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Confinados
Escritos de la Pandemia
José Wilson Márquez Estrada
2020
Cartagena de Indias
Colombia
2
Confinados
Escritos de la Pandemia
José Wilson Márquez Estrada
Cartagena de Indias
Colombia
2020
3
A Gloria Estrada,
Con todo mi amor.
4
El Negocio
En tiempos del cartel de Medellín, en plena guerra contra el Estado, algunos de sus
miembros eran condenados a la pena de muerte por la misma organización y eran los propios
compañeros que los habían ingresado a la banda criminal, los encargados de ejecutarlos. Se
acostumbraba dejarlos hacer una llamada para que se despidieran de sus seres queridos. Si la
infracción había sido traición no tenían derecho a este beneficio, pero si era una transgresión
diferente se les permitía hacer hasta dos llamadas. Uno de estos criminales cometió la falta
de quedarse dormido en un puesto de vigilancia poniendo en peligro la vida de sus
compañeros y por esto fue condenado a la pena capital. Después del juicio militar, se llegó a
la conclusión que tenía la oportunidad de hacer una llamada. El bandido utilizó este beneficio
llamando a un científico médico que negociaba comprando cuerpos humanos, los cuales él
mismo preparaba para que sirvieran de objeto de estudio de anatomía. Después de mucho
hablar, el médico insistía en que el cadáver no debería tener ninguna lesión que deformara el
cuerpo. A cambio consignaría la suma pactada a una cuenta bancaria que el bandido le
proporcionó, con la cual alcanzaría para que su madre comprara una casa modesta. El cuerpo
lo reclamaría en medicina legal al otro día. Luego de lo pactado, el condenado a muerte les
suplicó a sus compañeros que lo asesinaran de una manera que no le estropearan el cuerpo.
El designado para ejecutarlo le preguntó al condenado qué cual opción le sugería y éste le
respondió que el ahogamiento. Entonces lo condujeron a un lago cercano a la finca donde
funcionaba el laboratorio de cocaína donde estos sujetos trabajaban. Lo amarraron de las
manos y los pies y luego lo arrojaron al lago, sin percatarse que éste era un criadero de
babillas y ellas se encargaron de dañar el negocio.
FIN @
5
El Manuscrito
De una revista de historia mexicana me pidieron un artículo sobre la inquisición en
Cartagena de indias. Salí de la universidad y me dirigí al edificio de la inquisición en el centro
amurallado, a un costado del parque de Bolívar. Dejé mi carnet de profesor en la entrada y
subí a la segunda planta, el encargado de la sala inquisitorial me preguntó: “¿Cuál Tema va
a investigar?”, le respondí: “Las brujas en Cartagena”. Inmediatamente me llevó al fondo
asuntos criminales, sección brujas y hechiceros. “Aquí encontrará lo que anda buscando”, me
dijo. Después de una hora de mirar documentos y carpetas empolvadas, descubrí un
documento que me llamó poderosamente la atención titulado “Juicio por brujería a Clotilde
de San Román”, Cartagena de indias, año de nuestro señor 1635, remitido de Tolú viejo
cantón del Rey y escrito en castellano del siglo XVII. Empecé a manosearlo hasta que al final
de los mil ciento ochenta folios encontré un anexo que consistía en una bolsa color marrón,
adherida al documento con una cinta negra. Abrí la bolsa y dentro de ella hallé un manuscrito
en latín de 8 folios, entonces activé la aplicación de traducción de lenguas muertas en mi
celular. El olor a guardado era insoportable, me coloqué el tapabocas, saqué mi pañuelo y
retiré el polvo de la cubierta. Con mucha dificultad empecé a leer el documento. En la primera
página pude traducir el título que decía: “Conjuro para ingresar al tabernáculo del averno,
pronuncia las palabras para hablar con el oscuro señor”. Hice caso omiso y continué con la
traducción, cuando iba en la mitad de la página del folio tres me encontré la siguiente frase:
“No pronunciaste las palabras para ingresar al tabernáculo del averno: tu muerte esta
próxima, detente”. Esta inscripción me produjo un escalofrío, pero pudo más la curiosidad y
seguí leyendo. Al empezar el folio cinco me sorprendió esta frase: “Al terminar este pliego,
morirás”. Entonces empecé a sentirme raro, se me subió la presión arterial y mi corazón
empezó a latir muy fuerte, sentí un ardor en mis dedos y observé como mis uñas empezaban
a ponerse color violeta. Inmediatamente cerré el manuscrito y lo metí dentro de la bolsa y
arrojé ese documento sobre la mesa de consulta. Sin despedirme del archivista, tomé mi bolso
del casillero y salí huyendo de ese espantoso lugar. Cuando alcancé la calle, respiré tranquilo
y sentí que la vida me volvía al cuerpo, me quité el tapabocas, me coloqué las gafas de sol y
caminé con pasos largos de nuevo hacia la universidad.
