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LA DIVINA PROVIDENCIA
Por el R.P. Luis Claudio Camargo
Tomado de Iesus Christus n°128
A consideración de la Divina Providencia está toda llena de grandes contrastes. ¿Qué hay de tan simple como
una madre mostrándole a su hijo la creación y enseñándole que el Buen Dios hizo todas las cosas con perfección
y amor? ¿Qué puede ser tan insondable como los misteriosos designios de Dios en el gobierno de este mundo?
El tema puede abrirse y extenderse hacia todas las direcciones. Podríamos dedicarnos a considerar cómo toda la
creación manifiesta la justicia y la misericordia de Dios; podríamos ponernos a refutar a los fatalistas o a los
materialistas; podríamos dedicarnos a enfrentar el complejo acuerdo de la perfección de la Providencia y la
evidencia de los males de este mundo. Podríamos preguntarnos cómo puede conjugarse el gobierno divino de la
creación y la libertad de sus criaturas racionales. Podríamos preguntarnos cómo puede ser que Dios gobierne
todas las cosas y permita que el hombre peque.
Yendo en la dirección opuesta, también podríamos acercarnos a los Santos pues, de hecho, toda la vida de los
Santos es un poema de fidelidad y gratitud a la Providencia de Dios.
Podríamos... Pero conviene que en tema tan amplio no nos quedemos dispersos y apuntemos a una dirección
clara. Y cada paso dado nos hará más fácil el siguiente.
PRIMERAS NOCIONES
Comencemos, entonces, por el principio. Antes de preguntar si compete a Dios la Providencia, preguntémonos
qué cosa es "providencia".
Buscando la palabra en el diccionario de la Real Academia Española encontramos varios sentidos. El primero de
ellos es: "Disposición anticipada o prevención que mira o conduce al logro de un fin". En la misma línea, el
Padre Antonio Royo Marín trae la etimología de la palabra dando dos orígenes. Del griego, pro — veo que
significa "mirar a favor de algo ". Del latín, procul videre que significa "ver de lejos ".
Encontramos entonces elementos importantes en esta aproximación literaria. La providencia es una disposición
que está en la inteligencia, que mira a los bienes de este mundo en orden a disponerlos a su fin. Así lo hace Santo
Tomás, que la define como la razón del orden de las cosas al fin.
La prudencia es la virtud que hace el paso, por decirlo así, entre el conocimiento de los principios universales y
el caso concreto y particular que tenemos delante. Es el saber ordenar las cosas o actos conforme a la sabiduría.
Es —por tanto— la virtud por excelencia del gobernante, del rey. Es la virtud del jefe de familia. Pero es
también la virtud de todo cristiano, pues no puede haber ningún acto bueno que no sea prudente. La providencia
es una de las partes integrales de la virtud de la prudencia, que radica en el intelecto práctico.
"Como hemos expuesto en otro lugar, la prudencia trata propiamente de los medios, y es función suya principal
ordenarlos deforma apropiada al fin. Si bien hay cosas necesarias para el fin que dependen de la Providencia
Divina, dependen, sin embargo, de la prudencia humana solamente acciones contingentes que puede realizar el
hombre en función del fin. (...) De ahí que los futuros contingentes pertenecen a la prudencia en cuanto
ordenables por el hombre al fin último de la vida humana. Pero ambos elementos van implicados en la idea de
«providencia». En efecto, la providencia implica relación a algo distante, hacia lo cual debe ordenarse cuanto
suceda en el presente. Por eso la providencia es parte de la prudencia".
Y la providencia no es una simple parte de la prudencia sino su parte principal, de donde hasta saca su nombre.
Sus otras partes integrales (memoria, entendimiento, docilidad, sagacidad, razón, circunspección, precaución) se
ordenan a la providencia:
"Por eso, en cualquier totalidad debe haber una parte formal y predominante, de la cual reciba la unidad el todo.
En este sentido, la providencia es la parte principal de la prudencia, ya que todas las demás cosas requeridas para
ella son necesarias a efectos de ordenar algo directamente al fin. De ahí que el nombre mismo de prudencia se
toma de la palabra providencia o previsión, como función principal de la misma".
Así, pues, un hombre prudente es aquel que sabe prever, es decir, "ver antes" que las cosas sucedan, lograr ver en
las circunstancias y hechos la conclusión esperada, y prepararse y disponerse a sí mismo y a las cosas, de manera
que tal o cual circunstancia o hecho no le sea adversa sino favorable a su fin.
Aquí encontramos los dos elementos principales señalados en las etimologías y definiciones de los diccionarios:
la primera es la inteligencia de los efectos futuros en las causas presentes, la capacidad de anticipar lo que está
implícito en las cosas; y la segunda es disponer las cosas conforme a su fin.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
Corresponde entonces ahora que nos preguntemos si hay providencia en Dios.
La primera, pero no la principal de las objeciones, es la de los ateos y materialistas que niegan a Dios mismo y
—por lo tanto— su providencia. Santo Tomás, comentando el primer artículo del Credo, dice:
"Este nombre «Deus» no significa otra cosa que gobernador y providente de todas las cosas. Así, pues, cree en
Dios el que cree que Él gobierna todas las cosas de este mundo y es su Providencia. Pero el que cree que todas
las cosas provienen de la casualidad, ese tal no cree en Dios ".
Y concluye afirmando que es tan evidente el orden en la creación, que sólo un necio puede pensar que las cosas
proceden de la casualidad.
Una objeción que quizás sea un poco más fuerte, es la de que Dios no se ocupa de sus criaturas.
Si ponemos atención a lo que nos decía el Doctor Angélico en la cita anterior, nos daremos cuenta de que casi
identifica la noción de providencia con la de creación. Intentemos acercarnos un poco a su pensamiento.
El mismo argumento aparece en la cuestión directamente dedicada por Santo Tomás a la providencia divina:
"Es necesario que haya providencia en Dios. Hemos demostrado que todo el bien que hay en las cosas ha sido
creado por Dios. Pero en las cosas hay bien no sólo por lo que se refiere a su naturaleza, sino además, en cuanto
al orden que dicen al fin y especialmente al fin último, que es la Divina Bondad, según hemos visto. Por tanto, el
bien del orden que hay en las criaturas ha sido creado por Dios. Pero como Dios es causa de las cosas por su
entendimiento, es preciso que preexista en él la razón de cada uno de sus efectos —como ya vimos— de donde
hay que concluir que es necesario que preexista en la mente divina la razón del orden que hay en las cosas con
respecto a sus fines. Ahora bien: la razón del orden de las cosas a sus fines es, precisamente, la providencia ".
El Santo Doctor está diciendo que Dios, al crear las cosas, les dio una naturaleza, un modo de ser. Creó cada cual
conforme a su pensamiento. Y en el mismo acto de crear también le dio un orden, cada cual con su función en el
todo de la creación. Y todas las criaturas ordenadas entre sí, como una bellísima sinfonía, están también
ordenadas al fin último, que es la gloria de Dios. La razón (ratio) de este orden de las criaturas, tanto entre ellas
mismas como en relación a Dios, es lo que llamamos "Providencia Divina", porque "previo " todas las cosas y
les ha dado un lugar con peso, con orden y con medida.
Pero... ¿acaso la "Providencia" no es el cuidado que Dios tiene de nosotros? ¿No es la atención con que Dios
dispone todas las cosas en orden a nuestra salvación? Así presentada, la Providencia parece algo muy frío, muy
distante: las ideas que Dios tiene de nosotros desde siempre, eternamente, y que llevaron a cabo en el momento
de la creación. Entonces, ¿Dios no cuida de nosotros? Entonces, ¿tienen razón los deístas que presentan a Dios
desinteresado de sus criaturas?
Santo Tomás, respondiendo a esta objeción dice:
"En la providencia hay que distinguir cuidadosamente entre el orden de las cosas a sus fines —que es lo propio
de la providencia— y la ejecución de ese orden, que constituye más bien el gobierno divino. Lo primero es
eterno; lo segundo, temporal".
Sí, Dios se ocupa de nosotros, conduce todas las cosas conforme a su providencia, conforme a lo que pensó
desde el inicio y antes del inicio.
Pero, ¿Dios se ocupa de todas las cosas? ¿De todas? ¿Aún de las más insignificantes? Todas las cosas creadas,
sin excepción, por el mismo hecho de que fueron creadas, tienen a Dios por causa, que todo lo ordenó a la
manifestación de su infinita bondad y gloria: las aves del cielo y los lirios del campo, los cabellos de nuestra
cabeza.
PROVIDENCIA Y LIBERTAD
Dios gobierna todas las cosas conforme a su Providencia, y nada escapa a su acción, y no cae ni una hoja de un
árbol sin que Dios quiera o permita. Se podría objetar entonces: ¿de qué sirve afanarse y preocuparse en esta
vida? Todo sucederá inevitablemente como está previsto, y nosotros no podemos hacer nada.
Podemos caer en el mismo fatalismo de los paganos antiguos, que miraban las estrellas, no entendiendo los
grados en la creación, y por lo tanto grados también en el modo de sumisión a la Divina providencia, porque la
piedra se somete a Dios siendo piedra, el pájaro volando y el pez nadando. Las criaturas obedecen a Dios siendo
lo que son. Pero al hombre y al ángel los hizo libres. Entonces, Dios quiere que el hombre y el ángel se sometan
a la Divina Providencia entendiendo y queriendo lo que entendieron. La sumisión a la Divina Providencia no
puede suponer la destrucción de la libertad, pues fue Ella misma la que dispuso al hombre libre.
"Por esta razón ha preparado causas necesarias para ciertos efectos necesarios, a fin de que produjesen
necesariamente, así como también ha dispuesto causas contingentes para los que deben acontecer de una manera
contingente (y libre), según la respectiva condición de las causas próximas".
Las virtudes teologales serán los principios más altos de nuestra unión a Dios y, en consecuencia, a su
providencia. Es la fe la que puede revelarnos el sentido y razón de todas las cosas; es la esperanza la que dirige
nuestros deseos a Dios mismo, nuestro fin último, y que nos hace capaces de sobrepasar los bienes perecederos;
pero es especialmente la caridad la que nos hace responder con amor al Amor, que es la intención más alta del
gobierno de Dios.
De esta manera, nuestra docilidad a la Providencia no tiene nada de fatalista, ni tampoco de quietista. Situados
ante las circunstancias, debemos medir, deliberar, considerar las conveniencias o inconveniencias, pedir consejo,
esperar el momento oportuno y entonces actuar, sabiendo que libremente hacemos lo que dios quiere. Y si las
circunstancias son de tal modo difíciles y graves , nuestra pobre virtud de la prudencia no dejará de ser
apoyada por el espíritu santo con su don de consejo.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
no de los problemas más angustiosos que puede plantearse la pobre inteligencia humana en torno a la
providencia y gobierno de Dios sobre todas las criaturas, es la existencia del mal en el mundo. Es un hecho
indiscutible que en el mundo existen toda clase de dolores, sufrimientos, crímenes y desórdenes.
¿Cómo se explica la existencia de estos males, si todo está regido por la providencia de Dios? ¿Cómo puede
compaginarse su bondad paternal con la cantidad de males que afligen a la humanidad?
