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Semana Santa
Formar a Jesús en la
inmensidad de su amor
UNIDAD DE ESPIRITUALIDAD EUDISTA
25 de marzo - 1 de abril
2
Haciéndose uno de tantos
Se entrego por amor
Durante el tiempo de Cuaresma nos hemos adentrado
en actitud de silencio y adoración, para observar a un
Jesús que a lo largo de su vida se preparó en la oración
y en la formación, para presentar al mundo el rostro
misericordioso del Padre y convencer que no hay for-
ma más auténtica de servir, amar y dignificar al ser hu-
mano, que entregando todo el Corazón por quien es
rechazado, excluido y marginado.
En semana santa contemplamos la consumación de esa
entrega; adoramos el Corazón de Cristo encendido en
amor por nosotros, meditamos la grandeza de un Dios
que “actuando como un hombre cualquiera, se rebajó
hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de
cruz” (Fil, 2, 7-8). Admiramos la convicción de un
hombre deseoso de donarse a sí mismo por un ideal,
seguro de que la mejor forma de construir sociedad
implica tener un corazón misericordioso, unas manos
dispuestas a trabajar y un incomparable deseo de amar
sin medida.
Esto para san Juan Eudes era muy claro, el santo fran-
cés experimentó en su ejercicio misionero y ministe-
rial, que la propuesta de Jesús era totalmente idónea
para reivindicar al ser humano de su tristeza y su dolor,
y para movilizarlo en favor de los más necesitados.
3
El padre Eudes al contemplar la grandeza del Dios ano-
nadado, se esmera por encarnar el Corazón de Cristo,
plenamente encendido de amor por el Padre y la hu-
manidad, a tal punto de querer continuar la vida de Je-
sús, hasta en su Pasión y muerte. Por eso el santo con-
vencido afirma en su voto de martirio: “Que mi vida
imite y honre la tuya, la de tu excelsa madre y la de tus
santos mártires. Que no pase un día sin que yo sufra
algo por amor a ti y que, finalmente, mi muerte sea la
imagen de tu santa muerte”.
Jesús asume con docilidad su Pasión y entra a Jerusa-
lén; aunque conoce que pronto llegará el fin de su vida
terrena, sigue convencido de su propuesta y su predica-
ción. Entra triunfal a la ciudad; es un rey presentando
al pueblo su reinado, el de la misericordia, el amor y la
humildad, actitudes que demuestra hasta en el dolor de
la cruz.
Inicio: En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo.Amén.
4
Por aquellas veces que no nos hemos comprometido
con el reinado de Jesús, entregando el corazón hasta el
final por quienes más lo necesitan.
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
14, 1-15, 47
Qué maravilla, qué exceso de bondad, tu primera pala-
bra y tu primera oración en la cruz es para tus enemi-
gos y verdugos, al suplicar a tu Padre se digne perdo-
narlos, y, precisamente, en los momentos en que ellos
te crucificaban y te quitaban la vida con sevicia y cruel-
dad inhumanas.
Dulcísimo Jesús, en honor y unión del amor con el que
derramaste tu Sangre, y porque al morir en la cruz
perdonaste a tus enemigos y verdugos, pidiendo para
ellos perdón a tu Padre, quiero yo perdonar de todo
corazón a cuantos, en cualquier forma, hayan podido
ofenderme, y te ruego también que tú perdones a to-
dos los que me han ofendido u ocasionado cualquier
disgusto.
5
Me ofrezco a ti para hacer y sufrir en favor de ellos
cuanto te plazca y aún para morir y dar mi sangre por
ellos si fuera necesario, y si tú me lo exigieras. A mi
vez, pido perdón, con toda la humildad posible, a todos
los que he ofendido en toda mi vida y me entrego a ti
para ofrecerles la satisfacción debida. (O.C. I, 535 -
540-545)
Jesús al tener tal gesto de perdón en el momento de la
cruz, manifiesta que la misericordia de Dios nunca se
agota, pero asimismo está dejándonos otra lección de
vida: nunca negar el perdón por más agudo sea el do-
lor. ¿De qué manera mi experiencia con Jesús me ha
ayudado a perdonar y a buscar el perdón?
Jesús, en honor y unión del mismo amor con el que tú
besaste, abrasaste y amaste la cruz que te presentaron
el día de tu santa pasión y que se te presentó en el mo-
mento de la Encarnación, yo amo y abrazo con todo mi
corazón, todas las cruces del cuerpo o del espíritu que
tú decidas enviarme durante mi vida y las uno a las tu-
yas y te pido que me hagas participar del gran amor
con que tú las llevaste.
Amén.
6
Jesús al compartir la vida cotidiana con los más senci-
llos, logró ganarse el aprecio y el respeto de muchos.
Sin embargo, esto no hubiera sido posible si en el Co-
razón del maestro no reinara la admirable virtud de en-
tregarse por los demás y la profunda certeza de que
Dios es verdaderamente “Padre de todos”.
Por aquellas veces que hemos negado con nuestros ac-
tos, que el mejor regalo en nuestra vida es el mismo
Corazón de Jesús, impidiendo que ese Corazón se en-
tregue por quien más lo necesita.
Evangelio según san Juan 12,1-11
7
Al decir: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”, ha-
blabas por ti y por mí a la vez, encomendándole mi ser
juntamente con el tuyo, y dirigiendo este ruego a tu
Padre, que también es el mío, en tu nombre y en el
mío para la hora en que yo deje mi cuerpo, y todo ello
con el mismo amor con que orabas por ti mismo. Por
esto, sin duda, al hablar a tu Padre, le dijiste: “Padre”, y
no, “Padre mío”, para manifestarnos que, en tales cir-
cunstancias, no lo considerabas como tu Padre personal
y exclusivo, sino como Padre común y universal de to-
dos tus hermanos.
En honor y unión del amor inmenso, de la plena con-
fianza y de las demás disposiciones santas con que en-
tregaste y encomendaste tu alma y las de todos los tu-
yos en manos de tu Padre, me entrego y abandono,
junto con todas las personas que yo debo cuidar o res-
ponder ante ti de modo especial, en las dulces manos y
en el corazón amoroso de este Padre divino, que es mi
Dios, mi Creador y mi Padre amabilísimo, para que
disponga de ellos según su beneplácito, abrigando no
obstante la absoluta confianza que, en su infinita bon-
dad, los alojará, buen Jesús, en su regazo paternal para
que lo alaben eternamente contigo, según tu deseo: “Yo
quiero, Padre, que los que me diste estén a mi lado en
donde yo me encuentre” (Jn. 17, 24).