FIN @
6
El Revés del Universo
Dicen que si alguien cruza una caída de agua con los ojos abiertos a las doce en punto del
mediodía ve la entrada a otra dimensión donde se observa el revés del universo. Me preparé
psicológicamente para vivir esta experiencia. Compré los tiquetes, hice las maletas y me fui
a las cataratas de Iguazú. Me bajé en un hotelito y después de instalarme tomé un taxi que
me llevó hasta ese lugar. Me coloqué la ropa adecuada y siendo la 11:59 ingresé al inmenso
túnel de agua de una de las caídas hídricas más bellas del planeta y con los ojos bien abiertos
me fui internando en él. De súbito se abrió ante mí un arco de luces de diferentes colores,
inmediatamente empecé a nadar hacia él hasta que lo crucé totalmente, ya dentro de su
espacio interior se hizo un silencio impresionante y un extraño calor proveniente de ese
campo magnético empezó a halarme hacia un agujero oscuro ubicado en el centro de esa gran
esfera de luz, cuando estaba presto a ingresar a él, contemplé un panorama aterrador, la
imagen monstruosa de un rostro humano con unas enormes fauces me absorbía con una
fuerza poderosísima, estupefacto le lancé mis lentes de natación y los devoró como si fuera
un animal rabioso, entonces entré en pánico, cerré los ojos y empecé a orar. De pronto la
fuerza que me atraía cesó y cuando abrí los ojos ya no estaba esa imagen horripilante,
entonces retrocedí lentamente hasta que volví a escuchar el ruido del agua, luego di un giro
y nadé con todas mis fuerzas hasta que por fin toqué tierra. Sin pensarlo dos veces, recogí la
ropa y salí a la carretera.
FIN @
7
Las córneas de una santa
Sor María de Santana, monja de la comunidad de las misioneras de la caridad, de veinticinco
años, murió en una emboscada guerrillera en un campamento de refugiados en Ruanda
mientras adelantaba labores asistenciales con niños víctimas del conflicto. Viéndose en
inminente peligro la misionera había dejado una carta donde manifestaba su voluntad de
donar todas las partes de su cuerpo a una fundación médica internacional de trasplantes de
órganos. La monja se hizo célebre en su comunidad religiosa por su entrega total a las
misiones evangélicas de atención a pobres, enfermos, huérfanos y moribundos. En el
momento en que me notificaron de la cirugía de trasplante de córneas me sorprendí cuando
me contaron que recibiría las córneas de la religiosa. Después de quince días de realizada la
operación quirúrgica, me retiraron las vendas. En un proceso muy lento que duró varios días
me acostumbré a la luz y empecé finalmente a ver con mis nuevas corneas. Inmediatamente
noté algo muy extraño, la presencia permanente en la imagen ocular de la silueta de una
mujer cubierta por un manto. Luego de realizados varios exámenes médicos y científicos, los
especialistas no encontraron una explicación racional al fenómeno visual. Inquieto por esta
situación finalmente acudí ante el obispo de mi ciudad y después de una corta conversación
me dijo: “Es evidente que estás viendo con los ojos de una santa y que la figura que aparece
allí es la imagen de la virgen María”.
