El largo e inacabado camino político de la mujer en busca de igualdad. La asociación entre esta y la responsabilidad social corporativa.
Situación actual de las mujeres en el resbaladizo campo de la práctica ética y/o responsable de las empresas.
PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptx
Mujeres y RSC, un paso obligado
1. Mujeres y RSC: una (larga y fragmentada) reflexión.
Victoria Bazaine Gallegos.
Pienso en voz alta, sólo eso estimado(a) lector(a). No son tiempos para sentencias
lapidarias, divisiones, adoctrinamiento o crítica barata, pero sí me parece que lo son para
hacerse preguntas… ¡nada menos! Así que, piense conmigo: ¿cómo hemos llegado hasta
aquí? ¿Cómo es siquiera posible hablar de responsabilidad social (dentro o fuera de la
empresa) cuando las mujeres no han alcanzado su plena ciudadanía? ¿Qué hay detrás de ese
manido concepto “igualdad”? ¿Por qué estos asuntos no son “cosa de mujeres” sino de
supervivencia? ¿Qué relación tiene todo esto con la RSC/RSE?
Intentemos pensar juntos y con suerte hasta intuir respuestas.
1.- Feminismo: un paso obligado
Desde sus primeros postulados colectivos en el siglo XVII, el feminismo es al mismo
tiempo toma de conciencia y expresión de la desigualdad padecida por las mujeres, relegadas
a la esfera de lo privado desempeñando siempre los mismos roles: madres, hijas, esposas,
sirvientas. Las tareas en el campo asistencial y de cuidados quedaban muy cortos a esa mitad
de la población sin voz y comienzan las vindicaciones del trabajo femenino en el espacio
público que pueden encontrarse en toda la tradición clásica de feminismo de la igualdad.
Fue en las calles y salones parisinos donde algunos y algunas (nobles) se reunirían en
un ensayo de igualdad a discutir sobre “la cuestión femenina” que se convertía en un tema
relevante y polémico: desde cómo educar a las niñas hasta la presión femenina por acceder a
círculos intelectuales. Durante la Revolución francesa se plantea el reconocimiento de las
mujeres como sujeto político, no obstante, pronto se verá que las luchas se comparten, no así
los triunfos y menos aún los privilegios prometidos por la ilustración: Marie Gouze, mejor
conocida como Olympe de Gouges, denunciaría constantemente la traición de esa revolución
hacia las mujeres porque no significó ninguna era de libertades para estas. Consciente de que
sin derecho al divorcio, educación, a la propiedad, participación política o igualdad dentro de
la iglesia y las familias las mujeres seguían siendo excluidas del proyecto social que
germinaba, escribe en 1791 la Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana, que
incorpora incesantemente la palabra mujer olvidada por el texto original de 1789, redactado
por hombres y para ellos. En su artículo primero asienta que “la mujer nace libre y permanece
igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la
utilidad común”.
Si durante el cartesianismo ilustrado y la Revolución francesa se adelanta algo en la
explicación de las causas de desigualdad entre hombres y mujeres, finalmente se identifica el
voto femenino como prioridad para alcanzar un reconocimiento formal de igualdad con todos
los beneficios sociales que ello supondría. A través de él se daba forma a las ciudadanas
(nunca antes reconocidas como tales) que, ahora cobijadas bajo leyes democráticas, podían
exigir lo necesario para desarrollar sus potencialidades.
En el siglo XIX se configura el movimiento sufragista haciendo masiva y visible esta
causa. Fuertemente influido por la doctrina protestante, este movimiento es definitivo para
que las mujeres comprendan en el futuro al trabajo como elemento esencial de su libertad,
vinculada también a conceptos como mérito y esfuerzo. Parte de sus peticiones se recogen
más tarde en la “Declaración de sentimientos” o Declaración de Seneca Falls (Nueva York
2. 1848), reconociendo en el punto nueve que “es deber de las mujeres […] asegurarse el
sagrado derecho del voto” y, en el diez, “que la igualdad de los derechos humanos es
consecuencia del hecho de que toda la raza humana es idéntica en cuanto a capacidad y
responsabilidad”.
En los años 70´s el movimiento feminista radical acusa al sistema de dominación
(patriarcado) que opera a través de mecanismos de socialización como la familia, desafiándola
abiertamente. Denuncian al trabajo doméstico como analogía de servidumbre y su injusta
exclusión de las reglas del trabajo asalariado, pero sin duda uno de sus aportes más relevantes
fue lema de militancia: “lo personal es político”. Analizar en clave social muchas situaciones
que pertenecían al ámbito privado reconstruyéndose como problemas políticos era
impostergable.