La doctrina de la Iglesia respecto al mal que existe en la creación, a pesar de haber sido hecha buena por Dios,
queda resumida en el siguiente texto de León XIII:
"La Iglesia, aun concediendo derechos sola y exclusivamente a la verdad y a la virtud, no se opone, sin embargo,
a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para
evitar un mal mayor o conservar un mayor bien. Dios mismo, en su providencia, aun siendo infinitamente bueno
y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se
impidan mayores bienes y en parte para que no se sigan mayores males. Justo es imitar en el gobierno político al
que gobierna el mundo. Más aún: no pudiendo la autoridad humana impedir todos los males, debe «permitir y
dejar impunes muchas cosas que son, sin embargo, castigadas justamente por la divina providencia» (San
Agustín). —Pero en tales circunstancias, si por causa del- bien común, y únicamente en atención a él, puede y
aun debe la ley humana tolerar el mal, no puede, sin embargo, ni debe jamás aprobarlo ni quererlo en sí mismo.
Porque siendo el mal por su misma esencia privación de un bien, es contrario al bien común, el cual el legislador
debe buscar y debe defender en la medida de todas sus posibilidades. También en este punto la ley humana debe
proponerse la imitación de Dios, quien al permitir la existencia del mal en el mundo, «ni quiere que se haga el
mal, ni quiere que no se haga; lo que quiere es permitir que se haga, y eso es bueno». Sentencia del Doctor
Angélico, que encierra en pocas palabras toda la doctrina sobre la tolerancia del mal".
Papa enseña, por lo tanto:
Que el mal es por su misma esencia la privación de un bien debido; % Que Dios mismo, en su providencia,
permite la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte
para que no se sigan mayores males; Que Dios no quiere el mal en sí mismo, sino sólo permitir que se haga.
EXISTENCIA Y NATURALEZA DEL MAL
Santo Tomás de Aquino trató varias veces acerca del problema del mal. Trataremos de resumir su enseñanza.
El mal se opone al bien, y el bien coincide con el ser. Por lo cual, el mal no tiene perfección ni ser. Es una
privación, es decir, la ausencia de una cualidad o perfección en un ser que debería naturalmente poseerla.
Entonces, ¿el mal no existe? El mal absoluto no existe porque es la nada. Lo que existe es el sujeto privado de un
bien que le corresponde, y en ese sentido decimos que existe el mal.
El mal es una privación, una negación en el seno de una sustancia. No podría existir sin la existencia de alguna
sustancia en el seno de la cual pueda establecerse la privación. Por ejemplo, si existe un ciego es porque hay un
hombre, que es el sujeto, privado de la vista. Por lo tanto, la privación de un bien no puede existir sin un sujeto al
que afecte. Un sujeto es necesariamente un ser y por lo tanto, un bien, pues el bien y el ser se identifican entre sí.
Pero no el bien opuesto o contrario al mal (pues dos contrarios no caben en el mismo sujeto), sino otro bien. Por
ejemplo, el sujeto de la ceguera no es la visión (de la cual ella es privación) sino el hombre o animal ciego.
Así, el sujeto del mal puede ser la sustancia misma (por ejemplo, el hombre), o la operación de esa sustancia (por
ejemplo, las acciones del hombre). Afecta la sustancia cuando la priva de un bien que podría y debería tener (por
ejemplo, la ceguera en el hombre); se refiere a la acción cuando le falta la medida y el orden requerido (por
ejemplo, un pecado).
La relación que se establece entre el mal y el sujeto que le sirve de soporte jamás puede ser tal que llegue a
consumir o destruir totalmente el bien; de lo contrario el mal se consumiría y se destruiría a sí mismo, al faltarle
el sujeto donde radicar. El mal es como el vacío que abre una ventana en la pared: si aumentamos el tamaño de la
ventana de tal suerte que destruya por completo la pared, nos quedamos sin pared y sin ventana al mismo
tiempo. Por donde se ve que el mal absoluto (es decir, sin ningún sujeto bueno donde resida) no existe ni puede
existir: se destruiría por completo a sí mismo.
¿Tiene al mal una causa? Sí, de algún modo, todo mal tiene una causa, ya que todo lo que subsiste en un sujeto,
debe tener una causa, en sí o extrínseca. Ahora bien, la causa del mal es el bien. El hecho de ser causa no puede
convenirle más que al bien, porque nada puede ser causa sino en la medida en que existe; pero todo lo que existe
(en tanto que es ser) es un bien.
Examinaremos los cuatro géneros de causas para aclarar más el tema.
A) Causa material: El bien es sujeto del mal y por lo tanto se comporta a modo de causa material.
B) Causa formal: El mal no la tiene porque consiste en la privación de una "forma" (la ceguera consiste en la
privación de la vista).
C) Causa eficiente: El bien es causa indirecta del mal. Es decir que un bien causa otro bien, pero con un defecto.
Este defecto puede provenir:
- De los principios operativos de la acción (por ejemplo, el defecto en el movimiento de un hombre puede
provenir de la ineptitud de sus piernas).
- Del efecto producido por la acción: el mal puede provenir de la misma virtud activa del agente (cuando a la
forma intentada por el agente se sigue la privación de otra forma: a la forma del fuego acompaña la privación de
la forma del aire), de un defecto del mismo agente (como vimos arriba), o de una indisposición de la materia en
que obra el agente (por ejemplo, el fuego no puede quemar porque la madera está mojada).
"Dios mismo, en su providencia, aun siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la
existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte para que no
se sigan mayores males" (S.S. León XIII)
Querer sino lo que desea, y todo lo deseable tiene razón de bien (real o aparente), a lo cual se opone el mal. Nos
podemos equivocar apeteciendo una cosa que nos parece un bien (pecado) aunque en realidad sea un mal; pero
no podemos querer el mal en cuanto tal porque es contradictorio. objeto propio de la voluntad, es decir aquel que
la mueve a obrar, es el bien (real o aparente).
Sin embargo, el mal puede ser objeto indirecto de la intención. Queremos un bien para alcanzar el cual, debemos
aceptar un mal. Por ejemplo, el capitán de un barco decide tirar la carga al mar para aligerar el peso y salvarlo en
una tempestad.
Para finalizar este examen sobre la naturaleza del mal, podemos decir que el mal se puede dar en dos órdenes
distintos:
A) En el orden físico: se da por defectos "naturales": dolores, enfermedades, catástrofes de la naturaleza, etc.
B) En el orden moral (el relativo a las acciones voluntarias de las criaturas racionales y libres): el mal se divide
en:
- Mal de culpa: se produce cuando a la acción voluntaria le falta la debida ordenación al fin señalado por Dios;
es el pecado.
- Mal de pena: es el castigo impuesto por Dios al pecador.
MAL DE CULPA Y MAL DE PENA
A) EL MAL DE CULPA O PECADO
El pecado es un acto humano desordenado, es decir, privado de la debida ordenación al fin último de la criatura,
que es Dios. El sujeto del pecado es la acción voluntaria de la criatura racional.
Como ya se dijo, toda acción es buena en cuanto es, en cuanto tiene ser. Pero la naturaleza del bien requiere la
plenitud del ser. Los escolásticos dicen: "bonum ex integra causa". Y por eso, si a una acción le falta la debida
ordenación al fin último, se convierte en pecado, aunque conserve la "bondad natural" (no moral) que tiene por
el hecho de ser. La falta de ordenamiento al fin sólo puede producirse por la libre voluntad de la criatura
racional, por lo tanto el pecado sólo se da en los seres racionales: un animal no puede pecar.
Por ser un acto voluntario, el pecado procede de la voluntad del pecador que se aparta del orden puesto por Dios
hacia la salvación. Las causas externas a la voluntad que la solicitan al mal no pueden forzarla (los malos
ejemplos, el demonio, etc.).
¿Dios es causa del pecado? De ningún modo, ni directa ni indirectamente. Es cierto que Dios concurre
"físicamente" a la acción del pecador, pero únicamente en cuanto acción, es decir en cuanto le da el ser. Pero de
ningún modo procede de Dios el "defecto" de la acción (que es propiamente el desorden que la vuelve un
pecado), ya que esto proviene exclusivamente de la defectibilidad de la libertad humana, que puede inclinarse
hacia un bien aparente tomándolo equivocadamente como un bien real.
Pero cabe objetar aquí: es cierto que Dios no tiene nada que ver con el defecto existente en el libre albedrío del
hombre, y no le alcanza la responsabilidad del pecado; pero dado que Dios conoce todas las cosas de antemano y
previendo con toda certeza que, si mueve a la acción al pecador estando su voluntad inclinada al mal, se
producirá de hecho el pecado, ¿por qué lo mueve a la acción?
La respuesta plenamente satisfactoria a esta pregunta es para nosotros un misterio. De todas maneras, algo tiene
que decirnos el hecho de que Dios nos ha creado completamente libres. Únicamente puede justificarse el mérito
de la acción o la responsabilidad del pecado, si Dios respeta nuestra libertad, sea que se incline al bien real o al
aparente. El mérito consiste en hacer voluntariamente el bien, pudiendo no hacerlo o pudiendo hacer el mal; y el
pecado consiste en lo contrario. Dice el libro del Eclesiástico: "Quién pudo prevaricar y no prevaricó, hacer el
mal y no lo hizo? Su dicha se consolidará y la asamblea publicará sus alabanzas".
En síntesis, Dios no quiere el "mal de culpa", el pecado, ni en sí mismo ni como un medio para alcanzar un fin.
Pero lo permite, es decir, no lo impide, porque ha dado la libertad al hombre y porque puede hacer que del
pecado surjan efectos buenos, como por ejemplo: la revelación de su justicia y misericordia, la prueba moral de
los buenos, el castigo de los malos mediante sus propios pecados o de los otros. En esta vida muchas veces no
vemos el sentido de esta permisión de Dios, pero otras veces lo vemos con el paso del tiempo. En la gloria
podremos ver cómo todo en nuestras vidas fue ordenado por Dios para su mayor gloria y gozo de los que se
salven.
B) EL MAL DE PENA O CASTIGO DEL PECADO El pecado implica un desorden de la voluntad respecto de
su fin: el pecador elige una criatura en lugar de Dios. Para retomar el orden perturbado por el pecado existe el
mal de pena. Todo pecado entraña la obligación de sufrir una pena o castigo.
Como el pecado es una acción desordenada que procede de un agente voluntario (el pecador), el sujeto de la
pena no es la acción misma sino la persona que comete el pecado.
¿Quién impone la pena o castigo? La causa de la pena es el principio del orden violado. Ahora bien, podemos
distinguir tres órdenes en los cuales se encuentra contenida la voluntad humana:
- El orden de la recta razón.
- El orden de los que gobiernan exteriormente.
- El orden universal del gobierno divino.
Cada uno de estos órdenes es perturbado por el pecado, porque todo el que peca obra contra la razón, contra la
ley humana y contra la ley de Dios. Se hace pues acreedor de una triple pena: una por parte de sí mismo, que es
el remordimiento de su propia conciencia; otra por parte de los hombres, cuyo orden conculcó; y otra por parte
de Dios, por haberse apartado de su ley suprema. Pero, así como la culpa es, en definitiva, la insubordinación de
la acción ante el principio supremo que impone el fin último a la misma, así también la causa de la pena es, en
definitiva, Dios, primer principio y último fin del orden conculcado. El castigo no siempre es instantáneo;
incluso puede darse recién en el Purgatorio.
¿CÓMO AFECTA EL CASTIGO DE DIOS?
Puesto que la voluntad defectible del hombre es la causa próxima del pecado, el castigo de Dios contraría la
voluntad del pecador. Todos los males que caigan sobre el pecador en castigo de su culpa, lo afectan en función
de su voluntad. Esta oposición o contrariedad puede ser la voluntad actual, habitual o la inclinación natural. Por
eso puede ocurrir que el pecador no se dé cuenta de que está siendo castigado por su pecado: el castigo no
siempre es instantáneo; incluso puede darse recién en el Purgatorio.
