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El tiempo en la civilización occidental hasta Prigogine.
Como todo el conocimiento humano a lo largo de la historia, el tiempo ha sido
comprendido de muy diversas formas, constituyendo el problema por excelencia de
filósofos y científicos; sus interrogantes se enlazan profundamente con nuestro lugar
en el Universo y con aspectos fundamentales de ese tiempo propio que constituye
nuestra existencia — esa percepción de continuidad que formamos en nuestra
mente a partir los sentidos— creando la intuición de que el tiempo transcurre desde
el pasado hacia el futuro a través del presente. transiente
Eso es lo que sentimos y pensamos, pero ¿qué es realmente el tiempo? para nuestro
intelecto es un concepto tan intuitivo que nuestro lenguaje no tiene palabras
apropiadas para describirlo, puesto que no es aprehensible por los sentidos y todo
lo que sucede temporalmente debe ser referido al espacio para que podamos
captarlo, de modo que tanto para la ciencia como para la filosofía, es también una
definición abstracta y compleja: los matemáticos lo asumen como aquello que
puede ser medido por relojes; para Einstein es una dimensión virtual del universo
integrada al espacio, conformando un espacio-tiempo tetra dimensional que posee
importantes propiedades dinámicas y a escala cuántica es descrito por elementos
discontinuos o cronogramas de 10-43
seg —el tiempo de Planck— escala que en su
inicio el espacio-tiempo se encuentra unificado con la materia-energía, pues
sabemos que en los primeros instantes del universo todos sus parámetros se
encontraban unificados en un punto inmaterial de energía cuantizada.
En las primeras culturas humanas —íntimamente dependientes de su medio
natural— existió una percepción intuitiva del tiempo asociada a ritmos periódicos
de la naturaleza como los ciclos del sol, la migración de animales y peces, las crecidas
anuales de los ríos, etc.; el tiempo aunque cíclico, como medida no tenía valor, de
modo que en sus inicios nuestra especie vivió por milenios en un eterno presente,
con cambios poco apreciables en su medio material y su economía. Para encontrar
un concepto más objetivo del tiempo debieron transcurrir millones de años para
que la precaria y riesgosa economía de subsistencia primitiva basada en la caza y la
pesca fueran reemplazadas por la la ganadería y la agricultura, que el crecimiento
de la economía de las primeras comunidades estables las convierte en ciudades —
etapa que Gordon Childe denomina revolución neolítica— iniciándose en las altas
culturas minoica, egea, sumeria y especialmente en las polis griegas la división del
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trabajo productivo, artesanal e intelectual, emergiendo el nuevo oficio de pensar y
con él, el desarrollo de la ciencia y la filosofía.
De este modo, el saber formal del mundo occidental tuvo sus inicios en la cultura
griega hace dos mil quinientos años; antes de eso, las representaciones que el
hombre se hizo de su medio natural, de su propia existencia y del tiempo fueron
ingenuas concepciones mitológicas que representaban fenómenos naturales como
los rayos, las tormentas, las erupciones volcánicas, el movimiento de los astros, el
nacimiento de animales y plantas, la sequía, la enfermedad y muerte de miembros
de su clan debidas a la existencia de seres sobrenaturales que simbolizan las fuerzas
del medio, pues —al carecer de explicaciones racionales de sus manifestaciones—
el hombre primitivo se refugió en mitologías que explican la dinámica de la
naturaleza por a la actividad de seres todopoderosos que lanzaban calamidades y
muerte contra quienes les agravian, pudiendo también ser espíritus benefactores
que dan la vida, mueven el firmamento y producen lluvias y cosechas. Desde estas
míticas representaciones naturalistas en que el hombre está en gran medida
subordinado a la voluntad de los dioses, la evolución de la economía primitiva y la
generación de excedentes condicionan el surgimiento de una serie de creencias
cada vez más coercitivas, que normarán la conducta mediante una autoridad
jerárquicamente estratificada incluso en su estructura material, que se apropiará de
la mayor parte de los excedentes productivos de la sociedad, constituyendo castas
parasitarias con férreas estructuras de poder que han llegado hasta nuestros días
con las mismas mitologías de la edad de piedra, conservando una representación
mítica del mundo basada en creencias mágicas contrapuestas a la naturaleza y a la
ciencia. En ese contexto, el mundo primitivo fue el espacio-tiempo asignado por los
dioses y para muchos que aún viven en esa mítica prehistoria de la cultura humana
poblada de mágicos y alados seres feudales que administran la vida, la muerte, el
mundo y el inframundo de los seres humanos, seguirá siéndolo hasta el fin de sus
días.
Aunque el paso de la tradición oral a la escritura es un precedente necesario para el
surgimiento de la filosofía, las matemáticas y la ciencia, en las primeras culturas
urbanas como Minos, Sumer, Babilonia y Egipto, apoyados por una naciente
escritura y el desarrollo de los primeros sistemas numéricos se lograron importantes
conocimientos de botánica, zoología, matemáticas y astronomía, estos se limitaron
a una recopilación de la tradición oral acumulada por milenios, sin transformarlos
en teorías que los explicasen. Quienes sí lo hicieron fueron los griegos, que como
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comerciantes y marinos recorrieron el mundo conocido recopilando e interpretando
la cultura acumulada en las primeras capitales del mundo occidental, por lo que
además de ser los primeros filósofos, fueron también los primeros bibliotecarios de
nuestra civilización y aunque no podemos hablar de una visión única del tiempo en
su cultura, pues en su extensa historia sus intelectuales enunciaron una serie de
teorías al respecto, debemos a ese pueblo las primeras reflexiones en torno a su
naturaleza y si hubiera que destacar un concepto transversal distintivo de la ciencia
y filosofía griega originaria respecto al tiempo, deberíamos señalar que junto con
asumir el concepto primitivo del ciclo del eterno retorno asociado a las divinidades,
su reflexión se centra en la existencia de una realidad subyacente que determina
todo conocimiento; dicha realidad puede consistir en un elemento material, como
en la Escuela de Mileto o en los Pitagóricos —que consideraban el número como
una entidad real que armoniza el universo— puede constituir un elemento
inmaterial preexistentecomo es propuesto por Sócrates o el mundo ideal de Platón,
separado de la realidad, pero la búsqueda de la causa primera determinará toda
interpretación de la realidad, subordinando cualquier proposición filosófica a ese
concepto. Los cambios que impondrán posteriormente los sofistas con acento en el
lenguaje, el ser humano o la sociedad, no alterarán la disposición a aceptar la
existencia de una realidad ideal preexistente; una esencia subyacente al mundo
material a la que ha de ceñirse todo el conocimiento, incluso el pensamiento mismo
y el tiempo.
De este modo, los conceptos físicos del mundo griego hasta Aristóteles no
procuraban una descripción objetiva de los fenómenos de la naturaleza ni su
verificación experimental, sino la determinación de principios generales de un
conocimiento inmanente en la materia —Ousía— una creencia idealista opuesta al
conocimiento científico, pues se pensaba que en la materia subyace una esencia —
un alma preexistente— que al conocer sus principios, determinaba el buen pensar,
con predominio del intelecto sobre la experiencia sensible y la observación de la
naturaleza, creencias que al oponerse a la experimentación, constituyen tautologías
indemostrables que más que explicar la realidad, la disocian del mundo físico puesto
que tras él subyace un mundo virtual separado de la realidad material de la
naturaleza.
Así, el tiempo en la cultura griega anterior a Aristóteles es también un concepto
abstracto, virtual e intemporal, separado del hombre; un fundamento potencial que
rige el acontecer de la naturaleza e implica movimiento, disminución y pérdida,
4
constituyendo una dimensión negativa en que el presente es parte ilusoria de un
eterno camino señalado por los dioses.
La filosofía natural de Aristóteles establece una nueva concepción del tiempo
asociada al espacio, pasando de ser solo un efecto de los acontecimientos materiales
a un marco de referencia objetivo que los contiene, formando parte integral de la
physis o movimiento infinito de la naturaleza. Esta revolucionaria definición dinámica
y unificadora del tiempo —de gran trascendencia para el futuro de la ciencia y la
sociedad— es heredada por la cultura árabe desde las conquistas de Alejandro
Magno y tendrá una fundamental importancia es su desarrollo científico y
económico por casi diez siglos; sin embargo, no tendrá cabida en la ciencia
occidental hasta la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica de Bohr y
Schrödinger y la física de los sistemas complejos de Prigogine, íntimamente
asociados al concepto de irreversibilidad.
Discípulo de Platón, Aristóteles se distanció de las representaciones idealistas de su
maestro, rechazando la teoría de las ideas inmanentes separadas de los entes del
mundo, elaborando un pensamiento de carácter objetivo y naturalista; frente a la
separación radical entre mundo sensible e inteligible planteada por las doctrinas
platónicas, defendió la idea de aprehender la realidad a partir de la experiencia y en
contra de las tesis de su maestro, consideró que los conocimientos universales no
pueden ser separados del mundo físico, puesto que están inmersos en la materia
como entes que pueden ser captados por los sentidos y estudiados por la
inteligencia y la lógica —en lo que reside su aspecto universal— por lo que se elevan
objetivamente por sobre lo sensible y contingente, confiriendo gran importancia a
la observación, al estudio científico, la experimentación y la verificación del
comportamiento de la naturaleza, el ser humano y la sociedad. De este modo,
Aristóteles devuelve la materialidad al mundo físico —lo que realmente son las cosas
entendidas como substancia o características del objeto— no como las ideas
separadas del mundo fisico descritas por las doctrinas platónicas.
Por sus cuantiosos y originales aportes filosóficos y científicos, Aristóteles es
considerado uno de los pensadores más importantes de todos los tiempos,
constituyendo un pilar fundamental del pensamiento occidental que ha trascendido
a toda la humanidad; su obra, escrita hace dos mil trescientos años, ejerce aún una
notable influencia sobre el mundo científico contemporáneo y continúa siendo
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objeto de estudio por parte de múltiples especialistas, constituyendo el legado más
importante de la Grecia antigua a la civilización occidental.
De acuerdo con fuentes antiguas, el estagirita escribió alrededor de 170 obras, de
las que se conservan solo 30, por lo que muchas de sus ideas nos han llegado a
través de escritos de sus discípulos o en recopilaciones y traducciones árabes, muy
influenciadas por el platonismo.
En el mundo occidental —a diferencia de la floreciente cultura y economía Árabes—
durante siglos el pensamiento aristotélico fue eclipsado por las doctrinas idealistas
platónicas impulsadas por la Iglesia Católica, pues el naturalismo y la objetividad de
los desarrollos de Aristóteles eran acusados de materialismo, obstaculizándose la
investigación científica, privilegiando las visiones neoplatónicas de Plotino y Boecio.
El espiritualismo obtuso, el desprecio y la persecución de las ideas científicas y la
experimentación que por más de 15 siglos caracterizaron al pensamiento medioeval
debido a la preeminencia de la Iglesia en la ciencia, la cultura y la política,
permitieron que un rígido dogmatismo predominara en la ciencia durante toda la
Edad Media, recelándose de la visión materialista aristotélica. El filósofo Avicena
(n.980) socavaría los pilares de las creencias religiosas con sus Tesis sobre la
eternidad y Averroes (n.1126) con la traducción directa del griego, recupera lo
esencial del pensamiento de Aristóteles, liberándolo de las adherencias
neoplatónicas y teológicas medievales. Ambos filósofos, de gran importancia en el
desarrollo de las ciencias árabes, contribuyeron con su obra a que el pensamiento
aristotélico —que permaneció oculto y hasta destruido en las bibliotecas de los
monasterios europeos— fuese progresivamente conocido en Occidente y las fuertes
presiones por abandonar el obscurantismo y la persecución de las ideas decretada
por Roma desde inicio de la Edad Media —que constituye el trasfondo político de
los sucesivos cismas Anglicano, Calvinista y Luterano así como de los 400 años de
Inquisición en Europa— permitieron que la obra de Aristóteles fuese estudiada en
la nacientes universidades europeas a partir del siglo XIV y finalmente las obras de
sir Roger Bacon y Alberto Magno reivindican la obra aristotélica en el pensamiento
medioeval y junto a la obra de divulgación de Santo Tomás —aunque muy
desnaturalizada por la escolástica vaticana— la transformarán en la base oficial de
una nueva teología cristiana.
Aristóteles fue el primer filosofo en desarrollar un análisis objetivo del tiempo,
caracterizándolo como un ente íntimamente relacionado al espacio y al movimiento,
6
aunque independiente de ellos y si bien explicita su dimensión infinita, deja sin
responder una pregunta fundamental; en su obra Physis(naturaleza) —término que
simboliza un principio inherente de operatividad y desarrollo potencial del mundo
físico— establece que el tiempo “es el número o medida del movimiento desde una
perspectiva de un antes a un después”; pero como advierte Prigogine, ¿cuál es esa
perspectiva: la del alma humana o de la naturaleza?; no contamos con la respuesta
de Aristóteles en las obras que se disponen, aunque la que le atribuyen sus
discípulos es que “el tiempo es un absoluto de la naturaleza exterior al hombre”; es
decir, es una dimensión semejante al espacio e íntimamente relacionada con él: “La
naturaleza es en todas las cosas que poseen un principio de movimiento, (como el
tiempo) la forma y la esencia que no son separables por el pensamiento; en cuanto al
compuesto de materia y forma (como la vida) hay que decir que no es una naturaleza
sino un ser natural o por naturaleza.”
En definitiva, Aristóteles concibe por primera vez el espacio-tiempo caracterizado
como el movimiento eterno e infinito de la naturaleza: un marco de referencia
espacio-temporal en el que los acontecimientos finitos del mundo natural son
concebidos como partes superpuestas a un espacio–tiempo infinito —una realidad
exterior a la naturaleza y al hombre— que solo puede ser comprendida como
representación subjetiva de una realidad eterna preexistente.
Las relaciones entre espacio, tiempo, movimiento y experiencia sensible definidas
por Aristóteles, pese a su tremenda capacidad descriptiva que se anticipa en 24
siglos a la visión de la ciencia contemporánea, no tuvo como resultante una
cosmovisión que impulsara a la sociedad occidental hacia el desarrollo de la ciencia,
la economía y trascendiera al mundo antiguo con la excepción de la cultura Árabe
que —heredando la visión de la ciencia aristotélica desde las conquistas de
Alejandro Magno— alcanzará una clara hegemonía económica, cultural y científica
durante 10 siglos, declinando con el ascenso de la religión musulmana a partir del
siglo VIII.
A fines de la Edad Media, los conocimientos que favorecerían el nacimiento de la
ciencia occidental fueron aportados tanto por la recuperación de la obra de
Aristóteles como por el desarrollo posterior de la ciencia y la tecnología islámica,
impulsadas en gran medida por los principios filosóficos aristotélicos que
privilegiaron la observación de la naturaleza y la experimentación por encima de las
dogmáticas nociones imperantes en el mundo medioeval europeo, que lo sumieron
7
en la ignorancia, la pobreza, la peste y las guerras, cuyo corolario de ignorancia,
brutalidad y muerte llega hasta américa en brazos de los conquistadores españoles
y portugueses.
De este modo, los conocimientos aportados por la cultura árabe al nacimiento de la
ciencia occidental permitieron atenuar 1.600 años del enorme vacío cultural,
filosófico, científico y económico impuesto por la religión dominante, que implantó
un servil oscurantismo en detrimento del progreso humano y de la sociedad, en que
tuvieron que pasar 16 siglos para volver a hablar de la máquina de vapor que
inventara Herón de Alejandría en el siglo I, para recuperar las teorías griegas sobre
la esfericidad de la Tierra, el heliocentrismo, los movimientos planetarios, los
conocimientos de Arquímedes, Euclides y Ptolomeo, los avances en medicina y
cirugía, la idea del átomo así como los importantes desarrollos árabes en
matemáticas, ingeniería, urbanismo, arquitectura, edificación, agricultura, medicina,
higiene, salud pública, etc.
El estudio de la física o filosofía natural propuesto por Aristóteles siguió siendo
motivo de preocupación entre los árabes por más de un milenio y a mediados del
siglo VIII estos incluían la mayor parte de los conocimientos acumulados por la
humanidad en esa época; en la obra Trivium de finales del siglo V se trataron en
profundidad los conceptos de espacio, tiempo, materia y vacío así como la "ciencia
del movimiento" que estudia la relación entre impulso, masa y velocidad, trabajos
en los que se apoyará Isaac Newton 12 siglos después para establecer sus
trascendentes definiciones.
Sir Roger Bacon (inglés, n.1214) ideólogo del artesanado, estudioso de la ciencia
árabe y fuerte adversario de la escolástica, preconizaría el estudio experimental de
los fenómenos de la naturaleza, atribuyendo a los teólogos el estancamiento de la
ciencia, que "con sus métodos represivos, han hecho peligroso hasta hablar de la
naturaleza". Su Novum Organum (El Nuevo Instrumento) sistematiza la adquisición
de conocimientos por un proceso de inducción a partir de la visión aristotélica de
observación de los fenómenos físicos; en su opinión, “la ciencia debe tener porobjeto
acrecentar el poder del hombre sobre la naturaleza para el bien de la humanidad" y
por primera vez algunas de sus obras no fueron escritas en Latín como las de sus
predecesores, idea insurreccional para la Iglesia que posteriormente seguirán
Galileo Galilei y Martin Lutero.
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Una interpretación de gran trascendencia en la espiritualidad medioeval, que
transformará profundamente la visión del tiempo en el pensamiento occidental, fue
introducida en la primera mitad del siglo I por los profetas del judaísmo en la obra
del filósofo Filón de Alejandría, quien elabora una significativa expresión de
sincretismo religioso que —integrando la filosofía griega y la teología hebrea—
rechaza la idea del eterno retorno y la noción del Fatum o fatalidad del destino
implantada por los griegos. Esta revolucionaria y trascendente visión del mundo
sobre la que se construirá la moderna concepción cristiana, en analogía con las
culturas orientales, confiere gran importancia a la búsqueda del desarrollo ético de
un ser humano que no se encuentra en una cíclica fatalidad, sino en tránsito hacia
un mundo ideal que se aproxima, con un tiempo finito contrapuesto al tiempo
cíclico y eterno de los griegos, siendo la primera civilización en incorporar la idea de
un proceso originario de formación del universo y del fin de la especie humana así
como el libre albedrío, conceptos que hasta hoy caracterizan al pensamiento
occidental.
No obstante los grandes avances en el pensamiento occidental que implicó la
recuperación de la obra de Aristóteles a fines de la edad media, la escolástica
impuesta por la iglesia medioeval intentará sistematizar una concepción del mundo
en términos oscuramente aristotélicos, de lo que se encargará Santo Tomás de
Aquino, quien intenta acoplar la filosofía de Aristóteles con las doctrinas judeo–
cristianas, a fin de cuentas contrapuestas. La cristianización de Aristóteles realizada
por Santo Tomás, pretende unificar las ideas de un origen creacional del mundo y
el fin de los tiempos con un tiempo cosmológico infinito, estructurándose en base
a dos sistemas temporales contrapuestos que aparecen como complementarios: el
tiempo lineal y finito del mundo terrenal, junto al espacio–tiempo de la eternidad o
tiempo de Dios, en una dimensión ajena a la nuestra; de este modo, la descripción
del tiempo impuesta por la iglesia medioeval es un continuo, ilimitado, homogéneo
e independiente, fluyendo como un río en una sola dirección y aunque señala la
existencia de un fin de los tiempos para la especie humana, su declarada eternidad
constituye una reafirmación del concepto de divinidad espacio-temporal eterna
preexistente.
La cosmología de Isaac Newton enunciada en su obra Principia Mathematica editada
en 1687 se enmarca en estas contradictorias descripciones de tiempo, espacio y
movimiento, estableciéndolos como absolutos, continuos, infinitos, eternos,
uniformes y sin relación entre ellos, descartando tanto el factor subjetivo en la
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percepción del tiempo como la relación con el movimiento expresada por
Aristóteles, definiendo su existencia física concreta y su medición con empleo de
relojes, pues tanto el tiempo como el espacio son magnitudes no relacionadas y
objetivamente mensurables, en un mundo en perpetuo movimiento en que no hay
lugar para el presente. De este modo, el concepto de tiempo absoluto y matemático
de Newton tiene una existencia en sí y fluye uniformemente por su propia
naturaleza, aunque no indica su sentido o reversibilidad y en que a semejanza de
Aristóteles, el ser humano es un mero espectador.
Galileo Galilei —tras perfeccionar el telescopio refractivo atribuido a Johannes
Kepler— confirmó con sus observaciones astronómicas la teoría Heliocéntrica
copernicana; sin embargo, esta contribución no tendrá tanta importancia en la
ciencia contemporánea como el desarrollo del método experimental para
determinar validez de sus axiomas basado en la noción aristotélica de observación
de la naturaleza, por lo que es considerado el fundador de la ciencia moderna. Su
obra “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo” escrita en italiano y no en
latín, permanecería incluida en el Índice de libros prohibidos por la iglesia católica
por más de dos siglos —desde 1633 hasta 1835— y su autor moriría en su domicilio
cercado por la Inquisición. Este científico —antes de ser enjuiciado por la Iglesia
Católica por sus pecados cosmológicos— había verificado tras años de observar el
cielo que no existen movimientos absolutos, sino que éstos son relativos al plano
desde donde se observe; esto quiere decir que si alguien está en movimiento
uniforme, sin definir un punto de referencia arbitrario no tendría forma de
comprobar si se encuentra en reposo o en movimiento; por tales razones, Newton
no tuvo argumentos para impugnar la relatividad del movimiento señalada por
Galileo, pero sí la del tiempo y del espacio y a partir de algunos escritos árabes
acerca del movimiento y de las leyes de Kepler sobre las órbitas planetarias,
estableció las leyes fundamentales de la dinámica, deduciendo de ellas su famosa
ley de gravitación universal.
