la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
Sobre proyecto de ley de divorcio. 3 de octubre de 1990
1. Carta al Congreso de la Nación
Sobre Proyecto de Ley de Divorcio
Los Obispos de la Iglesia Católica en el Paraguay, conscientes de
nuestra responsabilidad pastoral y con el propósito de colaborar en la
promoción del bien común de la Patria, nos dirigimos a los señores
miembros del Parlamento para expresar cuanto sigue:
La presentación, por parte de dos Senadores Nacionales, de un
Proyecto de Ley de Divorcio ha despertado, como es natural, el interés
de la ciudadanía toda. Un planteo legislativo de tanta importancia
justifica que ofrezcamos, también nosotros, nuestros puntos de vista sobre el
particular.
Es evidente que el Proyecto de Ley de Divorcio conmueve la
conciencia religiosa de nuestro pueblo. Pero también es cierto que
este Proyecto afecta las bases morales y sociales sobre las cuales se
asienta la sociedad paraguaya. El matrimonio cristiano y la familia
sólidamente constituida han sido, en todo tiempo, las instituciones
más fructuosas para alimentar al pueblo con los valores humanos y
cristianos. Por eso no podemos quedar en silencio ni dejar de llamar
la atención acerca de los principios y valores fundamentales que están
en juego. A la luz de la verdad con que nos amonestan la sana filosofía
y la historia, y conducidos por la doctrina clara del Evangelio de
Cristo, queremos compartir estas reflexiones.
Todos los pueblos han reconocido en la institución del matrimonio,
de una manera u otra, una función sagrada: la perpetuación y
enriquecimiento de la existencia humana, y nunca hubo sobre la tierra
culto religioso alguno que olvidara invocar la bendición de Dios sobre
un estado de vida tan valioso.
Esta conciencia común de la humanidad ha sido vigorosamente
confirmada por la autoridad de Jesucristo, que desde los primeros
tramos de su predicación en el Sermón de la Montaña (Mateo 5,32),
hasta los últimos días de su vida, tuvo particular diligencia para
significarnos la nobleza del estado matrimonial y ratificar ante
nosotros sus graves exigencias. A tanto llegó el aprecio de nuestro
Redentor por la institución del matrimonio que no se contentó con
rescatarla y dejarla sana en su natural condición. La sublimó a mayor
altura y la transformó en sacramento, signo eficiente de su gracia.
Esta es la certeza de fe cristiana con que el pueblo paraguayo ha
nacido y ha crecido en su inmensa mayoría. La Iglesia católica,
depositaria y garante de esta fe, al proponerla indefectible a través
2. del tiempo, no hace otra cosa sino repetir exigencias de nuestra
naturaleza. Por eso mismo no podemos dejar de señalar que para
nosotros resulta inadmisible la eventual aprobación de un instrumento
jurídico que desconoce esta conciencia aunque pretenda afectar sólo
el campo de la legislación civil.
El Magisterio auténtico de la Iglesia, de acuerdo a una larga y sostenida
tradición que arranca del mismo Cristo, enseña que la esencia y fines
del matrimonio no son estatuto del arbitrio humano. Y ningún poder
humano, ni público, ni privado, puede alterar esta disposición.
La Iglesia sostiene, de acuerdo a la razón natural, y obediente a
clarísimos textos del Nuevo Testamento (Mateo 19, 6-9; 1 Corintios
7, 10), que esta esencia y estos altísimos fines no pueden cumplirse
sino gracias a la fidelidad de los cónyuges en un encuentro indisoluble
de por vida. Los grandes anhelos del corazón humano, como son el
consorcio de amor, la mutua ayuda y el complemento existencial
recíproco, solo pueden generarse en el seno de una convivencia que
compromete la totalidad de la persona. Lo precario y lo pasajero no
son horizonte adecuado para los grandes compromisos de la existencia humana.
Más imperiosa aún se nos presenta la necesidad de una perpetua
comunión de vida si atendemos a la generación y educación de los
hijos, tarea de largo y penoso esfuerzo compartido. Las generaciones
del futuro exigen la fidelidad indisoluble del presente. Y el bien de
los hijos justifica la abnegada labor y sacrificada entrega de los padres.
