estaba
creciendo demasiado para poderlo controlar yo solo.
Luego me dirigí al primer valle, para ver cómo trabaja-
ban los sacerdotes. Al poblado que tomamos con el jefe
lo llamaban Bashkai, y al primer poblado, Er-Heb. Allí
los sacerdotes lo estaban haciendo muy bien, pero ha-
bía un montón de litigios pendientes sobre las tierras y
habían tenido varios ataques nocturnos de hombres de
otro poblado que les habían lanzado flechas. Busqué la
aldea de la que venían los atacantes. Disparé cuatro ti-
ros desde unas mil yardas. Con eso gasté los cartuchos
que quería gastar y mantuve a mi gente tranquila. Tras
eso esperé a Dravot que ya llevaba fuera tres o cuatro
meses.
. 64 .
Una mañana escuché un ruido infernal de tambores y
cuernos y vi a Dravot descendiendo la colina al frente
de un ejército y con un séquito de cientos de hombres y,
lo que era más asombroso, con una enorme corona de
oro sobre su cabeza.
«—Dios mío, Carnehan, región, toda la que merece la
pena, está en nuestro poder. ¡Soy el hijo de Alejandro y
de la reina Semíramis, y tú eres mi hermano pequeño y
también eres un dios! Es la cosa más grande que jamás
hemos visto. He marchado al combate durante seis se-
manas con este ejército, y cada insignificante aldea en
cincuenta millas a la redonda se ha unido a él encanta-
da. ¡Y aún hay más! ¡Tengo en mis manos la clave de
todo el asunto, como te demostraré! ¡y he conseguido
una corona también para ti! Les dije que forjaran dos en
un lugar llamado Shu, donde se encuentra oro sobre las
piedras como si fuera grasa sobre la carne de oveja. He
visto oro, y turquesas, que he sacado a patadas de los
desfiladeros, y hay granates en las arenas del río, y éste
es el trozo de ámbar que me trajo un hombre. Llama a
todos los sacerdotes y toma, coge tu corona.»
Uno de los hombres abrió una bolsa de pelo negro, y
saco una corona. Era demasiado pequeña y pesada, pe-
ro me la puse por aquello de la gloria. Era oro batido...
pesaba cinco libras, Tenía forma de aro, como el de un
barril.
—«Peachey —dijo Dravot—, no nos hace falta seguir
luchando. ¡La clave es la Francmasonería! ¡Ayúdame!
¡Ya verás!» —y empujó delante de mí al mismo jefe que
yo había dejado al mando en Bashkai... (luego lo llama-
ríamos Billy Fish por su enorme parecido con el Billy
Fish que conducía la locomotora en Mach-on-the-Bolan
en los viejos tiempos).
. 65 .
—«Dale la mano» —me dijo Dravot. Yo le ofrecí mi
mano para estrechar la suya. Y de pronto, casi me caí al
suelo, porque lo que Billy Fish me devolvió fue la seña
secreta masónica de los aprendices.17
Sin decir nada me aventuré a probar el apretón de
manos de los compañeros.18
Contestó perfectamente.
Entonces, por último, le di el toque de los Maestros Ma-
sones19
, pero a este ya no respondió.
—¡Es un Hermano Masón! ¡Un compañero! —le dije a
Dan—. ¿Sabe la palabra?20
—La sabe –dice Dan—. Todos los sacerdotes la cono-
cen. ¡Es un milagro! Los jefes y los sacerdotes forman
una Logia de Masones21
muy parecida a nuestra Logia
madre22
, y todos han hecho sus marcas en las rocas23
.
Pero no conocen el Tercer Grado. Tan verdad como la
palabra de Dios. Durante todos estos años había oído
17 Los masones se reconocen entre sí por toques y saludos sólo
conocidos por ellos que además les indican el grado que tiene su
«hermano» dentro de la masonería, en este caso el primer grado
de la masonería azul, el de aprendiz masón.
18 Segundo grado masónico.
19 Tercer grado masónico.
20 Contraseña que sólo conocen los masones y que constituye la
última prueba definitiva de reconocimiento entre ellos.
21 Grupo de Hermanos Masones, célula básica de la organización
de la masonería en la que trabajan y se reúnen.
22 Logia en que cada Masón se inicia aunque luego pueda perte-
necer a otra si viaja o es trasladado o destinado a otro lugar. El
propio Kipling tiene un poema titulado así.
23 Referencia masónica al grado alcanzado por todos ellos dentro
de la orden. Se relaciona con las marcas que cada cantero dejaba
en su parte de la obra o en los sillares tallados por ellos para co-
brar luego en proporción al trabajo realizado. Solo pueden tener
marca propia a partir de ciertos grados según el rito masónico de
que se trate en cada caso.
. 66 .
hablar de afganos que habían llegado a Compañeros y
conocían el segundo grado en la Orden, pero esto es un
milagro. Soy su Dios y soy Maestro Masón, así que
abriré una Logia de Tercer Grado, exaltando24
a este
grado a los sacerdotes y a los jefes de los poblados.
—Va contra la ley masónica —dije—. No se pueden
levantar columnas25
sin autorización y tú sabes que ni
tú ni yo hemos tenido oficio26
nunca en nuestra Logia.
—Es lo que en política llaman un golpe maestro —dijo
Dravot—. Podemos gobernar el país con la misma faci-
lidad con que un vagón de cuatro ruedas desciende una
cuesta. No podemos pararnos con preguntas ahora o se
volverán contra nosotros. Tengo cuarenta jefes a mis
pies, y serán exaltados de acuerdo con sus méritos. Alo-
ja a estos hombres en los poblados y vamos a organizar
algún tipo de Logia. El templo de Imbra servirá de
templo masónico. Tienes que enseñar a las mujeres a
hacer mandiles27
. Convocaré a los jefes esta noche y
mañana habrá Tenida28
.
A pesar de todo lo que tenía que hacer no se me esca-
paba la ventaja que suponía para nosotros este asunto
de la Hermandad. Enseñé a las mujeres de los sacerdo-
tes a hacer mandiles de los distintos grados. En el Man-
24 Ascendiendo en lenguaje masónico.
25 Abrir una Logia nueva.
26 Se refiere a los cargos simbólicos que desempeñan en cada Lo-
gia sus principales miembros.
27 El mandil es la prenda masónica por excelencia. Todos los ma-
sones lo visten en sus reuniones y son diferentes según el grado.
Se trata de un rectángulo de piel de cordero o de tela blanca
adornado vistosamente con motivos masónicos y gran simbolis-
mo que se viste portándolo por debajo de la cintura alrededor de
la que se ata.
28 Nombre de las reuniones de los francmasones.
. 67 .
dil de Dravot la orla azul29
y los símbolos estaban bor-
dados con trozos de turquesa sobre cuero blanco en lu-
gar de tela. Usamos como sitial para el Venerable Maes-
tro una enorme piedra cuadrada que había en el tem-
plo, y piedras más pequeñas para asientos de los vigi-
lantes. Pintamos cuadrados blancos sobre las piedras
negras del suelo e hicimos lo que pudimos para que el
asunto pareciera auténtico y todo fuera correcto según
el ritual.30
En el consejo que se celebró esa noche en la ladera de
la colina alrededor de grandes hogueras Dravot anun-
ció que él y yo éramos dioses e hijos de Alejandro, y
que éramos los últimos Grandes Maestres de la Her-
mandad. Dijo que había venido a hacer de Kafiristán un
29 Alrededor del rectángulo que constituye el mandil y de su so-
lapa se cose una cenefa que lo bordea. El color de la misma cam-
bia según la obediencia masónica a la que se pertenezca. En este
caso el azul nos habla de la masonería de corte anglosajón, como
es lógico en este contexto, pero otras obediencias la llevan roja o
de otros colores.
30 Los esfuerzos de Carnehan por acondicionar el improvisado
templo masónico nos ayudan a visualizar uno listo para la cele-
bración de una tenida. La distribución de los distintos elementos
en estos espacios está fuertemente ritualizada. Al frente (en
oriente como ellos lo llaman) se sitúa en lugar protagonista el
presidente de la reunión que ejerce el cargo de Gran Maestre o
Venerable Maestro según la obediencia. Le ayudan otros Maes-
tros Masones desempeñando diversos «oficios» de los que los
más importantes son los de «Vigilantes»(segundo, que se encar-
ga de la instrucción de los aprendices, y primero, que lo hace con
los compañeros). Estos se sitúan formando con el Venerable
Maestro un triángulo que marca los límites de la Logia o Taller.
El suelo del mismo suele estar ajedrezado o tener algún elemento
que lo esté. De ahí la pintura sobre la piedra negra formando es-
caques.
. 68 .
país donde todo hombre pudiera comer en paz y beber
tranquilo y, especialmente, obedecernos. Tras aquello
los jefes se acercaron y nos dieron la mano. Eran tan
barbudos, blancos y rubios que era como estrechársela
a unos viejos amigos. Les dimos nombres por su pare-
cido con hombres que habíamos conocido en la India:
Billy Fish, Holly Dilworth, Pikky Kergan —el dueño de
un bazar cuando estuve en Mhow—, etc., etc.
El más asombroso de los milagros se produjo al día
siguiente durante la «tenida». Uno de los ancianos sa-
cerdotes no dejaba de mirarnos. Me sentí incómodo,
porque sabía que estábamos inventándonos el ritual
sobre la marcha, y no sabía cuánto sabían aquellos
hombres. El viejo había venido de más allá del poblado
de Bashkai. En el momento en que Dravot se ciñó el
mandil de Maestro que las muchachas habían hecho
para él, aquel sacerdote se puso a chillar y a dar alari-
dos tratando de volcar la piedra en la que Dravot estaba
sentado. «Se acabó —me dije—. ¡Esto es lo que pasa por
fundar una Logia sin autorización!». Dravot ni siquiera
pestañeó. Ni aun cuando diez sacerdotes volcaron la
piedra que habíamos elegido para usarla de sitial del
Venerable Maestro... que era la que hasta ese momento
ellos usaban como altar para su dios. El anciano empe-
zó a limpiar la base frotándola para quitar la tierra, y
luego les mostró a los demás sacerdotes el símbolo que
allí había estado oculto hasta ese momento. Era el signo
del Maestro31
, el mismo que lucía Dravot en su mandil,
tallado en la piedra. Ni siquiera el sacerdote del templo
de Imbra sabía que estaba allí. El tipo cayó de bruces a
los pies de Dravot y se los besó. «Tenemos suerte de
31 La escuadra y el compás entrelazados de una manera concreta
y significativa.
. 69 .
nuevo —me dijo Dravot desde el otro extremo de la
Logia—, dicen que es un signo perdido que nadie podía
descifrar. Ahora estamos más a salvo que nunca.» Lue-
go, usando su revolver como mallete32
, dio un mazazo
y dijo:
—¡En virtud de la autoridad que me ha sido conferida
por mi propia mano derecha y la ayuda de Peachey, me
declaro Gran Maestre de toda la francmasonería de Ka-
firistán en esta Logia Madre del país, y rey de Kafiristan
junto con Peachey! —Y al decir esto se pone su corona y
me pone la mía. Yo ejercía de Primer Vigilante e inau-
guramos la Logia de la manera más ceremoniosa. ¡Fue
un milagro asombroso! Los sacerdotes pasaron por los
dos primeros grados sin apenas darse cuenta, como si
empezaran a recordarlo todo.
Después de eso, Peachey y Dravot aumentaron de sa-
lario33
a los que valían la pena... sumos sacerdotes y je-
fes de las aldeas remotas. Billy Fish fue el primero, y le
puedo asegurar que casi se muere de miedo. No lo hi-
cimos ni parecido al verdadero Ritual, pero sirvió para
lo que queríamos. No ascendimos a Maestros mas que a
diez de los hombres más importantes, porque no que-
ríamos que el Grado se convirtiera en algo común y co-
rriente. Así los demás harían lo que fuera por el ascen-
so.
—En seis meses —les dijo Dravot— volveremos y ve-
remos cómo estáis trabajando.
Entonces les preguntó por sus poblados enterándose
así de que siempre estaban luchando unos contra otros
32 El Venerable Maestro dirige los trabajos de una Logia «a golpe
de mallete» distribuyendo tiempos y dando la palabra usando
este típico mazo.
33 «Pasaron de grado», ascendieron en simbolismo masónico.
. 70 .
y de que estaban hartos de aquello. Y de que cuando no
se peleaban entre ellos luchaban con los mahometanos
y los afganos.
—Podéis luchar con ellos cuando invadan nuestro
país —sentenció Dravot—. Mandad diez hombres de
cada tribu a guardar las fronteras y doscientos más a es-
te valle para que los entrenemos y reciban instrucción
militar. Nadie recibirá un disparo ni será ensartado por
una lanza mientras haga las cosas bien. Sé que no me
traicionaréis porque sois hombres blancos, hijos de Ale-
jandro, y no gente vulgar como esos negros mahometa-
nos. Sois mi pueblo —dijo, y volviendo al inglés excla-
mó—, ¡y por Dios que haré de vosotros una nación
condenadamente extraordinaria o moriré en el intento!
No puedo relatar detalladamente todo lo que hicimos
en los siguientes seis meses porque Dravot hizo un
montón de cosas de las que no me enteré. Aprendió a
hablar su jerga como yo nunca pude. Mi trabajo consis-
tía en enseñar a aquella gente a arar la tierra. De vez en
cuando salía con algunos soldados a ver qué hacían los
otros poblados. Les enseñé a tender puentes de cuerda
sobre los barrancos que dividen el país de un modo te-
rrible.
Dravot era muy amable conmigo, pero cuando deam-
bulaba arriba y abajo por el pinar mesándose a dos ma-
nos aquella maldita barba roja suya, sabía que estaba
tramando planes sobre los que no podía aconsejarle y
me limitaba a esperar sus órdenes. Nunca me faltó al
respeto en público. A mí aquella gente me tenía miedo.
A mí y a mis soldados. Pero a él lo adoraban. Había
trabado una extraordinaria amistad con los sacerdotes y
los jefes. Si alguien cruzaba las colinas para presentarle
una queja Dravot lo escuchaba con calma, reunía a cua-
tro sacerdotes y decidía lo que convenía hacer en el ca-
. 71 .
so. Solía convocar a Billy Fish de Bashkai, y a Picky
Kergan de Shu, y a un viejo jefe al que llamábamos
Kafuzelum —lo que sonaba parecido a su verdadero
nombre— y celebraba un consejo con ellos cada vez que
estallaba algún conflicto inevitable en las pequeñas al-
deas. Éste era su consejo de guerra, y los cuatro sacer-
dotes de Bashkai, Shu, Khawak y Madora formaban su
consejo privado. Entre todos ellos me mandaron, con
cuarenta hombres y veinte rifles, escoltando a sesenta
porteadores que llevaban turquesas, al país de Ghor-
band, a comprar los rifles Martini hechos a mano que
salen de los talleres del emir en Kabul, a comprárselos a
los soldados de uno de los regimientos Herati del emir,
que habrían vendido sus propios dientes por turquesas.
Me quedé un mes en Ghorband, donde le di al gober-
nador mis mejores turquesas como precio de su silen-
cio. Soborné un poco más al coronel del regimiento, y
entre los dos y la gente de las tribus conseguimos más
de cien Martinis hechos a mano, cien buenos mosquetes
Jezail fabricados en Kohat de los que tienen un alcance
de seiscientas yardas, y cuarenta cajas de una pésima
munición para los rifles. Regresé con lo que había po-
dido conseguir y lo repartí entre los hombres que los je-
fes me mandaban para recibir instrucción. Dravot esta-
ba demasiado ocupado para atender esos detalles, pero
el primer ejército que habíamos formado me ayudó y
dimos instrucción a quinientos hombres, y a doscientos
más les enseñamos al menos a sujetar el fusil. Incluso
aquellas armas hechas a mano, que parecían sacacor-
chos, eran un milagro para ellos. Dravot soñaba ha-
blando de almacenes de pólvora y fábricas mientras el
invierno llegaba y él se limitaba a errar por el pinar.
—No haré una nación —decía—. ¡Forjaré un imperio!
Estos hombres no son negros, ¡son ingleses! Mira sus
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar
El hombre que pudo reinar

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Ernesto Sabato - Hombres y engranajes
Ernesto Sabato - Hombres y engranajesErnesto Sabato - Hombres y engranajes
Ernesto Sabato - Hombres y engranajesbookolik
 
Degrelle, leon entrevista con el general de las ss
Degrelle, leon   entrevista con el general de las ssDegrelle, leon   entrevista con el general de las ss
Degrelle, leon entrevista con el general de las ssAlicia Ramirez
 
Degrelle, leon canto a las waffen ss
Degrelle, leon   canto a las waffen ssDegrelle, leon   canto a las waffen ss
Degrelle, leon canto a las waffen ssAlicia Ramirez
 
Degrelle, leon almas ardiendo
Degrelle, leon   almas ardiendoDegrelle, leon   almas ardiendo
Degrelle, leon almas ardiendoAlicia Ramirez
 
Los artistas y las drogas en el siglo
Los artistas y las drogas en el sigloLos artistas y las drogas en el siglo
Los artistas y las drogas en el siglobizanciodavidfm
 
Weltanschauung ns natalicio de adolf hitler
Weltanschauung ns   natalicio de adolf hitlerWeltanschauung ns   natalicio de adolf hitler
Weltanschauung ns natalicio de adolf hitlerAlicia Ramirez
 
Shakespeare y los liderazgos fallidos
Shakespeare y los liderazgos fallidosShakespeare y los liderazgos fallidos
Shakespeare y los liderazgos fallidosLuis del Prado
 
Shakespeare y el liderazgo
Shakespeare y el liderazgoShakespeare y el liderazgo
Shakespeare y el liderazgoSociotec
 