(O.C. I, 536.541)
8
En el fondo san Juan Eudes a través de la anterior me-
ditación nos está presentando cómo debe ser la oración
de unos por otros. Consiste en poner en manos de
Dios a las personas más cercanas para que él las acoja
con su ternura de Padre. ¿Es mi oración un instrumen-
to de conversión y transformación integral para otros?
Salvador mío, quiero, mediante tu gracia, que no haya
nada en mi ser y en mi vida, en mi cuerpo y en mi al-
ma, en mi tiempo y en mi eternidad, que no esté con-
vertido en amor a ti.Y para que estos deseos míos sean
eficaces, no los quiero con mi voluntad humana y natu-
ral tan débil y tan indigna de realidades tan santas y ex-
celsas, sino con tu voluntad divina, Jesús, que es todo-
poderosa y que me pertenece porque eres todo mío.
Amén.
9
Jesús conocía profundamente el Corazón del ser hu-
mano; aún por encima de las estructuras de la ley ju-
día, el maestro se acercaba a la realidad del marginado,
el esclavo o el pecador, como si fuera su hermano. En
Vísperas de su Pasión, Jesús sabía el sentimiento que
invadía el Corazón de Judas, pero no lo condenó. Aun-
que la oscuridad de su vida lo había separado de la luz,
Jesús moría por él también; lo que él menos deseaba es
que su amigo quedara sumergido en el pecado.
Por aquellas veces que hemos preferido encerrarnos en
nuestra oscuridad y no hemos permitido que Jesús co-
nozca nuestra corazón, nos sane y nos transforme en la
hoguera de su amor.
Evangelio según san Juan 13,21-33.36-38
10
Buen Jesús, por tu testamento me has regalado a tu
madre queridísima, y a la vez, me la has entregado, no
ya en calidad de siervo o de esclavo, sino de hijo. Por
consiguiente, si ya no soy el servidor de María sino su
hijo, María, más que mi señora y mi Reina soberana, ha
de ser mi madre querida. Qué amor, qué bondad inefa-
ble, que todos los seres de la creación te bendigan y te
adoren por tan grandes muestras de amor hacia mí, in-
feliz pecador.
En honor y unión de la caridad indecible con que le en-
tregaste todos tus amigos y todos tus hijos a tu Madre
santísima, yo también entrego y abandono en manos de
esta Virgen querida a todos los que has querido confiar
a mi cuidado, suplicándote, buen Jesús, que tú mismo
se los entregues y recomiendes a Ella.
11
Por mi parte, también yo le pido con toda mi alma, por
el infinito amor que le profesas y por el que Ella te tie-
ne, y por el mismo amor con que tú le diste tus amigos
y tus hijos, que de ahora en adelante los mire como hi-
jos de su corazón y que tenga a bien servirles de Ma-
dre. (O.C. I, 537. 541)
La gran virtud de la Virgen María fue tener un corazón
totalmente entregado a la vida de su Hijo; por eso es-
tuvo siempre para él y asumió con el mismo amor la
misma tarea de ser Madre nuestra. ¿Cómo se identifica
mi corazón con el corazón de la Madre Admirable, en-
tregando el tiempo, los años y la vida por la construc-
ción del Reino de Dios
Bendito seas, Jesús, Hijo de María, por las maravillas
obradas en tu santa Madre, por este adorable misterio.
Bendita seas, Madre de Jesús, por la gloria que en él
diste a tu Hijo. Úneme, te lo ruego, al amor y al honor
que le diste en ese primer instante de su vida, y hazme
comulgar con el amor que le tienes y con tu celo por
su gloria.
Amén.
12
Por un ideal hay que estar dispuesto a dar la vida, fue la
convicción de Jesús cada vez que salía al encuentro de
sus hermanos. Al sentir cerca la experiencia de la cruz,
el maestro quiso vivir un encuentro diferente con sus
amigos; y estando allí, sabe que uno de los suyos lo en-
tregara. Jesús asumió la cruz convencido de su opción
de vida, y a cambio de la traición, quiso donar su digni-
dad, su libertad, un Padre y una Madre para toda la hu-
manidad.
Por aquellas veces que hemos desistido de nuestro ideal
cristiano: dar la vida por el marginado; y hemos des-
aprovechado los regalos que Jesús nos ha dado para
mantenernos en pie.
Evangelio según san Mateo 26,14-25
13
No cabe, pues, la menor duda de que en la víspera y en
el día de tu muerte nos diste cuanto tenías en mayor
estima y afecto: nos diste a tu eterno Padre para que
fuera nuestro Padre, pidiéndole que nos amara lo mis-
mo que a ti con amor paternal; nos diste, en calidad de
madre, a tu propia Madre; nos diste tu santísimo Cuer-
po en la Eucaristía y tu Espíritu divino al expirar en la
cruz; nos diste tu Sangre preciosa sin reservarte ni una
sola gota; nos diste tu vida, tus méritos, tus sufrimien-
tos, tu humanidad y tu divinidad, según tus propias pa-
labras: “Yo doy mi vida por mis ovejas” y “la gloria que
me diste, a ellas se las he dado” (Jn. 10, 15 y 17, 22).
14
En honor y unión del amor omnipotente con el que me
encomendaste a tu Padre el último día de tu vida, y
con el que le pediste para mí grandes beneficios y
abundantes bendiciones, y con el que me diste todo lo
que tenías en mayor consideración demostrándome de
palabra y obra tu amor y ordenándome amar a mi pró-
jimo como tú mismo lo amas, en honor, repito, y en
unión de este mismo amor, yo te encomiendo a todos
los que tú sabes que debo recomendarte de manera es-
pecial, y te pido para ellos todo lo que tú pediste para
mí a tu Padre en el último día de tu vida.
Me entrego a ti totalmente y de todo corazón por toda
la eternidad, me doy a ti para amarte como tú amas a
tu Padre, y del mismo modo como Él te corresponde.
Me doy igualmente a ti para amar a mis semejantes co-
mo tú me has amado a mí mismo, dispuesto a dar mi
sangre y mi vida por ellos, si tú me lo pidieras.
(O.C. I, 539. 542)
15
Para san Juan Eudes la experiencia con Jesús no se que-
da únicamente en una doctrina. Una vez el ser humano
vive el encuentro con el Señor, ha de suscitarse en la
persona el deseo de entregar la vida por amar al Dios
que está presente en los demás. ¿De qué forma mi ex-
periencia de encuentro con Jesús me ha ayudado a salir
de mi mismo y salir al encuentro de quien no conoce
aún el amor de Dios?
