2. La oración que san Juan Eudes propone implica un lenguaje de adoración y amor a través
del cual la presencia del Espíritu Santo forma al ser humano para que disponga su vida a
la obra de Dios y se entregue a él de todo corazón. Este proceso formativo que Dios Pa-
dre realiza en la oración al aproximarse a las realidades humanas, tiene un referente con-
creto para san Juan Eudes, es la contemplación de los Estados y Misterios de Jesús que el
santo comprende desde la vida en el seno de Dios Padre hasta su entrada en la vida glo-
riosa, con el propósito de apropiarse de cada una de las virtudes presentes en Jesús y
convertirlas en un elemento esencial de la vida cristiana.
Afirma el padre Eudes: “La oración es la felicidad perfecta y el verdadero paraíso en la
tierra. Gracias a ella, el cristiano se une a su Dios, su centro, su fin y soberano bien. En
la oración, el cristiano posee a Dios y Dios se apodera de él” (OC I, 192). Es al contem-
plar la vida y la obra de Cristo en cada uno de sus Estados y Misterios que el corazón hu-
mano se perfila y se une plenamente a Dios, de ésta manera vivifica la más grande de las
metas que un cristiano puede tener: Dar Gloria a Dios en todo.
Desde ésta perspectiva, meditar sobre el tiempo de adviento es la oportunidad precisa
para comprender el propósito de la oración en san Juan Eudes: unir el corazón plena-
mente a Dios teniendo como referente esencial la manera cómo Jesús asumió su existen-
cia y transformó diversas realidades. Así pues, el adviento adquiere un sentido místico y
formativo para el cristiano, pues aviva su oración y le otorga un sentido práctico que lo
llama a ser agente de la cultura del encuentro en los diferentes contextos cercanos a él.
3. Ahora bien, es el misterio de la Encarnación el que fundamenta y orienta la espiritualidad
de san Juan Eudes, y precisamente la primera etapa del año litúrgico se adentra en la con-
templación de éste misterio, siendo así, la propuesta litúrgica de la Iglesia, al iniciar con el
adviento, puede interpretarse como un itinerario continuo para formar a Jesús, pues im-
plica tener la mirada siempre fija en el Dios hecho hombre que abre la posibilidad a los
cristianos de vivir de su vida, sentir, pensar y amar al estilo de su gran Corazón.
Lo que a continuación encontrarán no tiene objetivo distinto que dinamizar una vivencia
semanal de oración desde la perspectiva del santo francés y el tiempo litúrgico, de modo
que, al momento de celebrar la natividad del Señor podamos decir junto a san Juan Eudes:
“Bendito seas, Jesús, Hijo de María, por las maravillas obradas en tu santa Madre, por este
adorable misterio. Bendita seas, Madre de Jesús, por la gloria que en él diste a tu Hijo.
Úneme, te lo ruego, al amor y al honor que le diste en ese primer instante de su vi-
da” (OC I, 422).
4.
5. 1
Ante Dios que no conoce pasado ni futuro, todas las cosas han existido siempre.Todas se
hallan presentes y visibles a su luz eterna. Por eso, desde toda eternidad, Dios puso sus
ojos misericordiosos en mí, pensó en mí con solicitud, me amó con fervor y ternura.
Con maravillosa bondad dispuso cuanto debía sucederme espiritual y corporalmente,
con las circunstancias que rodearían mi ser y mi vida, y formó grandes designios sobre
mí.
Por designio suyo Dios me creó con las ventajas y perfecciones naturales que de él recibí
y me ha conservado en cada instante de mi vida. Quiso crear el mundo y conservarlo por
amor a mí. El Padre eterno tuvo el designio de enviar a su Hijo a la tierra y de entregarlo
a la cruz y a la muerte para liberarme. Por amor a mí el Hijo quiso encarnarse, hacer y
padecer lo que hizo y padeció en este mundo. Por amor a mí el Espíritu Santo lo formó
en las entrañas benditas de la Virgen y vino a este mundo para ser mi luz, mi santifica-
ción, el espíritu de mi espíritu y el corazón de mi corazón.