FIN @
8
El Quiromántico Chino
Un quiromántico chino llegó al pueblo a leerle la mano a los curiosos y creyentes en este
tipo de experiencias. Me motivé a consultarlo, más por curiosidad que por creencia, pero
finalmente terminé convencido de la sabiduría de dicho personaje. Hice la fila
correspondiente e ingresé a su consultorio. Después de un corto ritual que incluyó varias
oraciones y el ungimiento de diversos ungüentos raros pasó al operativo central que era
precisamente la lectura de las palmas de las manos. Finalmente concluyó que mis líneas de
vida se encontrarían exactamente en dieciséis años, que sería el momento de mi muerte. Salí
súper impactado con este presagio y durante todos estos años he observado el
comportamiento de las líneas en las palmas de mi mano. Hoy es el día en que finalmente se
encontrarán como lo había profetizado el adivino. Ya he preparado todo para este momento.
He entregado a mis hijos, a mi esposa y a mis acreedores todo el patrimonio adquirido durante
estos años de arduo trabajo como asesor financiero de una multinacional bancaria. Organicé
todo lo relacionado con mi funeral y con el mausoleo que mandé a construir en mi nombre.
Preparé una fiesta de despedida para la ocasión invitando a mis amigos más queridos y a mi
familia. Después de muchas lágrimas y momentos sentimentales, la fiesta ha terminado.
Todos se han ido y estoy solo en el cuarto del hotel esperando el momento pronosticado, pero
ha sucedido algo muy extraño. He observado que las líneas de vida misteriosamente se
cruzaron lo que me motivó a consultar en internet sobre quiromancia china y descubrí que
cuando dos líneas de vida se cruzan viene un periodo de larga existencia donde se triplica el
tiempo de vida. Ahora no sé qué hacer, después de todo este bochornoso espectáculo. Me
queda un sabor amargo y el reto de vida de volver a empezar de nuevo, todo por darle crédito
a prácticas que de plano son bien ajenas a nuestra cultura.
FIN @
9
“Me tocó comerme este man”.
- ¡Echá pa allá! ¡Estos hijueputas ricos si son flojos! – le gritó el guerrillero, mientras
le metía la trompetilla del fusil por la espalda.
- Es que no doy más, señor – le respondió el ganadero Mauricio Vélez, mientras se
movía entre la maleza de un cañaduzal.
Un helicóptero del ejército pasó sobre sus cabezas y el insurgente se arrojó sobre el
secuestrado y cayeron al suelo, los militares pasaron de largo evidenciando que no los habían
visualizado. Todavía faltaban ocho horas de camino para llegar al campamento guerrillero,
donde los estaban esperando para unir al retenido con los demás secuestrados. Del operativo
ejecutado por el grupo subversivo para secuestrar al comerciante de ganado en su finca de
Valledupar, sólo quedaban dos personas: el ganadero y el guerrillero que lo conducía
amarrado de una cadena por entre la zona boscosa. Los otros cinco insurgentes habían sido
dados de baja por el ejército en las estribaciones de la Sierra Nevada en un fallido intento por
liberar al secuestrado. Llevaban cuatro días caminando y las autoridades no desistían en su
objetivo militar.
Venían moviéndose en zigzag por entre la manigua de la serranía del Perijá cuando se
encontraron con un rio, el cual estaban obligados a cruzar para llegar al campamento, pero la
fuerza de su caudal se les oponía como un gran obstáculo. “Necesito que me quite las cadenas
para poder nadar”, le dijo el ganadero al insurrecto y éste le respondió que no y que cruzarían
el uno al lado del otro, unidos por la cadena. Terminada la conversación se lanzaron al rio,
cuando cayeron al agua, la cadena se atoró y el guerrillero perdió el control y se ahogó en el
acto. El ganadero alcanzó la orilla y se prendió de la raíz de un árbol. Luego empezó a halar
la cadena hasta que pudo atraer el cuerpo del insurgente hasta su lado, finalmente el
secuestrado logró tocar tierra y ponerse a salvo, pero la cadena seguía atorada en el lecho del
rio. Con mucho esfuerzo el secuestrado arrastró el cuerpo de su captor hasta donde él se
encontraba. Varios días después, una patrulla militar encontró al ganadero con vida y a su
lado el cuerpo descuartizado del guerrillero, el comandante de la patrulla impresionado ante
semejante hallazgo preguntó: “¿Qué pasó aquí?”, “Me tocó comerme este man”, le respondió
el ganadero.