Creador mío, no me has concedido el ser y la existen-
cia sino para consagrarlos a tu servicio y a tu amor.Y,
por tanto, te consagro y te sacrifico mi ser y mi vida,
enteramente con la vida y con el ser de todos los ánge-
les, de todos los hombres y de todas las criaturas, de-
clarándote, en cuanto a mí se refiere, que ya no quiero
existir ni vivir sino para servirte y amarte con toda la
perfección que me pides.
Amén.
16
La Eucaristía es la forma en como Jesús manifiesta que
está en medio de nosotros; no sólo en la contempla-
ción de su pascua, sino en la experiencia de compartir
la vida con los demás, sintiéndonos hijos de un mismo
Padre. La grandeza de Jesús al proponer el amor como
principio y fin de la vida y la relación cristiana fue de-
jarnos un principio para construir el Reino de Dios, el
Reino de libertad.
Por las ocasiones que no hemos aprovechado la gracia
que Dios nos concede en la Eucaristía, tratando a nues-
tros hermanos con indiferencia y negando el rostro de
Jesús.
Evangelio según san Juan 13,1-15
17
¿A cuál de sus ángeles ha dicho Dios: Tú eres sacerdote
para siempre a la manera del verdadero Melquisedec
Sal. 110 (109), es decir a la manera de mi Hijo Jesu-
cristo? ¿A cuál de sus arcángeles y principados ha dicho
el Hijo de Dios: Todo lo que atareis en la tierra quedará
atado en el cielo? (Mt. 16 19).
¿A cuál de los querubines y serafines ha dado el poder
de perdonar el pecado, de comunicar la gracia, de ce-
rrar el infierno y de abrir el cielo, de formarlo a él en
los corazones de los hombres y en la santa Eucaristía
de ofrecerlo en sacrificio al Padre eterno y de repartir
a los fieles su cuerpo, su sangre y su espíritu? Final-
mente, ¿a cuál de los espíritus celestiales dijo lo que sí
dijo a todos los sacerdotes:
¿Como el Padre me envió los envío yo a ustedes? (Jn.
20, 21), es decir, los envío para el mismo fin para el
cual me envió mi Padre: para anunciar el mismo Evan-
gelio que yo anuncié; para dispensar los mismos miste-
rios y gracias que yo dispensé; para administrar los
mismos sacramentos que yo instituí, para ofrecer a
Dios el mismo sacrificio que yo le ofrecí; para disipar
las tinieblas del infierno, que cubren la faz de la tierra;
para derramar sobre ella la luz del cielo; para destruir
la tiranía de Satán (Lc. 2, 51) y establecer el reino de
Dios. (O.C. III, 12. 14-15)
18
San Juan Eudes contempla al Corazón de Jesús presen-
te en la Eucaristía, por eso considera que Jesús se for-
ma en la vivencia del sacramento. ¿De qué forma acer-
carme a la Eucaristía me ha permitido formar a Jesús
en mi vida y me ha ayudado a mostrar que no hay man-
damiento más auténtico que amar a la manera de Dios?
Te adoro, Jesús, cuando compartes la vida del
hombre. No rehuyes el trato con los pecadores.Amas
en especial a los pobres y pequeños. Cuánta paciencia
y caridad, cuánto afecto y humildad manifestaste
en este trato.Te pido que me revistas de todos esos
sentimientos en mi trato con el prójimo. Pero no te
contentaste con estar en medio de los hombres en
el transcurso de tu vida mortal. Has querido seguir
presente entre nosotros en el sacramento de tu
Eucaristía. Que mi mayor felicidad sea estar cerca de
ti, amarte y buscar siempre tu mayor
gloria.
Amén.
19
Jesús, Dios, bendición de todos, te adoro en el Monte
de los Olivos, en los últimos momentos de tu perma-
nencia en la tierra, cuando te disponías a subir a los
cielos. Te adoro en el instante supremo en que diste tu
santa bendición a tu sacratísima Madre, a tus apóstoles
y a tus discípulos; adoro el amor infinito y las disposi-
ciones de tu alma santa, que acompañaron tan emocio-
nante escena, según la leemos en el santo Evangelio
(Lc. 24, 50).
Por las veces en que nuestros actos son contrarios a la
propuesta de Jesús, y hieren a nuestro prójimo, donde
está presente el rostro vivo de Cristo.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
(18,1–19,42):
20
Es el último día de la vida temporal de nuestro Señor
Jesucristo. Es Jesús, nuestro Dios y Señor, que agoniza
y muere en la cruz.
Adorémoslo en el misterio de su vida mortal, en su úl-
timo día, en su última hora, en sus últimos momentos,
en sus postreros pensamientos, palabras, acciones y su-
frimientos, en su último suspiro.
Démosle gracias, unidos a María y los santos, por
cuanto dijo, hizo y sufrió mientras permaneció en
este mundo para gloria del Padre y para nuestra
salvación.
Pidámosle perdón en nombre propio y en nombre
de toda la humanidad, por las injurias y ultrajes que,
por nuestra causa, recibió en esta tierra. Hagamos
la intención de hacer y sufrir cuanto él tenga a bien
enviarnos.
21
Pongámonos de rodillas ante Jesús, que agoniza y
muere en la cruz. Roguémosle que nos dé su santa
bendición antes de salir de este mundo. Que su bendi-
ción destruya en nosotros todo pecado y toda inclina-
ción al mal. Bendiga nuestro cuerpo y nuestro espíritu,
nuestros ojos y oídos, nuestra lengua, nuestras manos y
nuestros pies, nuestra memoria, entendimiento y vo-
luntad para que en adelante nos sirvamos de ellos sólo
para su gloria.
Digámosle que queremos morir con él y por él. Morir
a cuanto le desagrada. Que imprima en nosotros la
imagen de su santa muerte y que su muerte nos haga
morir santamente.
Dirijámonos también a María. Pidámosle perdón por la
muerte cruel de su Hijo, por los dolores amargos que
ha debido sufrir por causa nuestra. Entreguémonos a
ella manifestándole que queremos servirla y honrarla
toda nuestra vida.
(OC 3,392-394)
22
San Juan Eudes en su ideal de formar a Jesús, tiene cla-
ro que la muerte del cristiano debe ser una forma de
honrar el sacrificio Cristo, razón por la cual el santo
francés se esmera en trabajar por el mismo Reino y es-
tá dispuesto a morir haciéndolo. ¿Está mi vida cristiana
enfocada en construir el Reino que Jesús presentó y
estoy dispuesto a morir por ello?
