Este documento presenta los aportes de Olga Amparo Sánchez de la Casa de la Mujer para la construcción de un nuevo país tras el conflicto armado en Colombia. Plantea que es necesario lograr la redistribución económica y el reconocimiento cultural para superar las injusticias. Argumenta que la participación de las mujeres, la superación de la fragmentación de los movimientos feministas, y la construcción de una agenda compartida son claves para lograr la justicia de género y una paz sostenible.
Proyecto por la Regionalización y la Función Municipal
Ponencia de Olga Amparo Sánchez, Casa de la Mujer
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Ponencia de Olga Amparo Sánchez, Casa de la Mujer
Gracias a las/os organizadoras/es del foro Mujeres y Paz: aportes para un nuevo
país. Espacios como estos son necesarios en un país que vive la polarización, la
exclusión y las injusticias. Soy una convencida que la palabra es más poderosa
que las balas, que el diálogo abierto, pluralista y democrático es indispensable en
un país que trata de salir de la guerra.
Pues bien, desde donde me sitúo para compartir con Ustedes reflexiones e
incertidumbre acerca de los aportes para un nuevo país. Mi lugar de enunciación,
es decir el lugar desde donde pienso, siento, interpreto y vivo, es el feminismo,
movimiento que tiene su arraigo en nuestra insatisfacción y en la interpelación al
patriarcado.
Feminismo que expresa la rebeldía de las mujeres, contra un sistema injusto y
opresor, y que se ha expendido siglo tras siglo; transformándonos en sujetos
sociales y políticos reflexivos; generando identidades colectivas, con capacidad de
colocar en la agenda pública y política, las vindicaciones de las mujeres en sus
diversas identidades. Por supuesto, el feminismo no es un movimiento
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homogéneo en sus agendas, composición, procedencias, identidades y
orientaciones sexuales.
“El feminismo es una idea actuante, una política y una "propuesta civilizatoria". El
pensamiento y la práctica feminista abren caminos para una humanidad más
integral y completa. La filosofía y la ética feminista proponen un modo de
comprensión y solución a la tensión que se establece entre el ser y el deber ser de
la acción política, a través de la crítica al sistema de poder patriarcal. Y allí están
los aportes más útiles que la ética feminista puede hacer a la emancipación social
general”. (GARGALLO, Francesca (2004) Las ideas feministas latinoamericanas.
Bogotá: Ediciones desde abajo). Pues bien, sin más rodeos mi sitúo en un
feminismo libertario, anticapitalista, anti patriarcal, antineoliberal, antimilitarista y
antirracista.
Sin lugar a dudas, la terminación del conflicto es una oportunidad para el país y
para las mujeres, para plantearnos e imaginarnos una manera distinta de concebir
una sociedad justa, si esto no lo logramos nada cambiará. Se podrán hacer
ajustes a las leyes, a las políticas, protestar, exigir y rebelarnos, podrá funcionar
exitosamente el sistema de justicia transicional acordado en la Habana, pero nada
de ello servirá, sino tenemos la capacidad y la voluntad política de transformar
desde sus raíces a la sociedad colombiana; es decir sino avanzamos, sin
vacilaciones, en el logro de la redistribución y el reconocimiento.
¿Pero cómo imaginar y hacer posible el reconocimiento cultural y la justicia social
de manera que ambos se inter-crucen, en el camino hacia la construcción de la
paz? ¿Cómo interpretar como se entrelazan y apoyan en la sociedad colombiana
las injusticias económicas y el irrespeto y la des-valoración cultural para ciertos
grupos sociales y poblacionales?
Por supuesto, aventurarnos como sociedad y como mujeres a transformar estos
dos tipos de injusticia, plantea dilemas políticos y éticos que la sociedad
colombiana ha postergado, usando como pretexto la existencia del conflicto
armado y la utilización de la estrategia militar para su solución. Ahora que estamos
en el camino de dar por terminado el conflicto armado, debemos resolver estos
dilemas y darnos a la tarea de transformar en sus cimientos estos dos tipos de
injusticias.
