1. Las enfermedades del bienestar. Valencia, 14 de enero de 2011
IV Concurso de Artículos de Salud Pública e
Investigación.
LAS ENFERMEDADES DEL BIENESTAR
Dedicado a mi tía Fina, apasionada lectora
de literatura divulgativa médica.
JJGO
”Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución”.
Theodosious Dobzhansky
Índice de Las enfermedades del bienestar:
1. La paradoja de las enfermedades del bienestar …………………………………..…...1
2. Las enfermedades del bienestar o de la abundancia……………………………...…...1
3. El “síndrome X” o “síndrome metabólico”…………………………………………...…..3
4. Medicina evolucionista………………………………………………………………………4
5. Un recorrido evolutivo por la alimentación de nuestros ancestros…………………5
6. El “genotipo ahorrador” ……………………………………………………………………..6
7. La discordancia entre nuestros genes y el estilo de vida actual……………………..7
8. Cómo adaptar nuestra “dieta moderna” a nuestros “genes prehistóricos”……….8
9. Resumen……………………………………………………………………………………..…9
10. Bibliografía…………………………………………………………………………………….10
LAS ENFERMEDADES DEL BIENESTAR:
1. La paradoja de las enfermedades del bienestar
Qué sorprendente resulta encontrarnos en la misma frase, situados uno junto al otro, dos
términos que en un primer momento, parecen ser contradictorios.
Cuando hablamos de bienestar, todos suponemos que estamos hablando del estado, en
que nuestro organismo se encuentra bien a nivel físico, mental y social, y presumiblemente
libre de enfermedad. En cambio, cuando hablamos de malestar, damos por hecho que algún
mal o enfermedad sea física, mental o social nos aflige, privándonos ésta, de nuestra condición
de bienestar, es decir, de nuestra salud.
2. Las enfermedades del bienestar o de la abundancia
Aunque siga pareciéndonos un sinsentido el que haya enfermedades del bienestar, lo
cierto es que hay patologías que se caracterizan, en efecto, por aparecer en personas que
gozan de unas condiciones de vida favorables.
Nadie duda de la existencia de enfermedades que están asociadas con malas condiciones
de vida, como las relacionadas con la pobreza: desnutrición, raquitismo, muchas enfermedades
infecciosas… Pero parece increíble que haya patologías que se desarrollen justamente y como
consecuencia de vivir en un entorno donde prima la abundancia. Abundancia que no es otra
que la alimentaria. Y es justo ésta la que puede dar lugar a que padezcamos las llamadas
“enfermedades del bienestar o de la opulencia” que son: obesidad, diabetes mellitus 2,
hipertensión arterial, dislipemia y aterosclerosis. A continuación se definen sucintamente cada
una de ellas.
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Diabetes Mellitus 2: es una enfermedad crónica de carácter pandémico, caracterizada por
un aumento de la cantidad de glucosa en sangre, por encima de unos determinados niveles,
considerados perjudiciales para la salud. En el tipo 2, la alteración fundamental es la
resistencia de los tejidos a la acción de la insulina, hormona que se encarga de posibilitar la
entrada de glucosa en las células del organismo. Al no poder ser introducida esta glucosa, ya
que los tejidos no responden a la acción de la insulina, se queda en la sangre aumentando la
cantidad total de glucosa en la misma. Esta enfermedad si no es tratada correctamente,
favorece el desarrollo de problemas cardiovasculares, como el infarto agudo de miocardio que
es la principal causa de muerte en el diabético tipo 2 no tratado. La glucemia (azúcar total en
sangre) la medimos con un análisis sanguíneo, considerando una glucemia elevada o diabetes,
cuando los valores obtenidos en ayuno, superan los 120mg/dl.