Te contemplo en tu agonía y tu muerte en
la cruz.Adoro tus últimas palabras, tus pensamientos
y tus sentimientos postreros.Te ofrezco mi muerte y
mis últimos instantes. Bendíceme y que mi muerte esté
unida a tu propia muerte. Que el postrer momento de
mi vida sea para honrar tus últimos momentos y se
convierta en un acto de puro amor al Padre Dios y a
ti, que por mí mueres en la cruz.
Amén.
23
María, la madre de Jesús, con su vida, es camino seguro
para el cristiano que quiere acercarse a Jesús. Descu-
bramos hoy la manera tan perfecta en que están unidos
y cómo pueden ser un prototipo de unidad para todos
los que queremos hacer vivir y reinar a Jesús en nues-
tro corazón.
Por aquellas veces que hemos sido indiferentes al dolor
del otro, y no hemos seguido el ejemplo de María, que
estuvo al lado de su Hijo al lado de la cruz.
Evangelio según san Mateo 28, 1-10.
24
Padre de las misericordias y Dios te todo consuelo:
¿qué Corazones son los que así tienes crucificados?
¿Cómo no prestas tu asistencia a tu único Hijo y a tu
amable Hija y humildísima Sierva? ¿Cómo quebrantas
con ellos la ley que estableciste de que sobre tu altar no
se sacrifique el mismo día al cordero y a su madre?
Porque en el mismo día, 26 a la misma hora, en la mis-
ma cruz y con los mismos clavos, tienes clavado al Hijo
único de la desolada María y al Corazón virginal de la
inocentísima Madre… ¿Es que no quieres que tenga
otro verdugo su martirio, sino el amor que a tu Unigé-
nito tienes, ni que, en tan crueles tormentos, falte a
este bondadosísimo Hijo, la vista de los sufrimientos de
esta dignísima Madre para más afligirle y atormentarle?
¡Alabanzas y bendiciones inmortales sean dadas Dios
mío, al amor incomprensible que tienes a los pecado-
res! ¡Gracias infinitas y eternas por todas las obras de
este divino amor!
(O.C.VIII, 234SS)
25
Este es un día de silencio y espera; Dios no se rinde
frente a la cultura de la muerte y manifestará con glo-
ria su presencia viva para recrear la cultura del encuen-
tro. ¿De que manera preparo mi corazón para salir al
encuentro de los demás y anunciar que la luz sobrepasa
toda oscuridad?
Adoremos a Jesucristo como Hijo único de
María. Él nos la ha dado para ser después de él nuestra
superiora y Madre.Agradezcámosle por haberla elegi-
do por Madre suya y por habérnosla dado como Madre
nuestra. Pidamos perdón a este Hijo ya esta Madre por
nuestras ingratitudes y ofensas. Démonos a Jesús, Hijo
de María, y roguémosle nos llene de afecto filial hacia
esta sagrada Madre. Ofrezcámonos a María, Madre de
Jesús, rogándole que ejerza en esta comunidad el poder
que sobre ella ha recibido para conducirla y animarla
en todo, y para hacer vivir y reinar en ella la voluntad
de Dios y el Espíritu de su Hijo.
26
La resurrección de Jesús fue el acontecimiento para
que los discípulos comprendieran plenamente la pro-
puesta de vida que él tenia. Al momento de experi-
mentar la presencia del Señor, recordaron su enseñan-
za, se vincularon en la fraternidad y se animaron a ha-
cer lo que él hacia, con la esperanza de que otros tam-
bién experimentaran que la verdadera resurrección de
Cristo se realiza en el Corazón que está dispuesto a ser
sanado.
Por las ocasiones en que hemos preferido seguir en la
tristeza, viviendo a un Jesús crucificado en la cruz, y no
hemos dado el paso a crear comunidad, fraternidad y a
impregnar con nuestros actos que Jesús vive en medio
de nosotros.
Evangelio según san Juan 20,1-9
27
Bien sé, Jesús, que por tu amor hacia mí y por el celo
que tienes por tu gloria, deseas ardientemente ser ama-
do y glorificado en mí. De ahí que tienes un deseo infi-
nito de atraerme a ti en el cielo para vivir en mí per-
fectamente y establecer en mí, en plenitud, el reino de
tu gloria y de tu amor.
Porque mientras yo more en la tierra, tú no vivirás ni
reinarás plenamente en mí. Por eso, Salvador mío, ya
no quiero vivir en la tierra sino para suspirar incesante-
mente por el cielo. ¡Cielo, qué deseable y amable eres!
¿Cuándo será, Dios del cielo, que veré tu rostro?
¿Cuándo vivirás plenamente en mí y te amaré perfecta-
mente? ¡Que dura e insoportable eres, vida terrena!
Dios de mi vida y de mi corazón: ¡qué larga y cruel es
esta vida en la que se te ama tan poco y tanto se te
ofende!
Pero me consuela, Señor, la advertencia de tu apóstol,
de que, ya desde ahora, estoy contigo en el cielo y que
allí estoy viviendo, en ti y contigo, de tu propia vida.
Porque él me asegura que tu Padre nos ha vivificado y
resucitado, y nos ha hecho sentar juntamente contigo
en el cielo (Ef. 2, 5).De manera, Jesús mío, que estoy
viviendo contigo en el cielo; allí tengo parte en el
amor, la gloria y las alabanzas que das a tu Padre, por ti
mismo y mediante tus ángeles y santos.
(O.C. I, 435—437).
28
Durante la semana hemos pensado junto a san Juan Eu-
des que el fruto de formar a Jesús en nuestra vida es un
corazón entregado a la vida del prójimo, que no se fati-
ga de amar a la manera de Dios. ¿Qué debo fortalecer
en mí, para que en este tiempo de Pascua pueda dedi-
car más tiempo a las personas que Dios ha puesto en
mi camino?
¡Salvador mío, que yo viva en la tierra de manera acor-
de con la vida que tengo en ti y con tus santos en el
cielo! Que me ocupe continuamente aquí en la tierra
en el ejercicio de amarte y de alabarte. Que empiece
en este mundo mi paraíso, haciendo consistir mi felici-
dad en bendecirte y amarte, en cumplir tus voluntades
y en realizar valientemente la obra de gracia que deseas
cumplir en mí.
