1. San Agustín
La lectura del Hortensius de Cicerón despertó en Agustín el interés por la búsqueda de
la Verdad, que es Dios. Este camino se puede hacer mediante la razón y la fe que son
complementarias: “creer para comprender, comprender para creer”. El conocimiento
se inicia con una decepción: la percepción de las cosas sensibles no proporciona
verdad, ya que son mutables. El punto de partida no se halla pues en el exterior sino
en la intimidad de la conciencia, en la interiorización, replegarse sobre sí, lo que lleva
al hombre a un proceso de autotrascendimiento (alcanzar la verdad supera la mera
capacidad humana). El primer paso consiste en que el hombre se conozca a sí mismo y
constate que su propia naturaleza es mutable y, sin embargo encuentra verdades
inmutables en sí. Agustín de Hipona parte de una concepción de la verdad y del ser
esencialmente platónica: las ideas son el auténtico objeto de conocimiento,
inmutables y necesarias, por lo que no pueden tener su fundamento en el alma
humana. Sólo pueden proceder de algo inmutable y eterno: Dios. Esta es la única
diferencia fundamental: las ideas no son subsistentes, sino que están en la mente
divina.
¿Cómo puede conocer el alma humana las ideas, ser sede de verdades eternas? San
Agustin rechaza la teoría de la reminiscencia platónica y responde mediante su teoría
de la iluminación. La razón encuentra las verdades pero de ninguna manera las
produce, ni produce su presencia en la intimidad. Hay una acción iluminante divina
que afecta al ratio superior y posibilita al hombre para entenderlas. Recorre un camino
(dialéctica ascendente) que evoca el conocimiento en Platón, distinguiendo:
percepción, conocimiento poco fiable de las cosas a través de los sentidos;
conocimiento racional inferior o ciencia, comparación y ordenación de los datos
sensibles en base a razones (las ideas divinas) que permite al hombre emitir juicios y
obrar; y sabiduría, el verdadero conocimiento, llevado a cabo por la razón superior, la
contemplación de las ideas eternas.
Aunque Agustín no realiza una demostración explícita de existencia de Dios, se
encuentran algunas pruebas diseminadas por su obra. Todos los pueblos han creído en
la existencia de un Ser Supremo (consensus gentium). El ser humano descubre con
absoluta evidencia a Dios en su alma. Además, sólo es posible explicar las ideas eternas
en mi alma, ser finito y contingente, si las ha puesto allí un ser infinito y necesario. La
perfección del Universo y a la vez su mutabilidad revelan la existencia de su creador.
En cuanto a esencia, valiéndose de la concepción neoplatónica de lo Uno, Dios es
trascendente al mundo y por ello incomprensible. Es el creador providente de todas las
cosas, tomando las ideas como modelos en un acto libre y único de la voluntad
divina, ya que crea tanto lo que existe como lo que existirá atendiendo a un plan
conocido por Él. La diferencia está en que según Agustín, Dios crea también la materia
y en ella las razones seminales que irán conformando los seres sensibles.
La antropología agustiniana es dualista. El hombre es un compuesto de alma y cuerpo.
Se encuentra en una posición intermedia entre el mundo material y el espiritual: por
su cuerpo se asemeja a las cosas sensibles y por su alma se asemeja a Dios. El alma
tiene total autonomía del cuerpo y funciones propias: es el principio vital e intelectual,
de la memoria y la voluntad. El hombre es un alma racional que se sirve de un cuerpo
mortal como instrumento para operar sobre las cosas materiales y dominar el mundo.
2. No es una copia de un modelo de Dios sino una copia de Dios mismo y está llamado a
ser el ápice de la creación. En cuanto al problema del origen del alma, dudó entre dos
teorías. El creacionismo afirma: el alma es engendrada completamente por Dios
cuando es engendrado un nuevo ser humano. El problema es que entonces Dios
crearía almas con el pecado original, imperfectas. Según el traduccionismo, el alma,
generada por los padres, se transmitiría a los hijos con el pecado original.
El objetivo de la ética es la beatitud que sólo se consigue encontrándose con Dios. Al
estilo de Platón, habla del amor como fuerza de la voluntad que impulsa al hombre
hacia Dios, por eso sólo con amar se cumplen todas las normas morales: “Ama y haz lo
que quieras”. La virtud es “ardo amores”, amar ordenadamente. Los principales temas
morales de San Agustín son la libertad y el mal. La libertad es una de las características
con las que Dios ha creado al hombre. Dios sabe con antelación cuál va a ser el
resultado de la vida de cada cual, pero respeta la decisión del hombre. El libre albedrío
es la capacidad de decidir que, desde el pecado original, está orientada al mal. Dios
dio libertad al hombre para que obrara bien, por eso castiga a quien la usa para obrar
mal. Las cosas materiales están regidas por leyes. Si hay un ser capaz de obrar el bien
libremente, la creación es más perfecta.
En el mundo hay mal, que no puede ser objeto de creación divina porque denotaría
imperfección; es simplemente ausencia de bien.. Distingue tres tipos de mal. El mal
metafísico es consecuencia de la jerarquía entre seres, es una carencia necesaria para
la perfección de la creación. El mal moral (pecado) surge por la mala voluntad, por
anteponer lo sensible a Dios, los grados inferiores de ser a los superiores. El mal físico
(dolor, enfermedades, muerte) es consecuencia del mal moral. Aparece con el pecado
original. El hombre queda sometido a las cosas (inferiores) y encadenado, incapaz de
alcanzar el bien supremo (Dios). La gracia (don gratuito divino) transforma el libre
albedrío en libertad. La libertad lleva al hombre a obrar bien; de la misma manera que
para conocer el hombre necesita de la iluminación, también en el comportamiento
necesita de la ayuda de Dios bajo la forma de gracia.
Agustín de Hipona es el primer pensador que se ocupo sistemáticamente de dar un
sentido a la historia universal, problema al que se enfrentará como cristiano. La
concepción cíclica de la historia, propia de los griegos es compatible con la estoica idea
de hado: todo ocurre con una necesidad inexorable. En La ciudad de Dios, el autor
sostiene una visión completamente novedosa: hay un comienzo, la creación, y un final
absoluto. La historia es la constitución de la ciudad de Dios y su instauración definitiva
al final de los tiempos.
La perspectiva adoptada para su análisis de la historia es moral: la historia es la
búsqueda de la felicidad, que está en Dios. Puesto que la auténtica felicidad del
hombre consiste en el amor a Dios y la maldad, en alejarse de Él para situar el objeto
de felicidad en bienes mutables, cabe considerar dos categorías de hombres: “aquellos
que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios” y “aquellos que aman a Dios
hasta el desprecio de sí mismos”. Los primeros constituyen la ciudad terrena (en la que
reina el desorden porque su amor es desordenado) y los segundos, la ciudad de Dios.
Ambas se hallan mezcladas en cualquier sociedad a lo largo de la historia.Pertenece al
sentido de la historia del mundo el hecho de que estas dos ciudades se contrapongan y
luchen entre sí (lucha entre los dos amores). Sin embargo, al final de los tiempos y
comienzo de la eternidad la "civitas terrena" perecerá y saldrá vencedora la "civitas
3. Dei", en virtud del amor a Dios, "pues el bien es inmortal y la victoria ha de ser de
Dios".