La obra fundamental de Newton—PrincipiaMathematica—aunque impresionaba
a la corte británica por su erudición, no fue comprendida ni valorada por el mundo
científico de su época en gran medida por las características controversiales de su
personalidad, en que la incomprensión y las intrigas dificultaron su vida; no tuvo
conciencia de la trascendencia de sus teorías en la ciencia occidental ni de la
importancia de sus desarrollos matemáticos, viviendo sus últimos años enfrascado
en obscuras rencillas con Leibniz, quien había desarrollado independientemente
10
conceptos de cálculo diferencial semejantes con una notación más sencilla, siendo
los trabajos posteriores de Pierre Simón de Laplace que aclaran los puntos
discordantes y las desavenencias dejadas por sus antecesores, extendiendo los
geniales conceptos del cálculo diferencial de Newton y Leibniz y dando a las ideas
de la geometría analítica desarrollada por Descartes una mayor elegancia y eficacia.
Su Traité de MecaniqueCéleste publicado entre 1799y 1825 que ha sido el mayor
aporte a la teoría de la gravitación, es considerada hasta hoy una obra fundamental
en Mecánica Clásica, aunque en 1796 había escribió su obra más célebre “Exposition
du système du Monde” donde en base a la teoría de gravitación de Newton, dedujo
la existencia de “estrellas negras”.
Pocas teorías científicas han tenido tanta influencia en la ciencia y la sociedad como
la teoría de la gravitación universal de Newton y pese a haberse convertido en la
ciencia oficial de la iglesia, paradojalmente dio inicio a la separación de la ciencia y
la religión, inaugurando el denominado “siglo de las luces” en que subyacen las
originales ideas de Aristóteles, demostrando que si se observan los fenómenos de la
naturaleza, se razona y se emplean modelos matemáticos, es posible descubrir sus
más íntimos secretos, siendo una de las razones de los éxitos científicos que
siguieron, al generalizar en la sociedad la convicción de que es posible describir los
fenómenos fundamentales de la naturaleza mediante leyes matemáticas,
generándose una perspectiva para el quehacer científico caracterizada por una
búsqueda del futuro mediante la ciencia, paradigma que está vigente hasta nuestros
días, cuyo mejor exponente es tal vez Albert Einstein.
Aunque Pierre Simón de Laplace es el autor de una considerable obra científica en
que se destacan la formulación del sistema métrico decimal, el inicio de la teoría de
juegos, las probabilidades, la primera teoría del error, el estudio de las ecuaciones
diferenciales y la geodesia, es la divulgación de las leyes del movimiento universal
desarrolladas por Newton lo que le otorga su mayor prestigio como científico y
aunque su alumno Napoleón Bonaparte lo nombra Senador, Canciller y miembro de
la Legión de Honor en 1805 siendo elegido miembro de la Royal Society de Londres
en 1789, tras la restauración de la monarquía, es el rey de Francia Luis XVIII quien lo
otorga el título nobiliario de Marqués en gran medida debido a la difusión de la
obra de Newton.
No obstante, tanto los Principia Mathematica de Newton como Le Traité de
Mecanique Céleste de Laplace y Le Discours de la Méthode del filósofo y matemático
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René Descartes, que formulan la imagen de un mundo completamente determinista,
propagan la idea de que la realidad física es una cadena de causas y efectos en que
todo en la naturaleza está mecanizado, de modo que las leyes del universo en que
vivimos —separadas del mundo eterno de los dioses que tiene otras inexplicables
leyes como la gravedad— pueden describirse con una serie de fórmulas
matemáticas que, tomando datos desde un sistema físico y representándolo con las
ecuaciones apropiadas para establecer cómo va a evolucionar en un determinado
período de tiempo, se obtienen resultados que inequívocamente representarán la
realidad, de modo que basta con conocer lo que ha ocurrido en el pasado para
predecir lo que ocurrirá en el futuro.
El modelo de pensamiento de Newton, Descartes y Laplace cimenta una gran
corriente epistemológica denominada determinismo, que se extendió a todas las
ciencias, puesto que los científicos de todo el mundo se vieron rodeados por una
ofensiva determinista alentada por una sucesión de logros científicos, expresando
la convicción que gracias a la regularidad y el orden periódico con que se cumplen
los fenómenos de la naturaleza, era de esperar que la ciencia pusiera rápidamente
de manifiesto todos sus secretos; no obstante, por ser Newton quien afirma que los
principios de la naturaleza pueden reducirse procesos deterministas originados en
causas divinas externas al mundo físico semejantes al ideal griego de Platón, estas
se le asignan enteramente, pese a haber sido puestos en duda desde finales del siglo
19 por el racionalismo de Descartes y por el electromagnetismo de Maxwell y su
concepto de campo, que cada uno, por distintas razones, se opusieron a la
obscuridad de las definiciones del origen mágico de las fuerzas de gravedad
expresada por Newton, que operan a distancia en un medio inmaterial.
No obstante sus aportes matemáticos y su potencial descriptivo, aunque también
por su afinidad con los ideales políticos que dan inicio al proceso de industrialización
en Europa, en que el carácter de la ciencia de la época estuvo fuertemente
condicionado por el desarrollo del capitalismo industrial, hacen que su aplicación se
generalize a todas las ciencias, si bien con reparos de Descartes por la ausencia de
un concepto objetivo del origen de las fuerzas de gravedad que según Newton, no
requerían de un medio material para su propagación y aunque se obtuvieron
importantes avances especialmente en áreas tecnológicas, en mecánica celeste y en
cálculo, los beneficios para la ciencia no fueron los codiciados por sus seguidores,
quienes habían difundido la idea que con la aplicación generalizada del
mecanicismo en las ciencias, el fin de la física era cosa de tiempo, mentalidad que
12
aún es el pensamiento de muchos científicos conservadores que aferrados al
determinismo, retrasan el desarrollo de la ciencia en mucha mayor medida que sus
aportes.
Sin embargo, no es Einstein quien enfrentará a Newton, Descartes y Laplace en la
superación del paradigma determinista instalado por dos siglos en la ciencia
contemporánea; la teoría electromagnética de Faraday —apoyada en el
revolucionario concepto de campo de Maxwell— sentará las bases de la física
moderna allanando el camino a la Relatividad General en su concepción del mundo,
siendo la primera ciencia en tener un impacto en la economía mundial comparable
al de la electrónica, al permitir el desarrollo de una serie de aplicaciones de gran
trascendencia en el modo de vida de la sociedad, como la generación de energía
eléctrica, el equipamiento y la iluminación de la vivienda, el alumbrado público, la
publicidad luminosa, el motor eléctrico, la comunicación radial y telefónica, los rayos
X, los tranvías, etc., iniciando el uso masivo de la energía y la tecnología en todo el
mundo, confirmando el ideal cartesiano de que la ciencia es la clave para avanzar
hacia el futuro.
No obstante, a inicios del siglo XIX, para científicos como Maxwell, Cavendish y
Coulomb las leyes de Newton, las matemáticas de Leibniz, los trabajos de geometría
analítica y Le Discours de la Méthode de Descartes constituyeron el marco teórico
obligado para el desarrollo de los nuevos fenómenos de la electricidad y el
magnetismo que se estaban descubriendo, haciendo recíproco el modelo
conceptual que el magnetismo proporcionó en siglos anteriores para el cálculo de
la gravedad realizado por Kepler, Hooke y finalmente por Newton, Leibniz y Laplace.
Desde ese punto de vista, la teoría de Maxwell fue inicialmente el resultado de su
analogía con las fuerzas newtonianas que varían con el cuadrado de la distancia,
pero también es la resultante de importantes fisuras epistemológicas entre la
metafísica de Newton y el racionalismo de Descartes debido a las obscuras
definiciones del origen de las fuerzas gravitacionales.
Sin embargo, a finales del siglo XVIII aun prevalecían las hipótesis electromagnéticas
construidas según el modelo Newtoniano estableciendo la universalidad de las
fuerzas ejercidas a través de un espacio estático de manera instantánea y aunque su
origen divino y su propagación inmaterial no concordaban con las mentes
cartesianas, la preeminencia de las teorías de Newton era dominante en esa época,
por lo que las nuevas ideas del electromagnetismo se enunciaban como un nuevo
triunfo del mecanicismo asociado a una maquinaria divina en las ciencias.
13
Durante la primera mitad del siglo XIX la interacción electromagnética siguió
interpretándose con las pautas del paradigma determinista como una analogía con
la fuerza de gravedad de Newton; en Francia, científicos como Ampère y Cauchy
analizaron las fuerzas magnéticas basándose en la ley de Coulomb, uniéndose a la
visión del mundo que este había extendido a la electricidad, criticando a Oersted
por no sumarse a la ortodoxia determinista y aventurarse en “conjeturas cartesianas”
para explicar físicamente esas fuerzas; no obstante, en Inglaterra científicos como
Faraday, Thomson y Maxwell investigaban el mecanismo físico subyacente
examinando los efectos del medio en su propagación, pues tenían fuertes sospechas
de que la interacción electromagnética requería de un medio físico concreto para
actuar, oponiéndose a la incorporación de fuerzas sobrenaturales en las ciencias,
dándole por fin una objetividad física experimental con el concepto de líneas de
fuerza que culminará en el desarrollo de la teoría del campo electromagnetico de
Maxwell y aunque inicialmente este se apoyó en la representación de un éter que
obedecía las leyes de Newton, las dificultades ontológicas para construir a partir de
ellas una explicación objetiva del campo electromagnético que no se basara en la
metafísica determinsta, lo separan progresivamente de la analogía newtoniana y a
pesar de no contar aún con una teoría para explicar el concepto físico de campo, su
convicción en el poder del razonamiento lógico basado en los hechos era tan fuerte
que defendió resueltamente sus ideas, presentando finalmente en 1865 A
Dynamical Theory of the Electromagnetic Field, con la deducción de la
propagación de la luz a partir de un campo electromagnético, demostrando la
certeza y realismo de sus intuiciones, pues aunque Maxwell no contaba con una
teoría que lo exlicara y estando aún lejos de formularla, sus desarrollos teóricos se
basaron invariablemente en premisas observables.
Puede decirse que desde esa obra, hay un antes y un después en la ciencia
contemporánea; antes de su publicación en 1865, eran pocos los físicos interesados
en las teorías de campos y muchos que no estaban de acuerdo las calificaban de
conjeturas metafísicas; después de su publicación, fueron muchos —incluso
Einstein— los que se interesaron en estos nuevos conceptos; el motivo para este
cambio fue que Maxwell logró cimentar por primera vez una teoría objetiva, de fácil
visualización y de una lógica que superaba las mágicas fuerzas a distancia de
Newton, modificando profunda y definitivamente no solo las leyes de la física sino
las bases mismas de la ciencia contemporánea, iniciando una revolución
epistemológica de gran trascendencia en el pensamiento occidental.
14
Desde el perfeccionamiento matemático realizado por Faraday, las teorías de
campos proporcionaron una hermosa solución al viejo problema de la mecánica de
cómo un cuerpo puede ejercer una fuerza sobre otro distante, interrogante que
puede rastrearse desde la filosofía griega que Newton analizó por mucho tiempo
pero no pudo resolver, desarrollando el concepto de Deus et Machina para intentar
explicar las incoherentes fuerzas a distancia de la mecánica determinista, visión
mágica del mundo que en círculos del saber formal ha sobrevivido por más de tres
siglos, siendo aún defendida por muchos como la base de la iglesia católica en las
ciencias.
La trascendencia de las teorías de campos radica en que las acciones entre cuerpos
distantes se ejercen a través de un medio físico concreto que conforma un sustrato
activo de interacción entre los cuerpos, siendo un paso decisivo para transformar la
visión mágica y sobrenatural de mundo proclamada por las leyes de la mecánica
determinista y aunque el propósito inicial de Maxwell fue explicar los fenómenos
electromagnéticos desde la perspectiva del paradigma newtoniano, las
consecuencias de su búsqueda fueron paradójicas porque su teoría se contrapuso a
la de Newton con un status ontológico que separa la metafísica de la ciencia
estableciendo las bases de la física contemporánea al hacerla objetiva, por lo que en
gran medida debemos a Maxwell y a su concepto de campo el desarrollo de la física
del siglo XX tal como lo reconoció el mismo Einstein en una disertación en el Royal
College de Londres en que afirmaba: “Constituye para mí un gran placer tener el
privilegio de hablar en la capital del país en que han surgido las nociones
fundamentalesde la física teórica; me refiero a las teorías de los movimientos de masa
y la gravitaciónestudiadas por Newton y al concepto de Campo Electromagnético que
sirviera a Faraday y a Maxwell para situar la física sobre una base nueva y objetiva”.
“La teoría de la relatividad ha puesto un toque final al edificio construido por ellos
intentando extender la teoría de campos a todos los fenómenos físicos (de interacción
entre los cuerpos) incluida la gravitación. Sobre el tema específico de esta charla —la
teoría de la relatividad— quiero reiterar que esta no tiene un origen especulativo sino
que su nacimiento se debe por entero al deseo de hacer que la teoría concuerde en la
mayor medida posible con los hechos observados; no tenemos en ella un acto
revolucionario, sino la continuación natural de una línea que puede trazarse a través
de varios siglos. El abandono de ciertos conceptos de espacio, de tiempo y de
movimiento (hasta ahora) considerados fundamentales (e independientes) no ha de
considerarse arbitrario porque ha sido condicionado por hechos observados”.
15
“La ley de la constancia de la velocidad de la luz en el vacío confirmada por el
desarrollo de la electrodinámica y la óptica así como la equivalencia de los sistemas
inerciales confirmada por Michelson, hacen necesario que el concepto de tiempo se
convierta en relativo, toda vez que a cada sistema inercial se le adjudica un tiempo
propio especial. En la medida que esta noción se ha desarrollado, ha quedado patente
que la conexión entre experiencia inmediata y coordenadas espaciales y temporales
no ha sido pensada hasta el momento presente con precisión suficiente.”
“Dicho de modo más general, uno de los rasgos esenciales de la relatividad es su
esfuerzo por descubrir las relaciones entre los conceptos generales y los hechos
empíricos de una manera más precisa; el principio trascendental en su caso es que la
justificación de un concepto físico estriba exclusivamente en su precisa relación con
los hechos experimentados. De acuerdo con la teoría de la relatividad restinga, las
coordenadas espaciales y temporales aún conservan un carácter absoluto en tanto
sean medidas por relojes estáticos y cuerpos rígidos, pero son relativas en la medida
que dependen del estado de movimiento del sistema inercial seleccionado”.
La evolución de la Relatividad General desde Galileo Galilei.
Uno de los desarrollos teóricos de Galileo incorporados por Einstein como
argumento central de la Relatividad, es una idea publicada en 1902 por Poincaré en
su libro La Science et l’hípothese; es una consecuencia de la transformación de
Lorentz que —refutando los absolutos de Newton — introduce la idea que el tiempo
y el espacio son relativos pues varían en marcos de referencia en movimiento. La
contracción de Lorentz y Poincaré incorporada por Einstein como una generalización
de la relatividad de Galileo a la velocidad de la luz, ha sido confirmada por diversos
experimentos, revelando que el tiempo medido por un observador en movimiento
respecto a otro, mide un intervalo más pequeño que el que está en reposo,
constituyendo una de las verificaciones experimentales más importantes de su
teoría.
16
Aceptar que el tiempo y el espacio se unifican en una sola entidad compleja
tetradimensional no sólo supone convertir ambos en fenómenos físicos, sino
también cuestionar la noción de simultaneidad; Newton pensaba que existía un
presente universal en que dos acontecimientos podían ocurrir simultáneamente en
lugares distantes; sin embargo, la contracción de Lorenz demuestra que no existe
un tiempo de validez universal puesto que —al igual que en el espacio— no existen
puntos de referencia temporal privilegiada en el universo, de modo que dos
acontecimientos separados que ocurren simultáneamente para un observador
equidistante, quien se encuentre en movimiento entre esos puntos los medirá
temporalmente distanciados y aunque en la vida cotidiana las velocidades
comparadas con la de la luz son muy pequeñas para apreciar los efectos relativistas,
los eventos serán simultáneos para un observador equidistante y temporalmente
distanciados para otro en movimiento entre esos puntos, de modo que la única
referencia temporal valida es el plano de referencia de cada observador,
generalizando la idea de Galileo de que existe un tiempo propio que es relativo para
cada observador en los eventos de la naturaleza, en que el valor de las coordenadas
espacio-temporales en cualquier punto del universo es solo relacional.
En 1907 las investigaciones en torno a las teorías de Lorenz y Einstein condujeron a
Minkowsky —matemático Ruso-Alemán, profesor de Einstein en la Universidad de
Zúrich que en 1902se incorporó a la Universidad de Gotingen a trabajar con Gilbert
y Riemann en las propiedades geométricas de los espacios n dimensionales— a
relacionar los conceptos gravitacionales de la teoría de Einstein con una geometría
no euclídea desarrollada por Riemann, en que espacio y tiempo constituyen
entidades que se integran en un espacio-tiempo tetra-dimensional en que la
transformación de Lorentz adquiere un rango de propiedad geométrico-relativista,
determinando un tiempo propio específico de cada marco de referencia y un
incremento del tamaño de los cuerpos a medida que su velocidad se aproxima a la
de la luz.
Esta original representación geométrica del universo incorporada como argumento
central de la Relatividad General, amplía los conceptos de la relatividad restringida
al combinar la teoría de campos de Maxwell con el espacio-tiempo tetra-
dimensional de Minkowsky, conformando un campo gravitacional que por su
geometría no euclídea presenta importantes propiedades topológicas que se
representan como una membrana que se deforma en la proximidad de un campo
gravitacional, modificando la trayectoria de los cuerpos.
17
Las teorías de Einstein y sus colaborores constituyen una síntesis genial de una serie
de ideas no relacionadas que logran una representación del universo en que se
unifican la gravedad, el espacio y el tiempo. No obstante, aunque los campos con
que se representan las fuerzas gravitacionales son casi planos en las proximidades
del sistema solar por lo relativamente pequeño de sus masas —que implican
pequeñas curvaturas en su entorno— sus implicancias en la descripción de la
estructura del Universo fueron más allá de lo que la visión del mundo de su autor
le permitía aceptar; una de ellas era que las estrellas masivas pudieran comprimirse
por acción de su propio campo gravitacional hasta confinarse y retraerse del
Universo material. Einstein no creía que semejantes colapsos pudieran ocurrir, pero
una serie de importantes científicos —el primero fue Schwartschild en 1916—
demostraron que sus ecuaciones de campo contenían como corolario el hecho que
el campo gravitacional resultante de una gran concentración de materia deberá
generar una curvatura del espacio-tiempo tal en que la velocidad de escape supera
la de la luz, generando la formación de singularidades, denominados
posteriormente agujeros negros. Lo paradojal del genio de Einstein, es que las
cruciales implicancias de su teoría —que representan el mayor aporte realizado a la
cosmología contemporánea— discreparon de sus creencias religiosas, por lo que se
retracta de sus conclusiones y pese a los objeciones de muchos de sus seguidores
como Chandrasekaar, Gamow, von Neumann, Lemaître y el mismo Minkowsky que
indicaban la necesidad de un espacio–tiempo finito en el universo descrito por sus
teorías, impugna las consecuencias de la relatividad improvisando una hipotética
variable cosmológica que reasigna al tiempo una dimensión infinita y lo regresa al
viejo concepto clásico de Newton. Dicho de otro modo, mientras la Relatividad
General permitió formular por primera vez en la historia de la ciencia una
revolucionaria y original concepción finita del tiempo, del espacio y del universo que
ha sobrepasado en múltiples ocasiones su verificación experimental, Einstein se
aparta de sus propias conclusiones improvisando una cuestionable variable
cosmológica que posteriormente denominará "el error más grande de su vida”.
Otro importante desarrollo teórico de Einstein —de gran fecundidad intelectual en
su juventud— fue sentar las bases de la mecánica cuántica al advertir que el
quantum explicitado por Planck para describir matemáticamente la propagación
electromagnética poseía una realidad física concreta: la onda-partícula que propaga
el campo electromagnético —denominado posteriormente Fotón—, estableciendo
por primera vez la idea que la materia es simultáneamente onda y partícula. Con el
18
descubrimiento del quantum de propagación del campo electromagnético pudo
completar las ideas de Maxwell y de Boltzmann explicando el efecto fotoeléctrico,
fenómeno que le hizo acreedor al Premio Nobel de Física y no la Relatividad General,
concepto controversial por muchos años en la comunidad científica que ha sido
fuertemente rechazado por la iglesia y al igual que la obra de Galileo, considerada
“espiritualmente peligrosa”, siendo calificada en Alemania —su país de origen,
donde la oposición anti relativista adquirió un carácter abiertamente político y
antisemita— “una ideología disociadora de la ciencia y la sociedad” siendo
denominada por los ideólogos del fascismo “una ilusión científica de las masas”.
No obstante su postura ante las implicancias cosmológicas de sus propias teorías y
que tal vez constituya el mayor gran error de su vida fue su incapacidad de aceptar
la naturaleza probabilística de la materia que puso de manifiesto la mecánica
cuántica, en que las ideas de Boltzmann inspiraron a otros físicos como MaxPlanck,
Niels Bohr, Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger, en que el análisis de los
observables de las órbitas electrónicas fue progresivamente demostrando que en la
descripción de la naturaleza microscópica, el valor de los parámetros conjugados
que definen a las partículas mostraban una indeterminación o incertidumbre
estadística inicialmente confundida con errores en las mediciones y no como una
imposibilidad sistemática de la materia; tras muchos intentos infructuosos, los
científicos concluyeron que el aparente error se debe a una indeterminación
estructural intrínseca originada en la naturaleza ondulatoria de la materia que la
mecánica cuántica ha denominado “Relaciones de Incertidumbre” que constituye su
principio fundamental. No obstante, estos revolucionarios conceptos, de grandes
implicancias tanto en teoría del conocimiento como en toda la ciencia
contemporánea, llevaron a Einstein—justificándose en sus creencias religiosas— a
afirmar que la mecánica cuántica es una teoría errónea, expresando su famosa frase
“Dios no juega a los dados” con que pasa a la posteridad su cerrada oposición a una
teoría que el mismo contribuyó a fundar y aunque contaba con sólido respaldo
experimental, intervino decisivamente para obstaculizar su desarrollo, actitud que
dada la actual importancia económica, estratégica y política de la energía atómica,
la electrónica, la comunicación satelital, la telefonía celular, los automatismos, la
computación y la robótica en economía, medicina y en toda la sociedad
contemporánea, su impugnación de la mecánica cuántica podría considerarse el
verdadero gran error de su vida, pues constituyó por décadas un gran freno al
desarrollo de la ciencia. Como afirmaba Minkowsky —profesor de Einstein en la
19
Universidad de Zúrich— “la relatividad no está en buenas manos”, cuestionándolo
por el hecho de no aceptar las conclusiones de sus propias teorías.
