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Índice
Capítulo I. El mundo del Maná de Hagoromo ................................................................................5
Capítulo II. El mundo real de Minato..............................................................................................9
Capítulo III. El mundo del saludo..................................................................................................15
Capítulo IV. El mundo del silencio.................................................................................................19
Capítulo V. El mundo del cine........................................................................................................25
Capítulo VI. El mundo del baile .....................................................................................................29
Capítulo VII. El mundo del tiempo ................................................................................................33
Capítulo VIII. El mundo del bienestar...........................................................................................39
Capítulo IX. El mundo de los conflictos.........................................................................................45
Capítulo X. El mundo de la relajación y de la meditación...........................................................49
Capítulo XI. El mundo del deporte, el rugby ................................................................................53
Capítulo XII. El nuevo mundo del rubgy, descubriendo sus bondades......................................59
Capítulo XIII. El mundo del Maná es invadido por el rugby......................................................63
Capítulo XIV. El mundo de Minato es invadido por el rugby.....................................................67
Capítulo XV. Despedida del mundo del Maná..............................................................................71
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Capítulo I. El mundo del Maná de Hagoromo
El parque de Furanshisuko se situaba en el centro de la ciudad. El paisaje era muy llamativo
pues las copas de los árboles destacaban entre todos los edificios altos como un oasis en medio del
desierto. A Minato, un joven estudiante de un instituto de secundaria de la ciudad, le gustaba acudir
al parque pues era tranquilo y hacía un clima especial gracias a la arboleda. Paseaba por los
pequeños caminos adoquinados de su interior, visitaba las estatuas que había y siempre se sentaba a
leer en un banco cercano a un pequeño lago.
Un día, Minato cambió de banco y se sentó en uno de los muchos situados a lo largo de los
pequeños caminos. Justo enfrente había un árbol diferente a los demás. Tenía hojas de color rojo en
su copa y setas azules junto a sus raíces. Junto a él, un cartel decía: «Soy un árbol de otro mundo. Si
dices las palabras mágicas, llegarás a él».
Ese letrero despertó su curiosidad e intentó acertar el hechizo. Probó
con «abracadabra», «tan-ta-ta-chán», y otras muchas fórmulas mágicas que había leído en cuentos
y visto en películas, pero nada.
- ¡Arbolito, por favor! – suplicó.
Entonces, el árbol se dividió por la mitad convirtiéndose en una gran puerta. Se asomó con
cuidado y miró a izquierda y derecha. Todo estaba oscuro, excepto un pequeño haz de luz al fondo.
Entonces Minato entró en el interior, se unieron las mitades y la luz comenzó a hacerse cada vez
más grande hasta que apareció en mitad de un camino. Al fondo del camino, un gran palacio
reinaba sobre la montaña.
El niño caminó por el sendero rodeado de hermosos árboles y con el piar de diferentes
pájaros como melodía hasta que llegó a un puente custodiado por dos guardias. Al otro extremo del
puente, una imponente muralla cercaba el monumental palacio.
- Jovencito, no puedes pasar. – dijo uno de los uniformados guardias.
- ¿Por qué señor? ¿Qué es lo que hay tras esas puertas?
- Estás en el reino mágico del Maná, el cual protege el sabio Hagoromo.
- ¿Quién es Hagoromo?
- ¿No sabes quién es Hagoromo? – preguntaron sorprendidos y al unísono los dos
guardias.
- Lo lamento, pero no sé quién es. Yo vengo de otro mundo. He entrado por aquel árbol
que se ve al fondo. – dijo señalando al árbol que aún permanecía abierto.
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- ¡No puede ser! – gritaron los guardias.
Ambos cuchichearon con una mano tapando sus bocas para que el niño no escuchara. Tras
unos gestos en su rostro, uno de los guardias cruzó el puente corriendo, atravesó la puerta de la
muralla y entró en el palacio.
- Señor, ¿por qué corre su compañero?
- Tengo una noticia, vas a conocer al maestro Hagoromo. Por favor, aguarda aquí un
instante. Te contaré una historia.
«Hace miles de años, el maestro Hagoromo fundó muchas ciudades y educó a las personas
que en ellas vivían. El maestro Hagoromo es una persona muy sabia y nos enseñó a convivir en paz
y armonía. Con el tiempo, las personas dejaron de respetar esas normas y los problemas y conflictos
empezaron a suceder. Al principio solo eran pequeñas peleas, disputas e insultos provocados por
pequeños malentendidos que el maestro Hagoromo solucionaba. Según avanzaba el tiempo, estos
pequeños conflictos fueron a más y provocaron guerras y otros problemas de una índole mayor.
Todos estos hechos conllevan dolor, sufrimiento e infelicidad. El maestro Hagoromo, cansado de
luchar contra la maldad de las personas, usó toda su magia para crear este lugar, el mundo del
Maná. Las personas de este mundo viven en armonía y felicidad. No hay conflictos. Sin embargo, el
maestro Hagoromo es demasiado bueno y también se preocupa por tu mundo y por otros que
desconoces. Aquí el maestro Hagoromo acoge a las personas que llegan y continúa enseñando con
el objetivo de que regresen a sus mundos y puedan luchar contra todos los males que te he
contado».
- Ahora te preguntarás cómo es que tú has llegado a este mundo desde el tuyo. – prosiguió
el guardia. - Te lo explicaré. Cuando el maestro Hagoromo creó nuestro mundo, dejó
unos árboles mágicos repartidos por tu mundo. Esos árboles son unos puntos de
encuentro para que, personas como tú, vengan a este mundo para contarle los problemas
al maestro y él os ayude a mejorar la convivencia. Tú, pequeño amigo, eres un elegido
del maestro Hagoromo y recibirás sus enseñanzas para mejorar tu mundo.
- Pero yo no puedo quedarme mucho tiempo. Tengo que volver a casa antes de que se
haga más tarde, señor guardia.
- No tienes de qué preocuparte. Este mundo es atemporal y, cuando regreses por el árbol
mágico, en tu mundo no habrá pasado el tiempo. Espera al maestro Hagoromo, él te lo
enseñará y explicará todo.
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El niño se sentó en una roca junto al guardia y esperó a que el señor Hagoromo apareciera.
Al cabo de un rato, un estruendoso sonido llamó su atención. Minato miró a un lado y a otro
buscando el origen del sonido cuando, de repente, miró al cielo y vio a alguien de piel pálida
vestido con una larga túnica blanca sobre una nube amarilla.
La nube se detuvo delante de él y un señor anciano con una larga barba se bajó de ella
apoyándose sobre un bastón.
- Hola, soy Hagoromo. Encantado de conocerte. – dijo el extraño hombre con una sonrisa
y ofreciéndole su mano para saludarle.
- Hola, soy Minato. Encantado. – respondió.
- Súbete en la nube. – invitó Hagoromo a Minato. – Señor guardia, muchas gracias por
cuidarle.
Hagoromo y Minato volaron en su nube en dirección al palacio. La nube se detuvo encima
de la torre más alta, bajaron y observaron el paisaje. Desde allí podían observar los ríos, montañas y
valles de este mundo tan mágico. Minato observaba anonadado aquel hermoso paisaje. Al fondo,
veía las luces del árbol por el que había llegado a este nuevo mundo.
- Minato, pequeño amigo. Voy a enseñarte todo lo que necesitas saber, buenos modales,
normas de convivencia, valores importantes…, pero primero quiero que viajes a tu
mundo de nuevo y, después, vuelvas. Quiero que me cuentes qué problemas has
conocido e intentaré ayudarte para solucionarlos. Pero antes debes saber una cosa. Las
personas suelen ser egoístas e interesadas. Tienes que ser consciente de que quizás, por
mucho que te empeñes y por mucho que quieras cambiar tu mundo a mejor, no consigas
hacerlo realidad. A pesar de todo esto, si el árbol te ha elegido, es porque eres un niño
noble que se preocupa por los demás.
- Señor sabio…
- Llámame Hagoromo. – interrumpió.
- Hagoromo, usted tiene razón en una cosa. En mi mundo la mayoría de las personas son
egoístas e interesadas. Solo se preocupan por una cosa: su felicidad. Y normalmente esa
felicidad está asociada a la obtención y acumulación de riquezas materiales, sobre todo
dinero. Me apena todo mucho.
- Minato, te voy a hacer una pregunta. ¿En qué te basas para escoger prioridades? Es
decir, ¿cómo determinamos el valor de las cosas?
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Minato se quedó pensativo unos minutos y, al final, hizo un gesto con la cabeza asumiendo
que no sabía qué responder.
- Joven amigo, la clave es la materialidad del soporte que queremos valorar. – dijo
Hagoromo.
Minato estaba sorprendido y perplejo a la vez. Sin embargo, le gustaba escuchar las sabias
palabras de aquel anciano. Hagoromo, al contemplar la cara asombrada de Minato, preguntó:
- ¿Qué es para ti más valioso: la vida de un amigo o una videoconsola?
- ¡La vida de un amigo! – respondió Minato sin pensar.
- ¿Por qué? – volvió a preguntar Hagoromo.
- Porque si mi amigo se va, ya no vuelvo a jugar con él. En cambio, si la videoconsola se
rompe, me compro otra.
- Efectivamente. Cuanto más frágil es algo, más debemos cuidarlo y más especial, único e
irrepetible es. Las cosas materiales podemos conseguirlas siempre. Pero la amistad, la
alegría, las personas, los momentos felices… si no los cuidamos, desaparecen y nunca
vuelven. Las normas de cortesía, los modales, la forma en la que nos comportamos…
todo se hace para conservar esas cosas inmateriales que son únicas e irrepetibles.
Minato estaba boquiabierto ante aquellas palabras. La enseñanza de Hagoromo tenía mucho
sentido y nunca se había planteado algo así. Pero tenía mucha razón en todo.
- Entonces, ¿las personas han cambiado ese principio? ¿Prefieren preocuparse por lo
material y se olvidan de lo verdaderamente importante? ¿Ahí es cuando surgen los
conflictos de los que me habló el guardia antes?
- Efectivamente. Eso es. Lo has entendido muy bien. ¡Eres un chico muy listo! – sonrió
Hagoromo al mismo tiempo que le tocaba la cabeza.
- Muchas gracias por sus palabras, señor.
- Ahora has de volver a tu mundo pero regresa cuando quieras. Estaré encantado de
escucharte y ayudarte.
- Muchas gracias, señor Hagoromo.
- No vuelvas a llamarme señor. Ahora somos amigos.
Hagoromo silbó y la nube apareció. Hagoromo, ayudado de su bastón, subió primero y
tendió su mano a Minato para que hiciera lo mismo. Ambos volaron en la nube de nuevo hasta la
entrada del árbol. Minato bajó de la nube y volvió a darle la mano a Hagoromo en señal de cariño.
Los dos se miraron, sonrieron y Minato cruzó de nuevo por el árbol a su mundo.
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Capítulo II. El mundo real de Minato
Minato atravesó el árbol mágico y pisó de nuevo el mundo real. El cartel que indicaba la
entrada al árbol había desaparecido y las hojas rojas de la copa y las setas azules del suelo tampoco
estaban. Ahora el árbol mantenía la apariencia de uno normal. Minato avanzaba despacio por el
parque. Llevaba sus manos en los bolsillos de su sudadera y pensaba en todo lo acontecido en el
mundo del Maná y en la conversación con Hagoromo.
Abandonó el parque de Furanshisuko y emprendió el regreso hacia su casa situada en las
afueras de la ciudad. El bullicio de la ciudad contrastaba con el silencio y la calma del parque.
Minato paseaba cuando se encontró con un amigo del instituto.
- ¡Hola! – saludó Minato.
Sin embargo, su saludo no obtuvo respuesta. Su amigo llevaba unos cascos de música
puestos e iba leyendo su teléfono móvil. Tal era su abstracción con lo que estaba viendo y
escuchando que el saludo de Minato pasó desapercibido.
Minato quedó muy triste y, cuando llegó a casa, se encontró que estaba solo. Sus padres aún
no habían llegado de trabajar. Minato tenía hambre así que se dirigió a la cocina para hacerse algo
de merendar. Buscó algo de pan en uno de los muebles pero no encontró nada. Se dispuso a abrir la
nevera cuando vio que su madre había escrito una lista. Pan, medio kilo de pollo, tomates, limones,
un par de cabezas de ajos y perejil eran los alimentos a comprar, así que Minato, ante la
imposibilidad de merendar, decidió salir a realizar aquellas compras y ayudar a sus padres.
Subió las escaleras y entró en su cuarto. Cogió algo de dinero de su hucha, bajó las escaleras
corriendo, se colocó su sudadera y volvió a salir a la calle. Primero se dirigió a una panadería
situada muy cerca de su casa. Era una panadería tradicional, con horno de leña propio, y el pan
recién hecho olía por toda la calle. Minato entró y había tres mujeres esperando a ser atendidas.
- ¡Buenas tardes! – saludó Minato.
Las mujeres se dieron la vuelta casi al unísono, miraron a Minato y se volvieron a girar
hacia el mostrador. Su saludo no fue respondido de nuevo y Minato, después de comprar el pan,
salió muy triste. Aquellas palabras de la conversación mantenida con Hagoromo habían regresado a
su cabeza. ¡Cuánta razón tenía aquel sabio!
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Recorrió la gran avenida en la que se situaba la panadería y dirigió su marcha hacia la
carnicería. Ésta era pequeña y Minato entró. Un hombre estaba siendo atendido en ese momento y
Minato dijo:
- ¡Hola! ¡Buenas tardes!
Ni el carnicero ni el hombre le respondieron. Minato esperó en silencio su turno, compró el
medio kilo de pollo y se marchó hacia la frutería.
La frutería no estaba muy lejos de allí, tan solo tenía que girar en la siguiente esquina y
andar unos metros. Minato, de camino por la gran avenida de su ciudad, observó que la gente
andaba con prisa, hablaba o escuchaba música con sus teléfonos y, ni siquiera aquellas personas que
caminaban juntas, se dirigían la palabra.
Minato, entristecido, giró en la esquina y abandonó la gran avenida para entrar en una
pequeña calle muy estrecha. Avanzó dejando atrás el bullicio y llegó a la frutería. La frutería estaba
vacía. Ni el dependiente estaba en ese momento ni tampoco había clientes esperando realizar sus
compras.
- ¡Buenas tardes! – gritó Minato.
Al escuchar las palabras de Minato, el dependiente salió de una pequeña habitación que
había tras el mostrador y respondió:
- ¡Buenas tardes, joven! ¿En qué puedo ayudarte?
- Necesitaría un kilo de tomates, tres limones, un par de cabezas de ajos y perejil, por
favor.
- Sí, claro. Un momento, por favor.
- Gracias. – respondió Minato.
El dependiente salió del mostrador y empezó a preparar todo aquello que Minato le había
pedido. Minato pagó, volvió a agradecer al tendero y salió de la tienda.
Ya en casa, ordenó todo en la despensa, se tumbó en el sofá a esperar a sus padres y pensaba
en todo lo sucedido por la tarde. La actitud de la gente le sorprendía, es un simple gesto, pero nadie
saludaba ni respondía. ¿Por qué sucedería algo así? ¿Cómo podría solucionarlo? Muchas preguntas
aparecían en su mente pero no tenía la respuesta hasta que llegó a la conclusión que quizás el sabio
Hagoromo las tendría. Decidió que lo mejor sería hacerle una visita al día siguiente cuando saliera
del instituto.
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Amanecía en la ciudad al mismo tiempo que sonaba el despertador de Minato. Se vistió,
bajó las escaleras y desayunó con sus padres. Su padre arrancó el coche y esperó a que Minato y su
madre llegaran. Unos minutos después, los tres estaban en el coche rumbo al instituto.
- Ten buena mañana, cariño. – se despidió su madre.
- Gracias mamá. Igualmente para ti.
- Pórtate bien. – bromeó su padre.
- Tú también papá. – dijo mientras cerraba la puerta trasera del coche y le guiñaba un ojo
a su padre en señal de complicidad.
Minato entró en su instituto. Era la hora punta de llegada y todo el mundo caminaba
apresurado en dirección a sus respectivas aulas. Minato subió unas escaleras, giró a la derecha para
subir a la siguiente planta y enfiló un largo pasillo. Su clase era la última y allí, justo frente en la
ventana, su profesor Shikamaru hablaba con su compañera, la profesora Sakura. El profesor
Shikamaru daba los buenos días a todos los compañeros y compañeras de Minato. Sin embargo,
nadie le correspondía.
Minato continuó y, al llegar a la altura del profesor Shikamaru, dijo:
- Buenos días, profesor Shikamaru.
- Buenos días Minato. ¿Qué tal todo?
- Bien, ¿podría hacerle algunas preguntas para aclararme ciertas dudas respecto al trabajo
que nos pidió el ultimo día?
- ¡Claro! ¿Prefieres antes de empezar la clase o al final cuando haya terminado?
- ¿Le es mucha molestia si se las hago delante de los compañeros y de las compañeras por
si le es de utilidad?
- ¡No! ¡Excelente idea!
- Gracias profesor.
- A ti Minato. Es un placer tener alumnos tan educados e interesados en la materia como
tú.
Minato entró en la clase, se sentó y esperó a que el profesor comenzara. El profesor cedió la
palabra, Minato hizo sus preguntas y todas quedaron resueltas. Clase tras clase, la mañana avanzaba
hasta que llegó a su fin.
Tal y como había planteado la noche anterior, decidió ir al parque cuando salió del instituto.
Una vez llegó y se situó frente al árbol, se aseguró de que nadie observaba y pronunció las palabras
mágicas. El árbol se abrió por la mitad y Minato entró. La sombra de los grandes árboles dio paso a
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la potente luz del cielo del Maná. Minato alzó la vista y vislumbró el palacio de Hagoromo al fondo
del paisaje con el puente justo delante y el sendero que le conducía.
Empezó a andar por aquellas piedras que delimitaban el sendero cuando, de improvisto, la
nube mágica de Hagoromo apareció. Esta vez iba sola, no estaba su anciano amigo subido encima
de ella. Minato dudaba si debía subirse pero la nube se movía ligeramente a su alrededor, como si le
sugiriera que lo hiciera.
Minato sonrío y subió. La nube empezó a volar pero no en dirección al palacio, si no que se
dirigió al oeste. Debajo de ellos, un inmerso mar con delfines saltando y haciendo florituras. En
apenas unos minutos la nube llegó a una ciudad costera. Era una tierra desértica con poca
vegetación. Allí vio una pequeña ciudad amurallada que tenía construcciones de piedra de baja
altura. La fisionomía de la ciudad era muy bonita. Las personas vestían túnicas largas y tapaban su
rostro con pañuelos en unos intentos de evitar que el polvo del desierto les molestara.
La nube se detuvo en una especie de mercado y, allí, Minato distinguió a Hagoromo entre la
multitud que compraba y vendía en la estrechez de los puestos. Hagoromo, al igual que las personas
de allí, también llevaba un pañuelo en su cabeza que tapaba buena parte de su rostro.
- ¡Hagoromo! ¡Hola! – saludó con su mano Minato.
- Hola Minato, encantado de volver a verte. Vienes muy pronto a verme, cuéntame, ¿qué
ha pasado?
- Pues…La gente de mi mundo no se saluda. Están ensimismados con sus asuntos e
ignoran a los demás. Ayer fui a comprar a unas tiendas y solo en la última me
respondieron de manera cortés. Me encontré con un amigo por la calle y tampoco me
respondió. Ni se percató de que pasé por su lado y le saludé. Esta mañana en el colegio
ninguno de mis compañeros y compañeras ha saludado a mi profesor a pesar de que él
saludaba a todos y a todas.
- Ven, vamos a dar un paseo por este mercado.
Anduvieron despacio por las diferentes calles del mercado. La gente estaba feliz, hablaba y
se saludaban con alegría. Aquella fotografía era diferente a la que había vivido el día anterior en su
ciudad.
- Minato, ven. Sentémonos. – dijo Hagoromo.
Se sentaron en los escalones de un edificio que tenía unos soportales donde había sombra y
Hagoromo continúo:
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- Minato, escúchame, el saludo es una norma básica de comportamiento entre las
personas. Es agradable encontrarte con una persona y saludarla es un gesto de cortesía.
Realizar ese gesto quiere decir que te alegras de verle y, en el caso de las tiendas como te
ha sucedido, es un gesto que indica amabilidad y ayuda. Las personas que no saludan
son egoístas y no se preocupan por las demás. ¿Qué harían si nadie les ayudara? Todos
necesitamos ayuda alguna vez y, si en ese momento no conocemos a nadie, ¿quién nos la
presta? El saludo es fundamental porque es un primer paso para comunicarnos y
relacionarnos. Cuando entras en una tienda y saludas, les estás diciendo a esas personas
que estás allí. En cambio, si no dices nada, estás diciendo que no te importa nada lo que
suceda y todos necesitamos ser tenidos en cuenta. ¿Recuerdas cuando hablábamos de la
prioridad de las cosas? La ayuda es algo inmaterial y, por tanto, debe estar por encima de
cualquier cosa material. ¿Te has preguntado qué pasaría si estas personas necesitaran
algo y sus máquinas u objetos no pudieran ayudarles?
- Lo sé pero no entiendo cómo puede importar todo tan poco. – refunfuñó Minato.
- Como bien te dije ayer, es complicado cambiar la actitud de las personas. Solo podemos
hacer una cosa, comportarnos cómo debemos y esperar que nuestra actitud cambie la
suya. ¿Sabes por qué dejé los árboles mágicos en tu mundo?
Minato negó con la cabeza y Hagoromo prosiguió:
- Porque, aunque estaba y estoy desilusionado con su actitud, si les abandonara y
desapareciera por completo, sería igual de egoísta y el mundo no cambiaría. No puedo
comportarme como ellos y entonces no tendría sentido que intentara cambiar nada.
Minato le observaba perplejo. ¡Cuánta razón tenían aquellas palabras!
- Por eso dejé los árboles mágicos. – continuó Hagoromo. – Para que las personas como
tú, que quieren cambiar el mundo, vinieran aquí y yo pudiera ayudarles. Muchas
personas han venido durante este tiempo y han conseguido mejorar los problemas. Haz
de actuar como hasta ahora e intentar conseguir que las personas de tu alrededor hagan
lo mismo. Quizás, estas personas contagien a otras y así, sucesivamente.
Minato se quedó pensativo tras aquellas palabras. Lo único que podía hacer es seguir
saludando y comportándose del mismo modo que había hecho hasta ese momento. Saludar era
importante porque es un signo que muestra predisposición hacia los demás, te muestras y ofreces en
un claro gesto de amabilidad. La amabilidad consistía en eso, en predisponerte para ayudar, y
saludar era el primer paso.
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Sentía la frustración de no entender por qué las personas actuaban y se comportaban así. Era
mucho mejor compartir momentos, alegrías y, en las situaciones difíciles, ayuda. Sin embargo,
parecía que las personas de su mundo preferían compartir su vida con teléfonos y dinero. Pero las
palabras de Hagoromo también le reconfortaban y sabía que no podía cejar en su actitud.
Hagoromo le sonrió mientras le propiciaba un abrazo. Después, silbó y la nube apareció.
Minato se subió tras despedirse y volvió a la entrada del árbol que, tras cruzarlo, le devolvió a su
mundo.
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Capítulo III. El mundo del saludo
Minato regresó al parque. Le parecía extraño pasar horas y horas hablando con Hagoromo y,
al volver, que no hubiera pasado el tiempo. Miró su reloj y era la misma hora a la que se había
marchado. Ese desajuste horario le resultaba curioso y no alcanzaba entender cómo Hagoromo
podría haber conseguido tal hecho pero tenía que regresar a casa.
Miró a izquierda y a derecha y todo seguía igual, así que emprendió el camino de regreso a
casa para terminar el trabajo del profesor Shikamaru. Todavía faltaban días para su entrega pero a
Minato pensó que entregarlo antes era una buena idea. Así tendría más tiempo en caso de que le
pusieran otros trabajos o de que apareciera algún imprevisto que le retrasara su finalización y, por
tanto, su entrega en la fecha acordada con el profesor.
De camino a casa por la gran avenida, una pegatina en una farola llamó su atención. Tenía
forma rectangular y no era muy grande. Era de color blanco y tenía dos franjas de color rojo, una
más grande en el borde superior que tenía escrito el texto «Hello, my name is» y otra también de
color rojo pero mucho más fina en la parte inferior. En el espacio en blanco que quedaba en medio
de ambas franjas aparecía un nombre escrito a mano: «Onamae».
A Minato se le ocurrió una idea. Empezó a correr a toda velocidad para llegar lo antes
posible. Llegó, y con la misma velocidad, corrió al despacho de su padre, donde se encontraba el
ordenador y la impresora. Encendió el ordenador y empezó a diseñar unas pegatinas similares a las
que había visto en aquella farola.