Obesidad: es un exceso de acumulación de
grasas en nuestro cuerpo. Obedece
fundamentalmente a dos patrones de distribución
corporal: el ginoide o “en pera” y el androide o “en
manzana”. En el patrón “en pera”, más característico
de mujeres, la grasa se acumula sobretodo en la parte
inferior del cuerpo, muslos y caderas. En cambio en el
patrón “en manzana”, más característico de hombres,
la grasa se acumula en la parte central del cuerpo,
sobre todo en el vientre. Todo exceso de peso es
nocivo para la salud, porque provoca muchas
enfermedades, pero concretamente este último patrón
“en manzana” está considerado como un factor de riesgo de primera magnitud, para padecer la
enfermedad cardiovascular. Para valora el peso podemos calcular el Índice de Masa Corporal
(IMC) que resulta de dividir el peso en kg por la altura al cuadrado en metros. Pero para valorar
la cantidad de gasa abdominal usamos el perímetro de cintura, que cuando es mayor a 120cm
en hombres y mayor a 88cm en mujeres, es considerado factor de riesgo para la enfermedad
cardiovascular.
Hiperlipemia: o también llamada dislipemia, se refiere a las variaciones en la cantidad de
grasas (lípidos) que circulan por la sangre. En nuestro torrente sanguíneo existen
fundamentalmente dos tipos de grasas, los triglicéridos y el colesterol. Dichos compuestos
como grasas que son, no pueden viajar disueltas en un líquido acuoso como es la sangre, es
por ello, que tienen que ser transportadas unidas a proteínas. El organismo utiliza para este
cometido, las VLDL y los quilomicrones, para los triglicéridos; y las LDL y HDL para el
colesterol. A nivel práctico el LDL transporta el colesterol que se puede depositar en nuestras
arterias (”colesterol malo”), y el HDL el colesterol que es llevado al hígado para ser reutilizado o
eliminado del organismo (“colesterol bueno”). Es decir, cuanto más alto tengamos los niveles
de HDL en el organismo y más bajos los de LDL, menos riesgo cardiovascular tendremos,
siempre claro está, dentro de unos márgenes definidos. Así los valores de “colesterol bueno” ó
HDL en el organismo deben de ser >40 mg/dl en el hombre y >50 mg/dl en la mujer. Los de
triglicéridos <150 mg/dl en ambos sexos.
Aterosclerosis: es un proceso patológico, que se caracteriza por la acumulación de las
grasas de la sangre (junto con calcio, bacterias y células) en las paredes arteriales, formando
placas amarillentas y rugosas (ateromas). Estos acúmulos en las paredes arteriales, pueden ir
creciendo con el tiempo y obstruyendo progresivamente el flujo de sangre que circula por el
vaso. Cuando este proceso se da a nivel corazón, y una parte de éste se queda sin recibir
sangre porque la arteria que le lleva la sangre para nutrirlo está obstruida por las grasas de su
pared, éste se muere y se produce lo que se conoce como infarto cardíaco. Si este proceso
ocurre en el cerebro y es el tejido cerebral el que muere, se llama infarto cerebral o ictus.
Hipertensión Arterial: son unos valores elevados y considerados patológicos de la presión
del interior de las arterias. La sangre cuando es bombeada por el corazón, provoca la
distensión de los vasos arteriales. La presión que se registra cuando estos se dilatan por la
sangre que les llega, es la presión sistólica o “la alta” y la presión que hay en el interior del vaso
cuando se ha contraído tras el avance de la sangre por el resto del organismo, es la presión
más baja posible, la diastólica ó ”la baja”. La hipertensión arterial, está claramente establecida
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como un factor que agrava la aterosclerosis y que aumenta el riesgo de padecer una
enfermedad cardiovascular. La alta presión en el interior de las arterias, que puede ser debida
a muchos causas, provoca silenciosamente daños en nuestras paredes arteriales, favoreciendo
la aterosclerosis, es por ello conocía como “el enemigo silencioso”. Para mantener elevada la
presión en el interior de las arterias, el músculo cardíaco tiene que realizar un mayor esfuerzo,
lo que provoca que el corazón se hipertrofie, es decir, aumente su masa muscular. Pero
aunque a priori pueda parecernos bueno, este aumento de masa hace que necesite más
sangre para nutrirse, además de comprimirse las arterias coronarias que lo irrigan, es decir
necesita más sangre y encima el aporte está disminuido. Si sumamos además la existencia de
aterosclerosis en las arterias coronaria, tenemos todos los requisitos para padecer una
enfermedad cardiovascular. Los valores considerados patológicos de presión arterial son
mayor de135 mmHg para la sistólica y mayor de 85 mmHg para la diastólica.