FIN @
10
Otoniel
De regreso de pre temporada por los Estados Unidos el balance no podía ser mejor, de ocho
partidos disputados empatamos dos y salimos triunfadores en seis. El club nos hizo una fiesta
en el hotel Intercontinental y en la clausura nos entregaron los premios. Por haber salido
goleador en toda la gira anotando trece goles, con más de un gol por partido, el club me regaló
un carro Honda Civic modelo 96. Al otro día llamé a tío Jairo y lo invité a dar un paseo por
los municipios del oriente y él feliz me dijo que sí, que pasara por su casa a recogerlo. Al
mediodía llegué a la casa de mi abuela, le di un beso, nos echó la bendición y salimos volados
en la nave rumbo a Rionegro, por la vía de Las Palmas, visitamos los municipios de La Ceja,
Carmen de Vivoral, La Unión y El Retiro hasta llegar a San Antonio de Pereira donde nos
comimos una bandeja paisa espectacular. Cuando bajábamos por la autopista tío Jairo me
dijo que un amigo del barrio El naranjal llamado Otoniel lo había invitado a una fiesta en
celebración de los quince años de su hija, el próximo día sábado y me preguntó que si lo
podía acompañar. Como estaba de vacaciones, le dije que sí y efectivamente el sábado
estuvimos allá bien tempranito. La fiesta estuvo súper, bailamos, bebimos y comimos hasta
el amanecer. Tío Jairo se pegó una borrachera de padre y señor mío. Lo acostamos en la cama
de los huéspedes ilustres y me tocó quedarme hasta que se despertara para llevarlo a su casa.
Cuando eran las ocho de la mañana el señor Otoniel y su esposa montaron una olla con un
sancocho y nos sentamos en una terracita a conversar y a esperar que estuviera la sopa. Entre
unos y otros temas conversamos de mi desempeño en el club y él me comentó que había visto
mis goles de la pre temporada por televisión. Me dijo que le había gustado mucho uno que le
hice al Cosmos de Nueva York de tiro libre. Luego pasamos al tema del desempleo y de la
crisis que estaba viviendo el país por la cuestión de las UPAC. Me dijo que llevaba más de
un año sin trabajar y que estaba desesperado por que el banco le iba a quitar el apartamento,
que se había dado cuenta que el país estaba viviendo una ola de suicidios por ese tema, que
la gente prefería matarse que perder su vivienda. Con el suicidio el seguro de vida cubría la
deuda bancaria y las familias conservaban el inmueble. Entonces, con mucho respeto, le
pregunté que con qué dinero había hecho semejante fiesta y me dejó frio cuando me
respondió que había vendido un riñón para financiar la celebración del cumpleaños de su
amada hija. No hablamos más del asunto, despertamos a tío Jairo, nos comimos el sancocho,
nos despedimos del señor Otoniel y su familia, dejé a mi tío donde la abuela y regresé a casa
en horas de la noche. A los días empezó el torneo nacional y ese año salimos campeones, fue
el mejor año de mi carrera deportiva. Salí goleador de la liga con 23 anotaciones y el club
vendió mis derechos deportivos a un equipo español. Estuve jugando en el extranjero por
más de una década y perdí contacto con tío Jairo. Muchos años después, ya retirado del fútbol,
nos vimos en una fiesta de cumpleaños de la abuela. Entre copas recordamos el día que nos
habíamos visto por última vez en la casa del señor Otoniel y le pregunté por su vida. Tío Jairo
11
cambió la mirada y con los ojos tristes me dijo que ese día que estuvimos allá, en horas de la
tarde, Otoniel se había ahorcado en el baño de su casa.