Enrique v el líder carismático
Enrique v  el líder carismáticoEnrique v  el líder carismático
Enrique v el líder carismáticoLuis del Prado
 
Presentación barroco
Presentación barrocoPresentación barroco
Presentación barrocopantominosis
 
Fligramma #9 revista del Círculo de Escritores Sabersinfin
Fligramma #9 revista del Círculo de Escritores SabersinfinFligramma #9 revista del Círculo de Escritores Sabersinfin
Fligramma #9 revista del Círculo de Escritores SabersinfinAbel Pérez Rojas
 
Serrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundial
Serrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundialSerrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundial
Serrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundialAlicia Ramirez
 
miguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shiva
miguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shivamiguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shiva
miguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shivaAlicia Ramirez
 
EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS
EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS
EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS Alicia Ramirez
 
M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108
M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108
M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108Rodrigo Diaz
 
El héroe clásico
El héroe clásico El héroe clásico
El héroe clásico MTG1212
 

La actualidad más candente (20)

Ernesto Sabato - Hombres y engranajes
Ernesto Sabato - Hombres y engranajesErnesto Sabato - Hombres y engranajes
Ernesto Sabato - Hombres y engranajes
 
Degrelle, leon entrevista con el general de las ss
Degrelle, leon   entrevista con el general de las ssDegrelle, leon   entrevista con el general de las ss
Degrelle, leon entrevista con el general de las ss
 
Degrelle, leon canto a las waffen ss
Degrelle, leon   canto a las waffen ssDegrelle, leon   canto a las waffen ss
Degrelle, leon canto a las waffen ss
 
Degrelle, leon almas ardiendo
Degrelle, leon   almas ardiendoDegrelle, leon   almas ardiendo
Degrelle, leon almas ardiendo
 
Los artistas y las drogas en el siglo
Los artistas y las drogas en el sigloLos artistas y las drogas en el siglo
Los artistas y las drogas en el siglo
 
Weltanschauung ns natalicio de adolf hitler
Weltanschauung ns   natalicio de adolf hitlerWeltanschauung ns   natalicio de adolf hitler
Weltanschauung ns natalicio de adolf hitler
 
L135
L135L135
L135
 
Shakespeare y los liderazgos fallidos
Shakespeare y los liderazgos fallidosShakespeare y los liderazgos fallidos
Shakespeare y los liderazgos fallidos
 
Yourcenar marguerite memorias_adriano
Yourcenar marguerite memorias_adrianoYourcenar marguerite memorias_adriano
Yourcenar marguerite memorias_adriano
 
Shakespeare y el liderazgo
Shakespeare y el liderazgoShakespeare y el liderazgo
Shakespeare y el liderazgo
 
Enrique v el líder carismático
Enrique v  el líder carismáticoEnrique v  el líder carismático
Enrique v el líder carismático
 
Presentación barroco
Presentación barrocoPresentación barroco
Presentación barroco
 
32 72 verbo de admonicion y de combate vargas vila www.gftaognosticaespiritu...
32 72 verbo de admonicion y de combate  vargas vila www.gftaognosticaespiritu...32 72 verbo de admonicion y de combate  vargas vila www.gftaognosticaespiritu...
32 72 verbo de admonicion y de combate vargas vila www.gftaognosticaespiritu...
 
Fligramma #9 revista del Círculo de Escritores Sabersinfin
Fligramma #9 revista del Círculo de Escritores SabersinfinFligramma #9 revista del Círculo de Escritores Sabersinfin
Fligramma #9 revista del Círculo de Escritores Sabersinfin
 
Serrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundial
Serrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundialSerrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundial
Serrano miguel los ovnis de hitler contra el nuevo orden mundial
 
miguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shiva
miguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shivamiguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shiva
miguel-serrano-nietzsche-y-la-danza-de-shiva
 
EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS
EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS
EL ANTISEMITISMO SU HISTORIA Y SUS CAUSAS
 
M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108
M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108
M. Bloch, La sociedad feudal, pp. 81-108
 
El héroe clásico
El héroe clásico El héroe clásico
El héroe clásico
 
Estudio de la narrativa realista
Estudio de la narrativa realistaEstudio de la narrativa realista
Estudio de la narrativa realista
 

Destacado

El-hijo-del-viudo-miguel-serrano
El-hijo-del-viudo-miguel-serranoEl-hijo-del-viudo-miguel-serrano
El-hijo-del-viudo-miguel-serranoAlicia Ramirez
 
Knoke, heinz yo vole para el führer
Knoke, heinz   yo vole para el führerKnoke, heinz   yo vole para el führer
Knoke, heinz yo vole para el führerAlicia Ramirez
 
Los soldados de la idea, las ss
Los soldados de la idea, las ssLos soldados de la idea, las ss
Los soldados de la idea, las ssAlicia Ramirez
 
OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER
OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER
OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER Alicia Ramirez
 
Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974
Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974
Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974Alicia Ramirez
 
Anonimo la noche de los cuchillos largos
Anonimo   la noche de los cuchillos largosAnonimo   la noche de los cuchillos largos
Anonimo la noche de los cuchillos largosAlicia Ramirez
 
Dietrich, otto hitler caudillo
Dietrich, otto   hitler caudilloDietrich, otto   hitler caudillo
Dietrich, otto hitler caudilloAlicia Ramirez
 
10740273 1586045178283628 2047942498_n
10740273 1586045178283628 2047942498_n10740273 1586045178283628 2047942498_n
10740273 1586045178283628 2047942498_nAlicia Ramirez
 
Agust kubizek hitler mi amigo de juventud
Agust kubizek   hitler mi amigo de juventudAgust kubizek   hitler mi amigo de juventud
Agust kubizek hitler mi amigo de juventudAlicia Ramirez
 
Goebbels, joseph estos condenados nazis
Goebbels, joseph   estos condenados nazisGoebbels, joseph   estos condenados nazis
Goebbels, joseph estos condenados nazisAlicia Ramirez
 
visigoda frente al problema de los judios, la hernandez martin, ramon o. p...
 visigoda frente al problema de los judios, la   hernandez martin, ramon o. p... visigoda frente al problema de los judios, la   hernandez martin, ramon o. p...
visigoda frente al problema de los judios, la hernandez martin, ramon o. p...Alma Heil 916 NOS
 
Las runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
Las runas-y-el-sendero-de-la-iniciacionLas runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
Las runas-y-el-sendero-de-la-iniciacionAlicia Ramirez
 
Anonimo 100 opiniones de hitler
Anonimo   100 opiniones de hitlerAnonimo   100 opiniones de hitler
Anonimo 100 opiniones de hitlerAlicia Ramirez
 
Imitacion de-la-verdad Miguel Serrano
Imitacion de-la-verdad Miguel SerranoImitacion de-la-verdad Miguel Serrano
Imitacion de-la-verdad Miguel SerranoAlicia Ramirez
 
Miguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrection
Miguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrectionMiguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrection
Miguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrectionAlicia Ramirez
 
Las waffen ss europeas
Las waffen ss europeasLas waffen ss europeas
Las waffen ss europeasAlicia Ramirez
 
Nsdap alemania despierta
Nsdap   alemania despiertaNsdap   alemania despierta
Nsdap alemania despiertaAlicia Ramirez
 

Destacado (20)

El-hijo-del-viudo-miguel-serrano
El-hijo-del-viudo-miguel-serranoEl-hijo-del-viudo-miguel-serrano
El-hijo-del-viudo-miguel-serrano
 
Knoke, heinz yo vole para el führer
Knoke, heinz   yo vole para el führerKnoke, heinz   yo vole para el führer
Knoke, heinz yo vole para el führer
 
Una mujer en berlin
Una mujer en berlinUna mujer en berlin
Una mujer en berlin
 
Los soldados de la idea, las ss
Los soldados de la idea, las ssLos soldados de la idea, las ss
Los soldados de la idea, las ss
 
OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER
OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER
OBRAS COMPLETAS, Tomo I ADOLF HITLER
 
Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974
Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974
Miguel-Serrano-quien-llama-en-los-hielos-1974
 
Anonimo la noche de los cuchillos largos
Anonimo   la noche de los cuchillos largosAnonimo   la noche de los cuchillos largos
Anonimo la noche de los cuchillos largos
 
Dietrich, otto hitler caudillo
Dietrich, otto   hitler caudilloDietrich, otto   hitler caudillo
Dietrich, otto hitler caudillo
 
10740273 1586045178283628 2047942498_n
10740273 1586045178283628 2047942498_n10740273 1586045178283628 2047942498_n
10740273 1586045178283628 2047942498_n
 
Agust kubizek hitler mi amigo de juventud
Agust kubizek   hitler mi amigo de juventudAgust kubizek   hitler mi amigo de juventud
Agust kubizek hitler mi amigo de juventud
 
Hitler y los_animales
Hitler y los_animalesHitler y los_animales
Hitler y los_animales
 
Goebbels, joseph estos condenados nazis
Goebbels, joseph   estos condenados nazisGoebbels, joseph   estos condenados nazis
Goebbels, joseph estos condenados nazis
 
visigoda frente al problema de los judios, la hernandez martin, ramon o. p...
 visigoda frente al problema de los judios, la   hernandez martin, ramon o. p... visigoda frente al problema de los judios, la   hernandez martin, ramon o. p...
visigoda frente al problema de los judios, la hernandez martin, ramon o. p...
 
Las runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
Las runas-y-el-sendero-de-la-iniciacionLas runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
Las runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
 
Anonimo 100 opiniones de hitler
Anonimo   100 opiniones de hitlerAnonimo   100 opiniones de hitler
Anonimo 100 opiniones de hitler
 
Imitacion de-la-verdad Miguel Serrano
Imitacion de-la-verdad Miguel SerranoImitacion de-la-verdad Miguel Serrano
Imitacion de-la-verdad Miguel Serrano
 
Miguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrection
Miguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrectionMiguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrection
Miguel serrano-nos-the-book-of-the-resurrection
 
Las waffen ss europeas
Las waffen ss europeasLas waffen ss europeas
Las waffen ss europeas
 
Nsdap alemania despierta
Nsdap   alemania despiertaNsdap   alemania despierta
Nsdap alemania despierta
 
Hitler arte1-224
Hitler arte1-224Hitler arte1-224
Hitler arte1-224
 

Similar a El hombre que pudo reinar

Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2xClaud1O
 
Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2xClaud1O
 
Powerpoint micro relatos
Powerpoint micro relatosPowerpoint micro relatos
Powerpoint micro relatosxClaud1O
 
Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2xClaud1O
 
Panorama de la novela actual
Panorama de la novela actualPanorama de la novela actual
Panorama de la novela actualcris ricarte
 
NOVEDADES LITERARIAS
NOVEDADES LITERARIAS NOVEDADES LITERARIAS
NOVEDADES LITERARIAS umeirakasle
 
Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.
Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.
Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.Telebachillerato Cinco
 
Alohomora Lic G Monzón
Alohomora Lic G MonzónAlohomora Lic G Monzón
Alohomora Lic G Monzónladygabriela
 
Boletín mensual literatura abril
Boletín mensual literatura  abrilBoletín mensual literatura  abril
Boletín mensual literatura abrilBibliotecadicoruna
 
Orígenes y evolución del cuento 2
Orígenes y evolución del cuento 2Orígenes y evolución del cuento 2
Orígenes y evolución del cuento 2Magu Arcia
 

Similar a El hombre que pudo reinar (20)

La-iniciacion-de-mowgli.pdf
La-iniciacion-de-mowgli.pdfLa-iniciacion-de-mowgli.pdf
La-iniciacion-de-mowgli.pdf
 
Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2
 
Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2
 
Powerpoint micro relatos
Powerpoint micro relatosPowerpoint micro relatos
Powerpoint micro relatos
 
Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2Powerpoint micro relatos-2
Powerpoint micro relatos-2
 
Panorama de la novela actual
Panorama de la novela actualPanorama de la novela actual
Panorama de la novela actual
 
Novedades (2da) Enero 2019
Novedades (2da) Enero 2019Novedades (2da) Enero 2019
Novedades (2da) Enero 2019
 
No 11 del_29_abril_al_2_mayo
No 11 del_29_abril_al_2_mayoNo 11 del_29_abril_al_2_mayo
No 11 del_29_abril_al_2_mayo
 
Libro barcos anclados en poemas
Libro barcos anclados en poemasLibro barcos anclados en poemas
Libro barcos anclados en poemas
 
Taller de lecto escritura
Taller de lecto escrituraTaller de lecto escritura
Taller de lecto escritura
 
Novedades bpq invierno_2014-2015
Novedades bpq invierno_2014-2015Novedades bpq invierno_2014-2015
Novedades bpq invierno_2014-2015
 
Microsoft word novela1.170711
Microsoft word   novela1.170711Microsoft word   novela1.170711
Microsoft word novela1.170711
 
Novedades Agosto 2019
Novedades Agosto 2019Novedades Agosto 2019
Novedades Agosto 2019
 
NOVEDADES LITERARIAS
NOVEDADES LITERARIAS NOVEDADES LITERARIAS
NOVEDADES LITERARIAS
 
unidad 5.docx
unidad 5.docxunidad 5.docx
unidad 5.docx
 
Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.
Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.
Autores leidos en la jornada de lectura del Telebachillerato 5.
 
Milán Kundera
Milán KunderaMilán Kundera
Milán Kundera
 
Alohomora Lic G Monzón
Alohomora Lic G MonzónAlohomora Lic G Monzón
Alohomora Lic G Monzón
 
Boletín mensual literatura abril
Boletín mensual literatura  abrilBoletín mensual literatura  abril
Boletín mensual literatura abril
 
Orígenes y evolución del cuento 2
Orígenes y evolución del cuento 2Orígenes y evolución del cuento 2
Orígenes y evolución del cuento 2
 

Más de Alicia Ramirez

Evola julius la tradicion nordico aria
Evola julius   la tradicion nordico ariaEvola julius   la tradicion nordico aria
Evola julius la tradicion nordico ariaAlicia Ramirez
 
Evola julius espiritualismo vi krishnamurti
Evola julius   espiritualismo vi krishnamurtiEvola julius   espiritualismo vi krishnamurti
Evola julius espiritualismo vi krishnamurtiAlicia Ramirez
 
Evola julius el derecho sobre la vida
Evola julius   el derecho sobre la vidaEvola julius   el derecho sobre la vida
Evola julius el derecho sobre la vidaAlicia Ramirez
 
Evola julius monsieur gurdjieff
Evola julius   monsieur gurdjieffEvola julius   monsieur gurdjieff
Evola julius monsieur gurdjieffAlicia Ramirez
 
Evola julius doctrina aria de lucha y victoria
Evola julius   doctrina aria de lucha y victoriaEvola julius   doctrina aria de lucha y victoria
Evola julius doctrina aria de lucha y victoriaAlicia Ramirez
 
Evola julius cabalgar el tigre
Evola julius   cabalgar el tigreEvola julius   cabalgar el tigre
Evola julius cabalgar el tigreAlicia Ramirez
 
Anonimo la noche de los cuchillos largos
Anonimo   la noche de los cuchillos largosAnonimo   la noche de los cuchillos largos
Anonimo la noche de los cuchillos largosAlicia Ramirez
 
Adair, paul la gran derrota de hitler
Adair, paul   la gran derrota de hitlerAdair, paul   la gran derrota de hitler
Adair, paul la gran derrota de hitlerAlicia Ramirez
 
las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
 las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacionAlicia Ramirez
 
Tantric astral ss templi unam
Tantric astral ss   templi unamTantric astral ss   templi unam
Tantric astral ss templi unamAlicia Ramirez
 
Jung, carl gustav el decreto de la flor de oro
Jung, carl gustav   el decreto de la flor de oroJung, carl gustav   el decreto de la flor de oro
Jung, carl gustav el decreto de la flor de oroAlicia Ramirez
 
Gurdjieff perspectivas desde el mundo real
Gurdjieff   perspectivas desde el mundo realGurdjieff   perspectivas desde el mundo real
Gurdjieff perspectivas desde el mundo realAlicia Ramirez
 
Gurdjieff la vida es real cuando yo soy
Gurdjieff   la vida es real cuando yo soyGurdjieff   la vida es real cuando yo soy
Gurdjieff la vida es real cuando yo soyAlicia Ramirez
 
Guenon, rene el esoterismo de dante
Guenon, rene   el esoterismo de danteGuenon, rene   el esoterismo de dante
Guenon, rene el esoterismo de danteAlicia Ramirez
 
El gran viaje del dios sol (1)
El gran viaje del dios sol (1)El gran viaje del dios sol (1)
El gran viaje del dios sol (1)Alicia Ramirez
 
Devi, savitri a la busqueda del ultimo avatara
Devi, savitri   a la busqueda del ultimo avataraDevi, savitri   a la busqueda del ultimo avatara
Devi, savitri a la busqueda del ultimo avataraAlicia Ramirez
 
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol. 2 adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz  vol. 2   adolfo hitlerConversaciones sobre la guerra y la paz  vol. 2   adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol. 2 adolfo hitlerAlicia Ramirez
 
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol 1 adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz  vol 1   adolfo hitlerConversaciones sobre la guerra y la paz  vol 1   adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol 1 adolfo hitlerAlicia Ramirez
 
hombre de paz adolf hitler
hombre de paz adolf hitlerhombre de paz adolf hitler
hombre de paz adolf hitlerAlicia Ramirez
 

Más de Alicia Ramirez (20)

Evola julius la tradicion nordico aria
Evola julius   la tradicion nordico ariaEvola julius   la tradicion nordico aria
Evola julius la tradicion nordico aria
 
Evola julius espiritualismo vi krishnamurti
Evola julius   espiritualismo vi krishnamurtiEvola julius   espiritualismo vi krishnamurti
Evola julius espiritualismo vi krishnamurti
 