3. El “síndrome X” o “síndrome metabólico”
Se ha venido observando desde la época industrial y se ve cada vez más en países en
desarrollo como India y China, que salvo en pocas ocasiones, la mayoría de las veces,
diabetes, obesidad, hipertensión, hiperlipemia y aterosclerosis no se presentan de forma
aislada, sino que lo hacen de forma asociada. Y no es esta asociación mero producto del azar,
ya que hoy en día sabemos que están relacionadas entre sí y que incluso comparten una
causa común fundamental que las producen. En la actualidad constituyen el llamado “síndrome
X” o “síndrome metabólico”, producido esencialmente por la “insulinorresistencia”, es decir, la
resistencia a la acción de la insulina sobre los tejidos corporales.
En condiciones normales la insulina actúa “abriendo las puertas” celulares para que entre
la glucosa al interior de nuestras células y pueda ser metabolizada para obtener energía. Sin
embargo en la insulinorresistencia, existe una incapacidad por parte de la insulina de “abrir las
puertas celulares” para que pueda entrar la glucosa en su interior y que consecuentemente,
disminuya sus concentraciones en sangre. Es éste el fundamento del síndrome metabólico.
Todas las enfermedades que se suceden y que forman parte del síndrome X se explican
por la insulinorresistencia de la siguiente manera. La insulina al no poder actuar “abriendo las
puertas” para que entre la glucosa tras las comidas, se acumula en sangre pudiendo alcanzar
valores elevados, provocando una hiperglucemia (diabetes). Ante este hecho, el páncreas
responde secretando más insulina. Estas personas padecen diabetes y paradójicamente sus
niveles en sangre de insulina son muy superiores a los del resto de la población sana. Este
sobreesfuerzo del páncreas provocará en un futuro su agotamiento, haciendo que en el futuro
el diabético dependa de inyecciones de insulina diarias para sobrevivir.
Por otra parte, la gran cantidad de insulina en sangre, provoca un exceso de triglicéridos
(hiperlipemia), debido a que por un lado el hígado se descontrola en la producción de VLDL
(encargados de transportar los triglicéridos por la sangre) y por otro, le llega un exceso de
ácidos grasos a través de la vena porta procedente de la grasa perivisceral (grasa abdominal).
Este exceso de producción de VLDL sumado al descontrol metabólico del hígado, provocan el
descenso de las HDL (colesterol bueno).
Y por último, el efecto de las grandes cantidades de insulina circulando por el organismo
durante años, estimula la acumulación de grasa en los depósitos adiposos sobre todo en la
barriga (obesidad); también estimula el engrosamiento de la pared arterial y favorece la
arteriosclerosis (aterosclerosis); y aumenta la presión en las arterias, por una lado estimulando
la retención de sodio por el riñón y por otro potenciando la acción del sistema nervioso
simpático, encargado de controlar el calibre de los vasos, ambos aumentando la presión
arterial (HTA).
Antiguamente, se consideraba que el Síndrome X, era la consecuencia natural del
proceso de senescencia o envejecimiento del organismo, ya que la mayoría de casos, estas
patologías solían aparecer de forma paulatina en personas en torno a o mayores de 50 años.
Sin embargo, hoy en día sabemos que estas enfermedades no son producto del natural
envejecimiento del cuerpo humano, ya que son cada vez más los casos de niños y adolescente
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en los que se detectan patologías como la obesidad, hipertensión diabetes o hiperlipemias, la
mayoría de veces asociadas entre sí. Es por ello, que el síndrome metabólico es consecuencia
directa de una especial composición genética sumada a unas determinadas características
ambientales (sedentarismo, alimentación abundante en calorías, dulces y grasas, exceso de
estrés y otras circunstancias), que cuando se dan juntas nos conducen a la insulinorresistencia
de los tejidos, causa fundamental del síndrome metabólico.
Así, de lo expuesto, es posible afirmar, que la persona que comienza padeciendo una las
enfermedades integrantes del Síndrome X, si no pone los remedios adecuados, acabará
padeciéndolas todas y además falleciendo, seguramente, de problemas cardiovasculares o
cerebrovasculares.