¿PARA QUÉ CASTIGA DIOS AL HOMBRE?
El castigo de Dios tiene la finalidad de reparar el desorden de la justicia producido por el pecador. El que se ha
permitido voluntariamente un placer desordenado, es justo que sufra según el orden de la justicia divina algún
dolor o pena contraria a su voluntad. La finalidad del castigo es compensar con esta contrariedad el desorden
producido por el pecado. Según lo explicado arriba, Dios no quiere el mal del castigo en sí, sino que lo permite
por un bien mayor; como el padre no quiere que su hijo sufra, sino que se corrija de sus defectos con el
sufrimiento del castigo. La impunidad es uno de los males que más sublevan el corazón humano: Dios no deja
impunes nuestros pecados, sería contrario a su justicia infinita.
Además de esta finalidad principal, Dios puede castigar para "curar" las potencias del alma (principalmente la
voluntad) que el pecado había desordenado; para reparar el escándalo causado por el pecado; para purificar al
alma en su unión con él, etc.
Sólo en Dios podremos encontrar las respuestas definitivas al problema del mal. Cuando el hombre sufre, sólo
puede hallar la paz en la unión con Dios, por la oración y los sacramentos, en especial la Eucaristía, que es el
alimento y único consuelo verdadero y respuesta definitiva a todos los interrogantes que aquejan al corazón
humano.
¿LA IGLESIA BAJO CASTIGO?
Año 2010, año de terremotos. ¿Cuántos van ya? Estamos cerca de la mitad del año y hemos sufrido dos sismos
violentísimos: uno en Chile y el otro en China.
El de Chile tiene asombrados a los científicos por la inusitada extensión que abarcó el movimiento. Hoy nos
dicen que fueron dos sismos y es posible que hayan sido tres, en línea, en la misma zona. Por eso fue tan
destructivo.
En 1985 este mismo país sufrió otro megasismo de inmenso poder destructivo. Un obispo de la zona se apresuró
en afirmar que Dios no castiga a nadie. Estos son sucesos naturales que no deben interpretarse como castigos de
Dios. Francamente, ¿habrá leído las Sagradas Escrituras el obispo de marras? Casi se puede decir que éstas
comienzan con un castigo espantoso que han de sufrir Adán y Eva y todos sus descendientes. Nos falta espacio y
tiempo para citar los salmos y los profetas que constantemente se refieren a los castigos que se suceden a través
de la historia de Israel.
Con todo, es necesario puntualizar, porque hay una tendencia morbosa en algunos que se creen profetas, o algo
así, y determinan que a ése se le cayó su casa por sus pecados. Recordemos lo que nos enseña Jesucristo cuando
le preguntan si ese hombre nació ciego por sus pecados o por los de sus padres:
"Ni él ni sus padres, sino que ello es para que las obras de Dios sean manifestadas en él".
Y cuando le preguntaron por los dieciocho aplastados por la torre de Siloé:
"¿Pensáis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que de ninguna manera
sino que todos pereceréis si no os convertís".
Los fenómenos naturales se iban a producir de todas maneras hubiese pecado el hombre o no. Pero si no hubiese
pecado, habría habido espectáculos maravillosos donde admiraríamos la fuerza de la naturaleza, manifestación
de la de Dios. Si hoy nos aterran, se debe a nuestro temor a la muerte y a la necesidad de trabajar arduamente
para sobrevivir. Ambos son secuelas del pecado original, por lo que tales fenómenos se han convertido en
castigos que nos llaman a abandonar la vida regalada y a esforzarnos en alcanzar la Patria celestial.
¿EN QUÉ QUEDAMOS? ¿CASTIGA O NO CASTIGA DIOS?
En Fátima, la Santísima Virgen se dignó revelarnos que la guerra, entonces en curso, era un castigo de Dios y
que, si continuábamos pecando, vendría otra peor. Y continuamos... Es más: anunció que Rusia sería el látigo de
Dios. Poco después Lenín iniciaba una matanza que se extendería a casi todo el orbe. ¿Cuántos católicos fueron
torturados y asesinados? Y lo continúan siendo en los países dominados por la ideología más asesina y cruel de
la historia de la humanidad. Y no solo católicos, sino todos los que no estén dispuestos a dejarse esclavizar por el
sistema más arbitrario que haya sido concebido jamás.
Tal parece que los católicos estamos bajo castigo. Pero faltaría el peor, según lo que sabemos del tercer secreto
de Fátima: el asesinato del Sumo Pontífice, seguido del asesinato de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos,
religiosas y laicos de diversa condición. Inmenso castigo y muy merecido. Sin embargo hemos de observar que
estamos ante una revelación privada que siempre tiene un carácter preventivo —si los católicos se corrigen,
como los ninivitas, Dios suspende el castigo— y está sujeto a la interpretación de la Jerarquía.
Bien podría ser que no se trate de una muerte física sino espiritual o moral. Lo que, tal vez, sería peor.
Entretanto, nos ha caído encima uno que no esperábamos. Las noticias nos han humillado. Primero fue
zarandeada la Iglesia en los Estados Unidos, hoy lo es en Irlanda y se anuncia algo similar en Alemania. Por lo
demás, hay rumores que afectan con diversa intensidad a todos los países del mundo. ¡Quién lo hubiera
imaginado! ¿Podemos aún hablar de la Santa Iglesia? La vergüenza nos tiene mudos. El clero católico apostólico
romano es sacudido por la presencia, entre sus miembros, de una verdadera plaga de sacerdotes indignos. ¡Éste
sí que es un castigo! No escapan de las acusaciones ni siquiera algunos obispos, si bien se ha demostrado en
varios casos que se trataba de una grosera calumnia.
Nuestra sorpresa se debe a nuestra ignorancia porque todo esto nos había sido advertido en numerosas
oportunidades. Comencemos por el principio, si bien es forzoso limitarnos a unos pocos ejemplos.
Escuchemos a San Pablo:
"Pues la ira del Dios se manifiesta desde el Cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que
injustamente cohíben la verdad (...) de manera que no tienen excusa; porque conocieron a Dios y no lo
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su insensato
corazón fue oscurecido (...) Por lo cual Dios los entregó a la inmundicia en las concupiscencias de su corazón, de
modo que afrentasen sus propios cuerpos (...) Por esto los entregó Dios a pasiones vergonzosas, pues hasta sus
mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza. E igualmente los varones se abrasaron en
mutua concupiscencia, cometiendo cosas ignominiosas varones con varones, y recibiendo en si mismos la paga
merecida a sus extravíos".
Por cierto que no tengo ningún carisma que me permita interpretar las Sagradas Escrituras; pero puedo proponer
lo que comprendo al leerlas. El lector juzgará si hay alguna razón o no para pensar así.
San Pablo se refiere, en primer lugar a que los hombres injustamente cohíben la verdad. Si hay un siglo que
merece tal caracterización es el nuestro. Los medios se dedican más a desinformar que a informar, cual sería su
verdadera misión. Todos los agentes de corrupción intelectual son premiados y alabados de mil maneras,
mientras los buenos libros son silenciados, como si nunca hubieran sido escritos.
A partir del Concilio, la Jerarquía prefirió la dulzura a la severidad. Suprimió la censura de libros teológicos,
permitió que se difundiera toda suerte de "mensajes celestiales" sin necesidad de pedir autorización al obispo —
salvo Sor Lucía de Fátima, por cierto—; desapareció el índice de libros prohibidos, y, ¡lo que es realmente el
colmo!, teólogos censurados por la Jerarquía preconciliar fueron exaltados de diversas maneras, hasta con el
capelo cardenalicio. Los dislates teológicos más inverosímiles hallaron carta de ciudadanía en los seminarios y
las universidades católicas. Al parecer, tan sólo pequeños grupos son los que hoy se afanan por mantener
inmaculada la santa Tradición.
Todo lo cual nos hace sentirnos dignos de recibir el castigo al que se refiere San Pablo. Pero él mismo señala otra
causal que amerita tan terrible sanción:
"Conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos y su insensato corazón fue oscurecido".
El culto se dedica a glorificar a Dios y a darle gracias. No existe un instrumento mejor para tal menester que
ofrecer al Eterno Padre la muerte redentora de su Hijo. Es en el ofrecimiento del Santo Sacrificio de la Misa
donde se realiza el acto de culto agradable a Dios. ¿Qué es lo que ha ocurrido con este sacrificio en nuestros
días? Una reforma insensata le ha quitado su verdadero carácter, hasta el extremo de que se están produciendo,
un poco por todas partes, misas que son inválidas. E incluso las válidas ya no expresan la teología católica, sino
la protestante. ¿Puede ser agradable a Dios que le ofrezcan el sacrificio de su Hijo envuelto en un lenguaje
ambiguo? Pienso que la mayoría de los sacerdotes ignora el verdadero carácter de la reforma y es inocente de tan
horrible delito. ¿Lo es la Jerarquía que creó tal liturgia?
San Pablo nos señala que el castigo a estos pecados de la inteligencia viene por la vergüenza de la corrupción
biológica. Nada hay más apropiado. Esa inteligencia que se libera de Dios, se ve humillada por el cuerpo que se
libera de sustuición. Tal como les ocurrió a Adán y Eva.
Saltémonos las centurias y aterricemos en el siglo XIX. La Santísima Virgen se apareció a unos pastores en La
Salette. Allí se les mostró como una gran dama, elegantemente vestida. Estaba sentada sobre una piedra y no
cesaba de llorar. Los niños se fueron acercando tímidamente hasta que ella les habló sin dejar de llorar. Entre
otras cosas, les predijo la pérdida de las cosechas, porque los campesinos no guardaban el descanso dominical.
Una vez que hubo ocurrido la catástrofe, los campesinos cesaron de reírse de cuanto decían los niños y
comenzaron las peregrinaciones hacia la santa montaña. La Santísima Virgen, además, les comunicó un secreto
que, finalmente, los niños entregaron a Su Santidad el Papa Pío IX, el cual aprobó el culto en el lugar de las
apariciones, donde se construyó un templo y un monasterio adjunto que habitan monjes que se inspiran en dicho
secreto. Mejor dicho: se inspiraban. Porque, según me han dicho, después del Concilio se ha perdido esta santa
inspiración.
AHORA BIEN, ¿QUÉ REVELA EL SECRETO?
''Las sacerdotes, ministros de mi Hijo, sacerdotes, por sus vidas malvadas, por sus irreverencias y su impiedad en
la celebración de los santos misterios, por su amor al dinero, su amor a los honores y a lo placeres, los
sacerdotes se lian convertido en cloacas de impureza. Sí. los sacerdotes están pidiendo venganza, y la venganza
está suspendida sobre sus cabezas.
"ay de los sacerdotes y de las personas consagradas a Dios, que por sus infidelidades y u vida malvada están
crucificando de nueva a mi Hijo.' Los pecados de las personas consagradas a Dios claman al Ciclo y piden
venganza, y he aquí que la venganza está a sus puertas, pues no queda nadie para implorar misericordia y perdón
para la gente: no hay almas generosas, no queda nadie digno de ofrecer la victima sin mancha al Eterno por el
bien del mundo".
Con tan terribles palabras comienza este gran secreto, dado a los niños en 1846, pero conocido mucho después,
como es natural. De modo que lo que está ocurriendo hoy estaba predicho desde hace un siglo y medio. Si, a
pesar del reconocimiento de las apariciones por el obispo del lugar, usted aún no cree, lea esto:
"En el año . Lucifer junto can un gran número de demonios serán desatados desde el infierno; poco a poco
abolirán la fe, incluso para las personas consagradas a Dios; los cegarán de tal manera ¡¡tic. salvo el cuso de una
gracia particular, esas personas lo marán el espíritu de lo ángeles malignos; algunas casas religiosas perderán
totalmente la fe y se perderán muchas almas".
