3. Mi nombre es Isabel y era campesina en uno de los campos de Florencia. Creo
recordar que rondaba el año 1501. La vida de una muchacha de mi edad en aquellos
tiempos consistía en ayudar a los padres con la labor de la siembra y cuando
rondaba la edad de casarse, se le buscaba un marido para enlazar su vida y
marcharse… pero yo no quería esa vida, como otras tantas chicas mi sueño estaba
en aquellas ciudades: París, Roma, Rusia… fantaseaba con salir de aquel campo y
viajar… y cómo no esperaba la imagen de un apuesto príncipe romántico. Mis padres
ya estaban preocupados… cerca de veinte años y sin encontrar galán.
Sin embargo ahora ya de anciana miro hacia atrás y no me arrepiento de la vida
que tuve. Podría haber sido mejor, incluso la historia podría haberme recordado si
el amor no se hubiera topado en mi camino. Pero no, estoy contenta de que fuera
así porque gracias a los acontecimientos entre 1501 y 1506, conocí lo que era el
amor.
Era una noche muy lluviosa y ventosa. Mi padre y mis hermanos habían cerrado
fuertemente ventanas y puertas para evitar que la casa se viniera abajo. Un poco
más tarde el viento se calmó, y en medio de la cena llamaron a la puerta. Como era
demasiado asustadiza me escondí en mi cuarto y me asomé levemente por la puerta
de mi habitación: se trataba de un hombre apuesto, elegante y que no pasaría los
cincuenta años. Escuché cómo mi familia le daba cobijo en aquella noche tan fría.
-¡Isabel! ¡Hoy dormirás en el granero, enseña a este hombre dónde va a dormir!
-No, no obligue a la muchacha a dormir ahí, no quiero ser molestia…
4. Me personifiqué a su lado enseguida. De pronto sentí la mirada de aquel hombre en
mí, como admirándome… ¡Como si fuera algo sobrenatural! No tenía nada de raro:
castaño y ojos oscuros. Pero su mirada sobre mí… provocó algo.
-Venga conmigo.
Sin mediar palabra, el desconocido se levantó y me siguió. En la habitación dormía
yo sola porque era la única mujer, aparte de mi madre. Él continuaba mirándome,
traspasándome con los ojos. Le quité rápidamente las mantas a la cama y susurré.
-Aquí es.
-¿Cómo te llamas, joven? –Preguntó sentándose en la cama y extendiéndome la
mano.
-Isabel.
-Encantado Isabel. Yo me llamo Leonardo, Leonardo Da Vinci.
Aquel fue mi primer encuentro con él. Ni la intensidad de su mirada, ni sus ojos, ni
el calor de aquella mano al estrechar la mía la pude olvidar el tiempo que pasó.
Durante los dos siguientes años mi vida cambió radicalmente: me casé con un
hombre mucho mayor que yo que murió a los pocos meses del matrimonio,
dejándome embarazada de apenas cinco meses. Así, viuda, regresé de nuevo al
campo de mis padres con algunos cuidados más debido a mi estado.
Pasó una semana desde mi vuelta hasta que unos hombres vestidos de negro y con
una pluma en el sombrero llamaron a mi puerta.
-¿Sí? –Preguntó mi padre con desconfianza- ¿Qué desean?
-Buscamos a Isabel.
-Ella no puede ir.
En ese momento me asomé. Los guardias me miraron con una sonrisa afable.
-Es de parte del pintor Leonardo da Vinci. Ha vuelto a Florencia.
Si dijera que no me costó convencer a mis padres mentiría. De hecho mi padre echó
a patadas a los guardias de nuestra casa. Sin embargo, por una vez en mi vida, hice
lo que verdaderamente quería. Así que me escapé de mi casa y puse camino hacia el
centro de la ciudad. Apenas tenía un poco de dinero que mi marido me dejó antes
de morir. Sería suficiente para encontrarle. Sólo sabía su nombre y su oficio.
En cuanto llegué y pregunté me dieron la dirección. Justo cuando me encontraba
delante de aquel inmenso palacio dudé: ¿Qué estaba haciendo? ¡Tenía un niño
dentro! Pero… algo, no sabía el qué, me empujó allí. Por eso llamé. Pensé que me
abriría cualquier sirvienta, pero me sorprendió el hecho de que él estaba ahí,
delante de mí. Nada más verme sonrió: aquella mirada tan penetrante removió
sentimientos que yo creía casi olvidados. Apenas lo vi una noche, durante unos
minutos, y aquello hizo que por dentro me derritiera.
5. -Sabía que ibas a venir, muchacha. Pero pasa, pasa.
Cuadros por todos lados, mujeres intrigantes, niños, vírgenes… aquel universo me
pareció fascinante, casi un sueño. Sin decir nada agarró mi mano contemplando mi
belleza.
-Querrás saber la razón por la que quería que vinieras. Es un secreto, digamos que
quiero ser recordado por un cuadro del mismo modo que un escritor quiere ser
rememorado por una obra especial. Sólo que a mí me falta algo.
-Ignoro, señor, qué puedo yo hacer por usted.
-Quiero que seas esa musa que pose para mí.