4. Medicina evolucionista
Para intentar comprender mejor el porqué desarrollamos el síndrome metabólico en
cualquier etapa de la vida, y no exclusivamente como consecuencia del natural envejecimiento
humano, vamos a enfocar el tema que nos atañe, bajo el punto de vista de la llamada
“medicina evolucionista”.
La llamada “medicina Darwiniana o evolucionista”, rama de la ciencia biomédica actual,
toma su nombre del conocido naturalista inglés Charles Darwin, que concibió la “teoría de la
evolución de las especies”, aceptada en la actualidad por la mayoría de la comunidad
científica, en su obra fundamental: El origen de las especies por medio de la selección natural,
o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida, publicada en 1859. En esta
publicación estableció que la explicación de la diversidad que se observa en la naturaleza se
debe a las modificaciones acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas
generaciones.
Sin embargo, hoy en día la visión actual de la evolución, es la aportada por la “síntesis
evolutiva moderna o neodarwinismo” que integra: la teoría de la evolución de
las especies por selección natural de Charles Darwin; la teoría genética de Gregor
Mendel, como base de la herencia biológica; la mutación genética aleatoria, como fuente de
variación y la genética de poblaciones matemática. Es decir, que concibe la evolución como el
producto sucesivas mutaciones en nuestros genes, las cuales serán transmitidas a la
descendencia sólo si aportan nuevas características ventajosas para el sujeto que las posee
que le permiten adaptarse mejor (o al menos no peor) que el resto de individuos que no las
poseen. Esto quiere decir, que en un entorno donde hace mucho frío, un sujeto que posea una
mutación genética que lo capacite para tolerar mejor estas bajas temperaturas (como puede
ser mayor acumulación de grasas bajo la piel, un metabolismo basal más elevado que produce
más calor, etc.) estará en clara ventaja sobre el resto de individuos y al llegar un periodo
excesivamente frío, este individuo tendrá mayores probabilidades de sobrevivir que el resto de
sus congéneres y por tanto también de reproducirse y transmitir sus genes a la descendencia.
Esto constituye un ejemplo de mutación adaptativa, que transmite una característica
claramente ventajosa para sobrevivir en un determinado entorno. Sin embargo si en el medio
cambiasen las condiciones climatológicas y llegase una etapa excesivamente calurosa, el que
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peor toleraría este calor sería el individuo que mejor resistía el frío y por tanto, sería el que
menores probabilidades tendría de sobrevivir y con ello de transmitir sus genes a las siguientes
generaciones. He aquí el ejemplo de una mutación claramente desadapatativa, que confiere
una característica desventajosa al individuo que la porta.
Así la medicina evolucionista, postula que las enfermedades que padece el ser humano
actual, son consecuencia directa de las incompatibilidades que surgen al llevar un estilo de vida
actual, propio de la “era Espacial”, con nuestros genes heredados de la “edad de Piedra”. Es
decir, considera que un conjunto de rasgos que pudieron ser adaptativos en las condiciones de
vidas paleolíticas, se vuelven dañinos al soportar las condiciones de vida actuales. Y,
considerando que nuestros genes no se han modificado en los últimos cien mil años, es posible
afirmar, que la totalidad de nuestros genes, nuestro genoma actual, es fundamentalmente un
genoma paleolítico, al que no le ha dado tiempo a modificarse o evolucionar lo necesario para
poder adaptarse a las condiciones de vida actuales, muy diferentes de las que tenía el ser
humano que vivía en el paleolítico. Un ejemplo claro es la respuesta del organismo frente a un
acontecimiento estresante. En el paleolítico el que nuestro cuerpo se “pusiera alerta” al tener a
un tigre cerca, constituía una ventaja clara, ya que permitía capacitar al organismo para luchar
contra el agresor o por el contrario para huir lejos y ponerse a salvo. Sin embargo, este hecho,
adaptativo para el hombre de las cavernas, se convierte en un claro hecho desadaptativo en el
humano actual, por ejemplo, cuando nuestro jefe nos llama al despacho para hablar sobre
nuestro trabajo, ya que no es muy ventajoso para nuestra supervivencia (al menos laboral) el
que nuestro organismo se prepare para luchar con nuestro jefe o para huir, ambas opciones
poco recomendables.