Por haber sido Minkowsky y no Einstein el primer científico en comprender las
implicancias cosmológicas de la relatividad general enunciando las propiedades de
un espacio–tiempo tetra dimensional mediante la geometría de Riemann, se
denomina espacio-tiempo de Minkowsky a una región espaciotemporal tetra-
dimensional de curvatura nula, que es por tanto sin masa.
No obstante, la trascendencia de las contribuciones de Einstein a la ciencia
contemporánea no radican en la originalidad de las ideas centrales de la Relatividad
—que corresponden al trabajo de otros científicos como Galileo, Lorentz, Poincaré,
Gilbert, Riemann, Minkowsky, Schwarzschild, Chandrasekhar, von Neumann, Göddel,
Nordstrom, Fokker, Levi-Civittá— y ni siquiera su nombre que le fue impuesto como
anatema por Max Planck, quien estaba en completo desacuerdo con sus postulados
y conclusiones, sino en la unificación de una serie de conceptos físicos y geométricos
que cimentan una revolucionaria visión del universo en la que subyace una
cosmología que deja atrás definitivamente el paradigma newtoniano superándolo
en precisión y rigor científico al apoyarse en observables, extendiendo el concepto
de campo de Maxwell a la gravedad, teoría que ha superado en múltiples ocasiones
su verificación experimental, permaneciendo vigente por casi un siglo ampliando
nuestra comprensión del universo. Gracias a la Relatividad de Einstein, no solo los
científicos sino que toda la cultura humana ha avanzado en la comprensión del
origen y estructura del universo, acercando el quehacer científico a toda la sociedad.
No obstante los trascendentales aportes de la Relatividad General de Einstein a la
comprensión del universo, la representación clásica del tiempo en su teoría ha
constituido un gran conflicto para el futuro de la Ciencia, pues aunque comprendió
la necesidad de un tiempo dinámico en las variables que convergen en la descripción
tetra-dimensional del universo como lo manifestara al proponer su transformación
en parámetro físico, sus creencias religiosas lo indujeron a expresarlo como una
dimensión clásica semejante al tiempo infinito de Newton y aunque estuvo al tanto
de las complejas representaciones temporales de las teorías de Bohr y Heisenberg,
su cerrada oposición a la mecánica cuántica le impidió incorporar una
representación temporal dinámica en su teoría, por lo que al agregar solo su
contracción asociada a la velocidad de la luz, desvincula a la Relatividad General de
una noción que surge naturalmente de la Transformación de Lorentz, que a la luz
de la dinámica relativista, debieron convertirla en una verdadera revolución del
20
conocimiento científico, extendiendo las trascendentes ideas de Aristóteles de un
tiempo dinámico integrado al movimiento de la materia y a la energía; es decir,
“formando parte integral de la physis” lo que hubiera permitido unificar el tiempo
con los procesos evolutivos de la materia, de la energía y de la vida “como un marco
de referencia subyacente que forma parte de la naturaleza material y energética que
lo integra y por tanto, una dimensión dinámica que permite cuantificar la irreversible
evolución del universo”, visión que a excepción de los trascendentes aportes de
Prigogine, está pendiente en la ciencia desde Aristóteles hace 25 siglos.
Stephen Hawkins en su libro Breve historia del tiempo va aún más allá de la visión
clásica einsteniana afirmando que el tiempo es imaginario y que existe solo como
una dimensión geométrico-relacional equivalente a una línea en un plano euclídeo,
promoviendo la idea de un espacio-tiempo virtual con una dimensión temporal
abstracta e independiente de la densidad local de materia-energía y separada de la
dinámica del universo, conjeturando que el Universo no tiene límites temporales, lo
que implicaría que el Universo queda enteramente determinado por las
intemporales leyes de la Ciencia determinista, aunque no se pronuncia acerca de la
reversibilidad o irreversibilidad del tiempo en las leyes de la física. Años más tarde
depuró este concepto, considerando sus anteriores teorías como “intentos de
describir una realidad en la que conceptos como singularidad no tienen sentido y
donde el espacio y el tiempo forman una superficie cerrada sin fronteras”, lo que a fin
de cuetas, es una mera vulgarización periodística de las ideas de Chandrasekaar y
Schwartchild.
Por el contrario, desde el punto de vista de la teoría de Prigogine que implica la
irreversibilidad temporal de los procesos de la naturaleza, lejos de mimetizarlo con
las dimensiones espaciales, el tiempo es una dimensión dinámica que surge de los
procesos constructivos de la naturaleza, por lo que debe ser considerado una
propiedad fundamental del universo, en que la permanente interacción de la
materia, la energía y la información, junto a la selección natural de los procesos
entrópicos, determinan la orientación de la flecha del tiempo caracterizada por
procesos de creciente complejidad, enfatizando que este no debe ser entendido
como una dimensión única, sino que existen tantos tiempos propios como eventos
irreversibles se produzcan en el universo.
21
La flecha del tiempo.
El devenir del tiempo que percibimos fluir hacia el futuro es un paradigma abierto
en la ciencia contemporánea, pues las dos grandes teorías con que se representan
los procesos del mundo físico aseveran que los elementos de la naturaleza actúan
sin distinguir entre pasado, presente y futuro, determinando una simetría temporal
en las leyes del universo.
Si bien esto puede expresar que el tiempo es simétrico respecto al presente, también
podría significar que este no es un factor intrínseco de los sistemas físicos y
constituye una representación subjetiva asociada al movimiento que solo se
encuentra en nuestra imaginación. De cualquier modo, las leyes de la física clásica
— incluyendo en esta a la relatividad — serían válidas independientemente de que
la variable temporal sea positiva, negativa o inexistente puesto que el tiempo es un
parámetro virtual axiomático imposible de justificar físicamente, de modo que nada
válido puede afirmarse sobre su naturaleza; de este modo, al representarlo como un
concepto virtual asociado al movimiento, solo estamos describiendo la dinámica de
la naturaleza en un todo inseparable de la energía, puesto que nuestras únicas
referencias del paso del tiempo son en realidad las variaciones físicas de los cuerpos
atribuidas a la energía tanto interna como externaque lo afectan.
Aunque en el contexto de la mecánica cuántica esta simetría se cumple
empíricamente y ha sido verificada en innumerables ocasiones, no parece tan obvia
22
en Termodinámica, que a escala macroscópica indica una variable temporal
irreversible que percibimos moverse hacia el futuro, asimetría que es denominada
“flecha del tiempo”.
Esta expresión fue acuñada en 1927 por el físico y astrónomo británico Sir Arthur
Stanley Eddington en su libro The Nature of the Physical World en relación a la
segunda ley de la Termodinámica “que permitiría distinguir la dirección del tiempo
en un universo relativista, que puede ser comprobada en diferentes escalas, tanto en
los átomos como en los fenómenos irreversibles de la naturaleza macroscópica:
Tracemos arbitrariamente una recta unidireccional; si encontramos que la proporción
del azar va en aumento en el estado del mundo, la flecha apunta hacia el futuro; si
esta proporción disminuye, la flecha apunta hacia el pasado. Designaremos como
flecha del tiempo a esta característica temporal sin correlativo espacial, pues en el
espacio no se encuentra una característica análoga de tener una dirección
determinada.”
Aunque no compartimos las definiciones de Sir Arthur en torno al azar, la dirección
de la flecha del tiempo y la entropía expresadas en su interpretación de la
Termodinámica, al final de su frase manifiesta un concepto que establece una
importante diferencia entre espacio y tiempo a nivel macroscópico: si en el espacio
podemos movernos a izquierda o derecha, subir y bajar, etc., ¿por qué no podemos
ir al pasado y regresar? Esta observación no es nueva; Aristóteles — reflexionando
en torno a su concepto espacio–temporal asociado al movimiento— había hecho
referencia a esa irreversibilidad temporal, que a nivel macroscópico eliminaría todas
las trayectorias excepto las que representan un tiempo continuo hacia el futuro.
Desde el punto de vista de Einstein, el tiempo es una dimensión que caracteriza en
forma relativa y lineal tres dominios diferenciables en los eventos de la naturaleza:
pasado, presente y futuro; no obstante, como sus leyes están preestablecidas, la
evolución de un sistema físico queda enteramente definida desde el pasado y
aunque en las trayectorias curvas del espacio-tiempo es posible el cambio, todo está
causalmente determinado sin divergencias estadísticas o valores aleatorios, pues
dependerá enteramente de ecuaciones atemporales en que no existen procesos
dinámicos ni nuevos aportes de energía, de modo que entre la causa y su efecto no
se admite el azar o la discontinuidad. De este modo, el tiempo de Einstein es un
corolario natural de las propiedades íntegramente atribuibles a una causa que
origina los valores presentes, determinando un futuro que al estar subordinado
enteramente al pasado, no constituye una consecuencia dinámica de la materia, la
23
energía y su organización y solo describe un orden de ocurrencia de procesos físicos
que poseen una dirección predeterminada; de este modo, el tiempo no tiene
trascendencia física alguna y no constituye un factor intrínseco de los sistemas
deterministas y salvo su devenir que bien podría ser imaginario, nada válido tiene
que decir sobre su naturaleza y solo puede establecer una conjetura inductiva
inobservable.
Por el contrario, para Prigogine la asimetría temporal que percibimos a nivel
macroscópico constituye un hecho real, aunque “no se refiere a la dirección en que
subjetivamente percibimos fluir el tiempo hacia el futuro — denominada
irreversibilidad psicológica— sino a la dirección objetiva de evolución de los procesos
constructivos de la naturaleza, que a nivel macroscópico manifiestan una asimetría
sobre el presente, en que el pasado inmutable y sin retorno se distingue del futuro en
los eventos transitivos de la naturaleza”.
A nivel de la física fundamental, el hecho que el tiempo de la Termodinámica avance
y no retroceda ¿implicaría que estos sistemas deben violar la simetría de inversión
temporal expresada por la teoría? o bien ¿puede explicarse la flecha del tiempo a
escala macroscópica incluyendo un grado de libertad que permita la ruptura de la
simetría temporal en los fenómenos estadísticos de la termodinámica y su extensión
al mundo macroscópico? Estas interrogantes pueden hacer necesario establecer una
tabla periódica que permita describir empíricamente el sentido del tiempo en las
diversas escalas en que hemos dividido la realidad para incorporarla a nuestras
ecuaciones y comprobar con un elevado nivel de certidumbre la conservación o
ruptura de la simetría temporal en las leyes fundamentales de la física, permitiendo
comprender realmente como opera la naturaleza.
No obstante, lo que denominamos presente no es temporalmente una dimensión
real, pues es un punto adimensional en movimiento relativo y si bien está sujeto a
la irreversible dirección pasado-futuro, solo constituye el punto de unión entre ellos,
estableciendo un pliegue espacio-temporal que se desplaza, creando un punto de
inflexión intemporal que pertenece a ambos dominios, cuya velocidad de
desplazamiento entre el antecedente y su consecuente material —como lo
demostró Einstein— depende de la nuestra y es lo que percibimos subjetivamente
como un intervalo que, al entrar en convergencia con nuestros procesos sensoriales
y emocionales, nos permite modificar la realidad, generando un contexto en que
podemos interactuar con el cambiante escenario del universo material con
24
diferentes acciones posibles que lo modifiquen, generando una nueva realidad que
denominamos futuro.
Sin embargo, esta representación temporal no puede establecerse al margen de los
procesos físicos que los originan, que solo pueden ser descritos de modo
experimental, siendo necesario aceptar las afirmaciones de Bohr acerca de
conceptos tales como anterior, posterior, existencia o posición solo pueden
representarse a la luz de los observables y si bien a nivel microscópico es posible
comprobar una incertidumbre en la asimetría temporal, en el caso de la nueva
Termodinámica estadística propuesta por Boltzman y Prigogine, sus entes expresan
una clara asimetría en los procesos negentrópicos de la naturaleza que —en
acuerdo y no en oposición al Segundo principio de la Termodinámica— “lograrían
eliminar todas las trayectorias posibles que no representen bien un equilibrio o bien
una evolución hacia el futuro”, por lo que su expresión definitiva no puede
sustentarse en supuestos y conjeturas sino que debe estar fundamentada en la
experimentación y la observación, aunque ambos conceptos — la simetría y su
ruptura — deben ser definidos como componentes dialécticos fundamentales de la
realidad material formando parte esencial de las leyes de la naturaleza en todas sus
escalas, en que el tiempo propio de los diversos procesos constituye un sistema
complejo y dinámico que no tiene razones objetivas para ser determinista.
Desde el punto de vista cosmológico, la asimetría temporal del universo puede
originarse en sus condiciones iniciales caracterizadas por un proceso expansivo
originario en que todos los parámetros del universo se encontraban unificados en
un punto inmaterial en que todas las dimensiones espaciales y temporales están
fuera de las leyes de la física, por lo que el tiempo y el espacio tienen un inicio, de
modo que la flecha del tiempo debe apuntar necesariamente al futuro. Por el
contrario, las leyes de la naturaleza — que son eminentemente cuánticas — no
tienen razón alguna para esto y bien podrían ser simétricas, aunque esta es una
manera determinista de expresar una trayectoria temporal libre que bien puede ser
virtual, pues una partícula elemental puede viajar al pasado durante un tiempo tan
breve que —debido al principio de indeterminación de Heisenberg— sería
físicamente inobservable, por lo que sus interacciones no constituirían infracciones
de las leyes de conservación de las partículas subatómicas.
25
El tiempo y la causalidad.
Los hombres de ciencia se han empeñado siempre en representar los nuevos
fenómenos que se descubren de la forma más rigurosa posible; sin embargo,
aunque muchas veces se sacrifica el rigor para intentar transmitir las ideas generales
de un hecho científico, dicho rigor será relativo a la formalidad con la que
expresamos dichas ideas. No obstante, la percepción humana no logra apreciar
intuitivamente la indeterminación y el comportamiento estadístico que presenta el
mundo físico a nivel microscópico, por lo se debe recurrir a analogías con nociones
existentes que si bien sacrifican la exactitud, permiten describir la nueva realidad en
forma más o menos inteligible. Esta aproximación ha sido inevitable, ya que a
nuestro cerebro le resulta imposible describir objetivamente lo que en rigor ocurre
en la naturaleza pues —aunque nuestros procesos neurológicos operan con leyes
cuánticas— su aprendizaje ha sido evolutivamente condicionado por un conjunto
de determinantes del entorno material en que se halla inmerso, en que a diferencia
de la incertidumbre y complejidad del mundo microscópico, en los procesos
dinámicos de la naturaleza predomina una lógica causal y determinista.
Aunque esta no es una representación objetiva de la realidad material a lo largo del
tiempo, existe una relación biunivoca entre las categorías del lenguaje y la forma en
que deducimos nuestras ideas y aunque dichas categorías no constituyen la génesis
del pensamiento humano, este es sin duda condicionado por una serie de
estructuras lógicas que forman parte de nuestros procesos de aprehensión del
conocimiento, que bien formarían hábitos inductivos producto de la observación de
secuencias repetitivas en la naturaleza, o hay quienes —como Jean Piaget y Alberto
Merani— consideran la acción recíproca del sujeto y del objeto en la evolución del
26
conocimiento humano y la construcción progresiva de las estructuras neurológicas,
afirmando que “poseeríamos una tendencia innata a buscar regularidades en esas
secuencias, pues naceríamos con un tipo de conocimiento intuitivo heredado
genéticamente”; es decir, existiría en la mente humana una tendencia instintiva
anterior a toda experiencia observacional, en que surgen y se desarrollan a priori
diversas nociones causales de conceptos elementales tales como espacio, tiempo,
movimiento y causalidad, cuestión que ha podido verificarse empíricamente en
casos de lesiones de la corteza cerebral.
Generalizando esta idea, debemos asumir que tras el conocimiento humano
subyacen fundamentos gnoseológicos que subordinan nuestras categorías de
pensamiento hacia una concepción determinista del mundo físico, constituyendo un
serio obstáculo para el desarrollo de la ciencia, pues la falta de herramientas lógicas
consistentes ha obligado a utilizar en su descripción el abstracto lenguaje de las
matemáticas, ahondando la brecha entre ciencia y sociedad.
Como categoría del conocimiento humano, la causalidad y el determinismo que
subyace en sus fundamentos epistemológicos, aseveran que el mundo físico
evoluciona según principios predeterminados, en que el azar es sólo un error
accidental sin significado para la Ciencia, de modo que es posible generalizar el
estado actual del universo como un efecto del pasado y la causa de un futuro
enteramente predecible.
Este paradigma ha constituido un problema de fundamental importancia en Teoría
del Conocimiento en los últimos dos siglos y continúa siendo objeto de estudios no
solo desde el punto de vista filosófico, sino cultural y hasta semántico, pues se afinca
en representaciones arraigadas en la civilización occidental, que han trasformado en
una creencia sistemática la idea que es necesario interpretar los sucesos de la
naturaleza estableciendo cadenas de afirmaciones que enlazan causas y efectos de
forma tan inequívoca que casi todo el mundo las admite como requisito
indispensable para la descripción y desarrollo de la ciencia.
No obstante que para Immanuel Kant la causalidad es una categoría axiomática del
entendimiento humano y constituye un criterio apriorístico de verdad, para David
Hume esta es solo una conjetura no tan indiscutible como parece, pues establece
una hipotética secuencia temporal que solo existe en nuestra mente “no
encontramos ninguna prueba material de que exista una condición necesaria y
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suficiente entre causa y efecto y solo podemos penetrar en la razón de la conjunción
mediante la imaginación” (1740: 93).
Admitiendo la consistencia de las reflexiones de Hume, deberemos aceptar que no
es posible demostrar experimentalmente que un acontecimiento cause siempre
otro, siendo esto substancialmente erróneo en el mundo subatómico, que su
comportamiento ondulatorio revela un carácter intrínsecamente probabilístico en
que predomina la incertidumbre. No obstante, la pretensión de explicar el mundo
en forma determinista ha generado grandes conflictos en la historia del
pensamiento occidental, en que la subordinación a ingenuas y esotéricas
interpretaciones causales de los fenómenos de la naturaleza durante toda la Edad
Media debido a la preeminencia de la religión en las ciencias, retrasaron el desarrollo
social, científico y económico de la humanidad por más de 15siglos y cuyos sofismas
solo se lograron esclarecer experimentalmente desde inicios del siglo pasado con el
descubrimiento de la Mecánica Cuántica, cuyo enunciado central —el principio de
Incertidumbre formulado por Heisenberg en 1927— cuestiona la validez
epistemológica de la causalidad, demostrando empíricamente su incoherencia en la
interpretación de la naturaleza al poner en evidencia la indeterminación del
comportamiento de la materia, en que los procesos naturales ocurren de un modo
más complejo y estadístico que el expresado por el rígido orden causal de la filosofía
determinista.
Aristóteles —en su obra Segundos Analíticos— estableció las nociones
fundamentales de la causalidad, diferenciando en ella cuatro categorías: la causa
efficiens del impulso o energía; la causa materialis referida al componente físico; la
causa formalis relacionada con la forma y estructura del objeto y la causa finalis, que
es el propósito o finalidad de la substancia. Sin embargo, la pretensión de hallar la
causa primera de las diversas propuestas científicas ha impulsado a supeditar sus
fundamentos a alguna de las cuatro categorías, generándose tendencias
contrapuestas; unos consideran la causa finalis el origen de todas las causas, siendo
el propósito u objetivo quien determinará los acontecimientos, constituyendo el
fundamento de las ciencias filosóficas, del que las ciencias naturales se han
mantenido permanentemente alejadas, pues les resulta hipotética la subordinación
a un propósito previamente establecido, de modo que estas adoptan el principio
energético o causa efficiens como explicación del origen de las leyes de la naturaleza.
Estas representaciones contrapuestas y excluyentes de la realidad, han separado a
las ciencias naturales de las filosóficas, dificultando su mutua comprensión y aunque
28
observando sus contenidos, podemos comprobar que algunos favorecen la
adopción de una causalidad energética y otros a un destino u objetivo
predeterminado, en ambos casos se enfatiza unilateralmente algún aspecto
particular de la realidad, sin tomar en cuenta la totalidad; sin embargo, ambos
puntos de vista no debieran excluirse mutuamente, pues constituyen polaridades de
una realidad más compleja que sus partes, que obliga a una visión holística para su
comprensión, de modo que aislar alguna de ellas para representar al todo
constituye una inferencia sin un significado objetivo para la ciencia, porque ni la
iniciativa ni la finalidad bastan por sí mismas para describir la naturaleza pues cada
extremo está enlazado al todo, lo que obliga a representar el mundo de tal modo
que causas y efectos se integren en un todo dinámico y unitario, en que hacer
abstracción de sus partes y sus correlaciones para representar la realidad puede
originar grandes contradicciones, siendo necesario explicar su existencia objetiva
como un todo complejo indivisible.