La idea de Minato, recordando la enseñanza de Hagoromo, consistía en ponerse una
pegatina con su nombre en el pecho y repartir las siguientes a sus compañeros y compañeras de
clase. De ese modo, y ante la novedad de la pegatina, comenzarían a saludarse. Quizás así, y aunque
ellos no entendieran la importancia del saludo, comenzarían a hacerlo y podría empezar a cambiar
la dinámica. A Minato le pareció un buen punto de partida para comenzar a hacer su mundo un
poco más parecido al de Hagoromo y que las personas fueran más felices.
Dicho y hecho. Una vez las había terminado de diseñar, comenzó a imprimir algunos folios
con las pegatinas. Después las recortó y formó pequeños mazos a los que les colocó una goma para
que las pegatinas permanecieran juntas. Al final de la tarde, Minato había confeccionado cuatro
mazos de pegatinas.
Justo en ese momento, llegaron sus padres del trabajo. Mientras cenaban, Minato le contó su
idea pero obvió el encuentro con Hagoromo, nunca le creerían.
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Al día siguiente, Minato se levantó muy temprano, incluso antes de que sonara el
despertador. Los nervios por probar su idea no le habían permitido conciliar el sueño. Así que se
duchó, se vistió y bajó a desayunar con sus padres.
- ¿Qué tal tu idea? ¿Lo tienes todo listo? – preguntó su padre mientras se servía un poco
de café en una taza.
- Sí, ya las he metido en mi mochila. – respondió mientras le daba un mordisco a una
tostada. - ¡Ah! Se me olvidaba, tomad. – continuó mientras masticaba.
Minato sacó de uno de sus bolsillos dos pegatinas. La primera pegatina tenía escrito Okasán,
el nombre de su madre. La otra pegatina tenía escrito la palabra Otosán, el nombre de su padre. Al
verlas, sonrieron y su padre dijo:
- ¡Ala! ¡Qué chula! – exclamó su padre colocándose su pegatina en la solapa de su
chaqueta.
- Vas muy elegante. Resalta y favorece tu corbata. – bromeó su madre mientras se
colocaba la suya.
Todos rieron y ese ambiente le gustaba a Minato. Era muy feliz con sus padres y le gustaría
que, ese ambiente que vivía en casa y que era muy similar al que había visto en el mundo de
Hagoromo, reinase en su instituto y en su mundo.
Las bromas y risas continuaron en el coche durante el trayecto. Minato se despidió y entró
en el instituto. Llevaba puesta su pegatina con «Hello, my name is Minato». Todo el mundo le
miraba y Minato decía:
- ¡Hola! ¡Buenos días! Soy Minato, encantando. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
A cada persona que saludaba le daba una pegatina. Así se hizo paso entre la multitud de los
pasillos hasta que llegó a su clase donde, como todos los días, le esperaba el profesor Shikamaru.
- ¡Buenos días profesor!
- Hola Minato, ¡qué contento vienes hoy! ¿Qué sucede?
- Nada, es un día bonito. Tome profesor. – dijo mientras le daba una pegatina.
- ¿Y esto?
- Escriba su nombre y salude a todos los que lleven pegatinas. Es una forma de hacer
amigos. – dijo con una sonrisa Minato.
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El profesor Shikamaru, sorprendido, observó la pegatina mientras Minato entraba en la
clase. Shikamaru sonrió. Ese niño era especial y él lo acababa de descubrir. Shikamaru esperó a que
llegaran todos sus alumnos y alumnas para comenzar la clase. Sacó del bolsillo interior de su
chaqueta un bolígrafo, escribió su nombre y se la pegó en su chaqueta. Como era su costumbre,
esperó en la puerta y, a diferencia de otros días, los estudiantes que llegaban le saludaban.
- ¡Buenos días, señor Shikamaru!
- ¡Hola profesor!
- ¡Buenos días! ¿Qué tal todo?
El profesor Shikamaru, sorprendido ante aquel cambio de actitud, respondía con alegría.
Entró en la clase y su rostro reflejaba la felicidad que sentía.
- Buenos días a todos. ¿Qué tal todo? Vamos a empezar por donde acabamos ayer pero
antes, me gustaría preguntaros por el trabajo. ¿Tenéis alguna duda nueva?
- Todo en orden profesor, ¡gracias! – respondió uno de los alumnos.
- Estupendo. Si, según avancéis, os surge alguna duda nueva, no dudéis en plantearla.
Bien, seguimos.
El día continuó con normalidad pero algo empezaba a cambiar. Las personas del instituto de
Minato empezaron a saludarse por los pasillos, a la entrada de las clases… Minato sentía que las
palabras de Hagoromo tenían sentido y que todo podría cambiar a mejor.
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Capítulo IV. El mundo del silencio
Minato quería ir a contarle a Hagoromo lo sucedido pero, aunque su estancia en el mundo
del Maná no computara tiempo, le gustaría continuar con el trabajo del profesor Shikamaru. Seguro
que al profesor le hacía ilusión que lo entregara pronto. Eso significaría que había estudiado y
trabajado mucho y que todo lo que le había enseñado en clase le era de utilidad.
Después de merendar, se puso manos a la obra. Minato, muy concentrado, revisó en primer
lugar lo que tenía hecho. Después, sacó sus notas en la que había escrito las sugerencias que el
profesor explicó el día anterior tras responder sus preguntas. Minato se levantó de su silla y empezó
a dar vueltas en su habitación pensando en el modo de estructurar el trabajo. Tras unos minutos de
reflexión, creyó entender bien lo que debía hacer. Entonces, comenzó con el trabajo.
Escribió un par de páginas, se detuvo y volvió a leer de nuevo todo. Sin embargo no le
convenció, rompió las hojas y empezó otra vez. Esta secuencia la repitió un par de veces pues no le
terminaba de gustar lo que hacía. Creía que lo tenía todo claro pero no, seguía dubitativo. No le
quedaba más remedio que volver a preguntar al día siguiente en clase. Minato, alicaído, recogió
todos sus libros y preparó su mochila.
Su jornada escolar no pudo comenzar de una mejor manera. Minato se congratuló al ver que
todos sus compañeros de instituto seguían saludándose, no solo con el resto de estudiantes, sino
también con los profesores. El profesor Shikamaru comenzó la clase, cuando Minato interrumpió:
- Disculpe, profesor.
- Sí, Minato. ¿Sucede algo?
- Sé que preguntó ayer si teníamos dudas sobre el trabajo pero es que ayer por la tarde,
cuando me puse a hacerlo, me surgieron unas nuevas.
- Adelante, hazlas. Seguro que algún compañero o compañera puede tener algunas
similares y aclararlas os sirve a todos.
Minato empezó a preguntar pero un grupo de compañeros situado al fondo de la clase
estaban manteniendo una conversación. Al lado de Minato, justo enfrente del profesor Shikamaru,
dos compañeras hablaban sobre un dibujo realizado en una agenda y, al lado de la puerta, otro
compañero estaba de espaldas intentando pasarle unos apuntes a otro compañero. Tal era el
murmullo y el alboroto que se formaba al hablar todos a la vez que ni el profesor Shikamaru podía
escuchar las preguntas de Minato.
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- Por favor, por favor. – gritó el profesor Shikamaru en un vano intento de llamar su
atención.
- ¡Por favor, por favor! – insistía el profesor aumentando el tono de voz.
El volumen ocasionado por el jaleo de las diferentes conversaciones era tan alto que hasta
las peticiones elevadas de tono del profesor pasaban desapercibidas. Este hecho enfureció al
profesor y le obligó a exclamar más fuerte aún que en las ocasiones anteriores:
- ¡Ya basta! ¡Por favor! ¿Pueden parar de hablar y permanecer en silencio? – gritó
enfurecido y con todas sus fuerzas el profesor.
Tal fue el volumen del grito que incluso algunos se asustaron.
- Gracias por su silencio. – ironizó el enfadado profesor. – Ya que he conseguido captar
vuestra atención, ¿podéis escuchar las preguntas de Minato? Son sobre el trabajo y
seguro que os son de utilidad para los vuestros.
Minato realizó las preguntas y el profesor las respondió todas. El silencio, tras los gritos y
voces, reinaba en la clase. Pero duró poco. En la siguiente clase el bullicio volvió a ganarle la
batalla al silencio y el ruido impedía la continuidad en la explicación.
La calma permaneció poco tiempo en la clase pues después del recreo, y durante la sesión de
Educación Física, sucedió un acontecimiento de similares características. El profesor Supotsu había
organizado unos partidos. El juego consistía en pasarse una pelota de rugby entre los miembros del
equipo mientras el otro equipo intentaba impedirlo para poder iniciar ellos el conteo de pases.
Conseguir diez pases sucesivos sin que se cayera suponía lograr un punto. Al final del tiempo, el
equipo que consiguiera más puntos era nombrado ganador. El profesor introdujo una peculiaridad
nueva: algunos de los alumnos arbitrarían los partidos.
Al inicio de la clase, y antes de dar comienzo con los partidos, el profesor Supotsu dividió la
clase en grupos de cuatro personas. Un total de siete equipos fueron formados, seis se enfrentarían
en cada una de las tres pistas preparadas y el séptimo sería el encargado de arbitrar los tres partidos
que se llevarían a cabo. El profesor identificó a cada grupo con un número pero, durante la
explicación relativa a la organización, los compañeros y compañeras de Minato no escucharon al
profesor, pues seguían hablando sobre sus videojuegos, el partido de fútbol del domingo y otros
temas de conversación similares que nada tenían que ver con aquello.
El profesor Supotsu indicó el orden de equipos y de pistas a jugar, tocó su silbato y los
partidos comenzaron. Los estudiantes estaban confusos y no sabían a qué equipo pertenecían ni en
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qué pista jugar. Al no escuchar las instrucciones del profesor, el caos reinó en la pista polideportiva
del instituto de Minato.
El profesor tuvo que silbar varias veces muy fuerte para que pararan y escucharan. Tal era la
abstracción de los estudiantes que le ignoraban. Y así pasó la hora, con el profesor Supotsu
intentando solucionar aquel contratiempo que surgió de manera inesperada debido a la actitud que
mostraron todos los estudiantes de la clase de Minato.
Por fin, la campana que marcaba el final del día del instituto sonaba. Minato estaba agotado
y nunca se había alegrado tanto de escuchar aquel chirriante sonido. Al final, no había tenido que
realizar ningún ejercicio ni trabajo físico pero estaba muy cansado. Era un cansancio mental
provocado por el incesante ruido proveniente de las conversaciones y de los tumultos de sus
compañeros y compañeras.
Minato pensó que quizás debería realizarle una visita a Hagoromo y contarle lo sucedido en
estos dos días. Hoy sus compañeros habían mostrado unas faltas de respeto gravísimas hacia sus
profesores y Minato quería corregir esas actitudes.
Caminó despacio hasta el parque de Furanshisuko mientras tomaba aire y se despejaba antes
de visitar a Hagoromo. La situación de la mañana le había sobrepasado y estaba agobiado.
Al fondo de la calle, donde se encontraba su instituto, se veían los grandes árboles asomando
entre los edificios. Este lugar era impresionante y se convirtió en un pequeño refugio para Minato.
Antes de ir al árbol mágico, prefirió dar un par de vueltas con el objetivo de relajarse un poco.
- Arbolito, por favor. – susurró con tristeza Minato.
El árbol se abrió por la mitad, Minato entró en la oscuridad y el árbol se unió tomando su
apariencia normal. Cuando la oscuridad desapareció y Minato llegó al Maná, Hagoromo le esperaba
justo enfrente suyo sentado sobre su nube.
La nube flotaba ligeramente encima del suelo y Minato preguntó sorprendido:
- ¡Hagoromo! ¿Qué haces aquí?
- Esperarte, joven amigo.
- ¿Sabías que venía a verte?
- Si, has pronunciado las palabras mágicas con mucha tristeza. Cuéntame, ¿qué sucede?
Minato se sentó en una gran roca de la base de unos de los árboles y empezó a relatarle lo
sucedido en el colegio. Hagoromo flotaba sentado en su nube y escuchaba con atención, inmóvil y
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esperando la conclusión del relato de Minato. Cuando terminó, Hagoromo se levantó, bajó de la
nube con ayuda de su bastón y dijo:
- Ven, acompáñame. Vamos a dar un paseo.
Minato se levantó de la roca y caminó despacio junto a los lentos pasos de Hagoromo.
- ¿Te acuerdas cuando la última vez hablamos del egoísmo? Esto que me has contado es
otra actitud que lo demuestra. ¿Por qué acudes a la escuela?
- Porque nos enseñan cosas que son útiles en nuestra vida, supongo.
- Eso es. El maestro está allí para ayudaros y se preocupa por vosotros. Por eso gritó, con
la intención de que le prestarais atención y así os pudiera servir algo de lo que decía. Si
el maestro no se preocupara por vosotros, ¿crees que habría mostrado tal interés? ¿O por
el contrario simplemente habría dejado pasar el tiempo y te hubiera resuelto a ti las
dudas en privado?
- Supongo que si hizo eso es porque quería ayudar a todos, no solo a mí.
- ¿Los maestros son familiares vuestros, vecinos, amigos o tienen algún vínculo especial
con vosotros?
- No, de hecho les conocimos a principios de curso. Llevan tan solo unos meses con
nosotros.
- A eso me refiero. Tanto el maestro de tu clase como el maestro de Educación Física solo
quieren ayudar. Entienden la convivencia como te expliqué. Para él lo más importante es
que aprendáis lo máximo posible para que podáis tener una felicidad mayor y eso es más
importante que cualquier otra cosa en ese momento.
- Ya, lo sé. ¿Pero cómo se lo hago entender a mis compañeros y compañeras? Lo más
importante es el partido del domingo o el videojuego nuevo que se han comprado.
- Ahí está el egoísmo contra el que debemos luchar.
- Me gustaría tener tus poderes, amigo Hagoromo.
- ¿Y eso? Mira de qué me han servido.
- Si tuviera tus poderes podría traerlos aquí y que vieran con sus propios ojos cómo se
comportan.
- Y en tu mundo, con lo avanzado que es, ¿no hay nada que te permita grabarles y
enseñárselo después? – sonrió Hagoromo.
- ¡Claro! ¡Eso es! ¡Qué idea más estupenda! Mañana les grabaré en clase y se lo mostraré.
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- Es una buena idea pero, ¿sabes cómo podrías hacerlo más efectivo? Cuando alguno de
ellos esté explicando o haciendo algo, deberías interrumpirle. Compórtate igual que
ellos.
- ¡Claro! Si consiguiera que ellos se sintieran del mismo modo que el profesor Shikamaru,
quizás le entenderían y cambiarían su actitud.
- Eso se llama empatía, joven amigo. El egoísmo nos hace olvidarnos de todo lo que nos
rodea y centrarnos únicamente en nosotros y solo en nosotros. Cuando eso sucede,
olvidamos que lo importante está en compartir, que lo valioso es lo inmaterial y, sin
embargo, nos aferramos a lo material. Lo material dura más en el tiempo y, eso,
reconforta y da seguridad. Quizás esas personas solo necesitan recordar que si todos
ponemos de nuestra parte, lo material lo conseguimos cuando queremos pero lo
inmaterial, como las sabias enseñanzas de tu maestro, no suceden todos los días y, por
eso, hay que mantenerlas con mucho cuidado y mimo. La empatía nos ayuda a intentar
entender a otras personas. Entender cómo se siente, qué le sucede, en qué piensa… nos
puede dar pistas de cómo ayudar y, como sucede en tu caso, quizás contribuya a cambiar
de actitud.
Hagoromo tenía razón y sus palabras habían animado al decaído Minato.
- Muchas gracias amigo Hagoromo. ¡Qué suerte tener amigos tan sabios como tú!
- La suerte es mía. – dijo con su habitual sonrisa. – Pero ahora creo que es momento de
que vuelvas a tu mundo.
- Está bien. Mañana vendré a verte de nuevo.
- Aquí te estaré esperando con mucho gusto.
- ¡Ah! Lo olvidaba. Toma Hagoromo. – dijo mientras sacaba una pegatina con su nombre
de su bolsillo.
Hagoromo se rio y se la colocó en su blanca túnica.
- Ahora todos sabrán quién soy. – bromeó. – Muchas gracias Minato.
Hagoromo, sonriente y feliz con su pegatina, permaneció flotando en la nube hasta que
Minato cruzó el árbol y regresó al parque para dirigirse a su casa.
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Capítulo V. El mundo del cine
Había pasado varias horas hablando con Hagoromo y, sin embargo, en su mundo ese tiempo
no había existido. Tenía toda la tarde para terminar el trabajo del profesor Shikamaru y para buscar
la cámara con la que hacer que ver a sus compañeros y compañeras que deben preocuparse más por
los demás porque su ayuda les beneficiará también a ellos.
Minato pensó que quizás sus padres llegarían tarde y no le daría tiempo a preparar la
cámara. Este motivo hizo que decidiera aparcar el trabajo del profesor, a sabiendas de que aún tenía
margen de tiempo para su entrega, y centrarse en la cámara. Bajó al sótano de su casa y buscó en
unas cajas grandes de cartón.
En el interior de una caja había otra más pequeña y de un material más rígido. Minato la
sacó, la colocó encima de una mesa y la abrió. Allí estaba, la vieja cámara de su padre. Su padre era
un gran aficionado al cine y, en su juventud, había dirigido y grabado algún cortometraje que otro.
Desde que empezó a trabajar en su nueva empresa, tenía menos tiempo y apenas cogía la cámara y
la afición cinematográfica había pasado a un segundo plano. Minato pensó que podía usar esta vieja
afición de su padre como excusa para grabar sin levantar sospechas y luego proyectar sus
grabaciones para concienciar a sus compañeros y tocar la fibra de la empatía que el egoísmo había
ocultado.
El padre de Minato, Otosán, llevaba mucho tiempo sin coger la cámara. Sin embargo, y a
pesar de haber permanecido guardada durante tanto tiempo, la cámara estaba en perfectas
condiciones. Minato cogió un trapo y empezó a quitarle restos de polvo que aún tenía. La cámara
debía estar impoluta para su estreno. Minato pasó la tarde limpiándola y preparándola. Sin darse
cuenta, el sol ya había desaparecido y la luna brillaba en lo alto del cielo. Sus padres entraron por la
puerta y, al escuchar cómo se cerraba, Minato miró su reloj. El tiempo había pasado muy rápido,
más incluso que cuando conversaba con Hagoromo. Su concentración con la cámara había sido tan
grande que el trabajo del profesor Shikamaru llegó a desaparecer de sus prioridades. Menos mal que
aún quedaban días para hacerlo y entregarlo.
Minato subió del sótano con la caja de la cámara. Sus padres, mientras colgaban sus abrigos
en un perchero situado detrás de la puerta, observaron con asombro a Minato.
- ¿Qué llevas ahí? – preguntó con curiosidad su padre.
- Es tu vieja cámara, ¿me la dejas unos días, por favor?
- ¿Para qué la quieres?
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Minato le contó lo sucedido en clase y su idea para intentar mejorar la vida en el instituto.
Su padre, muy sorprendido por todo lo que le contaba, no solo accedió a dejarle la cámara si no que
se ofreció para escribirle un pequeño guión y ayudarle con el montaje y la edición posterior.
- Grabaremos un pequeño corto, como solía hacer en los viejos tiempos. – dijo su padre.
- Papá, ¿cómo lo planteamos?
- Un corto, como cualquier historia, debe tener tres partes: inicio, nudo y desenlace. Si el
objetivo es mostrar una actitud contraria a las normas de convivencia deberíamos pensar
en un protagonista que sufra esas situaciones. Ese sería el problema que presentaríamos
en el inicio, los sucesos acontecidos en clase corresponderían al nudo y una reflexión
final sobre todo eso sería el desenlace de nuestro corto.
Minato escuchaba con atención todo lo que su padre le contaba. Su madre, encantada de la
complicidad entre padre e hijo, observaba la tierna escena desde la distancia. Le resultaba
maravilloso que un padre y un hijo tuvieran esa relación tan cercana.
- El inicio es lo más importante pues es el momento en el que captamos su atención. Si no
es bueno, el resto del corto pasará desapercibido. Por tanto, debe generar curiosidad,
mostrando algo, pero no todo. Esa curiosidad de no conocer les hará estar pendientes a lo
que aparecerá a continuación.
- ¿Cómo sucede en los tráiler de las películas? – preguntó Minato.
- Efectivamente. Ese es el objetivo de los tráiler. Muestran partes sesgadas de las películas
con la intención de crear curiosidad y que, más adelante, cuando sean proyectadas en el
cine, vayas a verlas.
- Papá, has dicho que en el inicio debemos plantear un problema. ¿Y si ponemos a una
persona, con claros y oscuros de luz para que no se distinga bien, hablando sobre un
problema pero sin mencionar cuál es?
- ¡Yeah! ¡Buena idea! ¡Claro! Esa sensación de misterio de no saber quién es ni de lo que
pasa anunciando un problema o un mal… Es, es, es… ¡sublime! ¡No se me había
ocurrido nunca algo tan genial!
- Bueno, bueno… es hora de cenar. ¿Podéis continuar mañana? – interrumpió su madre.
- Ups, perdón cariño. Nos hemos entusiasmado y se nos ha ido el santo al cielo. – se
disculpó su padre.
Nunca habían hablado de ello y Minato desconocía que la afición de su padre por el séptimo
arte hubiera sido tan profunda. Tampoco sabía que su padre tuviera tantos conocimientos sobre
planos, secuencias o guiones. Ahora entendía por qué siempre que podía acudía al cine. Y así, los
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tres cenaron entre risas y anécdotas de los cortos grabados por su padre durante su época de
juventud.
Al día siguiente, Minato, antes de comenzar las clases, le pidió permiso al profesor
Shikamaru para hacer unas grabaciones. Le explicó todo y el profesor Shikamaru, aunque dudando
de la efectividad del proyecto, accedió. La cámara de Minato fue la gran novedad de la semana en el
instituto. Minato grabó todo tipo de situaciones: explicaciones interrumpidas por el jaleo, tiempo de
estudio en el que deberían estar en silencio pero continuaban hablando, disputas fruto de las
confusiones y malentendidos por no escuchar…
Cuando llegó el fin de semana, Minato le enseñó a su padre todas las grabaciones. Había
mucho material y lo primero era seleccionar las secuencias que iban a utilizar. Desde el viernes por
la tarde, que llegó Minato del instituto, hasta el domingo al medio día, padre e hijo compartieron
horas delante del ordenador editando vídeos y haciendo el montaje final para el lunes, en el
instituto, poder proyectarlo.
Fue un fin de semana agotador pero el resultado mereció la pena. El corto apenas duraba
siete minutos pero reflejaba muy bien la problemática. Tal y como acordó en secreto con el profesor
Shikamaru, el lunes a primera hora, y para captar la atención, el profesor lo proyectó cuando la
clase estuvo completa.
Minato, de repente y sin previo aviso, apagó las luces y el profesor encendió el proyector.
Todos guardaron silencio y observaron la pantalla. La sorpresa fue mayúscula y, más aún, cuando
empezaron a verse en esas situaciones.
Cuando la proyección acabó, Minato encendió las luces y uno de sus compañeros se levantó
y dijo:
- ¿Pero esto qué …
- Profesor, disculpe. – interrumpió Minato.
- ¡Eh, tú! ¡Espera a tu turno! – increpó el compañero.
- ¿Por qué? ¿No te gusta? Es lo que tú haces siempre con los demás. ¿Cómo te sientes?
¿Te gusta? – respondió Minato.
Esas palabras sentaron como un jarro de agua fría. Todos quedaron en silencio pensando en
todo. El plan de Minato había terminado. Primero les hizo ver sus errores y, después, les hizo
sentirse como se sentía el profesor. Ahora solo esperaba que aquello removiera sus conciencias y
cambiaran de actitud.
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En un instante el silencio fue roto por un lento y solitario aplauso de Tomodachi, una de sus
compañeras. A ese aplauso se le sumó el del profesor Shikamaru y, a estos y de manera sucesiva, el
del resto de compañeros y compañeras. Minato resopló aliviado. Esa respuesta indicaba que algo
había removido en su interior.
El profesor Shikamaru comenzó un debate, muy parecido al que había tenido Minato días
antes con Hagoromo, para intentar aclarar todo aquello que habían visto. En un primer momento,
parece que caló hondo y el resto del día nada tuvo que ver con el anterior. Minato salió del instituto
muy contento y durante la cena les contó a sus padres lo sucedido.
- Minato, hijo mío. Me alegro mucho de lo sucedido y, sin querer desanimarte ni
estropearte la alegría, te digo que no te ilusiones. Los cambios de las personas tardan en
llegar. Sé que pensarás que hoy ha sido todo distinto pero los cambios de actitud
requieren tiempo para que sean verdaderos. Ahora vendrán unos días muy buenos pero
también volverán a aparecer situaciones como las que grabaste. Eres un buen chico y sé
que quieres que todo cambie pero debes tener paciencia. Hoy has dado un gran paso.
Sigue así, campeón.
Las palabras de su padre golpearon a Minato porque tenía razón. El discurso era muy similar
al de Hagoromo. Pensó unos instantes, respiró y sonrió a su padre sin decir nada. Terminaron de
cenar, recogieron la mesa y se subió a su habitación a dormir. Había sido un largo día y merecía un
descanso.