Evola julius el derecho sobre la vida
Evola julius   el derecho sobre la vidaEvola julius   el derecho sobre la vida
Evola julius el derecho sobre la vida
 
Evola julius monsieur gurdjieff
Evola julius   monsieur gurdjieffEvola julius   monsieur gurdjieff
Evola julius monsieur gurdjieff
 
Evola julius doctrina aria de lucha y victoria
Evola julius   doctrina aria de lucha y victoriaEvola julius   doctrina aria de lucha y victoria
Evola julius doctrina aria de lucha y victoria
 
Evola julius cabalgar el tigre
Evola julius   cabalgar el tigreEvola julius   cabalgar el tigre
Evola julius cabalgar el tigre
 
Anonimo la noche de los cuchillos largos
Anonimo   la noche de los cuchillos largosAnonimo   la noche de los cuchillos largos
Anonimo la noche de los cuchillos largos
 
Adair, paul la gran derrota de hitler
Adair, paul   la gran derrota de hitlerAdair, paul   la gran derrota de hitler
Adair, paul la gran derrota de hitler
 
las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
 las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
las-runas-y-el-sendero-de-la-iniciacion
 
Almas ardiendo
Almas ardiendoAlmas ardiendo
Almas ardiendo
 
Tantric astral ss templi unam
Tantric astral ss   templi unamTantric astral ss   templi unam
Tantric astral ss templi unam
 
Jung, carl gustav el decreto de la flor de oro
Jung, carl gustav   el decreto de la flor de oroJung, carl gustav   el decreto de la flor de oro
Jung, carl gustav el decreto de la flor de oro
 
Gurdjieff perspectivas desde el mundo real
Gurdjieff   perspectivas desde el mundo realGurdjieff   perspectivas desde el mundo real
Gurdjieff perspectivas desde el mundo real
 
Gurdjieff la vida es real cuando yo soy
Gurdjieff   la vida es real cuando yo soyGurdjieff   la vida es real cuando yo soy
Gurdjieff la vida es real cuando yo soy
 
Guenon, rene el esoterismo de dante
Guenon, rene   el esoterismo de danteGuenon, rene   el esoterismo de dante
Guenon, rene el esoterismo de dante
 
El gran viaje del dios sol (1)
El gran viaje del dios sol (1)El gran viaje del dios sol (1)
El gran viaje del dios sol (1)
 
Devi, savitri a la busqueda del ultimo avatara
Devi, savitri   a la busqueda del ultimo avataraDevi, savitri   a la busqueda del ultimo avatara
Devi, savitri a la busqueda del ultimo avatara
 
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol. 2 adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz  vol. 2   adolfo hitlerConversaciones sobre la guerra y la paz  vol. 2   adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol. 2 adolfo hitler
 
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol 1 adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz  vol 1   adolfo hitlerConversaciones sobre la guerra y la paz  vol 1   adolfo hitler
Conversaciones sobre la guerra y la paz vol 1 adolfo hitler
 
hombre de paz adolf hitler
hombre de paz adolf hitlerhombre de paz adolf hitler
hombre de paz adolf hitler
 

Último

HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptxHIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptxPalitoBlanco1
 
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptxLA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptxAntonio Miguel Salas Sierra
 
2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...
2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...
2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...JaimeRuilovaTorres1
 
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niñosla Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niñosGemmaMRabiFrigerio
 
libro sobrenatural William Marrion Branham
libro sobrenatural William Marrion Branhamlibro sobrenatural William Marrion Branham
libro sobrenatural William Marrion BranhamJosueTorres678061
 
El Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptxEl Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptxjenune
 
Hay libertad cancion cristiana que está es
Hay libertad cancion cristiana que está esHay libertad cancion cristiana que está es
Hay libertad cancion cristiana que está eswuajaja299
 
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdfPARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdfAntonio Miguel Salas Sierra
 
Presentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptx
Presentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptxPresentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptx
Presentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptxCarolinaPerez105492
 
De gloria en gloria la cancion escrita en ppt
De gloria en gloria la cancion escrita en pptDe gloria en gloria la cancion escrita en ppt
De gloria en gloria la cancion escrita en pptwuajaja299
 
La gracia santificante explicada para niños.pptx
La gracia santificante explicada para niños.pptxLa gracia santificante explicada para niños.pptx
La gracia santificante explicada para niños.pptxCarolinaPerez105492
 
Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptx
Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptxRecuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptx
Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptxjenune
 
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases."Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.Opus Dei
 
Dios imparable es una cancion cristiana que
Dios imparable es una cancion cristiana queDios imparable es una cancion cristiana que
Dios imparable es una cancion cristiana quewuajaja299
 
Visita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-Salem
Visita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-SalemVisita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-Salem
Visita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-SalemSergio Lopez
 
Calendario 2024.pdf es para meditar en la palabra
Calendario 2024.pdf es para meditar en la palabraCalendario 2024.pdf es para meditar en la palabra
Calendario 2024.pdf es para meditar en la palabraCoboAnge
 
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.yhostend
 

Último (20)

HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptxHIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
 
La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CM
La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CMLa oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CM
La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CM
 
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptxLA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
 
2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...
2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...
2024 - PPT - 10 Días de Oración - Orientaciones para uniones y campos - ESP...
 
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niñosla Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
 
libro sobrenatural William Marrion Branham
libro sobrenatural William Marrion Branhamlibro sobrenatural William Marrion Branham
libro sobrenatural William Marrion Branham
 
Luisa de Marillac Animadora de las Cofradías de la Caridad
Luisa de Marillac Animadora de las Cofradías de la CaridadLuisa de Marillac Animadora de las Cofradías de la Caridad
Luisa de Marillac Animadora de las Cofradías de la Caridad
 
El Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptxEl Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptx
 
Hay libertad cancion cristiana que está es
Hay libertad cancion cristiana que está esHay libertad cancion cristiana que está es
Hay libertad cancion cristiana que está es
 
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdfPARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
 
Presentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptx
Presentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptxPresentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptx
Presentación Clase CORPUS CHRISTI para niños.pptx
 
De gloria en gloria la cancion escrita en ppt
De gloria en gloria la cancion escrita en pptDe gloria en gloria la cancion escrita en ppt
De gloria en gloria la cancion escrita en ppt
 
La gracia santificante explicada para niños.pptx
La gracia santificante explicada para niños.pptxLa gracia santificante explicada para niños.pptx
La gracia santificante explicada para niños.pptx
 
Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitarSanta Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
 
Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptx
Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptxRecuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptx
Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptx
 
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases."Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
 
Dios imparable es una cancion cristiana que
Dios imparable es una cancion cristiana queDios imparable es una cancion cristiana que
Dios imparable es una cancion cristiana que
 
Visita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-Salem
Visita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-SalemVisita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-Salem
Visita Pastoral 2024, Vicaria de Winston-Salem
 
Calendario 2024.pdf es para meditar en la palabra
Calendario 2024.pdf es para meditar en la palabraCalendario 2024.pdf es para meditar en la palabra
Calendario 2024.pdf es para meditar en la palabra
 