Aunque el determinismo como criterio para comprender la realidad ha sido útil a la
ciencia desde finales del siglo18, existen fuertes corrientes de opinión que reclaman
una visión más compleja y dinámica de las ciencias, puesto que muchos eventos de
la naturaleza son ocasionados por componentes múltiples cuyos elementos
dinamicos se unifican en su acción, siendo erróneo hablar de componentes
elementales separados de su contenido energético y su actividad: los imanes poseen
dos polos que no pueden existir separadamente y entre ambos generan un campo
magnético; la luz se propaga mediante ondas duales formadas por campos
eléctricos y magnéticos perpendiculares entre sí, constituyendo una entidad
indisociable; en mecánica cuántica, las partículas son descritas por su doble carácter
corpuscular-ondulatorio, exhibiendo una superposición de estados que no poseen
valores independientes sino probabilísticos, revelando un nivel de indeterminación
propia de los estados cuánticos que sin embargo, desde el punto de vista
operacional, representan perfectamente la dinámica de las partículas, constituyendo
el fundamento de la gran transformación que ha experimentado la sociedad con el
empleo masivo de la electrónica. En todos estos casos, considerar un aspecto
fragmentario, aislado o simplificador de la realidad nos aleja de una efectiva
comprensión de la naturaleza, pues solo la multiplicidad de lo complejo permite
construir modelos que hagan inteligible el dinamismo del mundo real; del mismo
modo, las causa finalis o efficiens por sí solas no logran describir la naturaleza
porque la una no puede prescindir de la otra, pero considerando el conjunto e
29
incluyendo su estructura e interacción, es posible lograr una síntesis que permita
una representación coherente la naturaleza, pues la complejidad de los procesos
naturales es indisociable.
Sin embargo, para muchos científicos atados al determinismo, la causa finalis es
hipotética e improbable, por lo que se inclinan por la causa efficiens y para los
filósofos esta es pobre e insuficiente y puesto que sus proposiciones se vinculan a
planos más abstractos, optan por la causa finalis; no obstante, unos y otros expresan
el propósito de comprender el mundo mediante estructuras de pensamiento que
pretendiendo ser racionales, no son más que conjeturas que intentan aproximarse
a un conocimiento objetivo de la realidad recurriendo a la semántica y no las
herramientas propias de la ciencia: la observación y verificación de los observables
de la naturaleza mediante la experimentación y su representación mediante
operadores matemáticos; ambos caracterizan la dualidad determinista que
estableciera Descartes entre cuerpo y mente, sujeto y objeto, materia y espíritu, de
modo que entre el observador y lo observado, entre forma y contenido no haya una
relación digna de tenerse en cuenta. Cree así la causalidad haber conseguido su
ideal frente a la Filosofía: descartar de la Ciencia todo elemento subjetivo
pretendiendo haber construido una teoría objetiva del mundo, cuando en realidad
lo ha disociado y al hacerlo, lo que aparecen no son sus leyes, sino estados
fragmentarios de fenómenos que conforman una realdad más compleja y dinámica
que sus partes separadas.
En el estudio de la evolución, existe un debate que llena bibliotecas: ¿puede
explicarse la existencia de la vida como una cadena causal desde el pasado hacia el
futuro en una sucesión de saltos evolutivos desde el átomo de hidrógeno hasta el
cerebro humano, o acaso la causalidad precisa de una intencionalidad que opere
desde el futuro haciendo discurrir la evolución hacia un objetivo predeterminado?
Esta interrogante permite profundizar en un dilema que no es solo disyuntivo puesto
que alude a la estructura de uno de los parámetros fundamentales del universo
como es el tiempo: la causalidad exige una dirección temporal que determine un
antes y un después, exhortando a que el tiempo transcurra en una sola dirección
desde una causa a su efecto; no obstante, la evolución es en sí misma una ruptura
de esta linealidad, puesto que enlaza el pasado con el futuro en un presente en
equilibrio dinámico en permanente transición, exteriorizando la inconsistencia de la
causalidad en las leyes de la naturaleza; de este modo, el tiempo lineal es solo una
construcción subjetiva que nos induce a fragmentar una entidad temporal unitaria
30
inseparable de la materia y la energía en una imaginaria correlación temporal
determinista que avanza hacia el futuro, generando la ilusión que el tiempo fluye
independientemente del mundo físico, pasando por alto que el presente no tiene
un valor absoluto pues cada evento espacio-temporal solo tiene un valor relacional
relativo al plano desde donde se observe. De este modo —como lo expresa el doctor
Prigogine— la materia en interacción con la energía conforma estructuras con un
creciente nivel de complejidad yeficiencia, unificando en la organizaciónde la materia
el pasado, el presente y el futuro: el pasado,pues esta evolucionaen forma irreversible
desde estructuras simples a otras más complejas; el presente, que con la energía
disponible, el azar y la entropía determinan un creciente nivel de eficiencia en un
medio en permanente cambio que en su devenir, el comportamiento intrínsecamente
no determinista en la interacción de la materia y la energía permitirá la aparición de
nuevos principios de la naturaleza y la progresivaevolucióndesus componentes hacia
estados de mayor eficiencia de los recursos disponibles y su sobrevivencia en ese
siempre nuevo e inédito espacio–tiempo en permanente cambio que denominamos
futuro.
Las dificultades de una respuesta consistente desde el punto de vista científico a
estos temas, muestran que cuando nos enfrentamos con la complejidad y el
dinamismo del mundo físico real no son adecuadas las relaciones causales, la
filosofía o la religión; de este modo, los procesos evolutivos que se encuentran
generalizados en la naturaleza no pueden ser descritos como producto de un plan
preestablecido de creación del universo o un principio ordenador proveniente de la
voluntad de un ente supra temporal que actúa desde el futuro, pues son inducidos
en el presente por reglas locales que evolucionan desde las existentes a partir de
sus contradicciones con un medio en que sus probabilidades de subsistir estarán
condicionadas desde un pasado que se proyecta en ese tiempo propio en
permanente cambio que denominamos presente, en que la limitada energía del
medio determinará un progresivo umbral de eficiencia, de modo que solo aquellas
estructuras que posean las condiciones para superar la competencia de su entorno
llegarán estadísticamente a predominar, estableciendo un futuro probabilístico
tanto en el mundo físico como en los seres vivos, formando parte de un irreversible
proceso de evolución del universo y de la vida.
No obstante, el mundo inmutable descrito por las teorías de Newton y Einstein se
asemeja al mito eleático de la naturaleza de Xenón y Parménides en el cual el tiempo
no existe y nada nuevo sucede, pues todo está determinado desde un comienzo, de
31
modo que si le agregamos la dimensión temporal de Riemann-Minkowsky, este se
convierte en un universo tetradimensional relativista en que el tiempo no tiene un
valor real pues cada evento espacio-temporal tiene solo un valor geométrico-
relacional relativo al plano desde donde se observe, por lo que el pasado, el presente
y el futuro están contenidos en una ecuación lineal con un tiempo virtual separado
de la materia y la energía; como consecuencia, el tiempo solo existe como un
incremento de las dimensiones topológicas y de igual modo determina un patrón
estático, invariable y causal. Por esta razón, las leyes de la física clásica incluyendo a
la relatividad serán válidas independientemente de que la variable temporal sea
positiva, negativa o inexistente, puesto que el tiempo no es un factor intrínseco de
los sistemas deterministas y nada válido tienen que decir sobre su naturaleza y su
interacción con la energía.
Por su parte, aquellos sistemas en que la Termodinámica ha limitado sus
observaciones a un muestreo temporalemente poco significativo generalmente
exhiben un aumento de la entropía; no obstante, esto no permite generalizarlos a
todos los sistemas de la naturaleza como una ley causal, puesto que sus leyes son
estadísticas y solo pueden expresar tendencias probabilísticas, por lo que no existen
razones objetivas para que estas sean deterministas y menos aún para convertirlas
en un principio cosmológico que declara la muerte térmica del universo expresada
por Eddington. En verdad, la disminución de la entropía de un sistema físico no es
un imposible, pues ocurre frecuentemente en la naturaleza aunque con menor
probabilidad que aquellos en que aumentan su entropía, por lo que las conjeturas
matemáticas y observacionales en termodinámica no son suficientes para afirmar
que el tiempo de los procesos físicos es determinista y reversible. En cambio, en los
sistemas físicos de Prigogine, el tiempo es el campo de los acontecimientos reales
del mundo físico ligados por relaciones concretas de reciprocidad y transitividad
entre la materia y la energía, con grados de libertad que admiten el azar y la
indeterminación, por lo que la información del pasado permite una conducta
físicamente reactiva que puede modificar el presente e incidir sobre el futuro, de
modo que lo que ocurrirá dependerá tanto del pasado, como de las leyes
estadísticas de la materia y de las acciones que tiendan a modificarlas; el futuro así
descrito es una compleja muestra de determinismo, probabilidades y azar, un campo
de influencias mutuas donde se reorganizan y reunifican en forma irreversible los
diversos parámetros espacio-temporales y energéticos de los sistemas del mundo
físico, determinando a partir de lo existente la dinámica evolución de la naturaleza.
32
El enlazamiento temporal que permite modificar los diversos parámetros de la
naturaleza puede hacerse comprensible con una analogía geométrica: si nos
alejamos permanentemente de un punto de la tierra, debido a la curvatura del
planeta regresaremos al mismo punto desde el lado opuesto y en general, los
desarrollos geométricos de Riemann permiten afirmar que en el universo toda recta
prolongada al infinito se transforma en una geodésica que se cierra en su origen;
extendiendo este concepto a la línea del tiempo veremos que ambos extremos de
la línea —pasado y futuro— se unen en un punto en movimiento que denominamos
presente, de modo que la información que las estructuras de la materia y la energía
requieren para prevalecer en el futuro que se validan ante la entropía en un presente
en permanente cambio, se reciben desde el pasado porque la naturaleza solo puede
construir a partir de lo existente, siendo un efecto no teleológico que mediante la
evolución de los principios de la naturaleza, la materia y la energía interactúan de
un modo discontinuo, azaroso y estadístico, constituyendo la entropía el camino
que cimenta la irreversibilidad, determinando un universo en evolución en que se
unifica el tiempo, la materia y la energía de un modo cada vez más eficiente. Así,
podemos afirmar que vivimos en un presente dinámico que enlaza el pasado con el
futuro del mismo modo que en un viaje alrededor del mundo se regresa al punto
original, pudiendo describirse como partes de un todo indivisible que conforma una
estructura espacio-temporal-energética abierta, funcional y evolutiva, que al hacer
una utilización cada vez más eficiente de la materia y la energía disponibles en el
medio, determinará progresiva e irreversiblemente el mejor de los mundos posibles.
Lo substancial de estas reflexiones es que el valor relativo de cada uno de los
elementos del universo —incluyendo en ellos al tiempo— solo puede ser descrito
formando parte de un todo inseparable, en que el valor aislado de cada parámetro
es solo una abstracción, pues es su relación con el todo que le permite adquirir un
valor estadístico enteramente indexado a sus variables locales, en que su carácter
probabilístico pondrá en juego las relaciones entre los elementos y su organización
y en conjunto con la entropía, generarán estructuras inéditas que proporcionarán el
soporte estadístico de la evolución de la materia y de la vida; el futuro así descrito
está siempre abierto a nuevos eventos de transformación, en que los procesos de
selección natural inducidos por el Segundo Principio de la Termodinámica
generarán un progresivo aumento de la complejidad no solo en los sistemas vivos,
sino en todo el universo.
33
Solo aceptando el hecho que el tiempo lineal no existe fuera de nuestra conciencia,
el esquema filosófico de la causalidad deja de tener sentido y se desmorona; solo
así lograremos comprender que el tiempo que propone el determinismo no es más
que una construcción subjetiva, una creencia o “una necesidad del alma” como lo
definió David Hume, lo que podríamos objetivamente comprender como una
imposición de las leyes del lenguaje occidental, que al provenir de una matriz de
pensamiento eminentemente determinista desarrollada en los claustros
medioevales dominados por la inquisición, posee arraigada en su estructura
subyacente una impronta causal que condiciona no solo nuestro lenguaje sino
nuestra mente; solo entonces lograremos advertir lo efímero, irregular y cambiante
pero al mismo tiempo unitario e indisoluble en los complejos procesos transitivos
de la naturaleza, que lejos de ser caóticos, se articulan en eventos constructivos de
gran dinamismo que son el origen de los procesos evolutivos del universo.
Por tales razones, cuando nos enfrentamos a problemas alejados de nuestra
experiencia cotidiana, no bastará la intuición o el entendimiento para obtener una
descripción rigurosa de la naturaleza incluyendo en esta al tiempo, pues solo la
experimentación y las matemáticas permitirán cuantificar sus parámetros y describir
su compleja lógica interna, de modo que en todo fenómeno real carece de sentido
una representación clásico–determinista, por lo que nuestras expectativas de
conocimiento se deben circunscribir al plano estrictamente experimental; es decir,
los fenómenos deben ser descritos de modo operacional, pues toda interpretación
subjetiva del mundo no conseguirá representar la complejidad e incertidumbre del
universo por el hecho indiscutible que los observables de la naturaleza son
intrínsecamente probabilísticos, en que ni el tiempo, el espacio, la energía y sus
interacciones pueden explicarse de otro modo que mediante un lenguaje
matemático, asignando cada punto del espacio-tiempo la probabilidad —y no la
certeza— de que una partícula se halle en tal posición en un instante determinado.
Los conflictos que en círculos del saber formal se advierten en la comprensión de
estos temas, exhortan a reconsiderar una serie de supuestos deterministas
fuertemente arraigado en nuestros sistemas educativos incluso de nivel superior, de
modo que estos hagan posible el empleo de un tipo de conocimientos que —
superando los consabidos juicios cuantitativos, estáticos y deterministas con que
representamos la realidad— nos permitan comprender y modelizar los complejos
sistemas transitivos de la naturaleza, que en interacción con la energía, presentan
mutaciones, bifurcaciones, atractores y hasta la ausencia de orden de los
34
denominados sistemas caóticos; esto nos permitiría extender nuestra capacidad
para describir y construir conjuntos dinámicos que evolucionan y no para
representar los fenómenos de la naturaleza, la economía y la sociedad en forma
lineal, polarizada y fragmentaria, pues el mundo en sus diversas manifestaciones
espaciales, temporales y energéticas es una unidad compleja e indivisible en que
interaccionan dinámica y unitariamente todas las escalas en que caracterizamos la
realidad material del universo.
35
La irreversibilidad del tiempo en Termodinámica.
Aunque mucho antes de Heisenberg los británicos Hume y Berkeley habían
expresado fuertes críticas al determinismo, el concepto de tiempo en la ciencia ha
estado supeditado a una visión reversible sustentada en una visión determinista del
Segundo Principio de la Termodinámica y sobre todo en la visión de Einstein, para
muchos el principal defensor del determinismo de Newton en la física
contemporánea. Siguiendo ese enfoque, el filósofo británico Bertrand Russell afirma
que “el orden temporal de los acontecimientos depende solo del observador, pues su
concepto de tiempo sólo tiene significado en el marco de referencia en que este se
encuentra, por lo que dividirlo en pasado, presente y futuro carece de significado para
las ciencias naturales”, de modo que para muchos científicos como el matemático
Herman Weyl así como Russell y Einstein, no solo la naturaleza sino la existencia
misma del tiempo es relativa pues existe un tiempo propio para cada evento de la
naturaleza, de modo que “nuestra percepción del tiempo asociada a los procesos
irreversibles de la naturaleza es una construcción mental sin importancia para la
ciencia”.
No obstante el carácter ilusorio del tiempo descrito por Einstein y sus seguidores
sintetizando su visión subjetiva de la ciencia, no puede ignorarse que a nivel
macroscópico, los observables de la naturaleza objetan las aseveraciones de la
relatividad, pues son los procesos constructivos del universo y no una teoría la que
nos indica que este tiene una historia; es decir, un tiempo irreversiblecon un pasado,
un presente y un futuro que penetra en todas las dimensiones de la naturaleza desde
el nivel cosmológico hasta el mundo cuántico, estableciendo los principios básicos
de la evolución del mundo físico y de la vida.
Según Nash: "La Termodinámica no proporciona ninguna prueba de que los
procesos espontáneos deban realizarse siempre con aumento de entropía"(1974,
p.53) pues hasta ahora el segundo principio de la Termodinámica clasica se ha
36
erigido como un modelo cosmológico sustentado en hipótesis, tautologías y
conjeturas deterministas y no en los observables de la naturaleza, transformando a
la física contemporánea en un sistema de ideas tan interpretativo como la filosofía,
por lo que Kuhn nos advierte sobre la falacia que significa un conocimiento
especulativo que no intenta mejorar el conocimiento científico sino el de los
paradigmas vigentes, intentando hacernos asumir la idea de un universo entrópico,
cuando la realidad presenta por todas partes procesos constructivos sólo explicables
desde una perspectiva negentrópica en la organización de los procesos de la
naturaleza y aunque estos ocurren en menor medida que los procesos entrópicos,
definen un claro sentido hacia la complejidad y evolución del mundo físico y no
hacia la inevitable muerte térmica del universo que establece la entropía.
37
La reversibilidad y la irreversibilidad en los procesos dinámicos de la naturaleza.
En el mundo de la Física ha predominado por siglos el interés por la regularidad de
los procesos de la naturaleza, resultantes en gran medida de una idealización de
aquellos sistemas aislados que se encuentran cercanos al equilibrio; sin embargo,
desde sus primeras tesis sobre Termodinámica, el doctor Prigogine se interesó por
una nueva visión de esos temas abordando el estudio de los procesos fuera del
equilibrio y la irreversibilidad que estos presentan, en estrecha relación con el
concepto de «estructuras disipativas» definidas a partir de los Torbellinos de Bernard.
No obstante, es necesario señalar que fueron los visionarios enfoques de Poincaré
y de Boltzmann en su trascendental teorema H quienes —proponiendo por primera
vez una interpretación de la Termodinámica en términos de la estructura atómica
de la materia— introducen conceptos probabilísticos en la descripción del mundo
físico, cimentando los cálculos de Planck acerca de la radiación de cuerpo negro que
dan inicio a la mecánica cuántica, trazando también el camino para la
Termodinámica del no equilibrio.
Mediante el análisis de estos fenómenos, Prigogine objeta la real existencia de los
sistemas aislados, proponiendo una nueva representación de la naturaleza al
señalar: “debemos considerar que ninguno de los sistemas aislados que conocemos es
realmente aislado y estable, puesto que ligeras e inevitables perturbaciones pueden
superar su poder de integración, de modo que su existencia en ningún caso prueba
una estabilidad cerrada, por lo que no existen sistemas estructuralmente estables
siempre pues apenas se incorpora la inestabilidad, las leyes de la naturaleza dejan de
ser deterministas y cobran un sentido estadístico que solo puede expresar
probabilidades, entablándose un nuevo diálogo entre el hombre y la naturaleza”.
38
De este modo, Prigogine reivindica las ideas de Boltzmann del carácter
probabilístico de la Segunda Ley de la Termodinámica asignándole un inexplorado
carácter constructivo: «La noción de probabilidad introducida por Boltzmann en
Termodinámica fue un golpe de extraordinaria fecundidad para la ciencia, haciendo
de esta verdaderagrietaen el carácterdeterminista de la materiauna fuerza de acción
que tendrá una decisiva trascendencia en la evolución del mundo físico; después de
siglos hemos logrado comprender cómo surge la dinámica en el universo a través de
la inestabilidad y el azar: éstos rompen la equivalencia entre el nivel individual y el
estadístico en los procesos de la naturaleza al extremo que las probabilidades cobran
una significación fundamental en los procesos evolutivos, no reductible a su
interpretación en términos de ignorancia o aproximación, pues es una propiedad
intrínseca de la materia que determina con el tiempo la evolución y el cambio» (Ilya
Prigogine 1996: 37-38); es decir, debemos aceptar la indeterminación del mundo
subatómico y su carácter probabilístico como una interpretación fundamental de la
realidad material en todas sus escalas y extraer de ella sus necesarias consecuencias.
Como afirma Margenau (1970: 261): "si las probabilidades son intrínsecas en la
materia, deben formar parte de las teorías, siendo necesario incorporarlas a toda
representación objetiva de la realidad, adoptando expresamente una representación
objetiva puesto que existe la falsa creencia de que las utilizamos sólo si tenemos un
conocimiento insuficiente".
Estos sucesos de menor probabilidad que emergen entre el conglomerado de
eventos más probables de la naturaleza tanto a nivel micro como macroscópico, no
son fáciles de evidenciar en poblaciones poco representativas, pero no pueden ser
ignorados por la ciencia pues son capaces de sobrevivir a la degradación de la
entropía: en palabras del doctor Prigogine “aunque el azar constituye una
probabilidad estadísticamente libre, impredecible y de baja frecuencia, siendo la
reversibilidad el estado más frecuente en la naturaleza, es la raíz misma del edificio
de la evolución al permitir a la entropía seleccionar las nuevas organizaciones de la
materia y la energía entre los eventos azarosos del mundo físico, consiguiendo
apartarse del determinismo y la reversibilidad con estructuras originales creadas a
partir de las existentes, en que grandes grupos de moléculas se ordenan y organizan,
generándose nuevas combinaciones que deberán poseer la facultad de ser cada vez
más eficientes para preservarse ante la competencia y las crecientes presiones de un
medio con recursos limitados —condición que denominamos irreversibilidad— que
define una dirección objetiva de la flecha del tiempo en los procesos evolutivos del
39
universo”. En relación a estos conceptos, Prigogine afirma que “las estructuras
disipativas son el mecanismo por el cual en presencia de energía, los sistemas
experimentan progresivas transformaciones que —incluyendo un cierto nivel de
incertidumbre— auto-organizan sus parámetros internos, generando cambios
irreversibles en el comportamiento de la materia que serían el soporte evolutivo del
mundo físico y de la vida”.
De este modo, Prigogine lleva aún más lejos los conceptos de Boltzmann del
comportamiento estadístico de las entidades de la naturaleza al representar al
Segundo Principio de la Termodinámica como un ente creador de orden mediante
el desarrollo de sistemas auto-organizados que —al oponerse dialécticamente a la
Entropía— establecen un proceso irreversible de evolución del mundo físico que se
extiende a toda la naturaleza; lo anterior supone la idea de un proceso constructivo
emergente en la materia, en que existiría la tendencia del tránsito del orden al
desorden y de este a un nuevo orden cuya complejidad y eficiencia se incrementa
progresivamente mediante saltos evolutivos, siendo esta discontinuidad una ruptura
y una continuidad de los procesos globales de evolución del mundo físico.