No podemos dejar de recordarlo, por fidelidad a la doctrina y por
respeto a tantos hogares paraguayos que no titubearon en regir su
existencia en estos principios.
La Patria misma, que tiene en el matrimonio y la familia la más valiosa
reserva de sus valores culturales, nos demanda que en lugar de turbar
y dilapidar esta reserva hagamos más bien el gran esfuerzo de
preservarla y promoverla.
Ciertamente, la Iglesia, de ningún modo desconoce las dificultades y
conflictos que muchos hogares matrimoniales soportan. Dificultades
económicas, dolorosos malestares de orden moral y psicológico,
confusión de valores y criterios, son frecuentes en la vida de muchas
parejas. El reconocimiento de todo ello, empero, no constituye
fundamento racional suficiente para arbitrar una ley que desconoce
una exigencia natural tan imperiosa como es la unidad indisoluble
del matrimonio. ¿No puede acaso pensarse en la movilización de
energías y recursos para aliviar esas angustias, para mejorar la
educación de nuestro pueblo, para fortalecer la institución familiar?
Nos duele y asombra que el reconocimiento de problemas lleve a
sacrificar principios fundamentales antes que a la búsqueda de
3. soluciones que necesariamente deben incluir tanto el respeto y la
comprensión de los casos particulares como la primacía del bien común.
Afirmar que la Ley de Divorcio es exigencia de la libertad democrática
o condición necesaria para alcanzar el nivel de sociedad moderna,
demuestra una lamentable confusión de ideas y una apreciación que
no puede calificarse sino de superficial y ligera. La libertad no es un
medio para desmantelar valores e instituciones respetables. Es espacio
espiritual para que el pueblo acreciente la elevación de su cultura.
Esa elevación hará que el Paraguay ingrese a la categoría de país
moderno y no la simple aprobación de modos de vida y costumbres
de otras comunidades que, por cierto, lamentan la destrucción de
muchos valores morales, espirituales y sociales.
Finalmente, queremos mencionar la falta de oportunidad y
congruencia con que este Proyecto de Ley está siendo considerado.
En momentos tan delicados y apremiantes en que innumerables
problemas de toda clase acosan a nuestro pueblo, especialmente
cuando muchos paraguayos se preguntan sobre la sensibilidad del
Poder Legislativo con respecto a la situación socioeconómica,
educativa, sanitaria, etc., del pueblo, es difícil comprender las razones
que movieron a plantear un nuevo motivo de desunión y de
enfrentamiento entre habitantes de esta tierra. Nuestra incipiente
democracia debe buscar, afanosa y diligentemente, la recuperación
de los grandes valores que son principio y fundamento de la sociedad
paraguaya. Relegar esta tarea no encontrará justificación ante la historia.
La Iglesia Católica, fundada en estas gravísimas razones, se opone a
la disolución del vínculo matrimonial a que da posibilidad y facilidad
abierta la proyectada Ley de Divorcio. Lo hace apelando a la
experiencia secular y a los principios doctrinales que tiene.
Lo hace también por el profundo amor que profesa a este pueblo con
el que se identifica y a cuyo servicio está. Y con la misma claridad y
entereza con que tantas veces levantó su voz en favor de los derechos
de los hombres y de las instituciones, lo hace hoy en favor de la
familia porque ha optado desde siempre por el amor y la vida.
Los señores legisladores tienen una inmensa responsabilidad histórica.
Todos son paraguayos. Muchos se profesan católicos. Esta es la hora
en que, desde ese alto foro donde debe resonar la conciencia moral
de la República, se cumpla el deber imperioso que el amor a la Patria
y la fe en Cristo imponen.
Los Obispos así lo esperamos.
Asunción, 3 de Octubre de 1990
4. Por mandato de la Asamblea Ordinaria de la CEP
+Jorge Livieres Banks
Obispo de Encarnación y
Secretario General de la CEP