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Capítulo VI. El mundo del baile
Minato se levantó contento por lo sucedido el día anterior pero apenado por las palabras de
su padre. Con esa extraña mezcla de sentimientos se dirigió al instituto con expectación por
comprobar la actitud de sus compañeros.
Todos se sentaron y el profesor Shikamaru comenzó recordando que la fecha de entrega del
trabajo se acercaba. Minato había estado tan ocupado con su corto y con los problemas de la clase
que había dejado de lado el trabajo. Ni se había acordado de él. Se prometió que esa misma tarde la
emplearía para dejarlo acabado y entregarlo al día siguiente.
Tras este breve pero importante recordatorio, el profesor Shikamaru comenzó con su clase.
A pesar de todo lo que sucedió el día anterior, sus compañeros y compañeras no habían aprendido
nada y continuaban interrumpiendo, hablando e ignorando todo lo que el profesor decía. Aquello
era una constante interrupción que impedía mantener una continuidad y generaba dudas en los
estudiantes como Minato que querían escuchar. Si es cierto que algunos de los compañeros
increparon a los alumnos y alumnas que mantenían esas actitudes contrarias pero aquello generaba
más ruido y, aunque su intención era buena, acababa aumentando el ruido y el jaleo.
El profesor Shikamaru, frustrado ante aquella situación, gritó enfurecido de una manera
nunca vista anteriormente:
- ¡Ya basta! ¡Por favor!
La clase quedó en un silencio sepulcral y Minato no sabía muy bien si habían cesado por
miedo o por vergüenza de haber llegado a aquella situación extrema. Tampoco duró mucho aquel
silencio. Minato, sorprendido ante la poca memoria que tenían sus compañeros, se marchó apenado
del instituto hacia el parque de Furanshisuko en busca de Hagoromo.
- Arbolito, por favor. – volvió a susurrar con la misma tristeza de la última vez.
Cruzó el portal y llegó al sendero. Pero esta vez no estaba Hagoromo flotando en su nube
esperándole. Así que comenzó a caminar en dirección a palacio. Mientras marchaba por aquel
sendero de piedras, Minato no paraba de pensar en todo lo sucedido. Buscaba justificaciones y
motivos que explicaran aquello y maneras de concienciarles para que entendieran que esa actitud no
es la más adecuada para una buena convivencia. Sin embargo, estaba confuso, tan confuso, que no
sabía bien qué pensar. Deseaba encontrarse ya con Hagoromo y hablar con él. Seguro que tenía
todas las respuestas a las preguntas que aparecían en su mente.
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Hagoromo no aparecía, su nube tampoco y ya casi estaba en el puente que, curiosamente,
tampoco estaba custodiado por los dos guardias habituales. Hoy todo era muy extraño, también en
el mundo del Maná.
Cruzó el solitario puente y llegó a la muralla del palacio. Estaba abierta y, aunque con miedo
por la inusual situación, decidió entrar. El palacio era enorme. Un gran patio con una preciosa
fuente de mármol central era la antesala a unas largas escaleras que conducían a otra puerta. Minato
supuso que esa puerta sería la entrada hacia las dependencias de Hagoromo.
De repente, un ruido llamó su atención. Era música, cantes y el bullicio propio de una fiesta.
Minato, en busca de la música, salió de la plaza central por unos de sus laterales y corrió por una
estrecha calle que bordeaba el palacio. Al final de ella, una nueva plaza apareció ante sus ojos.
Había muchas personas bailando y cantando. Un escenario colocado en el extremo opuesto de la
calle albergaba una pequeña orquesta que tocaba música. En las cuatro esquinas de la plaza había
cuatro mesas con comida. Minato intentó abrirse paso entre la gente que bailaba pero le era
imposible.
Una chica con una larga túnica azul le cogió de la mano y empezó a bailar con él. De su
mano, empezó a girar y a moverse al ritmo de la música que marcaba la orquesta. La tristeza que
Minato traía de su mundo se diluía entre las risas, la música y los bailes. Estaba contento y
disfrutando de aquel momento hasta que, sin darse cuenta, fue cogido del brazo por Hagoromo.
Hagoromo, a un ritmo más lento y ayudado de su bastón, comenzó a danzar suavemente con
Minato. Minato reía mientras. Nunca había pensado que Hagoromo, al que respetaba por su
seriedad y sus reflexiones profundas, pudiera ser tan divertido.
- Bailas muy bien, Minato. Pero soy un viejo y me estoy cansando. ¿Me acompañas a
tomar algo?
Hagoromo y Minato cesaron el baile y se dirigieron a una de las mesas. Hagoromo apoyó su
bastón junto a la mesa, cogió una jarra de agua y llenó un vaso.
- ¿Quieres tomar algo, joven amigo?
- Otro vaso de agua, por favor.
Hagoromo le ofreció el vaso que había llenado a Minato y rellenó otro que se quedó él.
Hagoromo cogió de nuevo su bastón y se dejó caer sobre la mesa. Minato se colocó junto a él,
también apoyado sobre la mesa, y Hagoromo le preguntó:
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- ¿Qué te sucede? Te noto un poco alicaído.
- ¿Te acuerdas de nuestra última conversación en el sendero? – preguntó Minato mientras
Hagoromo asentía con la cabeza. – Pues hice un elaborado plan para tratar de que mis
compañeros y compañeras de clase fuesen más empáticos con el profesor y cambiaran su
actitud tan molesta. Aunque ese día lo logré, hoy ha sido un desastre porque han vuelto a
actuar y comportarse igual y han impedido al profesor impartir su lección.
- Minato, ya te avisé que no sería una tarea fácil. Yo mismo decaí en mi intento. No
puedes exigirte tanto. Debes tener paciencia y, aunque parezca difícil, tú debes
continuar actuando igual. No te desanimes, al final entenderán que no actúan bien y
empezarán a corregir sus actos.
- Ainss. – resopló Minato.
Sabía que Hagoromo tenía razón pero, aún así, no podía evitar tener esa sensación de
impotencia y decepción. Entonces Hagoromo le abrazó fuerte y le susurró al oído:
- Tranquilo. Yo estoy muy orgulloso de ti. Continúa así.
Esas palabras reconfortaron a Minato. Hagoromo y Minato abandonaron la plaza dejando
atrás el ambiente festivo. Recorrieron las estrechas calles aledañas a palacio hasta llegar a la
muralla.
- Minato, creo que debes volver a tu mundo pero antes debes hacerme una promesa. No
cejes en tu actitud. No cambies nunca porque eres un chico especial.
Minato sonrió y justo apareció la nube mágica. Minato montó, se despidió con su mano y la
nube emprendió el camino de regreso hacia la entrada. En apenas unos minutos, Minato estaba de
vuelta en su mundo.
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Capítulo VII. El mundo del tiempo
Tras volver de nuevo a su mundo, Minato pensó que debía continuar con el trabajo del
profesor Shikamaru. Con todo lo acontecido en la última semana, Minato no había dedicado nada
de tiempo al trabajo y, aunque quedaba margen, el tiempo avanzaba y llegaría pronto a su fin.
Llegó a casa, se encerró en su cuarto y comenzó a modificar el trabajo de acuerdo con las
correcciones que el profesor Shikamaru le había realizado en clase. Al cabo de un rato, sus padres le
avisaron para cenar. El tiempo se le había pasado igual o más rápido que cuando viaja al mundo del
Maná pero no había conseguido terminar el trabajo así que no lo podría entregar al día siguiente,
como le hubiera gustado hacer.
Después de cenar la suculenta cena que preparó su padre y de mantener una agradable
conversación con sus progenitores, Minato subió de nuevo a su habitación para intentar descansar.
Se recostó en la cama pero no era capaz de conciliar el sueño. El trabajo del profesor Shikamaru
había mantenido ocupada su mente toda la tarde y la cena con sus padres había hecho lo propio
durante la noche. Sin embargo, ahora estaba allí solo, acostado en la cama y mirando al techo
dándole vueltas a todo lo acontecido por la mañana y durante su visita al mundo mágico del Maná.
Tras mucho pensar, al final pudo conciliar el suelo.
- ¡Minato! ¡Minato! – gritó su madre golpeando la puerta de su habitación.
Minato abrió un ojo y, de manera borrosa, vio su despertador. Se había quedado dormido, y
al ver la hora, dio un brinco. Se vistió rápidamente y fue al lavabo a lavarse la cara con agua para
intentar espabilarse. Su cara mostraba el cansancio de haberse dormido tarde y no haber podido
descansar lo suficiente.
Bajó dando tumbos por las escaleras y se comió la tostada que su madre le había preparado
casi sin ser consciente de dónde estaba. Terminó de desayunar y se subió al coche para ir al
instituto.
Llegó un poco más tarde de lo habitual. Casi no había niños y niñas en los pasillos pues la
mayoría ya habían llegado a clase. Solo unos cuantos rezagados como él aún no habían llegado.
Minato tocó a la puerta y dijo:
- Disculpe, buenos días. ¿Se puede?
- Adelante Minato, entra. ¡Qué raro que llegues tarde! – dijo el profesor Shikamaru.
- Lo siento profesor. No volverá a suceder.
- Tranquilo, no pasa nada. Siéntate.
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Minato pasó entre los pupitres y las mesas de sus compañeros con cuidado de no molestarles
hasta que llegó al suyo, situado junto a la ventana. Abrió su mochila y sacó su estuche. Se acordó
del inacabado trabajo cuando el profesor Shikamaru volvió a recordar que la fecha de entrega se
acercaba. Menos mal que aún quedaban días para que llegara y que tenía algo avanzado. Entonces
pensó que tendría que organizarse mejor. Había llegado tarde y no había terminado el trabajo. Eso
no podía volver a suceder y, por tanto, tendría que buscar fórmulas para evitarlo, como intentar
dormir antes o poner más alarmas en el despertador.
Llegar tarde era una falta de respeto hacia el profesor Shikamaru que se había preparado sus
clases para enseñarle cosas valiosas y útiles para su vida y, con esa actitud, parecía que no
consideraba que lo fuesen. Por otro lado, en un intento de exculparse, también pensó que era la
primera vez que le sucedía y que, normalmente, muchos de sus compañeros llegaban tarde sin
justificar y no tenía consecuencia alguna.
Pero no, eso no podía servirle de excusa. Recordó entonces las palabras que Hagoromo le
dijo en una de sus primeras visitas. «No puedo comportarme como ellos porque entonces no sería
diferente, sino que sería igual». Minato no quería repetir las acciones y gestos negativos que
realizaban sus compañeros y, si quería que cambiaran, él debía de mostrar la manera correcta, es
decir, debía predicar con el ejemplo.
Cuando la mañana llegaba a su fin, Minato, muy concienciado sobre su retraso y sobre la no
repetición del mismo, abandonó el instituto en dirección a su casa para intentar finalizar el trabajo y
entregarlo al día siguiente. Minato era un niño muy constante y trabajador, así que pasó toda la
tarde trabajando hasta que lo creyó terminado.
Esa noche, antes de dormir, ordenó y preparó su mochila, se aseguró de que no se le
olvidaba el trabajo y estableció una alarma en su teléfono para impedir que el sueño le atrapara más
de lo debido.
Minato estaba agotado y esa noche durmió plácidamente. Cuando sonó la alarma, se
despertó y observó con agrado como había conseguido despertarse a tiempo. Minato, se vistió,
cogió su preparada mochila y bajó a compartir el desayuno con sus padres.
A pesar de su malestar por la actitud en clase de los compañeros, le agradaba ver cómo
mantenían el saludo. Cierto es que todo cambiaba al entrar en clase pero, al menos, ese acto sí que
había calado en las personas del instituto.
- No todo es tan malo. – pensó Minato.
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Nada más entrar en clase, se acercó a la mesa del profesor Shikamaru y le entregó su trabajo.
El profesor se sentó en su silla y ojeó el trabajo. A Minato le extrañó que aún no hubiera ruido ni
jaleo. Miró su reloj, comprobó que pasaban cinco minutos de la hora de entrada y observó que
faltaba la mitad del alumnado de la clase.
- Profesor, ¿Por qué todos llegan tarde?
- Pues no lo sé. Supongo que o se quedan dormidos o se entretienen de camino al instituto.
No estoy seguro pero de lo que si estoy seguro es de que es una enorme falta de respeto
que no sé cómo vamos a corregir. – dijo al tiempo que pasaba las hojas del trabajo de
Minato. – Esto parece que está bien. Gracias Minato. – concluyó el profesor Minato.
- Gracias profesor. ¿Se lo queda ya o espero a la fecha acordada para entregarlo?
- No, no. Déjamelo ya si quieres. Por lo que he visto, parece que está bastante completo y
que has seguido mis indicaciones. No creo que debas hacer muchas más modificaciones.
Minato se sentó en su pupitre mientras el grueso de sus compañeros entraba en la clase.
Pasaban más de diez minutos de la hora de entrada y a todos parecía no importarle mucho. Entraban
con tranquilidad, riendo y comentando sus temas de interés y con total pasividad e ignorancia a la
figura del profesor Shikamaru.
Entre que se sentaron y prepararon el libro y el material necesario para atender a la
explicación del profesor, ya había casi transcurrido la primera hora de la mañana y el profesor
apenas había podido explicar nada. Minato tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo.
Sin embargo, al día siguiente, el profesor Shikamaru le sorprendió. Minato llegó al colegio
con su habitual puntualidad y sus compañeros, con su habitual impuntualidad, aún no habían
aparecido. El profesor Shikamaru, al marcar el reloj la hora de inicio, cerró la puerta y comenzó su
explicación para los asistentes. Lo curioso fue que el profesor cerró la puerta con llave por dentro y,
desde fuera, era imposible abrir la puerta y entrar en la clase. Además, hoy era la fecha fijada para
le entrega del trabajo, lo cual significa que toda persona que no asista a clase no podría entregar el
trabajo, con las consecuencias que conllevaba aquello para sus respectivas notas.
El profesor impartía la lección con su habitual estilo. Era un gran orador y tenía una inusual
habilidad para captar la atención de su alumnado. De repente, se escucharon unos pasos por el
pasillo. Minato miró su reloj y ya pasaban más de 15 minutos desde el inicio de la clase. El retraso
de aquel día ya no era normal. Un par de golpes contra la puerta interrumpieron la exposición del
profesor Shikamaru. Él los ignoró y continuó con su explicación. Los compañeros intentaron abrir
la puerta pero comprobaron que estaba cerrada con llave y que era imposible, por lo que tuvieron
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que esperar sentados en un banco del pasillo a que finalizara para que el profesor Shikamaru les
diera permiso para entrar.
Cuando acabó la explicación, el profesor abrió la puerta e invitó a entrar a los indignados
alumnos que llegaron tarde. Ellos, refunfuñando entre dientes por lo que consideraban como una
falta de respeto, quedaron perplejos cuando el profesor anunció que habría que hacer un trabajo
sobre lo que había explicado.
Los alumnos, enfurecidos, pidieron explicaciones al profesor. A lo que el profesor
Shikamaru contestó:
- ¿Por qué habéis llegado tarde? La clase empieza a las nueve horas en puntos. Ustedes
habéis intentado abrir la puerta pasadas las nueve y cuarto, más de quince minutos
después. ¿Por qué debería esperarles a ustedes y quitarle tiempo a los compañeros y
compañeras que, cumpliendo con su obligación, estaban aquí a la hora establecida?
- ¡Había tráfico y por eso nos hemos retrasado! – respondió enfurecido uno de ellos.
- Estupendo, pero ¿ayer también había tráfico? ¿Y antes de ayer también? ¿Y la semana
pasada qué sucedió? ¡Qué casualidad! – ironizó el profesor. – ¡Todos los días sucede
algo! ¿Y el tráfico no afecta a tus compañeros?
- ¡Pues sí, todos los días nos ha pillado!
- Entonces ustedes deberían ponerle remedio y buscar otras soluciones para llegar antes,
¿no crees? Si todos los días te encuentras con el mismo problema, deberías buscar
soluciones. Salir antes, tomar otra ruta, venir andando… no sé, se me ocurren varias.
- ¡Qué fácil lo ve profesor!
- Lo veo fácil porque lo es. Cuando una persona quiere hacer algo bien, busca los medios
para hacerlo y nunca pone excusas. ¿Has pensando en las consecuencias que tiene no
cumplir con las normas acordadas? Por llegar tarde no aprendes todo lo que deberías. Al
no aprender todo lo que deberías, no puedes aprobar. Si no apruebas, tienes la opción de
repetir curso. Eso por la parte académica. Pero si observas tu parte personal, ¿has
pensando en la cantidad de tiempo que estás desperdiciando? Te voy a decir una cosa, el
tiempo es algo que no vuelve, que no puedes recuperar. Si lo empleas en una cosa, ya
está gastado y no puedes tenerlo de nuevo. No es como una película que la paras y la
vuelves a ver cuando quieres. El tiempo pasa y, cuando te quieras dar cuenta, habrá
pasado mucho tiempo. ¿Quieres seguir perdiéndolo en cosas inútiles o prefieres empezar
a emplearlo en algo que de verdad te aporte felicidad y una mejor calidad de vida?
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Minato observaba sorprendido aquella escena. Parecía que era Hagoromo, y no el profesor,
el que hablaba. Minato, al observar esto, rio en voz baja. ¡Menuda lección se iban a llevar hoy! Esa
lección concordaba con su plan del cortometraje. El profesor quería que vivieran y que
experimentaran para poder captar su atención y hablarles claro. Solo así serían verdaderamente
conscientes de lo que deberían mejorar. Ya no solo por los demás, sino empezando por su propio
bien. El profesor Shikamaru era una buena persona que solo pretendía ayudarles. Ayudarles a
cambiar su actitud era una tarea, que como ya había comprobado Minato, se antojaba complicada.
En ese momento, las palabras de ánimo de Hagoromo vinieron a la cabeza de Minato, debía
continuar porque no estaba solo. Había más personas como Hagoromo o sus padres por su mundo.
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Capítulo VIII. El mundo del bienestar
La charla, con sus tintes reflexivos y de apelación a su conciencia, que había tenido el
profesor Shikamaru con los alumnos que llegaron tarde, permanecía en la cabeza de Minato. Al
salir del instituto dudó entre viajar al mundo del Maná y visitar a Hagoromo para contarle lo
sucedido o volver a casa y descansar un poco.
El profesor Shikamaru no les había pedido que hicieran ningún tipo de trabajo de
investigación ni actividad, así que decidió visitar a Hagoromo y contarle lo sucedido. Estaba
convencido de que se alegraría de escuchar lo acontecido durante la mañana. Minato ya no se sentía
tan solo y aquella lección que el profesor realizó por la mañana le sirvió para darse cuenta de que,
tal y como le había dicho Hagoromo, no estaba solo en el mundo. Otras personas concienciadas y
predispuestas convivían cerca de él.
Minato llegó, se acercó al árbol y, antes de pronunciar las palabras mágicas, se cercioró de
que estaba solo. Sin embargo, unos ancianos que paseaban a su perro se aproximaban a él. Minato
no quería que nadie descubriera que aquel árbol era en realidad un portal que conectaba aquel
mundo con el mundo del Maná reinado por Hagoromo, así que se sentó en el banco a esperar que
continuaran con su recorrido antes de viajar al otro mundo.
- Buenas tardes. – saludaron los ancianos al pasar por el banco de Minato.
- Buenas tardes. – respondió Minato con una sonrisa.
- ¿Qué haces tan solo ahí sentado? – preguntó el anciano.
- Nada, me gusta venir aquí a desconectar y pensar. – respondió Minato.
- ¡Qué joven más extraño! – exclamó la anciana. – Deberías estar en tu casa sentado en el
sofá con esas maquinitas con las que los chicos de tu generación se pasan el día
completo.
- Lo siento, prefiero hacer otras cosas, como leer un buen libro bajo la sombra de estos
árboles. – respondió Minato.
- Ojalá hubiera más jóvenes como tú. – añadió la anciana mientras se alejaba caminando.
- Adiós joven. – se despidió el anciano.
- ¡Hasta pronto señores! – respondió Minato.
Minato aguantó impaciente unos minutos y, cuando ya les vio bastante alejados, se acercó al
árbol.
- Por favor, arbolito. – susurró con sigilo.
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Minato cruzó la oscuridad del árbol y llegó al sendero. El mundo del Maná no cambiaba y
su paisaje siempre era el mismo. Mientras caminaba al puente, antesala del castillo de Hagoromo,
observaba todo lo que le rodeaba y se preguntaba por qué Hagoromo se encerraba en este mundo y
no lo abría a los demás. A Minato le gustaría que sus compañeros de clase le visitaran y, quizás así,
al escuchar sus sabias palabras, entenderían sus errores y consecuencias y cambiarían su proceder.
Reflexionando y reflexionando, Minato alcanzó el puente. Allí se topó con los guardias que
conoció en su primera visita.
- ¡Eh, chico! – llamó un guardia. – Veo que has vuelto a visitarnos.
- Hola señor guardia. Sí, vengo a ver a Hagoromo. ¿Sabe dónde está? – preguntó Minato.
- Mmm, déjame que piense… Sí, creo que está de viaje en una isla lejana. ¿No ha
aparecido su nube?
- No, he supuesto que estaría en el castillo.
- Creo que está en un viaje importante. ¿Quieres esperarle o prefieres volver a tu mundo y
nosotros le decimos que estuviste por aquí?
- ¿Saben si tardará mucho? – preguntó Minato mirando a ambos guardias.
- No lo sabemos, quizás se demore más que otras veces.
Minato dudó entre esperar un poco más a que Hagoromo volviera o regresar ya.
- ¿Hagoromo no tiene más nubes mágicas? – bromeó Minato.
- No, lo sentimos. Esa es la única nube mágica que existe en este mundo. Ya nos gustaría
a todos que hubiera más. – rio uno de los guardias.
- Oye, chico. ¿Puedo hacerte una pregunta? – preguntó el otro guardia.
- Sí, claro señor guardia. Adelante, pregunte lo que quiera. A ver si soy capaz de
responderle.
- ¿Cómo es tu mundo? Nosotros nunca hemos cruzado el árbol mágico y sentimos
curiosidad.
- Bueno… es más diferente a este. Tiene más edificios, viven más personas, hay más
aparatos tecnológicos y modernos…Este mundo del Maná es más bonito y, con toda esta
naturaleza, la sensación de paz y tranquilidad es mayor que en mi mundo, en el que todo
parece que transcurre con demasiada velocidad. Podemos decir que mi mundo se está
deshumanizando. Si viajaras a mi lado, estarías deseando volver, créeme.
- ¡No exageres tanto, chico! ¡Seguro que tienes cosas maravillosas allí también!
- Claro, también hay personas buenas, como mis padres o mi profesor, el señor
Shikamaru, ciudades antiguas muy parecidas a vuestro castillo y zonas naturales como
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este sendero, pero son menos abundantes porque, con el paso de los siglos y de las
civilizaciones, las personas de mi mundo han cambiado todo.
- ¡Oh! El famoso bienestar. – exclamó un guardia.
- ¿Cómo? ¿A qué te refieres? – preguntó Minato.
- ¿Sabes por qué ha cambiado tu mundo tanto en ese sentido? – le preguntó el guardia
mientras Minato negaba con la cabeza. – Por el concepto del bienestar. Te lo voy a
explicar. Las personas tenemos unas necesidades que cubrir para poder vivir bien:
comer, descansar bien, no padecer enfermedades… Todas estas cosas son necesarias
para poder vivir en el mundo, tenemos que cubrirlas para garantizar nuestro estado de
bienestar. Conseguirlas es más fácil si colaboramos, si compartimos con los demás, es
decir, si nos ayudamos a conseguirlas de manera conjunta es más sencillo que
conseguirlas de manera individual y por separado. Para ayudarnos necesitamos ser
generosos y solidarios con los demás. La ayuda es un camino recíproco: tú me ayudas y
yo te ayudo. Unas veces yo seré el que necesite tu ayuda y, en otras ocasiones, tú me
ofrecerás la tuya. Cada persona es única y domina unas habilidades mejor que otras.
- Por ejemplo, – interrumpió el otro guardia – yo cocino mejor que mi compañero. Sin
embargo, yo no sé arreglar los desperfectos de nuestra casa. Él es más hábil reparando
las cosas que se nos rompen. Pues nos ayudamos y los dos vivimos mejor que si
tuviéramos que hacerlo por separado. Nos complementamos.
- La vida de las personas debería ser así, ayudándose para vivir mejor. ¿Qué ha sucedido
en tu mundo? Las personas han querido mejorar este estado del bienestar por otros
medios. Han creado cosas que facilitan la vida de cada persona. En tu mundo las
personas no comparten y se han olvidado de ayudar a los demás. El estado de bienestar,
enfocado como lo tenéis, ha cambiado y lo ha convertido en un mundo más egoísta y
menos solidario.
- Eso nos enseñó Hagoromo y, por lo que comprobamos de tus palabras, estaba en lo
cierto. – concluyó el otro guardia.