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
 

El hombre que pudo reinar

  • 2. . 2 . EL HOMBRE QUE PUDO REINAR
  • 3. . 3 . RUDYARD KIPLING El hombre que pudo reinar SERIE AMARILLA [LITERATURA]
  • 4. . 4 . RUDYARD KIPLING El hombre que pudo reinar Prólogo, adaptación y notas de Juan Antonio Espeso González
  • 5. . 5 . El hombre que pudo reinar editorial masonica.es® SERIE AMARILLA (Literatura) www.masonica.es © 2014 EntreAcacias, S.L. © 2014 Juan Antonio Espeso González Ilustración de la portada: Fotografía de Juan Antonio Espeso González Ilustración de la contraportada: Sir Philip Burne Jones (1899) EntreAcacias, S.L. Apdo. de Correos 32 33010 Oviedo - Asturias (España) Teléfono/fax: (34) 985 79 28 92 info@masonica.es 1ª edición: mayo 2014 ISBN: 978-84-942629-0-2 Edición digital Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excepción previs- ta en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad inte- lectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).
  • 6. . 6 . A mis hijos Alberto e Iván. La vida será la mayor aventura.
  • 7. . 7 . ¿Quién ha olido el humo de la leña en el crepúsculo? ¿Quién ha escuchado el crepitar de la madera? ¿Quién ha aprendido a interpretar rápidamente el sentido de cada murmullo de la noche? Dejadle proseguir con sus compañeros, para que los jóvenes dirijan sus pasos a los campamentos donde quieren estar. Donde más disfrutan. RUDYARD KIPLING
  • 8. . 8 . NOTAS A UNA OBRA MAESTRA JUAN ANTONIO ESPESO PRESENTACIÓN LA AVENTURA COMO IDEA DE VIDA Los mundos de Kipling han sido desde mi infancia el territorio de mis aventu- ras. Lo fueron en el paraíso fértil de la imaginación de un niño soñador. Tam- bién en la ambientación de los juegos que protagonicé junto a esos amigos de la película Cuenta conmigo. Aquellos como los que nunca volverás a tener otros iguales. Le seguí durante décadas por la selva de Seonee. Leí y releí las lecciones de Mowgli cien veces (casi me atrevería a asegurar que literalmente) haciendo lec- turas más maduras a medida que cre- cía, captando sutiles enseñanzas sólo
  • 9. . 9 . reservadas para los iniciados en sus se- cretos. Aprendí de memoria personajes, pa- sajes, texturas, miedos, olores y sabores que sólo estaban en aquellos mundos. Descubrí de adolescente, y luego de jo- ven y adulto, que su magia no se que- daba en las andanzas del niño lobo. A mis manos llegó Kim de la India, «Si», Gunga Din, El hombre que pudo reinar, Capitanes intrépidos… Luego vinieron estos personajes y otros en palabras o en lenguaje cinematográfico encarnados por Cary Grant, Spencer Tracy, Errol Flynn, Peter O´Toole, Sean Connery, Michael Caine, Christopher Plummer..., delirantes parodias como la de Peter Se- llers en El Guateque e incluso infames versiones de dibujos animados de Dis- ney. De Rudyard Kipling aprendí el ver- dadero sentido de la aventura, el de la vida como camino, que es un concepto que se repite constantemente en su obra. El del descubrimiento, el del aprendizaje, el de obedecer códigos personales de honor hasta las últimas consecuencias. Sus personajes son com- pletos, integrales (e íntegros a su mane- ra) y poliédricos. Humanos hasta cuan- do se encarnan en animales. Con reglas éticas e incoherencias en la persecución de su cumplimiento. Soledades indivi- duales que se enfrentan a sus destinos
  • 10. . 10 . por si mismos aunque siempre se ro- deen de amigos verdaderos con los que compartir ese viaje. Como en la escena final de El hombre que pudo reinar, en Gunga Din, en la individualidad del hombre al que se dirige en «Si», en el viaje final de Mowgli abandonando la selva hacia el poblado de los hombres (uno de los pasajes más hermoso jamás escritos de la historia de la literatura), en el enfrentamiento entre Rikki— Tikki—Tavi y Nagaina, en las decisio- nes que ha de tomar Kotick o «Toomai el de los elefantes»... Individuos que, aunque acompañados siempre de ami- gos leales (otras dos de las constantes de Kipling: lealtad y amistad) en reali- dad se enfrentan solos a lo que les tiene reservada la vida. Las vivencias de los protagonistas de Kipling siempre conllevan recorrido vi- tal, asombro ante lo nuevo, paisajes in- creíbles, amistad varonil, nobleza, ho- nor, riesgo, lugares alejados de los lími- tes de la civilización, estética austera hasta cuando se trata de buscar teso- ros… … Aventura con mayúsculas. El hombre que pudo reinar es el pa- radigma de esta idea. Relato de frontera por excelencia, del verdadero sentido de la amistad, de la hombría, del valor y la validez de los auténticos códigos de
  • 11. . 11 . ANOTAR UNA OBRA MAESTRA PANORÁMICA GENERAL DE UNA ÉPOCA honor. De la hermandad. Un texto como este merece el mejor de los tratamientos. Adaptar y anotar a un premio nobel no exige menos. Espe- ro que la mejor muestra de calidad y dedicación de mi trabajo venga del res- peto con que venero al autor y la reve- rencia que le profeso desde hace déca- das. He querido pues acercar su lectura aún más a los nuevos lectores de Ki- pling mediante un lenguaje inmediato y comprensible sin eludir todo aquello que le da su majestad. Se respiran en el texto localismos y giros que permiten hacerse una idea de la época, la organi- zación política, la velocidad de las co- municaciones, los grupos sociales, el paisaje, las reglas de urbanidad, el cli- ma.. pero he acentuado la faceta aven- turera y la relación de amistad de los personajes protagonistas. Los principios morales que subyacen al relato, que son los que le otorgan su verdadera personalidad, están ahí, para quien los quiera ver y aprender algo de ellos. Que sea cada cual quien saque sus propias lecturas y códigos. Kipling ha sido definido a menudo como el escritor del colonialismo britá- nico. Este fenómeno geopolítico marcó (o constituyó) toda una época en todos
  • 12. . 12 . EL COLONIALISMO Y EL IMPERIO BRITÁNICO los sentidos y la literatura no queda fuera de esta influencia. Sus narraciones no sólo lo tienen como marco o ambien- tación. Lo ensalzan a veces expresamen- te y otras de un modo más tácito e in- cluso simbólico, metafórico o fabulísti- co. Evidentemente lo hace desde su fa- ceta más romántica y aventurera, sin detenerse en los aspectos más histórica y socialmente criticables. Pero es que Kipling no hace ensayo histórico mar- xista, hace magia. Te eleva a estados imaginarios robándote el control de tu mente durante un tiempo de tu existen- cia para meterte en mundos inventados. Hace literatura. Es un moralista. Todo lo que escribe está impregnado de valores que alaba y de otros que denigra con su indiferencia evitándolos. Ello hace que a menudo la realidad que crea haya sido tachada de rosa o de «mera» narrativa juvenil. Y sin embargo hasta sus fábulas se diri- gen en el fondo al público adulto, aun- que sus protagonistas a menudo sean niños y jóvenes, y se trate de literatura de aventuras pura y dura de la conside- rada «evasiva» o sin pretensiones. No hay conflicto existencial entre sus per- sonajes, no hay tragedia ni amores en- cendidos y pasionales, pero sin embar- go sus temas son universales, «shakes- pirianos» y vigentes. Se trata de una moraleja continuada, tenue y modera-
  • 13. . 13 . LA INGLATERRA VICTORIANA LA REGIÓN: LA INDIA, AFGANISTÁN… da, pero radical en el fondo en su dife- renciación del bien del mal. Y ello es reflejo, sin duda, de la socie- dad en la que nació, se educó y vivió. Una visión del mundo de la que se sien- te orgulloso y a la que canta. Un impe- rio que desde su metrópoli exporta principios éticos mientas importa mate- rias primas. Un código que valora por encima de todo la atemperación en las formas pero el extremo en los princi- pios y las experiencias. Cuyos héroes reales y de ficción se caracterizan por sufrir tormento sin traicionar a sus compañeros manteniendo media sonri- sa y sorna flemática. Capaces de arries- gar sus vidas en los fríos polares, las ba- tallas más sangrientas y las selvas más alejadas.. pero llevando su Inglaterra donde vayan, vistiéndose para cenar y desplegando la loza en medio de la sa- bana para el té de las cinco o el cham- pan en el polo para las celebraciones. Con clase. Con corrección y elegancia. Un imperio se caracteriza por su terri- torialidad además de por las cuestiones económicas y sociales que conlleva. En ese sentido todo nuevo espacio sobre el que ir avanzando supone exploración, descubrimiento, conquista, compañe- rismo, camaradería, amistad, riquezas, tesoros... La esencia de la aventura. Y aunque todos los nuevos lugares abier-
  • 14. . 14 . EL GRAN JUEGO tos a ese avance a lo largo de la historia tienen mucho de eso, nadie como los británicos ha sabido explotar estética- mente la identificación de sus progresos sobre el tablero del mapa con el ideal «deportivo» vital del aventurero. Los paisajes coloniales han sido su- mamente diversos: India, Sudafrica, Arabia, Afganistán, Turquía, Egipto,.. y sin embargo la imagen del explorador victoriano, del Stanley de turno o del «supuesto» Dr. Livingstone con su sala- cot, o del Shakleton envuelto elegante- mente hasta en pieles de foca y reno, acompañan siempre nuestra imagen de estos lugares como personificación de la aventura y de la Gran Bretaña más ro- mántica. El propio Kipling hace una be- lla metáfora del espíritu incansable de los exploradores británicos en la bús- queda que kotick, la foca blanca, hace en su relato homónimo. Porque uno de los rasgos caracteriza- dores de este colonialismo victoriano es el de ver el mundo como un gran table- ro del juego de Risk para sus avances, batallas, exploraciones y conquistas. Una forma de abordar la realidad como si por nacimiento se tuviera derecho a tomar de ella lo que se desee y a lo que en el mismo mundo se contiene (para- fraseando a Kipling en «Si»). Un «gran juego» que además se convierte en de-
  • 15. . 15 . UN MUNDO MASCULINO nominación de todo un tipo de aventu- ras en sus relatos: el de las correrías de frontera, de espionaje, de descubrimien- to y secretos, de disfraces, de hacerse pasar por nativos, de esconderse, de ocultarse tras maquillajes improvisa- dos, de observar y tomar notas disimu- ladamente (como otro gran héroe victo- riano que también pisó esas tierras y las regó con su sangre, Lord Baden— Powell, enseñó a los niños ingleses de su época haciéndoles vivir aventuras como boy—scouts en el movimiento que fundó). Un juego que se juega … a menudo haciéndose pasar por lo que no se es.. en el polvo de los desiertos y los caminos, en las dunas, en las estaciones de tren por el paso del Khyber, por la selva, por Afganistán y la India entera. Y un juego que es jugado por hom- bres. En el que el papel de la mujer es el de distracción y obstáculo a evitar o a lo sumo de codiciado premio que materia- liza la locura y causa todas las desgra- cias. Véase si no el trato al que llegan Dravot y Carnehan al inicio de su aven- tura, o el rol que tiene la niña del po- blado humano en El libro de las tierras vírgenes y que recibe un tratamiento magistral en el capítulo «Correteos primaverales» de ese mismo texto. Hay una cierta misoginia latente en las historias de Kipling (como lo hay en
  • 16. . 16 . EL AUTOR KIPLING, ESCRITOR DEL IMPERIO las del Sherlock Holmes de Conan Doy- le, otro retratista del imperio, este más desde su óptica urbanita y de la metró- poli). Justo la necesaria para dar prota- gonismo épico a la relación entre hom- bres, la amistad con mayúsculas para este autor. La que hace falta para crear un mundo masculino en que la ambi- ción, la aventura, la violencia, la reser- va, los silencios cómplices, el sarcasmo y la flema ante el peligro parezcan con- naturales. Ya hemos hablado de su faceta como bardo del colonialismo. Nacido en Bombay, en pleno corazón de la «joya de la corona» del imperio. Hijo de mili- tar. Mitad sahib británico y mitad coolie indio. Como su personaje Kim. Miem- bro, por humilde que sea su extracción, de la casta de los elegidos, los blancos. Mezcla de un sentido inculcado de la superioridad blanca paternalista del imperio, con una educación y creci- miento desarrollado en el marco de un fuerte sistema de clases y castas, quizás más fuerte incluso que el británico: el indio. Educado sólo, sin presencia pa- terna ni materna, en Inglaterra de los seis a los doce años. Todo ello se vuelca de manera a veces subconsciente e involuntaria en sus es- critos, pero en la mayor parte de las ocasiones hay una gran conciencia e in-
  • 17. . 17 . TRAYECTORIA, OBRAS Y PREMIO NOBEL tención en este acto. Kipling ejerce de periodista y de co- rresponsal de guerra. Acompaña a las tropas en sus avances. Conoce de pri- mera mano la vida del soldado y del hombre de frontera. Sus anhelos, nece- sidades, miedos, arrojo, lealtades... El reflejo en sus obras de valores como la amistad o la camaradería entre hombres son resultado de vivencias concretas y reales. Sus poemas a menudo son los partes periodísticos de guerra de estas experiencias en forma rimada. Como por ejemplo la heroica historia del mero aguador, prácticamente un esclavo de la más ínfima casta, que sólo quería ser soldado en Gunga Din. Él mismo se retrata como personaje en algunas de sus historias en el papel de narrador para resaltar la veracidad de las mismas. Viajero incansable, antes de cumplir 30 años había conocido a Mark Twain en su periplo norteamericano y visitado lugares tan alejados entre si como Ja- pón, Australia, Canadá, Nueva Zelan- da, San Francisco, Singapur, Hong— Kong o Sudáfrica. Como escritor obtuvo en vida un gran reconocimiento y rechazó en varias oca- siones premios y honores del calibre del título de Caballero de la Orden del Im- perio Británico, la Orden del Mérito o el
  • 18. . 18 . KIPLING Y LA MASONERÍA premio nacional de poesía inglesa. No lo hizo por snobismo, sino antes por modestia. Aceptó sin embargo en 1907 el Nobel de literatura siendo el más jo- ven galardonado hasta la fecha. A su muerte fue enterrado en el «rin- cón de los poetas» de la abadía de Westmister junto a reyes y grandes de su país. Dejaba cinco novelas, más de 250 historias cortas y 800 páginas de versos. Uno de los rasgos menos conocidos de la personalidad de este autor por el gran público español es su adscripción a la Francmasonería. Kipling fue inicia- do a los veinte años, en la logia Espe- ranza y Perseverancia Nº 728 de Laho- re, Punjab, India (hoy Pakistán). Como maestro masón llegó a ejercer en la misma como «Segundo Vigilante», uno de los cargos que, como veremos en el texto del relato, tiene para los masones más importancia. El autor no solo no ocultó tal circuns- tancia sino que la presencia de este te- ma es una constante en su literatura. Contrariamente a lo que muchos lecto- res españoles puedan pensar el ser ma- són era en época victoriana para un bri- tánico, que viajaba además constante- mente, timbre de orgullo. El público de nuestro país se ve mediatizado al abor- dar esta realidad por la ingente campa-
  • 19. . 19 . ña de descrédito que la masonería su- frió durante el franquismo. El poso ne- gativo de la publicidad oficial contra una orden tenida como originadora de todos los males imaginables impide casi acercarse a la misma con objetividad. Y sin embargo se da la paradoja de que el poema más famoso del masón más fa- moso de la historia de la literatura se enseñaba en los campamentos del fren- te de juventudes dado que era conocida la admiración que le tenía José Antonio Primo de Ribera. SI Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden y te echan la culpa por ello; si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti, pero al mismo tiempo eres indulgente con su duda; si puedes esperar y no cansarte de la es pera, o siendo engañado por los que te ro- dean, no pagar con mentiras, o siendo odiado no devolver odio, y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni demasiado sabio... Si puedes soñar y no dejar que los sue- ños te dominen; si puedes pensar y no hacer de los pen- samientos tu único objetivo;
  • 20. . 20 . si puedes encararte con el triunfo y el fracaso y tratar a estos dos impostores de la misma manera; si puedes soportar escuchar la verdad que has dicho tergiversada por bribones para tender trampas a los necios, o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida y agacharte y reconstruirlas con las he- rramientas desgastadas... Si puedes reunir todos tus triunfos y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, y aun perdiendo comenzar de nuevo por el principio sin dejar de escapar nunca una queja so- bre tu pérdida; y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos a servirte mucho después de haber per- dido las fuerzas, cuando solo te queda tu Voluntad que les dice «¡Continuad!». Si puedes hablar con la multitud y per- severar en la virtud o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser; si no te puede dañar ningún enemigo, pero tampoco ningún amigo. si todos los hombres pueden contar con- tigo pero ninguno demasiado; si puedes emplear el inexorable minuto
  • 21. . 21 . recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, hijo mío. «SI» es un compendio del mensaje au- toconstructivo masónico que guio a Ki- pling en su vida, pero no es, ni mucho menos la única aparición de la masone- ría en su literatura. De forma sumamen- te simbólica y metafórica lo hace en El libro de las tierras vírgenes, en el que para el iniciado los paralelismos son evidentes. De una manera mucho más expresa lo hace en poemas y relatos como Kim de la India, en la que su pro- tagonista es auxiliado por una Logia militar dado su carácter de lovetón1 , o en poemas como su «LOGIA MADRE», en que expresa el ideal de tolerancia que reinaba en su taller masónico con añoranza. ¡Al orden de aprendiz!... Llamábamos y adelante... Y entrábamos en Logia... La Logia en que yo era Segundo Vigilante. Fuera nos decíamos «Sargento «o «Señor» ; «Salud» o «Shalom»; dentro, en cambio »Hermano», y así estaba bien. 1 Hijo de masón adoptado por su Logia.
  • 22. . 22 . LA MASONERÍA Nos encontrábamos en el Nivel y nos des- pedíamos en la Escuadra. Estaban, Saúl el contador, judío de Aden, Din Mohamed de la oficina del Catastro, el señor Chuckerbutty Amir Sing, el Sikh y Castro, del taller de reparaciones, que era católico romano. Hombres allí de todas las razas se han unido cada uno se refería al Dios que conocía me- jor, Y, después de tantas palabras, Dios, Mahoma y Shiva jugaban al escondi- te dentro de nuestras cabezas. ¡Cuántas veces he deseado volver a verlos a todos! A todos los de mi Logia Madre. Recordando a mi Logia siento ganas de volver a estrechar fuertemente la mano de mis hermanos blancos y de aquel otro hermano de color, que llegaba de tierras africanas.» …Y por supuesto, como veremos en detalle durante la lectura de la obra, en El hombre que pudo reinar. La pertenencia a la masonería era pa- ra un británico «de pro» en plena época victoriana (en la que el propio príncipe Eduardo era cabeza de la orden) una derivada lógica. La masonería moderna había nacido en Londres en 1717 y se había extendi- do rápidamente acompañando al impe- rio en su crecimiento como parte misma