La redistribución pone de manifiesto la injusticia socioeconómica presente en toda
la estructura social colombiana con expresiones como la pobreza y la explotación. Y
la necesidad de reconocimiento, coloca especial énfasis en las injusticias culturales o
simbólicas, cimentadas en valores, patrones sociales de representación,
interpretación y comunicación y expresados en relaciones de dominación y
subordinación, irrespeto y desconocimiento en el escenario público y privado
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(Nancy Fraser; ¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas en tomo a la
justicia en una época “pos socialista”: 4)
¿Pues bien y cómo lograr transformar estas injusticias en el sendero de
construcción de paz y teniendo como marco los acuerdos que se deriven de la
Habana? El horizonte debe ser la redistribución y el reconocimiento, las garantías
de no repetición y la reparación transformadora. El logro de la justicia para las
mujeres, es posible si existe una fuerte voluntad política que se comprometa
decididamente con políticas de redistribución y reconocimiento; las cuales deben
tener como propósito otorgar presencia en el imaginario cultural y en las prácticas
sociales a las diferencias.
Otorgar este reconocimiento no puede ni debe diluir la responsabilidad de distribuir
riqueza, bienes y servicios. En el camino incierto de la paz, se precisa transformar
el pacto social y sexual para que las mujeres dejemos de ser las pactadas y nos
constituyamos en sujetos pactantes de los nuevos contractos que surjan en la vía
de la construcción de la paz.
Para el logro de la justicia para las mujeres, es indispensable eliminar la
subordinación y opresión en su diversidad identitaria y sexual y transformar los
imaginarios sociales que nos hacen objeto de uso y derecho de los varones;
imaginarios que definen nuestros cuerpos, sólo en términos de una sexualidad
cosificada como cuerpos para la sexualidad o para el trabajo doméstico o como
objeto deshumanizado de observación para para el placer de otros.
Es urgente que las mujeres nos apropiemos de nuestros cuerpos. Y uno de los
caminos o una ruta debería ser ganar autonomía y potenciar nuestra rebeldía
creadora, re-creadora en lo íntimo, lo privado y lo público. No de las otras, sino de
nosotras, y a partir de sí, instaurar una política para sí y desde allí continuar
fisurando el sistema patriarcal y la lógica de la subordinación y la opresión en
todos espacios de la vida.
En relación con la redistribución económica y política, es urgente construir un
sistema socio económico que no excluya a ningún ser humano por ninguna
condición, ni social ni económica ni étnica ni sexual; ello implica, por ejemplo,
redistribución del ingreso, reorganización de la división del trabajo y
transformación de las estructuras económicas básicas.
Y en el contexto de post acuerdo, se debe promover y garantizar los derechos a la
verdad, la justicia y la reparación transformadora para las mujeres víctimas y
fortalecer un contexto de construcción de paz con justicia social; lo cual implica un
reconocimiento, público, de todos los actores armados, legales e ilegales, de que
en el contexto de la guerra se ha atentado en forma agravada y desproporcionada
contra las mujeres. Así como el reconocimiento de sus responsabilidades y
obligaciones en los procesos de verdad, justicia y reparación.
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Para el caso específico de las mujeres, los procesos de verdad, justicia y
reparación transformadora deben pasar por sus cuerpos y por el reconocimiento
de las identidades y subjetividades construidas, lo cual implica acceso pleno a la
verdad y a la justicia, no solo como aquello que emana de los estrados judiciales,
sino también a la justicia social; a la verdad histórica, en la cual las narrativas y
las voces de las mujeres tengan espacio y reconocimiento; a la reparación, más
allá de las indemnizaciones económicas y los trámites administrativos; a las
garantías de no repetición, desde la transformación de los contextos de guerra y
de injusticias para las mujeres; y a la construcción de una memoria histórica
colectiva, que otorgue voz a las mujeres víctimas y visibilice y desprivatice el daño.
