El documento describe la historia de Emilio, un estudiante problemático que fue atrapado vendiendo drogas. Su tío Rober, un ex alumno, se hace cargo de él para alejarlo de las malas influencias. Rober decide matricular a Emilio en el instituto de Simone, una antigua profesora respetada en la comunidad, con la esperanza de que ella pueda ayudar a enderezar el camino de Emilio.
Simone y Emilio - Capítulo I - "Pildoras contra la Apatía"
1. PILDORAS CONTRA LA APATÍA
Bettina Ruiz Spohr
Todos los derechos reservados
2. SIMONE
Hoy oficialmente ha terminado el curso. Y con él…mi vida laboral. Tengo una
sensación rara. Mientras recojo los vasos de plástico con restos de refrescos y
los platos sobre los que ha quedado algún emparedado mordisqueado, disfruto
del silencio que ha seguido a la algarabía de chavales que acaban de marchar
rumbo a sus vacaciones de verano y de los que me he despedido con
sensaciones muy divididas. La emoción me ha embargado cuando Emilio, en
nombre de todos, me ha entregado un mural enmarcado con las fotos de su
promoción y muchas en las que aparezco yo en todas las salidas de excursión
que hemos hecho en los últimos años. Incluso se han molestado en rebuscar
fotos de alumnos que ellos no han conocido, de generaciones y promociones
anteriores a las suyas. En algunas he reconocido a los padres de algunos de
ellos que también pasaron por mis clases y que cuando han elegido instituto
para sus hijos, no han dudado en enviarlos al que yo he dirigido en los últimos
15 años en un barrio de la periferia de Barcelona y en el que he pasado 25
extraordinarios años de mi vida laboral. Emilio, tan preciso él lo ha resumido
muy bien.
—Simone, yo no me hubiera interesado nunca por la literatura si no hubiera
sido porque me hiciste vivir todos y cada uno de los personajes de los relatos
que compartiste conmigo y después con todos los demás. Muchas gracias por
todo lo que nos has enseñado y por ser tan cachonda. No te olvidaremos
nunca.
3. Justamente Emilio fue uno de mis alumnos más problemáticos y uno de los que
más guerra me dio cuando llegó al instituto. Provenía de una familia rota en mil
pedazos, donde se aplicaba la ley de la supervivencia. Su padre, un hombre
constantemente en paro, condenado a trabajos eventuales de baja
cualificación… lo que en esta sociedad cruel se llama un perdedor, que apenas
había terminado la educación básica. Su madre, que limpiaba escaleras pero
convivía desde hacía unos años con un tipo que era conocido por dejarse la
mitad del sueldo en las máquinas tragaperras y una parte del otro en vino y
juergas con los amigos, apenas tenía tiempo de darse cuenta de que Emilio
había crecido y entraba en una edad complicada. Bastante tenía ella con sacar
adelante las mellizas que había parido fruto de una noche de magreo con su
actual pareja sin haber tomado las precauciones adecuadas.
Emilio desafiaba a todo el mundo, era un bravucón que no se interesaba por
nada y la pesadilla de todos los profesores que pusieron un granito de arena
para intentar salvar algo de aquel barco sin rumbo que parecía ir
constantemente a la deriva que era Emilio a los 14 años. Nos costó mucho
enderezarlo, tuve la suerte de que en su clase sólo había dos casos
conflictivos, por lo que con la colaboración de todos y la ayuda inestimable de
la psicóloga conseguimos en estos dos años que aprobara todas y al final sus
compañeros han acabado por apreciarle, en vez de tenerle miedo.
Si Emilio salió adelante fue por empeño de su tío Rober, un catalán
descendiente de andaluces que se ganaba la vida trabajando de lo que podía
en una empresa de mensajería y después como carretillero en Mercabarna,
que en sus ratos libres tocaba el cajón en un grupo de rumba catalana de los
4. tantos que habían surgido en el Poble Nou al albur de los Juegos Olímpicos y
la marea Peret, que soñaron con hacerse famosos y grabar un CD que llegara
a ser el superventas del verano y con el que de vez en cuando hacía algún bolo
en el Triángulo Golfo o el London. El tío Rober se presentó un día en mi
despacho para hablarme de su sobrino al que literalmente llamó “el cabrón
terrorista que le amarga la vida a mi hermana”.
5. EMILIO
—Estoy jodido, tio. Me han pillao.
—¿Qué te han pillao?
—Las papelinas
—Jo, tío, ¿cómo es eso?
—No me dí cuenta de que había unos mossos de paisano en la esquina y
cuando pasé delante de ellos me pararon para registrarme. Y como el capullo
del Toni no me compró todas las que había pedido me quedé con el paquete.