  • 23. . 23 . LA FRANCMASONERÍA BRITÁNICA del fenómeno. Curioso ejercicio de la- boratorio en el que para huir de la sepa- ración de clases se establecían marcadas jerarquías internas, para tratarse con to- lerancia de iguales sin la diferencia en- frentadora de las religiones se fijaban ri- tuales y liturgias milimétricos, en el que para salir de la ahogante sociedad vic- toriana excesivamente formalista y pa- cata enamorada de si misma hasta el punto de crear una cierta idealización romántica fantástica y autocomplacien- te con sus súbditos, se creaban ambien- taciones teatrales y cargadas de un rico simbolismo proveniente del mundo de los obreros y la construcción de las ca- tedrales góticas. Paradoja la de una or- den que nace para permitir a sus miem- bros ejercer el librepensamiento y la ayuda mutua extendiendo por el mun- do principios e ideales liberales y que servirá en su devenir a revoluciones burguesas (Francia, Estados Unidos, Sudamérica, Cádiz...) pero que termina siendo uno de los mayores símbolos de la época victoriana e imperial. En aquella época cada pequeña loca- lidad y regimiento por todo el imperio contaba con su propia Logia en la que los hombres departían libremente fuera de las estrictas normas de clase de la so- ciedad «profana», convivían socialmen- te, se relacionaban como iguales, desa- rrollaban su comunidad, ejercían la ca-
  • 24. . 24 . UNIVERSALISMO MASÓNICO (FRATERNIDAD ridad y la tolerancia mutua, construían en paralelo su propia individualidad re- forzándose entre ellos su visión perso- nal y su sentido de ayuda, fraternidad y hermandad. Ese rasgo de iniciadora y de vigilante de la pureza de los comienzos hizo que la masonería británica tuviera en su evolución caracteres propios y recono- cibles. No es el menor de ellos el elitis- mo de arrogarse el derecho de dar carta de legalidad (regularidad) a las «verda- deras» masonerías que vayan apare- ciendo por el mundo. El intento de ale- jarse ante los poderes políticos, religio- sos y económicos, de la visión de revo- lucionaria que en otros países empezó a tener gracias a las posibilidades que el secretismo de sus juramentos permitía a los conspiradores, también contribuyó a hacer de la masonería de corte inglesa una hermandad más conservadora y volcada en los aspectos menos «socia- les» a cambio de ejercer la caridad pa- ternalista de los pudientes que en ella se reunían a modo de club. Otros derro- teros siguió la masonería de cortes fran- cés y alemán a partir de aquel momen- to. El componente colonial acentúa la cuestión. Imperialismo suponía viajes constantes, cosmopolitismo, negocios por todo el mundo. Y la francmasone-
  • 25. . 25 . SIN FRONTERAS) MASONERÍA Y COLONIALISMO EL HOMBRE QUE PUDO REINAR EL RELATO CORTO DE AVENTURAS COMO GÉNERO ría, extendida por todo el imperio como una red de autoayuda y contactos entre sus miembros, sirvió al colonialismo y al imperio mismo como red que recibía, ayudaba a los recién llegados y abría puertas en los primeros momentos por todo el orbe de influencia anglosajona: India, Sudáfrica, Estados Unidos, Afga- nistán. Las «logias militares» fueron así mis- mo un típico producto de la época. Acompañaban a los soldados y oficiales en sus progresos y conquistas, llevando de paso la masonería a los confines del imperio a medida que este avanzaba. Como punta de lanza. Con ellas la francmasonería llegó primero y más le- jos que ninguna otra sociedad en aque- llos tiempos. Y llegamos así, una vez creado el marco en la mente del lector para que entienda muchas cosas, al análisis de la obra que nos ocupa. El hombre que pudo reinar es el lien- zo en que todos estos aspectos citados se mezclan de manera magistral. Y pe- queño es el tamaño de este cuadro para un lienzo y un marco tan enormes. Esa es una de sus grandes genialidades. Ki- pling elige para una de sus obras maes- tras el formato de relato corto, como hace Konrad con su Corazón de las Ti- nieblas o su Juventud, o como otros
  • 26. . 26 . LA AMISTAD contemporáneos como Poe o Conan Doyle para buena parte de las suyas. En este «cuento» están presentes los temas universales de Rudyard Kipling. Los mismos que aparecen en Kim, en El Libro de las tierras vírgenes y en buena parte de su obra: la aventura, la amis- tad, la masonería.. y todo ello enmarca- do en el colonialismo victoriano que tanto juego da a la literatura de este ti- po. El hombre que pudo reinar es antes que nada un épico canto a la amistad. Un bello tratado en forma de relato. Un De amicitia disimulado tras la búsque- da ambiciosa de tesoros y riquezas por paisajes desérticos y hostiles que dan escenario a la aventura. El concepto de amistad de Kipling es una idea muy personal. En sus relatos y novelas hay parejas de amigos como la de esta historia (Carnehan y Dravot), cuadrillas como los lobos de la familia de Mowgli o sus amigos en el mayor sentido de la palabra: Baloo, Bagheera, Akela y Kaa. O todos los animales po- bladores del jardín y la casa que guarda Rikki-Tikki-Tavi. Hay amistad entre iguales en sus mundos, pero también la hay entre superior formal e inferior (el maestro de la ley de la selva con el niño lobo, los oficiales con el aguador, el ma- rinero curtido con el grumete). Los amigos son para Kipling el decorado
  • 27. . 27 . humano de la vivencia del protagonista. Encarnan la lealtad, aunque siempre lo haga bajo la mirada de sus amigos lo cierto es que al final el héroe se enfrenta solo a su destino alejándose por el ca- mino dejándoles a su espalda mientras mira de frente lo que le espera. Su idea es la de la amistad callada y reservada de los héroes cansados que encontramos en la literatura española más actual en el Alatriste de Pérez- Reverte. La relación que este autor hace que tengan entre si sus personajes con sus amigos es la misma. Una idea de amistad que «se nutre de silencios opor- tunos, jarras de vino y estocadas espal- da contra espalda». Una amistad mas- culina y viril. De nobleza en el mante- nimiento de los secretos mutuos. La amistad de quien daría la vida por el otro pero nunca reconocería en público este grado de intimidad, solo la pondría en práctica. Sin comentarla. Sin pedir explicaciones. Sin darlas. Punto. Esa amistad que no hace falta cuidar. Que se mantiene sola tales son de fuer- tes los lazos con que nació. La amistad de la infancia compartida, de la her- mandad de sangre de los soldados, de la intensidad de los recuerdos comu- nes.. una amistad verdadera, no impos- tada tras risas falsas o intereses de al- gún tipo. Una amistad flemática, britá- nica. La que se puede dar entre perso-
  • 28. . 28 . LA MASONERÍA EN LA OBRA nas que se tratan de usted. Un concepto que tiene mucho que ver con el de camaradería de los soldados que pueblan la experiencia vital de Ki- pling, de quienes viven experiencias muy intensas juntos en un mundo mas- culino que exige el refuerzo mutuo ante el peligro. Una idea de amistad que está muy conectada a la de valor entendido como compañerismo, sacrificio y vida de aventura del que no sabe cuánto va a durar su vida ni qué hace realmente en tierra tan alejada de su hogar, ..y que ha de buscar esa respuesta en los rostros de sus compañeros en la trinchera. Sa- biamente supo captar su idea la adapta- ción al cine de Gunga Din en el trío de oficiales británicos que la protagonizan. Esa es la amistad entre Dravot y Car- nehan en El hombre que pudo reinar. Una idea de amistad relacionada por fin con otra constante en la obra de Ki- pling, la de la hermandad. La amistad elevada a su máxima expresión, subli- mada al concepto de compartirlo todo con el desconocido con el que te une al- go, por ejemplo un símbolo, un jura- mento, una frase en clave con la que re- conoces al hermano. Y ahí es donde en- tra la masonería. Magistralmente retratada en «Los hermanos de Mowgli» es la amistad hasta el esfuerzo supremo, sin límites
  • 29. . 29 . EL COLONIALISMO LA AVENTURA con quien te es desconocido y entra en tu vida de pronto. La materialización del cumplimiento de tu propia palabra. Un corporativismo romántico elegido voluntariamente en base a la confianza en quien ha sido iniciado en una Logia Masónica en algún lugar del Mundo. Aquella idea era importante para Ki- pling. Lo fue desde el punto de vista práctico en su vida y así la quiso home- najear dándola espacio reservado en los mejores de sus textos. El hombre que pudo reinar rezuma para terminar sentido de la aventura en su máxima expresión y se desarrolla de manera genial en uno de los marcos es- cénicos que más han hecho para dotar de escenario creíble a esta: el colonia- lismo del imperio británico, la explora- ción de nuevos territorios por conocer, levantar mapas y conquistar para su reina. La estética militar cansada pero consciente de su deber. El código a ve- ces difícil de entender de dos pillastres que en el fondo son hombres de honor. la visión de los hombres que saben que tras el horizonte hay nuevas oportuni- dades para quien se atreva a dar el paso el frente de dirigir sus propios destinos y vivir sus vidas sin más ataduras que las que ellos mismos se establezcan en un contrato personal e íntimo en cada momento.
  • 30. . 30 . Hermano de un príncipe y amigo de un mendigo con tal de que sea digno. 2 La Ley, como dice la cita, establece una norma de vida, una que no es fácil de cumplir. En varias ocasiones me he asociado con mendigos en circunstancias que no permitían saber a ciencia cierta si el otro era digno. Aún tengo pendiente ser hermano de un príncipe, aunque una vez rocé la realeza con quien podría haber sido un auténtico monarca, quien me prometió que heredaría un reino con su ejército, su corte de justicia, sus rentas y todas sus estructuras políticas. Pero a día de hoy mucho me temo que mi rey ha muerto, y que si quiero una co- rona tendré que salir yo mismo a buscarla por mi cuen- ta. 2 La antigua fórmula resume el espíritu igualitario propugnado por la masonería. Los francmasones la repiten en sus rituales pa- ra subrayar que entre ellos no establecen otra diferencia que no sea la de la honradez incluso por encima de las clases sociales. Rudyard Kipling conoció bien la frase como masón que era. En su poema más famoso «IF» hace una interpretación personal cuando dice: «Si eres capaz de caminar entre reyes sin cambiar tu manera de ser...» . Es esta una historia de masones, y con una ci- ta masónica debe comenzar.
  • 31. . 31 . Todo empezó en el tren que hace la ruta entre Ajmir y Mhow. Había tenido un déficit de presupuesto que me obligaba a viajar no ya en segunda clase, que sólo cues- ta la mitad que la primera, sino en intermedia, que es realmente espantosa. En clase intermedia no hay cojines y los pasajeros son o bien «intermedios», es decir, eura- siáticos o nativos, lo cual para un viaje largo nocturno resulta repugnante, o bien vagabundos, que son diver- tidos pero siempre están borrachos. Los viajeros de cla- se intermedia no frecuentan la cantina del tren. Llevan su propia comida en hatillos y cacerolas, les compran dulces a los vendedores nativos y beben agua en los charcos al borde del camino. Ésta es la razón por la que cuando llega la estación calurosa mueren bastantes clientes de clase intermedia en los vagones, y de que en cualquier temporada y con cualquier clima la gente los mire por encima del hombro. Viajé solo en mi compartimento hasta que llegué a Nasirabad, donde subió un caballero de oscuras y po- bladas cejas negras que iba en mangas de camisa. Si- guiendo lo que es costumbre entre los pasajeros de esta clase se pasó allí todo el resto del día. Era un trotamun- dos, un vagabundo como yo mismo, pero con un pala- dar refinado para el whisky. Contó historias sobre cosas que había visto y hecho, de perdidos rincones del Im- perio en los que se había internado, y aventuras en las que se había jugado la vida por la comida de unos po- cos días. —Si la India estuviera llena de hombres como usted y como yo, que, como los cuervos, no saben dónde van a conseguir el alimento para pasar el día siguiente, no aportaríamos setenta millones al tesoro imperial, sino setecientos —dijo; y observando su boca y su mentón me sentí inclinado a darle la razón.
  • 32. . 32 . Hablamos de política —la política de los haraganes, que ven cosas debajo de las apariencias, justo donde la pared no se ha enlucido todavía con yeso— y hablamos de temas postales, porque mi amigo quería mandar un telegrama a Ajmir desde la siguiente estación, que es donde se desvía la línea entre Bombay y Mhow cuando viajas hacia el oeste. El capital de mi amigo sólo ascen- día a ocho annas, que reservaba para comer, y yo no te- nía dinero en absoluto, debido a las dificultades de pre- supuesto de las que antes he hablado. Además, me di- rigía a una zona deshabitada donde, aunque debería volver a tener ingresos de la Hacienda Pública, no había oficina de telégrafos. Me era, por tanto, imposible ayu- darle de ningún modo. —Podríamos amenazar a un jefe de estación y obli- garle a que nos fíe el precio del telegrama —dijo mi amigo—, pero eso arrastraría un montón de preguntas, y en estos momentos me traigo varios asuntos entre manos ¿No ha dicho antes que iba a viajar de vuelta en este mismo tren dentro de unos días? —Dentro de diez días —contesté. —¿No podrían ser ocho? —dijo él—. Mi asunto corre prisa. —Puedo enviar su telegrama dentro de diez días, si eso le sirve — propuse. —Ahora que lo pienso, no puedo confiar en que el te- legrama llegue a tiempo. La cuestión está así. Verá, él sale de Delhi hacia Bombay el 23. Eso quiere decir que pasará por Ajmir durante la noche del 23. —Pero yo voy al desierto Indio —expliqué. —Miel sobre hojuelas —dijo—. Usted tiene que hacer trasbordo forzosamente en el cruce de Marwar para en- trar en el territorio de Jodhpore, y él pasará por el cruce de Marwar en la madrugada del 24 a bordo del Correo
  • 33. . 33 . de Bombay. ¿Puede estar en el cruce de Marwar a esa hora? No le supondrá ninguna molestia pues sé por mí mismo que hay pocas ganancias esperando que alguien las recoja en estos estados centrales de la India, incluso haciéndose pasar por corresponsal del Backwoodsman. —¿Ha usado esa artimaña alguna vez? —Muchas veces, pero los residentes acaban por des- cubrirte y te escoltan hasta la frontera antes de que di- gas esta boca es mía. Pero volvamos a mi amigo. Tengo que hacer que el mensaje le llegue de palabra para que sepa lo que me ha pasado o no sabrá lo que tiene que hacer o adónde ir. Le quedaría muy agradecido si vol- viera de India Central a tiempo para alcanzarle en el cruce de Marwar y decirle: «Se ha ido al sur a pasar la semana». Él lo entenderá. Es un hombre grande con una barba pelirroja, un verdadero dandy. Lo encontrará durmiendo como un caballero, rodeado de todo su equipaje, en un compartimento de segunda clase. Pero no tema. Simplemente baje la ventanilla y diga: «Se ha ido al sur a pasar la semana», y él comprenderá el men- saje. Sólo tendrá usted que acortar dos días su estancia en aquellas tierras. Se lo pido como extranjero... que va al oeste —dijo con énfasis. —¿De dónde viene? —pregunté. —Del Este —contestó—; y sinceramente espero que haga usted lo que le pido y le dé mi mensaje, Se lo pido por la memoria de mi madre y de la suya.3 3 Con este antiguo intercambio de frases en principio inocuo para el profano que pueda oírles (y otras fórmulas secretas, además de con sus propios símbolos, toques y señas solo conocidas por ellos) se dan a conocer desde tiempos inmemoriales los masones entre sí. Ambos se reconocen así como hijos de la misma madre, «hijos de la viuda» y por tanto hermanos, y quedan desde ese
  • 34. . 34 . Los ingleses no solemos ablandarnos simplemente porque se apele a nuestras madres, pero por ciertas ra- zones, que pronto serán evidentes, contesté afirmati- vamente. —Es más importante de lo que parece —dijo—, y por eso le pido que lo haga... y ahora sé que puedo confiar plenamente en usted. Recuerde: Un vagón de segunda clase en el cruce de Marwar, con un hombre pelirrojo durmiendo dentro. Yo me bajo en la próxima estación, y allí tengo que quedarme hasta que él llegue o me mande lo que tiene que enviarme. —Si le encuentro le daré su mensaje —dije—; y por la memoria de su madre y de la mía le daré un consejo. No intente hacerse pasar por corresponsal del Ba- ckwoodsman en este momento por los estados de India Central. El verdadero está por la zona, y eso puede cau- sarle problemas. —Gracias —se limitó a decir—. Y ¿cuándo se irá ese cerdo? No voy a morirme de hambre sólo porque él me arruine mis «negocios». Quiero localizar al rajah de De- gumber por un asuntillo relacionado con la esposa de su fallecido padre, y darle un buen susto. —¿Qué le hizo el rajah a la viuda? —La atiborró de pimienta roja, la colgó de una viga y la mató a golpes de zapatilla. Lo descubrí yo mismo, y soy el único hombre que se atrevería a entrar en el es- tado para vender su silencio por dinero. Intentarán en- venenarme, como hicieron en Chortumna cuando quise hacer un poco de fortuna por allí. ¿Le dará mi mensaje a mi hombre en el cruce de Marwar? instante obligados a ayudarse uno al otro en cumplimiento de su juramento.
  • 35. . 35 . Se apeó en una pequeña estación al borde del camino, y yo reflexioné. Había oído hablar más de una vez so- bre tipos que se hacían pasar por corresponsales de pe- riódico y sangraban a los pequeños estados nativos con la amenaza de airear los chanchullos locales, pero nun- ca había conocido a uno de esta catadura. Llevaban una vida muy dura y por lo general solían morir de forma repentina. Los estados nativos tienen pánico hacia los periodistas ingleses, que pueden dar a conocer sus par- ticulares métodos de gobierno, y hacen lo que pueden para ahogar a sus corresponsales en champaña o do- blegar sus principios con un landó de cuatro caballos4 . Todavía no se han dado cuenta de que a nadie le im- porta un bledo cómo administren sus estados mientras la represión y el crimen se mantengan dentro de unos límites decentes, y que el gobernador no esté drogado, borracho o enfermo en todo momento. La Providencia creó los estados nativos para que nos suministraran paisajes pintorescos, tigres y temas para escribir obras de calidad. Son lugares tenebrosos, llenos de inimagi- nable crueldad: Tienen por un lado ferrocarril y telégra- fo, y a la vez están todavía en los tiempos de Harun-al- Raschid5 . Cuando bajé del tren me dediqué a negociar con di- versos reyezuelos locales, y en ocho días mi vida vio muchos altibajos. En ocasiones vestía de etiqueta, me codeaba con príncipes y políticos, bebía en copas de cristal y comía en vajilla de plata. En otros momentos me encontraba tirado en el suelo devorando lo que po- día conseguir en un plato hecho de hojas, bebiendo de 4 Giro cuya traducción sería «sobornándoles mediante el lujo». 5 Personaje de las mil y una noches, antiguo gobernante musul- mán (Califa de Bagdad).