¿Qué ocurrió en 1864 que corresponda a esta profecía? Nadie puede asegurar que tiene la respuesta al enigma,
pero me hace pensar el siguiente hecho. El aislamiento político de Karl Marx terminó en 1864 con la fundación
de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Aunque él no fue ni su fundador ni su jefe, pronto se
convirtió en su líder espiritual. Su primer encuentro público, convocado por líderes de la unión comercial inglesa
y representantes de los trabajadores, tuvo lugar en la sala de Saint Martin en Londres el 28 de septiembre de
1864. De ahí en adelante, las fantasías comunistas fueron seduciendo a más y más políticos revolucionarios.
¿TODAVÍA NO ESTÁ CONVENCIDO? SIGA LEYENDO:
El vicario de mi hijo tendrá mucho que sufrir porque durante un tiempo la Iglesia será víctima de grandes
persecuciones; será el tiempo ¡le las tinieblas: la Iglesia pasará por una horrorosa crisis. La Santa Fe ele Dios
será olvidada, cada individuo querrá guiarse por si mi sino y ser superior a sus semejantes. Los poderes civiles y
eclesiásticos serán abolidos, todo orden y toda justicia serán pisoteados; no se verán más que homicidios, odio,
envidia, mentira y discordia, sin amor por la patria ni por la familia".
¿No es esto lo que estamos viviendo, sobre todo, a partir del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra
Mundial? Aunque los poderes civiles y religiosos se mantienen en apariencia, carecen de verdadera autoridad
desde el momento en que se declara que la autoridad máxima es el pueblo. Para ganar una elección hay que
adular al pueblo y someterse a sus caprichos. En vez de ser la autoridad la que guía al pueblo hacia el bien
común, el pueblo obliga a la autoridad a proporcionarle bienes privados. Hemos caído en un materialismo sin
precedentes en la historia. Incluso se ha llegado a juzgar como asesinos a los que nos libraron de la tiranía
marxista en una guerra sucia que ha sido olvidada por completo, como si nunca se hubiera librado. La justicia ha
sido pisoteada.
En 1969, el profesor G. May dio su visión de la crisis del celibato en la Iglesia, que recogió Cornelio Faro y del
que destaco su segundo punto; a mi juicio, el más importante. La crisis se debe a la inseguridad de la fe. El Padre
Fabro señala que ésta es la primera causa de ella. El celibato exige un gran sacrificio que carece de sentido
cuando se deja de comprender que la Iglesia Católica es la única Iglesia de Jesucristo.
Cuando más se aparente que las diversas iglesias están más o menos a la par con la Católica, ¿por qué solo el
clero católico es célibe? En verdad, este sacrificio exige una causa absoluta. El ecumenismo, condenado bajo
pena de excomunión por la Jerarquía preconciliar, hoy es practicado sin tapujos desde la misma Roma.
En estas condiciones resulta muy difícil que el celibato se respete y se mantenga. Perdido el carisma, ya puede
esperarse lo peor: corruptio óptima, pesima —la corrupción de lo mejor es la peor— reza el adagio latino.
Continúa Fabro: "La destrucción de la fe objetiva (del contenido de la fe) arrastra consigo la fe subjetiva en el
compromiso. El apelar por la supresión del celibato nace de la falta de fe en el poder de la gracia. Ya no se tiene
confianza en el poder de Dios, que puede el querer y el obrar ".
Muy bien dicho. ¿Podemos continuar asombrados de lo que ocurre? Puestas las causas, se siguen los efectos.
Solamente se asombran los que no han comprendido la revolución conciliar.
En 1917, la Santísima Virgen se aparece a tres pastorcitos en Fátima, Portugal. Rubrica la veracidad de su venida
con un milagro portentoso presenciado por miles de peregrinos y que hoy recordamos como la danza del sol.
También les fue confiado un secreto a los videntes; mejor dicho, tres secretos, cuya última parte o tercer secreto,
fue dado a conocer por Juan Pablo II al final de su pontificado y al que aludíamos más arriba.
Ahora bien: en 1927, la Santísima Virgen indicó a Sor Lucía que había llegado la hora en que el Santo Padre
impusiera la devoción a su Corazón Inmaculado y le consagrase Rusia. Tales medios impedirían la Segunda
Guerra Mundial y obtendrían la conversión de Rusia. Pío XI no creyó y se negó a proceder. Hasta el día de hoy
la Santa Sede sigue dándole las espaldas a la Santísima Virgen. Ni se predica la devoción a su Corazón
Inmaculado, salvo entre los odiados tradicionalistas, ni se consagra Rusia. ¿Merecemos o no el castigo? El
Sagrado Corazón dirá a Sor Lucía: "Dado que siguen el ejemplo del rey de Francia, lo seguirán en su suerte".
Luis XIV tampoco hizo caso de la petición de consagrar Francia y su ejército al Sagrado Corazón y, exactamente
cien años después de la petición, en el mismo día, comenzó la revolución francesa.
Ante el escándalo que nos humilla, nada se saca con pedir perdón. Es necesario hacerlo, pero no remedia nada.
Hay que ir a las causas, señaladas por San Pablo, la Santísima Virgen María, el Padre Fabro y muchísimos otros
testimonios que no podemos agregar en este breve artículo.
Bueno sería que la Jerarquía, agobiada por estas acusaciones, nos llamara a la penitencia. Su Santidad ya lo hizo
en su Carta dirigida a los irlandeses. Porque hay ciertos demonios que no se expulsan tan sólo con la oración,
sino que es necesario añadirle ayunos y mortificaciones. Entretanto, forcemos al Cielo con el instrumento que él
mismo señaló: el rezo del Santo Rosario, y esperemos con paciencia a que, en cuanto Su Santidad consagre
Rusia a su Inmaculado Corazón, vuelva la sensatez a nuestra vapuleada Iglesia.
CONFIANZA EN LA. PROVIDENCIA.
Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos; tanto como el cielo se eleva sobre la tierra, los caminos
del Señor superan a los nuestros". De ahí surgen un sinnúmero de malas inteligencias entre la Providencia y el
hombre que no sea muy rico en fe y abnegación. Señalaremos cuatro.
1° La Providencia se mantiene en la sombra para dar lugar a nuestra fe, y nosotros querríamos ver.
Dios se oculta tras las causas segundas, y cuanto más se muestran éstas más se oculta Él. Sin Él nada podrían
aquéllas; ni aun existirían; lo sabemos, y con todo, en vez de elevarnos hasta Él, cometemos la injusticia de
pararnos en el hecho exterior, agradable o molesto, más o menos envuelto en el misterio. Evita manifestarnos el
fin particular que persigue, los caminos por donde nos lleva y el trayecto ya recorrido.
En lugar de tener una ciega confianza en Dios, querríamos saber, casi osaríamos pedirle explicaciones. ¿Acaso
un niño se inquieta por saber adonde lo conduce su madre, por qué escoge este camino en vez del otro? Por
ventura, ¿no llega el enfermo incluso a confiar su salud, su vida, la integridad de sus miembros al médico, al
cirujano? Es un hombre como nosotros y, sin embargo, hay confianza en él a causa de su abnegación, de su
ciencia y de su habilidad. ¿No deberíamos tener infinitamente más confianza en Dios, médico omnipotente,
Salvador incomparable? Al menos, cuando todo es sombrío en derredor nuestro y ni aun sabemos por dónde
andamos, quisiéramos un rayo de luz.
¡Si supiéramos siquiera darnos cuenta que la gracia es quien obra y que todo va bien! Pero ordinariamente no se
dará uno cuenta del trabajo del divino decorador antes de que esté terminado. Dios quiere que nos contentemos
con la simple fe y que confiemos en Él, con corazón tranquilo, en plena oscuridad. ¡Primera causa de la pena!
2° La Providencia tiene distintas miras avíe nosotros, ya sobre el fin que se -pro-pone, ya sobre los medios
destinados a su consecución.
En tanto no nos hayamos despojado por completo del amor desordenado a las cosas de la tierra, querríamos
encontrar el cielo aquí abajo, o por lo menos ir a él por un camino de rosas. De ahí ese aficionarse, más de lo que
está en razón, a la estima de las gentes de bien, al afecto de los suyos, a los consuelos de la piedad, a la
tranquilidad interior, etc., y que se saboreen tan poco la humillación, las contrariedades, la enfermedad, la prueba
en todas sus formas.
Las consolaciones y el éxito se nos presentan más o menos como la recompensa de la virtud, la sequedad y la
adversidad como el castigo del vicio; nos maravillamos de ver con frecuencia prosperar al malo y sufrir al justo
aquí abajo.
Dios, por el contrario, no se propone darnos el paraíso en la tierra, sino hacer que lo merezcamos tan perfecto
como sea posible. Si el pecador se obstina en perderse, es necesario que reciba en el tiempo la recompensa de lo
poquito que hace bien.
En cuanto a los elegidos, tendrán su salario en el cielo; lo esencial, mientras aquél llega, es que se purifiquen,
que se hagan ricos en méritos. ¡Es tan buena la prueba con este fin! No escuchando sino a su austero y
sapientísimo amor, Dios trabajará por reproducir a Jesucristo en nosotros, a fin de que podamos alcanzar las
bienaventuranzas anunciadas por el Divino Maestro.
Así, la cruz será el presente que Él ofrecerá a sus amigos con más gusto. "Considera mi vida toda llena de
sufrimientos —dijo a Santa Teresa—, persuádete que aquel que es más amado de mi Padre recibe mayores
cruces; la medida de su amor es también la medida de las cruces que envía. ¿En qué pudiera demostrar mejor mi
predilección que deseando para vosotros lo que deseé para mí mismo?" Lenguaje divino y sapientísimo, mas,
¡qué pocos lo entienden! Y ésta es la segunda causa de las equivocaciones.
Hierven nuestras pasiones, el orgullo nos reduce, nuestra voluntad se deja arrastrar. Profundamente heridos por
el pecado, nos parecemos a un enfermo que tiene un miembro gangrenado. Estamos persuadidos de que no hay
para nosotros remedio sino en la amputación, mas no tenemos valor para hacerla con nuestras propias manos.
Dios, cuyo amor no conoce la debilidad, se presta a hacernos este doloroso servicio. En consecuencia, nos
enviará contradicciones imprevistas, abandonos, desprecios, humillaciones, la pérdida de nuestros bienes, una
enfermedad que nos va minando: son otros tantos instrumentos con los que liga y aprieta el miembro
gangrenado, le hiere la parte más conveniente, corta y profundiza bien adentro hasta llegar a lo vivo.
La naturaleza lanza gritos; mas Dios no la escucha, porque este rudo tratamiento es la curación, es la vida. Estos
males que de fuera nos llegan, son enviados para
"Sus juicios son incomprensibles "; no sabríamos penetrar sus motivos, ni atinar con los caminos que escoge
para ponerlos en ejecución. "Dios comienza por reducir a la nada a los que encarga alguna empresa, y la muerte
es la vía ordinaria por la que conduce a la vida; nadie sabe por dónde pasa ". Y, por otra parte, ¿cómo su acción
va a contribuir al bien de sus fieles? .Nosotros no lo vemos y aun frecuentemente creemos ver lo contrario. Mas
adoremos la divina Sabiduría que ha combinado perfectamente todas las cosas, estemos bien persuadidos de que
los mismos obstáculos le servirán de medios y que llegará siempre a sacar de los males que permite el invariable
bien que se propone, es decir, los progresos de la Iglesia y de las almas para la gloria de su Padre.