—¡Joder! ¿Y palmaste mucho?
—Bastante. Además me llevaron a comisaría y me ficharon.
—Vamos a tener que cambiar de zona. Si ya han entrado los maderos allí lo
mejor es darse el piro. ¡Te dije que tenías que andarte con mil ojos!
—Ya…
—¿Y ahora dónde estás?
—Eso es lo peor, tío, que en vez de ir mi vieja a la comisaría ha venido mi tío
Rober. El cabrón me ha obligado a mudarme a su casa y ahora controla todo lo
que hago. Incluso no sé si me va a cambiar de instituto, porque con el rollo este
me han echao.
6. —¿Y está muy lejos del otro?
—Bueno, ahora estoy en el Poble Nou.
—Eso nos conviene, así despistamos a los maderos un rato. Aguanta, hazte
querer por tu tío, esperamos un tiempo prudencial y volvemos a la carga,
¿estamos? De momento tú un santurrón. ¿Está claro?
—¿Y de qué quieres que viva entre tanto?
—Ya veré si te paso algún trabajito puntual con otra cosa.
—Joer, Maxi, eso no se hace. Me estás jodiendo vivo.
—Mira, nano, así aprenderás a espabilarte. Y no voy a permitir que se destape
todo, ¿me entiendes?
—Cristalino
Maxi colgó el teléfono sin siquiera despedirse de Emilio. Cristalino era su
`palabra favorita, que hacía repetir una y otra vez a sus compinches para
comprobar que habían entendido sus instrucciones y las cumplirían sin
rechistar.
Maxi era el jefe de una de las bandas más activas en el negocio del trapicheo
de droga y redistribución de mercancía robada en Barcelona. Su éxito radicaba
en utilizar para sus negocios una red de delincuentes ocasionales, poco
conocidos y no fichados por la policía que tan sólo buscaban un complemento
a sus ingresos, la mayoría menores de edad, que fuera de estos trabajillos que
7. les asignaba de vez en cuando, llevaban una vida de lo más normal que podía
pasar perfectamente desapercibida a los mossos y la guardia urbana.
Emilio miró el teléfono y se quedó desconcertado.
¡Cago en…!—chilló al vacío.
¿Y ahora, qué hago? ¿De dónde coño voy a sacar la pasta para pagarle al
Zeta? El cabrón de Maxi me va a arruinar…Bueno, iré a casa de la vieja, a ver
qué pillo.
Emilio echó el monopatín al suelo y salió disparado sorteando a las viejas que
salían del asilo a su paseo vespertino con su taca-taca por la Rambla y los
camareros que cruzaban el paseo con sus bandejas cargadas de copas de
cerveza en dirección a las mesas que poblaban alineadas en perfecta
formación el lateral de la Rambla, siguiendo el trazado de los plátanos. Al llegar
a la Diagonal cruzó a tumba abierta para llegar a tiempo de colarse en el tram
en dirección al Besós y saltó dentro atropellando a una chica que estaba
concentrada en la apasionante lectura de su e-book. Ella hizo ademán de
protestar pero ahogó su rabia mirando hacia otro lado y continuando la lectura
mientras se recuperaba del fuerte pisotón. Ni un amago de disculpa por parte
de Emilio, enfrascado en qué historia truculenta le contaría a su madre para
sacarle al menos 30 € para ir calmando la avaricia del Zeta, al que le debía un
pico de los últimos I-phones que, procedentes de no se sabe muy bien dónde,
Emilio intentaba colocar a través de redes sociales y páginas de venta de
segunda mano. Al llegar al Forum desciende y Rambla de Prim arriba se dirige
a Cristobal de Moura, donde vive su madre con el colega en unos pisos de
8. protección oficial. Toca compulsivamente el timbre del portero automático para
avisar de su llegada y sube las escaleras tras estampanar la puerta de entrada
que había abierto con sus llaves ante el silencio del telefonillo. Abre la puerta
del piso y sonríe para sus adentros. Bien, la vieja no está. ¡Cojonudo!
En dos zancadas entra en la cocina, se sube a un taburete, abre la puerta de la
alhacena y busca la lata de galletas ya un poco descolorida donde sabe que su
madre guarda el dinero para los gastos del mes.
….
—Simone, necesito hablar con Vd. ¿Puedo pasar?
El hombre que se asomaba a la puerta de mi despacho después de haber
tocado suavemente se perfilaba como una sombra que no acababa de
reconocer, a pesar de estar ajustándome las progresivas en ese momento.
—Pase, pase…Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?
—No me reconoce, ¿verdad?