Esta representación del comportamiento macroscópico de la materia, ha sido
exitosa en muchos aspectos, permitiendo ampliar las leyes de la ciencia a la
evolución del mundo físico y de la vida; sin embargo, esta descripción no está
exenta de críticas, que se orientan a considerar la irreversibilidad a nivel
macroscópico como atributo de una descripción incompleta de los sistemas físicos
desde el punto de vista fundamental, lo que generaría un conflicto en las ecuaciones
fundamentales de la mecánica, pues si la irreversibilidad es esencial en todas las
formas en que se auto-organiza la materia, sería paradojal que dicha condición surja
desde sistemas físicos que su descripción temporal a escala microscópica es
reversible, por lo que no podrían sustentar la irreversibilidad temporal a nivel
macroscópico expresada por la Termodinámica evolutiva de Prigogine; esta
cuestión, hace necesario responder la interrogante de la coherencia de las
ecuaciones de la mecánica en las distintas representaciones de la realidad —la de
Newton y Einstein para los sistemas clásicos, como la de Bohr y Schrödinger para
los sistemas cuánticos— que permitan soluciones coherentes para describir la
simetría o asimetría temporal en escalas distintas a los que estos se definen.
El punto de vista más difundido para describir la irreversibilidad en un mundo en
que sus constituyentes elementales se rigen por leyes temporalmente reversibles,
es que los acontecimientos azarosos o accidentales de la materia macroscópica
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  • 1. 1 El tiempo en la civilización occidental hasta Prigogine. Como todo el conocimiento humano a lo largo de la historia, el tiempo ha sido comprendido de muy diversas formas, constituyendo el problema por excelencia de filósofos y científicos; sus interrogantes se enlazan profundamente con nuestro lugar en el Universo y con aspectos fundamentales de ese tiempo propio que constituye nuestra existencia — esa percepción de continuidad que formamos en nuestra mente a partir los sentidos— creando la intuición de que el tiempo transcurre desde el pasado hacia el futuro a través del presente. transiente Eso es lo que sentimos y pensamos, pero ¿qué es realmente el tiempo? para nuestro intelecto es un concepto tan intuitivo que nuestro lenguaje no tiene palabras apropiadas para describirlo, puesto que no es aprehensible por los sentidos y todo lo que sucede temporalmente debe ser referido al espacio para que podamos captarlo, de modo que tanto para la ciencia como para la filosofía, es también una definición abstracta y compleja: los matemáticos lo asumen como aquello que puede ser medido por relojes; para Einstein es una dimensión virtual del universo integrada al espacio, conformando un espacio-tiempo tetra dimensional que posee importantes propiedades dinámicas y a escala cuántica es descrito por elementos discontinuos o cronogramas de 10-43 seg —el tiempo de Planck— escala que en su inicio el espacio-tiempo se encuentra unificado con la materia-energía, pues sabemos que en los primeros instantes del universo todos sus parámetros se encontraban unificados en un punto inmaterial de energía cuantizada. En las primeras culturas humanas —íntimamente dependientes de su medio natural— existió una percepción intuitiva del tiempo asociada a ritmos periódicos de la naturaleza como los ciclos del sol, la migración de animales y peces, las crecidas anuales de los ríos, etc.; el tiempo aunque cíclico, como medida no tenía valor, de modo que en sus inicios nuestra especie vivió por milenios en un eterno presente, con cambios poco apreciables en su medio material y su economía. Para encontrar un concepto más objetivo del tiempo debieron transcurrir millones de años para que la precaria y riesgosa economía de subsistencia primitiva basada en la caza y la pesca fueran reemplazadas por la la ganadería y la agricultura, que el crecimiento de la economía de las primeras comunidades estables las convierte en ciudades — etapa que Gordon Childe denomina revolución neolítica— iniciándose en las altas culturas minoica, egea, sumeria y especialmente en las polis griegas la división del
  • 2. 2 trabajo productivo, artesanal e intelectual, emergiendo el nuevo oficio de pensar y con él, el desarrollo de la ciencia y la filosofía. De este modo, el saber formal del mundo occidental tuvo sus inicios en la cultura griega hace dos mil quinientos años; antes de eso, las representaciones que el hombre se hizo de su medio natural, de su propia existencia y del tiempo fueron ingenuas concepciones mitológicas que representaban fenómenos naturales como los rayos, las tormentas, las erupciones volcánicas, el movimiento de los astros, el nacimiento de animales y plantas, la sequía, la enfermedad y muerte de miembros de su clan debidas a la existencia de seres sobrenaturales que simbolizan las fuerzas del medio, pues —al carecer de explicaciones racionales de sus manifestaciones— el hombre primitivo se refugió en mitologías que explican la dinámica de la naturaleza por a la actividad de seres todopoderosos que lanzaban calamidades y muerte contra quienes les agravian, pudiendo también ser espíritus benefactores que dan la vida, mueven el firmamento y producen lluvias y cosechas. Desde estas míticas representaciones naturalistas en que el hombre está en gran medida subordinado a la voluntad de los dioses, la evolución de la economía primitiva y la generación de excedentes condicionan el surgimiento de una serie de creencias cada vez más coercitivas, que normarán la conducta mediante una autoridad jerárquicamente estratificada incluso en su estructura material, que se apropiará de la mayor parte de los excedentes productivos de la sociedad, constituyendo castas parasitarias con férreas estructuras de poder que han llegado hasta nuestros días con las mismas mitologías de la edad de piedra, conservando una representación mítica del mundo basada en creencias mágicas contrapuestas a la naturaleza y a la ciencia. En ese contexto, el mundo primitivo fue el espacio-tiempo asignado por los dioses y para muchos que aún viven en esa mítica prehistoria de la cultura humana poblada de mágicos y alados seres feudales que administran la vida, la muerte, el mundo y el inframundo de los seres humanos, seguirá siéndolo hasta el fin de sus días. Aunque el paso de la tradición oral a la escritura es un precedente necesario para el surgimiento de la filosofía, las matemáticas y la ciencia, en las primeras culturas urbanas como Minos, Sumer, Babilonia y Egipto, apoyados por una naciente escritura y el desarrollo de los primeros sistemas numéricos se lograron importantes conocimientos de botánica, zoología, matemáticas y astronomía, estos se limitaron a una recopilación de la tradición oral acumulada por milenios, sin transformarlos en teorías que los explicasen. Quienes sí lo hicieron fueron los griegos, que como
  • 3. 3 comerciantes y marinos recorrieron el mundo conocido recopilando e interpretando la cultura acumulada en las primeras capitales del mundo occidental, por lo que además de ser los primeros filósofos, fueron también los primeros bibliotecarios de nuestra civilización y aunque no podemos hablar de una visión única del tiempo en su cultura, pues en su extensa historia sus intelectuales enunciaron una serie de teorías al respecto, debemos a ese pueblo las primeras reflexiones en torno a su naturaleza y si hubiera que destacar un concepto transversal distintivo de la ciencia y filosofía griega originaria respecto al tiempo, deberíamos señalar que junto con asumir el concepto primitivo del ciclo del eterno retorno asociado a las divinidades, su reflexión se centra en la existencia de una realidad subyacente que determina todo conocimiento; dicha realidad puede consistir en un elemento material, como en la Escuela de Mileto o en los Pitagóricos —que consideraban el número como una entidad real que armoniza el universo— puede constituir un elemento inmaterial preexistentecomo es propuesto por Sócrates o el mundo ideal de Platón, separado de la realidad, pero la búsqueda de la causa primera determinará toda interpretación de la realidad, subordinando cualquier proposición filosófica a ese concepto. Los cambios que impondrán posteriormente los sofistas con acento en el lenguaje, el ser humano o la sociedad, no alterarán la disposición a aceptar la existencia de una realidad ideal preexistente; una esencia subyacente al mundo material a la que ha de ceñirse todo el conocimiento, incluso el pensamiento mismo y el tiempo. De este modo, los conceptos físicos del mundo griego hasta Aristóteles no procuraban una descripción objetiva de los fenómenos de la naturaleza ni su verificación experimental, sino la determinación de principios generales de un conocimiento inmanente en la materia —Ousía— una creencia idealista opuesta al conocimiento científico, pues se pensaba que en la materia subyace una esencia — un alma preexistente— que al conocer sus principios, determinaba el buen pensar, con predominio del intelecto sobre la experiencia sensible y la observación de la naturaleza, creencias que al oponerse a la experimentación, constituyen tautologías indemostrables que más que explicar la realidad, la disocian del mundo físico puesto que tras él subyace un mundo virtual separado de la realidad material de la naturaleza. Así, el tiempo en la cultura griega anterior a Aristóteles es también un concepto abstracto, virtual e intemporal, separado del hombre; un fundamento potencial que rige el acontecer de la naturaleza e implica movimiento, disminución y pérdida,
  • 4. 4 constituyendo una dimensión negativa en que el presente es parte ilusoria de un eterno camino señalado por los dioses. La filosofía natural de Aristóteles establece una nueva concepción del tiempo asociada al espacio, pasando de ser solo un efecto de los acontecimientos materiales a un marco de referencia objetivo que los contiene, formando parte integral de la physis o movimiento infinito de la naturaleza. Esta revolucionaria definición dinámica y unificadora del tiempo —de gran trascendencia para el futuro de la ciencia y la sociedad— es heredada por la cultura árabe desde las conquistas de Alejandro Magno y tendrá una fundamental importancia es su desarrollo científico y económico por casi diez siglos; sin embargo, no tendrá cabida en la ciencia occidental hasta la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica de Bohr y Schrödinger y la física de los sistemas complejos de Prigogine, íntimamente asociados al concepto de irreversibilidad. Discípulo de Platón, Aristóteles se distanció de las representaciones idealistas de su maestro, rechazando la teoría de las ideas inmanentes separadas de los entes del mundo, elaborando un pensamiento de carácter objetivo y naturalista; frente a la separación radical entre mundo sensible e inteligible planteada por las doctrinas platónicas, defendió la idea de aprehender la realidad a partir de la experiencia y en contra de las tesis de su maestro, consideró que los conocimientos universales no pueden ser separados del mundo físico, puesto que están inmersos en la materia como entes que pueden ser captados por los sentidos y estudiados por la inteligencia y la lógica —en lo que reside su aspecto universal— por lo que se elevan objetivamente por sobre lo sensible y contingente, confiriendo gran importancia a la observación, al estudio científico, la experimentación y la verificación del comportamiento de la naturaleza, el ser humano y la sociedad. De este modo, Aristóteles devuelve la materialidad al mundo físico —lo que realmente son las cosas entendidas como substancia o características del objeto— no como las ideas separadas del mundo fisico descritas por las doctrinas platónicas. Por sus cuantiosos y originales aportes filosóficos y científicos, Aristóteles es considerado uno de los pensadores más importantes de todos los tiempos, constituyendo un pilar fundamental del pensamiento occidental que ha trascendido a toda la humanidad; su obra, escrita hace dos mil trescientos años, ejerce aún una notable influencia sobre el mundo científico contemporáneo y continúa siendo
  • 5. 5 objeto de estudio por parte de múltiples especialistas, constituyendo el legado más importante de la Grecia antigua a la civilización occidental. De acuerdo con fuentes antiguas, el estagirita escribió alrededor de 170 obras, de las que se conservan solo 30, por lo que muchas de sus ideas nos han llegado a través de escritos de sus discípulos o en recopilaciones y traducciones árabes, muy influenciadas por el platonismo. En el mundo occidental —a diferencia de la floreciente cultura y economía Árabes— durante siglos el pensamiento aristotélico fue eclipsado por las doctrinas idealistas platónicas impulsadas por la Iglesia Católica, pues el naturalismo y la objetividad de los desarrollos de Aristóteles eran acusados de materialismo, obstaculizándose la investigación científica, privilegiando las visiones neoplatónicas de Plotino y Boecio. El espiritualismo obtuso, el desprecio y la persecución de las ideas científicas y la experimentación que por más de 15 siglos caracterizaron al pensamiento medioeval debido a la preeminencia de la Iglesia en la ciencia, la cultura y la política, permitieron que un rígido dogmatismo predominara en la ciencia durante toda la Edad Media, recelándose de la visión materialista aristotélica. El filósofo Avicena (n.980) socavaría los pilares de las creencias religiosas con sus Tesis sobre la eternidad y Averroes (n.1126) con la traducción directa del griego, recupera lo esencial del pensamiento de Aristóteles, liberándolo de las adherencias neoplatónicas y teológicas medievales. Ambos filósofos, de gran importancia en el desarrollo de las ciencias árabes, contribuyeron con su obra a que el pensamiento aristotélico —que permaneció oculto y hasta destruido en las bibliotecas de los monasterios europeos— fuese progresivamente conocido en Occidente y las fuertes presiones por abandonar el obscurantismo y la persecución de las ideas decretada por Roma desde inicio de la Edad Media —que constituye el trasfondo político de los sucesivos cismas Anglicano, Calvinista y Luterano así como de los 400 años de Inquisición en Europa— permitieron que la obra de Aristóteles fuese estudiada en la nacientes universidades europeas a partir del siglo XIV y finalmente las obras de sir Roger Bacon y Alberto Magno reivindican la obra aristotélica en el pensamiento medioeval y junto a la obra de divulgación de Santo Tomás —aunque muy desnaturalizada por la escolástica vaticana— la transformarán en la base oficial de una nueva teología cristiana. Aristóteles fue el primer filosofo en desarrollar un análisis objetivo del tiempo, caracterizándolo como un ente íntimamente relacionado al espacio y al movimiento,
  • 6. 6 aunque independiente de ellos y si bien explicita su dimensión infinita, deja sin responder una pregunta fundamental; en su obra Physis(naturaleza) —término que simboliza un principio inherente de operatividad y desarrollo potencial del mundo físico— establece que el tiempo “es el número o medida del movimiento desde una perspectiva de un antes a un después”; pero como advierte Prigogine, ¿cuál es esa perspectiva: la del alma humana o de la naturaleza?; no contamos con la respuesta de Aristóteles en las obras que se disponen, aunque la que le atribuyen sus discípulos es que “el tiempo es un absoluto de la naturaleza exterior al hombre”; es decir, es una dimensión semejante al espacio e íntimamente relacionada con él: “La naturaleza es en todas las cosas que poseen un principio de movimiento, (como el tiempo) la forma y la esencia que no son separables por el pensamiento; en cuanto al compuesto de materia y forma (como la vida) hay que decir que no es una naturaleza sino un ser natural o por naturaleza.” En definitiva, Aristóteles concibe por primera vez el espacio-tiempo caracterizado como el movimiento eterno e infinito de la naturaleza: un marco de referencia espacio-temporal en el que los acontecimientos finitos del mundo natural son concebidos como partes superpuestas a un espacio–tiempo infinito —una realidad exterior a la naturaleza y al hombre— que solo puede ser comprendida como representación subjetiva de una realidad eterna preexistente. Las relaciones entre espacio, tiempo, movimiento y experiencia sensible definidas por Aristóteles, pese a su tremenda capacidad descriptiva que se anticipa en 24 siglos a la visión de la ciencia contemporánea, no tuvo como resultante una cosmovisión que impulsara a la sociedad occidental hacia el desarrollo de la ciencia, la economía y trascendiera al mundo antiguo con la excepción de la cultura Árabe que —heredando la visión de la ciencia aristotélica desde las conquistas de Alejandro Magno— alcanzará una clara hegemonía económica, cultural y científica durante 10 siglos, declinando con el ascenso de la religión musulmana a partir del siglo VIII. A fines de la Edad Media, los conocimientos que favorecerían el nacimiento de la ciencia occidental fueron aportados tanto por la recuperación de la obra de Aristóteles como por el desarrollo posterior de la ciencia y la tecnología islámica, impulsadas en gran medida por los principios filosóficos aristotélicos que privilegiaron la observación de la naturaleza y la experimentación por encima de las dogmáticas nociones imperantes en el mundo medioeval europeo, que lo sumieron
  • 7. 7 en la ignorancia, la pobreza, la peste y las guerras, cuyo corolario de ignorancia, brutalidad y muerte llega hasta américa en brazos de los conquistadores españoles y portugueses. De este modo, los conocimientos aportados por la cultura árabe al nacimiento de la ciencia occidental permitieron atenuar 1.600 años del enorme vacío cultural, filosófico, científico y económico impuesto por la religión dominante, que implantó un servil oscurantismo en detrimento del progreso humano y de la sociedad, en que tuvieron que pasar 16 siglos para volver a hablar de la máquina de vapor que inventara Herón de Alejandría en el siglo I, para recuperar las teorías griegas sobre la esfericidad de la Tierra, el heliocentrismo, los movimientos planetarios, los conocimientos de Arquímedes, Euclides y Ptolomeo, los avances en medicina y cirugía, la idea del átomo así como los importantes desarrollos árabes en matemáticas, ingeniería, urbanismo, arquitectura, edificación, agricultura, medicina, higiene, salud pública, etc. El estudio de la física o filosofía natural propuesto por Aristóteles siguió siendo motivo de preocupación entre los árabes por más de un milenio y a mediados del siglo VIII estos incluían la mayor parte de los conocimientos acumulados por la humanidad en esa época; en la obra Trivium de finales del siglo V se trataron en profundidad los conceptos de espacio, tiempo, materia y vacío así como la "ciencia del movimiento" que estudia la relación entre impulso, masa y velocidad, trabajos en los que se apoyará Isaac Newton 12 siglos después para establecer sus trascendentes definiciones. Sir Roger Bacon (inglés, n.1214) ideólogo del artesanado, estudioso de la ciencia árabe y fuerte adversario de la escolástica, preconizaría el estudio experimental de los fenómenos de la naturaleza, atribuyendo a los teólogos el estancamiento de la ciencia, que "con sus métodos represivos, han hecho peligroso hasta hablar de la naturaleza". Su Novum Organum (El Nuevo Instrumento) sistematiza la adquisición de conocimientos por un proceso de inducción a partir de la visión aristotélica de observación de los fenómenos físicos; en su opinión, “la ciencia debe tener porobjeto acrecentar el poder del hombre sobre la naturaleza para el bien de la humanidad" y por primera vez algunas de sus obras no fueron escritas en Latín como las de sus predecesores, idea insurreccional para la Iglesia que posteriormente seguirán Galileo Galilei y Martin Lutero.