Me quedé casi atónita, pero no podía negarme. Lo primero que hizo Leonardo fue
entregarme ropa de alguien que pudiera pertenecer a la nobleza. No tenía dónde
dormir, pero me ofreció gentilmente una de las camas de su casa. ¿Por qué? No lo
sé. Mientras él pintaba me hablaba de sus viajes por Génova, Milán … también solía
describirme a las mujeres que conoció durante su camino y a las que dejó
plasmadas en sus cuadros. Y mientras lo hacía, yo no podía dejar de mirarle. Yo solo
podía sonreír, casi misteriosamente, cómo una vez dijo al tiempo que me pintaba. Y
aquel día…
-Mira, Isabel, quiero que veas un cuadro. –Dijo mientras cubría el que me estaba
haciendo a mí bajo una manta- Me lo ha encargado unos amigos de mi padre. Esta
mujer se llama Lisa Gherardini, es esposa de Francesco del Giocondo. Por eso creo
que el nombre adecuado para esta obra es La Gioconda.
Miré a la mujer: tenía una sonrisa amplia y enseñaba los dientes, rubia y con los
ojos claros. Era bella y al igual que yo estaba embarazada. Sonreí: aquel hombre
tenía unas manos para las pinturas igual que los ángeles para el canto. La mujer del
cuadro era vecina de Leonardo y alguna vez la vi por la calle. Pronto comenzaron las
malas lenguas acerca de mi estancia en su casa. Pocas cosas me importaban en ese
momento. Mi único deseo era estar allí y compartir con él aquellas noches eternas a
su lado donde me hablaba de su arte con tal amor que con eso… yo me conformaba.
Quizá me viera como una sobrina de su famlia, pero para mí… era algo más, mucho
más. Sus manos, la sonrisa, la dedicación… y él lo sabía. Apenas me regalaba
caricias o miradas tiernas mientras posaba. Tampoco yo pedía mucho más.
Mi cuadro, el que con tanto esmero realizaba, casi estaba finalizado. Sin embargo…
me anunció que para julio de ese año partiría hacia Pisa. Me contó que había sido
asediad por los florentinos y junto con otros conocidos, quería estudiar todas las
posibilidades para lograr la rendición empantanando las zonas limítrofes.
Durante ese tiempo Leonardo sacó casi todas las obras de su casa para esconderlas
el tiempo que estuviera fuera. Sólo dejó en su salón de pintura el cuadro de Lisa
Gherardini y el mío.
Una mañana se presentó delante de mí, me cogió de las manos y me dijo.
6. -Isabel… he hablado con tus padres y no quieren que regreses. Digamos que el
hecho de convivir durante algunos meses conmigo sin ser tu marido ha hecho que te
repudien, lo siento. Con gusto te dejaría esta casa, pero temo que los vecinos
podrían hacerte daño. He conseguido convencer a la madre superiora de que te
quedes en el convento Santa María y logres al menos criar allí a tu hijo hasta que
yo vuelva. Es el mejor lugar, te lo aseguro.
Acepté: no tenía otra cosa mejor. Aquella fue la última vez que dormí en su casa,
sin embargo lo peor estaba todavía por suceder. Mientras todos dormíamos, una
vela prendió la cortina donde Leonardo tenía los dos únicos cuadros. En cuando nos
dimos cuenta nos levantamos para salvar las obras, pero el de aquella mujer estaba
totalmente quemado. Leonardo pudo salvar mi cuadro con gran cariño.
Después de la gran desgracia pusimos rumbo hacia el convento. Durante el camino
apenas hablamos. Para mí… era el amor de vida, aquel hombre que apenas unas
horas más tarde habría salido para siempre de ella. ¿Cómo se lo hacía ver? ¿Por
qué no me permitía ir con él? Me dejó justo en la puerta. Con una sonrisa me agarró
las manos como tiempo atrás.
-Volveré. No sé cuando, pero lo haré.
Sin embargo fue la última vez que mis ojos pudieron verle. Mi hijo nació sano y
fuerte. Tiempo más tarde viajó para buscar aventuras dejándome sola en el
convento con las hermanas. Llevé una vida demasiado tranquila, en paz conmigo
misma y recordando siempre a aquel enigmático hombre que un día se cruzó en mi
vida. ¿Y mi cuadro? ¿Lo habría acabado?
En 1519 llegó a mis oídos que el gran Leonardo Da Vinci había muerto en Francia.
Lloré como jamás había hecho antes, ni siquiera cuando mi marido abandonó este
mundo. Quise ir, decirle en su tumba que fue, es y sería el hombre al que yo
siempre había amado, pero a veces es mejor recordar simplemente los momentos
que no sucedieron y vivir de ellos.
En 1542, siendo yo ya una anciana que caminaba con los brazos cruzados en la
espalda, llegó al convento una mujer que debió ser bella en su tiempo ya viuda, con
la piel flácida y una mirada triste. Venía enferma y estaba allí solamente porque su
marido antes de morir pidió que se quedara entre monjas. Yo me encargué de
atenderla.
-Seré… famosa –me dijo una vez aquella mujer- entre delirios. ¿Sabes? Leonado…
sí, el pintor, Leonardo Da Vinci me pintó antes de que su casa me quemara. La gente
lo vio salir con un cuadro… ¡Se lo llevó para acabarlo! ¡Lo salvó! Mi cuadro…
Miré el suelo cerrando los ojos con impotencia. Esa mujer era la mismísima Lisa
Gherardini, la mujer que pasaría la historia conocida como la Gioconda… sin
embargo, el rostro, la mirada y aquella sonrisa, eran las mías. El cuadro que se salvo
era el mío.
Lo que sucederá con mi retrato… eso sólo vosotros lo sabréis. Yo no fui nadie en la
vida de Leonardo da Vinci. Él solamente se enamoró de mi belleza para plasmarla en
7. un cuadro que… tiempo más tarde tendría el nombre de una mujer que ni siquiera se
parecía físicamente a mí. Yo era Isabel, yo era la Mona Lisa.
Arón Coto Méndez. 4ºB