—A simple vista, la verdad es que no, lo siento, pero por favor refrésqueme la
memoria.
—Soy el Rober, fui alumno suyo a principios de los 90. El Benny, Ricky y yo
formemos un grupo de rumba catalana. ¿Se acuerda? Incluso Vd. nos dejó una
sala del sótano para ensayar. No acabé la secundaria, me pasé después a FP.
9. Los libros no eran lo mío, pero Vd. me enseñó algo muy importante: que
creyendo en la gente se le saca lo mejor.
Mi cara se fue transformando hacia una sonrisa, halagada por ese inesperado
piropo del que efectivamente había sido un alumno revoltosillo de aquella
época pero muy buena gente.
—¡Rober! ¡Y tanto que me acuerdo! Sobre todo el Ricky y tú os pasábais las
horas allí. Mira que tocaba bien la guitarra…Y tú te defendías bien con el cajón.
¿Qué es de tu vida? ¡Qué sorpresa!.
—Pues ya ve…trampeándole a la vida, pero no me puedo quejar. Cuando salí
de aquí hice un módulo de mecánica, entré a currar en un taller, luego estuve
de mensajero, y ahora de carretillero en Mercabarna, aunque parece que ahora
me van a coger para un trabajo de montador. Al menos tendré mejor horario y
estaré aquí en el barrio, que ya es mucho. Me casé hace un par de años con la
Pili, ¿se acuerda?. Entonces tonteábamos, pero nunca en serio. Hace algún
tiempo me la volví a encontrar en las fiestas del barrio y una cosa llevó a la
otra. Tenemos un crío y vamos haciendo.
—Pues me alegro mucho por ti Rober y que te hayas venido para contármelo,
pero supongo que sea otra cosa la que te traiga por aquí…
—Pues, bueno…sí. En realidad, venía a hablarle del cabrón de mi sobrino y
disculpe que hable tan malamente.
—¿Y qué le pasa?
10. —Ocurre que es un “terrorista” que le hace la vida imposible a mi hermana. Se
le ha descontrolao y con 14 años al prenda ya le han pillao trapicheando con
droga a la salida del instituto y asís. Como ya estoy harto de que mangonee a
mi hermana, me he hecho yo cargo de él y ahora va a vivir conmigo, a ver si
alejándolo del ambiente del Besós conseguimos ponerlo tieso. Es que mi
hermana es muy blanda y se le sube a la chepa. Además tiene dos crías muy
pequeñas y el tío con el que vive ahora es otra joyita. En paro, jugador,
bebedor…
Total que he pensao matricularlo aquí, porque de todas formas en el instituto
donde estaba lo han echao….Y bueno, como Vd. puede con todo, pensé que el
chaval estaría en buenas manos.
—Me honra que hayas pensado en mi para esta labor, pero no es tan fácil.
Estamos a mitad de curso y conseguir el traslado aquí va a ser complicado.
¿En qué instituto está?
—En el San Martí de Provençals.
—Bueno, lo que haré será hablar con el director de allí y ya te iré contando.
Déjame un teléfono y veré lo que puedo hacer.
El Rober se levantó y dedicándome una mirada llena de esperanza me tendió
tímidamente la mano y dijo: Simone…yo…siempre pensé que Vd. era lo mejor
que había en el barrio. Siempre se preocupó mucho por nosotros. Me di cuenta
años más tarde, que si no habría sido por Vd. igual estaría por ahí dando
tumbos. Siempre justa y correcta, amable pero firme. Cuando empiezas a
11. trabajar por ahí y tus jefes son unos garrulos, te das cuenta de las cosas, de lo
que vale una buena educación.
—No te preocupes, Rober, haré lo que esté en mi mano.
Dos semanas más tarde, llegó Emilio por primera vez al instituto. Todo había
sido más sencillo de lo esperado, el director de su instituto había accedido sin
demasiadas trabas burocráticas al cambio, quizá ya hastiado de lidiar a diario
con este rebelde sin causa y aliviado por quitarse otro candidato a carne de
cañón de su lamentablemente larga lista.
Había acompañado el expediente de una breve nota, la cual estaba revisando
mientras esperaba que de un momento a otro se abriera la puerta de su
despacho. Tocaron a la puerta a la que se asomó Lilian, la psicóloga del
instituto, acompañada de un muchacho desgarbado, vestido con una sudadera
deslavada, vaqueros a jirones y bambas, cubierto con una gorra roja que
dejaba vislumbrar su largo flequillo que le cubría media cara.
Lilian, con su sonoro timbre de voz que reflejaba un optimismo contagioso y
desbordante preguntó
—¿Podemos pasar o estás ocupada?