FIN @
12
La Mesa Quince
A principios de los años noventa, en plena guerra de carteles, mi amigo y compañero de
colegio Carlos Mejía por fin se graduaba de ingeniero en la universidad Eafit y su familia me
invitó a una cena de celebración en el restaurante Los Biombos, en el exclusivo sector de El
Poblado. La cita era a las ocho de la noche, me puse mi Everfit y salí para el evento. En la
entrada del restaurante me encontré con la señora madre del graduado, que me acompañó
hasta la mesa. Al ratico llegaron otros invitados y la mesa reservada número quince se llenó
y quedaron algunas personas sin espacio. El administrador del restaurante muy amablemente
nos ubicó en otra mesa más grande. Le pregunté a Carlos qué había pasado con la reservación
y él me respondió que a última hora habían llegado unos familiares de Cali, un hermano de
su padre y su esposa. Trajeron la cena, nos tomamos unos aguardientes y vinieron los
mariachis. Mientras sucedía todo esto pude observar que la mesa quince había sido ocupada
por un grupo de personas que al parecer estaban celebrando un cumpleaños. El restaurante
estaba full y el ambiente se veía súper agradable. Como a eso de las diez y media de la noche
llegaron dos sujetos con armas automáticas y dispararon indiscriminadamente contra las
personas que departían en la mesa quince. El caos fue total, salimos como pudimos de aquel
lugar. No alcancé a despedirme de nadie y tomé un taxi que me llevó raudo para mi
apartamento. Al otro día, por los periódicos, me pude enterar del balance final de ese cruel
ataque: tres muertos y cuatro personas gravemente heridas, incluyendo un mesero. Una cosa
si era evidente, ese ataque iba dirigido contra las personas que habían reservado la mesa
quince, es decir, contra nosotros y nos salvamos porque nos cambiaron de mesa. No hice
ningún comentario a los amigos y compañeros de trabajo. Luego tuve la oportunidad de
compartir con Carlos en el estadio viendo un partido de fútbol y no me comentó nada.
Muchos años después me di cuenta lo que había sucedido realmente. El tío de Carlos,
hermano de su padre, era uno de los principales testaferros del cartel de Cali, que sería
capturado y extraditado a los Estado Unidos.
FIN @
13
¡No Jodo más con esto!
Cuando se desató la fiebre del oro en el Viejo Caldas, papá, que era nieto de un afamado
guaquero, nos propuso mudarnos de casa. En una cena familiar decidimos abandonar la
ciudad y fijar nuestra residencia en el frio municipio de Sonsón. El profesor Botero, amigo
de mi padre, nos consiguió una casa hermosa cerca de la plaza principal. Después de
instalarnos y acostumbrarnos a semejante clima, mi padre planeó su primer viaje de
exploración. La idea era realizar una serie de excavaciones en un antiguo cementerio indígena
cerca de la población de Pácora. Después de quince días de arduo trabajo de excavación
palmo a palmo en toda el área del camposanto, mi padre sólo encontró unos pocos objetos
sin ningún valor. Un anciano indígena del lugar le dijo a mi padre que a los sacerdotes
indígenas los enterraban con todos sus ornamentos de oro en los lechos de las quebradas, en
las zonas de nacimiento del agua. Con esta información, mi padre organizó una segunda
entrada en ese territorio en compañía del anciano y me invitó a mí a que lo acompañara. A
los ocho días, luego de su regreso a casa, ya estábamos hospedados en un hotel de Pácora. Al
siguiente día, bien tempranito, tomamos un transporte hasta el cementerio indígena, allí nos
estaba esperando el anciano. Sin perder tiempo, nos adentramos por todo el filo de la
cordillera y a las seis de la tarde llegamos al primer objetivo, el nacimiento de la quebrada
La Matilda. Instalamos la carpa y nos iluminamos con lámparas de queroseno. El anciano
recomendó iniciar la excavación a medianoche. Cerca de las doce de la noche, una luz tenue
de color violáceo empezó a iluminar el lecho de la quebrada. Mi padre le propuso al anciano
que metiéramos las picas en ese lugar, pero el indígena se negó y le dijo a mi padre que
avanzáramos más hacia adentro del lecho y eso hicimos. Cuando habíamos recorrido seis
metros nos encontramos una gruta e ingresamos en ella. Múltiples lucecitas blancas como
cocuyos iluminaban el interior de la caverna. El anciano se puso de rodillas y empezó a hablar
en su lengua nativa con las manos levantadas. Misteriosamente el cauce del agua cesó y una
piedra redonda se reveló ante nuestros ojos, era la tapa de una gran bóveda. El anciano se
colocó de pie y corrió a mover la roca y cuando tocó la piedra quedó carbonizado en el acto.