  • 8. 8 Una interpretación de gran trascendencia en la espiritualidad medioeval, que transformará profundamente la visión del tiempo en el pensamiento occidental, fue introducida en la primera mitad del siglo I por los profetas del judaísmo en la obra del filósofo Filón de Alejandría, quien elabora una significativa expresión de sincretismo religioso que —integrando la filosofía griega y la teología hebrea— rechaza la idea del eterno retorno y la noción del Fatum o fatalidad del destino implantada por los griegos. Esta revolucionaria y trascendente visión del mundo sobre la que se construirá la moderna concepción cristiana, en analogía con las culturas orientales, confiere gran importancia a la búsqueda del desarrollo ético de un ser humano que no se encuentra en una cíclica fatalidad, sino en tránsito hacia un mundo ideal que se aproxima, con un tiempo finito contrapuesto al tiempo cíclico y eterno de los griegos, siendo la primera civilización en incorporar la idea de un proceso originario de formación del universo y del fin de la especie humana así como el libre albedrío, conceptos que hasta hoy caracterizan al pensamiento occidental. No obstante los grandes avances en el pensamiento occidental que implicó la recuperación de la obra de Aristóteles a fines de la edad media, la escolástica impuesta por la iglesia medioeval intentará sistematizar una concepción del mundo en términos oscuramente aristotélicos, de lo que se encargará Santo Tomás de Aquino, quien intenta acoplar la filosofía de Aristóteles con las doctrinas judeo– cristianas, a fin de cuentas contrapuestas. La cristianización de Aristóteles realizada por Santo Tomás, pretende unificar las ideas de un origen creacional del mundo y el fin de los tiempos con un tiempo cosmológico infinito, estructurándose en base a dos sistemas temporales contrapuestos que aparecen como complementarios: el tiempo lineal y finito del mundo terrenal, junto al espacio–tiempo de la eternidad o tiempo de Dios, en una dimensión ajena a la nuestra; de este modo, la descripción del tiempo impuesta por la iglesia medioeval es un continuo, ilimitado, homogéneo e independiente, fluyendo como un río en una sola dirección y aunque señala la existencia de un fin de los tiempos para la especie humana, su declarada eternidad constituye una reafirmación del concepto de divinidad espacio-temporal eterna preexistente. La cosmología de Isaac Newton enunciada en su obra Principia Mathematica editada en 1687 se enmarca en estas contradictorias descripciones de tiempo, espacio y movimiento, estableciéndolos como absolutos, continuos, infinitos, eternos, uniformes y sin relación entre ellos, descartando tanto el factor subjetivo en la
  • 9. 9 percepción del tiempo como la relación con el movimiento expresada por Aristóteles, definiendo su existencia física concreta y su medición con empleo de relojes, pues tanto el tiempo como el espacio son magnitudes no relacionadas y objetivamente mensurables, en un mundo en perpetuo movimiento en que no hay lugar para el presente. De este modo, el concepto de tiempo absoluto y matemático de Newton tiene una existencia en sí y fluye uniformemente por su propia naturaleza, aunque no indica su sentido o reversibilidad y en que a semejanza de Aristóteles, el ser humano es un mero espectador. Galileo Galilei —tras perfeccionar el telescopio refractivo atribuido a Johannes Kepler— confirmó con sus observaciones astronómicas la teoría Heliocéntrica copernicana; sin embargo, esta contribución no tendrá tanta importancia en la ciencia contemporánea como el desarrollo del método experimental para determinar validez de sus axiomas basado en la noción aristotélica de observación de la naturaleza, por lo que es considerado el fundador de la ciencia moderna. Su obra “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo” escrita en italiano y no en latín, permanecería incluida en el Índice de libros prohibidos por la iglesia católica por más de dos siglos —desde 1633 hasta 1835— y su autor moriría en su domicilio cercado por la Inquisición. Este científico —antes de ser enjuiciado por la Iglesia Católica por sus pecados cosmológicos— había verificado tras años de observar el cielo que no existen movimientos absolutos, sino que éstos son relativos al plano desde donde se observe; esto quiere decir que si alguien está en movimiento uniforme, sin definir un punto de referencia arbitrario no tendría forma de comprobar si se encuentra en reposo o en movimiento; por tales razones, Newton no tuvo argumentos para impugnar la relatividad del movimiento señalada por Galileo, pero sí la del tiempo y del espacio y a partir de algunos escritos árabes acerca del movimiento y de las leyes de Kepler sobre las órbitas planetarias, estableció las leyes fundamentales de la dinámica, deduciendo de ellas su famosa ley de gravitación universal. La obra fundamental de Newton—PrincipiaMathematica—aunque impresionaba a la corte británica por su erudición, no fue comprendida ni valorada por el mundo científico de su época en gran medida por las características controversiales de su personalidad, en que la incomprensión y las intrigas dificultaron su vida; no tuvo conciencia de la trascendencia de sus teorías en la ciencia occidental ni de la importancia de sus desarrollos matemáticos, viviendo sus últimos años enfrascado en obscuras rencillas con Leibniz, quien había desarrollado independientemente
  • 10. 10 conceptos de cálculo diferencial semejantes con una notación más sencilla, siendo los trabajos posteriores de Pierre Simón de Laplace que aclaran los puntos discordantes y las desavenencias dejadas por sus antecesores, extendiendo los geniales conceptos del cálculo diferencial de Newton y Leibniz y dando a las ideas de la geometría analítica desarrollada por Descartes una mayor elegancia y eficacia. Su Traité de MecaniqueCéleste publicado entre 1799y 1825 que ha sido el mayor aporte a la teoría de la gravitación, es considerada hasta hoy una obra fundamental en Mecánica Clásica, aunque en 1796 había escribió su obra más célebre “Exposition du système du Monde” donde en base a la teoría de gravitación de Newton, dedujo la existencia de “estrellas negras”. Pocas teorías científicas han tenido tanta influencia en la ciencia y la sociedad como la teoría de la gravitación universal de Newton y pese a haberse convertido en la ciencia oficial de la iglesia, paradojalmente dio inicio a la separación de la ciencia y la religión, inaugurando el denominado “siglo de las luces” en que subyacen las originales ideas de Aristóteles, demostrando que si se observan los fenómenos de la naturaleza, se razona y se emplean modelos matemáticos, es posible descubrir sus más íntimos secretos, siendo una de las razones de los éxitos científicos que siguieron, al generalizar en la sociedad la convicción de que es posible describir los fenómenos fundamentales de la naturaleza mediante leyes matemáticas, generándose una perspectiva para el quehacer científico caracterizada por una búsqueda del futuro mediante la ciencia, paradigma que está vigente hasta nuestros días, cuyo mejor exponente es tal vez Albert Einstein. Aunque Pierre Simón de Laplace es el autor de una considerable obra científica en que se destacan la formulación del sistema métrico decimal, el inicio de la teoría de juegos, las probabilidades, la primera teoría del error, el estudio de las ecuaciones diferenciales y la geodesia, es la divulgación de las leyes del movimiento universal desarrolladas por Newton lo que le otorga su mayor prestigio como científico y aunque su alumno Napoleón Bonaparte lo nombra Senador, Canciller y miembro de la Legión de Honor en 1805 siendo elegido miembro de la Royal Society de Londres en 1789, tras la restauración de la monarquía, es el rey de Francia Luis XVIII quien lo otorga el título nobiliario de Marqués en gran medida debido a la difusión de la obra de Newton. No obstante, tanto los Principia Mathematica de Newton como Le Traité de Mecanique Céleste de Laplace y Le Discours de la Méthode del filósofo y matemático
  • 11. 11 René Descartes, que formulan la imagen de un mundo completamente determinista, propagan la idea de que la realidad física es una cadena de causas y efectos en que todo en la naturaleza está mecanizado, de modo que las leyes del universo en que vivimos —separadas del mundo eterno de los dioses que tiene otras inexplicables leyes como la gravedad— pueden describirse con una serie de fórmulas matemáticas que, tomando datos desde un sistema físico y representándolo con las ecuaciones apropiadas para establecer cómo va a evolucionar en un determinado período de tiempo, se obtienen resultados que inequívocamente representarán la realidad, de modo que basta con conocer lo que ha ocurrido en el pasado para predecir lo que ocurrirá en el futuro. El modelo de pensamiento de Newton, Descartes y Laplace cimenta una gran corriente epistemológica denominada determinismo, que se extendió a todas las ciencias, puesto que los científicos de todo el mundo se vieron rodeados por una ofensiva determinista alentada por una sucesión de logros científicos, expresando la convicción que gracias a la regularidad y el orden periódico con que se cumplen los fenómenos de la naturaleza, era de esperar que la ciencia pusiera rápidamente de manifiesto todos sus secretos; no obstante, por ser Newton quien afirma que los principios de la naturaleza pueden reducirse procesos deterministas originados en causas divinas externas al mundo físico semejantes al ideal griego de Platón, estas se le asignan enteramente, pese a haber sido puestos en duda desde finales del siglo 19 por el racionalismo de Descartes y por el electromagnetismo de Maxwell y su concepto de campo, que cada uno, por distintas razones, se opusieron a la obscuridad de las definiciones del origen mágico de las fuerzas de gravedad expresada por Newton, que operan a distancia en un medio inmaterial. No obstante sus aportes matemáticos y su potencial descriptivo, aunque también por su afinidad con los ideales políticos que dan inicio al proceso de industrialización en Europa, en que el carácter de la ciencia de la época estuvo fuertemente condicionado por el desarrollo del capitalismo industrial, hacen que su aplicación se generalize a todas las ciencias, si bien con reparos de Descartes por la ausencia de un concepto objetivo del origen de las fuerzas de gravedad que según Newton, no requerían de un medio material para su propagación y aunque se obtuvieron importantes avances especialmente en áreas tecnológicas, en mecánica celeste y en cálculo, los beneficios para la ciencia no fueron los codiciados por sus seguidores, quienes habían difundido la idea que con la aplicación generalizada del mecanicismo en las ciencias, el fin de la física era cosa de tiempo, mentalidad que
  • 12. 12 aún es el pensamiento de muchos científicos conservadores que aferrados al determinismo, retrasan el desarrollo de la ciencia en mucha mayor medida que sus aportes. Sin embargo, no es Einstein quien enfrentará a Newton, Descartes y Laplace en la superación del paradigma determinista instalado por dos siglos en la ciencia contemporánea; la teoría electromagnética de Faraday —apoyada en el revolucionario concepto de campo de Maxwell— sentará las bases de la física moderna allanando el camino a la Relatividad General en su concepción del mundo, siendo la primera ciencia en tener un impacto en la economía mundial comparable al de la electrónica, al permitir el desarrollo de una serie de aplicaciones de gran trascendencia en el modo de vida de la sociedad, como la generación de energía eléctrica, el equipamiento y la iluminación de la vivienda, el alumbrado público, la publicidad luminosa, el motor eléctrico, la comunicación radial y telefónica, los rayos X, los tranvías, etc., iniciando el uso masivo de la energía y la tecnología en todo el mundo, confirmando el ideal cartesiano de que la ciencia es la clave para avanzar hacia el futuro. No obstante, a inicios del siglo XIX, para científicos como Maxwell, Cavendish y Coulomb las leyes de Newton, las matemáticas de Leibniz, los trabajos de geometría analítica y Le Discours de la Méthode de Descartes constituyeron el marco teórico obligado para el desarrollo de los nuevos fenómenos de la electricidad y el magnetismo que se estaban descubriendo, haciendo recíproco el modelo conceptual que el magnetismo proporcionó en siglos anteriores para el cálculo de la gravedad realizado por Kepler, Hooke y finalmente por Newton, Leibniz y Laplace. Desde ese punto de vista, la teoría de Maxwell fue inicialmente el resultado de su analogía con las fuerzas newtonianas que varían con el cuadrado de la distancia, pero también es la resultante de importantes fisuras epistemológicas entre la metafísica de Newton y el racionalismo de Descartes debido a las obscuras definiciones del origen de las fuerzas gravitacionales. Sin embargo, a finales del siglo XVIII aun prevalecían las hipótesis electromagnéticas construidas según el modelo Newtoniano estableciendo la universalidad de las fuerzas ejercidas a través de un espacio estático de manera instantánea y aunque su origen divino y su propagación inmaterial no concordaban con las mentes cartesianas, la preeminencia de las teorías de Newton era dominante en esa época, por lo que las nuevas ideas del electromagnetismo se enunciaban como un nuevo triunfo del mecanicismo asociado a una maquinaria divina en las ciencias.
  • 13. 13 Durante la primera mitad del siglo XIX la interacción electromagnética siguió interpretándose con las pautas del paradigma determinista como una analogía con la fuerza de gravedad de Newton; en Francia, científicos como Ampère y Cauchy analizaron las fuerzas magnéticas basándose en la ley de Coulomb, uniéndose a la visión del mundo que este había extendido a la electricidad, criticando a Oersted por no sumarse a la ortodoxia determinista y aventurarse en “conjeturas cartesianas” para explicar físicamente esas fuerzas; no obstante, en Inglaterra científicos como Faraday, Thomson y Maxwell investigaban el mecanismo físico subyacente examinando los efectos del medio en su propagación, pues tenían fuertes sospechas de que la interacción electromagnética requería de un medio físico concreto para actuar, oponiéndose a la incorporación de fuerzas sobrenaturales en las ciencias, dándole por fin una objetividad física experimental con el concepto de líneas de fuerza que culminará en el desarrollo de la teoría del campo electromagnetico de Maxwell y aunque inicialmente este se apoyó en la representación de un éter que obedecía las leyes de Newton, las dificultades ontológicas para construir a partir de ellas una explicación objetiva del campo electromagnético que no se basara en la metafísica determinsta, lo separan progresivamente de la analogía newtoniana y a pesar de no contar aún con una teoría para explicar el concepto físico de campo, su convicción en el poder del razonamiento lógico basado en los hechos era tan fuerte que defendió resueltamente sus ideas, presentando finalmente en 1865 A Dynamical Theory of the Electromagnetic Field, con la deducción de la propagación de la luz a partir de un campo electromagnético, demostrando la certeza y realismo de sus intuiciones, pues aunque Maxwell no contaba con una teoría que lo exlicara y estando aún lejos de formularla, sus desarrollos teóricos se basaron invariablemente en premisas observables. Puede decirse que desde esa obra, hay un antes y un después en la ciencia contemporánea; antes de su publicación en 1865, eran pocos los físicos interesados en las teorías de campos y muchos que no estaban de acuerdo las calificaban de conjeturas metafísicas; después de su publicación, fueron muchos —incluso Einstein— los que se interesaron en estos nuevos conceptos; el motivo para este cambio fue que Maxwell logró cimentar por primera vez una teoría objetiva, de fácil visualización y de una lógica que superaba las mágicas fuerzas a distancia de Newton, modificando profunda y definitivamente no solo las leyes de la física sino las bases mismas de la ciencia contemporánea, iniciando una revolución epistemológica de gran trascendencia en el pensamiento occidental.
  • 14. 14 Desde el perfeccionamiento matemático realizado por Faraday, las teorías de campos proporcionaron una hermosa solución al viejo problema de la mecánica de cómo un cuerpo puede ejercer una fuerza sobre otro distante, interrogante que puede rastrearse desde la filosofía griega que Newton analizó por mucho tiempo pero no pudo resolver, desarrollando el concepto de Deus et Machina para intentar explicar las incoherentes fuerzas a distancia de la mecánica determinista, visión mágica del mundo que en círculos del saber formal ha sobrevivido por más de tres siglos, siendo aún defendida por muchos como la base de la iglesia católica en las ciencias. La trascendencia de las teorías de campos radica en que las acciones entre cuerpos distantes se ejercen a través de un medio físico concreto que conforma un sustrato activo de interacción entre los cuerpos, siendo un paso decisivo para transformar la visión mágica y sobrenatural de mundo proclamada por las leyes de la mecánica determinista y aunque el propósito inicial de Maxwell fue explicar los fenómenos electromagnéticos desde la perspectiva del paradigma newtoniano, las consecuencias de su búsqueda fueron paradójicas porque su teoría se contrapuso a la de Newton con un status ontológico que separa la metafísica de la ciencia estableciendo las bases de la física contemporánea al hacerla objetiva, por lo que en gran medida debemos a Maxwell y a su concepto de campo el desarrollo de la física del siglo XX tal como lo reconoció el mismo Einstein en una disertación en el Royal College de Londres en que afirmaba: “Constituye para mí un gran placer tener el privilegio de hablar en la capital del país en que han surgido las nociones fundamentalesde la física teórica; me refiero a las teorías de los movimientos de masa y la gravitaciónestudiadas por Newton y al concepto de Campo Electromagnético que sirviera a Faraday y a Maxwell para situar la física sobre una base nueva y objetiva”. “La teoría de la relatividad ha puesto un toque final al edificio construido por ellos intentando extender la teoría de campos a todos los fenómenos físicos (de interacción entre los cuerpos) incluida la gravitación. Sobre el tema específico de esta charla —la teoría de la relatividad— quiero reiterar que esta no tiene un origen especulativo sino que su nacimiento se debe por entero al deseo de hacer que la teoría concuerde en la mayor medida posible con los hechos observados; no tenemos en ella un acto revolucionario, sino la continuación natural de una línea que puede trazarse a través de varios siglos. El abandono de ciertos conceptos de espacio, de tiempo y de movimiento (hasta ahora) considerados fundamentales (e independientes) no ha de considerarse arbitrario porque ha sido condicionado por hechos observados”.
  • 15. 15 “La ley de la constancia de la velocidad de la luz en el vacío confirmada por el desarrollo de la electrodinámica y la óptica así como la equivalencia de los sistemas inerciales confirmada por Michelson, hacen necesario que el concepto de tiempo se convierta en relativo, toda vez que a cada sistema inercial se le adjudica un tiempo propio especial. En la medida que esta noción se ha desarrollado, ha quedado patente que la conexión entre experiencia inmediata y coordenadas espaciales y temporales no ha sido pensada hasta el momento presente con precisión suficiente.” “Dicho de modo más general, uno de los rasgos esenciales de la relatividad es su esfuerzo por descubrir las relaciones entre los conceptos generales y los hechos empíricos de una manera más precisa; el principio trascendental en su caso es que la justificación de un concepto físico estriba exclusivamente en su precisa relación con los hechos experimentados. De acuerdo con la teoría de la relatividad restinga, las coordenadas espaciales y temporales aún conservan un carácter absoluto en tanto sean medidas por relojes estáticos y cuerpos rígidos, pero son relativas en la medida que dependen del estado de movimiento del sistema inercial seleccionado”. La evolución de la Relatividad General desde Galileo Galilei. Uno de los desarrollos teóricos de Galileo incorporados por Einstein como argumento central de la Relatividad, es una idea publicada en 1902 por Poincaré en su libro La Science et l’hípothese; es una consecuencia de la transformación de Lorentz que —refutando los absolutos de Newton — introduce la idea que el tiempo y el espacio son relativos pues varían en marcos de referencia en movimiento. La contracción de Lorentz y Poincaré incorporada por Einstein como una generalización de la relatividad de Galileo a la velocidad de la luz, ha sido confirmada por diversos experimentos, revelando que el tiempo medido por un observador en movimiento respecto a otro, mide un intervalo más pequeño que el que está en reposo, constituyendo una de las verificaciones experimentales más importantes de su teoría.
  • 16. 16 Aceptar que el tiempo y el espacio se unifican en una sola entidad compleja tetradimensional no sólo supone convertir ambos en fenómenos físicos, sino también cuestionar la noción de simultaneidad; Newton pensaba que existía un presente universal en que dos acontecimientos podían ocurrir simultáneamente en lugares distantes; sin embargo, la contracción de Lorenz demuestra que no existe un tiempo de validez universal puesto que —al igual que en el espacio— no existen puntos de referencia temporal privilegiada en el universo, de modo que dos acontecimientos separados que ocurren simultáneamente para un observador equidistante, quien se encuentre en movimiento entre esos puntos los medirá temporalmente distanciados y aunque en la vida cotidiana las velocidades comparadas con la de la luz son muy pequeñas para apreciar los efectos relativistas, los eventos serán simultáneos para un observador equidistante y temporalmente distanciados para otro en movimiento entre esos puntos, de modo que la única referencia temporal valida es el plano de referencia de cada observador, generalizando la idea de Galileo de que existe un tiempo propio que es relativo para cada observador en los eventos de la naturaleza, en que el valor de las coordenadas espacio-temporales en cualquier punto del universo es solo relacional. En 1907 las investigaciones en torno a las teorías de Lorenz y Einstein condujeron a Minkowsky —matemático Ruso-Alemán, profesor de Einstein en la Universidad de Zúrich que en 1902se incorporó a la Universidad de Gotingen a trabajar con Gilbert y Riemann en las propiedades geométricas de los espacios n dimensionales— a relacionar los conceptos gravitacionales de la teoría de Einstein con una geometría no euclídea desarrollada por Riemann, en que espacio y tiempo constituyen entidades que se integran en un espacio-tiempo tetra-dimensional en que la transformación de Lorentz adquiere un rango de propiedad geométrico-relativista, determinando un tiempo propio específico de cada marco de referencia y un incremento del tamaño de los cuerpos a medida que su velocidad se aproxima a la de la luz. Esta original representación geométrica del universo incorporada como argumento central de la Relatividad General, amplía los conceptos de la relatividad restringida al combinar la teoría de campos de Maxwell con el espacio-tiempo tetra- dimensional de Minkowsky, conformando un campo gravitacional que por su geometría no euclídea presenta importantes propiedades topológicas que se representan como una membrana que se deforma en la proximidad de un campo gravitacional, modificando la trayectoria de los cuerpos.