  • 36. . 36 . los charcos y durmiendo bajo la misma manta que mi criado. Y ambas cosas en un mismo día. En la fecha convenida, como había prometido, me en- caminé al Gran Desierto Indio. El tren correo nocturno me dejó en el cruce de Marwar, desde donde sale una pequeña, divertida y despreocupada línea de ferroca- rril, dirigida por nativos, que va hacia Jodhpore. El Co- rreo de Bombay que viene de Delhi efectúa una breve parada en Marwar. Llegamos prácticamente a la vez, y tuve el tiempo justo para correr hasta el andén y echar una ojeada a los vagones. Solo había uno de segunda clase en todo el tren. Bajé la ventanilla y descubrí una flameante barba roja, medio oculta por una manta de viaje. Aquél era el hombre, profundamente dormido, así que le di un suave codazo en las costillas. Se desper- tó con un gruñido, y vi su cara a la luz de las farolas. Era una cara notable, magnífica. —¿Otra vez los billetes? —preguntó. —No —dije—. Estoy aquí para decirle que él se ha ido al sur a pasar la semana. ¡Se ha ido al sur a pasar la semana! El tren había empezado a moverse. El hombre pelirro- jo se frotó los ojos. —Se ha ido al sur a pasar la semana —repitió—. ¡Va- ya cara más dura!. ¿Le dijo que le daría una propina a cambio? ...Porque no lo voy a hacer. —No dijo nada —contesté. Salté del estribo y vi cómo se perdían las luces rojas en la oscuridad. Hacía un frío espantoso porque el vien- to soplaba desde las arenas del desierto. Subí a mi pro- pio tren, esta vez a un buen vagón, y me quedé dormi- do. Si el hombre de la barba me hubiera dado una rupia, la habría guardado como recuerdo de tan curiosa aven-
  • 37. . 37 . tura. Pero la conciencia de haber cumplido con mi de- ber fue mi única recompensa. Algo más tarde me dio por pensar que dos caballeros como mis nuevos amigos no podían estar tramando nada bueno fingiendo ser corresponsales. Y que si se dedicaban a chantajear a gente en una de esas pequeñas ratoneras que son los estados de India Central o del sur de Rajputana, era muy posible que terminaran teniendo serios apuros. Así que me tomé la molestia de describir sus rasgos lo más fielmente que pude a personas que podían estar interesados en deportarlos. Lo debí hacer bien pues luego me enteré de que los detuvieron y tra- jeron hasta la frontera de Degumber.
  • 38. . 38 . Pasó el tiempo y me convertí en una persona respeta- ble. Volví a encerrarme en una oficina donde no había reyes, ni más episodios relevantes que los derivados de la elaboración diaria de un periódico. Una redacción parece atraer a cualquier tipo de persona que se pueda imaginar, lo cual afecta negativamente a la disciplina. Llega una dama de la misión Zenana6 y le ruega al edi- tor que abandone inmediatamente todas sus obligacio- nes para describir una cristiana entrega de premios en algún tugurio de un pueblo inaccesible; un coronel re- levado del mando se sienta y esboza las ideas para una serie de diez, doce o veinticuatro artículos de primera plana sobre los derechos de antigüedad frente al ascen- so por selección; un misionero quiere saber por qué no le han permitido desviarse de su habitual batería de improperios para permitirle así insultar a otro misione- ro usando el anonimato del «nosotros»; una compañía teatral sin recursos se presenta en pleno para explicar que en ese momento no puede pagar sus anuncios, pero 6 Misioneras anglicanas que evangelizaban a las mujeres indias en sus casas.
  • 39. . 39 . que lo hará, con intereses, en cuanto vuelva de Nueva Zelanda o de Tahiti; un inventor de máquinas para mo- ver punkahs7 , de sistemas de enganches para carruajes, de ejes de ruedas o de espadas irrompibles, viene con todo perfectamente especificado y documentado en sus bolsillos llenos de presupuestos y papeles esperando que le dediques varias horas; gente cuya relación con- migo se limita a tomar el té redacta sus folletos de pro- paganda con mis plumas de la oficina; la secretaria de un comité de danza clama por ver descritas con más de- talle las glorias de su último baile; aparece entre frufrú de sedas una dama desconocida y dice: «Quiero que me imprima inmediatamente cien tarjetas de invitación, por favor», considerándolo, evidentemente, parte fun- damental de las obligaciones de un editor; todos los ru- fianes disolutos que han recorrido penosamente la Gran Carretera-Principal alguna vez se empeñan en pedir trabajo como correctores de pruebas. Y mientras tanto el teléfono suena todo el rato como un loco porque los reyes están siendo asesinados en Europa y los Imperios están diciendo «Ahora te toca a ti reinar», y el señor Gladstone invoca el fuego del infierno para que se de- rrame sobre el Imperio Británico, y los pequeños negros aprendices de copista gimotean como abejas cansadas para que les des más copias manuscritas con las que alimentar las rotativas y la mayoría del papel está tan vacío como el escudo de Mordred.8 7 Los hemos visto en las películas. Se trata de los grandes abani- cos colgantes del techo habitualmente movidos por sirvientes en las casas pudientes de las colonias en las que hacía calor. 8 Personaje legendario que encarna la traición para los británicos por haberse enfrentado en batalla contra el rey Arturo.
  • 40. . 40 . Y esa es la época divertida del año. Hay otros seis me- ses durante los cuales nunca viene nadie, y el termóme- tro sube, pulgada a pulgada, hasta el tope del cristal, y a la redacción sólo se deja entrar luz suficiente para leer, y las prensas, al tacto, están al rojo vivo, y nadie escribe nada salvo necrológicas o algo sobre algún es- pectáculo en las estaciones de las colinas. El sonido del teléfono se convierte entonces en un horrible tintineo, porque te comunica la muerte repentina de hombres y mujeres a quienes habías llegado a conocer bien, y el ca- lor pegajoso te cubre como un sudario, y tú te sientas y escribes: «Nos informan de un ligero incremento de la enfermedad en el distrito de Khuda Janta Khan. La na- turaleza del brote es puramente esporádica, y gracias a los enérgicos esfuerzos de las autoridades del distrito, ya está casi extinguido. Sin embargo hemos de informar con hondo pesar de la muerte de… etcétera». Luego la enfermedad se declara realmente, y cuanto menos se informe y menos registro se deje, mejor para la tranquilidad de los suscriptores. Pero los Imperios y los reyes siguen divirtiéndose tan egoístamente como siempre y el presidente opina que un diario debe salir a la calle una vez cada veinticuatro horas, y toda la gente que veranea en las tierras altas dice en medio de sus di- versiones: «¡Por favor! ¿No podría ser más divertido el periódico? ¡Con la cantidad de cosas que seguro que es- tán pasando!». Ésa es la cara oculta de la luna, y, como dice el anun- cio, «hay que probarlo para apreciarlo». Fue durante esta época, una estación especialmente calurosa, cuando el diario empezó a tirar la última edi- ción de la semana los sábados por la noche, que es co- mo decir los domingos por la mañana, siguiendo la cos- tumbre de los diarios de Londres. Esto resultaba muy
  • 41. . 41 . conveniente, porque inmediatamente después de que cerráramos la edición, el amanecer hacía que el termó- metro bajase de 36 grados a 29 durante media hora, y en ese frescor (nadie sabe cómo de frescos pueden ser 29 grados hasta que no ha rezado pidiendo que lle- guen) un hombre muy cansado puede quedarse dormi- do hasta que el calor le vuelve a despertar. Un sábado por la noche me tuve que hacer cargo de la agradable tarea de cerrar la edición solo. Un rey, o un cortesano, o una cortesana, estaba a punto de morir, o una comunidad iba a tener una nueva Constitución, o algo importante iba a pasar al otro lado del mundo, y el diario tenía que seguir abierto hasta el último minuto en espera del telegrama. Era una noche negra como bo- ca de lobo, todo lo bochornosa que puede ser una noche de junio, y el loo, el viento ardiente del oeste, aullaba entre los árboles secos como la yesca, fingiendo que la lluvia le pisaba los talones. De vez en cuando una gota de agua casi hirviendo caía en el polvo con el pesado ruido del chapoteo de una rana, pero todo nuestro ago- tado mundo sabía que sólo era una imaginación. La sombra en la habitación de las prensas hacía que estu- viera un poco más fresca que la redacción, así que me senté allí, mientras la máquina de componer crujía y daba chasquidos. Los chotacabras ululaban en las ven- tanas, y los cajistas, casi desnudos, se secaban el sudor de la frente y pedían agua. El asunto que nos retrasaba, fuese el que fuese, no llegaba, aunque el loo amainaba y el último tipo de imprenta estaba en su sitio. Toda la tierra permanecía inmóvil en aquel calor sofocante, con el dedo sobre los labios, en espera del acontecimiento. Somnoliento, me preguntaba si el telégrafo era una bendición, y si el hombre que agonizaba, o la gente que luchaba, estarían enterados de las molestias que el re-
  • 42. . 42 . traso estaba ocasionando. Aparte del calor y la preocu- pación no había un motivo especial para sentirse tenso, pero cuando las manecillas del reloj se acercaron len- tamente a las tres de la madrugada, e hice girar dos o tres veces los volantes de las máquinas para comprobar que todo estaba en orden antes de decir la palabra que las pondría en funcionamiento, habría empezado a dar gritos. Entonces, el rugido y traqueteo de las rotativas hizo añicos la calma. Me estaba levantando para irme, pero me encontré con dos hombres con trajes blancos que es- taban de pie frente a mí. El primero dijo: —¡Es él! —¡Claro que es é! —exclamó el segundo. Y mientras se secaban la frente los dos se echaron a reír casi tan fuerte como el rugido de las máquinas —Estábamos preparándonos para quedarnos dormi- dos en el suelo junto a la acequia cuando nos hemos fi- jado que había luz encendida al otro lado de la calle, y le he dicho aquí a mi amigo: «La redacción está abierta. Vamos a saludar al que nos sacó del estado de Degum- ber» —dijo el más bajo de los dos. Era el hombre que había conocido en el tren de Mhow, y su compañero era el barbudo pelirrojo del cruce de Marwar. Las cejas de uno y la barba del otro eran inconfundibles. No me alegré de verlos; quería dormir, no pelearme con un par de vagos. —¿Que quieren? —pregunté. —Media hora de charla con usted, frescos y cómodos, en su oficina —dijo el hombre de la barba roja—. Nos gustaría beber algo... no me mires así, Pechey, el contra- to todavía no está en vigor... pero lo que de verdad queremos es consejo. No queremos dinero. Se lo pedi-
  • 43. . 43 . mos como un favor porque nos enteramos de que nos jugó una mala pasada con lo del estado de Degumber. Los llevé de la sala de prensas a la sofocante oficina con sus mapas en las paredes, y el hombre pelirrojo se frotó las manos. —Esto sí que está bien —dijo—. Es el sitio que está- bamos buscando. Hemos llegado al lugar adecuado. Y ahora, señor, déjeme presentarle al hermano9 Peachey Carnehan, que es él, y al hermano Daniel Dravot, que soy yo, y en cuanto a las profesiones que hemos desempeñado, cuanto menos sepa, mejor, porque he- mos hecho de casi todo en nuestros tiempos: soldados, marineros, cajistas, fotógrafos, correctores de pruebas, predicadores callejeros y corresponsales del Ba- ckwoodsman cuando creímos que el periódico los nece- sitaba. Carnehan está sobrio, y yo también. Mírenos primero y comprobará que es verdad. Así no tendrá que interrumpirme. Vamos a coger uno de sus cigarros por cabeza, y usted verá cómo los encendemos. Observé sus movimientos. Aquellos tipos estaban completamente sobrios, así que les ofrecí un par de tra- gos sin hielo. —Perfecto —dijo Carnehan, el de las cejas peculiares, limpiándose el bigote—. Déjame hablar ahora a mí, Dan. Hemos recorrido casi toda la India y casi siempre a pie. Hemos sido caldereros, maquinistas, subcontra- tistas y todo eso, y hemos decidido que la India no es lo bastante grande para gente como nosotros. Sin duda ambos eran demasiado grandes para la re- dacción. Cuando se sentaron frente a mesa daba la im- presión de que la barba de Dravot ocupaba la mitad de 9 Tratamiento que se dan entre sí los francmasones en privado.
  • 44. . 44 . la estancia y los hombros de Carnehan la otra mitad. Este siguió hablando. —El país no está ni medio explotado, porque los que gobiernan no te dejan tocarlo. Pierden todo su bendito tiempo gobernándolo, y no puedes levantar una pala, ni picar una roca, ni buscar aceite, ni nada por el estilo, sin que todo el gobierno se abalance sobre ti diciendo: «Déjalo como esta y déjanos gobernar». Así pues, tal y como son las cosas, lo dejaremos estar, y nos iremos a algún otro sitio donde un hombre no se vea acosado y pueda tomar sus propias decisiones. No somos unos enclenques ni unos alfeñiques, y no hay nada que nos asuste salvo la bebida. Hemos firmado un contrato so- bre ese extremo. Así que nos vamos de aquí para ser reyes. —Reyes por derecho propio —masculló Dravot. —Claro, por supuesto —dije yo—, han estado cami- nando demasiado tiempo bajo el sol y hace una noche muy calurosa, y... ¿no sería mejor que lo consultaran con la almohada? Vuelvan mañana. —Ni borrachos ni con insolación —dijo Dravot—. Lo hemos consultado con la almohada medio año, también hemos consultado libros y atlas, y hemos decidido que actualmente sólo hay un lugar en el mundo donde dos hombres fuertes puedan reinar como el rajah de Saraw- hack. Lo llaman Kafiristán10 . Según mis cálculos, está en la esquina superior derecha de Afganistán, a no más 10 Este es el nombre que daban los europeos a los territorios situados al noroeste de la India, más allá del mítico paso de Khyber. Actualmente es el espacio fronterizo entre Afganistán y Pakistán. Kafiristán significa «el país de los que no tienen fe». Sin embargo, practicaban un culto solar a Iskander Kebir, que noso- tros conocemos como Alejandro Magno.
  • 45. . 45 . de trescientas millas de Peshawar. Allí tienen treinta y dos ídolos paganos, y nosotros seremos el treinta y tres y el treinta y cuatro. Es una región montañosa y las mu- jeres del lugar son muy bellas. —Pero hemos tomado precauciones también contra eso y está prohibido en el contrato —dijo Carnehan—. Ni mujeres ni alcohol, Daniel. —Y eso es todo lo que sabemos, excepto que nadie ha ido allí antes que nosotros. Y que hay guerras. Y un hombre que sepa entrenar hombres siempre podrá reinar en cualquier sitio donde haya guerras. Iremos a esas tierras y le diremos al primer rey que encontremos: «¿Quieres derrotar a tus enemigos?». Y le enseñaremos como se instruye una tropa, pues eso sabemos hacerlo mejor que nadie. Entonces derrocaremos al rey, nos apoderaremos del trono y fundaremos una dinastía. —Les harán pedazos antes de que estén a cincuenta millas al otro lado de la frontera —dije—. Tienen que viajar a través de Afganistán para llegar a ese país. Es una masa de montañas, picos y glaciares, y ningún in- glés la ha atravesado. Los habitantes son verdaderos animales salvajes, y aunque consiguieran dar con ellos no tendrían oportunidad alguna. —Tanto mejor. Nada nos agradaría más que nos cre- yera usted un poco más locos. Hemos venido a visitarle para saber más acerca de ese país, para leer algún libro sobre él y para que nos muestre algunos mapas. Que- remos que nos diga que estamos chiflados y que nos enseñe sus libros —dijo Carnehan, y se volvió hacia la estantería. —¿Me están hablando en serio? —pregunté. —Solo un poco —dijo Dravot amablemente—. Déje- nos ver el mapa más grande que tenga, aunque el espa- cio que debiera ocupar Kafiristán esté en blanco, y
  • 46. . 46 . cualquier libro que tenga también. Sabemos leer, aun- que no somos muy cultos. Desenfundé el gran mapa de la India de escala uno: doscientos mil, y dos pequeños mapas fronterizos; bajé el volumen INF-KAN de la Enciclopedia Británica, y aquellos hombres los estudiaron. —¡Mire aquí! —dijo Dravot, señalando con el pulgar sobre el mapa—. Peachey y yo conocemos el camino hasta Jagdallak. Estuvimos allí con el Ejército de Robert. Tenemos que girar a la derecha en Jagdallak, adentrar- nos en territorio Laghmann. Después tendremos que atravesar las montañas. Pasaremos entre colinas... cua- tro mil trescientos o... cuatro mil quinientos metros... Hará frío allá arriba pero en el mapa no parece estar muy lejos. Le alargué la obra las Fuentes del Oxo, de Wood. Carnehan estaba ensimismado en la Enciclopedia Bri- tánica. —Un lote surtido de grupos y tribus —dijo Dravot, pensativo—. Y no nos servirá de nada sabernos los nombres de cada una. A más tribus más pelearán entre ellos, y mejor para nosotros. De Jagdallak a Ashang. ¡Hmmm! —¡Pero toda la información que hay sobre esa zona es completamente vaga e imprecisa! —protesté—. En realidad, nadie sabe nada. Aquí está la carpeta del Uni- ted Services Institute. Lea lo que dice Bellew. —¡Al infierno Bellew! —dijo Carnehan—. Dan, son un apestoso montón de bárbaros paganos irredentos pero este libro dice que creen que están emparentados con nosotros los ingleses. Me dediqué a fumar mientras aquellos tipos se en- frascaban en las obras de Raverty, Wood, en los mapas y en la Enciclopedia Británica.
  • 47. . 47 . —No vale la pena que se quede esperándonos —dijo Dravot cortésmente—. Son ya casi las cuatro. Si quiere váyase a dormir. Quédese tranquilo. Nos iremos antes de las seis, y no vamos a robar ningún papel. No se asuste. Somos dos lunáticos inofensivos, y si viene ma- ñana por la noche al caravasar11 , nos podremos despe- dir. —Están ustedes chiflados —contesté—. Les harán volver nada más poner un pie en la frontera, o peor, les cortarán en pedacitos en el momento en que entren en Afganistán. ¿Quieren dinero o una carta de recomenda- ción para el sur? La semana que viene les puedo ayudar a encontrar trabajo. —La próxima semana ya estaremos trabajando duro, gracias —dijo Dravot—. Ser rey no es tan fácil como pa- rece. Cuando pongamos nuestro reino en orden se lo haremos saber, y podrá venir y ayudarnos a gobernar- lo. —¿Cree usted que dos lunáticos firmarían un contrato como este? —dijo Carnehan refrenando su orgullo mientras me enseñaba media hoja de cuaderno de notas grasienta en la que estaba escrito lo siguiente (lo copié al instante como curiosidad): Este es un contrato entre tú y yo poniendo a Dios por testigo... Amén y etc. Uno: Que tú y yo acordamos hacer juntos lo siguiente: ser reyes de Kafiristán Dos: Que tú y yo, mientras este asunto se resuelve, no beberemos alcohol, ni tomaremos mujer alguna, ni ne- gra, ni blanca, ni mestiza, para evitar enredarnos con 11 Plaza dentro de las murallas o lugar a las puertas de una ciu- dad india que sirve de punto de salida a las caravanas.
  • 48. . 48 . cosas tan perjudiciales Tres: Que nos comportaremos con dignidad y discre- ción, y si uno de nosotros se mete en un lío podrá con- tar con el otro. Firmado ti y por mí en el día de hoy. Peachey Taliaferro Carnehan Daniel Dravot Ambos caballeros libres y sin domicilio establecido. —El último artículo no hacía falta —dijo Carnehan, enrojeciendo con modestia—, pero así parece más serio. Ahora ya sabe la clase de hombres que son los vaga- bundos... nosotros, Dan, somos buscavidas, hasta que salgamos de la India... y, ¿cree que firmaríamos un con- trato como éste a si no fuéramos sinceros? Tenga en cuenta que nos apartamos adrede de las dos cosas que hacen que la vida valga la pena vivirse. —No disfrutarán de sus vidas durante mucho más tiempo si emprenden esta estúpida aventura. No in- cendien la oficina —les advertí—, y váyanse antes de las nueve. Los dejé enfrascados en los mapas y tomando notas en el reverso de su «Contrato». «Mañana en el Carava- sar, no falte». Fueron sus palabras de despedida.