Es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando una mujer estadounidense se encarga
de teorizar sobre “el problema que no tienen nombre”, como ella misma designa a la situación
de opresión y malestar de las mujeres: Betty Friedan (1921-2006).
Friedan pertenece a una oleada de feminismo que no se proponía precisamente acabar
con el capitalismo sino hacer posible la integración de las mujeres en la esfera política,
cultural y económica a través del trabajo asalariado. En su discurso pelea constantemente por
la igualdad de oportunidades y también la material.
A través de sus investigaciones revela una “mística de la feminidad” (otro concepto
acuñado por ella misma), que refiere al modelo de identidad mítico y que estipula una esencia,
es decir, una identidad que defiende rasgos permanentes e inmutables en los que se educa a
las mujeres, por ejemplo, pasividad sexual y consagración amorosa a los hijos.
“Estoy cansada de las batallas pragmáticas y terrenas del movimiento feminista,
cansada de retórica. Quiero vivir el resto de mi vida”. Así comenzaba Friedan su libro La
segunda fase (1983) que instó a la acción tras comprobar que, desde su experiencia, el marco
que utilizaban las mujeres para vivir la igualdad no estaba bien enfocado. El nuevo “problema
sin nombre” que en los sesenta pondría sobre la mesa, dos décadas más tarde volvía a agitar
las conciencias pidiendo reflexiones que lograran trascender aquellas herencias incompatibles
con la transformación social: para los hombres, un rol sexual cuyas exigencias (proveer, ser
exitoso, fuerza, racionalidad) no hace sino producir en serie tensiones y mutilaciones
emocionales. Para las mujeres, plenamente integradas al mercado laboral y con otros
objetivos personales/profesionales, el eco idealizador que sigue mantieniéndolas
empantanadas en “el tipo de trabajo que solían hacer en la familia, o sea, servir a las
necesidades físicas de los niños, los hombres, el hogar, además de tener que hacer también sus
nuevos y duros trabajos “masculinos”, al precio de la fatiga y la tensión que solamente las
supermujeres pueden soportar”.[2]
Sus planteamientos se suceden en un contexto conocido y más cercano al que vive
actualmente la mujer trabajadora “multitareas”: el capitalismo. Se preguntó si “¿pueden las
mujeres ganar suficiente dinero para sentirse realmente seguras, a menos que lo que quieran
sea triunfar en puestos de trabajo y profesiones que ahora están dominados por los hombres,
sometiéndose, por consiguiente, a reglas fijadas por estos?”, o si “¿hay acaso verdadera
opción, modos de vida alternativos, que den dinero para pagar el alquiler? y ¿por qué motivo
dan tan poco dinero los trabajos de servicios, tradicionalmente realizados por mujeres, a pesar
de que tienen cada vez más importancia en la economía?”.[3]
3. Hace más de treinta años, la socióloga y feminista, proponía un debate para
reestructurar las instituciones sociales y el concepto mismo de poder, admitir realidades
diferentes e incómodas e incidir en el orden simbólico: imaginar, preguntar y exigir nuevas
soluciones. Su presagio para el feminismo como motor hacia la igualdad debía revisarse bajo
otras lentes:
Resulta cada vez más claro que el gran impulso del movimiento feminista por la
igualdad se detendrá, o será transformado, de la forma que sea, por causa del choque o de su
convergencia con problemas básicos de supervivencia […]. ¿Es acaso el feminismo un lujo
teórico, una idea liberal, radical con la que jugar en la edad madura […] o algo que
tendremos que dejar a un lado para enfrentarnos a las crueles realidades de la supervivencia
económica y nacional?, ¿o es que la igualdad misma está convirtiéndose en un problema de
supervivencia humana básica? [4]
Esos choques a los que refiere, siguen ocurriendo como deriva de un modelo
económico y social que no parece envejecer y admite, al menos para las mujeres, que la
igualdad tome en efecto dimensiones de supervivencia como se verá en los siguientes
artículos.
[2] FRIEDAN, Betty. La Segunda Fase. Barcelona: Plaza & Janés, 1983. Pág. 79
[3] Ibid Pág. 68
[4] Ibid Pág. 24