5. Un recorrido evolutivo por la alimentación de nuestros ancestros
En las sociedad actuales de los países desarrollados, la mayoría de la población goza de
unas posibilidades alimenticias que les permiten nutrirse de forma eficiente e incluso de forma
excesiva. Sin embargo, a lo largo de la evolución desde nuestros antepasados al ser humano
tal y como lo conocemos hoy, no siempre fue así.
Los integrantes de nuestra especie, nunca hemos sido gente fuerte con afiladas garras,
grandes colmillos y potentes músculos, dotados de serie, que nos facilitasen la caza y así
poder conseguir alimentos, con facilidad. Fue esta carencia biológica de “de armas”, la que
provocó que a lo largo de nuestra historia, la alimentación fuera siempre incierta y con largos
períodos de hambrunas y que además necesitásemos un gran esfuerzo físico para conseguir
alimento.
En nuestra evolución, existen períodos en los que se produjeron grandes cambios
medioambientales y evolutivos que cambiaron drásticamente las condiciones de vida de
nuestros antecesores y sobre todo sus patrones de alimentación. Éstos se describen a
continuación.
La primera etapa fue la del “paraíso terrenal”, que se desarrolló entre el final del
Mioceno y comienzos del Plioceno, hace entre 16 y 6 millones de años. En esta etapa,
nuestros primeros ancestros, vivían en el bosque tropical, húmedo y cálido que rodeaba a la
Tierra, como un ancho cinturón. En este periodo, nuestra evolución se caracterizaba
nutricionalmente por la abundancia permanente de alimentos, en su mayoría de origen vegetal.
La segunda etapa o de “expulsión de paraíso”, coincide con la pérdida de las selvas
húmedas, en las que evolucionaron nuestros primeros ancestros, que comenzó hace unos
cinco millones de años. Nuestros antepasados, ya no disfrutaban de un bosque bien provisto
de frutas y hojas tiernas, siempre abundantes en cualquier época del año. Por el contrario, esta
disminución de la masa vegetal consecuencia del descenso de las temperaturas y aumento de
la sequedad ambiental, ocasionó que ahora tuvieran que contentase con raíces y vegetales
menos nutritivos y más escasos. La respuesta evolutiva ante este reto fue la bipedestación y la
pérdida de los colmillos. Es en esta segunda fase de nuestra evolución cuando por vez primera
nos enfrentamos a la escasez de alimentos y a los períodos de hambruna, que serían una
constante en el resto de millones de años de evolución.
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La tercera etapa o de “vagabundos y carroñeros” se corresponde con el aumento del
consumo de alimentos de origen animal, hace dos millones de años por nuestros antecesores.
Ello fue motivado por la creciente escasez de los alimentos de origen vegetal, viéndose
obligados a tener que alimentarse de animales terrestres y acuáticos. Puesto que carecían de
“armas” otorgadas por de forma natural por la biología (colmillos y garras), es mucho más
probable que el hombre de las cavernas, más que ser una gran cazador, fuese un gran
carroñero y pescador, ya que es mucho más fácil y menos peligroso obtener alimento de estas
dos formas que cazando desprovisto de medios para tal propósito .Fue justamente esta “
imposición” de los cambios ambientales, la que provocó estas modificaciones en la dieta que,
sorprendentemente, ¡permitió que creciera el cerebro!
En la cuarta etapa o de “retorno al edén”, nos encontramos con el ser humano actual, el
Homo sapiens sapiens, que tras abandonar algún lugar de África hace doscientos mil años y
ocupar la mayor parte de los continentes del mundo, desplazando y eliminando al resto de los
homínidos menos evolucionados que lo habitaban, tuvieron que padecer miles de años de
glaciación, bajo condiciones de vida muy difíciles, alimentándose casi exclusivamente de la
caza y la pesca. Esto fue así, hasta que hace unos 15 mil años terminó la última glaciación y
comenzó el desarrollo de la agricultura, la ganadería y posteriormente la civilización. Este
hecho supuso un cambio importante en los patrones de alimentación humana, ya que por
primera vez en la historia se disponía de una reserva de alimentos (ganadería y silos agrícolas)
más o menos garantizada, que junto al uso de fuego y la incipiente tecnología permitieron el
acceso a alimentos muy energéticos y nutritivos, que antes se nos estaban vedados. Es decir,
volvíamos a disponer de abundantes y nutritivos alimentos almacenados, para consumirlos en
cualquier momento del día, al igual que le sucediera a nuestros antecesores que habitaron a
finales del Mioceno en el paraíso terrenal que suponía el amplio bosque tropical cargado de
alimentos, fue entonces cuando se produjo, el “retorno” a la abundancia del edén.