  • 49. . 49 . El caravasar de Kumharsen tiene forma cuadrada y es una enorme alcantarilla humana, donde las recuas de caballos y camellos que vienen del Norte traen y llevan mercancías. Allí se pueden encontrar todas las naciona- lidades del Asia Central así como la mayoría de las ra- zas de la India. Balkh y Bokhara se dan la mano con Bengala y Bombay, y se enseñan mutuamente los dien- tes. En el caravasar de Kumharsen puedes comprar po- nies, turquesas, gatos persas, alforjas, ovejas de rabo grueso y almizcle, y conseguir muchas cosas exóticas por nada. Fui por la tarde, para comprobar si mis ami- gos mantenían su palabra o me los encontraba tirados por ahí, borrachos. Un imán vestido con jirones de tela y harapos se diri- gió con paso danzante hacia mí haciendo girar con gra- vedad uno de esos molinillos de papel con los que jue- gan los niños. Tras él iba su criado, doblado bajo el peso de un cajón de juguetes de barro. Ambos estaban car- gando dos camellos, y todo el mundo a su alrededor los miraba riéndose a carcajadas.
  • 50. . 50 . —El Ulema12 está loco —me dijo un tratante de caba- llos—. Va a Kabul, a venderle juguetes al emir. Una de dos: o le rendirán honores o le cortarán la cabeza. Llegó esta mañana y ha estado comportándose como un loco desde entonces. —Dios protege a los tontos —tartamudeó un uzbeco de cara chata en un hindi incorrecto—. Predicen el futu- ro. —¡Ya podrían haber predicho que los shinwaris ata- carían mi caravana cuando estábamos a un tiro de pie- dra del Paso! —gruñó el agente ausufzai de una casa de comercio de Rajputana, cuyas mercancías se habían re- partido otros ladrones nada más pasar la frontera, y cuyas desventuras eran, el hazmerreír del bazar. —Oye, Ulema, ¿de dónde vienes y adónde vas? —¡Vengo de Roum! —gritó el sacerdote, agitando el molinete—. ¡Desde Roum, vengo atravesando el mar en alas del aliento de cien diablos! ¡Oh ladrones, embuste- ros, perjuros! ¡La bendición de Pir Kahn caiga sobre los cerdos, los perros y los blasfemos! ¿Quién llevará al norte al Protegido de Dios para que le venda al emir amuletos que nunca se han visto antes? Los camellos no flaquearán, los hijos no enfermarán y las esposas segui- rán fieles mientras estén lejos sus hombres, para los que me ofrezcan sitio en su caravana. ¿Quién me ayudará a azotar al rey de Roos con el tacón de plata de una zapa- tilla de oro? ¡Que la protección de Pir Kahn bendiga su trabajo! —se abrió los faldones de la gabardina y empe- zó a hacer piruetas entre las hileras de caballos atados. —Dentro de veinte días saldrá una caravana de Pes- hawar hacia Kabul, santón —dijo el comerciante au- 12 Doctor de la ley islámica
  • 51. . 51 . sufzai—. Mis camellos van en ella. ¡Ven tú también y tráenos buena suerte! —¡Yo salgo ya! —gritó el sacerdote—. ¡Montaré en mis camellos alados, y estaré en Peshawar en un día! ¡Eh! ¡Hazar Mir Khan! —le gritó a su criado—. ¡Saca los camellos, pero deja que monte primero el mío! Cuando la bestia se arrodilló, saltó sobre su lomo, y volviéndose hacia mí gritó: —Ven tú también, sahib. Acompáñanos un trecho del camino yte podré vender un amuleto, uno que te con- vertirá en rey de Kafiristán. Entonces lo vi todo de pronto tan claro como el día. Seguí a los dos camellos fuera del caravasar, hasta que llegamos a campo abierto y el ulema se detuvo. —¿Qué le parece? —dijo en inglés—. Carnehan no habla su jerga, así que lo he convertido en mi criado. Un criado muy refinado. De algo me tenía que valer haber pateado el país durante catorce años. ¿Verdad que sonaba bien? Nos uniremos a alguna caravana en Peshawar hasta llegar a Jagdallak. Allí trataremos de cambiar los camellos por burros, y entraremos en Kafi- ristan. ¡Molinillos para el emir! ¡Señor! Meta la mano en las alforjas y dígame lo que toca. Toqué la culata de un rifle Martini13 , y la de otro, y la de otro más. —Llevamos veinte… —dijo Dravot plácidamente—, y su munición correspondiente, bajo los molinetes y las muñecas de barro. —¡Que el Cielo le ayude si les cogen con todo eso! — dije—. Para un pathan, un Martini vale su peso en pla- ta. 13 El rifle Martini-Henry fue adoptado en esa época por el ejército británico por su potencia de fuego y su sistema de carga.
  • 52. . 52 . —Mil quinientas rupias de capital, todas las que pu- dimos mendigar, o pedir prestadas, o robar. Todo in- vertido en estos dos camellos —dijo Dravot—. No nos cogerán. Vamos a atravesar el Khyber con una caravana corriente. ¿Quién tocaría a un pobre sacerdote loco? —¿Tienen todo lo que necesitan? —pregunté, pasma- do de asombro. —Todavía no, pero lo tendremos pronto. Denos algo en recuerdo de su amistad, hermano14 . Ayer me hizo un favor, y otro aquella vez en Marwar. La mitad de mi reino será suya, como dice el refrán. La cadena de mi reloj acababa rematada por una joya en forma de compás. La desenganché y se lo tendí al «sacerdote».15 14 La apelación final de despedida a la hermandad masónica en- tre ambos sugiere una estrecha complicidad presumida por Dra- vot y consolidada a medida que la aventura se hacía realidad en Kipling. 15 En aquella época era muy frecuente que los francmasones lle- varan entre sus pertenencias algún tipo de identificativo de su pertenencia a la hermandad en forma de anillo, alfiler de corbata, colgante de cadena, etc. El compás y la escuadra eran los más habituales, pero también lo eran las hojas de la acacia, el ojo del delta encerrado en su triángulo, la colmena de abejas, la ploma- da, el ajedrezado, etc. De este modo a través del reconocimiento de estos símbolos los masones del imperio, repartidos por las co- lonias y habitantes de un mundo que no era el suyo, encontraban rápidamente a sus iguales tanto para simplemente hacer relacio- nes sociales o comerciales, como en caso de necesidad de ayuda. El uso público de estos símbolos suponía además la puesta a disposición de cualquier otro masón que como tal se identificara en lo que le pudiera ayudar, en cumplimiento de su juramento de ayuda mutua. El regalo de un masón a otro de una de estas joyas encierra un deseo de que la red masónica mundial le ayude en el cumplimiento de sus metas.
  • 53. . 53 . —Adiós —dijo Dravot, estrechándome la mano con cautela—. Es la última vez en mucho tiempo que le dare- mos la mano a un inglés. Dale la mano, Carnehan —gritó cuando el segundo camello pasó junto a mí. Carnehan se inclinó y me estrechó la mano. Después, los camellos se alejaron por el polvoriento camino, y me quedé a solas con mi asombro. No pude detectar el me- nor fallo en sus disfraces. Lo ocurrido unos minutos an- tes en el caravasar demostraba que su careta era perfec- ta a ojos de los nativos. Por lo tanto, había una posibili- dad de que Carnehan y Dravot cruzasen Afganistán sin que los descubrieran. Pero más allá encontrarían la muerte... una muerte segura y espantosa. Diez días más tarde, un corresponsal nativo que me comunicaba las noticias del día en Peshawar concluía su carta con estas palabras: «Nos hemos reído mucho por aquí a costa de un ulema chiflado que, según dice, tiene intención de vender a Su Alteza el emir de Bokha- ra baratijas y chucherías insignificantes a las que atri- buye grandes poderes. Pasó por Peshawar y se unió a la segunda caravana que este verano sale para Kabul. Los mercaderes están contentos porque son supersticiosos y creen que un par de locos como esos les traerán buena suerte». Por lo tanto, los dos habían cruzado la frontera. Ha- bría rezado por ellos, pero aquella noche murió en Eu- ropa un rey de verdad, y tuve que redactar una necro- lógica.
  • 54. . 54 . La rueda del mundo gira sobre sí misma y pasa por las mismas fases una y otra vez. Pasó el verano, llegó el in- vierno, vino otro verano y pasó éste también. El diario seguía publicándose, y yo seguía trabajando en él. Du- rante el tercer verano tuvimos una noche calurosa, una edición nocturna y una tensa espera por algo que de- bían telegrafiar desde el otro lado del mundo, exacta- mente como había ocurrido la vez anterior. Unos cuan- tos hombres importantes habían muerto en los dos úl- timos años. Las rotativas estaban más destartaladas y trabajaban con mayor estruendo. Algunos árboles del jardín de la redacción eran un poco más altos, pero en esas cosas estaba toda la diferencia. Entré en la sala de prensas, y viví una escena como la que acabo de describir. La tensión nerviosa era más fuerte que dos años antes, y yo sufría más a causa del calor. A las tres de la madrugada grité: «¡Empezad a imprimir!», y me levanté para irme. Entonces vi que se arrastraba hacia mi silla lo que quedaba de un hombre. Iba encorvado hasta el suelo, tenía la cabeza hundida entre los hombros, doblado so- bre sí mismo como un signo de interrogación, y movía
  • 55. . 55 . los pies torpemente, como un oso. Apenas podía estar seguro de si andaba o se arrastraba... y aquel quejum- broso y harapiento lisiado se dirigió a mí llamándome por mi nombre, gimoteando que había regresado. —¿Puede darme un trago? —balbuceó—. ¡Por el amor de Dios, deme un trago! Volví a la mesa y encendí la lámpara. Aquel hombre me siguió quejándose de dolor a cada paso. —¿No me reconoce? —dijo entre jadeos mientras se derrumbaba en una silla. Entonces volvió hacia la luz su rostro desfigurado y coronado por una mata de pelo gris. Lo miré atentamente. Alguna vez había visto unas ce- jas que formaban sobre aquella nariz una franja ancha pero aunque me hubiera ido la vida en ello era incapaz de recordar dónde. —No, no le conozco —dije, tendiéndole un whisky—. ¿Qué puedo hacer por usted? Bebió un trago sin rebajarlo, y se estremeció a pesar del sofocante calor. —He vuelto —repitió— y fui rey de Kafiristán. Am- bos lo fuimos. Dravot y yo... ¡fuimos reyes coronados16 ! En esta oficina cerramos nuestro acuerdo. Usted estaba sentado ahí y nos dejaba libros. Soy Peachey, Peachey Taliaferro Carnehan, y usted ha estado aquí sentado desde entonces... ¡Dios mío! Yo estaba más que asombrado y la expresión de mi cara lo reflejaba. —Es verdad —dijo Carnehan con una risa mordaz y socarrona, mientras se acariciaba los pies envueltos en harapos—. Tan cierto como el Evangelio. Fuimos reyes, con coronas sobre la cabeza... Dravot y yo... pobre 16 Otra referencia que solo los iniciados pueden captar.
  • 56. . 56 . Dan... ¡pobre, pobre Dan, que nunca escuchó un conse- jo, ni cuando se lo supliqué! —Bébase el whisky —dije— y tómese el tiempo que necesite. Cuénteme todo lo que recuerde de principio a fin. Cruzaron la frontera con sus camellos, Dravot dis- frazado de sacerdote loco y usted de criado. ¿Se acuer- da de eso? —No estoy loco... todavía, aunque pronto lo estaré. Claro que me acuerdo. Siga mirándome, o toda mi his- toria se hará pedazos. Siga mirándome fijamente a los ojos y no diga nada. Me incliné hacia adelante y le miré a la cara tan direc- tamente como pude. Una de sus manos resbaló en la mesa y se la cogí por la muñeca. Estaba retorcida como la garra de un pájaro, y en el dorso había una cicatriz roja e irregular en formó de diamante. —No, no mire eso. Míreme a mí —dijo Carnehan—. Eso viene luego, pero por amor de Dios, no me distrai- ga. Nos unimos a esa caravana. Dravot y yo hacíamos todo tipo de payasadas para divertir a la gente con la que íbamos. Dravot solía hacernos reír por la noche, cuando todo el mundo estaba preparando la cena... preparando la cena, y... ¿qué hacían después? Encen- dían pequeñas fogatas y las chispas volaban hasta la barba de Dravot, y todos nos moríamos de risa. Peque- ñas chispas rojas flotando hasta la gran barba roja de Dravot... ¡Era tan divertido!... Sus ojos se apartaron de los míos y sonrió tontamente. —Después de lo de las fogatas —dije al azar— fueron a Jagdallak con esa caravana. Allí la abandonaron para intentar llegar a Kafiristán. —No, no hicimos eso. ¿De qué está hablando? Nos separamos de la caravana antes de Jagdallak, porque oímos que los caminos estaban en buenas condiciones.
  • 57. . 57 . Aunque no lo bastante para permitir el paso a nuestros dos camellos. El mío y el de Dravot. Cuando dejamos la caravana Dravot y yo nos despojamos de nuestras ves- tiduras, y me dijo que desde ese instante seríamos pa- ganos porque los kafires no consienten que los musul- manes les dirijan la palabra. Así que no nos vestimos ni de una cosa ni de otra, y vi a Daniel Dravot con un as- pecto con el que nunca le había visto y con el que espe- raba no volver a verle. Se quemó la mitad de la barba, se colgó una piel de oveja del hombro y se afeitó la ca- beza de manera que se formaban en ella extraños dibu- jos. También me rapó a mí, y me hizo llevar objetos ex- travagantes para parecer un bárbaro. Era en un territo- rio muy montañoso, y nuestros camellos ya no podían avanzar debido a lo escarpado del terreno. Las monta- ñas eran altas y negras, y volviendo a casa las vi luchar como cabras salvajes... hay montones de cabras en Kafi- ristán. Y esas montañas nunca están quietas, igual que las cabras. Siempre se están peleando y por las noches su lucha no te deja dormir. —Beba un poco más de whisky —dije muy despa- cio—. Cuénteme ¿Qué hicieron Dravot y usted cuando los camellos no pudieron seguir por culpa de los escar- pados caminos que llevan a Kafiristán? —¿Qué hizo quién? Una de las partes contratantes se llamaba Peachey Taliaferro Carnehan. Viajaba con la otra parte. Con Daniel Dravot. ¿Quiere que le hable de él? Murió allí. En la nieve. Al viejo Daniel lo arrojaron del puente y cayó girando y retorciéndose, como esos molinillos que íbamos a venderle al emir por un peni- que cada uno... o no, eran dos molinetes por tres me- dios peniques,.. me duele todo y estoy muy confundi- do... Los camellos se hicieron inútiles, y Peachey le dijo a Dravot: «Por amor de Dios, salgamos de aquí antes de
  • 58. . 58 . que nos rompamos la cabeza», y como no tenían nada para comer, mataron a los camellos allí entre las mon- tañas, pero primero descargaron las cajas con los rifles y la munición. Estuvieron así hasta que aparecieron dos hombres con cuatro mulas. Dravot se levantó y empezó a bailar delante de ellos cantando «Véndeme cuatro mulas». Uno de aquellos hombres dijo: «Si eres lo bas- tante rico para comprar, eres lo bastante rico para que te roben», pero antes de que pudiera echar mano al cu- chillo, Dravot le rompió el cuello con la rodilla y el res- to del grupo huyó. Carnehan cargó las mulas con los ri- fles que bajamos de los camellos, y juntos siguieron adelante en aquellas tierras montañosas y con un frío cortante. En ningún momento el camino fue más ancho que el dorso de la mano. Hizo una pausa, y le pregunté si podía recordar cómo era el país que habían atravesado en su viaje. —Se lo estoy contando tan claramente como puedo pero mi cabeza no funciona tan bien como debiera. Me la atravesaron con clavos para que pudiera escuchar con más claridad cómo moría Dravot. El país era mon- tañoso, las mulas eran de lo más terco y los habitantes vivían dispersos y aislados. Las montañas subían hasta el cielo y bajaban hasta los abismos, y la otra parte, la que se llamaba Carnehan, le imploraba a Dravot que no cantara ni silbara tan alto por miedo a desencadenar horribles avalanchas. Pero Dravot decía que si un rey no puede cantar no vale la pena ser rey, y golpeaba la grupa de las mulas, y durante diez fríos días no me hi- zo caso. Llegamos a un valle grande y llano entre las montañas, y las mulas estaban medio muertas, así que, como no teníamos nada que comer, ni nosotros ni ellas, las sacrificamos. Luego nos sentamos en las cajas, y ju-
  • 59. . 59 . gamos a pares y nones con los cartuchos que se habían derramado. Entonces un día de pronto vimos aparecer a diez hombres corriendo valle abajo con arcos y flechas per- siguiendo a otros veinte armados igual. La pelea fue espantosa. Eran hombres blancos, más blancos que us- ted y que yo, rubios y notablemente corpulentos. Dra- vot, sacó dos rifles y dijo: «Aquí empieza el negocio. Pongámonos de su lado», y según lo está diciendo dis- paró sobre los perseguidos. Sentado en una roca derri- bó a uno de ellos desde algo menos de doscientos me- tros. Los otros quisieron huir, pero Carnehan y Dravot, cómodamente sentados en las cajas, los fueron liqui- dando uno a uno desde todas las distancias, valle arriba o valle abajo. Luego nos acercamos al grupo que les perseguía. También habían echado a correr por la nieve y nos dispararon una flechita de juguete. Dravot dispa- ró sobre sus cabezas, y todos se echaron al suelo boca abajo. Luego caminó entre ellos, les pisoteó y dio pata- das, y después… los levanta y estrecha la mano para ganárselos. Los llama y les dice que carguen las cajas. Y saluda con la mano levantada de manera grandilocuen- te como haría un auténtico rey. Tras eso los llevan a ellos y a las cajas a través del valle y colina arriba hasta un pequeño pinar en la cumbre, donde había media do- cena de grandes ídolos de piedra. Dravot se acerca al más grande, uno al que llaman Imbra, y coloca a sus pies un rifle y un cartucho. Frota respetuosamente la nariz del ídolo contra la suya, le da unas palmaditas en la cabeza y se inclina ante él. Se vuelve en redondo ha- cia los guerreros y dice: «De acuerdo. Tomo nota. To- dos estos viejos chiflados son mis amigos». Después abre la boca y la señala. Un primer hombre le trae co- mida, pero él dice «No». Un segundo hombre le trae la
  • 60. . 60 . comida y él vuelve a decir «No». Entonces entre un an- ciano sacerdote y el jefe de la aldea le traen comida y Dravot dice con altanería «Sí», y se pone a comer to- mándose su tiempo. Así fue como llegamos a nuestro primer poblado, sin ningún problema, como caídos del cielo. Pero en reali- dad de donde caímos finalmente fue de uno de esos malditos puentes de cuerdas, ¿sabe?, y... no esperará que un hombre se ría mucho después de eso... —Beba un poco más de whisky y continúe —dije—. Ése fue el primer poblado que encontraron. ¿Cómo lle- garon a ser reyes? —Yo no fui rey —dijo Carnehan—. Dravot era el rey. Tenía un aspecto majestuoso con la corona de oro sobre la cabeza y todo el resto de la parafernalia. Él y su socio se quedaron en aquel poblado, y todas las mañanas Dravot se sentaba al lado del viejo Imbra, y la gente ve- nía y lo reverenciaba. Así lo había ordenado Dravot. Tras aquello llegaron más hombres al valle y Car- nehan y Dravot volvieron a disparar sus rifles y les ma- taron antes siquiera de que supieran de dónde les lle- gaba la muerte. Fueron al otro lado del valle donde encontraron otro poblado como el primero y Dravot preguntó cuál era el problema entre los dos poblados. La gente señaló a una mujer, tan blanca como usted o yo, que llevaron ante él a rastras. Había sido raptada y Dravot la devolvió al primer poblado y contó los muertos. Eran ocho. Dravot derramó un poco de leche sobre la tierra por cada uno de ellos y agitando los brazos como un molinete dijo: «Así está bien». Luego él y Carnehan llevaron del brazo a los dos jefes de cada poblado hasta el fondo del valle. Allí les hicieron cavar una zanja con una lanza a lo lar- go del valle y les asignaron a cada uno una porción de