29
Te pido que las últimas cosas que me
sucedan sean un homenaje a las cosas
últimas que tuvieron lugar en ti; que mi
último suspiro honre tu último suspiro
y sea un acto de purísimo y
perfectísimo amor a ti.
(O.C. I, 437)
Director:
P. Álvaro Duarte Torres CJM
Diseño y compilación:
Jorge Luis Baquero - Hermes Flórez Pérez

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Semana santa

  • 1. Semana Santa Formar a Jesús en la inmensidad de su amor UNIDAD DE ESPIRITUALIDAD EUDISTA 25 de marzo - 1 de abril
  • 2. 2 Haciéndose uno de tantos Se entrego por amor Durante el tiempo de Cuaresma nos hemos adentrado en actitud de silencio y adoración, para observar a un Jesús que a lo largo de su vida se preparó en la oración y en la formación, para presentar al mundo el rostro misericordioso del Padre y convencer que no hay for- ma más auténtica de servir, amar y dignificar al ser hu- mano, que entregando todo el Corazón por quien es rechazado, excluido y marginado. En semana santa contemplamos la consumación de esa entrega; adoramos el Corazón de Cristo encendido en amor por nosotros, meditamos la grandeza de un Dios que “actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (Fil, 2, 7-8). Admiramos la convicción de un hombre deseoso de donarse a sí mismo por un ideal, seguro de que la mejor forma de construir sociedad implica tener un corazón misericordioso, unas manos dispuestas a trabajar y un incomparable deseo de amar sin medida. Esto para san Juan Eudes era muy claro, el santo fran- cés experimentó en su ejercicio misionero y ministe- rial, que la propuesta de Jesús era totalmente idónea para reivindicar al ser humano de su tristeza y su dolor, y para movilizarlo en favor de los más necesitados.
  • 3. 3 El padre Eudes al contemplar la grandeza del Dios ano- nadado, se esmera por encarnar el Corazón de Cristo, plenamente encendido de amor por el Padre y la hu- manidad, a tal punto de querer continuar la vida de Je- sús, hasta en su Pasión y muerte. Por eso el santo con- vencido afirma en su voto de martirio: “Que mi vida imite y honre la tuya, la de tu excelsa madre y la de tus santos mártires. Que no pase un día sin que yo sufra algo por amor a ti y que, finalmente, mi muerte sea la imagen de tu santa muerte”. Jesús asume con docilidad su Pasión y entra a Jerusa- lén; aunque conoce que pronto llegará el fin de su vida terrena, sigue convencido de su propuesta y su predica- ción. Entra triunfal a la ciudad; es un rey presentando al pueblo su reinado, el de la misericordia, el amor y la humildad, actitudes que demuestra hasta en el dolor de la cruz. Inicio: En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.Amén.
  • 4. 4 Por aquellas veces que no nos hemos comprometido con el reinado de Jesús, entregando el corazón hasta el final por quienes más lo necesitan. Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 14, 1-15, 47 Qué maravilla, qué exceso de bondad, tu primera pala- bra y tu primera oración en la cruz es para tus enemi- gos y verdugos, al suplicar a tu Padre se digne perdo- narlos, y, precisamente, en los momentos en que ellos te crucificaban y te quitaban la vida con sevicia y cruel- dad inhumanas. Dulcísimo Jesús, en honor y unión del amor con el que derramaste tu Sangre, y porque al morir en la cruz perdonaste a tus enemigos y verdugos, pidiendo para ellos perdón a tu Padre, quiero yo perdonar de todo corazón a cuantos, en cualquier forma, hayan podido ofenderme, y te ruego también que tú perdones a to- dos los que me han ofendido u ocasionado cualquier disgusto.
  • 5. 5 Me ofrezco a ti para hacer y sufrir en favor de ellos cuanto te plazca y aún para morir y dar mi sangre por ellos si fuera necesario, y si tú me lo exigieras. A mi vez, pido perdón, con toda la humildad posible, a todos los que he ofendido en toda mi vida y me entrego a ti para ofrecerles la satisfacción debida. (O.C. I, 535 - 540-545) Jesús al tener tal gesto de perdón en el momento de la cruz, manifiesta que la misericordia de Dios nunca se agota, pero asimismo está dejándonos otra lección de vida: nunca negar el perdón por más agudo sea el do- lor. ¿De qué manera mi experiencia con Jesús me ha ayudado a perdonar y a buscar el perdón? Jesús, en honor y unión del mismo amor con el que tú besaste, abrasaste y amaste la cruz que te presentaron el día de tu santa pasión y que se te presentó en el mo- mento de la Encarnación, yo amo y abrazo con todo mi corazón, todas las cruces del cuerpo o del espíritu que tú decidas enviarme durante mi vida y las uno a las tu- yas y te pido que me hagas participar del gran amor con que tú las llevaste. Amén.
  • 6. 6 Jesús al compartir la vida cotidiana con los más senci- llos, logró ganarse el aprecio y el respeto de muchos. Sin embargo, esto no hubiera sido posible si en el Co- razón del maestro no reinara la admirable virtud de en- tregarse por los demás y la profunda certeza de que Dios es verdaderamente “Padre de todos”. Por aquellas veces que hemos negado con nuestros ac- tos, que el mejor regalo en nuestra vida es el mismo Corazón de Jesús, impidiendo que ese Corazón se en- tregue por quien más lo necesita. Evangelio según san Juan 12,1-11
  • 7. 7 Al decir: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”, ha- blabas por ti y por mí a la vez, encomendándole mi ser juntamente con el tuyo, y dirigiendo este ruego a tu Padre, que también es el mío, en tu nombre y en el mío para la hora en que yo deje mi cuerpo, y todo ello con el mismo amor con que orabas por ti mismo. Por esto, sin duda, al hablar a tu Padre, le dijiste: “Padre”, y no, “Padre mío”, para manifestarnos que, en tales cir- cunstancias, no lo considerabas como tu Padre personal y exclusivo, sino como Padre común y universal de to- dos tus hermanos. En honor y unión del amor inmenso, de la plena con- fianza y de las demás disposiciones santas con que en- tregaste y encomendaste tu alma y las de todos los tu- yos en manos de tu Padre, me entrego y abandono, junto con todas las personas que yo debo cuidar o res- ponder ante ti de modo especial, en las dulces manos y en el corazón amoroso de este Padre divino, que es mi Dios, mi Creador y mi Padre amabilísimo, para que disponga de ellos según su beneplácito, abrigando no obstante la absoluta confianza que, en su infinita bon- dad, los alojará, buen Jesús, en su regazo paternal para que lo alaben eternamente contigo, según tu deseo: “Yo quiero, Padre, que los que me diste estén a mi lado en donde yo me encuentre” (Jn. 17, 24). (O.C. I, 536.541)
  • 8. 8 En el fondo san Juan Eudes a través de la anterior me- ditación nos está presentando cómo debe ser la oración de unos por otros. Consiste en poner en manos de Dios a las personas más cercanas para que él las acoja con su ternura de Padre. ¿Es mi oración un instrumen- to de conversión y transformación integral para otros? Salvador mío, quiero, mediante tu gracia, que no haya nada en mi ser y en mi vida, en mi cuerpo y en mi al- ma, en mi tiempo y en mi eternidad, que no esté con- vertido en amor a ti.Y para que estos deseos míos sean eficaces, no los quiero con mi voluntad humana y natu- ral tan débil y tan indigna de realidades tan santas y ex- celsas, sino con tu voluntad divina, Jesús, que es todo- poderosa y que me pertenece porque eres todo mío. Amén.
