1. CARLOS ALBERTO CASTILLO CASTILLO 1 “E” 9 DE SEPTIEMBRE DEL 2012
LA LEYENDA DE LA LLORONA El respeto a sí misma como mujer...
Las versiones del origen de esta mujer son muy ya que la llorona, salvo una de las
variadas, desde antes de la llegada de los versiones donde es la Diosa que
españoles se comentaba que era la diosa llora por sus hijos... regularmente es
Cihuacóatl, quien aparecía elegantemente vestida una mujer indígena deslumbrada
y en las noches gritaba y bramaba en el aire, su por un español, que se ciega tanto y
atuendo era blanco y el cabello lo tenía dispuesto pierde el amor por ella que termina
de forma tal que, aparentaba tener cuernos en la pisoteada por este hombre.
frente. Otros aseguraban que era Doña Marina, o
sea La Malinche quien, arrepentida de traicionar a El no saber amar. La mujer de la
los de su raza, regresaba a penar. leyenda, al no amarse, no sabe
Con la conquista estas versiones sufrieron ciertas amar ciega por el amor a ese
modificaciones alegándose que era una joven hombre prefiere matar a sus hijos
enamorada que había muerto un día antes de en venganza, aunque tarde se da
casarse y traía al novio la corona de rosas que cuenta de su error.
nunca llegó a ceñirse; otras veces era la viuda que
venía a llorarle a sus hijos huérfano, o la esposa El arrepentimiento. Sabe que hizo
muerta en ausencia del marido a quien venía a mal y que debe pagar su error por
darle el beso de despedida; o la desafortunada esa razón en algunas versiones se
mujer, vilmente asesinada por el celoso marido suicida para pagar su pecado llora.
apareciéndose para lamentar su triste fin y
confesar su inocencia.
Sea cual fuere su origen se dice que en tiempos de
la colonia, a mediados del siglo XVI, los habitantes
de la Ciudad de México se retiraban a sus casas
sonando el toque de queda dado por las campanas
de la primera catedral, a media noche y
principalmente cuando había luna llena,
despertaban espantados al oír en la calle unos
tristes y lánguidos gemidos lanzados al viento por
una mujer.
Las primeras noches, los vecinos sólo se
santiguaban argumentando que los lamentos eran
de una ánima del otro mundo, pero la situación
fue tan insistente que la gente más despreocupada
o atrevida, salía a cerciorarse qué era aquello,
primero lo hicieron desde las puertas o ventanas,
después algunos se animaron a salir y lograron ver
a quien lanzaba tan lastimeros gemidos.
La mujer que vestía una ropa blanquísima y se
cubría el rostro con un velo, avanzaba con lentos
pasos recorriendo las calles de la ciudad sin faltar
una sola ocasión a la plaza mayor donde, viendo
hacia el oriente e hincada daba el último y
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languidísimo lamento, una vez puesta en pie,
continuaba con paso lento y pausado hasta llegar a
la orilla del lago donde desaparecía.