6. El “genotipo ahorrador”
Como hemos visto, no es sino hasta hace poco tiempo (desde el punto de vista evolutivo)
que el ser humano ha vuelto a disponer de abundancia alimenticia, posibilitada ésta por el
almacenamiento del grano y la ganadería. Sin embargo la mayor parte del periodo evolutivo de
nuestros ancestros, ha transcurrido en condiciones de escasez alimenticia, lo que ha
conllevado que nuestros antepasados padecieran más épocas de hambrunas que de
abundancia alimenticia.
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Fue este difícil acceso a nutrientes, lo que posibilitó que se fueran acumulando
mutaciones adaptativas a lo largo de este periodo, que favorecían la supervivencia frente a la
escasez de alimentos. Fueron estas mutaciones las que proveyeron a nuestros antepasados
de las ventajas de poseer una mayor eficacia para la extracción de energía, así como para su
almacenamiento en forma de grasa en épocas de abundancia de alimentaria. Es decir, nuestro
genoma evolucionó para que cuando hubiera suficientes alimentos en nuestro entorno,
comiésemos más de lo que nuestro cuerpo necesitaba para sobrevivir ese día, posibilitando
con ello que este exceso de energía, fuera almacenada en nuestro organismo en forma de
grasa. Así cuando llegara una época donde escaseasen los nutrientes en el medio,
pudiésemos utilizar nuestras propias reservas de energía metabolizando nuestros depósitos
grasos y poder sobrevivir sin necesidad de ingerir alimento.
A este conjunto de mutaciones del genoma que posibilitaron el que nuestro organismo
tolerase mejor las épocas de hambruna, se les denomina “genotipo ahorrador” o “thrifty
genotype”.
7. La discordancia entre nuestros genes y el estilo de vida actual
Desde la época en que se constituyó este genotipo entre nuestros antepasados y se
distribuyó por las diferentes poblaciones, hasta nuestros días, nuestro genoma apenas ha
sufrido modificaciones. En contraposición a este hecho, los seres humanos comparados con
nuestros antepasados, sí que hemos alterado drásticamente las circunstancias ecológicas y
ambientales en las que nos desenvolvemos.
A lo largo de la historia, sobre todo en el mundo occidental, han ido sucediéndose
diferentes acontecimientos que han ido modificando los hábitos de vida y alimenticios de las
poblaciones. Pero aún así, a grandes rasgos es posible afirmar que la alimentación en la
mayoría de los siglos de historia, se ha mantenido constante en lo referente a las proporciones
de nutrientes ingeridos. Ya que siempre han prevalecido en nuestra dieta los vegetales y
cereales, sobre las carnes y las y las grasas, como lo atestiguan los diferentes estudios
dietéticos y nutricionales realizados sobre países no desarrollados, donde también es casi
inexistente el porcentaje de personas que padecen el síndrome metabólico.
Pero, de todos los cambios dietéticos que han acontecido desde que se descubre la
agricultura y la ganadería, el más trascendente sin lugar a dudas, ha sido la Revolución
Industrial. Ésta ha supuesto un cambio radical en la concepción y el funcionamiento de la vida
diaria de los seres humanos, incluido en ella la alimentación.
Esta revolución, hizo grandes aportes tecnológicos que repercutieron sobre la industria
alimenticia. Hasta entonces las formas de conservación de alimentos y de transportes eran
muy limitadas e ineficientes, sin embargo con la aparición de la industria alimentaria, química y
del transporte se consiguió la producción a gran escala de alimentos, su conservación y
transporte. Ya no era necesario ir a cazar, cultivar la tierra o hacer un gran esfuerzo para
conseguir alimentos, ya que aparecieron máquinas que hacían ese esfuerzo por nosotros. Esta
falta de actividad física, sumada al diseño por la industria alimentaria de nuevos alimentos con
alto valor nutritivo, ocasionó que se produjera una gran discordancia entre nuestros genes
heredados “de la edad de Piedra”, preparados para trabajar eficientemente en condiciones de
escasez alimenticia, con nuestro estilo de vida actual de la “era Espacial”, caracterizado por el
sedentarismo y el exceso en el consumo de alimentos ricos en grasas saturadas y azúcares
rápidos.