En consecuencia, si consideramos las cosas a la luz de Dios, hemos de llegar a la conclusión de que muchas
veces los males en este mundo no son males, los bienes no son bienes, hay desgracias que son golpes de la
Providencia y éxitos que son un castigo.

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La divina providencia p. luis claudio camargo

  • 1. LA DIVINA PROVIDENCIA Por el R.P. Luis Claudio Camargo Tomado de Iesus Christus n°128 A consideración de la Divina Providencia está toda llena de grandes contrastes. ¿Qué hay de tan simple como una madre mostrándole a su hijo la creación y enseñándole que el Buen Dios hizo todas las cosas con perfección y amor? ¿Qué puede ser tan insondable como los misteriosos designios de Dios en el gobierno de este mundo? El tema puede abrirse y extenderse hacia todas las direcciones. Podríamos dedicarnos a considerar cómo toda la creación manifiesta la justicia y la misericordia de Dios; podríamos ponernos a refutar a los fatalistas o a los materialistas; podríamos dedicarnos a enfrentar el complejo acuerdo de la perfección de la Providencia y la evidencia de los males de este mundo. Podríamos preguntarnos cómo puede conjugarse el gobierno divino de la creación y la libertad de sus criaturas racionales. Podríamos preguntarnos cómo puede ser que Dios gobierne todas las cosas y permita que el hombre peque. Yendo en la dirección opuesta, también podríamos acercarnos a los Santos pues, de hecho, toda la vida de los Santos es un poema de fidelidad y gratitud a la Providencia de Dios. Podríamos... Pero conviene que en tema tan amplio no nos quedemos dispersos y apuntemos a una dirección clara. Y cada paso dado nos hará más fácil el siguiente. PRIMERAS NOCIONES Comencemos, entonces, por el principio. Antes de preguntar si compete a Dios la Providencia, preguntémonos qué cosa es "providencia". Buscando la palabra en el diccionario de la Real Academia Española encontramos varios sentidos. El primero de ellos es: "Disposición anticipada o prevención que mira o conduce al logro de un fin". En la misma línea, el Padre Antonio Royo Marín trae la etimología de la palabra dando dos orígenes. Del griego, pro — veo que significa "mirar a favor de algo ". Del latín, procul videre que significa "ver de lejos ". Encontramos entonces elementos importantes en esta aproximación literaria. La providencia es una disposición que está en la inteligencia, que mira a los bienes de este mundo en orden a disponerlos a su fin. Así lo hace Santo Tomás, que la define como la razón del orden de las cosas al fin. La prudencia es la virtud que hace el paso, por decirlo así, entre el conocimiento de los principios universales y el caso concreto y particular que tenemos delante. Es el saber ordenar las cosas o actos conforme a la sabiduría. Es —por tanto— la virtud por excelencia del gobernante, del rey. Es la virtud del jefe de familia. Pero es también la virtud de todo cristiano, pues no puede haber ningún acto bueno que no sea prudente. La providencia es una de las partes integrales de la virtud de la prudencia, que radica en el intelecto práctico. "Como hemos expuesto en otro lugar, la prudencia trata propiamente de los medios, y es función suya principal ordenarlos deforma apropiada al fin. Si bien hay cosas necesarias para el fin que dependen de la Providencia Divina, dependen, sin embargo, de la prudencia humana solamente acciones contingentes que puede realizar el hombre en función del fin. (...) De ahí que los futuros contingentes pertenecen a la prudencia en cuanto ordenables por el hombre al fin último de la vida humana. Pero ambos elementos van implicados en la idea de «providencia». En efecto, la providencia implica relación a algo distante, hacia lo cual debe ordenarse cuanto suceda en el presente. Por eso la providencia es parte de la prudencia". Y la providencia no es una simple parte de la prudencia sino su parte principal, de donde hasta saca su nombre. Sus otras partes integrales (memoria, entendimiento, docilidad, sagacidad, razón, circunspección, precaución) se ordenan a la providencia: "Por eso, en cualquier totalidad debe haber una parte formal y predominante, de la cual reciba la unidad el todo.
  • 2. En este sentido, la providencia es la parte principal de la prudencia, ya que todas las demás cosas requeridas para ella son necesarias a efectos de ordenar algo directamente al fin. De ahí que el nombre mismo de prudencia se toma de la palabra providencia o previsión, como función principal de la misma". Así, pues, un hombre prudente es aquel que sabe prever, es decir, "ver antes" que las cosas sucedan, lograr ver en las circunstancias y hechos la conclusión esperada, y prepararse y disponerse a sí mismo y a las cosas, de manera que tal o cual circunstancia o hecho no le sea adversa sino favorable a su fin. Aquí encontramos los dos elementos principales señalados en las etimologías y definiciones de los diccionarios: la primera es la inteligencia de los efectos futuros en las causas presentes, la capacidad de anticipar lo que está implícito en las cosas; y la segunda es disponer las cosas conforme a su fin. LA PROVIDENCIA DE DIOS Corresponde entonces ahora que nos preguntemos si hay providencia en Dios. La primera, pero no la principal de las objeciones, es la de los ateos y materialistas que niegan a Dios mismo y —por lo tanto— su providencia. Santo Tomás, comentando el primer artículo del Credo, dice: "Este nombre «Deus» no significa otra cosa que gobernador y providente de todas las cosas. Así, pues, cree en Dios el que cree que Él gobierna todas las cosas de este mundo y es su Providencia. Pero el que cree que todas las cosas provienen de la casualidad, ese tal no cree en Dios ". Y concluye afirmando que es tan evidente el orden en la creación, que sólo un necio puede pensar que las cosas proceden de la casualidad. Una objeción que quizás sea un poco más fuerte, es la de que Dios no se ocupa de sus criaturas. Si ponemos atención a lo que nos decía el Doctor Angélico en la cita anterior, nos daremos cuenta de que casi identifica la noción de providencia con la de creación. Intentemos acercarnos un poco a su pensamiento. El mismo argumento aparece en la cuestión directamente dedicada por Santo Tomás a la providencia divina: "Es necesario que haya providencia en Dios. Hemos demostrado que todo el bien que hay en las cosas ha sido creado por Dios. Pero en las cosas hay bien no sólo por lo que se refiere a su naturaleza, sino además, en cuanto al orden que dicen al fin y especialmente al fin último, que es la Divina Bondad, según hemos visto. Por tanto, el bien del orden que hay en las criaturas ha sido creado por Dios. Pero como Dios es causa de las cosas por su entendimiento, es preciso que preexista en él la razón de cada uno de sus efectos —como ya vimos— de donde hay que concluir que es necesario que preexista en la mente divina la razón del orden que hay en las cosas con respecto a sus fines. Ahora bien: la razón del orden de las cosas a sus fines es, precisamente, la providencia ". El Santo Doctor está diciendo que Dios, al crear las cosas, les dio una naturaleza, un modo de ser. Creó cada cual conforme a su pensamiento. Y en el mismo acto de crear también le dio un orden, cada cual con su función en el todo de la creación. Y todas las criaturas ordenadas entre sí, como una bellísima sinfonía, están también ordenadas al fin último, que es la gloria de Dios. La razón (ratio) de este orden de las criaturas, tanto entre ellas mismas como en relación a Dios, es lo que llamamos "Providencia Divina", porque "previo " todas las cosas y les ha dado un lugar con peso, con orden y con medida. Pero... ¿acaso la "Providencia" no es el cuidado que Dios tiene de nosotros? ¿No es la atención con que Dios dispone todas las cosas en orden a nuestra salvación? Así presentada, la Providencia parece algo muy frío, muy distante: las ideas que Dios tiene de nosotros desde siempre, eternamente, y que llevaron a cabo en el momento de la creación. Entonces, ¿Dios no cuida de nosotros? Entonces, ¿tienen razón los deístas que presentan a Dios desinteresado de sus criaturas?
  • 3. Santo Tomás, respondiendo a esta objeción dice: "En la providencia hay que distinguir cuidadosamente entre el orden de las cosas a sus fines —que es lo propio de la providencia— y la ejecución de ese orden, que constituye más bien el gobierno divino. Lo primero es eterno; lo segundo, temporal". Sí, Dios se ocupa de nosotros, conduce todas las cosas conforme a su providencia, conforme a lo que pensó desde el inicio y antes del inicio. Pero, ¿Dios se ocupa de todas las cosas? ¿De todas? ¿Aún de las más insignificantes? Todas las cosas creadas, sin excepción, por el mismo hecho de que fueron creadas, tienen a Dios por causa, que todo lo ordenó a la manifestación de su infinita bondad y gloria: las aves del cielo y los lirios del campo, los cabellos de nuestra cabeza. PROVIDENCIA Y LIBERTAD Dios gobierna todas las cosas conforme a su Providencia, y nada escapa a su acción, y no cae ni una hoja de un árbol sin que Dios quiera o permita. Se podría objetar entonces: ¿de qué sirve afanarse y preocuparse en esta vida? Todo sucederá inevitablemente como está previsto, y nosotros no podemos hacer nada. Podemos caer en el mismo fatalismo de los paganos antiguos, que miraban las estrellas, no entendiendo los grados en la creación, y por lo tanto grados también en el modo de sumisión a la Divina providencia, porque la piedra se somete a Dios siendo piedra, el pájaro volando y el pez nadando. Las criaturas obedecen a Dios siendo lo que son. Pero al hombre y al ángel los hizo libres. Entonces, Dios quiere que el hombre y el ángel se sometan a la Divina Providencia entendiendo y queriendo lo que entendieron. La sumisión a la Divina Providencia no puede suponer la destrucción de la libertad, pues fue Ella misma la que dispuso al hombre libre. "Por esta razón ha preparado causas necesarias para ciertos efectos necesarios, a fin de que produjesen necesariamente, así como también ha dispuesto causas contingentes para los que deben acontecer de una manera contingente (y libre), según la respectiva condición de las causas próximas". Las virtudes teologales serán los principios más altos de nuestra unión a Dios y, en consecuencia, a su providencia. Es la fe la que puede revelarnos el sentido y razón de todas las cosas; es la esperanza la que dirige nuestros deseos a Dios mismo, nuestro fin último, y que nos hace capaces de sobrepasar los bienes perecederos; pero es especialmente la caridad la que nos hace responder con amor al Amor, que es la intención más alta del gobierno de Dios. De esta manera, nuestra docilidad a la Providencia no tiene nada de fatalista, ni tampoco de quietista. Situados ante las circunstancias, debemos medir, deliberar, considerar las conveniencias o inconveniencias, pedir consejo, esperar el momento oportuno y entonces actuar, sabiendo que libremente hacemos lo que dios quiere. Y si las circunstancias son de tal modo difíciles y graves , nuestra pobre virtud de la prudencia no dejará de ser apoyada por el espíritu santo con su don de consejo. LA PROVIDENCIA DE DIOS no de los problemas más angustiosos que puede plantearse la pobre inteligencia humana en torno a la providencia y gobierno de Dios sobre todas las criaturas, es la existencia del mal en el mundo. Es un hecho indiscutible que en el mundo existen toda clase de dolores, sufrimientos, crímenes y desórdenes. ¿Cómo se explica la existencia de estos males, si todo está regido por la providencia de Dios? ¿Cómo puede compaginarse su bondad paternal con la cantidad de males que afligen a la humanidad? La doctrina de la Iglesia respecto al mal que existe en la creación, a pesar de haber sido hecha buena por Dios, queda resumida en el siguiente texto de León XIII:
  • 4. "La Iglesia, aun concediendo derechos sola y exclusivamente a la verdad y a la virtud, no se opone, sin embargo, a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para evitar un mal mayor o conservar un mayor bien. Dios mismo, en su providencia, aun siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte para que no se sigan mayores males. Justo es imitar en el gobierno político al que gobierna el mundo. Más aún: no pudiendo la autoridad humana impedir todos los males, debe «permitir y dejar impunes muchas cosas que son, sin embargo, castigadas justamente por la divina providencia» (San Agustín). —Pero en tales circunstancias, si por causa del- bien común, y únicamente en atención a él, puede y aun debe la ley humana tolerar el mal, no puede, sin embargo, ni debe jamás aprobarlo ni quererlo en sí mismo. Porque siendo el mal por su misma esencia privación de un bien, es contrario al bien común, el cual el legislador debe buscar y debe defender en la medida de todas sus posibilidades. También en este punto la ley humana debe proponerse la imitación de Dios, quien al permitir la existencia del mal en el mundo, «ni quiere que se haga el mal, ni quiere que no se haga; lo que quiere es permitir que se haga, y eso es bueno». Sentencia del Doctor Angélico, que encierra en pocas palabras toda la doctrina sobre la tolerancia del mal". Papa enseña, por lo tanto: Que el mal es por su misma esencia la privación de un bien debido; % Que Dios mismo, en su providencia, permite la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte para que no se sigan mayores males; Que Dios no quiere el mal en sí mismo, sino sólo permitir que se haga. EXISTENCIA Y NATURALEZA DEL MAL Santo Tomás de Aquino trató varias veces acerca del problema del mal. Trataremos de resumir su enseñanza. El mal se opone al bien, y el bien coincide con el ser. Por lo cual, el mal no tiene perfección ni ser. Es una privación, es decir, la ausencia de una cualidad o perfección en un ser que debería naturalmente poseerla. Entonces, ¿el mal no existe? El mal absoluto no existe porque es la nada. Lo que existe es el sujeto privado de un bien que le corresponde, y en ese sentido decimos que existe el mal. El mal es una privación, una negación en el seno de una sustancia. No podría existir sin la existencia de alguna sustancia en el seno de la cual pueda establecerse la privación. Por ejemplo, si existe un ciego es porque hay un hombre, que es el sujeto, privado de la vista. Por lo tanto, la privación de un bien no puede existir sin un sujeto al que afecte. Un sujeto es necesariamente un ser y por lo tanto, un bien, pues el bien y el ser se identifican entre sí. Pero no el bien opuesto o contrario al mal (pues dos contrarios no caben en el mismo sujeto), sino otro bien. Por ejemplo, el sujeto de la ceguera no es la visión (de la cual ella es privación) sino el hombre o animal ciego. Así, el sujeto del mal puede ser la sustancia misma (por ejemplo, el hombre), o la operación de esa sustancia (por ejemplo, las acciones del hombre). Afecta la sustancia cuando la priva de un bien que podría y debería tener (por ejemplo, la ceguera en el hombre); se refiere a la acción cuando le falta la medida y el orden requerido (por ejemplo, un pecado). La relación que se establece entre el mal y el sujeto que le sirve de soporte jamás puede ser tal que llegue a consumir o destruir totalmente el bien; de lo contrario el mal se consumiría y se destruiría a sí mismo, al faltarle el sujeto donde radicar. El mal es como el vacío que abre una ventana en la pared: si aumentamos el tamaño de la ventana de tal suerte que destruya por completo la pared, nos quedamos sin pared y sin ventana al mismo tiempo. Por donde se ve que el mal absoluto (es decir, sin ningún sujeto bueno donde resida) no existe ni puede existir: se destruiría por completo a sí mismo. ¿Tiene al mal una causa? Sí, de algún modo, todo mal tiene una causa, ya que todo lo que subsiste en un sujeto, debe tener una causa, en sí o extrínseca. Ahora bien, la causa del mal es el bien. El hecho de ser causa no puede convenirle más que al bien, porque nada puede ser causa sino en la medida en que existe; pero todo lo que existe (en tanto que es ser) es un bien.
  • 5. Examinaremos los cuatro géneros de causas para aclarar más el tema. A) Causa material: El bien es sujeto del mal y por lo tanto se comporta a modo de causa material. B) Causa formal: El mal no la tiene porque consiste en la privación de una "forma" (la ceguera consiste en la privación de la vista). C) Causa eficiente: El bien es causa indirecta del mal. Es decir que un bien causa otro bien, pero con un defecto. Este defecto puede provenir: - De los principios operativos de la acción (por ejemplo, el defecto en el movimiento de un hombre puede provenir de la ineptitud de sus piernas). - Del efecto producido por la acción: el mal puede provenir de la misma virtud activa del agente (cuando a la forma intentada por el agente se sigue la privación de otra forma: a la forma del fuego acompaña la privación de la forma del aire), de un defecto del mismo agente (como vimos arriba), o de una indisposición de la materia en que obra el agente (por ejemplo, el fuego no puede quemar porque la madera está mojada). "Dios mismo, en su providencia, aun siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte para que no se sigan mayores males" (S.S. León XIII) Querer sino lo que desea, y todo lo deseable tiene razón de bien (real o aparente), a lo cual se opone el mal. Nos podemos equivocar apeteciendo una cosa que nos parece un bien (pecado) aunque en realidad sea un mal; pero no podemos querer el mal en cuanto tal porque es contradictorio. objeto propio de la voluntad, es decir aquel que la mueve a obrar, es el bien (real o aparente). Sin embargo, el mal puede ser objeto indirecto de la intención. Queremos un bien para alcanzar el cual, debemos aceptar un mal. Por ejemplo, el capitán de un barco decide tirar la carga al mar para aligerar el peso y salvarlo en una tempestad. Para finalizar este examen sobre la naturaleza del mal, podemos decir que el mal se puede dar en dos órdenes distintos: A) En el orden físico: se da por defectos "naturales": dolores, enfermedades, catástrofes de la naturaleza, etc. B) En el orden moral (el relativo a las acciones voluntarias de las criaturas racionales y libres): el mal se divide en: - Mal de culpa: se produce cuando a la acción voluntaria le falta la debida ordenación al fin señalado por Dios; es el pecado. - Mal de pena: es el castigo impuesto por Dios al pecador. MAL DE CULPA Y MAL DE PENA A) EL MAL DE CULPA O PECADO El pecado es un acto humano desordenado, es decir, privado de la debida ordenación al fin último de la criatura, que es Dios. El sujeto del pecado es la acción voluntaria de la criatura racional. Como ya se dijo, toda acción es buena en cuanto es, en cuanto tiene ser. Pero la naturaleza del bien requiere la plenitud del ser. Los escolásticos dicen: "bonum ex integra causa". Y por eso, si a una acción le falta la debida ordenación al fin último, se convierte en pecado, aunque conserve la "bondad natural" (no moral) que tiene por el hecho de ser. La falta de ordenamiento al fin sólo puede producirse por la libre voluntad de la criatura racional, por lo tanto el pecado sólo se da en los seres racionales: un animal no puede pecar.
  • 6. Por ser un acto voluntario, el pecado procede de la voluntad del pecador que se aparta del orden puesto por Dios hacia la salvación. Las causas externas a la voluntad que la solicitan al mal no pueden forzarla (los malos ejemplos, el demonio, etc.). ¿Dios es causa del pecado? De ningún modo, ni directa ni indirectamente. Es cierto que Dios concurre "físicamente" a la acción del pecador, pero únicamente en cuanto acción, es decir en cuanto le da el ser. Pero de ningún modo procede de Dios el "defecto" de la acción (que es propiamente el desorden que la vuelve un pecado), ya que esto proviene exclusivamente de la defectibilidad de la libertad humana, que puede inclinarse hacia un bien aparente tomándolo equivocadamente como un bien real. Pero cabe objetar aquí: es cierto que Dios no tiene nada que ver con el defecto existente en el libre albedrío del hombre, y no le alcanza la responsabilidad del pecado; pero dado que Dios conoce todas las cosas de antemano y previendo con toda certeza que, si mueve a la acción al pecador estando su voluntad inclinada al mal, se producirá de hecho el pecado, ¿por qué lo mueve a la acción? La respuesta plenamente satisfactoria a esta pregunta es para nosotros un misterio. De todas maneras, algo tiene que decirnos el hecho de que Dios nos ha creado completamente libres. Únicamente puede justificarse el mérito de la acción o la responsabilidad del pecado, si Dios respeta nuestra libertad, sea que se incline al bien real o al aparente. El mérito consiste en hacer voluntariamente el bien, pudiendo no hacerlo o pudiendo hacer el mal; y el pecado consiste en lo contrario. Dice el libro del Eclesiástico: "Quién pudo prevaricar y no prevaricó, hacer el mal y no lo hizo? Su dicha se consolidará y la asamblea publicará sus alabanzas". En síntesis, Dios no quiere el "mal de culpa", el pecado, ni en sí mismo ni como un medio para alcanzar un fin. Pero lo permite, es decir, no lo impide, porque ha dado la libertad al hombre y porque puede hacer que del pecado surjan efectos buenos, como por ejemplo: la revelación de su justicia y misericordia, la prueba moral de los buenos, el castigo de los malos mediante sus propios pecados o de los otros. En esta vida muchas veces no vemos el sentido de esta permisión de Dios, pero otras veces lo vemos con el paso del tiempo. En la gloria podremos ver cómo todo en nuestras vidas fue ordenado por Dios para su mayor gloria y gozo de los que se salven. B) EL MAL DE PENA O CASTIGO DEL PECADO El pecado implica un desorden de la voluntad respecto de su fin: el pecador elige una criatura en lugar de Dios. Para retomar el orden perturbado por el pecado existe el mal de pena. Todo pecado entraña la obligación de sufrir una pena o castigo. Como el pecado es una acción desordenada que procede de un agente voluntario (el pecador), el sujeto de la pena no es la acción misma sino la persona que comete el pecado. ¿Quién impone la pena o castigo? La causa de la pena es el principio del orden violado. Ahora bien, podemos distinguir tres órdenes en los cuales se encuentra contenida la voluntad humana: - El orden de la recta razón. - El orden de los que gobiernan exteriormente. - El orden universal del gobierno divino. Cada uno de estos órdenes es perturbado por el pecado, porque todo el que peca obra contra la razón, contra la ley humana y contra la ley de Dios. Se hace pues acreedor de una triple pena: una por parte de sí mismo, que es el remordimiento de su propia conciencia; otra por parte de los hombres, cuyo orden conculcó; y otra por parte de Dios, por haberse apartado de su ley suprema. Pero, así como la culpa es, en definitiva, la insubordinación de la acción ante el principio supremo que impone el fin último a la misma, así también la causa de la pena es, en definitiva, Dios, primer principio y último fin del orden conculcado. El castigo no siempre es instantáneo; incluso puede darse recién en el Purgatorio.