En una palabra, fue designio eterno de la santaTrinidad concederme las gracias corpora-
les y espirituales, temporales y eternas que me ha concedido y concederá por siempre.
De manera, Dios mío, que desde toda eternidad me has llevado en tu espíritu y en tu co-
razón; has pensado en mí y me has amado por una eternidad antes de que yo pudiera
pensar en ti y amarte.Tú, Dios de amor, no has existido un solo instante sin que tuvieras
el espíritu y el corazón puestos en mí. ¿Qué es el hombre para que le des importancia,
para que te ocupes de él? (Job 7, 17)
6. Y así puedo decir, oh bondad eterna, que, en cierta manera, pensaste en mí y me amaste al
mismo tiempo que pensabas en ti y te amabas a ti mismo, pues me amabas desde toda eter-
nidad.
¿Cómo pagaré Dios mío, tu amor eterno hacia mí? Ciertamente, si yo hubiera existido des-
de toda eternidad hubiera debido entregarte y consagrarte totalmente mi espíritu, mi cora-
zón, mis pensamientos, propósitos y afectos.Y, al menos, hubiera debido volverme y con-
vertirme a ti con todo mi entendimiento y voluntad apenas fui capaz de hacerlo. Pero, por
desdicha, tendré que decir con san Agustín:Tarde empecé a amarte, bondad eterna. Perdó-
name, Dios mío, te lo suplico. Quiero empezar ahora a amarte, servirte y honrarte con to-
do mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Dame tu gracia para ello por el
amor infinito que me tienes desde toda eternidad.
2
El amor con que Dios me ha amado desde antes de que yo existiera no solamente es eterno,
sino continuo, inmutable, perseverante. Nunca ha interrumpido su pensamiento y su amor
por mí. Siempre tiene su espíritu y su corazón vueltos hacia mí. El haber previsto mis ofen-
sas e ingratitudes no alteró su amor invariable y permanente. Si pudiéramos hablar de mo-
mentos en la eternidad no ha habido un solo instante en que dejara de pensar en mí con
amor.
Que todas tus criaturas te den gracias eternas por el exceso de tu bondad, por tu amor
eterno e inmutable. Muy tarde he comenzado a amarte y aun suponiendo que lo hubiera he-
cho como es debido, ¡cuántas interrupciones, inconstancias, infidelidades, frialdades, cobar-
días, ingratitudes y ofensas! ¡Ten misericordia, Dios mío, de este pecador ingrato y pérfido!
Quiero, en adelante, con tu gracia, emplear todos los instantes de mi vida en tu amor y tu
servicio. Quiero disponer de tal manera mi tiempo y mis ocupaciones que todo esté consa-
grado a tu gloria.
7. 3
Dios me ama no sólo con amor eterno, continuo e invariable sino con todo su ser. Porque él
es todo amor por mí y me ama con amor purísimo pues nada lo obligaba a amarme antes de
que yo existiera sino su sola bondad. El amor con que me ama desde antes de mi creación es
eterno, inmutable, infinito y purísimo.
Por todo ello te doy gracias. Me humillo ante ti y te pido perdón por mi ingratitud. Deseo
ardientemente comenzar a amarte y a emplear mis fuerzas en hacerte amar y honrar, única-
mente por tu amor y tu gloria. Te ruego que destruyas en mí cuanto pueda entrabar este
propósito y dame la gracia para realizarlo, por la intercesión de la santaVirgen, de los ánge-
les y de los santos.
San Juan Eudes (OC II, 139 - 142)
8.
9. 1
¿Con qué fin nos ha creado Dios? Con el mismo fin que a los ángeles. Dios ha puesto al
hombre en la tierra para que hiciera en ella lo que los ángeles hacen en el cielo, es decir, pa-
ra adorar, alabar, amar y servir a Dios y para seguir en todo y por doquiera su santa volun-
tad. Debemos llevar, por lo tanto, una vida angélica y colocar nuestra dicha en realizar estas
cosas.
Humillémonos, detestemos nuestra malicia, renunciemos para siempre al príncipe de las ti-
nieblas. Deseemos ardientemente imitar a los ángeles, comenzando aquí en la tierra lo que
haremos eternamente en el cielo. Roguémosles que nos asocien a ellos en las alabanzas que
tributan sin cesar a Dios, y que nos hagan partícipes de su amor y su fidelidad.