Curiosamente el “genotipo ahorrador”, que en otro tiempo nos permitió sobrevivir y ser
eficientes en un medio de escasez de nutrientes, constituyendo un conjunto de características
adaptativas, hoy en día es en nuestra sociedad, un claro ejemplo de mutaciones
desadaptativas, ya que sitúa en desventaja al individuo que lo porta, incrementando sus
posibilidades de padecer el síndrome metabólico y morir por un episodio cardiovascular.
Siendo así como opera la evolución.
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8. Cómo adaptar nuestra “dieta moderna” a nuestros “genes prehistóricos”
En primer lugar, no nos engañemos. Los seres humanos actuales somos “hijos del
hambre” y como tales nuestros genes y consecuentemente nuestro metabolismo se ha
desarrollado para trabajar en condiciones de escasez alimentaria, no para metabolizar grandes
cantidades de alimentos hiperenergéticos constantemente. Ya que al igual que un
electrodoméstico diseñado para trabajar con 175 voltios, se estropea si lo conectamos a una
toma eléctrica que suministra 250 voltios, el organismo humano enferma si le aportamos más
alimentos de la cantidad que está preparado para procesar según su diseño.
Hoy en día se habla mucho de los beneficios de la dieta mediterránea o de las dietas
orientales… Es innegable que estas dietas son saludables para el ser humano, hay estudios
que así lo dicen, y prueba de ello es que no nos hemos extinguido tras tras siglos y siglos
aplicándolas. Sin embargo este beneficio no se debe en su mayoría al consumo de este u otro
alimento, si no que fundamentalmente radica en lo que tienen en común todas ellas, que es
que son “dietas pobres”. Es decir, no figura como característica principal la opulencia y la
abundancia de alimentos hipernutritivos, si no que por el contrario están basadas en el
consumo de verduras, frutas y cereales, menos de legumbres y mucho menos de carnes y
grasas. Son dietas pobres en grasas saturadas y azucares rápidos, ambos contenidos en
grandes cantidades en la bollería industrial de hoy en día; y ricas en fibra, contenida
fundamentalmente en los vegetales y frutas, cada vez menos consumidos en la sociedad
actual, así como rica también en actividad física, ya que al prescindir de la maquinaria y
tecnología actuales, era más difícil conseguir y elaborar el alimento para luego consumirlo. Sin
embargo, en la sociedad actual, el alimento está tan lejos, como quede el supermercado de
nuestro hogar, que unido a que cada vez en los oficios se emplea más cantidad de maquinaria
y menos actividad física humana, ocasiona que el gasto energético en actividad física sea cada
vez menor.
Por otro lado es importante considerar la muy probable existencia en el ser humano de los
denominados “síndromes por fallo de homeostasis genética”. Este conjunto agrupa a
patologías que se desarrollarían debido a periodos de inactividad física crónicos. Esta
inactividad física actuaría sobre nuestro genoma preparado por la evolución para trabajar a
pleno rendimiento bajo condiciones de actividad física habitual, e impedirían la expresión de
determinados genes, apagando así, algunos elementos del balance homeostático de la
energía, lo que ocasionaría un deficiente funcionamiento del metabolismo primero y que a la
larga podría conducir a la enfermedad. Y es que desde el punto de vista de la medicina
evolutiva, el organismo “normal” no es el sedentario, si no el que realiza actividad física
habitualmente.
Para concluir, vamos a exponer algunas de las características más importantes que
debería de tener nuestra dieta y hábitos de vida, para poner paz entre nuestros “viejos genes” y
nuestra “nueva alimentación”:
1. Un 50% de nuestra alimentación debe de estar compuesta por alimentos vegetales
digeribles por nuestro organismo: frutas de cualquier tipo, cuanto más mejor y verduras
en general: pimiento, lechuga, tomate, zanahorias, espinacas, cebollas, puerros…
Todo ello sin olvidar que la cantidad de fibra recomendada diaria son 20g.
