LA aceptacion de herencia notarial se clasifica en dos tipos de testimonios c...
Mitos sobre la competitividad le monde
1. Edición Nro 214 - Abril de 2017
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MITOS Y FALACIAS DE LA RECONVERSIÓN PRODUCTIVA
La competitividad tiene dos caras
Por Emmanuel Álvarez Agis*
Debate. En el número anterior, el Dipló inaguró una discusión acerca
del lugar de la industria en el desarrollo argentino. Aquí, una crítica a
los argumentos basados en el “costo argentino” y las iniciativas de
reconversión a partir de una apertura de las importaciones. El
desarrollo, sostiene el autor, exige décadas de políticas planificadas
con una fuerte regulación estatal.
l debate sobre la política económica parece haber
encontrado por fin unanimidad: hay que “mejorar la
competitividad”. La frase no sólo suena bien, sino que
además ha logrado instalar en el sentido común la idea de
que nuestra falta de competitividad es la responsable de los
2. altos precios que deben asumir los consumidores por algunos de los
bienes que hoy marcan la canasta de consumo de una economía
desarrollada, como la indumentaria y la electrónica. Sin embargo,
esta concepción omite uno de los principios básicos de la economía:
el principio de partida doble. El principio de partida doble dice algo
tan sencillo como que toda compra es una venta. Y también algo un
poco más complejo: todo costo es a la vez un ingreso. Este último
punto es central para entender la falacia de composición que se
esconde detrás de las dificultades de competitividad de la industria
local.
Un ejemplo concreto puede contribuir a aclarar esta cuestión.
Tomemos el caso de un par de zapatillas. Elegimos las Nike Air Max
Tavas y comparamos el precio en el mismo canal de comercialización:
Mercado Libre. Contrastando con México, una economía
supuestamente más competitiva que la argentina, comprobamos que
allí se venden al equivalente de 1.280 pesos argentinos, mientras que
aquí cuestan 2.936, más del doble. Observando esta diferencia es
claro que cualquier argentino preferiría abrir el país a la importación
de zapatillas ya que esto se reflejaría en un incremento de su poder
adquisitivo: con el mismo salario podría comprar más zapatillas.
Sin embargo, uno de los factores que permiten que México tenga
esos costos son sus bajos niveles salariales. El salario mínimo se
ubica en 100 dólares por mes, contra 504 dólares en Argentina. Esta
diferencia nos muestra las dos caras de la moneda salarial, el
principio de partida doble: podríamos decir que el costo laboral de
Argentina multiplica por cinco al de México, pero también podríamos
decir que los trabajadores de Argentina ganan como mínimo cinco
veces más que los de México.
Pero, como se sabe, el valor de los salarios en dólares puede ser poco
informativo sobre su poder de compra. Lo que importa es la
comparación de ese salario con los precios internos de cada
economía. Pues bien, si evaluamos los salarios de ambos países en
términos de nuestras zapatillas, veremos que mientras que en
Argentina un salario mínimo equivale a casi 3 pares de nuestras
zapatillas “caras”, en México un salario mínimo apenas alcanza para
comprarse 1,5 pares. En otras palabras: la competitividad del
trabajador mexicano se basa en buena medida en su incapacidad de
adquirir un par de zapatillas y, simétricamente, la falta de
competitividad del trabajador argentino se explica por la posibilidad
de poder comprar más zapatillas.
Caminos
El salario promedio del sector privado registrado en Argentina se
ubica en torno a los 21.000 pesos por mes. Ese salario compra unos
3. 7 pares de las zapatillas en cuestión. Lamentablemente, el actual
gobierno parece considerar sólo dos vías conocidas para “recuperar la
competitividad”. La primera, que es mera declamación, consistiría en
reducir el salario del sector privado de esos 21.000 pesos a unos
4.000, algo claramente inviable desde cualquier punto de vista. La
otra vía, algo más indirecta y que goza de mejor prensa, es la
devaluación. Si Argentina quisiera alcanzar la competitividad de
México, el tipo de cambio tendría que pasar de los actuales 16 pesos
a unos 80. Como el lector se dará cuenta, una devaluación del 400%
también es claramente inviable.