Su cuerpo humeante nos cayó a nosotros a los pies. Un sonido indescriptible escapó del fondo
de la gruta y quedamos en total oscuridad. Mi padre empezó a halarme de la chaqueta porque
yo estaba inmovilizado del pánico. No sé en qué momento salimos de esa cueva. Recogimos
la carpa y bajamos presurosos por un costado de la montaña hasta llegar a la carretera.
Empezamos a caminar rápido buscando una casa donde refugiarnos, en un momento hicimos
un pare y mi padre más tranquilo exclamó: “¡No jodo más con esto!”
FIN @
14
El Bolígrafo de Borges
Llegué a la universidad, prendí mi computador, abrí mi correo electrónico y encontré una
carta de invitación al tercer encuentro de escritores jóvenes latinoamericanos en Buenos
Aires. Inmediatamente tramité mi permiso ante las autoridades de la universidad para asistir
a tan magnánimo evento. La secretaria de la facultad compró mis tiquetes e hizo la reserva
en un hotel cercano a la UBA. Fue una semana espectacular, con eventos académicos y
culturales que nunca olvidaré. El ultimo día, en el programa de clausura, la Asociación de
Escritores de Argentina, me obsequió un objeto que me conmovió profundamente: un
bolígrafo que fue de propiedad del maestro Jorge Luís Borges. Apenas lo recibí, lo saqué de
su estuche original y me lo coloqué en el bolsillo izquierdo de mi camisa. En ese instante
sentí una gran emoción y los ojos se me llenaron de lágrimas. Los colegas escritores me
abrazaron y me felicitaron por tan importante y simbólico obsequio. De regreso a la
cotidianidad de mi trabajo, empezó a sucederme algo muy extraño con el objeto que me
habían regalado los argentinos. Cuando no lo lucía en mi camisa y lo dejaba en el escritorio
de mi oficina, siempre encontraba al lado del bolígrafo un charquito de agua. No le
encontraba explicación a este fenómeno, porque cuando lo llevaba conmigo el objeto no se
humedecía y no era sino dejarlo en la oficina y empezaba a destilar agua. Realmente esto me
tenía muy impresionado y después de pensar y darle vueltas al asunto, he llegado a la
conclusión que el bolígrafo de Borges llora si no lo llevo conmigo.
FIN @
15
El Rostro de Papá
Después de seis horas de arduas peripecias médicas para salvarle la vida a mi padre, los
galenos del hospital Pablo Tobón Uribe se dieron por vencidos. El cirujano que dirigió la
operación me dijo: “Hicimos todo lo posible, pero no logramos extirpar el tumor en su
totalidad”. Papá murió a los dos días. Estoy muy agradecido con los compañeros de la
universidad por la solidaridad y el afecto mostrados en este duro trance. Después del funeral
nos vimos en la cafetería de la facultad. Me informaron de la invitación al congreso anual de
biología marina que se celebraría este año en Cartagena y que tendríamos como
acompañantes a los colegas de la Tadeo. Llegué a casa y empecé a preparar las maletas y el
equipo de buceo, la salida estaba programada para dentro de tres días. Nos encontramos en
la sala de espera del aeropuerto José María Córdova y antes de abordar, nos tomamos de la
mano e hicimos una oración. Arribamos a la heroica a eso del mediodía, nos instalamos en
un pequeño hotel en el turístico sector de Bocagrande, nos dimos una ducha, almorzamos y
salimos para la celebración de apertura del congreso en el Centro de convenciones. Después
del evento el decano nos invitó a cenar a un hermoso restaurante en la ciudad amurallada. Al
otro día nos encontramos con los compañeros de la Tadeo en el Muelle de los pegasos y
abordamos una lancha que nos llevaría a las Islas del Rosario, después de cuarenta y cinco
minutos de navegación llegamos a la Isla Caribarú. Instalamos las carpas, nos pusimos los
equipos de buceo y nos adentramos en uno de los más bellos paisajes marinos de esta zona
del mar caribe. Hicimos la inmersión colectiva y nos dispersamos en la entrada del arrecife.
Me sumergí unos cinco metros en un sector coralino donde la diversidad biológica era
alucinante. La multiplicidad de peces de diferentes especies era un verdadero espectáculo.