A ninguno de estos derechos se puede acceder en forma aislada, cada uno forma
parte de un sistema complementario cuyo propósito debe ser la transformación de
las injusticias, la dignificación de las mujeres víctimas y el fortalecimiento de un
proyecto de sociedad incluyente y humano.
La reparación transformadora para las mujeres, como garantía de redistribución y
reconocimiento, debe ir más allá de los derechos y de la formulación de políticas
públicas que los reconozcan, protejan y amplíen. Se debe reconocer a las mujeres
como titulares de derechos, lo que obliga al Estado a garantizarles condiciones
habilitantes para el goce efectivo de los mismos. Adicionalmente, significa cambiar
la lógica de mujeres con necesidades que deben ser atendidas, a mujeres
víctimas con derechos que demandan del Estado el cumplimiento de sus
responsabilidades constitucionales e internacionales.
La reparación transformadora para las mujeres, debe estar dirigida no solo a las
víctimas de los diversos actores armados sino también a las víctimas del sexismo;
es decir, es hacer posible la justicia para todos los colectivos de mujeres; justicia
que “no debería referirse solo a la redistribución, sino también a las condiciones
institucionales necesarias para el desarrollo y el ejercicio de las capacidades
individuales, de la comunicación colectiva y de la cooperación”.
Es urgente que avancemos hacia la desmilitarización de la sociedad civil y la vida
cotidiana, que tiene su arraigo en la apología de la guerra, la construcción de
identidades heroicas alrededor del varón militar y en formas de relacionamiento
jerarquizadas y de opresión. El militarismo ha penetrado el contexto cultural y
relacional, naturalizando la subordinación, la obediencia, la no aceptación de la
diferencia y la resolución violenta de los conflictos.
La apuesta por la desmilitarización, implica deconstruir la idea que se tiene de
seguridad; el eje central de la seguridad deben ser las personas y no los intereses
del aparato estatal, del modelo económico o de la industria. Uno de nuestros retos
como feminista, es buscar transformaciones político-económicas que socaven los
pilares del patriarcalismo y, a la vez, buscar soluciones culturales-valorativas para
resaltar nuestra especificidad como colectividad menospreciada.
Redistribución, reconocimiento y participación
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Sin lugar a dudas, la incidencia y la participación de las mujeres ha sido
importante en el proceso de negociación entre el gobierno y las FARC-EP, se han
fortalecido procesos de movilización, organización y denuncia de las mujeres y sus
grupos. Se han elaborado agendas concertadas para incidir en la Mesa, las
organizaciones de mujeres desde lo territorial han fortalecido sus propuestas, sus
procesos de movilización y articulación. Propuestas que han sido enviadas a la
Mesa. Las mujeres víctimas se han fortalecido y se han arriesgado, con mucho
valor a motivar y hacer organización desde su situación de víctimas.
Lo obtenido hasta el momento, es un acumulado de largos años de vindicaciones
no solo para el reconocimiento de los derechos políticos y sociales de las mujeres,
sino también para que el diálogo político fuera la herramienta para negociar la
terminación del conflicto armado.
Sin posturas hegemónicas o desconocedoras de otras/as, se puede sostener que
las mujeres que política y éticamente hemos optado por la paz y la democracia,
hemos sido la conciencia colectiva de un país en guerra. Hemos repetido una y
otra vez que los militarismos, las armas, las violencias en nuestra contra, las
injusticias y las exclusiones no contribuyen a la construcción de la democracia
incluyente y a la paz con justicia social. Hemos afirmado sin vacilaciones que hay
que radicalizar la democracia.
Los retos son innumerables, pero a nuestra manera de ver los más significativos
son:
1. Potenciar y fortalecer la participación de las mujeres, para lo cual es
necesario no solo indagar sino realizar acciones que permitan comprender
acerca de cómo se intersectan y entrecruzan las diferencias sociales y
sexuales, dando como resultado formas particulares de opresión y
discriminación (Suárez Liliana, Martín Emma, Hernández Rosalba.