Pero existe una tercera vía, más paulatina pero que en algún
momento resulta en ese mismo escenario: la apertura de las
importaciones. A medida que la economía se abra a la importación de
productos cuyo costo laboral es cinco veces más bajo que el local, la
presión sobre el aparato productivo avanzará, en primer lugar, por
vía del desempleo. Las fábricas locales que no puedan competir con
esos costos deberán cerrar y sus operarios terminarán en la calle. Esa
masa creciente de trabajadores morigerará los reclamos paritarios,
hecho que hoy se ve reflejado por ejemplo en la dinámica del sector
metalúrgico y su principal sindicato, la UOM, cuyo zapato aprieta
fuerte y obliga a los trabajadores a elegir entre “salarios y empleo”.
Sin embargo, por más que el desempleo aumente, sigue siendo
impensable que los trabajadores argentinos acepten un salario cinco
veces menor. Pero la historia argentina nos muestra cómo se
terminan resolviendo estas tensiones resultantes de una economía
que se abre a la competencia externa: en 2001, cuando el desempleo
finalmente superó el 20% y el gobierno intentó reducir los salarios
por ley y/o decreto, nuestra moneda experimentó una devaluación
entre puntas de más del 300%. Finalmente Argentina recuperó su
“competitividad”, pero a costa de la peor crisis económica, política y
social de su historia.
Como la experiencia reciente resulta ilustrativa de los riesgos de
mejorar los costos por vía de bajar salarios (ya sea directa o
indirectamente), el argumento “pro-competitividad” suele mutar
hacia lo siguiente: “Es cierto, nadie quiere recuperar la
competitividad a costa de los trabajadores porque, además, ellos no
son los culpables; el culpable es el Estado, porque el alto costo
laboral argentino se explica por la cantidad de impuestos que se
pagan sobre los salarios”. La idea es conocida: una carga tributaria
en torno al 35% sobre los salarios sería la responsable no sólo de la
falta de competitividad sino de la alta informalidad laboral. La fórmula
sería la del 35-35: el 35% de impuestos es responsable del 35% de
los trabajadores en negro. Las empresas, al no poder enfrentar esa
carga tributaria, se verían obligadas a mantener a sus trabajadores
en la informalidad. De esto se sigue que una misma medida
4. permitiría a la vez bajar la informalidad y recuperar la
competitividad: reducir las cargas tributarias que pesan sobre el
salario.
El gráfico “Cargas tributarias...” muestra que, para sorpresa de
muchos, la relación entre impuestos sobre la nómina salarial e
informalidad laboral es negativa en América Latina. Es decir, menores
cargas tributarias no generan menores niveles de informalidad y por
lo tanto reducir los “impuestos al trabajo” no contribuye a una mayor
formalización. En Perú, por ejemplo, la carga tributaria es de 18% y
la informalidad de 53%. La literatura que analiza esta relación suele
indicar que la causalidad entre impuestos e informalidad es
exactamente la inversa a la que pretenden quienes proponen reducir
las cargas tributarias: no son los altos impuestos los que causan la
informalidad, sino que las economías que tienen altas tasas de
informalidad suelen contar con una baja capacidad para gravar a sus
contribuyentes y por lo tanto tienen bajos niveles de carga tributaria.
Pero aun si estos argumentos y la evidencia empírica no fueran
suficientes para comprender los verdaderos problemas que enfrenta
nuestra economía para mejorar su competitividad, se podría argüir
que, sea como sea, lo que ocurre finalmente es que países con
salarios más bajos en dólares son más competitivos que Argentina y
lo que hacen es invadir a nuestro país con importaciones que
ingresan a precios de venta sensiblemente más bajos que los locales,
con los efectos negativos que esa dinámica implica en materia de
empleo y de desarrollo de la industria local.