Hagoromo, que escondido debajo del puente sentado en su nube flotante, escuchaba muy
atento toda la conversación.
- Lo sé y por ello quiero concienciar a las personas de mi mundo pero es imposible. No
escuchan y solo se preocupan por lo suyo. Incluso cuando alguien quiere ayudarles a
mejorar, son ignorados. – dijo Minato recordando los últimos incidentes ocurridos en su
instituto.
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- No puedes desanimarte. Piensa una cosa, si todos actuaran de la misma forma, ¿cómo
estaría tu mundo ahora? Todavía hay esperanza porque hay personas que piensan como
tú y, aunque no lo sepas o no les conozcas, también están actuando como tú en otras
partes.
- Sí, justo eso venía a contarle al señor Hagoromo. Esta mañana, en mi instituto, parecía
que era Hagoromo y no mi profesor el que estaba allí. – rio Minato.
- ¿Estás seguro? ¡Si yo no me he movido de aquí! – dijo Hagoromo saliendo desde debajo
del puente.
- ¡Hagoromo! – exclamó Minato. – ¿Has estado ahí todo el tiempo?
- Sí, joven amigo y he escuchado toda la conversación con mis amigos los guardias. Así
que parecía que estaba en tu mundo. Vaya, vaya. Cuéntanos, ¿qué ha sucedido?
Minato relató todo lo sucedido con el profesor Shikamaru. Los guardias se rieron cuando
Minato les contó que el profesor cerró la puerta con llave y les dejó toda la hora fuera.
- ¡Ha sido un lección genial! Espero que después de eso entiendan la importancia de llegar
a tiempo a los sitios y más aún si tu profesor es tan bueno como Hagoromo. – bromeó
uno de los guardias.
- ¡Oye, que soy el sabio de este mundo! ¡No te burles de mí! – replicó Hagoromo al
guardia.
Todos rieron y bromearon tras la anécdota que les había contado Minato, el cual estaba
encantado de mantener aquella conversación con Hagoromo y los dos guardias.
- Amigo Hagoromo, creo que debo volver a mi mundo. Si no estaré muy cansado mañana
y no quiero ser yo el que llegue tarde. – volvió a bromear Minato.
- Sí, no te vaya a dejar en la calle mi otro yo de tu mundo. – satirizó Hagoromo
burlándose de los guardias. – Venga, te acompaño al árbol.
Minato se despidió de los guardias y comenzó a andar por el sendero. Hagoromo se
desplazaba sentado en su nube que flotaba junto a Minato, el cual observó aquello con sorpresa y
asombro.
- Hagoromo, gracias por las palabras del otro día. Tenías razón y hay más personas que
entienden la vida como me la explicaste.
- Y te encontrarás a más. Estoy seguro. Como te dije en la otra ocasión, sé que puede
frustrar y desanimar pero lo único que podemos hacer es seguir actuando como creemos
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y esperar que cale en las demás personas. Estoy seguro que viendo nuestras acciones,
entenderán todo y cambiarán.
- ¡Tienes razón amigo! ¡Continuamos! Vendré pronto a verte de nuevo y espero traerte
más noticias buenas.
Hagoromo y Minato se chocaron las manos, se despidieron y Minato traspasó el portal y
regresó al parque. Había sido un buen día y la conversación con los guardias le había animado
mucho. Minato volvió a casa y continuó con su rutina diaria pensando en qué nuevos
acontecimientos le depararía el instituto al día siguiente.
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Capítulo IX. El mundo de los conflictos
Los días sucesivos transcurrieron con una inusual normalidad. Por la mañana, el despertador
sonaba como de costumbre y Minato realizaba su rutina diaria antes de llegar al instituto. El sonido
de la campana escolar anunciaba día tras día el inicio y fin de cada una de las clases que se
impartían. Las tardes las pasaba en casa realizando los trabajos y tareas que los profesores le
encargaban. El clima de su instituto parecía ir cambiando poco a poco y siendo más positivo y
educado que meses atrás. Mañana tras mañana, Minato se alegraba al comprobar que la mayor parte
de sus compañeros y compañeras continuaban siendo puntuales. Parece que el golpe de efecto que
realizó el profesor Shikamaru tuvo un cierto impacto y que todos y todas habían aprendido algo de
aquello.
Minato había acudido al parque de Furanshisuko alguna tarde que otra pero no volvió a
visitar a Hagoromo en el mundo del Maná. Prefirió pasear y sentarse en su banco a leer y pensar
aunque añoraba las conversaciones con Hagoromo. Cada vez le gustaba más acudir al otro mundo
pero entendía que no podía acaparar toda la atención del sabio ni tampoco pretender vivir allí más
que en su mundo.
Así, las clases trascurrieron con normalidad hasta que en un recreo sucedió un altercado
inesperado. Minato estaba sentado en uno de los bancos del patio con algunos de sus amigos
comiéndose el bocadillo que su madre le preparaba todos los días cuando, de repente, se escuchó un
alboroto tremendo. Minato vio a muchas personas corriendo en dirección opuesta a la que ellos
estaban. Se giraron y vieron un pequeño corro de personas que se hacía más y más grande.
Inmediatamente se acercaron profesores. En el centro había dos alumnos que peleaban y que
los profesores ayudaron a levantarse del suelo e incorporarse. Mientras dos profesores dispersaban a
la multitud que se había reunido, el profesor Shikamaru cogió de los brazos a estos dos alumnos y
les acompañó al interior del edificio. Minato y sus amigos se sorprendieron al ver que los dos chicos
que se estaban peleando eran sus compañeros de clase.
- ¿Qué ha pasado? - Le preguntó uno de los amigos de Minato a una chica que había
presenciado la pelea.
- Esos dos chicos de tu clase, Kenka y Senso, se estaban peleando. – respondió la chica.
Kenka y Senso eran los alumnos que habían llegado tarde y replicado al profesor Shikamaru
semanas antes. También eran los mismos que hablaban, molestaban e interrumpían siempre. En
otras ocasiones habían tenido peleas con otros compañeros pero nunca se habían peleado entre
ellos.
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Se palpaba una cierta tensión en el ambiente durante el tramo final de la mañana. Era como
la calma que precede a una gran tormenta, un preludio de que algo más iba a suceder. Y así fue, a la
salida del instituto pudieron acabar la pelea que los profesores interrumpieron durante el recreo.
Eso no era una pelea, era una batalla campal. Minato, atónito ante aquella situación,
observaba cómo sus compañeros no sólo no trataban de impedirlo, sino que les jaleaban y animaban
a seguir. Les gustaba aquello, lo cual a Minato le parecía un hecho bochornoso y lamentable. Menos
mal que dos transeúntes que pasaban por allí pudieron separarles y disolver el altercado.
Al día siguiente no se hablaba de otra cosa que no fuese el incidente. Muchos relatos se
contaban sobre el origen de la pelea. Diferentes versiones de los hechos circulaban por los corrillos
de estudiantes. Dependiendo de a quién le preguntaras, la historia era diferente aunque todas
coincidían en una cosa: la pelea empezó durante el partido de fútbol que ambos amigos jugaban en
el recreo.
Unos decían que empezaron a insultarse porque Senso increpó a Kenka que no le pasara el
balón cuando tenía una posición buena para marcar. Otros cuentan que Kenka no le pasó el balón
porque Senso en una jugada anterior no lo hizo. No se sabe con certeza el motivo real pero todas las
razones que circulaban eran absurdas. Minato era incapaz de comprender cómo una pelea tan
grande que acaba con la amistad de dos personas que eran tan amigos podía ser iniciada por razones
tan insignificantes como esas.
Minato tenía claro el culpable: el egoísmo. Se apoderó de los dos estudiantes y, por afán de
protagonismo, desembocó en una pelea que, además de propiciarles daños físicos, había acabado
con su amistad. Si en las últimas semanas el buen clima había reinado el instituto, aquel inesperado
incidente había dado un vuelco. Si el egoísmo invadió a sus compañeros, la ira hizo lo propio con
Minato que, movido por la frustración de que los hechos negativos continuaban sucediendo, decidió
que ese día, y después de tanto tiempo, sí que iría al mundo del Maná a visitar a Hagoromo.
Conocer su opinión sobre todo lo sucedido era muy importante para intentar que no se repitieran
situaciones similares nunca más.
Dicho y hecho. Nada más acabar el instituto, Minato no esperó ni un segundo y emprendió
la marcha. En ninguna de las visitas anteriores había tenido tal decisión y convicción por visitar a
Hagoromo. Minato consideraba los incidentes anteriores importantes por lo que suponían para la
convivencia pero no tenían la gravedad de este último.
- Por favor arbolito, ¡ábrete! – gritó enfurecido Minato.
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El árbol se abrió por la mitad y Minato viajó al mundo del Maná. La luz cegadora del sol
impedía ver a Minato con claridad y, al salir del árbol, pisó en falso y casi tropieza. Se colocó su
mano derecha encima de los ojos con la intención de tapar el sol, evitar que los rayos le impidieran
ver y así poder averiguar dónde se encontraba. Minato no se encontraba en el sendero al que había
llegado en las ocasiones anteriores.
Minato, incrédulo y nervioso, miró a un lado y a otro. La sensación de enfado se convirtió
en incertidumbre. Estaba en la cima de una pequeña montaña. Un único edificio de piedra se hallaba
en aquel solitario lugar. Solo las nubes, el cielo azul y los rayos cegadores del sol rodeaban a
Minato. No veía el castillo ni el puente que le precedía. Tampoco veía la zona desértica en la que
habló con Hagoromo en un mercado ni el inmenso mar que atravesó hasta llegar a él.
¿Qué haría en un lugar tan recóndito? ¿Por qué el árbol le había llevado hasta allí? Minato se
sentó, cerró los ojos y escuchó el ruido de la suave brisa acariciando su cara. Una increíble
sensación de paz y tranquilidad inundó a Minato. Empezó a escuchar el leve piar de un pájaro que
revoloteaba a su alrededor. La brisa trajo consigo unas hojas que Minato sintió cómo eran mecidas
por el viento. Minato inhalaba y exhalaba aire despacio, sus músculos se relajaban.
En su mente aparecían imágenes relativas a lo acontecido. El sentimiento de ira y enfado
desapareció y Minato pensaba ahora con más lucidez. Tenía razón en pensar que la violencia era
impropia y poco adecuada para resolver problemas y, más aún, problemas de tan poca relevancia
como ser el protagonista de un gol en un partido entre escolares. Pero también comprendió que,
dejándose llevar por la ira, no solucionaría nada, más bien todo lo contrario. Seguramente tomaría
decisiones erróneas que acrecentarían el conflicto.
Minato continuó inhalando y exhalando aire con los ojos cerrados bajo la tranquilidad que
aquel recóndito lugar le propiciaba. Pasado un tiempo abrió los ojos y se encontró a Hagoromo, con
los ojos cerrados y sentado en su nube, flotando junto a él.
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Capítulo X. El mundo de la relajación y de la meditación
Minato se sorprendió al comprobar que Hagoromo estaba junto a él. Bien por su abstracción
o por el sigilo de Hagoromo pero, en ninguno de los casos, se había percatado de su llegada. Minato
permaneció en silencio y prestó atención al suave balanceo que causaba la flotación de la nube.
Sonrió al ver a Hagoromo meditando en silencio. Le parecía una escena mágica y era inevitable que
una ligera mueca alegre se le esbozara al recordar todo lo bueno que le había aportado a su vida el
conocer a este extraño ser. No quería interrumpir la meditación de su sabio amigo, así que volvió a
cerrar los ojos y permaneció en silencio. Pasó un rato en esa posición, respirando aire fresco,
relajando sus músculos y evadiéndose de la realidad. Su mente se liberaba de los pensamientos
negativos y de los sentimientos de ira, enfado y rencor que acabaron abandonando por completo a
Minato.
- Joven amigo, ¿qué tal estás? – se interesó Hagoromo.
- Bien, ¿por qué hoy me ha traído el árbol a este lugar tan recóndito?
- ¿Ves ese pequeño edificio? Es mi casa. Aquí vivo yo. Bienvenido a mi hogar. – le aclaró
Hagoromo.
- ¿Cómo? – preguntó sorprendido Minato. – ¿Aquí vives tú? ¿Y el castillo amurallado y
custodiado por guardias? Yo creía que vivías allí.
- No, allí solo atiendo y recibo a las visitas pero mi verdadera casa, donde como, duermo y
medito, es ésta. – explicó.
- Por eso tienes una nube voladora. Para llegar aquí. Si no sería imposible. Claro, claro.
Ahora lo entiendo todo. – bromeó Minato.
- ¿Ya no estás enfadado, joven amigo? Te veo muy risueño. Cualquiera lo diría tal y como
has llegado a este mundo. – le respondió.
- Sí, estoy más tranquilo. La verdad es que este lugar me ha ayudado a relajarme y a
desprenderme de las sensaciones negativas que tenía. Entiendo que vivas aquí. Más que
un refugio, parece un hogar. Me gustaría tener un sitio así. La brisa, el sonido de los
pájaros que vuelan…
- ¿Sabes por qué escogí este lugar para establecer mi hogar? Precisamente por eso, aquí
puedo alejarme del bullicio y olvidarme de todo. Cuando estamos enfadados o, incluso
tristes y desanimados, la relajación es una técnica que nos ayuda a liberarnos de esas
sensaciones y volver a nuestro estado habitual. Es como evadirse a otro mundo. – sonrió
Hagoromo.
- En el instituto nos enseñan algunas técnicas, pero no pensaba que fuese con este fin.
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- La relajación es un arte milenario. Todas las culturas desde el origen de la civilización la
han utilizado para que las emociones no se adueñen de nuestra razón. Necesitamos
olvidarnos de lo malo y recordar lo bueno. La relajación y la meditación nos ayudan a
ello.
- Eso mismo necesito yo, olvidarme de todo. Vaya día he tenido amigo…
- ¿Qué ha sucedido esta vez? Cuéntame.
- Una pelea… No he visto algo tan vergonzoso en mi vida. ¡Y encima la pelea fue
provocada por un estúpido partido de fútbol! ¡Por marcar un gol! ¿Te lo puedes creer? –
exclamó Minato.
- Tú, igual que yo, sabes que la causa real no es el marcar el gol, si no el motivo de por
qué quieren marcar.
- Sí, el egoísmo y el ego por demostrar que son los mejores. Lo importante es el equipo,
disfrutar y pasar un buen rato. Sin amigos no podríamos hacer muchas cosas, como por
ejemplo, jugar un partido. Son fundamentales en nuestras vidas y, sin embargo,
prevalecen otras cuestiones. ¡Es increíble! – se indignó Minato.
- Efectivamente, joven amigo. Pero tú no puedes dejar que se apoderen de ti emociones
negativas como el enfado o la ira. Las decisiones que tomamos deben servir para mejorar
el bien común y deben ser lo más equitativas posibles para no perjudicar a nadie. La ira
no puede cegar a la razón. Por eso te he traído aquí. Minato, todos necesitamos
desconectar de nuestras cosas. Solo necesitamos un lugar tranquilo y relajar cuerpo y
mente para lograrlo. Las emociones, tanto buenas como malas, nos invaden y se
apoderan de nosotros pero hay que saber controlarlas.
- Tienes razón y, ya que estoy tranquilo y lúcido, ¿qué hago para solucionar estos
problemas? ¿Qué puedo hacer para que no vuelvan a ocurrir?
- Lo siento. Eso tendrás que descubrirlo tú.
- ¿Cómo que no puedes ayudarme? – preguntó extrañado Minato. – Yo creía que tenías las
respuestas de todo y que me ayudarías.
- No, si con mi magia cambio la voluntad o la forma de proceder de las personas, ¿en qué
clase de mundo vivirías? ¿Prefieres vivir en un mundo de mentira, un mundo irreal?
Minato reflexionó sobre esa pregunta unos instantes. Sus deseos de cambiar todo a mejor
habían cegado su voluntad. Hagoromo tenía razón. Vivir así era una mentira, era engañarse a sí
mismo.
- No, claro que no. Hay que intentar cambiar la actitud de las personas pero no obligarles,
sino más bien concienciarles y hacerles ver ver la naturaleza e importancia de sus
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acciones, tal y como tú has hecho conmigo. Si comprendieran las nefastas consecuencias
de sus actos, cambiarían su modo de proceder.
- Eso es, pero el cómo hacer eso, te corresponde descubrirlo a ti, no a mí. Minato, yo no
puedo ayudarte. Te deseo mucha suerte en tu nueva misión. No desfallezcas porque tu
mundo necesita más gente como tú. – dijo Hagoromo con una mirada esperanzadora.
Las palabras de Hagoromo sentaron como un jarro de agua fría a Minato que pensaba que su
sabio amigo podría ayudarle. Minato empezaba a ser consciente de que su mundo era imperfecto y
que Hagoromo no podía hacer nada porque se pareciera al suyo.
- Creo que debería volver a casa. Muchas gracias, Hagoromo. – agradeció con tristeza y
resignación Minato.
- Por favor, no decaigas. Sé que es un momento complicado pero todo cambiará.
¿Recuerdas el día que me visitaste y que estabas muy triste? Empezaste a bailar y tu
estado emocional cambió. Pues esta vez es igual aunque pienses que no lo es.
Minato recordó aquel momento. Hagoromo no le daba soluciones directas, sin embargo, sí
que de manera indirecta le proporcionaba ideas. Bailar y relajarse mediante la meditación y la
contemplación eran dos de ellas pero no había sido consciente hasta ahora. Minato sonrió y dijo:
- Muchas gracias, de verdad, amigo Hagoromo. Conocerte ha sido muy importante para
mí. Vendré a verte pronto, ¿de acuerdo?
- Para mí también ha sido un placer conocerte y me gusta mucho conversar contigo pero
voy a establecer una condición para tu siguiente visita.
- ¿Cuál?
- Siempre debes sonreír.
- Te prometo que lo intentaré.
Minato se levantó y caminó hacia el árbol que comenzó a abrirse por la mitad. Antes de
cruzar, giró la mirada hacia Hagoromo y dijo con una sonrisa:
- Volveré pronto.
Entró en el portal y, en un instante, estaba de nuevo en su mundo. Minato miró al cielo, el
cual brillaba incluso más en el mundo del Maná, resopló y comenzó a caminar abandonando el
parque.
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Capítulo XI. El mundo del deporte, el rugby
Minato aminaba por los pequeños caminos pensando en las tareas y en los trabajos del
instituto que debía acabar. Sin embargo, ese día no tenía ninguna tarea pendiente que realizar y aún
quedaba tiempo para que sus padres llegaran de la empresa donde trabajaban. En casa se aburriría
mucho, así que prefirió cambiar la ruta de regreso y pasear por su ciudad. Era una tarde soleada,
corría una leve brisa muy agradable, no tenía nada mejor que hacer y pensó que también podría ser
una forma de desconexión.
Tras abandonar el parque por una de sus salidas, comenzó a avanzar por una de las calles
más céntricas y bulliciosas de la ciudad. Caminó y caminó por esa gran calle transitada por
múltiples personas que cargaban con bolsas y acompañadas por el ruido del tráfico y de los
semáforos. Minato alcanzó el final de la calle y llegó hasta las vías del tren. Sin darse cuenta había
abandonado el centro de la ciudad y se encontraba en las afueras.
Desde ahí se observaban las montañas que desde el centro de la ciudad o desde su casa,
situada en el otro extremo, Minato no podía ver con asiduidad. Paseó paralelo a las vías hasta que
llegó a un estadio deportivo. Se escuchaban cánticos provenientes de las gradas y Minato acudió
para ver el partido.
Entró, subió unas escaleras y se sentó en uno de los asientos. Empezó a observar cuando se
percató que aquello no era fútbol. Minato prestó atención. Los equipos terminaban el calentamiento,
lo que indicaba que el partido iba a comenzar. El árbitro pitó y un equipo realizó el saque golpeando
una pelota de forma ovalada. Aquello era rugby y, tras observar las primeras jugadas, a Minato le
resultaban extrañas muchas de las acciones tácticas y otras muchas ni las comprendía.
Su cara de asombro llamó la atención de unos aficionados que estaban sentados en unos
asientos próximos. Uno de ellos, el cual sufría una lesión en una pierna y portaba unas muletas, le
dijo:
- Eh, amigo. Estás muy solo. ¡Vente con nosotros!
Minato, con un poco de timidez y nerviosismo, se acercó y saludó:
- Hola, me llamo Minato. Encantado.
- Hola, yo soy Shiroto y estos son mis amigos Yotte y Mayaku.
- ¡Hola! – saludaron ambos al unísono.
- ¡Hola! Encantado. – saludó con vergüenza Minato. – ¿Qué te ha pasado en la pierna? –
preguntó.
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- Bueno… un pequeño incidente en un entrenamiento. Choqué con un compañero al
intentar esquivarle y me fracturé la tibia y el peroné. – contó Shiroto.
- ¿Jugabas a rugby también?
- Sí. Esos que juegan son mis compañeros de equipo. Es el primer partido de esta
temporada que no puedo jugar y me temo que serán muchos más porque recuperarme de
esta lesión me va a llevar un tiempo. ¿Tú juegas al rugby?
- No, de hecho desconozco este deporte. Yo solo pasaba por aquí, he oído el alboroto y he
entrado a mirar.
- El rugby es un deporte hermoso. No tiene nada que ver con el fútbol, con el baloncesto o
con cualquier otro deporte de equipo que conozcas.
- ¿En qué se diferencian? Desde fuera parece mucho más violento y agresivo.
- Eso es lo que parece pero, mira, observa bien. Los jugadores que caen al suelo se
levantan y están bien. ¿Los jugadores de rugby pueden lesionarse? Sí, claro. Pero igual
que en otros deportes. El riesgo es el mismo y no es mayor por el contacto, como mucha
gente cree.
- ¿Por qué dices que es un deporte hermoso y que no se parece en nada a los demás?
- Porque los valores que muestran los jugadores de rugby son diferentes. Todo jugador de
rugby debe ser respetuoso con el compañero, con los rivales y con el árbitro. Mira. – dijo
señalando al campo. – El árbitro acaba de señalar una falta y, fíjate bien, ¿qué están
haciendo los jugadores de un equipo y otro? Vuelven a sus posiciones y nadie se queja ni
grita enfadado, ni mucho menos se insultan o pelean. Tan solo los capitanes de cada
equipo se dirigen al árbitro y observa bien el tono tan respetuoso en el que lo hacen. Los
jugadores le preguntan sobre el juego y los árbitros advierten a jugadores de las acciones
pero en un tono educado y respetuoso. El jugador de rugby entiende que el árbitro es una
figura imprescindible. Si no hay árbitro no puede haber juego. ¿Un árbitro puede
equivocarse al señalar una acción? Claro, pero nosotros también nos podemos equivocar
al leer un mal pase o al hacer una falta. No pasa nada. Todos nos equivocamos y
jugamos para continuar aprendiendo.
Minato estaba muy sorprendido. Ese deporte desconocido para él tenía una filosofía muy
similar a la que le había transmitido Hagoromo. Durante el trascurso del partido, Shiroto continuó
explicándole las reglas del deporte para que Minato comprendiera el juego. Cuanto más le contaba
Shiroto, más le gustaba y entusiasmaba el deporte.
- Minato, observa bien ahora. Mira, eso es un paseíllo. Un equipo le hace un paseíllo al
otro equipo en señal de agradecimiento por el buen partido y el otro equipo se lo
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devuelve a continuación. Los puntos importan porque según éstos se ordena la tabla
clasificatoria pero no es lo más importante. Lo más importante es la amistad y el respeto
hacia el otro. En el rugby no hay peleas, discusiones ni malentendidos. Si los hubiera, la
federación que organiza el campeonato y el club del jugador que realiza esas acciones
tan deplorables sancionan a esa persona de manera severa. Incumplir las normas que
emanan de nuestros valores no se tolera ni se consiente. El rugby tiene una esencia que
se mantiene desde que fue creado hace más de un siglo.
Minato se quedó atónito ante aquellas palabras. Estaba encantando con el nuevo
descubrimiento del rugby.
- Ahora comienza el tercer tiempo. – continuó Shiroto. – Yo, aunque no he podido jugar
por mi lesión, estoy invitado. ¿Te apetece acompañarnos?
- ¿Qué es eso del tercer tiempo? ¿El partido no tenía dos partes? – preguntó Minato
impresionado.
- Sí, el partido tiene dos partes. Por eso este se llama tercer tiempo. No es una parte
reglamentaria del juego pero el equipo local, cuando el partido finaliza y los jugadores y
árbitros se han duchado y aseado, organiza una pequeña comida de encuentro. En esta
comida se estrechan lazos de amistad, se comentan jugadas del partido, se habla con el
árbitro... pero todo desde un punto de vista anecdótico y no con el objetivo de crear
polémica, criticar o quejarse para cambiar el resultado.
- ¡Hala, qué guay! ¿Y por qué me invitas a mí si no me conoces?
- Me has caído bien. – dijo Shiroto. – ¿Me ayudas con las muletas que pueda bajar de las
gradas?