  • 17. 17 Las teorías de Einstein y sus colaborores constituyen una síntesis genial de una serie de ideas no relacionadas que logran una representación del universo en que se unifican la gravedad, el espacio y el tiempo. No obstante, aunque los campos con que se representan las fuerzas gravitacionales son casi planos en las proximidades del sistema solar por lo relativamente pequeño de sus masas —que implican pequeñas curvaturas en su entorno— sus implicancias en la descripción de la estructura del Universo fueron más allá de lo que la visión del mundo de su autor le permitía aceptar; una de ellas era que las estrellas masivas pudieran comprimirse por acción de su propio campo gravitacional hasta confinarse y retraerse del Universo material. Einstein no creía que semejantes colapsos pudieran ocurrir, pero una serie de importantes científicos —el primero fue Schwartschild en 1916— demostraron que sus ecuaciones de campo contenían como corolario el hecho que el campo gravitacional resultante de una gran concentración de materia deberá generar una curvatura del espacio-tiempo tal en que la velocidad de escape supera la de la luz, generando la formación de singularidades, denominados posteriormente agujeros negros. Lo paradojal del genio de Einstein, es que las cruciales implicancias de su teoría —que representan el mayor aporte realizado a la cosmología contemporánea— discreparon de sus creencias religiosas, por lo que se retracta de sus conclusiones y pese a los objeciones de muchos de sus seguidores como Chandrasekaar, Gamow, von Neumann, Lemaître y el mismo Minkowsky que indicaban la necesidad de un espacio–tiempo finito en el universo descrito por sus teorías, impugna las consecuencias de la relatividad improvisando una hipotética variable cosmológica que reasigna al tiempo una dimensión infinita y lo regresa al viejo concepto clásico de Newton. Dicho de otro modo, mientras la Relatividad General permitió formular por primera vez en la historia de la ciencia una revolucionaria y original concepción finita del tiempo, del espacio y del universo que ha sobrepasado en múltiples ocasiones su verificación experimental, Einstein se aparta de sus propias conclusiones improvisando una cuestionable variable cosmológica que posteriormente denominará "el error más grande de su vida”. Otro importante desarrollo teórico de Einstein —de gran fecundidad intelectual en su juventud— fue sentar las bases de la mecánica cuántica al advertir que el quantum explicitado por Planck para describir matemáticamente la propagación electromagnética poseía una realidad física concreta: la onda-partícula que propaga el campo electromagnético —denominado posteriormente Fotón—, estableciendo por primera vez la idea que la materia es simultáneamente onda y partícula. Con el
  • 18. 18 descubrimiento del quantum de propagación del campo electromagnético pudo completar las ideas de Maxwell y de Boltzmann explicando el efecto fotoeléctrico, fenómeno que le hizo acreedor al Premio Nobel de Física y no la Relatividad General, concepto controversial por muchos años en la comunidad científica que ha sido fuertemente rechazado por la iglesia y al igual que la obra de Galileo, considerada “espiritualmente peligrosa”, siendo calificada en Alemania —su país de origen, donde la oposición anti relativista adquirió un carácter abiertamente político y antisemita— “una ideología disociadora de la ciencia y la sociedad” siendo denominada por los ideólogos del fascismo “una ilusión científica de las masas”. No obstante su postura ante las implicancias cosmológicas de sus propias teorías y que tal vez constituya el mayor gran error de su vida fue su incapacidad de aceptar la naturaleza probabilística de la materia que puso de manifiesto la mecánica cuántica, en que las ideas de Boltzmann inspiraron a otros físicos como MaxPlanck, Niels Bohr, Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger, en que el análisis de los observables de las órbitas electrónicas fue progresivamente demostrando que en la descripción de la naturaleza microscópica, el valor de los parámetros conjugados que definen a las partículas mostraban una indeterminación o incertidumbre estadística inicialmente confundida con errores en las mediciones y no como una imposibilidad sistemática de la materia; tras muchos intentos infructuosos, los científicos concluyeron que el aparente error se debe a una indeterminación estructural intrínseca originada en la naturaleza ondulatoria de la materia que la mecánica cuántica ha denominado “Relaciones de Incertidumbre” que constituye su principio fundamental. No obstante, estos revolucionarios conceptos, de grandes implicancias tanto en teoría del conocimiento como en toda la ciencia contemporánea, llevaron a Einstein—justificándose en sus creencias religiosas— a afirmar que la mecánica cuántica es una teoría errónea, expresando su famosa frase “Dios no juega a los dados” con que pasa a la posteridad su cerrada oposición a una teoría que el mismo contribuyó a fundar y aunque contaba con sólido respaldo experimental, intervino decisivamente para obstaculizar su desarrollo, actitud que dada la actual importancia económica, estratégica y política de la energía atómica, la electrónica, la comunicación satelital, la telefonía celular, los automatismos, la computación y la robótica en economía, medicina y en toda la sociedad contemporánea, su impugnación de la mecánica cuántica podría considerarse el verdadero gran error de su vida, pues constituyó por décadas un gran freno al desarrollo de la ciencia. Como afirmaba Minkowsky —profesor de Einstein en la
  • 19. 19 Universidad de Zúrich— “la relatividad no está en buenas manos”, cuestionándolo por el hecho de no aceptar las conclusiones de sus propias teorías. Por haber sido Minkowsky y no Einstein el primer científico en comprender las implicancias cosmológicas de la relatividad general enunciando las propiedades de un espacio–tiempo tetra dimensional mediante la geometría de Riemann, se denomina espacio-tiempo de Minkowsky a una región espaciotemporal tetra- dimensional de curvatura nula, que es por tanto sin masa. No obstante, la trascendencia de las contribuciones de Einstein a la ciencia contemporánea no radican en la originalidad de las ideas centrales de la Relatividad —que corresponden al trabajo de otros científicos como Galileo, Lorentz, Poincaré, Gilbert, Riemann, Minkowsky, Schwarzschild, Chandrasekhar, von Neumann, Göddel, Nordstrom, Fokker, Levi-Civittá— y ni siquiera su nombre que le fue impuesto como anatema por Max Planck, quien estaba en completo desacuerdo con sus postulados y conclusiones, sino en la unificación de una serie de conceptos físicos y geométricos que cimentan una revolucionaria visión del universo en la que subyace una cosmología que deja atrás definitivamente el paradigma newtoniano superándolo en precisión y rigor científico al apoyarse en observables, extendiendo el concepto de campo de Maxwell a la gravedad, teoría que ha superado en múltiples ocasiones su verificación experimental, permaneciendo vigente por casi un siglo ampliando nuestra comprensión del universo. Gracias a la Relatividad de Einstein, no solo los científicos sino que toda la cultura humana ha avanzado en la comprensión del origen y estructura del universo, acercando el quehacer científico a toda la sociedad. No obstante los trascendentales aportes de la Relatividad General de Einstein a la comprensión del universo, la representación clásica del tiempo en su teoría ha constituido un gran conflicto para el futuro de la Ciencia, pues aunque comprendió la necesidad de un tiempo dinámico en las variables que convergen en la descripción tetra-dimensional del universo como lo manifestara al proponer su transformación en parámetro físico, sus creencias religiosas lo indujeron a expresarlo como una dimensión clásica semejante al tiempo infinito de Newton y aunque estuvo al tanto de las complejas representaciones temporales de las teorías de Bohr y Heisenberg, su cerrada oposición a la mecánica cuántica le impidió incorporar una representación temporal dinámica en su teoría, por lo que al agregar solo su contracción asociada a la velocidad de la luz, desvincula a la Relatividad General de una noción que surge naturalmente de la Transformación de Lorentz, que a la luz de la dinámica relativista, debieron convertirla en una verdadera revolución del
  • 20. 20 conocimiento científico, extendiendo las trascendentes ideas de Aristóteles de un tiempo dinámico integrado al movimiento de la materia y a la energía; es decir, “formando parte integral de la physis” lo que hubiera permitido unificar el tiempo con los procesos evolutivos de la materia, de la energía y de la vida “como un marco de referencia subyacente que forma parte de la naturaleza material y energética que lo integra y por tanto, una dimensión dinámica que permite cuantificar la irreversible evolución del universo”, visión que a excepción de los trascendentes aportes de Prigogine, está pendiente en la ciencia desde Aristóteles hace 25 siglos. Stephen Hawkins en su libro Breve historia del tiempo va aún más allá de la visión clásica einsteniana afirmando que el tiempo es imaginario y que existe solo como una dimensión geométrico-relacional equivalente a una línea en un plano euclídeo, promoviendo la idea de un espacio-tiempo virtual con una dimensión temporal abstracta e independiente de la densidad local de materia-energía y separada de la dinámica del universo, conjeturando que el Universo no tiene límites temporales, lo que implicaría que el Universo queda enteramente determinado por las intemporales leyes de la Ciencia determinista, aunque no se pronuncia acerca de la reversibilidad o irreversibilidad del tiempo en las leyes de la física. Años más tarde depuró este concepto, considerando sus anteriores teorías como “intentos de describir una realidad en la que conceptos como singularidad no tienen sentido y donde el espacio y el tiempo forman una superficie cerrada sin fronteras”, lo que a fin de cuetas, es una mera vulgarización periodística de las ideas de Chandrasekaar y Schwartchild. Por el contrario, desde el punto de vista de la teoría de Prigogine que implica la irreversibilidad temporal de los procesos de la naturaleza, lejos de mimetizarlo con las dimensiones espaciales, el tiempo es una dimensión dinámica que surge de los procesos constructivos de la naturaleza, por lo que debe ser considerado una propiedad fundamental del universo, en que la permanente interacción de la materia, la energía y la información, junto a la selección natural de los procesos entrópicos, determinan la orientación de la flecha del tiempo caracterizada por procesos de creciente complejidad, enfatizando que este no debe ser entendido como una dimensión única, sino que existen tantos tiempos propios como eventos irreversibles se produzcan en el universo.
  • 21. 21 La flecha del tiempo. El devenir del tiempo que percibimos fluir hacia el futuro es un paradigma abierto en la ciencia contemporánea, pues las dos grandes teorías con que se representan los procesos del mundo físico aseveran que los elementos de la naturaleza actúan sin distinguir entre pasado, presente y futuro, determinando una simetría temporal en las leyes del universo. Si bien esto puede expresar que el tiempo es simétrico respecto al presente, también podría significar que este no es un factor intrínseco de los sistemas físicos y constituye una representación subjetiva asociada al movimiento que solo se encuentra en nuestra imaginación. De cualquier modo, las leyes de la física clásica — incluyendo en esta a la relatividad — serían válidas independientemente de que la variable temporal sea positiva, negativa o inexistente puesto que el tiempo es un parámetro virtual axiomático imposible de justificar físicamente, de modo que nada válido puede afirmarse sobre su naturaleza; de este modo, al representarlo como un concepto virtual asociado al movimiento, solo estamos describiendo la dinámica de la naturaleza en un todo inseparable de la energía, puesto que nuestras únicas referencias del paso del tiempo son en realidad las variaciones físicas de los cuerpos atribuidas a la energía tanto interna como externaque lo afectan. Aunque en el contexto de la mecánica cuántica esta simetría se cumple empíricamente y ha sido verificada en innumerables ocasiones, no parece tan obvia
  • 22. 22 en Termodinámica, que a escala macroscópica indica una variable temporal irreversible que percibimos moverse hacia el futuro, asimetría que es denominada “flecha del tiempo”. Esta expresión fue acuñada en 1927 por el físico y astrónomo británico Sir Arthur Stanley Eddington en su libro The Nature of the Physical World en relación a la segunda ley de la Termodinámica “que permitiría distinguir la dirección del tiempo en un universo relativista, que puede ser comprobada en diferentes escalas, tanto en los átomos como en los fenómenos irreversibles de la naturaleza macroscópica: Tracemos arbitrariamente una recta unidireccional; si encontramos que la proporción del azar va en aumento en el estado del mundo, la flecha apunta hacia el futuro; si esta proporción disminuye, la flecha apunta hacia el pasado. Designaremos como flecha del tiempo a esta característica temporal sin correlativo espacial, pues en el espacio no se encuentra una característica análoga de tener una dirección determinada.” Aunque no compartimos las definiciones de Sir Arthur en torno al azar, la dirección de la flecha del tiempo y la entropía expresadas en su interpretación de la Termodinámica, al final de su frase manifiesta un concepto que establece una importante diferencia entre espacio y tiempo a nivel macroscópico: si en el espacio podemos movernos a izquierda o derecha, subir y bajar, etc., ¿por qué no podemos ir al pasado y regresar? Esta observación no es nueva; Aristóteles — reflexionando en torno a su concepto espacio–temporal asociado al movimiento— había hecho referencia a esa irreversibilidad temporal, que a nivel macroscópico eliminaría todas las trayectorias excepto las que representan un tiempo continuo hacia el futuro. Desde el punto de vista de Einstein, el tiempo es una dimensión que caracteriza en forma relativa y lineal tres dominios diferenciables en los eventos de la naturaleza: pasado, presente y futuro; no obstante, como sus leyes están preestablecidas, la evolución de un sistema físico queda enteramente definida desde el pasado y aunque en las trayectorias curvas del espacio-tiempo es posible el cambio, todo está causalmente determinado sin divergencias estadísticas o valores aleatorios, pues dependerá enteramente de ecuaciones atemporales en que no existen procesos dinámicos ni nuevos aportes de energía, de modo que entre la causa y su efecto no se admite el azar o la discontinuidad. De este modo, el tiempo de Einstein es un corolario natural de las propiedades íntegramente atribuibles a una causa que origina los valores presentes, determinando un futuro que al estar subordinado enteramente al pasado, no constituye una consecuencia dinámica de la materia, la
  • 23. 23 energía y su organización y solo describe un orden de ocurrencia de procesos físicos que poseen una dirección predeterminada; de este modo, el tiempo no tiene trascendencia física alguna y no constituye un factor intrínseco de los sistemas deterministas y salvo su devenir que bien podría ser imaginario, nada válido tiene que decir sobre su naturaleza y solo puede establecer una conjetura inductiva inobservable. Por el contrario, para Prigogine la asimetría temporal que percibimos a nivel macroscópico constituye un hecho real, aunque “no se refiere a la dirección en que subjetivamente percibimos fluir el tiempo hacia el futuro — denominada irreversibilidad psicológica— sino a la dirección objetiva de evolución de los procesos constructivos de la naturaleza, que a nivel macroscópico manifiestan una asimetría sobre el presente, en que el pasado inmutable y sin retorno se distingue del futuro en los eventos transitivos de la naturaleza”. A nivel de la física fundamental, el hecho que el tiempo de la Termodinámica avance y no retroceda ¿implicaría que estos sistemas deben violar la simetría de inversión temporal expresada por la teoría? o bien ¿puede explicarse la flecha del tiempo a escala macroscópica incluyendo un grado de libertad que permita la ruptura de la simetría temporal en los fenómenos estadísticos de la termodinámica y su extensión al mundo macroscópico? Estas interrogantes pueden hacer necesario establecer una tabla periódica que permita describir empíricamente el sentido del tiempo en las diversas escalas en que hemos dividido la realidad para incorporarla a nuestras ecuaciones y comprobar con un elevado nivel de certidumbre la conservación o ruptura de la simetría temporal en las leyes fundamentales de la física, permitiendo comprender realmente como opera la naturaleza. No obstante, lo que denominamos presente no es temporalmente una dimensión real, pues es un punto adimensional en movimiento relativo y si bien está sujeto a la irreversible dirección pasado-futuro, solo constituye el punto de unión entre ellos, estableciendo un pliegue espacio-temporal que se desplaza, creando un punto de inflexión intemporal que pertenece a ambos dominios, cuya velocidad de desplazamiento entre el antecedente y su consecuente material —como lo demostró Einstein— depende de la nuestra y es lo que percibimos subjetivamente como un intervalo que, al entrar en convergencia con nuestros procesos sensoriales y emocionales, nos permite modificar la realidad, generando un contexto en que podemos interactuar con el cambiante escenario del universo material con
  • 24. 24 diferentes acciones posibles que lo modifiquen, generando una nueva realidad que denominamos futuro. Sin embargo, esta representación temporal no puede establecerse al margen de los procesos físicos que los originan, que solo pueden ser descritos de modo experimental, siendo necesario aceptar las afirmaciones de Bohr acerca de conceptos tales como anterior, posterior, existencia o posición solo pueden representarse a la luz de los observables y si bien a nivel microscópico es posible comprobar una incertidumbre en la asimetría temporal, en el caso de la nueva Termodinámica estadística propuesta por Boltzman y Prigogine, sus entes expresan una clara asimetría en los procesos negentrópicos de la naturaleza que —en acuerdo y no en oposición al Segundo principio de la Termodinámica— “lograrían eliminar todas las trayectorias posibles que no representen bien un equilibrio o bien una evolución hacia el futuro”, por lo que su expresión definitiva no puede sustentarse en supuestos y conjeturas sino que debe estar fundamentada en la experimentación y la observación, aunque ambos conceptos — la simetría y su ruptura — deben ser definidos como componentes dialécticos fundamentales de la realidad material formando parte esencial de las leyes de la naturaleza en todas sus escalas, en que el tiempo propio de los diversos procesos constituye un sistema complejo y dinámico que no tiene razones objetivas para ser determinista. Desde el punto de vista cosmológico, la asimetría temporal del universo puede originarse en sus condiciones iniciales caracterizadas por un proceso expansivo originario en que todos los parámetros del universo se encontraban unificados en un punto inmaterial en que todas las dimensiones espaciales y temporales están fuera de las leyes de la física, por lo que el tiempo y el espacio tienen un inicio, de modo que la flecha del tiempo debe apuntar necesariamente al futuro. Por el contrario, las leyes de la naturaleza — que son eminentemente cuánticas — no tienen razón alguna para esto y bien podrían ser simétricas, aunque esta es una manera determinista de expresar una trayectoria temporal libre que bien puede ser virtual, pues una partícula elemental puede viajar al pasado durante un tiempo tan breve que —debido al principio de indeterminación de Heisenberg— sería físicamente inobservable, por lo que sus interacciones no constituirían infracciones de las leyes de conservación de las partículas subatómicas.
  • 25. 25 El tiempo y la causalidad. Los hombres de ciencia se han empeñado siempre en representar los nuevos fenómenos que se descubren de la forma más rigurosa posible; sin embargo, aunque muchas veces se sacrifica el rigor para intentar transmitir las ideas generales de un hecho científico, dicho rigor será relativo a la formalidad con la que expresamos dichas ideas. No obstante, la percepción humana no logra apreciar intuitivamente la indeterminación y el comportamiento estadístico que presenta el mundo físico a nivel microscópico, por lo se debe recurrir a analogías con nociones existentes que si bien sacrifican la exactitud, permiten describir la nueva realidad en forma más o menos inteligible. Esta aproximación ha sido inevitable, ya que a nuestro cerebro le resulta imposible describir objetivamente lo que en rigor ocurre en la naturaleza pues —aunque nuestros procesos neurológicos operan con leyes cuánticas— su aprendizaje ha sido evolutivamente condicionado por un conjunto de determinantes del entorno material en que se halla inmerso, en que a diferencia de la incertidumbre y complejidad del mundo microscópico, en los procesos dinámicos de la naturaleza predomina una lógica causal y determinista. Aunque esta no es una representación objetiva de la realidad material a lo largo del tiempo, existe una relación biunivoca entre las categorías del lenguaje y la forma en que deducimos nuestras ideas y aunque dichas categorías no constituyen la génesis del pensamiento humano, este es sin duda condicionado por una serie de estructuras lógicas que forman parte de nuestros procesos de aprehensión del conocimiento, que bien formarían hábitos inductivos producto de la observación de secuencias repetitivas en la naturaleza, o hay quienes —como Jean Piaget y Alberto Merani— consideran la acción recíproca del sujeto y del objeto en la evolución del
  • 26. 26 conocimiento humano y la construcción progresiva de las estructuras neurológicas, afirmando que “poseeríamos una tendencia innata a buscar regularidades en esas secuencias, pues naceríamos con un tipo de conocimiento intuitivo heredado genéticamente”; es decir, existiría en la mente humana una tendencia instintiva anterior a toda experiencia observacional, en que surgen y se desarrollan a priori diversas nociones causales de conceptos elementales tales como espacio, tiempo, movimiento y causalidad, cuestión que ha podido verificarse empíricamente en casos de lesiones de la corteza cerebral. Generalizando esta idea, debemos asumir que tras el conocimiento humano subyacen fundamentos gnoseológicos que subordinan nuestras categorías de pensamiento hacia una concepción determinista del mundo físico, constituyendo un serio obstáculo para el desarrollo de la ciencia, pues la falta de herramientas lógicas consistentes ha obligado a utilizar en su descripción el abstracto lenguaje de las matemáticas, ahondando la brecha entre ciencia y sociedad. Como categoría del conocimiento humano, la causalidad y el determinismo que subyace en sus fundamentos epistemológicos, aseveran que el mundo físico evoluciona según principios predeterminados, en que el azar es sólo un error accidental sin significado para la Ciencia, de modo que es posible generalizar el estado actual del universo como un efecto del pasado y la causa de un futuro enteramente predecible. Este paradigma ha constituido un problema de fundamental importancia en Teoría del Conocimiento en los últimos dos siglos y continúa siendo objeto de estudios no solo desde el punto de vista filosófico, sino cultural y hasta semántico, pues se afinca en representaciones arraigadas en la civilización occidental, que han trasformado en una creencia sistemática la idea que es necesario interpretar los sucesos de la naturaleza estableciendo cadenas de afirmaciones que enlazan causas y efectos de forma tan inequívoca que casi todo el mundo las admite como requisito indispensable para la descripción y desarrollo de la ciencia. No obstante que para Immanuel Kant la causalidad es una categoría axiomática del entendimiento humano y constituye un criterio apriorístico de verdad, para David Hume esta es solo una conjetura no tan indiscutible como parece, pues establece una hipotética secuencia temporal que solo existe en nuestra mente “no encontramos ninguna prueba material de que exista una condición necesaria y
  • 27. 27 suficiente entre causa y efecto y solo podemos penetrar en la razón de la conjunción mediante la imaginación” (1740: 93). Admitiendo la consistencia de las reflexiones de Hume, deberemos aceptar que no es posible demostrar experimentalmente que un acontecimiento cause siempre otro, siendo esto substancialmente erróneo en el mundo subatómico, que su comportamiento ondulatorio revela un carácter intrínsecamente probabilístico en que predomina la incertidumbre. No obstante, la pretensión de explicar el mundo en forma determinista ha generado grandes conflictos en la historia del pensamiento occidental, en que la subordinación a ingenuas y esotéricas interpretaciones causales de los fenómenos de la naturaleza durante toda la Edad Media debido a la preeminencia de la religión en las ciencias, retrasaron el desarrollo social, científico y económico de la humanidad por más de 15siglos y cuyos sofismas solo se lograron esclarecer experimentalmente desde inicios del siglo pasado con el descubrimiento de la Mecánica Cuántica, cuyo enunciado central —el principio de Incertidumbre formulado por Heisenberg en 1927— cuestiona la validez epistemológica de la causalidad, demostrando empíricamente su incoherencia en la interpretación de la naturaleza al poner en evidencia la indeterminación del comportamiento de la materia, en que los procesos naturales ocurren de un modo más complejo y estadístico que el expresado por el rígido orden causal de la filosofía determinista. Aristóteles —en su obra Segundos Analíticos— estableció las nociones fundamentales de la causalidad, diferenciando en ella cuatro categorías: la causa efficiens del impulso o energía; la causa materialis referida al componente físico; la causa formalis relacionada con la forma y estructura del objeto y la causa finalis, que es el propósito o finalidad de la substancia. Sin embargo, la pretensión de hallar la causa primera de las diversas propuestas científicas ha impulsado a supeditar sus fundamentos a alguna de las cuatro categorías, generándose tendencias contrapuestas; unos consideran la causa finalis el origen de todas las causas, siendo el propósito u objetivo quien determinará los acontecimientos, constituyendo el fundamento de las ciencias filosóficas, del que las ciencias naturales se han mantenido permanentemente alejadas, pues les resulta hipotética la subordinación a un propósito previamente establecido, de modo que estas adoptan el principio energético o causa efficiens como explicación del origen de las leyes de la naturaleza. Estas representaciones contrapuestas y excluyentes de la realidad, han separado a las ciencias naturales de las filosóficas, dificultando su mutua comprensión y aunque