  • 9. 9 Jesús conocía profundamente el Corazón del ser hu- mano; aún por encima de las estructuras de la ley ju- día, el maestro se acercaba a la realidad del marginado, el esclavo o el pecador, como si fuera su hermano. En Vísperas de su Pasión, Jesús sabía el sentimiento que invadía el Corazón de Judas, pero no lo condenó. Aun- que la oscuridad de su vida lo había separado de la luz, Jesús moría por él también; lo que él menos deseaba es que su amigo quedara sumergido en el pecado. Por aquellas veces que hemos preferido encerrarnos en nuestra oscuridad y no hemos permitido que Jesús co- nozca nuestra corazón, nos sane y nos transforme en la hoguera de su amor. Evangelio según san Juan 13,21-33.36-38
  • 10. 10 Buen Jesús, por tu testamento me has regalado a tu madre queridísima, y a la vez, me la has entregado, no ya en calidad de siervo o de esclavo, sino de hijo. Por consiguiente, si ya no soy el servidor de María sino su hijo, María, más que mi señora y mi Reina soberana, ha de ser mi madre querida. Qué amor, qué bondad inefa- ble, que todos los seres de la creación te bendigan y te adoren por tan grandes muestras de amor hacia mí, in- feliz pecador. En honor y unión de la caridad indecible con que le en- tregaste todos tus amigos y todos tus hijos a tu Madre santísima, yo también entrego y abandono en manos de esta Virgen querida a todos los que has querido confiar a mi cuidado, suplicándote, buen Jesús, que tú mismo se los entregues y recomiendes a Ella.
  • 11. 11 Por mi parte, también yo le pido con toda mi alma, por el infinito amor que le profesas y por el que Ella te tie- ne, y por el mismo amor con que tú le diste tus amigos y tus hijos, que de ahora en adelante los mire como hi- jos de su corazón y que tenga a bien servirles de Ma- dre. (O.C. I, 537. 541) La gran virtud de la Virgen María fue tener un corazón totalmente entregado a la vida de su Hijo; por eso es- tuvo siempre para él y asumió con el mismo amor la misma tarea de ser Madre nuestra. ¿Cómo se identifica mi corazón con el corazón de la Madre Admirable, en- tregando el tiempo, los años y la vida por la construc- ción del Reino de Dios Bendito seas, Jesús, Hijo de María, por las maravillas obradas en tu santa Madre, por este adorable misterio. Bendita seas, Madre de Jesús, por la gloria que en él diste a tu Hijo. Úneme, te lo ruego, al amor y al honor que le diste en ese primer instante de su vida, y hazme comulgar con el amor que le tienes y con tu celo por su gloria. Amén.
  • 12. 12 Por un ideal hay que estar dispuesto a dar la vida, fue la convicción de Jesús cada vez que salía al encuentro de sus hermanos. Al sentir cerca la experiencia de la cruz, el maestro quiso vivir un encuentro diferente con sus amigos; y estando allí, sabe que uno de los suyos lo en- tregara. Jesús asumió la cruz convencido de su opción de vida, y a cambio de la traición, quiso donar su digni- dad, su libertad, un Padre y una Madre para toda la hu- manidad. Por aquellas veces que hemos desistido de nuestro ideal cristiano: dar la vida por el marginado; y hemos des- aprovechado los regalos que Jesús nos ha dado para mantenernos en pie. Evangelio según san Mateo 26,14-25
  • 13. 13 No cabe, pues, la menor duda de que en la víspera y en el día de tu muerte nos diste cuanto tenías en mayor estima y afecto: nos diste a tu eterno Padre para que fuera nuestro Padre, pidiéndole que nos amara lo mis- mo que a ti con amor paternal; nos diste, en calidad de madre, a tu propia Madre; nos diste tu santísimo Cuer- po en la Eucaristía y tu Espíritu divino al expirar en la cruz; nos diste tu Sangre preciosa sin reservarte ni una sola gota; nos diste tu vida, tus méritos, tus sufrimien- tos, tu humanidad y tu divinidad, según tus propias pa- labras: “Yo doy mi vida por mis ovejas” y “la gloria que me diste, a ellas se las he dado” (Jn. 10, 15 y 17, 22).
  • 14. 14 En honor y unión del amor omnipotente con el que me encomendaste a tu Padre el último día de tu vida, y con el que le pediste para mí grandes beneficios y abundantes bendiciones, y con el que me diste todo lo que tenías en mayor consideración demostrándome de palabra y obra tu amor y ordenándome amar a mi pró- jimo como tú mismo lo amas, en honor, repito, y en unión de este mismo amor, yo te encomiendo a todos los que tú sabes que debo recomendarte de manera es- pecial, y te pido para ellos todo lo que tú pediste para mí a tu Padre en el último día de tu vida. Me entrego a ti totalmente y de todo corazón por toda la eternidad, me doy a ti para amarte como tú amas a tu Padre, y del mismo modo como Él te corresponde. Me doy igualmente a ti para amar a mis semejantes co- mo tú me has amado a mí mismo, dispuesto a dar mi sangre y mi vida por ellos, si tú me lo pidieras. (O.C. I, 539. 542)
  • 15. 15 Para san Juan Eudes la experiencia con Jesús no se que- da únicamente en una doctrina. Una vez el ser humano vive el encuentro con el Señor, ha de suscitarse en la persona el deseo de entregar la vida por amar al Dios que está presente en los demás. ¿De qué forma mi ex- periencia de encuentro con Jesús me ha ayudado a salir de mi mismo y salir al encuentro de quien no conoce aún el amor de Dios? Creador mío, no me has concedido el ser y la existen- cia sino para consagrarlos a tu servicio y a tu amor.Y, por tanto, te consagro y te sacrifico mi ser y mi vida, enteramente con la vida y con el ser de todos los ánge- les, de todos los hombres y de todas las criaturas, de- clarándote, en cuanto a mí se refiere, que ya no quiero existir ni vivir sino para servirte y amarte con toda la perfección que me pides. Amén.