  • 61. . 61 . tierra a cada lado de la zanja. Luego todo el mundo bajó y se pusieron a gritar como demonios. Y en ese momen- to Dravot les dijo: «Id y labrad la tierra, y sed fecundos y multiplicaos». Y se fueron, como les había dicho, aunque no habían entendido nada. Luego preguntamos los nombres de las cosas en su jerga: pan, agua, fuego, ídolos y cosas así. Dravot llevó a continuación a ambos sacerdotes junto al ídolo, y les dijo que desde entonces se sentaría allí y juzgaría a la gente, y que si algo no se hacía como él decía les pegaría un tiro. Así que a la semana siguiente todos estaban trabajan- do la tierra callados como abejas pero mucho más agra- dables a la vista, y los sacerdotes escuchaban las quejas y mediante gestos traducían a Dravot en qué consistían. «Esto es solo el principio —Me dijo Dravot—. Creen que somos dioses.» Los dos socios eligieron veinte hombres útiles. Les enseñaron a disparar un rifle, a formar en fila de a cua- tro, a avanzar en línea. Estaban muy contentos y como eran listos le cogieron enseguida el tranquillo. Un día Dravot dejó en un poblado su pipa y en el otro su petaca de tabaco… y nos fuimos a ver qué se podía hacer en el siguiente valle. Era un sitio rocoso y había un poblado pequeño. Carnehan dijo: «Mándalos al otro valle a trabajar la tierra», y los sacó de allí y les dio un trozo de tierra de la que aún no había sido repartida. Eran muy pobres, y los ungimos con la sangre de un cabritillo antes de dejarlos entrar en el nuevo reino. Lo hicimos para impresionarlos. Tras ello se establecieron tranquilamente. Carnehan volvió con Dravot, que había ido a otro valle, todo de nieve y hielo y muy montaño- so. Allí no había gente y a nuestros soldados aquello les dio miedo así que Dravot le había pegado un tiro a uno
  • 62. . 62 . y luego había seguido hasta que encontró un poblado habitado. Nuestros hombres explicaron a los lugareños que era mejor que no usaran contra ellos sus carabinas de mecha de juguete a menos que quisieran que los ma- taran. Nos hicimos amigos del sacerdote del poblado, y yo me quedé allí solo con dos soldados enseñando ins- trucción a los hombres. Entonces, una mañana, un jefe imponente de grande apareció. Llegó de las nieves, tañendo timbales y cuer- nos, porque había oído que un nuevo dios estaba por los alrededores. Carnehan ajustó el alza del rifle. Apun- tó a aquellos tipos morenos que estaban a media milla de distancia,.. y la bala rozó el hombro de uno de ellos. Tras esa demostración envió un mensaje al líder dicién- dole que, a menos que quisiera morir, debía tirar sus armas y venir en son de paz. Primero vino el jefe solo. Carnehan le dio la mano y agitó los brazos como Dra- vot hacía. El jefe se quedó muy sorprendido y me tocó las cejas. Después Carnehan, a solas con el jefe, le pre- guntó con gestos si tenía algún enemigo que odiase. «Lo tengo», dijo el jefe. Así que Carnehan seleccionó de entre ellos a los mejores hombres y dio orden de que dos de sus soldados les enseñaran el arte militar. Al ca- bo de dos semanas maniobran tan bien como un cuerpo de voluntarios, así que marchó con el jefe y sus hom- bres recién entrenados hacia una gran meseta en lo alto de una montaña. Desde allí atacaron y tomaron una al- dea mientras nosotros con tres de nuestros rifles Marti- ni hacíamos fuego sobre el grueso del enemigo. Así que también conquistamos aquel poblado. Entonces le di al jefe un trozo de mi guerrera y le dije: «Llévalo por mí hasta que vuelva», como se cita en la Biblia. Para que no se olvidara, cuando mis soldados y yo estábamos a unas mil ochocientas yardas, le disparé. La bala dio a su
  • 63. . 63 . lado, en la nieve, junto a su pie. Todos se tiraron boca abajo como movidos por un resorte. Tras aquello man- dé una carta a Dravot para que le llegara donde estu- viera, fuera en el mar o en la tierra. Aún a riesgo de hacer que aquella criatura perdiese el hilo de la historia, le interrumpí para preguntarle: —¿Cómo pudo escribir una carta desde allí? —¿La carta?... ¡Ah, la carta! Por favor, no deje de mi- rarme a los ojos. Se trataba de una carta «escrita» en una cuerda. Nos había enseñado a hacerla un mendigo ciego del Punjab. Recuerdo que una vez vino a la redacción un hombre ciego con un palito nudoso y un trozo de cuerda que enrollaba en torno al palito según un código propio. Tras un lapso de horas o de días, podía repetir la frase que había enrollado. Aquel hombre había reducido el alfabeto a once sonidos elementales. Trató de enseñar- me su método, pero no pude entenderlo. Le mandé una carta de ese tipo a Dravot —dijo Car- nehan—. Le decía que volviera porque su reino estaba creciendo demasiado para poderlo controlar yo solo. Luego me dirigí al primer valle, para ver cómo trabaja- ban los sacerdotes. Al poblado que tomamos con el jefe lo llamaban Bashkai, y al primer poblado, Er-Heb. Allí los sacerdotes lo estaban haciendo muy bien, pero ha- bía un montón de litigios pendientes sobre las tierras y habían tenido varios ataques nocturnos de hombres de otro poblado que les habían lanzado flechas. Busqué la aldea de la que venían los atacantes. Disparé cuatro ti- ros desde unas mil yardas. Con eso gasté los cartuchos que quería gastar y mantuve a mi gente tranquila. Tras eso esperé a Dravot que ya llevaba fuera tres o cuatro meses.
  • 64. . 64 . Una mañana escuché un ruido infernal de tambores y cuernos y vi a Dravot descendiendo la colina al frente de un ejército y con un séquito de cientos de hombres y, lo que era más asombroso, con una enorme corona de oro sobre su cabeza. «—Dios mío, Carnehan, región, toda la que merece la pena, está en nuestro poder. ¡Soy el hijo de Alejandro y de la reina Semíramis, y tú eres mi hermano pequeño y también eres un dios! Es la cosa más grande que jamás hemos visto. He marchado al combate durante seis se- manas con este ejército, y cada insignificante aldea en cincuenta millas a la redonda se ha unido a él encanta- da. ¡Y aún hay más! ¡Tengo en mis manos la clave de todo el asunto, como te demostraré! ¡y he conseguido una corona también para ti! Les dije que forjaran dos en un lugar llamado Shu, donde se encuentra oro sobre las piedras como si fuera grasa sobre la carne de oveja. He visto oro, y turquesas, que he sacado a patadas de los desfiladeros, y hay granates en las arenas del río, y éste es el trozo de ámbar que me trajo un hombre. Llama a todos los sacerdotes y toma, coge tu corona.» Uno de los hombres abrió una bolsa de pelo negro, y saco una corona. Era demasiado pequeña y pesada, pe- ro me la puse por aquello de la gloria. Era oro batido... pesaba cinco libras, Tenía forma de aro, como el de un barril. —«Peachey —dijo Dravot—, no nos hace falta seguir luchando. ¡La clave es la Francmasonería! ¡Ayúdame! ¡Ya verás!» —y empujó delante de mí al mismo jefe que yo había dejado al mando en Bashkai... (luego lo llama- ríamos Billy Fish por su enorme parecido con el Billy Fish que conducía la locomotora en Mach-on-the-Bolan en los viejos tiempos).
  • 65. . 65 . —«Dale la mano» —me dijo Dravot. Yo le ofrecí mi mano para estrechar la suya. Y de pronto, casi me caí al suelo, porque lo que Billy Fish me devolvió fue la seña secreta masónica de los aprendices.17 Sin decir nada me aventuré a probar el apretón de manos de los compañeros.18 Contestó perfectamente. Entonces, por último, le di el toque de los Maestros Ma- sones19 , pero a este ya no respondió. —¡Es un Hermano Masón! ¡Un compañero! —le dije a Dan—. ¿Sabe la palabra?20 —La sabe –dice Dan—. Todos los sacerdotes la cono- cen. ¡Es un milagro! Los jefes y los sacerdotes forman una Logia de Masones21 muy parecida a nuestra Logia madre22 , y todos han hecho sus marcas en las rocas23 . Pero no conocen el Tercer Grado. Tan verdad como la palabra de Dios. Durante todos estos años había oído 17 Los masones se reconocen entre sí por toques y saludos sólo conocidos por ellos que además les indican el grado que tiene su «hermano» dentro de la masonería, en este caso el primer grado de la masonería azul, el de aprendiz masón. 18 Segundo grado masónico. 19 Tercer grado masónico. 20 Contraseña que sólo conocen los masones y que constituye la última prueba definitiva de reconocimiento entre ellos. 21 Grupo de Hermanos Masones, célula básica de la organización de la masonería en la que trabajan y se reúnen. 22 Logia en que cada Masón se inicia aunque luego pueda perte- necer a otra si viaja o es trasladado o destinado a otro lugar. El propio Kipling tiene un poema titulado así. 23 Referencia masónica al grado alcanzado por todos ellos dentro de la orden. Se relaciona con las marcas que cada cantero dejaba en su parte de la obra o en los sillares tallados por ellos para co- brar luego en proporción al trabajo realizado. Solo pueden tener marca propia a partir de ciertos grados según el rito masónico de que se trate en cada caso.
  • 66. . 66 . hablar de afganos que habían llegado a Compañeros y conocían el segundo grado en la Orden, pero esto es un milagro. Soy su Dios y soy Maestro Masón, así que abriré una Logia de Tercer Grado, exaltando24 a este grado a los sacerdotes y a los jefes de los poblados. —Va contra la ley masónica —dije—. No se pueden levantar columnas25 sin autorización y tú sabes que ni tú ni yo hemos tenido oficio26 nunca en nuestra Logia. —Es lo que en política llaman un golpe maestro —dijo Dravot—. Podemos gobernar el país con la misma faci- lidad con que un vagón de cuatro ruedas desciende una cuesta. No podemos pararnos con preguntas ahora o se volverán contra nosotros. Tengo cuarenta jefes a mis pies, y serán exaltados de acuerdo con sus méritos. Alo- ja a estos hombres en los poblados y vamos a organizar algún tipo de Logia. El templo de Imbra servirá de templo masónico. Tienes que enseñar a las mujeres a hacer mandiles27 . Convocaré a los jefes esta noche y mañana habrá Tenida28 . A pesar de todo lo que tenía que hacer no se me esca- paba la ventaja que suponía para nosotros este asunto de la Hermandad. Enseñé a las mujeres de los sacerdo- tes a hacer mandiles de los distintos grados. En el Man- 24 Ascendiendo en lenguaje masónico. 25 Abrir una Logia nueva. 26 Se refiere a los cargos simbólicos que desempeñan en cada Lo- gia sus principales miembros. 27 El mandil es la prenda masónica por excelencia. Todos los ma- sones lo visten en sus reuniones y son diferentes según el grado. Se trata de un rectángulo de piel de cordero o de tela blanca adornado vistosamente con motivos masónicos y gran simbolis- mo que se viste portándolo por debajo de la cintura alrededor de la que se ata. 28 Nombre de las reuniones de los francmasones.
  • 67. . 67 . dil de Dravot la orla azul29 y los símbolos estaban bor- dados con trozos de turquesa sobre cuero blanco en lu- gar de tela. Usamos como sitial para el Venerable Maes- tro una enorme piedra cuadrada que había en el tem- plo, y piedras más pequeñas para asientos de los vigi- lantes. Pintamos cuadrados blancos sobre las piedras negras del suelo e hicimos lo que pudimos para que el asunto pareciera auténtico y todo fuera correcto según el ritual.30 En el consejo que se celebró esa noche en la ladera de la colina alrededor de grandes hogueras Dravot anun- ció que él y yo éramos dioses e hijos de Alejandro, y que éramos los últimos Grandes Maestres de la Her- mandad. Dijo que había venido a hacer de Kafiristán un 29 Alrededor del rectángulo que constituye el mandil y de su so- lapa se cose una cenefa que lo bordea. El color de la misma cam- bia según la obediencia masónica a la que se pertenezca. En este caso el azul nos habla de la masonería de corte anglosajón, como es lógico en este contexto, pero otras obediencias la llevan roja o de otros colores. 30 Los esfuerzos de Carnehan por acondicionar el improvisado templo masónico nos ayudan a visualizar uno listo para la cele- bración de una tenida. La distribución de los distintos elementos en estos espacios está fuertemente ritualizada. Al frente (en oriente como ellos lo llaman) se sitúa en lugar protagonista el presidente de la reunión que ejerce el cargo de Gran Maestre o Venerable Maestro según la obediencia. Le ayudan otros Maes- tros Masones desempeñando diversos «oficios» de los que los más importantes son los de «Vigilantes»(segundo, que se encar- ga de la instrucción de los aprendices, y primero, que lo hace con los compañeros). Estos se sitúan formando con el Venerable Maestro un triángulo que marca los límites de la Logia o Taller. El suelo del mismo suele estar ajedrezado o tener algún elemento que lo esté. De ahí la pintura sobre la piedra negra formando es- caques.
  • 68. . 68 . país donde todo hombre pudiera comer en paz y beber tranquilo y, especialmente, obedecernos. Tras aquello los jefes se acercaron y nos dieron la mano. Eran tan barbudos, blancos y rubios que era como estrechársela a unos viejos amigos. Les dimos nombres por su pare- cido con hombres que habíamos conocido en la India: Billy Fish, Holly Dilworth, Pikky Kergan —el dueño de un bazar cuando estuve en Mhow—, etc., etc. El más asombroso de los milagros se produjo al día siguiente durante la «tenida». Uno de los ancianos sa- cerdotes no dejaba de mirarnos. Me sentí incómodo, porque sabía que estábamos inventándonos el ritual sobre la marcha, y no sabía cuánto sabían aquellos hombres. El viejo había venido de más allá del poblado de Bashkai. En el momento en que Dravot se ciñó el mandil de Maestro que las muchachas habían hecho para él, aquel sacerdote se puso a chillar y a dar alari- dos tratando de volcar la piedra en la que Dravot estaba sentado. «Se acabó —me dije—. ¡Esto es lo que pasa por fundar una Logia sin autorización!». Dravot ni siquiera pestañeó. Ni aun cuando diez sacerdotes volcaron la piedra que habíamos elegido para usarla de sitial del Venerable Maestro... que era la que hasta ese momento ellos usaban como altar para su dios. El anciano empe- zó a limpiar la base frotándola para quitar la tierra, y luego les mostró a los demás sacerdotes el símbolo que allí había estado oculto hasta ese momento. Era el signo del Maestro31 , el mismo que lucía Dravot en su mandil, tallado en la piedra. Ni siquiera el sacerdote del templo de Imbra sabía que estaba allí. El tipo cayó de bruces a los pies de Dravot y se los besó. «Tenemos suerte de 31 La escuadra y el compás entrelazados de una manera concreta y significativa.
  • 69. . 69 . nuevo —me dijo Dravot desde el otro extremo de la Logia—, dicen que es un signo perdido que nadie podía descifrar. Ahora estamos más a salvo que nunca.» Lue- go, usando su revolver como mallete32 , dio un mazazo y dijo: —¡En virtud de la autoridad que me ha sido conferida por mi propia mano derecha y la ayuda de Peachey, me declaro Gran Maestre de toda la francmasonería de Ka- firistán en esta Logia Madre del país, y rey de Kafiristan junto con Peachey! —Y al decir esto se pone su corona y me pone la mía. Yo ejercía de Primer Vigilante e inau- guramos la Logia de la manera más ceremoniosa. ¡Fue un milagro asombroso! Los sacerdotes pasaron por los dos primeros grados sin apenas darse cuenta, como si empezaran a recordarlo todo. Después de eso, Peachey y Dravot aumentaron de sa- lario33 a los que valían la pena... sumos sacerdotes y je- fes de las aldeas remotas. Billy Fish fue el primero, y le puedo asegurar que casi se muere de miedo. No lo hi- cimos ni parecido al verdadero Ritual, pero sirvió para lo que queríamos. No ascendimos a Maestros mas que a diez de los hombres más importantes, porque no que- ríamos que el Grado se convirtiera en algo común y co- rriente. Así los demás harían lo que fuera por el ascen- so. —En seis meses —les dijo Dravot— volveremos y ve- remos cómo estáis trabajando. Entonces les preguntó por sus poblados enterándose así de que siempre estaban luchando unos contra otros 32 El Venerable Maestro dirige los trabajos de una Logia «a golpe de mallete» distribuyendo tiempos y dando la palabra usando este típico mazo. 33 «Pasaron de grado», ascendieron en simbolismo masónico.
  • 70. . 70 . y de que estaban hartos de aquello. Y de que cuando no se peleaban entre ellos luchaban con los mahometanos y los afganos. —Podéis luchar con ellos cuando invadan nuestro país —sentenció Dravot—. Mandad diez hombres de cada tribu a guardar las fronteras y doscientos más a es- te valle para que los entrenemos y reciban instrucción militar. Nadie recibirá un disparo ni será ensartado por una lanza mientras haga las cosas bien. Sé que no me traicionaréis porque sois hombres blancos, hijos de Ale- jandro, y no gente vulgar como esos negros mahometa- nos. Sois mi pueblo —dijo, y volviendo al inglés excla- mó—, ¡y por Dios que haré de vosotros una nación condenadamente extraordinaria o moriré en el intento! No puedo relatar detalladamente todo lo que hicimos en los siguientes seis meses porque Dravot hizo un montón de cosas de las que no me enteré. Aprendió a hablar su jerga como yo nunca pude. Mi trabajo consis- tía en enseñar a aquella gente a arar la tierra. De vez en cuando salía con algunos soldados a ver qué hacían los otros poblados. Les enseñé a tender puentes de cuerda sobre los barrancos que dividen el país de un modo te- rrible. Dravot era muy amable conmigo, pero cuando deam- bulaba arriba y abajo por el pinar mesándose a dos ma- nos aquella maldita barba roja suya, sabía que estaba tramando planes sobre los que no podía aconsejarle y me limitaba a esperar sus órdenes. Nunca me faltó al respeto en público. A mí aquella gente me tenía miedo. A mí y a mis soldados. Pero a él lo adoraban. Había trabado una extraordinaria amistad con los sacerdotes y los jefes. Si alguien cruzaba las colinas para presentarle una queja Dravot lo escuchaba con calma, reunía a cua- tro sacerdotes y decidía lo que convenía hacer en el ca-
  • 71. . 71 . so. Solía convocar a Billy Fish de Bashkai, y a Picky Kergan de Shu, y a un viejo jefe al que llamábamos Kafuzelum —lo que sonaba parecido a su verdadero nombre— y celebraba un consejo con ellos cada vez que estallaba algún conflicto inevitable en las pequeñas al- deas. Éste era su consejo de guerra, y los cuatro sacer- dotes de Bashkai, Shu, Khawak y Madora formaban su consejo privado. Entre todos ellos me mandaron, con cuarenta hombres y veinte rifles, escoltando a sesenta porteadores que llevaban turquesas, al país de Ghor- band, a comprar los rifles Martini hechos a mano que salen de los talleres del emir en Kabul, a comprárselos a los soldados de uno de los regimientos Herati del emir, que habrían vendido sus propios dientes por turquesas. Me quedé un mes en Ghorband, donde le di al gober- nador mis mejores turquesas como precio de su silen- cio. Soborné un poco más al coronel del regimiento, y entre los dos y la gente de las tribus conseguimos más de cien Martinis hechos a mano, cien buenos mosquetes Jezail fabricados en Kohat de los que tienen un alcance de seiscientas yardas, y cuarenta cajas de una pésima munición para los rifles. Regresé con lo que había po- dido conseguir y lo repartí entre los hombres que los je- fes me mandaban para recibir instrucción. Dravot esta- ba demasiado ocupado para atender esos detalles, pero el primer ejército que habíamos formado me ayudó y dimos instrucción a quinientos hombres, y a doscientos más les enseñamos al menos a sujetar el fusil. Incluso aquellas armas hechas a mano, que parecían sacacor- chos, eran un milagro para ellos. Dravot soñaba ha- blando de almacenes de pólvora y fábricas mientras el invierno llegaba y él se limitaba a errar por el pinar. —No haré una nación —decía—. ¡Forjaré un imperio! Estos hombres no son negros, ¡son ingleses! Mira sus