  • 28. 28 observando sus contenidos, podemos comprobar que algunos favorecen la adopción de una causalidad energética y otros a un destino u objetivo predeterminado, en ambos casos se enfatiza unilateralmente algún aspecto particular de la realidad, sin tomar en cuenta la totalidad; sin embargo, ambos puntos de vista no debieran excluirse mutuamente, pues constituyen polaridades de una realidad más compleja que sus partes, que obliga a una visión holística para su comprensión, de modo que aislar alguna de ellas para representar al todo constituye una inferencia sin un significado objetivo para la ciencia, porque ni la iniciativa ni la finalidad bastan por sí mismas para describir la naturaleza pues cada extremo está enlazado al todo, lo que obliga a representar el mundo de tal modo que causas y efectos se integren en un todo dinámico y unitario, en que hacer abstracción de sus partes y sus correlaciones para representar la realidad puede originar grandes contradicciones, siendo necesario explicar su existencia objetiva como un todo complejo indivisible. Aunque el determinismo como criterio para comprender la realidad ha sido útil a la ciencia desde finales del siglo18, existen fuertes corrientes de opinión que reclaman una visión más compleja y dinámica de las ciencias, puesto que muchos eventos de la naturaleza son ocasionados por componentes múltiples cuyos elementos dinamicos se unifican en su acción, siendo erróneo hablar de componentes elementales separados de su contenido energético y su actividad: los imanes poseen dos polos que no pueden existir separadamente y entre ambos generan un campo magnético; la luz se propaga mediante ondas duales formadas por campos eléctricos y magnéticos perpendiculares entre sí, constituyendo una entidad indisociable; en mecánica cuántica, las partículas son descritas por su doble carácter corpuscular-ondulatorio, exhibiendo una superposición de estados que no poseen valores independientes sino probabilísticos, revelando un nivel de indeterminación propia de los estados cuánticos que sin embargo, desde el punto de vista operacional, representan perfectamente la dinámica de las partículas, constituyendo el fundamento de la gran transformación que ha experimentado la sociedad con el empleo masivo de la electrónica. En todos estos casos, considerar un aspecto fragmentario, aislado o simplificador de la realidad nos aleja de una efectiva comprensión de la naturaleza, pues solo la multiplicidad de lo complejo permite construir modelos que hagan inteligible el dinamismo del mundo real; del mismo modo, las causa finalis o efficiens por sí solas no logran describir la naturaleza porque la una no puede prescindir de la otra, pero considerando el conjunto e
  • 29. 29 incluyendo su estructura e interacción, es posible lograr una síntesis que permita una representación coherente la naturaleza, pues la complejidad de los procesos naturales es indisociable. Sin embargo, para muchos científicos atados al determinismo, la causa finalis es hipotética e improbable, por lo que se inclinan por la causa efficiens y para los filósofos esta es pobre e insuficiente y puesto que sus proposiciones se vinculan a planos más abstractos, optan por la causa finalis; no obstante, unos y otros expresan el propósito de comprender el mundo mediante estructuras de pensamiento que pretendiendo ser racionales, no son más que conjeturas que intentan aproximarse a un conocimiento objetivo de la realidad recurriendo a la semántica y no las herramientas propias de la ciencia: la observación y verificación de los observables de la naturaleza mediante la experimentación y su representación mediante operadores matemáticos; ambos caracterizan la dualidad determinista que estableciera Descartes entre cuerpo y mente, sujeto y objeto, materia y espíritu, de modo que entre el observador y lo observado, entre forma y contenido no haya una relación digna de tenerse en cuenta. Cree así la causalidad haber conseguido su ideal frente a la Filosofía: descartar de la Ciencia todo elemento subjetivo pretendiendo haber construido una teoría objetiva del mundo, cuando en realidad lo ha disociado y al hacerlo, lo que aparecen no son sus leyes, sino estados fragmentarios de fenómenos que conforman una realdad más compleja y dinámica que sus partes separadas. En el estudio de la evolución, existe un debate que llena bibliotecas: ¿puede explicarse la existencia de la vida como una cadena causal desde el pasado hacia el futuro en una sucesión de saltos evolutivos desde el átomo de hidrógeno hasta el cerebro humano, o acaso la causalidad precisa de una intencionalidad que opere desde el futuro haciendo discurrir la evolución hacia un objetivo predeterminado? Esta interrogante permite profundizar en un dilema que no es solo disyuntivo puesto que alude a la estructura de uno de los parámetros fundamentales del universo como es el tiempo: la causalidad exige una dirección temporal que determine un antes y un después, exhortando a que el tiempo transcurra en una sola dirección desde una causa a su efecto; no obstante, la evolución es en sí misma una ruptura de esta linealidad, puesto que enlaza el pasado con el futuro en un presente en equilibrio dinámico en permanente transición, exteriorizando la inconsistencia de la causalidad en las leyes de la naturaleza; de este modo, el tiempo lineal es solo una construcción subjetiva que nos induce a fragmentar una entidad temporal unitaria
  • 30. 30 inseparable de la materia y la energía en una imaginaria correlación temporal determinista que avanza hacia el futuro, generando la ilusión que el tiempo fluye independientemente del mundo físico, pasando por alto que el presente no tiene un valor absoluto pues cada evento espacio-temporal solo tiene un valor relacional relativo al plano desde donde se observe. De este modo —como lo expresa el doctor Prigogine— la materia en interacción con la energía conforma estructuras con un creciente nivel de complejidad yeficiencia, unificando en la organizaciónde la materia el pasado, el presente y el futuro: el pasado,pues esta evolucionaen forma irreversible desde estructuras simples a otras más complejas; el presente, que con la energía disponible, el azar y la entropía determinan un creciente nivel de eficiencia en un medio en permanente cambio que en su devenir, el comportamiento intrínsecamente no determinista en la interacción de la materia y la energía permitirá la aparición de nuevos principios de la naturaleza y la progresivaevolucióndesus componentes hacia estados de mayor eficiencia de los recursos disponibles y su sobrevivencia en ese siempre nuevo e inédito espacio–tiempo en permanente cambio que denominamos futuro. Las dificultades de una respuesta consistente desde el punto de vista científico a estos temas, muestran que cuando nos enfrentamos con la complejidad y el dinamismo del mundo físico real no son adecuadas las relaciones causales, la filosofía o la religión; de este modo, los procesos evolutivos que se encuentran generalizados en la naturaleza no pueden ser descritos como producto de un plan preestablecido de creación del universo o un principio ordenador proveniente de la voluntad de un ente supra temporal que actúa desde el futuro, pues son inducidos en el presente por reglas locales que evolucionan desde las existentes a partir de sus contradicciones con un medio en que sus probabilidades de subsistir estarán condicionadas desde un pasado que se proyecta en ese tiempo propio en permanente cambio que denominamos presente, en que la limitada energía del medio determinará un progresivo umbral de eficiencia, de modo que solo aquellas estructuras que posean las condiciones para superar la competencia de su entorno llegarán estadísticamente a predominar, estableciendo un futuro probabilístico tanto en el mundo físico como en los seres vivos, formando parte de un irreversible proceso de evolución del universo y de la vida. No obstante, el mundo inmutable descrito por las teorías de Newton y Einstein se asemeja al mito eleático de la naturaleza de Xenón y Parménides en el cual el tiempo no existe y nada nuevo sucede, pues todo está determinado desde un comienzo, de
  • 31. 31 modo que si le agregamos la dimensión temporal de Riemann-Minkowsky, este se convierte en un universo tetradimensional relativista en que el tiempo no tiene un valor real pues cada evento espacio-temporal tiene solo un valor geométrico- relacional relativo al plano desde donde se observe, por lo que el pasado, el presente y el futuro están contenidos en una ecuación lineal con un tiempo virtual separado de la materia y la energía; como consecuencia, el tiempo solo existe como un incremento de las dimensiones topológicas y de igual modo determina un patrón estático, invariable y causal. Por esta razón, las leyes de la física clásica incluyendo a la relatividad serán válidas independientemente de que la variable temporal sea positiva, negativa o inexistente, puesto que el tiempo no es un factor intrínseco de los sistemas deterministas y nada válido tienen que decir sobre su naturaleza y su interacción con la energía. Por su parte, aquellos sistemas en que la Termodinámica ha limitado sus observaciones a un muestreo temporalemente poco significativo generalmente exhiben un aumento de la entropía; no obstante, esto no permite generalizarlos a todos los sistemas de la naturaleza como una ley causal, puesto que sus leyes son estadísticas y solo pueden expresar tendencias probabilísticas, por lo que no existen razones objetivas para que estas sean deterministas y menos aún para convertirlas en un principio cosmológico que declara la muerte térmica del universo expresada por Eddington. En verdad, la disminución de la entropía de un sistema físico no es un imposible, pues ocurre frecuentemente en la naturaleza aunque con menor probabilidad que aquellos en que aumentan su entropía, por lo que las conjeturas matemáticas y observacionales en termodinámica no son suficientes para afirmar que el tiempo de los procesos físicos es determinista y reversible. En cambio, en los sistemas físicos de Prigogine, el tiempo es el campo de los acontecimientos reales del mundo físico ligados por relaciones concretas de reciprocidad y transitividad entre la materia y la energía, con grados de libertad que admiten el azar y la indeterminación, por lo que la información del pasado permite una conducta físicamente reactiva que puede modificar el presente e incidir sobre el futuro, de modo que lo que ocurrirá dependerá tanto del pasado, como de las leyes estadísticas de la materia y de las acciones que tiendan a modificarlas; el futuro así descrito es una compleja muestra de determinismo, probabilidades y azar, un campo de influencias mutuas donde se reorganizan y reunifican en forma irreversible los diversos parámetros espacio-temporales y energéticos de los sistemas del mundo físico, determinando a partir de lo existente la dinámica evolución de la naturaleza.
  • 32. 32 El enlazamiento temporal que permite modificar los diversos parámetros de la naturaleza puede hacerse comprensible con una analogía geométrica: si nos alejamos permanentemente de un punto de la tierra, debido a la curvatura del planeta regresaremos al mismo punto desde el lado opuesto y en general, los desarrollos geométricos de Riemann permiten afirmar que en el universo toda recta prolongada al infinito se transforma en una geodésica que se cierra en su origen; extendiendo este concepto a la línea del tiempo veremos que ambos extremos de la línea —pasado y futuro— se unen en un punto en movimiento que denominamos presente, de modo que la información que las estructuras de la materia y la energía requieren para prevalecer en el futuro que se validan ante la entropía en un presente en permanente cambio, se reciben desde el pasado porque la naturaleza solo puede construir a partir de lo existente, siendo un efecto no teleológico que mediante la evolución de los principios de la naturaleza, la materia y la energía interactúan de un modo discontinuo, azaroso y estadístico, constituyendo la entropía el camino que cimenta la irreversibilidad, determinando un universo en evolución en que se unifica el tiempo, la materia y la energía de un modo cada vez más eficiente. Así, podemos afirmar que vivimos en un presente dinámico que enlaza el pasado con el futuro del mismo modo que en un viaje alrededor del mundo se regresa al punto original, pudiendo describirse como partes de un todo indivisible que conforma una estructura espacio-temporal-energética abierta, funcional y evolutiva, que al hacer una utilización cada vez más eficiente de la materia y la energía disponibles en el medio, determinará progresiva e irreversiblemente el mejor de los mundos posibles. Lo substancial de estas reflexiones es que el valor relativo de cada uno de los elementos del universo —incluyendo en ellos al tiempo— solo puede ser descrito formando parte de un todo inseparable, en que el valor aislado de cada parámetro es solo una abstracción, pues es su relación con el todo que le permite adquirir un valor estadístico enteramente indexado a sus variables locales, en que su carácter probabilístico pondrá en juego las relaciones entre los elementos y su organización y en conjunto con la entropía, generarán estructuras inéditas que proporcionarán el soporte estadístico de la evolución de la materia y de la vida; el futuro así descrito está siempre abierto a nuevos eventos de transformación, en que los procesos de selección natural inducidos por el Segundo Principio de la Termodinámica generarán un progresivo aumento de la complejidad no solo en los sistemas vivos, sino en todo el universo.
  • 33. 33 Solo aceptando el hecho que el tiempo lineal no existe fuera de nuestra conciencia, el esquema filosófico de la causalidad deja de tener sentido y se desmorona; solo así lograremos comprender que el tiempo que propone el determinismo no es más que una construcción subjetiva, una creencia o “una necesidad del alma” como lo definió David Hume, lo que podríamos objetivamente comprender como una imposición de las leyes del lenguaje occidental, que al provenir de una matriz de pensamiento eminentemente determinista desarrollada en los claustros medioevales dominados por la inquisición, posee arraigada en su estructura subyacente una impronta causal que condiciona no solo nuestro lenguaje sino nuestra mente; solo entonces lograremos advertir lo efímero, irregular y cambiante pero al mismo tiempo unitario e indisoluble en los complejos procesos transitivos de la naturaleza, que lejos de ser caóticos, se articulan en eventos constructivos de gran dinamismo que son el origen de los procesos evolutivos del universo. Por tales razones, cuando nos enfrentamos a problemas alejados de nuestra experiencia cotidiana, no bastará la intuición o el entendimiento para obtener una descripción rigurosa de la naturaleza incluyendo en esta al tiempo, pues solo la experimentación y las matemáticas permitirán cuantificar sus parámetros y describir su compleja lógica interna, de modo que en todo fenómeno real carece de sentido una representación clásico–determinista, por lo que nuestras expectativas de conocimiento se deben circunscribir al plano estrictamente experimental; es decir, los fenómenos deben ser descritos de modo operacional, pues toda interpretación subjetiva del mundo no conseguirá representar la complejidad e incertidumbre del universo por el hecho indiscutible que los observables de la naturaleza son intrínsecamente probabilísticos, en que ni el tiempo, el espacio, la energía y sus interacciones pueden explicarse de otro modo que mediante un lenguaje matemático, asignando cada punto del espacio-tiempo la probabilidad —y no la certeza— de que una partícula se halle en tal posición en un instante determinado. Los conflictos que en círculos del saber formal se advierten en la comprensión de estos temas, exhortan a reconsiderar una serie de supuestos deterministas fuertemente arraigado en nuestros sistemas educativos incluso de nivel superior, de modo que estos hagan posible el empleo de un tipo de conocimientos que — superando los consabidos juicios cuantitativos, estáticos y deterministas con que representamos la realidad— nos permitan comprender y modelizar los complejos sistemas transitivos de la naturaleza, que en interacción con la energía, presentan mutaciones, bifurcaciones, atractores y hasta la ausencia de orden de los
  • 34. 34 denominados sistemas caóticos; esto nos permitiría extender nuestra capacidad para describir y construir conjuntos dinámicos que evolucionan y no para representar los fenómenos de la naturaleza, la economía y la sociedad en forma lineal, polarizada y fragmentaria, pues el mundo en sus diversas manifestaciones espaciales, temporales y energéticas es una unidad compleja e indivisible en que interaccionan dinámica y unitariamente todas las escalas en que caracterizamos la realidad material del universo.
  • 35. 35 La irreversibilidad del tiempo en Termodinámica. Aunque mucho antes de Heisenberg los británicos Hume y Berkeley habían expresado fuertes críticas al determinismo, el concepto de tiempo en la ciencia ha estado supeditado a una visión reversible sustentada en una visión determinista del Segundo Principio de la Termodinámica y sobre todo en la visión de Einstein, para muchos el principal defensor del determinismo de Newton en la física contemporánea. Siguiendo ese enfoque, el filósofo británico Bertrand Russell afirma que “el orden temporal de los acontecimientos depende solo del observador, pues su concepto de tiempo sólo tiene significado en el marco de referencia en que este se encuentra, por lo que dividirlo en pasado, presente y futuro carece de significado para las ciencias naturales”, de modo que para muchos científicos como el matemático Herman Weyl así como Russell y Einstein, no solo la naturaleza sino la existencia misma del tiempo es relativa pues existe un tiempo propio para cada evento de la naturaleza, de modo que “nuestra percepción del tiempo asociada a los procesos irreversibles de la naturaleza es una construcción mental sin importancia para la ciencia”. No obstante el carácter ilusorio del tiempo descrito por Einstein y sus seguidores sintetizando su visión subjetiva de la ciencia, no puede ignorarse que a nivel macroscópico, los observables de la naturaleza objetan las aseveraciones de la relatividad, pues son los procesos constructivos del universo y no una teoría la que nos indica que este tiene una historia; es decir, un tiempo irreversiblecon un pasado, un presente y un futuro que penetra en todas las dimensiones de la naturaleza desde el nivel cosmológico hasta el mundo cuántico, estableciendo los principios básicos de la evolución del mundo físico y de la vida. Según Nash: "La Termodinámica no proporciona ninguna prueba de que los procesos espontáneos deban realizarse siempre con aumento de entropía"(1974, p.53) pues hasta ahora el segundo principio de la Termodinámica clasica se ha
  • 36. 36 erigido como un modelo cosmológico sustentado en hipótesis, tautologías y conjeturas deterministas y no en los observables de la naturaleza, transformando a la física contemporánea en un sistema de ideas tan interpretativo como la filosofía, por lo que Kuhn nos advierte sobre la falacia que significa un conocimiento especulativo que no intenta mejorar el conocimiento científico sino el de los paradigmas vigentes, intentando hacernos asumir la idea de un universo entrópico, cuando la realidad presenta por todas partes procesos constructivos sólo explicables desde una perspectiva negentrópica en la organización de los procesos de la naturaleza y aunque estos ocurren en menor medida que los procesos entrópicos, definen un claro sentido hacia la complejidad y evolución del mundo físico y no hacia la inevitable muerte térmica del universo que establece la entropía.
  • 37. 37 La reversibilidad y la irreversibilidad en los procesos dinámicos de la naturaleza. En el mundo de la Física ha predominado por siglos el interés por la regularidad de los procesos de la naturaleza, resultantes en gran medida de una idealización de aquellos sistemas aislados que se encuentran cercanos al equilibrio; sin embargo, desde sus primeras tesis sobre Termodinámica, el doctor Prigogine se interesó por una nueva visión de esos temas abordando el estudio de los procesos fuera del equilibrio y la irreversibilidad que estos presentan, en estrecha relación con el concepto de «estructuras disipativas» definidas a partir de los Torbellinos de Bernard. No obstante, es necesario señalar que fueron los visionarios enfoques de Poincaré y de Boltzmann en su trascendental teorema H quienes —proponiendo por primera vez una interpretación de la Termodinámica en términos de la estructura atómica de la materia— introducen conceptos probabilísticos en la descripción del mundo físico, cimentando los cálculos de Planck acerca de la radiación de cuerpo negro que dan inicio a la mecánica cuántica, trazando también el camino para la Termodinámica del no equilibrio. Mediante el análisis de estos fenómenos, Prigogine objeta la real existencia de los sistemas aislados, proponiendo una nueva representación de la naturaleza al señalar: “debemos considerar que ninguno de los sistemas aislados que conocemos es realmente aislado y estable, puesto que ligeras e inevitables perturbaciones pueden superar su poder de integración, de modo que su existencia en ningún caso prueba una estabilidad cerrada, por lo que no existen sistemas estructuralmente estables siempre pues apenas se incorpora la inestabilidad, las leyes de la naturaleza dejan de ser deterministas y cobran un sentido estadístico que solo puede expresar probabilidades, entablándose un nuevo diálogo entre el hombre y la naturaleza”.
  • 38. 38 De este modo, Prigogine reivindica las ideas de Boltzmann del carácter probabilístico de la Segunda Ley de la Termodinámica asignándole un inexplorado carácter constructivo: «La noción de probabilidad introducida por Boltzmann en Termodinámica fue un golpe de extraordinaria fecundidad para la ciencia, haciendo de esta verdaderagrietaen el carácterdeterminista de la materiauna fuerza de acción que tendrá una decisiva trascendencia en la evolución del mundo físico; después de siglos hemos logrado comprender cómo surge la dinámica en el universo a través de la inestabilidad y el azar: éstos rompen la equivalencia entre el nivel individual y el estadístico en los procesos de la naturaleza al extremo que las probabilidades cobran una significación fundamental en los procesos evolutivos, no reductible a su interpretación en términos de ignorancia o aproximación, pues es una propiedad intrínseca de la materia que determina con el tiempo la evolución y el cambio» (Ilya Prigogine 1996: 37-38); es decir, debemos aceptar la indeterminación del mundo subatómico y su carácter probabilístico como una interpretación fundamental de la realidad material en todas sus escalas y extraer de ella sus necesarias consecuencias. Como afirma Margenau (1970: 261): "si las probabilidades son intrínsecas en la materia, deben formar parte de las teorías, siendo necesario incorporarlas a toda representación objetiva de la realidad, adoptando expresamente una representación objetiva puesto que existe la falsa creencia de que las utilizamos sólo si tenemos un conocimiento insuficiente". Estos sucesos de menor probabilidad que emergen entre el conglomerado de eventos más probables de la naturaleza tanto a nivel micro como macroscópico, no son fáciles de evidenciar en poblaciones poco representativas, pero no pueden ser ignorados por la ciencia pues son capaces de sobrevivir a la degradación de la entropía: en palabras del doctor Prigogine “aunque el azar constituye una probabilidad estadísticamente libre, impredecible y de baja frecuencia, siendo la reversibilidad el estado más frecuente en la naturaleza, es la raíz misma del edificio de la evolución al permitir a la entropía seleccionar las nuevas organizaciones de la materia y la energía entre los eventos azarosos del mundo físico, consiguiendo apartarse del determinismo y la reversibilidad con estructuras originales creadas a partir de las existentes, en que grandes grupos de moléculas se ordenan y organizan, generándose nuevas combinaciones que deberán poseer la facultad de ser cada vez más eficientes para preservarse ante la competencia y las crecientes presiones de un medio con recursos limitados —condición que denominamos irreversibilidad— que define una dirección objetiva de la flecha del tiempo en los procesos evolutivos del
  • 39. 39 universo”. En relación a estos conceptos, Prigogine afirma que “las estructuras disipativas son el mecanismo por el cual en presencia de energía, los sistemas experimentan progresivas transformaciones que —incluyendo un cierto nivel de incertidumbre— auto-organizan sus parámetros internos, generando cambios irreversibles en el comportamiento de la materia que serían el soporte evolutivo del mundo físico y de la vida”. De este modo, Prigogine lleva aún más lejos los conceptos de Boltzmann del comportamiento estadístico de las entidades de la naturaleza al representar al Segundo Principio de la Termodinámica como un ente creador de orden mediante el desarrollo de sistemas auto-organizados que —al oponerse dialécticamente a la Entropía— establecen un proceso irreversible de evolución del mundo físico que se extiende a toda la naturaleza; lo anterior supone la idea de un proceso constructivo emergente en la materia, en que existiría la tendencia del tránsito del orden al desorden y de este a un nuevo orden cuya complejidad y eficiencia se incrementa progresivamente mediante saltos evolutivos, siendo esta discontinuidad una ruptura y una continuidad de los procesos globales de evolución del mundo físico. Esta representación del comportamiento macroscópico de la materia, ha sido exitosa en muchos aspectos, permitiendo ampliar las leyes de la ciencia a la evolución del mundo físico y de la vida; sin embargo, esta descripción no está exenta de críticas, que se orientan a considerar la irreversibilidad a nivel macroscópico como atributo de una descripción incompleta de los sistemas físicos desde el punto de vista fundamental, lo que generaría un conflicto en las ecuaciones fundamentales de la mecánica, pues si la irreversibilidad es esencial en todas las formas en que se auto-organiza la materia, sería paradojal que dicha condición surja desde sistemas físicos que su descripción temporal a escala microscópica es reversible, por lo que no podrían sustentar la irreversibilidad temporal a nivel macroscópico expresada por la Termodinámica evolutiva de Prigogine; esta cuestión, hace necesario responder la interrogante de la coherencia de las ecuaciones de la mecánica en las distintas representaciones de la realidad —la de Newton y Einstein para los sistemas clásicos, como la de Bohr y Schrödinger para los sistemas cuánticos— que permitan soluciones coherentes para describir la simetría o asimetría temporal en escalas distintas a los que estos se definen. El punto de vista más difundido para describir la irreversibilidad en un mundo en que sus constituyentes elementales se rigen por leyes temporalmente reversibles, es que los acontecimientos azarosos o accidentales de la materia macroscópica