Feminismos en la antropología: Nuevas propuestas críticas en
http://www.ankulegi.org/wp-content/uploads/2012/03/0606Reigada-
Olaizola.pdf)
2. De cara a una paz territorial, es pertinente conocer e interpretar cómo se
entrecruza la experiencia de una mujer negra, pobre y víctima de múltiples
opresiones, explotaciones y violencias. Lo cual implica alianzas,
investigación, desarrollo de metodologías y fortalecimiento de las
organizaciones de mujeres, en lo nacional y territorial.
3. La superación de fragmentaciones. Si bien es cierto, en las últimas décadas
las organizaciones y grupos de mujeres han crecido cuantitativa y
cualitativamente, también es un hecho su fragmentación y tensiones, en
muchas oportunidades no tramitadas dialógicamente. Existen serias
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dificultades para negociar y concertar agendas que logren un mayor
impacto social y político.
Se han realizado esfuerzos para superar esta dificultad, pero no se logra
trascender de lo nacional a lo regional, de lo sectorial o lo global o de lo
regional a lo nacional; en este sentido, se requiere de una gran voluntad
política, de generosidad y claridad en las reglas del juego para que se
pueda avanzar en la superación de la fragmentación y la polarización.
4. La construcción y pacto de una agenda global mínima compartida. Si
aceptamos que existen nuevas formas de opresión, explotación y de
violencias contra las mujeres que se articulan a viejas opresiones,
explotaciones y violencias. Se hace indispensable la construcción de una
agenda global mínima. En la construcción de la agenda global, es
imperioso que pasemos de sujetos políticos individuales a sujetos
colectivos con poder político, con capacidad de convencer, incidir, hacer
pensar, ser fuerza política con autoridad y legitimidad.
Fuerza colectiva que debe ser tenida en cuenta para las decisiones y
rumbos de los destinos de la sociedad. No es un sujeto colectivo iconizado
o idolatrado, salvador de las mujeres. Por el contrario es un sujeto político
colectivo, que no sólo responde a las coyunturas, sino que tiene una visión
de la sociedad patriarcal capitalista, que un sentido propio de la vida, que
comparte con el mundo, y con otras mujeres.
Es decir, un sujeto colectivo con poder político que tiene la capacidad de
trascender el estado actual de las realidades, y que integra las esferas
humanas, no para movilizar masas o usufructuar del poder para intereses
individuales o grupales, sino con la pretensión de contribuir a crear
conciencia y de lograr que las mujeres seamos sujetos y pactantes de los
pactos socio-sexuales que los varones hacen.
5. Radicalizar la democracia y los acuerdos. Las mujeres tenemos la
capacidad de radicalizar la democracia, lo cual implica transformaciones en
el modelo de explotación económica generador de injusticias y exclusiones
y en el patriarcado que se sustenta en el sexismo, el racismo y la
imposición de una sola forma de vivir la sexualidad y el amor entre los seres
humanos.
Son necesarias transformaciones en los órganos del poder político y del
poder económico y para ello debemos exigir democracia paritaria.
Democracia que tenga como propósito irracionalizar el monopolio
masculino del poder político y del poder económico.
La paridad debe ser un instrumento para radicalizar la democracia, para
transformar estereotipos acerca de lo que debemos hacer las mujeres y lo que
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deben hacer los varones, para repartir paritariamente poder y responsabilidades
en todos los ámbitos de la vida económica del país.
Radicalizar la democracia exigiendo la paridad, es una forma de ensanchar los
derechos políticos, sociales y económicos de las mujeres. Y exigir la paridad en
todos los instrumentos y mecanismos que se pacten, en el Acuerdo general para
la terminación del conflicto, es una forma de radicalizar dichos acuerdos y
contribuir a la paz territorial.
Como sociedad tenemos la oportunidad histórica, de construir un sistema socio
económico que no excluya a ningún ser humano.
Olga Amparo Sánchez G