El argumento, una vez más, debe ser puesto en cuestión. En la tabla
“Importaciones...” se muestran los salarios en dólares de los
principales socios comerciales de Argentina para el año 2015. Lo que
se podría esperar, siguiendo esta línea de razonamiento, es que, a
mayor diferencia salarial, mayor sea el peso de ese país en las
importaciones que ingresan al país. Sin embargo, la situación es muy
otra. En primer lugar, para nuestro principal socio comercial, Brasil,
esta interpretación es errónea, puesto que ignora la naturaleza
“administrada” del intercambio comercial en el marco del Mercosur.
Por esta razón, en la tabla se observa que, con la salvedad de China,
el 60% de las importaciones proviene de economías cuyos salarios en
dólares son mayores que los nuestros. Esta situación es
sencillamente el reflejo de que en el mundo actual otros factores,
como la tecnología y la escala, resultan mucho más decisivos para
comprender los patrones del comercio internacional (y, con ello, el
grado de desarrollo de cada aparato industrial) que los salarios.
Sin atajos
La experiencia pos-convertibilidad ha ayudado traumáticamente a
5. que cada vez más personas comprendan que perseguir la
competitividad a cualquier costo (devaluación) o abrirse a un mundo
más barato son fórmulas que sólo pueden terminar en una crisis.
Ante esta encrucijada, en la actualidad algunos analistas y
responsables de política económica vuelven a traer un viejo y trillado
ejemplo para nuestro supuestamente frustrado destino económico:
Australia. Este país sería un ejemplo exitoso de un modelo primario-
exportador que permite disfrutar de altos niveles de ingreso y
desarrollo a sus habitantes.
La literatura que desmitifica este punto es abundante y buena. Para
no repetir argumentos, simplemente diremos que, cuando se analizan
los factores centrales que explican el despegue de Australia, es decir
la dotación de recursos naturales y la población, se puede decir que,
grosso modo, aquel país cuenta con la mitad de la población de
Argentina y más del doble de recursos naturales. La cuenta es
sencilla: para que Argentina sea Australia necesita no una sino cuatro
“pampas húmedas”.
Argentina no puede competir con los principales productores de
manufacturas industriales. Este hecho muchas veces es señalado
como una “falta de competitividad” por parte de nuestro país, y los
salarios y el Estado suelen ser considerados los principales
responsables del “alto costo argentino”. Aunque se trata de un debate
largo y complejo, lo que se debe comprender es que importar un
producto es también importar las condiciones de trabajo bajo las que
ese producto es generado. El bajo costo de las manufacturas de
origen importado es el reflejo, entre otras cosas, de los bajos costos
laborales de países como China, Malasia o México, por citar sólo
algunos ejemplos. Lamentablemente, en la mayoría de los casos el
bajo costo laboral es reflejo del bajo nivel salarial y, con ello, del
poder adquisitivo y de las condiciones de vida de los trabajadores de
las potencias manufactureras.
La experiencia internacional muestra que los ejemplos de desarrollo
productivo exigen décadas de políticas altamente planificadas, con el
Estado liderando el proceso e interviniendo en la economía, para
torcer el resultado del “mercado” en beneficio de un proyecto
nacional. El rumbo que debe seguir Argentina para desarrollarse es
una cuestión de legítima y necesaria discusión. Pero nos permitimos
aportar a ese debate que medidas como abrir indiscriminadamente la
economía, intentar bajar los salarios y los impuestos o apostar a un
modelo exclusivamente agro-exportador no son las vías más
adecuadas.
Cargas tributarias e informalidad laboral
6. Fuente: elaboración propia en base a CEPAL.
Importaciones y salarios
Fuente: elaboración propia en base
a INDEC y OIT.