Estaba completamente fascinado, la luz del sol llegaba plena y la visibilidad era de alta
definición. Me introduje por entre un laberinto de túneles coralinos, activé mi dispositivo de
video y empecé a grabar. Al rato de estar filmando me llamó la atención un pez precioso de
escamas de diferentes colores que salió de entre unas rocas, lo capté con mi lente y seguí su
trayectoria hasta que giró y se escabulló entre una zona de algas, antes de perderse en la
manigua marina volteó su rostro y me miró, quedé estupefacto con lo que vi, fue tal el susto
que perdí la cámara filmadora: el pez tenía el rostro de papá.
FIN @
16
“¡Sí pegó más pa abajo!”
Mi abuela me contaba que en otros tiempos en los pueblos cuando moría alguien que era
muy mala gente, lo enterraban boca abajo, por si intentaban salirse de la tumba, pegaran más
pa abajo. En nuestra ciudad hace algunos años la policía dio de baja a un criminal violador
de niños al que llamaban “el monstro del cañaduzal”. Estuvimos en el funeral de este asesino
y cuando lo iban a inhumar en la fosa del camposanto, hablamos con el sepulturero para hacer
lo acostumbrado en otros tiempos y efectivamente, en compañía de unos amigos procedimos
a voltear el cadáver. A los cuatro años cuando fuimos a presenciar la exhumación del cuerpo,
nos quedamos atónitos cuando abrieron el cofre: el cadáver no estaba. Entonces tomamos
varias palas y empezamos a cavar hasta que a un metro de profundidad encontramos una
osamenta, sorprendidos con el hallazgo nos miramos las caras y exclamamos: “¡Sí pegó más
pa abajo!”.
FIN @
17
El Sargento Vega
Una patrulla del ejército liberal al mando del sargento Alejandro Vega avistó a un soldado
del gobierno conservador que se había alejado mucho de la tropa, éste cuando se vio
acorralado buscó refugio en el interior de una mina. Cuando la patrulla ingresó al túnel de la
mina el soldado les lanzó una granada produciéndose un derrumbe, no hubo ningún muerto,
pero el sargento y cinco soldados, junto con el militar gobiernista, quedaron atrapados.
Finalmente, este último se entregó y no opuso resistencia a su captura. Lo positivo del asunto
es que el lugar donde quedaron atrapados era el depósito de provisiones de los trabajadores
de la mina y había almacenada comida y agua para seis meses. El sargento Vega le realizó
un juicio verbal de guerra al soldado gobiernista y lo condenó a la pena de fusilamiento por
haber lanzado la granada que había producido el derrumbe y que los tenía en semejante
aprieto. La pena sería ejecutada cuando salieran al exterior, porque en esas circunstancias no
era recomendable realizar ninguna detonación. El sargento Vega diseñó un plan para
construir un túnel de salida y a cada uno le tocó remover tierra con las manos durante doce
horas en cuadrillas de tres trabajadores. Vega le propuso al prisionero que se integrara al
proyecto y éste le respondió que para él era lo mismo morir en ese hueco que fusilado por un
pelotón de soldados. El sargento bajó la cabeza y le dijo que tranquilo que todo seguiría como
se había planeado. Después de dos meses de arduo trabajo lograron salir al exterior, el
sargento Vega ordenó atar al prisionero a un árbol y organizó el pelotón de fusilamiento,
cuando iba a proceder pasó por allí una patrulla del ejército liberal al mando de un teniente
cantando canciones de guerra. El oficial le comunicó al sargento Vega que la guerra había
terminado y que se dirigían a la localidad de Ocaña a celebrar la firma del tratado de paz. El
sargento Vega miró al oficial y le dijo que disculpara pero que para él la guerra terminaría en
un segundo y gritó: “¡Fuego!”
FIN @
18
Milagro en el Alto de Minas
En los años del paro camionero yo trabajaba en una empresa comercializadora de arroz
conduciendo una tractomula brigadier carezapato y me tocaba recorrer semanalmente la ruta
Neiva-Medellín transportando ese preciado cereal. En una ocasión, como era costumbre, los
camioneros obstaculizaron la vía y los lideres conductores organizaron una protesta e
instalaron la carpa en plena carretera en el Alto de Minas, a una hora de la capital antioqueña.
