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Marzo 24, 2008
Violencia Social: Res Non Verba
Violencia Social : Res Non Verba
Mg. Julio Cesar Carozzo Campos
Past Decano Nacional del Colegio de Psicólogos del Perú
La Violencia en la actualidad resulta ser el
acontecimiento de mayor impacto en el
escenario social, muy por encima de
cualquier otro suceso social. Lo mayúsculo
de su impacto lo reconocemos desde el
momento mismo en que la violencia se
convierte en un factor que explica una serie
de conflictos psicosociales, como el
pandillerismo, la violencia escolar y familiar
y la farmacodependencia, para mencionar
las más llamativas; cuando en realidad la
violencia es un factor que necesita ser
explicado: ¿Por qué existe violencia?, ¿qué
factores han contribuido y vienen
contribuyendo para su ocurrencia?
En cuanto a la primera interrogante, debemos opinar que la teorías que alcanzaron
un gran predicamento, como los enfoques instintivistas
(psicoanálisis y etología), y la teoría de la frustración – agresión de Miller y Dollar,
han perdido credibilidad y autoridad.
Del mismo modo, una teoría proveniente de la cantera de la sociología, que
otorgaba a la pobreza y a la falta de educación las causas de la violencia, ha caído
en total bancarrota.
La recurrencia a cada una de estas teorías, sin embargo, continúa siendo una
tentación para muchos estudiosos de la violencia social. La universalidad de la
violencia en los individuos, la acreditación de estadísticas que evidencian un
predominio de las poblaciones pobres e incultas en actos de violencia anti – social
y la advertencia de que el incremento de la violencia social coincide con la
generalización de la frustración y el estrés social, parecen darles por completo la
razón.
La violencia es un factor de carácter estructural e ideológico, tiene un origen
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multicausal e histórico y, por ello, tiene más de una lectura, como veremos.
La interiorización o apropiación de los modelos de violencia social que dominan el
ordenamiento de la sociedad, y la posterior reproducción de estos modelos de
conducta asimilados, propician la sensación de que los acontecimientos violentos
únicamente existen en las individualidades, la familia y la escuela, por ejemplo.
Como en la sentencia filosófica “por tus actos te conoceréis”, la violencia sólo puede
ser digitada como un fenómeno objetivo, gracias a los actores que la producen. Esta
lógica para conocer la realidad está distorsionada y da lugar a consecuencias
ideológicas y conductuales de especial impacto en los sucesos cotidianos de los
individuos.
Los modelos societarios, y entre ellos los de la violencia, sólo pueden existir a través
y mediante las manifestaciones comportamentales de los individuos – solos o
asociados en instituciones -, en donde cada uno de ellos les proporcionará un sello
distintivo a sus acciones de violencia, de acuerdo los componentes mediacionales:
clase social, estatus social, educación, cultura, inteligencia, experiencia previa, etc.
Concretando, la violencia que los individuos y las instituciones sociales producen
con regularidad, han sido tomadas de la estructura y la cultura dominantes,
alcanzándoles a los protagonistas la opción de recrearlas como mejor pueda
parecerles o beneficiarlos.
En esta dialéctica de la violencia hallamos un fenómeno muy interesante: el dominio
de la violencia estructural le pertenece al grupo de poder y su administración está
dirigido a la perpetuación del sistema de control social. Los reproductores de la
violencia social la emplean como recurso de ajuste y supervivencia social, por ello
existe la posibilidad de que los individuos desarrollen otras modalidades de violencia
a tono con sus necesidades de supervivencia: la violencia revolucionaria y las
acciones de protesta masiva. Diríamos, entonces, que la violencia social se emplea
como un recurso de perpetuación de un sistema de ideas y creencias y, desde
luego, como una acción destinada a revertir el status–quo que se resiste a admitir
su anacronismo.
Justamente las etapas de mayor agudización e intensificación de las distintas
expresiones de violencia guardan correlato con los ciclos de incontrolabilidad que
se tiene sobre el escenario social, en momentos de empobrecimiento en la
capacidad predictiva, de insuficiente imaginación para el ofrecimiento de
alternativas viables y, lógicamente, por un descontrolado abuso de poder y de
autoridad.