  • 16. 16 La Eucaristía es la forma en como Jesús manifiesta que está en medio de nosotros; no sólo en la contempla- ción de su pascua, sino en la experiencia de compartir la vida con los demás, sintiéndonos hijos de un mismo Padre. La grandeza de Jesús al proponer el amor como principio y fin de la vida y la relación cristiana fue de- jarnos un principio para construir el Reino de Dios, el Reino de libertad. Por las ocasiones que no hemos aprovechado la gracia que Dios nos concede en la Eucaristía, tratando a nues- tros hermanos con indiferencia y negando el rostro de Jesús. Evangelio según san Juan 13,1-15
  • 17. 17 ¿A cuál de sus ángeles ha dicho Dios: Tú eres sacerdote para siempre a la manera del verdadero Melquisedec Sal. 110 (109), es decir a la manera de mi Hijo Jesu- cristo? ¿A cuál de sus arcángeles y principados ha dicho el Hijo de Dios: Todo lo que atareis en la tierra quedará atado en el cielo? (Mt. 16 19). ¿A cuál de los querubines y serafines ha dado el poder de perdonar el pecado, de comunicar la gracia, de ce- rrar el infierno y de abrir el cielo, de formarlo a él en los corazones de los hombres y en la santa Eucaristía de ofrecerlo en sacrificio al Padre eterno y de repartir a los fieles su cuerpo, su sangre y su espíritu? Final- mente, ¿a cuál de los espíritus celestiales dijo lo que sí dijo a todos los sacerdotes: ¿Como el Padre me envió los envío yo a ustedes? (Jn. 20, 21), es decir, los envío para el mismo fin para el cual me envió mi Padre: para anunciar el mismo Evan- gelio que yo anuncié; para dispensar los mismos miste- rios y gracias que yo dispensé; para administrar los mismos sacramentos que yo instituí, para ofrecer a Dios el mismo sacrificio que yo le ofrecí; para disipar las tinieblas del infierno, que cubren la faz de la tierra; para derramar sobre ella la luz del cielo; para destruir la tiranía de Satán (Lc. 2, 51) y establecer el reino de Dios. (O.C. III, 12. 14-15)
  • 18. 18 San Juan Eudes contempla al Corazón de Jesús presen- te en la Eucaristía, por eso considera que Jesús se for- ma en la vivencia del sacramento. ¿De qué forma acer- carme a la Eucaristía me ha permitido formar a Jesús en mi vida y me ha ayudado a mostrar que no hay man- damiento más auténtico que amar a la manera de Dios? Te adoro, Jesús, cuando compartes la vida del hombre. No rehuyes el trato con los pecadores.Amas en especial a los pobres y pequeños. Cuánta paciencia y caridad, cuánto afecto y humildad manifestaste en este trato.Te pido que me revistas de todos esos sentimientos en mi trato con el prójimo. Pero no te contentaste con estar en medio de los hombres en el transcurso de tu vida mortal. Has querido seguir presente entre nosotros en el sacramento de tu Eucaristía. Que mi mayor felicidad sea estar cerca de ti, amarte y buscar siempre tu mayor gloria. Amén.
  • 19. 19 Jesús, Dios, bendición de todos, te adoro en el Monte de los Olivos, en los últimos momentos de tu perma- nencia en la tierra, cuando te disponías a subir a los cielos. Te adoro en el instante supremo en que diste tu santa bendición a tu sacratísima Madre, a tus apóstoles y a tus discípulos; adoro el amor infinito y las disposi- ciones de tu alma santa, que acompañaron tan emocio- nante escena, según la leemos en el santo Evangelio (Lc. 24, 50). Por las veces en que nuestros actos son contrarios a la propuesta de Jesús, y hieren a nuestro prójimo, donde está presente el rostro vivo de Cristo. Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (18,1–19,42):
  • 20. 20 Es el último día de la vida temporal de nuestro Señor Jesucristo. Es Jesús, nuestro Dios y Señor, que agoniza y muere en la cruz. Adorémoslo en el misterio de su vida mortal, en su úl- timo día, en su última hora, en sus últimos momentos, en sus postreros pensamientos, palabras, acciones y su- frimientos, en su último suspiro. Démosle gracias, unidos a María y los santos, por cuanto dijo, hizo y sufrió mientras permaneció en este mundo para gloria del Padre y para nuestra salvación. Pidámosle perdón en nombre propio y en nombre de toda la humanidad, por las injurias y ultrajes que, por nuestra causa, recibió en esta tierra. Hagamos la intención de hacer y sufrir cuanto él tenga a bien enviarnos.
  • 21. 21 Pongámonos de rodillas ante Jesús, que agoniza y muere en la cruz. Roguémosle que nos dé su santa bendición antes de salir de este mundo. Que su bendi- ción destruya en nosotros todo pecado y toda inclina- ción al mal. Bendiga nuestro cuerpo y nuestro espíritu, nuestros ojos y oídos, nuestra lengua, nuestras manos y nuestros pies, nuestra memoria, entendimiento y vo- luntad para que en adelante nos sirvamos de ellos sólo para su gloria. Digámosle que queremos morir con él y por él. Morir a cuanto le desagrada. Que imprima en nosotros la imagen de su santa muerte y que su muerte nos haga morir santamente. Dirijámonos también a María. Pidámosle perdón por la muerte cruel de su Hijo, por los dolores amargos que ha debido sufrir por causa nuestra. Entreguémonos a ella manifestándole que queremos servirla y honrarla toda nuestra vida. (OC 3,392-394)
  • 22. 22 San Juan Eudes en su ideal de formar a Jesús, tiene cla- ro que la muerte del cristiano debe ser una forma de honrar el sacrificio Cristo, razón por la cual el santo francés se esmera en trabajar por el mismo Reino y es- tá dispuesto a morir haciéndolo. ¿Está mi vida cristiana enfocada en construir el Reino que Jesús presentó y estoy dispuesto a morir por ello? Te contemplo en tu agonía y tu muerte en la cruz.Adoro tus últimas palabras, tus pensamientos y tus sentimientos postreros.Te ofrezco mi muerte y mis últimos instantes. Bendíceme y que mi muerte esté unida a tu propia muerte. Que el postrer momento de mi vida sea para honrar tus últimos momentos y se convierta en un acto de puro amor al Padre Dios y a ti, que por mí mueres en la cruz. Amén.