  • 7. ¿CÓMO AFECTA EL CASTIGO DE DIOS? Puesto que la voluntad defectible del hombre es la causa próxima del pecado, el castigo de Dios contraría la voluntad del pecador. Todos los males que caigan sobre el pecador en castigo de su culpa, lo afectan en función de su voluntad. Esta oposición o contrariedad puede ser la voluntad actual, habitual o la inclinación natural. Por eso puede ocurrir que el pecador no se dé cuenta de que está siendo castigado por su pecado: el castigo no siempre es instantáneo; incluso puede darse recién en el Purgatorio. ¿PARA QUÉ CASTIGA DIOS AL HOMBRE? El castigo de Dios tiene la finalidad de reparar el desorden de la justicia producido por el pecador. El que se ha permitido voluntariamente un placer desordenado, es justo que sufra según el orden de la justicia divina algún dolor o pena contraria a su voluntad. La finalidad del castigo es compensar con esta contrariedad el desorden producido por el pecado. Según lo explicado arriba, Dios no quiere el mal del castigo en sí, sino que lo permite por un bien mayor; como el padre no quiere que su hijo sufra, sino que se corrija de sus defectos con el sufrimiento del castigo. La impunidad es uno de los males que más sublevan el corazón humano: Dios no deja impunes nuestros pecados, sería contrario a su justicia infinita. Además de esta finalidad principal, Dios puede castigar para "curar" las potencias del alma (principalmente la voluntad) que el pecado había desordenado; para reparar el escándalo causado por el pecado; para purificar al alma en su unión con él, etc. Sólo en Dios podremos encontrar las respuestas definitivas al problema del mal. Cuando el hombre sufre, sólo puede hallar la paz en la unión con Dios, por la oración y los sacramentos, en especial la Eucaristía, que es el alimento y único consuelo verdadero y respuesta definitiva a todos los interrogantes que aquejan al corazón humano. ¿LA IGLESIA BAJO CASTIGO? Año 2010, año de terremotos. ¿Cuántos van ya? Estamos cerca de la mitad del año y hemos sufrido dos sismos violentísimos: uno en Chile y el otro en China. El de Chile tiene asombrados a los científicos por la inusitada extensión que abarcó el movimiento. Hoy nos dicen que fueron dos sismos y es posible que hayan sido tres, en línea, en la misma zona. Por eso fue tan destructivo. En 1985 este mismo país sufrió otro megasismo de inmenso poder destructivo. Un obispo de la zona se apresuró en afirmar que Dios no castiga a nadie. Estos son sucesos naturales que no deben interpretarse como castigos de Dios. Francamente, ¿habrá leído las Sagradas Escrituras el obispo de marras? Casi se puede decir que éstas comienzan con un castigo espantoso que han de sufrir Adán y Eva y todos sus descendientes. Nos falta espacio y tiempo para citar los salmos y los profetas que constantemente se refieren a los castigos que se suceden a través de la historia de Israel. Con todo, es necesario puntualizar, porque hay una tendencia morbosa en algunos que se creen profetas, o algo así, y determinan que a ése se le cayó su casa por sus pecados. Recordemos lo que nos enseña Jesucristo cuando le preguntan si ese hombre nació ciego por sus pecados o por los de sus padres: "Ni él ni sus padres, sino que ello es para que las obras de Dios sean manifestadas en él". Y cuando le preguntaron por los dieciocho aplastados por la torre de Siloé: "¿Pensáis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que de ninguna manera sino que todos pereceréis si no os convertís". Los fenómenos naturales se iban a producir de todas maneras hubiese pecado el hombre o no. Pero si no hubiese pecado, habría habido espectáculos maravillosos donde admiraríamos la fuerza de la naturaleza, manifestación de la de Dios. Si hoy nos aterran, se debe a nuestro temor a la muerte y a la necesidad de trabajar arduamente para sobrevivir. Ambos son secuelas del pecado original, por lo que tales fenómenos se han convertido en
  • 8. castigos que nos llaman a abandonar la vida regalada y a esforzarnos en alcanzar la Patria celestial. ¿EN QUÉ QUEDAMOS? ¿CASTIGA O NO CASTIGA DIOS? En Fátima, la Santísima Virgen se dignó revelarnos que la guerra, entonces en curso, era un castigo de Dios y que, si continuábamos pecando, vendría otra peor. Y continuamos... Es más: anunció que Rusia sería el látigo de Dios. Poco después Lenín iniciaba una matanza que se extendería a casi todo el orbe. ¿Cuántos católicos fueron torturados y asesinados? Y lo continúan siendo en los países dominados por la ideología más asesina y cruel de la historia de la humanidad. Y no solo católicos, sino todos los que no estén dispuestos a dejarse esclavizar por el sistema más arbitrario que haya sido concebido jamás. Tal parece que los católicos estamos bajo castigo. Pero faltaría el peor, según lo que sabemos del tercer secreto de Fátima: el asesinato del Sumo Pontífice, seguido del asesinato de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de diversa condición. Inmenso castigo y muy merecido. Sin embargo hemos de observar que estamos ante una revelación privada que siempre tiene un carácter preventivo —si los católicos se corrigen, como los ninivitas, Dios suspende el castigo— y está sujeto a la interpretación de la Jerarquía. Bien podría ser que no se trate de una muerte física sino espiritual o moral. Lo que, tal vez, sería peor. Entretanto, nos ha caído encima uno que no esperábamos. Las noticias nos han humillado. Primero fue zarandeada la Iglesia en los Estados Unidos, hoy lo es en Irlanda y se anuncia algo similar en Alemania. Por lo demás, hay rumores que afectan con diversa intensidad a todos los países del mundo. ¡Quién lo hubiera imaginado! ¿Podemos aún hablar de la Santa Iglesia? La vergüenza nos tiene mudos. El clero católico apostólico romano es sacudido por la presencia, entre sus miembros, de una verdadera plaga de sacerdotes indignos. ¡Éste sí que es un castigo! No escapan de las acusaciones ni siquiera algunos obispos, si bien se ha demostrado en varios casos que se trataba de una grosera calumnia. Nuestra sorpresa se debe a nuestra ignorancia porque todo esto nos había sido advertido en numerosas oportunidades. Comencemos por el principio, si bien es forzoso limitarnos a unos pocos ejemplos. Escuchemos a San Pablo: "Pues la ira del Dios se manifiesta desde el Cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que injustamente cohíben la verdad (...) de manera que no tienen excusa; porque conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su insensato corazón fue oscurecido (...) Por lo cual Dios los entregó a la inmundicia en las concupiscencias de su corazón, de modo que afrentasen sus propios cuerpos (...) Por esto los entregó Dios a pasiones vergonzosas, pues hasta sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza. E igualmente los varones se abrasaron en mutua concupiscencia, cometiendo cosas ignominiosas varones con varones, y recibiendo en si mismos la paga merecida a sus extravíos". Por cierto que no tengo ningún carisma que me permita interpretar las Sagradas Escrituras; pero puedo proponer lo que comprendo al leerlas. El lector juzgará si hay alguna razón o no para pensar así. San Pablo se refiere, en primer lugar a que los hombres injustamente cohíben la verdad. Si hay un siglo que merece tal caracterización es el nuestro. Los medios se dedican más a desinformar que a informar, cual sería su verdadera misión. Todos los agentes de corrupción intelectual son premiados y alabados de mil maneras, mientras los buenos libros son silenciados, como si nunca hubieran sido escritos. A partir del Concilio, la Jerarquía prefirió la dulzura a la severidad. Suprimió la censura de libros teológicos, permitió que se difundiera toda suerte de "mensajes celestiales" sin necesidad de pedir autorización al obispo — salvo Sor Lucía de Fátima, por cierto—; desapareció el índice de libros prohibidos, y, ¡lo que es realmente el colmo!, teólogos censurados por la Jerarquía preconciliar fueron exaltados de diversas maneras, hasta con el capelo cardenalicio. Los dislates teológicos más inverosímiles hallaron carta de ciudadanía en los seminarios y las universidades católicas. Al parecer, tan sólo pequeños grupos son los que hoy se afanan por mantener inmaculada la santa Tradición.
  • 9. Todo lo cual nos hace sentirnos dignos de recibir el castigo al que se refiere San Pablo. Pero él mismo señala otra causal que amerita tan terrible sanción: "Conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su insensato corazón fue oscurecido". El culto se dedica a glorificar a Dios y a darle gracias. No existe un instrumento mejor para tal menester que ofrecer al Eterno Padre la muerte redentora de su Hijo. Es en el ofrecimiento del Santo Sacrificio de la Misa donde se realiza el acto de culto agradable a Dios. ¿Qué es lo que ha ocurrido con este sacrificio en nuestros días? Una reforma insensata le ha quitado su verdadero carácter, hasta el extremo de que se están produciendo, un poco por todas partes, misas que son inválidas. E incluso las válidas ya no expresan la teología católica, sino la protestante. ¿Puede ser agradable a Dios que le ofrezcan el sacrificio de su Hijo envuelto en un lenguaje ambiguo? Pienso que la mayoría de los sacerdotes ignora el verdadero carácter de la reforma y es inocente de tan horrible delito. ¿Lo es la Jerarquía que creó tal liturgia? San Pablo nos señala que el castigo a estos pecados de la inteligencia viene por la vergüenza de la corrupción biológica. Nada hay más apropiado. Esa inteligencia que se libera de Dios, se ve humillada por el cuerpo que se libera de sustuición. Tal como les ocurrió a Adán y Eva. Saltémonos las centurias y aterricemos en el siglo XIX. La Santísima Virgen se apareció a unos pastores en La Salette. Allí se les mostró como una gran dama, elegantemente vestida. Estaba sentada sobre una piedra y no cesaba de llorar. Los niños se fueron acercando tímidamente hasta que ella les habló sin dejar de llorar. Entre otras cosas, les predijo la pérdida de las cosechas, porque los campesinos no guardaban el descanso dominical. Una vez que hubo ocurrido la catástrofe, los campesinos cesaron de reírse de cuanto decían los niños y comenzaron las peregrinaciones hacia la santa montaña. La Santísima Virgen, además, les comunicó un secreto que, finalmente, los niños entregaron a Su Santidad el Papa Pío IX, el cual aprobó el culto en el lugar de las apariciones, donde se construyó un templo y un monasterio adjunto que habitan monjes que se inspiran en dicho secreto. Mejor dicho: se inspiraban. Porque, según me han dicho, después del Concilio se ha perdido esta santa inspiración. AHORA BIEN, ¿QUÉ REVELA EL SECRETO? ''Las sacerdotes, ministros de mi Hijo, sacerdotes, por sus vidas malvadas, por sus irreverencias y su impiedad en la celebración de los santos misterios, por su amor al dinero, su amor a los honores y a lo placeres, los sacerdotes se lian convertido en cloacas de impureza. Sí. los sacerdotes están pidiendo venganza, y la venganza está suspendida sobre sus cabezas. "ay de los sacerdotes y de las personas consagradas a Dios, que por sus infidelidades y u vida malvada están crucificando de nueva a mi Hijo.' Los pecados de las personas consagradas a Dios claman al Ciclo y piden venganza, y he aquí que la venganza está a sus puertas, pues no queda nadie para implorar misericordia y perdón para la gente: no hay almas generosas, no queda nadie digno de ofrecer la victima sin mancha al Eterno por el bien del mundo". Con tan terribles palabras comienza este gran secreto, dado a los niños en 1846, pero conocido mucho después, como es natural. De modo que lo que está ocurriendo hoy estaba predicho desde hace un siglo y medio. Si, a pesar del reconocimiento de las apariciones por el obispo del lugar, usted aún no cree, lea esto: "En el año . Lucifer junto can un gran número de demonios serán desatados desde el infierno; poco a poco abolirán la fe, incluso para las personas consagradas a Dios; los cegarán de tal manera ¡¡tic. salvo el cuso de una gracia particular, esas personas lo marán el espíritu de lo ángeles malignos; algunas casas religiosas perderán totalmente la fe y se perderán muchas almas".