2
Dios nos ha puesto en la tierra para el mismo fin que a los santos patriarcas, profetas, após-
toles, mártires, pastores y sacerdotes y demás santos que vivieron acá abajo y que ahora se
encuentran en el cielo. Ellos eran hombres como nosotros, de carne y hueso, igualmente
frágiles, expuestos a los mismos peligros y tentaciones. Nosotros formamos parte de la mis-
ma Iglesia que ellos, adoramos el mismo Dios, tenemos el mismo Salvador y mediador, Je-
sucristo, nuestro Señor; poseemos el mismo Evangelio, los mismos sacramentos, la misma
fe, la misma esperanza y las mismas promesas.Y el mismo que los santificó tiene un deseo
infinito de santificamos si no lo obstaculizamos. Sin embargo, ellos son santos y sirvieron a
Dios en santidad y justicia en su presencia todos los días de su vida. (Lc 1, 75).
10. ¿Y nosotros? ¿Qué somos y qué hacemos? ¡Cuántos motivos tenemos para humillarnos!
¡Qué diremos al Hijo de Dios cuando, en el día del juicio, nos mostrará a todos sus santos,
que fueron semejantes a nosotros y nos hará ver que era mucho más fácil seguirlo a él corno
ellos que imitar a los que ahora se ven forzados a gritar en el infierno: Nosotros, insensatos,
nos apartamos del camino de la verdad y recorrimos desiertos intransitables. (Sb 5, 67)
Decidámonos a caminar por las sendas de los santos, a leer y escudriñar sus vidas, especial-
mente las de aquellos que tuvieron nuestra misma profesión, para imitarlos.Y roguémosles
que nos alcancen esa gracia.
3
Pero no sólo tenemos un mismo fin con los ángeles, arcángeles, querubines y serafines y
con todos los santos; también lo tenemos con la reina de los ángeles y de los santos, con
nuestro Señor Jesucristo y con el Dios tres veces santo. Porque la santaVirgen y nuestro Se-
ñor Jesucristo estuvieron en la tierra únicamente para honrar y glorificar a Dios y para ha-
cerlo conocer y adorar. ¿Y cuál es la finalidad de Dios sino Dios mismo? ¿Cuál es la mayor y
continua ocupación de las tres divinas Personas sino alabarse, bendecirse, amarse y glorifi-
carse las unas a las otras?
Pues bien, para ese mismo fin nos ha hecho nacer Dios: para honrarlo y glorificarlo y darlo a
conocer a los demás en todas las formas posibles.
¡Cuántas obligaciones tenemos con nuestro Creador por habernos hecho para un fin tan ad-
mirable y por habernos unido en alianza maravillosa con sus ángeles y santos, con su santa
Madre y con él mismo!
11. ¡Qué santa debe ser nuestra vida! ¡Cuán puros deben ser el fin y las intenciones de nuestros
pensamientos, palabras y acciones! ¡Sin embargo, la mayoría de los hombres viven como si
hubieran sido creados únicamente para la tierra, para buscar honores, posesiones y placeres
para sí mismos y para el mundo, el demonio y el infierno!
Y nosotros, ¿qué hemos hecho hasta ahora? Sintamos horror de nosotros mismos, de nuestra
vida pecadora. Porque todos caemos muchas veces. (Sant 3, 2) Deseemos fuertemente con-
vertirnos del todo a Dios y vivir en adelante sólo para tender a nuestro fin y conducir a él a
nuestros semejantes.
San Juan Eudes (O.C. II, 142-146)
12.
13. "Un testimonio de la devoción particular de san Agustín por la Madre de Dios y que se re-
fiere a su Corazón está contenido en las siguientes palabras de su libro sobre la santa virgini-
dad: La divina maternidad de nada habría servido a María sí no hubiera llevado a Cristo más
felizmente en su Corazón que en su carne.