—Adelante, adelante, os estaba esperando. ¡Sentaos, por favor!
Ante mi se sentaron al otro lado del escritorio la viva imagen de dos caracteres
totalmente opuestos: Lilian, atlética, saludable, sonriente, brillante, plena de
energía y…Emilio, macilento, flacucho, con mirada torva y desconfiada,
12. ausente, indolente, desparramado en la silla como una chaqueta tirada al azar
sobre el respaldo. Observé a ambos un largo rato antes de comenzar a hablar.
—Bueno, Emilio, por fin estás aquí. Bienvenido.
Emilio siguió jugando con su móvil imperturbable.
—Te felicito, tienes un I-phone 4, es mejor que el 5 a mi modo de ver. Sobre
todo para los juegos es mucho más real. Ahí Apple la verdad es que no se ha
superado.
Emilio no había contado con este comentario, que le dejó desarmado.
Justamente había pensado sacar de sus casillas a la directora y acabar cuanto
antes este molesto encuentro.
—Sí, es verdad, —respondió lacónicamente Emilio y continuó jugando.
—¿Con cuál estás? ¿El Fifa 13?
—No…el Real Racing.
La cara de perplejidad de Emilio lo decía todo. Hacía tiempo que por pura
necesidad me había aficionado a los videojuegos, a los móviles, a las tablet, en
definitiva, a todo aparato electrónico que usara un adolescente, por aquello de
“si no puedes con el enemigo, únete a él”. Conociendo su mundo era más fácil
entenderles y encontrar un lenguaje común. Me había dado cuenta hace años
que era imposible hablarles de Cervantes si no era a través de los juegos
interactivos. Y así empecé a hacer el amor y no la guerra con ellos.
—Pues a mi el que me ha enganchado es el de Ice Age. ¿Lo conoces?
13. —No, yo paso de animales. Prefiero los de zombies.
—¿Cuál de ellos? Hay muchos en el I-Phone.
Lilian asistía atónita a nuestra conversación. Jamás hubiera imaginado mi
pasión por los videojuegos ni mi profundo conocimiento al respecto. Era
consciente de que mi imagen de profesora e intelectual estaba siendo
duramente cuestionada por la psicóloga en estos momentos por lo que le envié
una mirada cómplice para que entendiera que pretendía que me siguiera la
corriente.
—A mi me gustan los I-phone, pero no me los puedo permitir más que de
segunda mano—metió baza Lilian para ver cómo reaccionaba el chico.
—Pues creo que en E-bay los venden—respondió evasivamente Emilio.
—No me has contestado con respecto a los juegos de zombies. A mi hija le
gusta uno que se llama Call of duty o algo así. Siempre echa un par de partidas
con su novio a última hora de la tarde.
—Sí no está mal…Oiga mire, ¿a qué viene este rollo de los juegos? ¿Estoy
aquí para hablar de zombies? No me lo creo. Vayan al grano.
—Celebro que seas un chaval inteligente, ya me lo dijo tu tío cuando vino a
verme.
—Mire, conmigo no se moleste. Por mucho que se empeñe no voy a aparecer
mucho por clase, ¿me entiende?.
14. —Yo no te voy a obligar, muchachito, tú ya eres mayorcito para saber lo que te
conviene. Sin embargo, a tu tío le he prometido que vendrías dos veces por
semana a verme al menos un par de horas cada vez. El resto del tiempo
puedes hacer lo que te dé la gana. Por la cuenta que te trae más vale que le
hagas caso a tu tío y respetes ese pacto, ¿estamos?. —Mi voz ahora era firme
y autoritaria, el lenguaje que entendía Emilio.
—Cristalino.
—Bien, pues quiero verte en este despacho los lunes y los miércoles de 9 a 11.
¿De acuerdo? Y después de la sesión conmigo te pasas por el despacho de
Lilian.
—Está bien—respondió desganado Emilio. —Y ahora, ¿puedo irme ya? Hoy es
viernes.
—Sí, lárgate cuando quieras.
—Has estado colosal—exclamó entusiasta Lilian al salir Emilio del despacho.
Yo no he conseguido sacarle más de cuatro palabras: “¿Dónde está el
lavabo?”.
─ Lilian, son muchos años ya, y más sabe el perro por viejo que por sabio. Sin
embargo, espero que con el tiempo con este tándem de madurez y frescura
juvenil que formamos tú y yo, logremos enderezar a este chaval. Si ahora no
tienes otra cosa que hacer, podemos ponernos de acuerdo en la estrategia.
¿Tienes un rato?
─ Sí, ya he terminado los informes que tenía pendientes.