El cacique Caramatex rescató un cachorro de manatí del río y se lo regaló a sus hijos. El manatí, llamado Matum, creció y se hizo amigo de los niños, llevándolos a través del lago en su lomo. Matum recordó el golpe de un conquistador y se volvió cauteloso alrededor de los colonizadores. Finalmente, fuertes lluvias causaron una inundación que arrastró a Matum hacia el mar, donde nunca más se le volvió a ver.

1. La leyenda del Manati o leyenda del Matum
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Matum, el manatí
María Teresa Arrarás
Al pie de las montañas Caiguani, en un precioso valle verde regado por el río Atibunico, había
una aldea indígena. En el río abundaban los peces.
Al cacique Caramatex le gustaba pescar. Un día en sus redes cayó un cachorro de manatí.
Inmediatamente mandó a buscar la vasija más grande que hubiera en la aldea, y que la llenaran de
agua. Con mucho cuidado metió en ella al pequeño animal. El cacique ordenó lo llevaran así a su
bohío. Hizo llamar a sus hijos y se lo regaló.
Los niños recibieron el animalito con mucha alegría. Le pusieron por nombre Matum que quiere
decir generoso. Lo cuidaron con esmero, siempre manteniendo la vasija con agua. Le daban de comer
de la mano casabe y de las raíces que ellos mismos comían. A Matum le gustaba mucho la yautía
acabadita de cocinar. Le encantaba la batata asada, lo mismo calientita que al tiempo. Era un
comilón...manso, gracioso y juguetón.

2. Al cabo de unos días, como apenas cabía en la vasija, decidieron echarlo en el lago Guaurabo
que quedaba al lado de su bohío. Matum estaba feliz, con espacio para nadar y comida en abundancia,
además de la que le traían los hijos del cacique.
Pasó el tiempo y Matum siguió creciendo...y creciendo hasta llegar a ser enorme. Si uno de los
hijos del cacique le llamaba desde la orilla del lago: “Matum, Matum”, alzando la cabeza se le acercaba
y comía de su mano. Cuando llegó el fresco y le dieron lerenes hervidos, le gustaron tanto como las
batatas dulces y las yautías recién cocidas.
Matum retozaba en la orilla con los niños, que se metían en el agua a cada rato, pues como no
usaban ropa, no tenían que quitársela.
Si alguno le hacía señales de querer cruzar el lago, se tendía y dejaba que se subiera en su lomo. Así
montado, le llevaba a la otra orilla.
A veces se subían los diez hijos del cacique y Matum les daba un paseo
lento, pero seguro, mientras ellos iban cantando alegremente acompañándose de maracas y güiros.
El manatí, como el elefante, tiene buena memoria. Además es inteligente como el delfín. En
cierta ocasión, un conquistador petulante y atrevido le tiró con un palo puntiagudo. Aunque no lo hirió,
ya que su piel era durísima, jamás olvidó el golpe, ni la agresión gratuita.
Desde entonces, cuando oía que le llamaban, levantaba levemente la cabeza y miraba
cuidadosamente a su alrededor. Si alcanzaba a ver a uno vestido a la usanza de los colonizadores, se
sumergía y no volvía a salir hasta que tuviera que coger aire; y sólo asomaba el hocico.

3. Por mucho tiempo fue un gran entretenimiento para todos los habitantes de la isla. Diariamente
venía gran cantidad de gente a contemplar el monstruo amistoso. Hasta que un día amaneció lloviendo
torrencialmente. Unas tremendas ráfagas de viento anunciaron la llegada del temido huracán.
Tanta agua cayó que el Atibunico creció e inundó todo el valle, uniendo todas sus aguas. Tenía
tanta fuerza que arrastraba todo lo que encontraba a su paso. Siguiendo, pues, la corriente de las
aguas del río que lo vio nacer, llegó Matum al mar. Y no lo volvieron a ver en el lago que entonces
llamaban Guaurabo, y luego llamaron Manatí.