Minato ayudó a Shiroto a bajar por las escaleras de la grada. En la parte inferior del campo,
justo debajo de los graderíos se encontraba un pequeño bar con una barra donde servían bebidas y
unas cuantas de mesas con sillas para sentarse. Algunos jugadores, uniformados con polos con
escudos y emblemas de sus clubs empezaban a llegar. Se distinguían claramente quién pertenecía a
cada club. Los árbitros, vestidos de negro, fueron los últimos en llegar. El ambiente era muy alegre
y todos hablaban e intercambiaban impresiones. El ruido de las risas y las carcajadas era la música
de fondo de aquel encuentro festivo.
Shiroto le presentó a Minato a todos sus compañeros e, incluso, a algunos de los jugadores
rivales, así como a miembros de la directiva. Minato, debido a su ignorancia sobre los aspectos del
deporte, prefirió ser cauto y no comentar mucho para no realizar comentarios que pudieran ofender
o hacer sentir mal. Le preocupaba decir algo que fuese contrario a sus valores y normas y pudiera
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  • 1.
  • 2. 2
  • 3. 3 Índice Capítulo I. El mundo del Maná de Hagoromo ................................................................................5 Capítulo II. El mundo real de Minato..............................................................................................9 Capítulo III. El mundo del saludo..................................................................................................15 Capítulo IV. El mundo del silencio.................................................................................................19 Capítulo V. El mundo del cine........................................................................................................25 Capítulo VI. El mundo del baile .....................................................................................................29 Capítulo VII. El mundo del tiempo ................................................................................................33 Capítulo VIII. El mundo del bienestar...........................................................................................39 Capítulo IX. El mundo de los conflictos.........................................................................................45 Capítulo X. El mundo de la relajación y de la meditación...........................................................49 Capítulo XI. El mundo del deporte, el rugby ................................................................................53 Capítulo XII. El nuevo mundo del rubgy, descubriendo sus bondades......................................59 Capítulo XIII. El mundo del Maná es invadido por el rugby......................................................63 Capítulo XIV. El mundo de Minato es invadido por el rugby.....................................................67 Capítulo XV. Despedida del mundo del Maná..............................................................................71
  • 4. 4
  • 5. 5 Capítulo I. El mundo del Maná de Hagoromo El parque de Furanshisuko se situaba en el centro de la ciudad. El paisaje era muy llamativo pues las copas de los árboles destacaban entre todos los edificios altos como un oasis en medio del desierto. A Minato, un joven estudiante de un instituto de secundaria de la ciudad, le gustaba acudir al parque pues era tranquilo y hacía un clima especial gracias a la arboleda. Paseaba por los pequeños caminos adoquinados de su interior, visitaba las estatuas que había y siempre se sentaba a leer en un banco cercano a un pequeño lago. Un día, Minato cambió de banco y se sentó en uno de los muchos situados a lo largo de los pequeños caminos. Justo enfrente había un árbol diferente a los demás. Tenía hojas de color rojo en su copa y setas azules junto a sus raíces. Junto a él, un cartel decía: «Soy un árbol de otro mundo. Si dices las palabras mágicas, llegarás a él». Ese letrero despertó su curiosidad e intentó acertar el hechizo. Probó con «abracadabra», «tan-ta-ta-chán», y otras muchas fórmulas mágicas que había leído en cuentos y visto en películas, pero nada. - ¡Arbolito, por favor! – suplicó. Entonces, el árbol se dividió por la mitad convirtiéndose en una gran puerta. Se asomó con cuidado y miró a izquierda y derecha. Todo estaba oscuro, excepto un pequeño haz de luz al fondo. Entonces Minato entró en el interior, se unieron las mitades y la luz comenzó a hacerse cada vez más grande hasta que apareció en mitad de un camino. Al fondo del camino, un gran palacio reinaba sobre la montaña. El niño caminó por el sendero rodeado de hermosos árboles y con el piar de diferentes pájaros como melodía hasta que llegó a un puente custodiado por dos guardias. Al otro extremo del puente, una imponente muralla cercaba el monumental palacio. - Jovencito, no puedes pasar. – dijo uno de los uniformados guardias. - ¿Por qué señor? ¿Qué es lo que hay tras esas puertas? - Estás en el reino mágico del Maná, el cual protege el sabio Hagoromo. - ¿Quién es Hagoromo? - ¿No sabes quién es Hagoromo? – preguntaron sorprendidos y al unísono los dos guardias. - Lo lamento, pero no sé quién es. Yo vengo de otro mundo. He entrado por aquel árbol que se ve al fondo. – dijo señalando al árbol que aún permanecía abierto.
  • 6. 6 - ¡No puede ser! – gritaron los guardias. Ambos cuchichearon con una mano tapando sus bocas para que el niño no escuchara. Tras unos gestos en su rostro, uno de los guardias cruzó el puente corriendo, atravesó la puerta de la muralla y entró en el palacio. - Señor, ¿por qué corre su compañero? - Tengo una noticia, vas a conocer al maestro Hagoromo. Por favor, aguarda aquí un instante. Te contaré una historia. «Hace miles de años, el maestro Hagoromo fundó muchas ciudades y educó a las personas que en ellas vivían. El maestro Hagoromo es una persona muy sabia y nos enseñó a convivir en paz y armonía. Con el tiempo, las personas dejaron de respetar esas normas y los problemas y conflictos empezaron a suceder. Al principio solo eran pequeñas peleas, disputas e insultos provocados por pequeños malentendidos que el maestro Hagoromo solucionaba. Según avanzaba el tiempo, estos pequeños conflictos fueron a más y provocaron guerras y otros problemas de una índole mayor. Todos estos hechos conllevan dolor, sufrimiento e infelicidad. El maestro Hagoromo, cansado de luchar contra la maldad de las personas, usó toda su magia para crear este lugar, el mundo del Maná. Las personas de este mundo viven en armonía y felicidad. No hay conflictos. Sin embargo, el maestro Hagoromo es demasiado bueno y también se preocupa por tu mundo y por otros que desconoces. Aquí el maestro Hagoromo acoge a las personas que llegan y continúa enseñando con el objetivo de que regresen a sus mundos y puedan luchar contra todos los males que te he contado». - Ahora te preguntarás cómo es que tú has llegado a este mundo desde el tuyo. – prosiguió el guardia. - Te lo explicaré. Cuando el maestro Hagoromo creó nuestro mundo, dejó unos árboles mágicos repartidos por tu mundo. Esos árboles son unos puntos de encuentro para que, personas como tú, vengan a este mundo para contarle los problemas al maestro y él os ayude a mejorar la convivencia. Tú, pequeño amigo, eres un elegido del maestro Hagoromo y recibirás sus enseñanzas para mejorar tu mundo. - Pero yo no puedo quedarme mucho tiempo. Tengo que volver a casa antes de que se haga más tarde, señor guardia. - No tienes de qué preocuparte. Este mundo es atemporal y, cuando regreses por el árbol mágico, en tu mundo no habrá pasado el tiempo. Espera al maestro Hagoromo, él te lo enseñará y explicará todo.
  • 7. 7 El niño se sentó en una roca junto al guardia y esperó a que el señor Hagoromo apareciera. Al cabo de un rato, un estruendoso sonido llamó su atención. Minato miró a un lado y a otro buscando el origen del sonido cuando, de repente, miró al cielo y vio a alguien de piel pálida vestido con una larga túnica blanca sobre una nube amarilla. La nube se detuvo delante de él y un señor anciano con una larga barba se bajó de ella apoyándose sobre un bastón. - Hola, soy Hagoromo. Encantado de conocerte. – dijo el extraño hombre con una sonrisa y ofreciéndole su mano para saludarle. - Hola, soy Minato. Encantado. – respondió. - Súbete en la nube. – invitó Hagoromo a Minato. – Señor guardia, muchas gracias por cuidarle. Hagoromo y Minato volaron en su nube en dirección al palacio. La nube se detuvo encima de la torre más alta, bajaron y observaron el paisaje. Desde allí podían observar los ríos, montañas y valles de este mundo tan mágico. Minato observaba anonadado aquel hermoso paisaje. Al fondo, veía las luces del árbol por el que había llegado a este nuevo mundo. - Minato, pequeño amigo. Voy a enseñarte todo lo que necesitas saber, buenos modales, normas de convivencia, valores importantes…, pero primero quiero que viajes a tu mundo de nuevo y, después, vuelvas. Quiero que me cuentes qué problemas has conocido e intentaré ayudarte para solucionarlos. Pero antes debes saber una cosa. Las personas suelen ser egoístas e interesadas. Tienes que ser consciente de que quizás, por mucho que te empeñes y por mucho que quieras cambiar tu mundo a mejor, no consigas hacerlo realidad. A pesar de todo esto, si el árbol te ha elegido, es porque eres un niño noble que se preocupa por los demás. - Señor sabio… - Llámame Hagoromo. – interrumpió. - Hagoromo, usted tiene razón en una cosa. En mi mundo la mayoría de las personas son egoístas e interesadas. Solo se preocupan por una cosa: su felicidad. Y normalmente esa felicidad está asociada a la obtención y acumulación de riquezas materiales, sobre todo dinero. Me apena todo mucho. - Minato, te voy a hacer una pregunta. ¿En qué te basas para escoger prioridades? Es decir, ¿cómo determinamos el valor de las cosas?
  • 8. 8 Minato se quedó pensativo unos minutos y, al final, hizo un gesto con la cabeza asumiendo que no sabía qué responder. - Joven amigo, la clave es la materialidad del soporte que queremos valorar. – dijo Hagoromo. Minato estaba sorprendido y perplejo a la vez. Sin embargo, le gustaba escuchar las sabias palabras de aquel anciano. Hagoromo, al contemplar la cara asombrada de Minato, preguntó: - ¿Qué es para ti más valioso: la vida de un amigo o una videoconsola? - ¡La vida de un amigo! – respondió Minato sin pensar. - ¿Por qué? – volvió a preguntar Hagoromo. - Porque si mi amigo se va, ya no vuelvo a jugar con él. En cambio, si la videoconsola se rompe, me compro otra. - Efectivamente. Cuanto más frágil es algo, más debemos cuidarlo y más especial, único e irrepetible es. Las cosas materiales podemos conseguirlas siempre. Pero la amistad, la alegría, las personas, los momentos felices… si no los cuidamos, desaparecen y nunca vuelven. Las normas de cortesía, los modales, la forma en la que nos comportamos… todo se hace para conservar esas cosas inmateriales que son únicas e irrepetibles. Minato estaba boquiabierto ante aquellas palabras. La enseñanza de Hagoromo tenía mucho sentido y nunca se había planteado algo así. Pero tenía mucha razón en todo. - Entonces, ¿las personas han cambiado ese principio? ¿Prefieren preocuparse por lo material y se olvidan de lo verdaderamente importante? ¿Ahí es cuando surgen los conflictos de los que me habló el guardia antes? - Efectivamente. Eso es. Lo has entendido muy bien. ¡Eres un chico muy listo! – sonrió Hagoromo al mismo tiempo que le tocaba la cabeza. - Muchas gracias por sus palabras, señor. - Ahora has de volver a tu mundo pero regresa cuando quieras. Estaré encantado de escucharte y ayudarte. - Muchas gracias, señor Hagoromo. - No vuelvas a llamarme señor. Ahora somos amigos. Hagoromo silbó y la nube apareció. Hagoromo, ayudado de su bastón, subió primero y tendió su mano a Minato para que hiciera lo mismo. Ambos volaron en la nube de nuevo hasta la entrada del árbol. Minato bajó de la nube y volvió a darle la mano a Hagoromo en señal de cariño. Los dos se miraron, sonrieron y Minato cruzó de nuevo por el árbol a su mundo.
  • 9. 9 Capítulo II. El mundo real de Minato Minato atravesó el árbol mágico y pisó de nuevo el mundo real. El cartel que indicaba la entrada al árbol había desaparecido y las hojas rojas de la copa y las setas azules del suelo tampoco estaban. Ahora el árbol mantenía la apariencia de uno normal. Minato avanzaba despacio por el parque. Llevaba sus manos en los bolsillos de su sudadera y pensaba en todo lo acontecido en el mundo del Maná y en la conversación con Hagoromo. Abandonó el parque de Furanshisuko y emprendió el regreso hacia su casa situada en las afueras de la ciudad. El bullicio de la ciudad contrastaba con el silencio y la calma del parque. Minato paseaba cuando se encontró con un amigo del instituto. - ¡Hola! – saludó Minato. Sin embargo, su saludo no obtuvo respuesta. Su amigo llevaba unos cascos de música puestos e iba leyendo su teléfono móvil. Tal era su abstracción con lo que estaba viendo y escuchando que el saludo de Minato pasó desapercibido. Minato quedó muy triste y, cuando llegó a casa, se encontró que estaba solo. Sus padres aún no habían llegado de trabajar. Minato tenía hambre así que se dirigió a la cocina para hacerse algo de merendar. Buscó algo de pan en uno de los muebles pero no encontró nada. Se dispuso a abrir la nevera cuando vio que su madre había escrito una lista. Pan, medio kilo de pollo, tomates, limones, un par de cabezas de ajos y perejil eran los alimentos a comprar, así que Minato, ante la imposibilidad de merendar, decidió salir a realizar aquellas compras y ayudar a sus padres. Subió las escaleras y entró en su cuarto. Cogió algo de dinero de su hucha, bajó las escaleras corriendo, se colocó su sudadera y volvió a salir a la calle. Primero se dirigió a una panadería situada muy cerca de su casa. Era una panadería tradicional, con horno de leña propio, y el pan recién hecho olía por toda la calle. Minato entró y había tres mujeres esperando a ser atendidas. - ¡Buenas tardes! – saludó Minato. Las mujeres se dieron la vuelta casi al unísono, miraron a Minato y se volvieron a girar hacia el mostrador. Su saludo no fue respondido de nuevo y Minato, después de comprar el pan, salió muy triste. Aquellas palabras de la conversación mantenida con Hagoromo habían regresado a su cabeza. ¡Cuánta razón tenía aquel sabio!
  • 10. 10 Recorrió la gran avenida en la que se situaba la panadería y dirigió su marcha hacia la carnicería. Ésta era pequeña y Minato entró. Un hombre estaba siendo atendido en ese momento y Minato dijo: - ¡Hola! ¡Buenas tardes! Ni el carnicero ni el hombre le respondieron. Minato esperó en silencio su turno, compró el medio kilo de pollo y se marchó hacia la frutería. La frutería no estaba muy lejos de allí, tan solo tenía que girar en la siguiente esquina y andar unos metros. Minato, de camino por la gran avenida de su ciudad, observó que la gente andaba con prisa, hablaba o escuchaba música con sus teléfonos y, ni siquiera aquellas personas que caminaban juntas, se dirigían la palabra. Minato, entristecido, giró en la esquina y abandonó la gran avenida para entrar en una pequeña calle muy estrecha. Avanzó dejando atrás el bullicio y llegó a la frutería. La frutería estaba vacía. Ni el dependiente estaba en ese momento ni tampoco había clientes esperando realizar sus compras. - ¡Buenas tardes! – gritó Minato. Al escuchar las palabras de Minato, el dependiente salió de una pequeña habitación que había tras el mostrador y respondió: - ¡Buenas tardes, joven! ¿En qué puedo ayudarte? - Necesitaría un kilo de tomates, tres limones, un par de cabezas de ajos y perejil, por favor. - Sí, claro. Un momento, por favor. - Gracias. – respondió Minato. El dependiente salió del mostrador y empezó a preparar todo aquello que Minato le había pedido. Minato pagó, volvió a agradecer al tendero y salió de la tienda. Ya en casa, ordenó todo en la despensa, se tumbó en el sofá a esperar a sus padres y pensaba en todo lo sucedido por la tarde. La actitud de la gente le sorprendía, es un simple gesto, pero nadie saludaba ni respondía. ¿Por qué sucedería algo así? ¿Cómo podría solucionarlo? Muchas preguntas aparecían en su mente pero no tenía la respuesta hasta que llegó a la conclusión que quizás el sabio Hagoromo las tendría. Decidió que lo mejor sería hacerle una visita al día siguiente cuando saliera del instituto.
  • 11. 11 Amanecía en la ciudad al mismo tiempo que sonaba el despertador de Minato. Se vistió, bajó las escaleras y desayunó con sus padres. Su padre arrancó el coche y esperó a que Minato y su madre llegaran. Unos minutos después, los tres estaban en el coche rumbo al instituto. - Ten buena mañana, cariño. – se despidió su madre. - Gracias mamá. Igualmente para ti. - Pórtate bien. – bromeó su padre. - Tú también papá. – dijo mientras cerraba la puerta trasera del coche y le guiñaba un ojo a su padre en señal de complicidad. Minato entró en su instituto. Era la hora punta de llegada y todo el mundo caminaba apresurado en dirección a sus respectivas aulas. Minato subió unas escaleras, giró a la derecha para subir a la siguiente planta y enfiló un largo pasillo. Su clase era la última y allí, justo frente en la ventana, su profesor Shikamaru hablaba con su compañera, la profesora Sakura. El profesor Shikamaru daba los buenos días a todos los compañeros y compañeras de Minato. Sin embargo, nadie le correspondía. Minato continuó y, al llegar a la altura del profesor Shikamaru, dijo: - Buenos días, profesor Shikamaru. - Buenos días Minato. ¿Qué tal todo? - Bien, ¿podría hacerle algunas preguntas para aclararme ciertas dudas respecto al trabajo que nos pidió el ultimo día? - ¡Claro! ¿Prefieres antes de empezar la clase o al final cuando haya terminado? - ¿Le es mucha molestia si se las hago delante de los compañeros y de las compañeras por si le es de utilidad? - ¡No! ¡Excelente idea! - Gracias profesor. - A ti Minato. Es un placer tener alumnos tan educados e interesados en la materia como tú. Minato entró en la clase, se sentó y esperó a que el profesor comenzara. El profesor cedió la palabra, Minato hizo sus preguntas y todas quedaron resueltas. Clase tras clase, la mañana avanzaba hasta que llegó a su fin. Tal y como había planteado la noche anterior, decidió ir al parque cuando salió del instituto. Una vez llegó y se situó frente al árbol, se aseguró de que nadie observaba y pronunció las palabras mágicas. El árbol se abrió por la mitad y Minato entró. La sombra de los grandes árboles dio paso a
  • 12. 12 la potente luz del cielo del Maná. Minato alzó la vista y vislumbró el palacio de Hagoromo al fondo del paisaje con el puente justo delante y el sendero que le conducía. Empezó a andar por aquellas piedras que delimitaban el sendero cuando, de improvisto, la nube mágica de Hagoromo apareció. Esta vez iba sola, no estaba su anciano amigo subido encima de ella. Minato dudaba si debía subirse pero la nube se movía ligeramente a su alrededor, como si le sugiriera que lo hiciera. Minato sonrío y subió. La nube empezó a volar pero no en dirección al palacio, si no que se dirigió al oeste. Debajo de ellos, un inmerso mar con delfines saltando y haciendo florituras. En apenas unos minutos la nube llegó a una ciudad costera. Era una tierra desértica con poca vegetación. Allí vio una pequeña ciudad amurallada que tenía construcciones de piedra de baja altura. La fisionomía de la ciudad era muy bonita. Las personas vestían túnicas largas y tapaban su rostro con pañuelos en unos intentos de evitar que el polvo del desierto les molestara. La nube se detuvo en una especie de mercado y, allí, Minato distinguió a Hagoromo entre la multitud que compraba y vendía en la estrechez de los puestos. Hagoromo, al igual que las personas de allí, también llevaba un pañuelo en su cabeza que tapaba buena parte de su rostro. - ¡Hagoromo! ¡Hola! – saludó con su mano Minato. - Hola Minato, encantado de volver a verte. Vienes muy pronto a verme, cuéntame, ¿qué ha pasado? - Pues…La gente de mi mundo no se saluda. Están ensimismados con sus asuntos e ignoran a los demás. Ayer fui a comprar a unas tiendas y solo en la última me respondieron de manera cortés. Me encontré con un amigo por la calle y tampoco me respondió. Ni se percató de que pasé por su lado y le saludé. Esta mañana en el colegio ninguno de mis compañeros y compañeras ha saludado a mi profesor a pesar de que él saludaba a todos y a todas. - Ven, vamos a dar un paseo por este mercado. Anduvieron despacio por las diferentes calles del mercado. La gente estaba feliz, hablaba y se saludaban con alegría. Aquella fotografía era diferente a la que había vivido el día anterior en su ciudad. - Minato, ven. Sentémonos. – dijo Hagoromo. Se sentaron en los escalones de un edificio que tenía unos soportales donde había sombra y Hagoromo continúo:
  • 13. 13 - Minato, escúchame, el saludo es una norma básica de comportamiento entre las personas. Es agradable encontrarte con una persona y saludarla es un gesto de cortesía. Realizar ese gesto quiere decir que te alegras de verle y, en el caso de las tiendas como te ha sucedido, es un gesto que indica amabilidad y ayuda. Las personas que no saludan son egoístas y no se preocupan por las demás. ¿Qué harían si nadie les ayudara? Todos necesitamos ayuda alguna vez y, si en ese momento no conocemos a nadie, ¿quién nos la presta? El saludo es fundamental porque es un primer paso para comunicarnos y relacionarnos. Cuando entras en una tienda y saludas, les estás diciendo a esas personas que estás allí. En cambio, si no dices nada, estás diciendo que no te importa nada lo que suceda y todos necesitamos ser tenidos en cuenta. ¿Recuerdas cuando hablábamos de la prioridad de las cosas? La ayuda es algo inmaterial y, por tanto, debe estar por encima de cualquier cosa material. ¿Te has preguntado qué pasaría si estas personas necesitaran algo y sus máquinas u objetos no pudieran ayudarles? - Lo sé pero no entiendo cómo puede importar todo tan poco. – refunfuñó Minato. - Como bien te dije ayer, es complicado cambiar la actitud de las personas. Solo podemos hacer una cosa, comportarnos cómo debemos y esperar que nuestra actitud cambie la suya. ¿Sabes por qué dejé los árboles mágicos en tu mundo? Minato negó con la cabeza y Hagoromo prosiguió: - Porque, aunque estaba y estoy desilusionado con su actitud, si les abandonara y desapareciera por completo, sería igual de egoísta y el mundo no cambiaría. No puedo comportarme como ellos y entonces no tendría sentido que intentara cambiar nada. Minato le observaba perplejo. ¡Cuánta razón tenían aquellas palabras! - Por eso dejé los árboles mágicos. – continuó Hagoromo. – Para que las personas como tú, que quieren cambiar el mundo, vinieran aquí y yo pudiera ayudarles. Muchas personas han venido durante este tiempo y han conseguido mejorar los problemas. Haz de actuar como hasta ahora e intentar conseguir que las personas de tu alrededor hagan lo mismo. Quizás, estas personas contagien a otras y así, sucesivamente. Minato se quedó pensativo tras aquellas palabras. Lo único que podía hacer es seguir saludando y comportándose del mismo modo que había hecho hasta ese momento. Saludar era importante porque es un signo que muestra predisposición hacia los demás, te muestras y ofreces en un claro gesto de amabilidad. La amabilidad consistía en eso, en predisponerte para ayudar, y saludar era el primer paso.
  • 14. 14 Sentía la frustración de no entender por qué las personas actuaban y se comportaban así. Era mucho mejor compartir momentos, alegrías y, en las situaciones difíciles, ayuda. Sin embargo, parecía que las personas de su mundo preferían compartir su vida con teléfonos y dinero. Pero las palabras de Hagoromo también le reconfortaban y sabía que no podía cejar en su actitud. Hagoromo le sonrió mientras le propiciaba un abrazo. Después, silbó y la nube apareció. Minato se subió tras despedirse y volvió a la entrada del árbol que, tras cruzarlo, le devolvió a su mundo.