La exposición a situaciones ostensiblemente aversivas no siempre da lugar a las
esperadas conductas de sometimiento y evitación, sino que, por el contrario,
despierta el Prometeo que la vida gris de siempre ha ido tallando diligentemente en
cada individuo.
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Predicción y Control Social
El magma de la violencia social la encontramos en los dominios de las relaciones
económicas y sociales desiguales. En el creciente aprovechamiento de esa
desigualdad que alienta a cada instante nuevos espacios de confrontación y
antagonismo, provocando situaciones de existencia menos decorosas y equitativas.
La desigualdad social, per-se, no es el meollo del problema, porque la diferenciación
y especificidad del género humano es un suceso insalvable para
toda ideología. Lo que explica la violencia reactiva es el usufructo desmedido y
abusivo que se hace de la desigualdad que ostentan y de los beneficios personales
que persiguen escudados en su poder; la inequidad a la que apelan para multiplicar
sus ventajas, así como la impunidad que exhiben con soberbia. Todas estas
actividades son una suerte de palillos de fósforo que encienden el petardo de la
rebeldía y la insubordinación.
La violencia no solo chamusca, sino también purifica la conciencia y el alma
Psicosocialmente podemos reconocer un nuevo rostro que alimenta la vorágine de
violencia social que comentamos. Cada individuo es portador de un repertorio de
conductas que le permiten tener una elemental o desarrollada capacidad predictiva
de su entorno social, mediato e inmediato. Esta particularidad predictiva sobre la
realidad social, le brinda al sujeto una suerte de controlismo sobre el escenario
social próximo – inmediato y, en virtud de ello, su comportamiento social luce
equilibrado y sosegado, el individuo se desenvuelve con un buen grado de ajuste
social.
La cantidad y calidad de recursos predictivos es decididamente distinta en las
personas, empero, este hecho no afecta sustancialmente el nivel de integración
indispensable para todo individuo.
En estos instantes es posible reconocer que la relación PREDICCION –
CONTROLABILIDAD SOCIAL se encuentra interrumpida, cuando no seriamente
deteriorada, dando lugar en los individuos y en las propias instituciones, a
sensaciones de inseguridad, incertidumbre y temor.
¿Qué podría ocurrir en el individuo cuando la incertidumbre social crece
desmedidamente y sus recursos predictivos pierden el valor de anticipar
cognitivamente los sucesos sociales? ¿Cómo reaccionan las personas que
descubren, bruscamente, que sus habilidades para insertarse adecuadamente en
el contexto social son insuficientes e ineficaces? ¿qué reacción es posible esperar
en quienes, espantados, no atinan a reacomodarse con la celeridad con que se
trastocan los referentes sociales?
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Ante estos acontecimientos, incremento de la incertidumbre y empobrecimiento /
pérdida de la capacidad predictiva, que se traduce concretamente en una falta de
control sobre el contexto social, tenemos las siguientes opciones de respuestas:
a) Violencia incontrolada; en la que los individuos recurren a acciones de igual o
mayor magnitud de violencia de los que la emiten.
La falta de referentes o incertidumbre es, en buena cuenta, una tácita fractura con
la realidad, a la que se le percibe hostil, acosadora e inmanejable, y frente a la que
hay que actuar con violencia para rechazar su intimidación absorbente. La mejor
protección es desafiarle y enfrentarla con violencia.
b) De retraimiento social; caracterizada porque los individuos optan por la evitación
o huida del contexto que no pueden descifrar. El temor y la inseguridad que sienten
ante un medio que no pueden controlar, le aconsejan el apartamiento de esos
escenarios sociales.
De lo expuesto, creemos, tenemos a la mano una estrategia inmediata para
disminuir la espiral de violencia que nos preocupa. La reorientación sistémica que
contemple básicamente una política de equidad y justicia, que acabe con la
corrupción institucionalizada, que abra oportunidades de realización personal y
laboral para todos e inculque nuevos valores que redunden en el espíritu solidario y
participativo. De este modo recuperaremos la capacidad predictiva y manejaremos
nuestro comportamiento con más sosiego frente a una realidad confiable y segura.