  • 10. ¿Qué ocurrió en 1864 que corresponda a esta profecía? Nadie puede asegurar que tiene la respuesta al enigma, pero me hace pensar el siguiente hecho. El aislamiento político de Karl Marx terminó en 1864 con la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Aunque él no fue ni su fundador ni su jefe, pronto se convirtió en su líder espiritual. Su primer encuentro público, convocado por líderes de la unión comercial inglesa y representantes de los trabajadores, tuvo lugar en la sala de Saint Martin en Londres el 28 de septiembre de 1864. De ahí en adelante, las fantasías comunistas fueron seduciendo a más y más políticos revolucionarios. ¿TODAVÍA NO ESTÁ CONVENCIDO? SIGA LEYENDO: El vicario de mi hijo tendrá mucho que sufrir porque durante un tiempo la Iglesia será víctima de grandes persecuciones; será el tiempo ¡le las tinieblas: la Iglesia pasará por una horrorosa crisis. La Santa Fe ele Dios será olvidada, cada individuo querrá guiarse por si mi sino y ser superior a sus semejantes. Los poderes civiles y eclesiásticos serán abolidos, todo orden y toda justicia serán pisoteados; no se verán más que homicidios, odio, envidia, mentira y discordia, sin amor por la patria ni por la familia". ¿No es esto lo que estamos viviendo, sobre todo, a partir del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial? Aunque los poderes civiles y religiosos se mantienen en apariencia, carecen de verdadera autoridad desde el momento en que se declara que la autoridad máxima es el pueblo. Para ganar una elección hay que adular al pueblo y someterse a sus caprichos. En vez de ser la autoridad la que guía al pueblo hacia el bien común, el pueblo obliga a la autoridad a proporcionarle bienes privados. Hemos caído en un materialismo sin precedentes en la historia. Incluso se ha llegado a juzgar como asesinos a los que nos libraron de la tiranía marxista en una guerra sucia que ha sido olvidada por completo, como si nunca se hubiera librado. La justicia ha sido pisoteada. En 1969, el profesor G. May dio su visión de la crisis del celibato en la Iglesia, que recogió Cornelio Faro y del que destaco su segundo punto; a mi juicio, el más importante. La crisis se debe a la inseguridad de la fe. El Padre Fabro señala que ésta es la primera causa de ella. El celibato exige un gran sacrificio que carece de sentido cuando se deja de comprender que la Iglesia Católica es la única Iglesia de Jesucristo. Cuando más se aparente que las diversas iglesias están más o menos a la par con la Católica, ¿por qué solo el clero católico es célibe? En verdad, este sacrificio exige una causa absoluta. El ecumenismo, condenado bajo pena de excomunión por la Jerarquía preconciliar, hoy es practicado sin tapujos desde la misma Roma. En estas condiciones resulta muy difícil que el celibato se respete y se mantenga. Perdido el carisma, ya puede esperarse lo peor: corruptio óptima, pesima —la corrupción de lo mejor es la peor— reza el adagio latino. Continúa Fabro: "La destrucción de la fe objetiva (del contenido de la fe) arrastra consigo la fe subjetiva en el compromiso. El apelar por la supresión del celibato nace de la falta de fe en el poder de la gracia. Ya no se tiene confianza en el poder de Dios, que puede el querer y el obrar ". Muy bien dicho. ¿Podemos continuar asombrados de lo que ocurre? Puestas las causas, se siguen los efectos. Solamente se asombran los que no han comprendido la revolución conciliar. En 1917, la Santísima Virgen se aparece a tres pastorcitos en Fátima, Portugal. Rubrica la veracidad de su venida con un milagro portentoso presenciado por miles de peregrinos y que hoy recordamos como la danza del sol. También les fue confiado un secreto a los videntes; mejor dicho, tres secretos, cuya última parte o tercer secreto, fue dado a conocer por Juan Pablo II al final de su pontificado y al que aludíamos más arriba. Ahora bien: en 1927, la Santísima Virgen indicó a Sor Lucía que había llegado la hora en que el Santo Padre impusiera la devoción a su Corazón Inmaculado y le consagrase Rusia. Tales medios impedirían la Segunda Guerra Mundial y obtendrían la conversión de Rusia. Pío XI no creyó y se negó a proceder. Hasta el día de hoy la Santa Sede sigue dándole las espaldas a la Santísima Virgen. Ni se predica la devoción a su Corazón Inmaculado, salvo entre los odiados tradicionalistas, ni se consagra Rusia. ¿Merecemos o no el castigo? El Sagrado Corazón dirá a Sor Lucía: "Dado que siguen el ejemplo del rey de Francia, lo seguirán en su suerte". Luis XIV tampoco hizo caso de la petición de consagrar Francia y su ejército al Sagrado Corazón y, exactamente
  • 11. cien años después de la petición, en el mismo día, comenzó la revolución francesa. Ante el escándalo que nos humilla, nada se saca con pedir perdón. Es necesario hacerlo, pero no remedia nada. Hay que ir a las causas, señaladas por San Pablo, la Santísima Virgen María, el Padre Fabro y muchísimos otros testimonios que no podemos agregar en este breve artículo. Bueno sería que la Jerarquía, agobiada por estas acusaciones, nos llamara a la penitencia. Su Santidad ya lo hizo en su Carta dirigida a los irlandeses. Porque hay ciertos demonios que no se expulsan tan sólo con la oración, sino que es necesario añadirle ayunos y mortificaciones. Entretanto, forcemos al Cielo con el instrumento que él mismo señaló: el rezo del Santo Rosario, y esperemos con paciencia a que, en cuanto Su Santidad consagre Rusia a su Inmaculado Corazón, vuelva la sensatez a nuestra vapuleada Iglesia. CONFIANZA EN LA. PROVIDENCIA. Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos; tanto como el cielo se eleva sobre la tierra, los caminos del Señor superan a los nuestros". De ahí surgen un sinnúmero de malas inteligencias entre la Providencia y el hombre que no sea muy rico en fe y abnegación. Señalaremos cuatro. 1° La Providencia se mantiene en la sombra para dar lugar a nuestra fe, y nosotros querríamos ver. Dios se oculta tras las causas segundas, y cuanto más se muestran éstas más se oculta Él. Sin Él nada podrían aquéllas; ni aun existirían; lo sabemos, y con todo, en vez de elevarnos hasta Él, cometemos la injusticia de pararnos en el hecho exterior, agradable o molesto, más o menos envuelto en el misterio. Evita manifestarnos el fin particular que persigue, los caminos por donde nos lleva y el trayecto ya recorrido. En lugar de tener una ciega confianza en Dios, querríamos saber, casi osaríamos pedirle explicaciones. ¿Acaso un niño se inquieta por saber adonde lo conduce su madre, por qué escoge este camino en vez del otro? Por ventura, ¿no llega el enfermo incluso a confiar su salud, su vida, la integridad de sus miembros al médico, al cirujano? Es un hombre como nosotros y, sin embargo, hay confianza en él a causa de su abnegación, de su ciencia y de su habilidad. ¿No deberíamos tener infinitamente más confianza en Dios, médico omnipotente, Salvador incomparable? Al menos, cuando todo es sombrío en derredor nuestro y ni aun sabemos por dónde andamos, quisiéramos un rayo de luz. ¡Si supiéramos siquiera darnos cuenta que la gracia es quien obra y que todo va bien! Pero ordinariamente no se dará uno cuenta del trabajo del divino decorador antes de que esté terminado. Dios quiere que nos contentemos con la simple fe y que confiemos en Él, con corazón tranquilo, en plena oscuridad. ¡Primera causa de la pena! 2° La Providencia tiene distintas miras avíe nosotros, ya sobre el fin que se -pro-pone, ya sobre los medios destinados a su consecución. En tanto no nos hayamos despojado por completo del amor desordenado a las cosas de la tierra, querríamos encontrar el cielo aquí abajo, o por lo menos ir a él por un camino de rosas. De ahí ese aficionarse, más de lo que está en razón, a la estima de las gentes de bien, al afecto de los suyos, a los consuelos de la piedad, a la tranquilidad interior, etc., y que se saboreen tan poco la humillación, las contrariedades, la enfermedad, la prueba en todas sus formas. Las consolaciones y el éxito se nos presentan más o menos como la recompensa de la virtud, la sequedad y la adversidad como el castigo del vicio; nos maravillamos de ver con frecuencia prosperar al malo y sufrir al justo aquí abajo. Dios, por el contrario, no se propone darnos el paraíso en la tierra, sino hacer que lo merezcamos tan perfecto como sea posible. Si el pecador se obstina en perderse, es necesario que reciba en el tiempo la recompensa de lo poquito que hace bien.
  • 12. En cuanto a los elegidos, tendrán su salario en el cielo; lo esencial, mientras aquél llega, es que se purifiquen, que se hagan ricos en méritos. ¡Es tan buena la prueba con este fin! No escuchando sino a su austero y sapientísimo amor, Dios trabajará por reproducir a Jesucristo en nosotros, a fin de que podamos alcanzar las bienaventuranzas anunciadas por el Divino Maestro. Así, la cruz será el presente que Él ofrecerá a sus amigos con más gusto. "Considera mi vida toda llena de sufrimientos —dijo a Santa Teresa—, persuádete que aquel que es más amado de mi Padre recibe mayores cruces; la medida de su amor es también la medida de las cruces que envía. ¿En qué pudiera demostrar mejor mi predilección que deseando para vosotros lo que deseé para mí mismo?" Lenguaje divino y sapientísimo, mas, ¡qué pocos lo entienden! Y ésta es la segunda causa de las equivocaciones. Hierven nuestras pasiones, el orgullo nos reduce, nuestra voluntad se deja arrastrar. Profundamente heridos por el pecado, nos parecemos a un enfermo que tiene un miembro gangrenado. Estamos persuadidos de que no hay para nosotros remedio sino en la amputación, mas no tenemos valor para hacerla con nuestras propias manos. Dios, cuyo amor no conoce la debilidad, se presta a hacernos este doloroso servicio. En consecuencia, nos enviará contradicciones imprevistas, abandonos, desprecios, humillaciones, la pérdida de nuestros bienes, una enfermedad que nos va minando: son otros tantos instrumentos con los que liga y aprieta el miembro gangrenado, le hiere la parte más conveniente, corta y profundiza bien adentro hasta llegar a lo vivo. La naturaleza lanza gritos; mas Dios no la escucha, porque este rudo tratamiento es la curación, es la vida. Estos males que de fuera nos llegan, son enviados para "Sus juicios son incomprensibles "; no sabríamos penetrar sus motivos, ni atinar con los caminos que escoge para ponerlos en ejecución. "Dios comienza por reducir a la nada a los que encarga alguna empresa, y la muerte es la vía ordinaria por la que conduce a la vida; nadie sabe por dónde pasa ". Y, por otra parte, ¿cómo su acción va a contribuir al bien de sus fieles? .Nosotros no lo vemos y aun frecuentemente creemos ver lo contrario. Mas adoremos la divina Sabiduría que ha combinado perfectamente todas las cosas, estemos bien persuadidos de que los mismos obstáculos le servirán de medios y que llegará siempre a sacar de los males que permite el invariable bien que se propone, es decir, los progresos de la Iglesia y de las almas para la gloria de su Padre. En consecuencia, si consideramos las cosas a la luz de Dios, hemos de llegar a la conclusión de que muchas veces los males en este mundo no son males, los bienes no son bienes, hay desgracias que son golpes de la Providencia y éxitos que son un castigo.