Es éste uno de los más bellos elogios que se pueden hacer en honor del Corazón de la Reina
del cielo, pues san Agustín lo exalta por encima de las entrañas benditas de la Madre de
Dios.Y con toda razón:
Porque esta Virgen incomparable concibió al Hijo de Dios en su Corazón virginal antes de
concebirlo en sus entrañas.
Porque si lo concibió en su seno es por haberse hecho digna de ello al concebirlo primero
en su Corazón.
Porque en sus entrañas sólo lo llevó por espacio de nueve meses, pero en el Corazón lo lleva
desde el primer instante de su vida y por toda la eternidad.
Porque lo ha llevado más digna y santamente en su Corazón que en su carne, ya que este
Corazón es un cielo viviente en el que el Rey del universo recibe mayor amor y gloria que
en los cielos excelsos.
14. Porque la Madre del Salvador lo llevó en su seno cuando él era pasible y mortal y en las de-
bilidades de su infancia; en cambio lo llevará eternamente en su Corazón en su estado glo-
rioso, impasible, e inmortal.
Por eso san Agustín tiene toda la razón cuando dice que María llevó a Jesús más feliz y exce-
lentemente en su Corazón que en su carne."
San Juan Eudes (O.C.VII, 245-246)
15.
16. ¡Misterio estupendo! ¡Un Dios se hace carne! ¡Un Dios se hace niño! ¡Véanlo envuelto en
pobres pañales y llorando en las frías pajas de un establo! Ese que así está ¿es el dominador
de los mundos? ¿Es ese la Divinidad omnipotente? ¿Es acaso el Eterno?
¿Cómo has podido descender tan bajo, Verbo Divino, figura y esplendor de tu adorable Pa-
dre? ¡Adorable y gran Jesús, no te has contentado con hacerte hombre por amor de los
hombres, sino que además, has querido someterte a todas las flaquezas y humillaciones de la
infancia! Quieres honrar a tu Padre eterno en todos los estados de la vida del hombre y san-
tificar todos los estados de nuestra vida.
Por eso, bendito seas mi querido y buen Jesús, y que eternamente te alaben todos tus ánge-
les y santos.
¡Niño amabilísimo, yo te ofrezco el estado de infancia por la que pasé, suplicándote humil-
demente por tu divina Infancia que borres todo cuanto de malo e imperfecto tuvo la mía,
dando así este estado de mi vida un homenaje a tu adorabilísima infancia!
17. Consta de tres Padrenuestros al principio, seguidos de doce Avemarías. Se puede decir este
rosario al mismo tiempo también para la Niña María, de esta manera:
El primer Padrenuestro se dice en honor de estos dos admirables Niños, Jesús y María,
entregándonos a ellos para unirnos a toda la gloria que le dieron durante su infancia, y para
pedirles que nos hagan partícipes del espíritu de su divina infancia. El segundo Padre-
nuestro se dice en honor de María y José, y de la participación que tuvieron en el misterio
adorable de la divina Infancia de Jesús, y para unirnos a todo el honor y los servicios que le
dieron a este amable Niño. El tercer Padrenuestro se dice en honor de san Joaquín y
santa Ana, para unirse a todo el amor que le dieron a su bienaventurada Niña, y a todas las
alabanzas que le dan eternamente en el cielo.
Las doce Avemarías se dicen en honor de las doce virtudes principales, que estos dos in-
comparables Niños practicaron en su Infancia, y para pedirles que nos participen de estas
mismas virtudes. En honor de: Su inocencia, (Dios te salve María…), Su sencillez, Su hu-
mildad, Su obediencia, Su paciencia, Su amor a Dios y su caridad hacia el prójimo, Su des-
prendimiento de este mundo y de ellos mismos, Su pureza divina, Su silencio, Su amabili-
dad, Su mansedumbre, Su modestia.
Se dice cada Avemaría en honor de cada una de estas virtudes, contemplándolas, al mismo
tiempo, en Jesús y María, sin separar al Hijo de la Madre. Por ejemplo, se dice la primera
Avemaría en honor de la inocencia del Niño Jesús Niño y de la Niña María, y para pedirles
que nos participen de su inocencia, la segunda Avemaría se dice en honor de su sencillez, y
así con las otras virtudes. (O.C.V 429-430)