  • 15. 15 Capítulo III. El mundo del saludo Minato regresó al parque. Le parecía extraño pasar horas y horas hablando con Hagoromo y, al volver, que no hubiera pasado el tiempo. Miró su reloj y era la misma hora a la que se había marchado. Ese desajuste horario le resultaba curioso y no alcanzaba entender cómo Hagoromo podría haber conseguido tal hecho pero tenía que regresar a casa. Miró a izquierda y a derecha y todo seguía igual, así que emprendió el camino de regreso a casa para terminar el trabajo del profesor Shikamaru. Todavía faltaban días para su entrega pero a Minato pensó que entregarlo antes era una buena idea. Así tendría más tiempo en caso de que le pusieran otros trabajos o de que apareciera algún imprevisto que le retrasara su finalización y, por tanto, su entrega en la fecha acordada con el profesor. De camino a casa por la gran avenida, una pegatina en una farola llamó su atención. Tenía forma rectangular y no era muy grande. Era de color blanco y tenía dos franjas de color rojo, una más grande en el borde superior que tenía escrito el texto «Hello, my name is» y otra también de color rojo pero mucho más fina en la parte inferior. En el espacio en blanco que quedaba en medio de ambas franjas aparecía un nombre escrito a mano: «Onamae». A Minato se le ocurrió una idea. Empezó a correr a toda velocidad para llegar lo antes posible. Llegó, y con la misma velocidad, corrió al despacho de su padre, donde se encontraba el ordenador y la impresora. Encendió el ordenador y empezó a diseñar unas pegatinas similares a las que había visto en aquella farola. La idea de Minato, recordando la enseñanza de Hagoromo, consistía en ponerse una pegatina con su nombre en el pecho y repartir las siguientes a sus compañeros y compañeras de clase. De ese modo, y ante la novedad de la pegatina, comenzarían a saludarse. Quizás así, y aunque ellos no entendieran la importancia del saludo, comenzarían a hacerlo y podría empezar a cambiar la dinámica. A Minato le pareció un buen punto de partida para comenzar a hacer su mundo un poco más parecido al de Hagoromo y que las personas fueran más felices. Dicho y hecho. Una vez las había terminado de diseñar, comenzó a imprimir algunos folios con las pegatinas. Después las recortó y formó pequeños mazos a los que les colocó una goma para que las pegatinas permanecieran juntas. Al final de la tarde, Minato había confeccionado cuatro mazos de pegatinas. Justo en ese momento, llegaron sus padres del trabajo. Mientras cenaban, Minato le contó su idea pero obvió el encuentro con Hagoromo, nunca le creerían.
  • 16. 16 Al día siguiente, Minato se levantó muy temprano, incluso antes de que sonara el despertador. Los nervios por probar su idea no le habían permitido conciliar el sueño. Así que se duchó, se vistió y bajó a desayunar con sus padres. - ¿Qué tal tu idea? ¿Lo tienes todo listo? – preguntó su padre mientras se servía un poco de café en una taza. - Sí, ya las he metido en mi mochila. – respondió mientras le daba un mordisco a una tostada. - ¡Ah! Se me olvidaba, tomad. – continuó mientras masticaba. Minato sacó de uno de sus bolsillos dos pegatinas. La primera pegatina tenía escrito Okasán, el nombre de su madre. La otra pegatina tenía escrito la palabra Otosán, el nombre de su padre. Al verlas, sonrieron y su padre dijo: - ¡Ala! ¡Qué chula! – exclamó su padre colocándose su pegatina en la solapa de su chaqueta. - Vas muy elegante. Resalta y favorece tu corbata. – bromeó su madre mientras se colocaba la suya. Todos rieron y ese ambiente le gustaba a Minato. Era muy feliz con sus padres y le gustaría que, ese ambiente que vivía en casa y que era muy similar al que había visto en el mundo de Hagoromo, reinase en su instituto y en su mundo. Las bromas y risas continuaron en el coche durante el trayecto. Minato se despidió y entró en el instituto. Llevaba puesta su pegatina con «Hello, my name is Minato». Todo el mundo le miraba y Minato decía: - ¡Hola! ¡Buenos días! Soy Minato, encantando. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? A cada persona que saludaba le daba una pegatina. Así se hizo paso entre la multitud de los pasillos hasta que llegó a su clase donde, como todos los días, le esperaba el profesor Shikamaru. - ¡Buenos días profesor! - Hola Minato, ¡qué contento vienes hoy! ¿Qué sucede? - Nada, es un día bonito. Tome profesor. – dijo mientras le daba una pegatina. - ¿Y esto? - Escriba su nombre y salude a todos los que lleven pegatinas. Es una forma de hacer amigos. – dijo con una sonrisa Minato.
  • 17. 17 El profesor Shikamaru, sorprendido, observó la pegatina mientras Minato entraba en la clase. Shikamaru sonrió. Ese niño era especial y él lo acababa de descubrir. Shikamaru esperó a que llegaran todos sus alumnos y alumnas para comenzar la clase. Sacó del bolsillo interior de su chaqueta un bolígrafo, escribió su nombre y se la pegó en su chaqueta. Como era su costumbre, esperó en la puerta y, a diferencia de otros días, los estudiantes que llegaban le saludaban. - ¡Buenos días, señor Shikamaru! - ¡Hola profesor! - ¡Buenos días! ¿Qué tal todo? El profesor Shikamaru, sorprendido ante aquel cambio de actitud, respondía con alegría. Entró en la clase y su rostro reflejaba la felicidad que sentía. - Buenos días a todos. ¿Qué tal todo? Vamos a empezar por donde acabamos ayer pero antes, me gustaría preguntaros por el trabajo. ¿Tenéis alguna duda nueva? - Todo en orden profesor, ¡gracias! – respondió uno de los alumnos. - Estupendo. Si, según avancéis, os surge alguna duda nueva, no dudéis en plantearla. Bien, seguimos. El día continuó con normalidad pero algo empezaba a cambiar. Las personas del instituto de Minato empezaron a saludarse por los pasillos, a la entrada de las clases… Minato sentía que las palabras de Hagoromo tenían sentido y que todo podría cambiar a mejor.
  • 18. 18
  • 19. 19 Capítulo IV. El mundo del silencio Minato quería ir a contarle a Hagoromo lo sucedido pero, aunque su estancia en el mundo del Maná no computara tiempo, le gustaría continuar con el trabajo del profesor Shikamaru. Seguro que al profesor le hacía ilusión que lo entregara pronto. Eso significaría que había estudiado y trabajado mucho y que todo lo que le había enseñado en clase le era de utilidad. Después de merendar, se puso manos a la obra. Minato, muy concentrado, revisó en primer lugar lo que tenía hecho. Después, sacó sus notas en la que había escrito las sugerencias que el profesor explicó el día anterior tras responder sus preguntas. Minato se levantó de su silla y empezó a dar vueltas en su habitación pensando en el modo de estructurar el trabajo. Tras unos minutos de reflexión, creyó entender bien lo que debía hacer. Entonces, comenzó con el trabajo. Escribió un par de páginas, se detuvo y volvió a leer de nuevo todo. Sin embargo no le convenció, rompió las hojas y empezó otra vez. Esta secuencia la repitió un par de veces pues no le terminaba de gustar lo que hacía. Creía que lo tenía todo claro pero no, seguía dubitativo. No le quedaba más remedio que volver a preguntar al día siguiente en clase. Minato, alicaído, recogió todos sus libros y preparó su mochila. Su jornada escolar no pudo comenzar de una mejor manera. Minato se congratuló al ver que todos sus compañeros de instituto seguían saludándose, no solo con el resto de estudiantes, sino también con los profesores. El profesor Shikamaru comenzó la clase, cuando Minato interrumpió: - Disculpe, profesor. - Sí, Minato. ¿Sucede algo? - Sé que preguntó ayer si teníamos dudas sobre el trabajo pero es que ayer por la tarde, cuando me puse a hacerlo, me surgieron unas nuevas. - Adelante, hazlas. Seguro que algún compañero o compañera puede tener algunas similares y aclararlas os sirve a todos. Minato empezó a preguntar pero un grupo de compañeros situado al fondo de la clase estaban manteniendo una conversación. Al lado de Minato, justo enfrente del profesor Shikamaru, dos compañeras hablaban sobre un dibujo realizado en una agenda y, al lado de la puerta, otro compañero estaba de espaldas intentando pasarle unos apuntes a otro compañero. Tal era el murmullo y el alboroto que se formaba al hablar todos a la vez que ni el profesor Shikamaru podía escuchar las preguntas de Minato.
  • 20. 20 - Por favor, por favor. – gritó el profesor Shikamaru en un vano intento de llamar su atención. - ¡Por favor, por favor! – insistía el profesor aumentando el tono de voz. El volumen ocasionado por el jaleo de las diferentes conversaciones era tan alto que hasta las peticiones elevadas de tono del profesor pasaban desapercibidas. Este hecho enfureció al profesor y le obligó a exclamar más fuerte aún que en las ocasiones anteriores: - ¡Ya basta! ¡Por favor! ¿Pueden parar de hablar y permanecer en silencio? – gritó enfurecido y con todas sus fuerzas el profesor. Tal fue el volumen del grito que incluso algunos se asustaron. - Gracias por su silencio. – ironizó el enfadado profesor. – Ya que he conseguido captar vuestra atención, ¿podéis escuchar las preguntas de Minato? Son sobre el trabajo y seguro que os son de utilidad para los vuestros. Minato realizó las preguntas y el profesor las respondió todas. El silencio, tras los gritos y voces, reinaba en la clase. Pero duró poco. En la siguiente clase el bullicio volvió a ganarle la batalla al silencio y el ruido impedía la continuidad en la explicación. La calma permaneció poco tiempo en la clase pues después del recreo, y durante la sesión de Educación Física, sucedió un acontecimiento de similares características. El profesor Supotsu había organizado unos partidos. El juego consistía en pasarse una pelota de rugby entre los miembros del equipo mientras el otro equipo intentaba impedirlo para poder iniciar ellos el conteo de pases. Conseguir diez pases sucesivos sin que se cayera suponía lograr un punto. Al final del tiempo, el equipo que consiguiera más puntos era nombrado ganador. El profesor introdujo una peculiaridad nueva: algunos de los alumnos arbitrarían los partidos. Al inicio de la clase, y antes de dar comienzo con los partidos, el profesor Supotsu dividió la clase en grupos de cuatro personas. Un total de siete equipos fueron formados, seis se enfrentarían en cada una de las tres pistas preparadas y el séptimo sería el encargado de arbitrar los tres partidos que se llevarían a cabo. El profesor identificó a cada grupo con un número pero, durante la explicación relativa a la organización, los compañeros y compañeras de Minato no escucharon al profesor, pues seguían hablando sobre sus videojuegos, el partido de fútbol del domingo y otros temas de conversación similares que nada tenían que ver con aquello. El profesor Supotsu indicó el orden de equipos y de pistas a jugar, tocó su silbato y los partidos comenzaron. Los estudiantes estaban confusos y no sabían a qué equipo pertenecían ni en
  • 21. 21 qué pista jugar. Al no escuchar las instrucciones del profesor, el caos reinó en la pista polideportiva del instituto de Minato. El profesor tuvo que silbar varias veces muy fuerte para que pararan y escucharan. Tal era la abstracción de los estudiantes que le ignoraban. Y así pasó la hora, con el profesor Supotsu intentando solucionar aquel contratiempo que surgió de manera inesperada debido a la actitud que mostraron todos los estudiantes de la clase de Minato. Por fin, la campana que marcaba el final del día del instituto sonaba. Minato estaba agotado y nunca se había alegrado tanto de escuchar aquel chirriante sonido. Al final, no había tenido que realizar ningún ejercicio ni trabajo físico pero estaba muy cansado. Era un cansancio mental provocado por el incesante ruido proveniente de las conversaciones y de los tumultos de sus compañeros y compañeras. Minato pensó que quizás debería realizarle una visita a Hagoromo y contarle lo sucedido en estos dos días. Hoy sus compañeros habían mostrado unas faltas de respeto gravísimas hacia sus profesores y Minato quería corregir esas actitudes. Caminó despacio hasta el parque de Furanshisuko mientras tomaba aire y se despejaba antes de visitar a Hagoromo. La situación de la mañana le había sobrepasado y estaba agobiado. Al fondo de la calle, donde se encontraba su instituto, se veían los grandes árboles asomando entre los edificios. Este lugar era impresionante y se convirtió en un pequeño refugio para Minato. Antes de ir al árbol mágico, prefirió dar un par de vueltas con el objetivo de relajarse un poco. - Arbolito, por favor. – susurró con tristeza Minato. El árbol se abrió por la mitad, Minato entró en la oscuridad y el árbol se unió tomando su apariencia normal. Cuando la oscuridad desapareció y Minato llegó al Maná, Hagoromo le esperaba justo enfrente suyo sentado sobre su nube. La nube flotaba ligeramente encima del suelo y Minato preguntó sorprendido: - ¡Hagoromo! ¿Qué haces aquí? - Esperarte, joven amigo. - ¿Sabías que venía a verte? - Si, has pronunciado las palabras mágicas con mucha tristeza. Cuéntame, ¿qué sucede? Minato se sentó en una gran roca de la base de unos de los árboles y empezó a relatarle lo sucedido en el colegio. Hagoromo flotaba sentado en su nube y escuchaba con atención, inmóvil y
  • 22. 22 esperando la conclusión del relato de Minato. Cuando terminó, Hagoromo se levantó, bajó de la nube con ayuda de su bastón y dijo: - Ven, acompáñame. Vamos a dar un paseo. Minato se levantó de la roca y caminó despacio junto a los lentos pasos de Hagoromo. - ¿Te acuerdas cuando la última vez hablamos del egoísmo? Esto que me has contado es otra actitud que lo demuestra. ¿Por qué acudes a la escuela? - Porque nos enseñan cosas que son útiles en nuestra vida, supongo. - Eso es. El maestro está allí para ayudaros y se preocupa por vosotros. Por eso gritó, con la intención de que le prestarais atención y así os pudiera servir algo de lo que decía. Si el maestro no se preocupara por vosotros, ¿crees que habría mostrado tal interés? ¿O por el contrario simplemente habría dejado pasar el tiempo y te hubiera resuelto a ti las dudas en privado? - Supongo que si hizo eso es porque quería ayudar a todos, no solo a mí. - ¿Los maestros son familiares vuestros, vecinos, amigos o tienen algún vínculo especial con vosotros? - No, de hecho les conocimos a principios de curso. Llevan tan solo unos meses con nosotros. - A eso me refiero. Tanto el maestro de tu clase como el maestro de Educación Física solo quieren ayudar. Entienden la convivencia como te expliqué. Para él lo más importante es que aprendáis lo máximo posible para que podáis tener una felicidad mayor y eso es más importante que cualquier otra cosa en ese momento. - Ya, lo sé. ¿Pero cómo se lo hago entender a mis compañeros y compañeras? Lo más importante es el partido del domingo o el videojuego nuevo que se han comprado. - Ahí está el egoísmo contra el que debemos luchar. - Me gustaría tener tus poderes, amigo Hagoromo. - ¿Y eso? Mira de qué me han servido. - Si tuviera tus poderes podría traerlos aquí y que vieran con sus propios ojos cómo se comportan. - Y en tu mundo, con lo avanzado que es, ¿no hay nada que te permita grabarles y enseñárselo después? – sonrió Hagoromo. - ¡Claro! ¡Eso es! ¡Qué idea más estupenda! Mañana les grabaré en clase y se lo mostraré.
  • 23. 23 - Es una buena idea pero, ¿sabes cómo podrías hacerlo más efectivo? Cuando alguno de ellos esté explicando o haciendo algo, deberías interrumpirle. Compórtate igual que ellos. - ¡Claro! Si consiguiera que ellos se sintieran del mismo modo que el profesor Shikamaru, quizás le entenderían y cambiarían su actitud. - Eso se llama empatía, joven amigo. El egoísmo nos hace olvidarnos de todo lo que nos rodea y centrarnos únicamente en nosotros y solo en nosotros. Cuando eso sucede, olvidamos que lo importante está en compartir, que lo valioso es lo inmaterial y, sin embargo, nos aferramos a lo material. Lo material dura más en el tiempo y, eso, reconforta y da seguridad. Quizás esas personas solo necesitan recordar que si todos ponemos de nuestra parte, lo material lo conseguimos cuando queremos pero lo inmaterial, como las sabias enseñanzas de tu maestro, no suceden todos los días y, por eso, hay que mantenerlas con mucho cuidado y mimo. La empatía nos ayuda a intentar entender a otras personas. Entender cómo se siente, qué le sucede, en qué piensa… nos puede dar pistas de cómo ayudar y, como sucede en tu caso, quizás contribuya a cambiar de actitud. Hagoromo tenía razón y sus palabras habían animado al decaído Minato. - Muchas gracias amigo Hagoromo. ¡Qué suerte tener amigos tan sabios como tú! - La suerte es mía. – dijo con su habitual sonrisa. – Pero ahora creo que es momento de que vuelvas a tu mundo. - Está bien. Mañana vendré a verte de nuevo. - Aquí te estaré esperando con mucho gusto. - ¡Ah! Lo olvidaba. Toma Hagoromo. – dijo mientras sacaba una pegatina con su nombre de su bolsillo. Hagoromo se rio y se la colocó en su blanca túnica. - Ahora todos sabrán quién soy. – bromeó. – Muchas gracias Minato. Hagoromo, sonriente y feliz con su pegatina, permaneció flotando en la nube hasta que Minato cruzó el árbol y regresó al parque para dirigirse a su casa.
  • 24. 24
  • 25. 25 Capítulo V. El mundo del cine Había pasado varias horas hablando con Hagoromo y, sin embargo, en su mundo ese tiempo no había existido. Tenía toda la tarde para terminar el trabajo del profesor Shikamaru y para buscar la cámara con la que hacer que ver a sus compañeros y compañeras que deben preocuparse más por los demás porque su ayuda les beneficiará también a ellos. Minato pensó que quizás sus padres llegarían tarde y no le daría tiempo a preparar la cámara. Este motivo hizo que decidiera aparcar el trabajo del profesor, a sabiendas de que aún tenía margen de tiempo para su entrega, y centrarse en la cámara. Bajó al sótano de su casa y buscó en unas cajas grandes de cartón. En el interior de una caja había otra más pequeña y de un material más rígido. Minato la sacó, la colocó encima de una mesa y la abrió. Allí estaba, la vieja cámara de su padre. Su padre era un gran aficionado al cine y, en su juventud, había dirigido y grabado algún cortometraje que otro. Desde que empezó a trabajar en su nueva empresa, tenía menos tiempo y apenas cogía la cámara y la afición cinematográfica había pasado a un segundo plano. Minato pensó que podía usar esta vieja afición de su padre como excusa para grabar sin levantar sospechas y luego proyectar sus grabaciones para concienciar a sus compañeros y tocar la fibra de la empatía que el egoísmo había ocultado. El padre de Minato, Otosán, llevaba mucho tiempo sin coger la cámara. Sin embargo, y a pesar de haber permanecido guardada durante tanto tiempo, la cámara estaba en perfectas condiciones. Minato cogió un trapo y empezó a quitarle restos de polvo que aún tenía. La cámara debía estar impoluta para su estreno. Minato pasó la tarde limpiándola y preparándola. Sin darse cuenta, el sol ya había desaparecido y la luna brillaba en lo alto del cielo. Sus padres entraron por la puerta y, al escuchar cómo se cerraba, Minato miró su reloj. El tiempo había pasado muy rápido, más incluso que cuando conversaba con Hagoromo. Su concentración con la cámara había sido tan grande que el trabajo del profesor Shikamaru llegó a desaparecer de sus prioridades. Menos mal que aún quedaban días para hacerlo y entregarlo. Minato subió del sótano con la caja de la cámara. Sus padres, mientras colgaban sus abrigos en un perchero situado detrás de la puerta, observaron con asombro a Minato. - ¿Qué llevas ahí? – preguntó con curiosidad su padre. - Es tu vieja cámara, ¿me la dejas unos días, por favor? - ¿Para qué la quieres?
  • 26. 26 Minato le contó lo sucedido en clase y su idea para intentar mejorar la vida en el instituto. Su padre, muy sorprendido por todo lo que le contaba, no solo accedió a dejarle la cámara si no que se ofreció para escribirle un pequeño guión y ayudarle con el montaje y la edición posterior. - Grabaremos un pequeño corto, como solía hacer en los viejos tiempos. – dijo su padre. - Papá, ¿cómo lo planteamos? - Un corto, como cualquier historia, debe tener tres partes: inicio, nudo y desenlace. Si el objetivo es mostrar una actitud contraria a las normas de convivencia deberíamos pensar en un protagonista que sufra esas situaciones. Ese sería el problema que presentaríamos en el inicio, los sucesos acontecidos en clase corresponderían al nudo y una reflexión final sobre todo eso sería el desenlace de nuestro corto. Minato escuchaba con atención todo lo que su padre le contaba. Su madre, encantada de la complicidad entre padre e hijo, observaba la tierna escena desde la distancia. Le resultaba maravilloso que un padre y un hijo tuvieran esa relación tan cercana. - El inicio es lo más importante pues es el momento en el que captamos su atención. Si no es bueno, el resto del corto pasará desapercibido. Por tanto, debe generar curiosidad, mostrando algo, pero no todo. Esa curiosidad de no conocer les hará estar pendientes a lo que aparecerá a continuación. - ¿Cómo sucede en los tráiler de las películas? – preguntó Minato. - Efectivamente. Ese es el objetivo de los tráiler. Muestran partes sesgadas de las películas con la intención de crear curiosidad y que, más adelante, cuando sean proyectadas en el cine, vayas a verlas. - Papá, has dicho que en el inicio debemos plantear un problema. ¿Y si ponemos a una persona, con claros y oscuros de luz para que no se distinga bien, hablando sobre un problema pero sin mencionar cuál es? - ¡Yeah! ¡Buena idea! ¡Claro! Esa sensación de misterio de no saber quién es ni de lo que pasa anunciando un problema o un mal… Es, es, es… ¡sublime! ¡No se me había ocurrido nunca algo tan genial! - Bueno, bueno… es hora de cenar. ¿Podéis continuar mañana? – interrumpió su madre. - Ups, perdón cariño. Nos hemos entusiasmado y se nos ha ido el santo al cielo. – se disculpó su padre. Nunca habían hablado de ello y Minato desconocía que la afición de su padre por el séptimo arte hubiera sido tan profunda. Tampoco sabía que su padre tuviera tantos conocimientos sobre planos, secuencias o guiones. Ahora entendía por qué siempre que podía acudía al cine. Y así, los
  • 27. 27 tres cenaron entre risas y anécdotas de los cortos grabados por su padre durante su época de juventud. Al día siguiente, Minato, antes de comenzar las clases, le pidió permiso al profesor Shikamaru para hacer unas grabaciones. Le explicó todo y el profesor Shikamaru, aunque dudando de la efectividad del proyecto, accedió. La cámara de Minato fue la gran novedad de la semana en el instituto. Minato grabó todo tipo de situaciones: explicaciones interrumpidas por el jaleo, tiempo de estudio en el que deberían estar en silencio pero continuaban hablando, disputas fruto de las confusiones y malentendidos por no escuchar… Cuando llegó el fin de semana, Minato le enseñó a su padre todas las grabaciones. Había mucho material y lo primero era seleccionar las secuencias que iban a utilizar. Desde el viernes por la tarde, que llegó Minato del instituto, hasta el domingo al medio día, padre e hijo compartieron horas delante del ordenador editando vídeos y haciendo el montaje final para el lunes, en el instituto, poder proyectarlo. Fue un fin de semana agotador pero el resultado mereció la pena. El corto apenas duraba siete minutos pero reflejaba muy bien la problemática. Tal y como acordó en secreto con el profesor Shikamaru, el lunes a primera hora, y para captar la atención, el profesor lo proyectó cuando la clase estuvo completa. Minato, de repente y sin previo aviso, apagó las luces y el profesor encendió el proyector. Todos guardaron silencio y observaron la pantalla. La sorpresa fue mayúscula y, más aún, cuando empezaron a verse en esas situaciones. Cuando la proyección acabó, Minato encendió las luces y uno de sus compañeros se levantó y dijo: - ¿Pero esto qué … - Profesor, disculpe. – interrumpió Minato. - ¡Eh, tú! ¡Espera a tu turno! – increpó el compañero. - ¿Por qué? ¿No te gusta? Es lo que tú haces siempre con los demás. ¿Cómo te sientes? ¿Te gusta? – respondió Minato. Esas palabras sentaron como un jarro de agua fría. Todos quedaron en silencio pensando en todo. El plan de Minato había terminado. Primero les hizo ver sus errores y, después, les hizo sentirse como se sentía el profesor. Ahora solo esperaba que aquello removiera sus conciencias y cambiaran de actitud.
  • 28. 28 En un instante el silencio fue roto por un lento y solitario aplauso de Tomodachi, una de sus compañeras. A ese aplauso se le sumó el del profesor Shikamaru y, a estos y de manera sucesiva, el del resto de compañeros y compañeras. Minato resopló aliviado. Esa respuesta indicaba que algo había removido en su interior. El profesor Shikamaru comenzó un debate, muy parecido al que había tenido Minato días antes con Hagoromo, para intentar aclarar todo aquello que habían visto. En un primer momento, parece que caló hondo y el resto del día nada tuvo que ver con el anterior. Minato salió del instituto muy contento y durante la cena les contó a sus padres lo sucedido. - Minato, hijo mío. Me alegro mucho de lo sucedido y, sin querer desanimarte ni estropearte la alegría, te digo que no te ilusiones. Los cambios de las personas tardan en llegar. Sé que pensarás que hoy ha sido todo distinto pero los cambios de actitud requieren tiempo para que sean verdaderos. Ahora vendrán unos días muy buenos pero también volverán a aparecer situaciones como las que grabaste. Eres un buen chico y sé que quieres que todo cambie pero debes tener paciencia. Hoy has dado un gran paso. Sigue así, campeón. Las palabras de su padre golpearon a Minato porque tenía razón. El discurso era muy similar al de Hagoromo. Pensó unos instantes, respiró y sonrió a su padre sin decir nada. Terminaron de cenar, recogieron la mesa y se subió a su habitación a dormir. Había sido un largo día y merecía un descanso.