2. Un 30% de nuestra alimentación debe de estar compuesta por tubérculos como: la
patata, batata o boniato, y también por frutos secos tostados o crudos, como
almendras, cacahuetes, etc.
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3. Un 18% de nuestra alimentación debe de estar compuesta por alimentos de origen
animal: carne y huevos, y sobre todo pescados, que nos aportan ácidos grasos omega
3 y omega 6, indispensables para nuestro organismo.
4. Un 2% de nuestra alimentación debe de estar compuesta por alimentos de reciente
aparición en nuestra evolución como son: la leche, los cereales, las legumbres, las
grasas y aceites, las bebidas fermentadas, los dulces y bollería general y la sal. Esta
última empleada en exceso por la industria en la elaboración de alimentos. El ser
humano a lo largo de la evolución se adaptó a consumir mucho potasio, más
abundante en los vegetales y al poco sodio que escaseaba en éstos. Sin embargo en
la actualidad las cantidades se han invertido aumentando mucho la de sodio en
nuestros alimentos, ocasionando enfermedades entre otras, como la hipertensión
arterial.
5. Debemos completar nuestra dieta bebiendo diariamente más de un litro y medio de
agua, para que así, nuestros riñones puedan trabajar de forma eficiente.
6. Es mejor realizar el aporte diario de alimentos en cinco comidas al día o más y de poca
cantidad cada una de ellas. Así evitamos por un lado pasar hambre entre comidas y
por otro las digestiones pesadas.
7. Hay que evitar tanto como nos sea posible “embudo alimentario”. Es decir, para que
nuestra dieta sea completa, debemos consumir cuantos más alimentos diferentes
mejor, evitando comer siempre los mismos. Esto es muy beneficioso ya que cada
alimento es más rico en tal o cual nutriente, así al comer variado, evitamos carencias o
deficiencias nutricionales.
8. Ejercicio físico abundante. Como hemos visto uno de los grandes pecados de nuestro
estilo de vida actual es la falta de actividad física, que es incluso más perjudicial que el
exceso de consumo de alimentos. Hay que moverse, ya sea corriendo todos los días,
yendo al gimnasio, o simplemente caminando. En nuestra sociedad actual siempre con
prisas y falta de tiempo, algunas recomendaciones para poder hacer ejercicio son: ir
caminando al trabajo, reservar los medios de transportes para distancias largas, usar
vehículos que requieran para su funcionamiento energía humana como la bicicleta y
sobre todo, aprovechar para moverse en cualquier momento del día que sea posible.
9. Resumen
La medicina evolutiva afirma que muchas de las patologías que padecemos hoy en día,
surgen de la discordancia existente entre nuestros genes de la “edad de Piedra”, con el estilo
de vida actual de la “era Espacial”. Este desarreglo evolutivo, provoca lo que actualmente
denominamos “enfermedades del bienestar o de la opulencia” que son: la diabetes, obesidad,
hiperlipemia, aterosclerosis e hipertensión. A todas ellas por presentarse mayoritariamente de
forma asociada en las personas, las agrupamos bajo el denominado “síndrome metabólico o
síndrome X”, cuyo mecanismo productor de enfermedad es la insulinorresistencia. Dicha
resistencia que sufren los tejidos del organismo a la acción de la insulina, es debida a una
especial configuración de nuestros genes, el llamado “genotipo ahorrador”, perfilado por los
continuos periodos de hambruna que sufrieron nuestros antepasados en la mayor parte de su
evolución, sumado a la carencia de actividad física y a la ingesta excesiva de alimentos
hipernutritivos de nuestra dieta actual. Todo ello condiciona que hoy en día todos los grupos
poblacionales de las sociedades desarrolladas, incluidos los niños, seamos susceptibles de
padecer el síndrome metabólico, que mal controlado, conduce irrevocablemente a la muerte
por episodio/s cardiovascular/es y/o vasculocerebral/es.
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10. Bibliografía
Arsuaga JL, Martínez I. La especie elegida. La larga marcha de la evolución humana.
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