  • 23. 23 María, la madre de Jesús, con su vida, es camino seguro para el cristiano que quiere acercarse a Jesús. Descu- bramos hoy la manera tan perfecta en que están unidos y cómo pueden ser un prototipo de unidad para todos los que queremos hacer vivir y reinar a Jesús en nues- tro corazón. Por aquellas veces que hemos sido indiferentes al dolor del otro, y no hemos seguido el ejemplo de María, que estuvo al lado de su Hijo al lado de la cruz. Evangelio según san Mateo 28, 1-10.
  • 24. 24 Padre de las misericordias y Dios te todo consuelo: ¿qué Corazones son los que así tienes crucificados? ¿Cómo no prestas tu asistencia a tu único Hijo y a tu amable Hija y humildísima Sierva? ¿Cómo quebrantas con ellos la ley que estableciste de que sobre tu altar no se sacrifique el mismo día al cordero y a su madre? Porque en el mismo día, 26 a la misma hora, en la mis- ma cruz y con los mismos clavos, tienes clavado al Hijo único de la desolada María y al Corazón virginal de la inocentísima Madre… ¿Es que no quieres que tenga otro verdugo su martirio, sino el amor que a tu Unigé- nito tienes, ni que, en tan crueles tormentos, falte a este bondadosísimo Hijo, la vista de los sufrimientos de esta dignísima Madre para más afligirle y atormentarle? ¡Alabanzas y bendiciones inmortales sean dadas Dios mío, al amor incomprensible que tienes a los pecado- res! ¡Gracias infinitas y eternas por todas las obras de este divino amor! (O.C.VIII, 234SS)
  • 25. 25 Este es un día de silencio y espera; Dios no se rinde frente a la cultura de la muerte y manifestará con glo- ria su presencia viva para recrear la cultura del encuen- tro. ¿De que manera preparo mi corazón para salir al encuentro de los demás y anunciar que la luz sobrepasa toda oscuridad? Adoremos a Jesucristo como Hijo único de María. Él nos la ha dado para ser después de él nuestra superiora y Madre.Agradezcámosle por haberla elegi- do por Madre suya y por habérnosla dado como Madre nuestra. Pidamos perdón a este Hijo ya esta Madre por nuestras ingratitudes y ofensas. Démonos a Jesús, Hijo de María, y roguémosle nos llene de afecto filial hacia esta sagrada Madre. Ofrezcámonos a María, Madre de Jesús, rogándole que ejerza en esta comunidad el poder que sobre ella ha recibido para conducirla y animarla en todo, y para hacer vivir y reinar en ella la voluntad de Dios y el Espíritu de su Hijo.
  • 26. 26 La resurrección de Jesús fue el acontecimiento para que los discípulos comprendieran plenamente la pro- puesta de vida que él tenia. Al momento de experi- mentar la presencia del Señor, recordaron su enseñan- za, se vincularon en la fraternidad y se animaron a ha- cer lo que él hacia, con la esperanza de que otros tam- bién experimentaran que la verdadera resurrección de Cristo se realiza en el Corazón que está dispuesto a ser sanado. Por las ocasiones en que hemos preferido seguir en la tristeza, viviendo a un Jesús crucificado en la cruz, y no hemos dado el paso a crear comunidad, fraternidad y a impregnar con nuestros actos que Jesús vive en medio de nosotros. Evangelio según san Juan 20,1-9
  • 27. 27 Bien sé, Jesús, que por tu amor hacia mí y por el celo que tienes por tu gloria, deseas ardientemente ser ama- do y glorificado en mí. De ahí que tienes un deseo infi- nito de atraerme a ti en el cielo para vivir en mí per- fectamente y establecer en mí, en plenitud, el reino de tu gloria y de tu amor. Porque mientras yo more en la tierra, tú no vivirás ni reinarás plenamente en mí. Por eso, Salvador mío, ya no quiero vivir en la tierra sino para suspirar incesante- mente por el cielo. ¡Cielo, qué deseable y amable eres! ¿Cuándo será, Dios del cielo, que veré tu rostro? ¿Cuándo vivirás plenamente en mí y te amaré perfecta- mente? ¡Que dura e insoportable eres, vida terrena! Dios de mi vida y de mi corazón: ¡qué larga y cruel es esta vida en la que se te ama tan poco y tanto se te ofende! Pero me consuela, Señor, la advertencia de tu apóstol, de que, ya desde ahora, estoy contigo en el cielo y que allí estoy viviendo, en ti y contigo, de tu propia vida. Porque él me asegura que tu Padre nos ha vivificado y resucitado, y nos ha hecho sentar juntamente contigo en el cielo (Ef. 2, 5).De manera, Jesús mío, que estoy viviendo contigo en el cielo; allí tengo parte en el amor, la gloria y las alabanzas que das a tu Padre, por ti mismo y mediante tus ángeles y santos. (O.C. I, 435—437).
  • 28. 28 Durante la semana hemos pensado junto a san Juan Eu- des que el fruto de formar a Jesús en nuestra vida es un corazón entregado a la vida del prójimo, que no se fati- ga de amar a la manera de Dios. ¿Qué debo fortalecer en mí, para que en este tiempo de Pascua pueda dedi- car más tiempo a las personas que Dios ha puesto en mi camino? ¡Salvador mío, que yo viva en la tierra de manera acor- de con la vida que tengo en ti y con tus santos en el cielo! Que me ocupe continuamente aquí en la tierra en el ejercicio de amarte y de alabarte. Que empiece en este mundo mi paraíso, haciendo consistir mi felici- dad en bendecirte y amarte, en cumplir tus voluntades y en realizar valientemente la obra de gracia que deseas cumplir en mí.
  • 29. 29 Te pido que las últimas cosas que me sucedan sean un homenaje a las cosas últimas que tuvieron lugar en ti; que mi último suspiro honre tu último suspiro y sea un acto de purísimo y perfectísimo amor a ti. (O.C. I, 437) Director: P. Álvaro Duarte Torres CJM Diseño y compilación: Jorge Luis Baquero - Hermes Flórez Pérez