  • 29. 29 Capítulo VI. El mundo del baile Minato se levantó contento por lo sucedido el día anterior pero apenado por las palabras de su padre. Con esa extraña mezcla de sentimientos se dirigió al instituto con expectación por comprobar la actitud de sus compañeros. Todos se sentaron y el profesor Shikamaru comenzó recordando que la fecha de entrega del trabajo se acercaba. Minato había estado tan ocupado con su corto y con los problemas de la clase que había dejado de lado el trabajo. Ni se había acordado de él. Se prometió que esa misma tarde la emplearía para dejarlo acabado y entregarlo al día siguiente. Tras este breve pero importante recordatorio, el profesor Shikamaru comenzó con su clase. A pesar de todo lo que sucedió el día anterior, sus compañeros y compañeras no habían aprendido nada y continuaban interrumpiendo, hablando e ignorando todo lo que el profesor decía. Aquello era una constante interrupción que impedía mantener una continuidad y generaba dudas en los estudiantes como Minato que querían escuchar. Si es cierto que algunos de los compañeros increparon a los alumnos y alumnas que mantenían esas actitudes contrarias pero aquello generaba más ruido y, aunque su intención era buena, acababa aumentando el ruido y el jaleo. El profesor Shikamaru, frustrado ante aquella situación, gritó enfurecido de una manera nunca vista anteriormente: - ¡Ya basta! ¡Por favor! La clase quedó en un silencio sepulcral y Minato no sabía muy bien si habían cesado por miedo o por vergüenza de haber llegado a aquella situación extrema. Tampoco duró mucho aquel silencio. Minato, sorprendido ante la poca memoria que tenían sus compañeros, se marchó apenado del instituto hacia el parque de Furanshisuko en busca de Hagoromo. - Arbolito, por favor. – volvió a susurrar con la misma tristeza de la última vez. Cruzó el portal y llegó al sendero. Pero esta vez no estaba Hagoromo flotando en su nube esperándole. Así que comenzó a caminar en dirección a palacio. Mientras marchaba por aquel sendero de piedras, Minato no paraba de pensar en todo lo sucedido. Buscaba justificaciones y motivos que explicaran aquello y maneras de concienciarles para que entendieran que esa actitud no es la más adecuada para una buena convivencia. Sin embargo, estaba confuso, tan confuso, que no sabía bien qué pensar. Deseaba encontrarse ya con Hagoromo y hablar con él. Seguro que tenía todas las respuestas a las preguntas que aparecían en su mente.
  • 30. 30 Hagoromo no aparecía, su nube tampoco y ya casi estaba en el puente que, curiosamente, tampoco estaba custodiado por los dos guardias habituales. Hoy todo era muy extraño, también en el mundo del Maná. Cruzó el solitario puente y llegó a la muralla del palacio. Estaba abierta y, aunque con miedo por la inusual situación, decidió entrar. El palacio era enorme. Un gran patio con una preciosa fuente de mármol central era la antesala a unas largas escaleras que conducían a otra puerta. Minato supuso que esa puerta sería la entrada hacia las dependencias de Hagoromo. De repente, un ruido llamó su atención. Era música, cantes y el bullicio propio de una fiesta. Minato, en busca de la música, salió de la plaza central por unos de sus laterales y corrió por una estrecha calle que bordeaba el palacio. Al final de ella, una nueva plaza apareció ante sus ojos. Había muchas personas bailando y cantando. Un escenario colocado en el extremo opuesto de la calle albergaba una pequeña orquesta que tocaba música. En las cuatro esquinas de la plaza había cuatro mesas con comida. Minato intentó abrirse paso entre la gente que bailaba pero le era imposible. Una chica con una larga túnica azul le cogió de la mano y empezó a bailar con él. De su mano, empezó a girar y a moverse al ritmo de la música que marcaba la orquesta. La tristeza que Minato traía de su mundo se diluía entre las risas, la música y los bailes. Estaba contento y disfrutando de aquel momento hasta que, sin darse cuenta, fue cogido del brazo por Hagoromo. Hagoromo, a un ritmo más lento y ayudado de su bastón, comenzó a danzar suavemente con Minato. Minato reía mientras. Nunca había pensado que Hagoromo, al que respetaba por su seriedad y sus reflexiones profundas, pudiera ser tan divertido. - Bailas muy bien, Minato. Pero soy un viejo y me estoy cansando. ¿Me acompañas a tomar algo? Hagoromo y Minato cesaron el baile y se dirigieron a una de las mesas. Hagoromo apoyó su bastón junto a la mesa, cogió una jarra de agua y llenó un vaso. - ¿Quieres tomar algo, joven amigo? - Otro vaso de agua, por favor. Hagoromo le ofreció el vaso que había llenado a Minato y rellenó otro que se quedó él. Hagoromo cogió de nuevo su bastón y se dejó caer sobre la mesa. Minato se colocó junto a él, también apoyado sobre la mesa, y Hagoromo le preguntó:
  • 31. 31 - ¿Qué te sucede? Te noto un poco alicaído. - ¿Te acuerdas de nuestra última conversación en el sendero? – preguntó Minato mientras Hagoromo asentía con la cabeza. – Pues hice un elaborado plan para tratar de que mis compañeros y compañeras de clase fuesen más empáticos con el profesor y cambiaran su actitud tan molesta. Aunque ese día lo logré, hoy ha sido un desastre porque han vuelto a actuar y comportarse igual y han impedido al profesor impartir su lección. - Minato, ya te avisé que no sería una tarea fácil. Yo mismo decaí en mi intento. No puedes exigirte tanto. Debes tener paciencia y, aunque parezca difícil, tú debes continuar actuando igual. No te desanimes, al final entenderán que no actúan bien y empezarán a corregir sus actos. - Ainss. – resopló Minato. Sabía que Hagoromo tenía razón pero, aún así, no podía evitar tener esa sensación de impotencia y decepción. Entonces Hagoromo le abrazó fuerte y le susurró al oído: - Tranquilo. Yo estoy muy orgulloso de ti. Continúa así. Esas palabras reconfortaron a Minato. Hagoromo y Minato abandonaron la plaza dejando atrás el ambiente festivo. Recorrieron las estrechas calles aledañas a palacio hasta llegar a la muralla. - Minato, creo que debes volver a tu mundo pero antes debes hacerme una promesa. No cejes en tu actitud. No cambies nunca porque eres un chico especial. Minato sonrió y justo apareció la nube mágica. Minato montó, se despidió con su mano y la nube emprendió el camino de regreso hacia la entrada. En apenas unos minutos, Minato estaba de vuelta en su mundo.
  • 32. 32
  • 33. 33 Capítulo VII. El mundo del tiempo Tras volver de nuevo a su mundo, Minato pensó que debía continuar con el trabajo del profesor Shikamaru. Con todo lo acontecido en la última semana, Minato no había dedicado nada de tiempo al trabajo y, aunque quedaba margen, el tiempo avanzaba y llegaría pronto a su fin. Llegó a casa, se encerró en su cuarto y comenzó a modificar el trabajo de acuerdo con las correcciones que el profesor Shikamaru le había realizado en clase. Al cabo de un rato, sus padres le avisaron para cenar. El tiempo se le había pasado igual o más rápido que cuando viaja al mundo del Maná pero no había conseguido terminar el trabajo así que no lo podría entregar al día siguiente, como le hubiera gustado hacer. Después de cenar la suculenta cena que preparó su padre y de mantener una agradable conversación con sus progenitores, Minato subió de nuevo a su habitación para intentar descansar. Se recostó en la cama pero no era capaz de conciliar el sueño. El trabajo del profesor Shikamaru había mantenido ocupada su mente toda la tarde y la cena con sus padres había hecho lo propio durante la noche. Sin embargo, ahora estaba allí solo, acostado en la cama y mirando al techo dándole vueltas a todo lo acontecido por la mañana y durante su visita al mundo mágico del Maná. Tras mucho pensar, al final pudo conciliar el suelo. - ¡Minato! ¡Minato! – gritó su madre golpeando la puerta de su habitación. Minato abrió un ojo y, de manera borrosa, vio su despertador. Se había quedado dormido, y al ver la hora, dio un brinco. Se vistió rápidamente y fue al lavabo a lavarse la cara con agua para intentar espabilarse. Su cara mostraba el cansancio de haberse dormido tarde y no haber podido descansar lo suficiente. Bajó dando tumbos por las escaleras y se comió la tostada que su madre le había preparado casi sin ser consciente de dónde estaba. Terminó de desayunar y se subió al coche para ir al instituto. Llegó un poco más tarde de lo habitual. Casi no había niños y niñas en los pasillos pues la mayoría ya habían llegado a clase. Solo unos cuantos rezagados como él aún no habían llegado. Minato tocó a la puerta y dijo: - Disculpe, buenos días. ¿Se puede? - Adelante Minato, entra. ¡Qué raro que llegues tarde! – dijo el profesor Shikamaru. - Lo siento profesor. No volverá a suceder. - Tranquilo, no pasa nada. Siéntate.
  • 34. 34 Minato pasó entre los pupitres y las mesas de sus compañeros con cuidado de no molestarles hasta que llegó al suyo, situado junto a la ventana. Abrió su mochila y sacó su estuche. Se acordó del inacabado trabajo cuando el profesor Shikamaru volvió a recordar que la fecha de entrega se acercaba. Menos mal que aún quedaban días para que llegara y que tenía algo avanzado. Entonces pensó que tendría que organizarse mejor. Había llegado tarde y no había terminado el trabajo. Eso no podía volver a suceder y, por tanto, tendría que buscar fórmulas para evitarlo, como intentar dormir antes o poner más alarmas en el despertador. Llegar tarde era una falta de respeto hacia el profesor Shikamaru que se había preparado sus clases para enseñarle cosas valiosas y útiles para su vida y, con esa actitud, parecía que no consideraba que lo fuesen. Por otro lado, en un intento de exculparse, también pensó que era la primera vez que le sucedía y que, normalmente, muchos de sus compañeros llegaban tarde sin justificar y no tenía consecuencia alguna. Pero no, eso no podía servirle de excusa. Recordó entonces las palabras que Hagoromo le dijo en una de sus primeras visitas. «No puedo comportarme como ellos porque entonces no sería diferente, sino que sería igual». Minato no quería repetir las acciones y gestos negativos que realizaban sus compañeros y, si quería que cambiaran, él debía de mostrar la manera correcta, es decir, debía predicar con el ejemplo. Cuando la mañana llegaba a su fin, Minato, muy concienciado sobre su retraso y sobre la no repetición del mismo, abandonó el instituto en dirección a su casa para intentar finalizar el trabajo y entregarlo al día siguiente. Minato era un niño muy constante y trabajador, así que pasó toda la tarde trabajando hasta que lo creyó terminado. Esa noche, antes de dormir, ordenó y preparó su mochila, se aseguró de que no se le olvidaba el trabajo y estableció una alarma en su teléfono para impedir que el sueño le atrapara más de lo debido. Minato estaba agotado y esa noche durmió plácidamente. Cuando sonó la alarma, se despertó y observó con agrado como había conseguido despertarse a tiempo. Minato, se vistió, cogió su preparada mochila y bajó a compartir el desayuno con sus padres. A pesar de su malestar por la actitud en clase de los compañeros, le agradaba ver cómo mantenían el saludo. Cierto es que todo cambiaba al entrar en clase pero, al menos, ese acto sí que había calado en las personas del instituto. - No todo es tan malo. – pensó Minato.
  • 35. 35 Nada más entrar en clase, se acercó a la mesa del profesor Shikamaru y le entregó su trabajo. El profesor se sentó en su silla y ojeó el trabajo. A Minato le extrañó que aún no hubiera ruido ni jaleo. Miró su reloj, comprobó que pasaban cinco minutos de la hora de entrada y observó que faltaba la mitad del alumnado de la clase. - Profesor, ¿Por qué todos llegan tarde? - Pues no lo sé. Supongo que o se quedan dormidos o se entretienen de camino al instituto. No estoy seguro pero de lo que si estoy seguro es de que es una enorme falta de respeto que no sé cómo vamos a corregir. – dijo al tiempo que pasaba las hojas del trabajo de Minato. – Esto parece que está bien. Gracias Minato. – concluyó el profesor Minato. - Gracias profesor. ¿Se lo queda ya o espero a la fecha acordada para entregarlo? - No, no. Déjamelo ya si quieres. Por lo que he visto, parece que está bastante completo y que has seguido mis indicaciones. No creo que debas hacer muchas más modificaciones. Minato se sentó en su pupitre mientras el grueso de sus compañeros entraba en la clase. Pasaban más de diez minutos de la hora de entrada y a todos parecía no importarle mucho. Entraban con tranquilidad, riendo y comentando sus temas de interés y con total pasividad e ignorancia a la figura del profesor Shikamaru. Entre que se sentaron y prepararon el libro y el material necesario para atender a la explicación del profesor, ya había casi transcurrido la primera hora de la mañana y el profesor apenas había podido explicar nada. Minato tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo. Sin embargo, al día siguiente, el profesor Shikamaru le sorprendió. Minato llegó al colegio con su habitual puntualidad y sus compañeros, con su habitual impuntualidad, aún no habían aparecido. El profesor Shikamaru, al marcar el reloj la hora de inicio, cerró la puerta y comenzó su explicación para los asistentes. Lo curioso fue que el profesor cerró la puerta con llave por dentro y, desde fuera, era imposible abrir la puerta y entrar en la clase. Además, hoy era la fecha fijada para le entrega del trabajo, lo cual significa que toda persona que no asista a clase no podría entregar el trabajo, con las consecuencias que conllevaba aquello para sus respectivas notas. El profesor impartía la lección con su habitual estilo. Era un gran orador y tenía una inusual habilidad para captar la atención de su alumnado. De repente, se escucharon unos pasos por el pasillo. Minato miró su reloj y ya pasaban más de 15 minutos desde el inicio de la clase. El retraso de aquel día ya no era normal. Un par de golpes contra la puerta interrumpieron la exposición del profesor Shikamaru. Él los ignoró y continuó con su explicación. Los compañeros intentaron abrir la puerta pero comprobaron que estaba cerrada con llave y que era imposible, por lo que tuvieron
  • 36. 36 que esperar sentados en un banco del pasillo a que finalizara para que el profesor Shikamaru les diera permiso para entrar. Cuando acabó la explicación, el profesor abrió la puerta e invitó a entrar a los indignados alumnos que llegaron tarde. Ellos, refunfuñando entre dientes por lo que consideraban como una falta de respeto, quedaron perplejos cuando el profesor anunció que habría que hacer un trabajo sobre lo que había explicado. Los alumnos, enfurecidos, pidieron explicaciones al profesor. A lo que el profesor Shikamaru contestó: - ¿Por qué habéis llegado tarde? La clase empieza a las nueve horas en puntos. Ustedes habéis intentado abrir la puerta pasadas las nueve y cuarto, más de quince minutos después. ¿Por qué debería esperarles a ustedes y quitarle tiempo a los compañeros y compañeras que, cumpliendo con su obligación, estaban aquí a la hora establecida? - ¡Había tráfico y por eso nos hemos retrasado! – respondió enfurecido uno de ellos. - Estupendo, pero ¿ayer también había tráfico? ¿Y antes de ayer también? ¿Y la semana pasada qué sucedió? ¡Qué casualidad! – ironizó el profesor. – ¡Todos los días sucede algo! ¿Y el tráfico no afecta a tus compañeros? - ¡Pues sí, todos los días nos ha pillado! - Entonces ustedes deberían ponerle remedio y buscar otras soluciones para llegar antes, ¿no crees? Si todos los días te encuentras con el mismo problema, deberías buscar soluciones. Salir antes, tomar otra ruta, venir andando… no sé, se me ocurren varias. - ¡Qué fácil lo ve profesor! - Lo veo fácil porque lo es. Cuando una persona quiere hacer algo bien, busca los medios para hacerlo y nunca pone excusas. ¿Has pensando en las consecuencias que tiene no cumplir con las normas acordadas? Por llegar tarde no aprendes todo lo que deberías. Al no aprender todo lo que deberías, no puedes aprobar. Si no apruebas, tienes la opción de repetir curso. Eso por la parte académica. Pero si observas tu parte personal, ¿has pensando en la cantidad de tiempo que estás desperdiciando? Te voy a decir una cosa, el tiempo es algo que no vuelve, que no puedes recuperar. Si lo empleas en una cosa, ya está gastado y no puedes tenerlo de nuevo. No es como una película que la paras y la vuelves a ver cuando quieres. El tiempo pasa y, cuando te quieras dar cuenta, habrá pasado mucho tiempo. ¿Quieres seguir perdiéndolo en cosas inútiles o prefieres empezar a emplearlo en algo que de verdad te aporte felicidad y una mejor calidad de vida?
  • 37. 37 Minato observaba sorprendido aquella escena. Parecía que era Hagoromo, y no el profesor, el que hablaba. Minato, al observar esto, rio en voz baja. ¡Menuda lección se iban a llevar hoy! Esa lección concordaba con su plan del cortometraje. El profesor quería que vivieran y que experimentaran para poder captar su atención y hablarles claro. Solo así serían verdaderamente conscientes de lo que deberían mejorar. Ya no solo por los demás, sino empezando por su propio bien. El profesor Shikamaru era una buena persona que solo pretendía ayudarles. Ayudarles a cambiar su actitud era una tarea, que como ya había comprobado Minato, se antojaba complicada. En ese momento, las palabras de ánimo de Hagoromo vinieron a la cabeza de Minato, debía continuar porque no estaba solo. Había más personas como Hagoromo o sus padres por su mundo.
  • 38. 38
  • 39. 39 Capítulo VIII. El mundo del bienestar La charla, con sus tintes reflexivos y de apelación a su conciencia, que había tenido el profesor Shikamaru con los alumnos que llegaron tarde, permanecía en la cabeza de Minato. Al salir del instituto dudó entre viajar al mundo del Maná y visitar a Hagoromo para contarle lo sucedido o volver a casa y descansar un poco. El profesor Shikamaru no les había pedido que hicieran ningún tipo de trabajo de investigación ni actividad, así que decidió visitar a Hagoromo y contarle lo sucedido. Estaba convencido de que se alegraría de escuchar lo acontecido durante la mañana. Minato ya no se sentía tan solo y aquella lección que el profesor realizó por la mañana le sirvió para darse cuenta de que, tal y como le había dicho Hagoromo, no estaba solo en el mundo. Otras personas concienciadas y predispuestas convivían cerca de él. Minato llegó, se acercó al árbol y, antes de pronunciar las palabras mágicas, se cercioró de que estaba solo. Sin embargo, unos ancianos que paseaban a su perro se aproximaban a él. Minato no quería que nadie descubriera que aquel árbol era en realidad un portal que conectaba aquel mundo con el mundo del Maná reinado por Hagoromo, así que se sentó en el banco a esperar que continuaran con su recorrido antes de viajar al otro mundo. - Buenas tardes. – saludaron los ancianos al pasar por el banco de Minato. - Buenas tardes. – respondió Minato con una sonrisa. - ¿Qué haces tan solo ahí sentado? – preguntó el anciano. - Nada, me gusta venir aquí a desconectar y pensar. – respondió Minato. - ¡Qué joven más extraño! – exclamó la anciana. – Deberías estar en tu casa sentado en el sofá con esas maquinitas con las que los chicos de tu generación se pasan el día completo. - Lo siento, prefiero hacer otras cosas, como leer un buen libro bajo la sombra de estos árboles. – respondió Minato. - Ojalá hubiera más jóvenes como tú. – añadió la anciana mientras se alejaba caminando. - Adiós joven. – se despidió el anciano. - ¡Hasta pronto señores! – respondió Minato. Minato aguantó impaciente unos minutos y, cuando ya les vio bastante alejados, se acercó al árbol. - Por favor, arbolito. – susurró con sigilo.
  • 40. 40 Minato cruzó la oscuridad del árbol y llegó al sendero. El mundo del Maná no cambiaba y su paisaje siempre era el mismo. Mientras caminaba al puente, antesala del castillo de Hagoromo, observaba todo lo que le rodeaba y se preguntaba por qué Hagoromo se encerraba en este mundo y no lo abría a los demás. A Minato le gustaría que sus compañeros de clase le visitaran y, quizás así, al escuchar sus sabias palabras, entenderían sus errores y consecuencias y cambiarían su proceder. Reflexionando y reflexionando, Minato alcanzó el puente. Allí se topó con los guardias que conoció en su primera visita. - ¡Eh, chico! – llamó un guardia. – Veo que has vuelto a visitarnos. - Hola señor guardia. Sí, vengo a ver a Hagoromo. ¿Sabe dónde está? – preguntó Minato. - Mmm, déjame que piense… Sí, creo que está de viaje en una isla lejana. ¿No ha aparecido su nube? - No, he supuesto que estaría en el castillo. - Creo que está en un viaje importante. ¿Quieres esperarle o prefieres volver a tu mundo y nosotros le decimos que estuviste por aquí? - ¿Saben si tardará mucho? – preguntó Minato mirando a ambos guardias. - No lo sabemos, quizás se demore más que otras veces. Minato dudó entre esperar un poco más a que Hagoromo volviera o regresar ya. - ¿Hagoromo no tiene más nubes mágicas? – bromeó Minato. - No, lo sentimos. Esa es la única nube mágica que existe en este mundo. Ya nos gustaría a todos que hubiera más. – rio uno de los guardias. - Oye, chico. ¿Puedo hacerte una pregunta? – preguntó el otro guardia. - Sí, claro señor guardia. Adelante, pregunte lo que quiera. A ver si soy capaz de responderle. - ¿Cómo es tu mundo? Nosotros nunca hemos cruzado el árbol mágico y sentimos curiosidad. - Bueno… es más diferente a este. Tiene más edificios, viven más personas, hay más aparatos tecnológicos y modernos…Este mundo del Maná es más bonito y, con toda esta naturaleza, la sensación de paz y tranquilidad es mayor que en mi mundo, en el que todo parece que transcurre con demasiada velocidad. Podemos decir que mi mundo se está deshumanizando. Si viajaras a mi lado, estarías deseando volver, créeme. - ¡No exageres tanto, chico! ¡Seguro que tienes cosas maravillosas allí también! - Claro, también hay personas buenas, como mis padres o mi profesor, el señor Shikamaru, ciudades antiguas muy parecidas a vuestro castillo y zonas naturales como
  • 41. 41 este sendero, pero son menos abundantes porque, con el paso de los siglos y de las civilizaciones, las personas de mi mundo han cambiado todo. - ¡Oh! El famoso bienestar. – exclamó un guardia. - ¿Cómo? ¿A qué te refieres? – preguntó Minato. - ¿Sabes por qué ha cambiado tu mundo tanto en ese sentido? – le preguntó el guardia mientras Minato negaba con la cabeza. – Por el concepto del bienestar. Te lo voy a explicar. Las personas tenemos unas necesidades que cubrir para poder vivir bien: comer, descansar bien, no padecer enfermedades… Todas estas cosas son necesarias para poder vivir en el mundo, tenemos que cubrirlas para garantizar nuestro estado de bienestar. Conseguirlas es más fácil si colaboramos, si compartimos con los demás, es decir, si nos ayudamos a conseguirlas de manera conjunta es más sencillo que conseguirlas de manera individual y por separado. Para ayudarnos necesitamos ser generosos y solidarios con los demás. La ayuda es un camino recíproco: tú me ayudas y yo te ayudo. Unas veces yo seré el que necesite tu ayuda y, en otras ocasiones, tú me ofrecerás la tuya. Cada persona es única y domina unas habilidades mejor que otras. - Por ejemplo, – interrumpió el otro guardia – yo cocino mejor que mi compañero. Sin embargo, yo no sé arreglar los desperfectos de nuestra casa. Él es más hábil reparando las cosas que se nos rompen. Pues nos ayudamos y los dos vivimos mejor que si tuviéramos que hacerlo por separado. Nos complementamos. - La vida de las personas debería ser así, ayudándose para vivir mejor. ¿Qué ha sucedido en tu mundo? Las personas han querido mejorar este estado del bienestar por otros medios. Han creado cosas que facilitan la vida de cada persona. En tu mundo las personas no comparten y se han olvidado de ayudar a los demás. El estado de bienestar, enfocado como lo tenéis, ha cambiado y lo ha convertido en un mundo más egoísta y menos solidario. - Eso nos enseñó Hagoromo y, por lo que comprobamos de tus palabras, estaba en lo cierto. – concluyó el otro guardia. Hagoromo, que escondido debajo del puente sentado en su nube flotante, escuchaba muy atento toda la conversación. - Lo sé y por ello quiero concienciar a las personas de mi mundo pero es imposible. No escuchan y solo se preocupan por lo suyo. Incluso cuando alguien quiere ayudarles a mejorar, son ignorados. – dijo Minato recordando los últimos incidentes ocurridos en su instituto.
  • 42. 42 - No puedes desanimarte. Piensa una cosa, si todos actuaran de la misma forma, ¿cómo estaría tu mundo ahora? Todavía hay esperanza porque hay personas que piensan como tú y, aunque no lo sepas o no les conozcas, también están actuando como tú en otras partes. - Sí, justo eso venía a contarle al señor Hagoromo. Esta mañana, en mi instituto, parecía que era Hagoromo y no mi profesor el que estaba allí. – rio Minato. - ¿Estás seguro? ¡Si yo no me he movido de aquí! – dijo Hagoromo saliendo desde debajo del puente. - ¡Hagoromo! – exclamó Minato. – ¿Has estado ahí todo el tiempo? - Sí, joven amigo y he escuchado toda la conversación con mis amigos los guardias. Así que parecía que estaba en tu mundo. Vaya, vaya. Cuéntanos, ¿qué ha sucedido? Minato relató todo lo sucedido con el profesor Shikamaru. Los guardias se rieron cuando Minato les contó que el profesor cerró la puerta con llave y les dejó toda la hora fuera. - ¡Ha sido un lección genial! Espero que después de eso entiendan la importancia de llegar a tiempo a los sitios y más aún si tu profesor es tan bueno como Hagoromo. – bromeó uno de los guardias. - ¡Oye, que soy el sabio de este mundo! ¡No te burles de mí! – replicó Hagoromo al guardia. Todos rieron y bromearon tras la anécdota que les había contado Minato, el cual estaba encantado de mantener aquella conversación con Hagoromo y los dos guardias. - Amigo Hagoromo, creo que debo volver a mi mundo. Si no estaré muy cansado mañana y no quiero ser yo el que llegue tarde. – volvió a bromear Minato. - Sí, no te vaya a dejar en la calle mi otro yo de tu mundo. – satirizó Hagoromo burlándose de los guardias. – Venga, te acompaño al árbol. Minato se despidió de los guardias y comenzó a andar por el sendero. Hagoromo se desplazaba sentado en su nube que flotaba junto a Minato, el cual observó aquello con sorpresa y asombro. - Hagoromo, gracias por las palabras del otro día. Tenías razón y hay más personas que entienden la vida como me la explicaste. - Y te encontrarás a más. Estoy seguro. Como te dije en la otra ocasión, sé que puede frustrar y desanimar pero lo único que podemos hacer es seguir actuando como creemos
  • 43. 43 y esperar que cale en las demás personas. Estoy seguro que viendo nuestras acciones, entenderán todo y cambiarán. - ¡Tienes razón amigo! ¡Continuamos! Vendré pronto a verte de nuevo y espero traerte más noticias buenas. Hagoromo y Minato se chocaron las manos, se despidieron y Minato traspasó el portal y regresó al parque. Había sido un buen día y la conversación con los guardias le había animado mucho. Minato volvió a casa y continuó con su rutina diaria pensando en qué nuevos acontecimientos le depararía el instituto al día siguiente.
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  • 45. 45 Capítulo IX. El mundo de los conflictos Los días sucesivos transcurrieron con una inusual normalidad. Por la mañana, el despertador sonaba como de costumbre y Minato realizaba su rutina diaria antes de llegar al instituto. El sonido de la campana escolar anunciaba día tras día el inicio y fin de cada una de las clases que se impartían. Las tardes las pasaba en casa realizando los trabajos y tareas que los profesores le encargaban. El clima de su instituto parecía ir cambiando poco a poco y siendo más positivo y educado que meses atrás. Mañana tras mañana, Minato se alegraba al comprobar que la mayor parte de sus compañeros y compañeras continuaban siendo puntuales. Parece que el golpe de efecto que realizó el profesor Shikamaru tuvo un cierto impacto y que todos y todas habían aprendido algo de aquello. Minato había acudido al parque de Furanshisuko alguna tarde que otra pero no volvió a visitar a Hagoromo en el mundo del Maná. Prefirió pasear y sentarse en su banco a leer y pensar aunque añoraba las conversaciones con Hagoromo. Cada vez le gustaba más acudir al otro mundo pero entendía que no podía acaparar toda la atención del sabio ni tampoco pretender vivir allí más que en su mundo. Así, las clases trascurrieron con normalidad hasta que en un recreo sucedió un altercado inesperado. Minato estaba sentado en uno de los bancos del patio con algunos de sus amigos comiéndose el bocadillo que su madre le preparaba todos los días cuando, de repente, se escuchó un alboroto tremendo. Minato vio a muchas personas corriendo en dirección opuesta a la que ellos estaban. Se giraron y vieron un pequeño corro de personas que se hacía más y más grande. Inmediatamente se acercaron profesores. En el centro había dos alumnos que peleaban y que los profesores ayudaron a levantarse del suelo e incorporarse. Mientras dos profesores dispersaban a la multitud que se había reunido, el profesor Shikamaru cogió de los brazos a estos dos alumnos y les acompañó al interior del edificio. Minato y sus amigos se sorprendieron al ver que los dos chicos que se estaban peleando eran sus compañeros de clase. - ¿Qué ha pasado? - Le preguntó uno de los amigos de Minato a una chica que había presenciado la pelea. - Esos dos chicos de tu clase, Kenka y Senso, se estaban peleando. – respondió la chica. Kenka y Senso eran los alumnos que habían llegado tarde y replicado al profesor Shikamaru semanas antes. También eran los mismos que hablaban, molestaban e interrumpían siempre. En otras ocasiones habían tenido peleas con otros compañeros pero nunca se habían peleado entre ellos.
  • 46. 46 Se palpaba una cierta tensión en el ambiente durante el tramo final de la mañana. Era como la calma que precede a una gran tormenta, un preludio de que algo más iba a suceder. Y así fue, a la salida del instituto pudieron acabar la pelea que los profesores interrumpieron durante el recreo. Eso no era una pelea, era una batalla campal. Minato, atónito ante aquella situación, observaba cómo sus compañeros no sólo no trataban de impedirlo, sino que les jaleaban y animaban a seguir. Les gustaba aquello, lo cual a Minato le parecía un hecho bochornoso y lamentable. Menos mal que dos transeúntes que pasaban por allí pudieron separarles y disolver el altercado. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa que no fuese el incidente. Muchos relatos se contaban sobre el origen de la pelea. Diferentes versiones de los hechos circulaban por los corrillos de estudiantes. Dependiendo de a quién le preguntaras, la historia era diferente aunque todas coincidían en una cosa: la pelea empezó durante el partido de fútbol que ambos amigos jugaban en el recreo. Unos decían que empezaron a insultarse porque Senso increpó a Kenka que no le pasara el balón cuando tenía una posición buena para marcar. Otros cuentan que Kenka no le pasó el balón porque Senso en una jugada anterior no lo hizo. No se sabe con certeza el motivo real pero todas las razones que circulaban eran absurdas. Minato era incapaz de comprender cómo una pelea tan grande que acaba con la amistad de dos personas que eran tan amigos podía ser iniciada por razones tan insignificantes como esas. Minato tenía claro el culpable: el egoísmo. Se apoderó de los dos estudiantes y, por afán de protagonismo, desembocó en una pelea que, además de propiciarles daños físicos, había acabado con su amistad. Si en las últimas semanas el buen clima había reinado el instituto, aquel inesperado incidente había dado un vuelco. Si el egoísmo invadió a sus compañeros, la ira hizo lo propio con Minato que, movido por la frustración de que los hechos negativos continuaban sucediendo, decidió que ese día, y después de tanto tiempo, sí que iría al mundo del Maná a visitar a Hagoromo. Conocer su opinión sobre todo lo sucedido era muy importante para intentar que no se repitieran situaciones similares nunca más. Dicho y hecho. Nada más acabar el instituto, Minato no esperó ni un segundo y emprendió la marcha. En ninguna de las visitas anteriores había tenido tal decisión y convicción por visitar a Hagoromo. Minato consideraba los incidentes anteriores importantes por lo que suponían para la convivencia pero no tenían la gravedad de este último. - Por favor arbolito, ¡ábrete! – gritó enfurecido Minato.
  • 47. 47 El árbol se abrió por la mitad y Minato viajó al mundo del Maná. La luz cegadora del sol impedía ver a Minato con claridad y, al salir del árbol, pisó en falso y casi tropieza. Se colocó su mano derecha encima de los ojos con la intención de tapar el sol, evitar que los rayos le impidieran ver y así poder averiguar dónde se encontraba. Minato no se encontraba en el sendero al que había llegado en las ocasiones anteriores. Minato, incrédulo y nervioso, miró a un lado y a otro. La sensación de enfado se convirtió en incertidumbre. Estaba en la cima de una pequeña montaña. Un único edificio de piedra se hallaba en aquel solitario lugar. Solo las nubes, el cielo azul y los rayos cegadores del sol rodeaban a Minato. No veía el castillo ni el puente que le precedía. Tampoco veía la zona desértica en la que habló con Hagoromo en un mercado ni el inmenso mar que atravesó hasta llegar a él. ¿Qué haría en un lugar tan recóndito? ¿Por qué el árbol le había llevado hasta allí? Minato se sentó, cerró los ojos y escuchó el ruido de la suave brisa acariciando su cara. Una increíble sensación de paz y tranquilidad inundó a Minato. Empezó a escuchar el leve piar de un pájaro que revoloteaba a su alrededor. La brisa trajo consigo unas hojas que Minato sintió cómo eran mecidas por el viento. Minato inhalaba y exhalaba aire despacio, sus músculos se relajaban. En su mente aparecían imágenes relativas a lo acontecido. El sentimiento de ira y enfado desapareció y Minato pensaba ahora con más lucidez. Tenía razón en pensar que la violencia era impropia y poco adecuada para resolver problemas y, más aún, problemas de tan poca relevancia como ser el protagonista de un gol en un partido entre escolares. Pero también comprendió que, dejándose llevar por la ira, no solucionaría nada, más bien todo lo contrario. Seguramente tomaría decisiones erróneas que acrecentarían el conflicto. Minato continuó inhalando y exhalando aire con los ojos cerrados bajo la tranquilidad que aquel recóndito lugar le propiciaba. Pasado un tiempo abrió los ojos y se encontró a Hagoromo, con los ojos cerrados y sentado en su nube, flotando junto a él.
  • 48. 48
  • 49. 49 Capítulo X. El mundo de la relajación y de la meditación Minato se sorprendió al comprobar que Hagoromo estaba junto a él. Bien por su abstracción o por el sigilo de Hagoromo pero, en ninguno de los casos, se había percatado de su llegada. Minato permaneció en silencio y prestó atención al suave balanceo que causaba la flotación de la nube. Sonrió al ver a Hagoromo meditando en silencio. Le parecía una escena mágica y era inevitable que una ligera mueca alegre se le esbozara al recordar todo lo bueno que le había aportado a su vida el conocer a este extraño ser. No quería interrumpir la meditación de su sabio amigo, así que volvió a cerrar los ojos y permaneció en silencio. Pasó un rato en esa posición, respirando aire fresco, relajando sus músculos y evadiéndose de la realidad. Su mente se liberaba de los pensamientos negativos y de los sentimientos de ira, enfado y rencor que acabaron abandonando por completo a Minato. - Joven amigo, ¿qué tal estás? – se interesó Hagoromo. - Bien, ¿por qué hoy me ha traído el árbol a este lugar tan recóndito? - ¿Ves ese pequeño edificio? Es mi casa. Aquí vivo yo. Bienvenido a mi hogar. – le aclaró Hagoromo. - ¿Cómo? – preguntó sorprendido Minato. – ¿Aquí vives tú? ¿Y el castillo amurallado y custodiado por guardias? Yo creía que vivías allí. - No, allí solo atiendo y recibo a las visitas pero mi verdadera casa, donde como, duermo y medito, es ésta. – explicó. - Por eso tienes una nube voladora. Para llegar aquí. Si no sería imposible. Claro, claro. Ahora lo entiendo todo. – bromeó Minato. - ¿Ya no estás enfadado, joven amigo? Te veo muy risueño. Cualquiera lo diría tal y como has llegado a este mundo. – le respondió. - Sí, estoy más tranquilo. La verdad es que este lugar me ha ayudado a relajarme y a desprenderme de las sensaciones negativas que tenía. Entiendo que vivas aquí. Más que un refugio, parece un hogar. Me gustaría tener un sitio así. La brisa, el sonido de los pájaros que vuelan… - ¿Sabes por qué escogí este lugar para establecer mi hogar? Precisamente por eso, aquí puedo alejarme del bullicio y olvidarme de todo. Cuando estamos enfadados o, incluso tristes y desanimados, la relajación es una técnica que nos ayuda a liberarnos de esas sensaciones y volver a nuestro estado habitual. Es como evadirse a otro mundo. – sonrió Hagoromo. - En el instituto nos enseñan algunas técnicas, pero no pensaba que fuese con este fin.
  • 50. 50 - La relajación es un arte milenario. Todas las culturas desde el origen de la civilización la han utilizado para que las emociones no se adueñen de nuestra razón. Necesitamos olvidarnos de lo malo y recordar lo bueno. La relajación y la meditación nos ayudan a ello. - Eso mismo necesito yo, olvidarme de todo. Vaya día he tenido amigo… - ¿Qué ha sucedido esta vez? Cuéntame. - Una pelea… No he visto algo tan vergonzoso en mi vida. ¡Y encima la pelea fue provocada por un estúpido partido de fútbol! ¡Por marcar un gol! ¿Te lo puedes creer? – exclamó Minato. - Tú, igual que yo, sabes que la causa real no es el marcar el gol, si no el motivo de por qué quieren marcar. - Sí, el egoísmo y el ego por demostrar que son los mejores. Lo importante es el equipo, disfrutar y pasar un buen rato. Sin amigos no podríamos hacer muchas cosas, como por ejemplo, jugar un partido. Son fundamentales en nuestras vidas y, sin embargo, prevalecen otras cuestiones. ¡Es increíble! – se indignó Minato. - Efectivamente, joven amigo. Pero tú no puedes dejar que se apoderen de ti emociones negativas como el enfado o la ira. Las decisiones que tomamos deben servir para mejorar el bien común y deben ser lo más equitativas posibles para no perjudicar a nadie. La ira no puede cegar a la razón. Por eso te he traído aquí. Minato, todos necesitamos desconectar de nuestras cosas. Solo necesitamos un lugar tranquilo y relajar cuerpo y mente para lograrlo. Las emociones, tanto buenas como malas, nos invaden y se apoderan de nosotros pero hay que saber controlarlas. - Tienes razón y, ya que estoy tranquilo y lúcido, ¿qué hago para solucionar estos problemas? ¿Qué puedo hacer para que no vuelvan a ocurrir? - Lo siento. Eso tendrás que descubrirlo tú. - ¿Cómo que no puedes ayudarme? – preguntó extrañado Minato. – Yo creía que tenías las respuestas de todo y que me ayudarías. - No, si con mi magia cambio la voluntad o la forma de proceder de las personas, ¿en qué clase de mundo vivirías? ¿Prefieres vivir en un mundo de mentira, un mundo irreal? Minato reflexionó sobre esa pregunta unos instantes. Sus deseos de cambiar todo a mejor habían cegado su voluntad. Hagoromo tenía razón. Vivir así era una mentira, era engañarse a sí mismo. - No, claro que no. Hay que intentar cambiar la actitud de las personas pero no obligarles, sino más bien concienciarles y hacerles ver ver la naturaleza e importancia de sus
  • 51. 51 acciones, tal y como tú has hecho conmigo. Si comprendieran las nefastas consecuencias de sus actos, cambiarían su modo de proceder. - Eso es, pero el cómo hacer eso, te corresponde descubrirlo a ti, no a mí. Minato, yo no puedo ayudarte. Te deseo mucha suerte en tu nueva misión. No desfallezcas porque tu mundo necesita más gente como tú. – dijo Hagoromo con una mirada esperanzadora. Las palabras de Hagoromo sentaron como un jarro de agua fría a Minato que pensaba que su sabio amigo podría ayudarle. Minato empezaba a ser consciente de que su mundo era imperfecto y que Hagoromo no podía hacer nada porque se pareciera al suyo. - Creo que debería volver a casa. Muchas gracias, Hagoromo. – agradeció con tristeza y resignación Minato. - Por favor, no decaigas. Sé que es un momento complicado pero todo cambiará. ¿Recuerdas el día que me visitaste y que estabas muy triste? Empezaste a bailar y tu estado emocional cambió. Pues esta vez es igual aunque pienses que no lo es. Minato recordó aquel momento. Hagoromo no le daba soluciones directas, sin embargo, sí que de manera indirecta le proporcionaba ideas. Bailar y relajarse mediante la meditación y la contemplación eran dos de ellas pero no había sido consciente hasta ahora. Minato sonrió y dijo: - Muchas gracias, de verdad, amigo Hagoromo. Conocerte ha sido muy importante para mí. Vendré a verte pronto, ¿de acuerdo? - Para mí también ha sido un placer conocerte y me gusta mucho conversar contigo pero voy a establecer una condición para tu siguiente visita. - ¿Cuál? - Siempre debes sonreír. - Te prometo que lo intentaré. Minato se levantó y caminó hacia el árbol que comenzó a abrirse por la mitad. Antes de cruzar, giró la mirada hacia Hagoromo y dijo con una sonrisa: - Volveré pronto. Entró en el portal y, en un instante, estaba de nuevo en su mundo. Minato miró al cielo, el cual brillaba incluso más en el mundo del Maná, resopló y comenzó a caminar abandonando el parque.
  • 52. 52
  • 53. 53 Capítulo XI. El mundo del deporte, el rugby Minato aminaba por los pequeños caminos pensando en las tareas y en los trabajos del instituto que debía acabar. Sin embargo, ese día no tenía ninguna tarea pendiente que realizar y aún quedaba tiempo para que sus padres llegaran de la empresa donde trabajaban. En casa se aburriría mucho, así que prefirió cambiar la ruta de regreso y pasear por su ciudad. Era una tarde soleada, corría una leve brisa muy agradable, no tenía nada mejor que hacer y pensó que también podría ser una forma de desconexión. Tras abandonar el parque por una de sus salidas, comenzó a avanzar por una de las calles más céntricas y bulliciosas de la ciudad. Caminó y caminó por esa gran calle transitada por múltiples personas que cargaban con bolsas y acompañadas por el ruido del tráfico y de los semáforos. Minato alcanzó el final de la calle y llegó hasta las vías del tren. Sin darse cuenta había abandonado el centro de la ciudad y se encontraba en las afueras. Desde ahí se observaban las montañas que desde el centro de la ciudad o desde su casa, situada en el otro extremo, Minato no podía ver con asiduidad. Paseó paralelo a las vías hasta que llegó a un estadio deportivo. Se escuchaban cánticos provenientes de las gradas y Minato acudió para ver el partido. Entró, subió unas escaleras y se sentó en uno de los asientos. Empezó a observar cuando se percató que aquello no era fútbol. Minato prestó atención. Los equipos terminaban el calentamiento, lo que indicaba que el partido iba a comenzar. El árbitro pitó y un equipo realizó el saque golpeando una pelota de forma ovalada. Aquello era rugby y, tras observar las primeras jugadas, a Minato le resultaban extrañas muchas de las acciones tácticas y otras muchas ni las comprendía. Su cara de asombro llamó la atención de unos aficionados que estaban sentados en unos asientos próximos. Uno de ellos, el cual sufría una lesión en una pierna y portaba unas muletas, le dijo: - Eh, amigo. Estás muy solo. ¡Vente con nosotros! Minato, con un poco de timidez y nerviosismo, se acercó y saludó: - Hola, me llamo Minato. Encantado. - Hola, yo soy Shiroto y estos son mis amigos Yotte y Mayaku. - ¡Hola! – saludaron ambos al unísono. - ¡Hola! Encantado. – saludó con vergüenza Minato. – ¿Qué te ha pasado en la pierna? – preguntó.
  • 54. 54 - Bueno… un pequeño incidente en un entrenamiento. Choqué con un compañero al intentar esquivarle y me fracturé la tibia y el peroné. – contó Shiroto. - ¿Jugabas a rugby también? - Sí. Esos que juegan son mis compañeros de equipo. Es el primer partido de esta temporada que no puedo jugar y me temo que serán muchos más porque recuperarme de esta lesión me va a llevar un tiempo. ¿Tú juegas al rugby? - No, de hecho desconozco este deporte. Yo solo pasaba por aquí, he oído el alboroto y he entrado a mirar. - El rugby es un deporte hermoso. No tiene nada que ver con el fútbol, con el baloncesto o con cualquier otro deporte de equipo que conozcas. - ¿En qué se diferencian? Desde fuera parece mucho más violento y agresivo. - Eso es lo que parece pero, mira, observa bien. Los jugadores que caen al suelo se levantan y están bien. ¿Los jugadores de rugby pueden lesionarse? Sí, claro. Pero igual que en otros deportes. El riesgo es el mismo y no es mayor por el contacto, como mucha gente cree. - ¿Por qué dices que es un deporte hermoso y que no se parece en nada a los demás? - Porque los valores que muestran los jugadores de rugby son diferentes. Todo jugador de rugby debe ser respetuoso con el compañero, con los rivales y con el árbitro. Mira. – dijo señalando al campo. – El árbitro acaba de señalar una falta y, fíjate bien, ¿qué están haciendo los jugadores de un equipo y otro? Vuelven a sus posiciones y nadie se queja ni grita enfadado, ni mucho menos se insultan o pelean. Tan solo los capitanes de cada equipo se dirigen al árbitro y observa bien el tono tan respetuoso en el que lo hacen. Los jugadores le preguntan sobre el juego y los árbitros advierten a jugadores de las acciones pero en un tono educado y respetuoso. El jugador de rugby entiende que el árbitro es una figura imprescindible. Si no hay árbitro no puede haber juego. ¿Un árbitro puede equivocarse al señalar una acción? Claro, pero nosotros también nos podemos equivocar al leer un mal pase o al hacer una falta. No pasa nada. Todos nos equivocamos y jugamos para continuar aprendiendo. Minato estaba muy sorprendido. Ese deporte desconocido para él tenía una filosofía muy similar a la que le había transmitido Hagoromo. Durante el trascurso del partido, Shiroto continuó explicándole las reglas del deporte para que Minato comprendiera el juego. Cuanto más le contaba Shiroto, más le gustaba y entusiasmaba el deporte. - Minato, observa bien ahora. Mira, eso es un paseíllo. Un equipo le hace un paseíllo al otro equipo en señal de agradecimiento por el buen partido y el otro equipo se lo
  • 55. 55 devuelve a continuación. Los puntos importan porque según éstos se ordena la tabla clasificatoria pero no es lo más importante. Lo más importante es la amistad y el respeto hacia el otro. En el rugby no hay peleas, discusiones ni malentendidos. Si los hubiera, la federación que organiza el campeonato y el club del jugador que realiza esas acciones tan deplorables sancionan a esa persona de manera severa. Incumplir las normas que emanan de nuestros valores no se tolera ni se consiente. El rugby tiene una esencia que se mantiene desde que fue creado hace más de un siglo. Minato se quedó atónito ante aquellas palabras. Estaba encantando con el nuevo descubrimiento del rugby. - Ahora comienza el tercer tiempo. – continuó Shiroto. – Yo, aunque no he podido jugar por mi lesión, estoy invitado. ¿Te apetece acompañarnos? - ¿Qué es eso del tercer tiempo? ¿El partido no tenía dos partes? – preguntó Minato impresionado. - Sí, el partido tiene dos partes. Por eso este se llama tercer tiempo. No es una parte reglamentaria del juego pero el equipo local, cuando el partido finaliza y los jugadores y árbitros se han duchado y aseado, organiza una pequeña comida de encuentro. En esta comida se estrechan lazos de amistad, se comentan jugadas del partido, se habla con el árbitro... pero todo desde un punto de vista anecdótico y no con el objetivo de crear polémica, criticar o quejarse para cambiar el resultado. - ¡Hala, qué guay! ¿Y por qué me invitas a mí si no me conoces? - Me has caído bien. – dijo Shiroto. – ¿Me ayudas con las muletas que pueda bajar de las gradas? Minato ayudó a Shiroto a bajar por las escaleras de la grada. En la parte inferior del campo, justo debajo de los graderíos se encontraba un pequeño bar con una barra donde servían bebidas y unas cuantas de mesas con sillas para sentarse. Algunos jugadores, uniformados con polos con escudos y emblemas de sus clubs empezaban a llegar. Se distinguían claramente quién pertenecía a cada club. Los árbitros, vestidos de negro, fueron los últimos en llegar. El ambiente era muy alegre y todos hablaban e intercambiaban impresiones. El ruido de las risas y las carcajadas era la música de fondo de aquel encuentro festivo. Shiroto le presentó a Minato a todos sus compañeros e, incluso, a algunos de los jugadores rivales, así como a miembros de la directiva. Minato, debido a su ignorancia sobre los aspectos del deporte, prefirió ser cauto y no comentar mucho para no realizar comentarios que pudieran ofender o hacer sentir mal. Le preocupaba decir algo que fuese contrario a sus valores y normas y pudiera