Ante esta situación estacioné mi camión al lado de la vía a todo el frente donde está el
santuario de la virgen, un pedestal con la patrona de los choferes que siempre se mantiene
iluminado por la gran cantidad de veladoras que los profesionales del volante le colocan
permanentemente. Siendo las cinco de la tarde estaba en el camarote de mi tractomula,
acostado haciendo la siesta de la cena y oyendo música, cuando escuché unos disparos de
arma de fuego y una gritería, entonces corrí la cortina de la ventana y observé a un hombre
que venía corriendo y en un instante se subió al pedestal del santuario y se aferró a la estatua
de la virgen exclamando: “¡Sálveme virgencita, por el amor de Dios!”. Al momento llegaron
dos tipos vestidos de camuflado y armados con fusiles. Empezaron a mirar para todas partes
y a registrar el entorno gritando: “¡Qué se hizo este hijueputa!” Se quedaron mirando para el
pedestal de la virgen y el hombre quietecito aferrado a la estatua y los sujetos armados no lo
veían, finalmente se cansaron de estar allí y se fueron. Al ratico de sucedido este incidente
subió una patrulla de la policía y el hombre se bajó del pedestal, entonces lo llamé, le abrí la
puerta de la cabina, se subió al carro y se sentó a mi lado. “¿Qué pasó?”, le pregunté. “Un
comando, al parecer de paramilitares, bajó de la montaña y llegó a la carpa donde nos
encontramos los conductores miembros del comité del paro y empezaron a disparar a diestra
y siniestra. Yo me salvé gracias a que en ese momento estaba orinando al lado de la carpa,
pero esos tipos me vieron y se me vinieron encima”, me respondió. Compañero se ve que a
usted la virgen lo quiere mucho, porque esos hombres venían con intenciones de matarlo y
usted aferrado a ella y los sujetos no lo veían, le dije. “Compañero llevo muchos años
rezándole tres rosarios diarios a la virgen del Carmen”, me comentó.
FIN @
19
Los Gemelos de San Jacinto
Una enfermita mental que pasaba sus días en un parqueadero de camiones ubicado en la
Troncal del caribe, en toda la entrada del municipio de San Jacinto, parió un par de gemelos
hermosos. A uno de ellos se lo llevaron unos campesinos para los Montes de María y lo
bautizaron con el nombre de Amaury Cruz, más tarde sería el temible paramilitar Daniel
Pesado. Al otro se lo llevaron unas monjas para Montería y lo bautizaron con el nombre de
Jesús Ángel Martínez y sería más tarde un profesor universitario. Los hermanos nunca se
conocieron, ni tuvieron idea que existiera un gemelo de ellos. En los años noventa, en pleno
auge del paramilitarismo en Colombia, los sindicatos de la región fueron declarados objetivo
militar por esta organización criminal. Del comando central de las AUC salió la orden de
acabar con la vida del presidente del sindicato de los profesores de la Universidad de
Córdoba, docente Jesús Ángel Martínez. Un comando de este ejército irregular, radicado en
el municipio de Tierralta, que venía siendo criticado al interior de la organización por sus
fallas en los operativos, fue el encargado de ejecutar la acción. A ellos se les hizo llegar toda
la información del profesor: fotografías, dirección de residencia, dirección de trabajo, etc.
Por otra parte, el mismo comendo central de las AUC confió un trabajo de contrainteligencia
a alias Daniel Pesado que consistía en observar la operación donde se daría muerte al
sindicalista, aprovechando que los paramilitares de Tierralta no lo conocían. El día señalado
llegó primero el paramilitar, dejó sus escoltas en las afueras del centro educativo e ingresó
de incognito en la universidad, luego empezó a caminar por el campus, sin perder de vista la
sede del sindicato de profesores. Al ratico entraron los encargados de la ejecución del crimen
vestidos de civil y se encaminaron directamente a la oficina del sindicato y le preguntaron a
la secretaria por el profesor Martínez y ésta les informó que había salido pero que muy pronto
regresaría. Los sujetos se ubicaron en la sala de espera y se quedaron allí durante varios
minutos, el ver que el docente no llegaba se irritaron y salieron del lugar fotografía en mano
buscando al sindicalista. Recorrieron varios sitios de la universidad hasta que ingresaron a la
cafetería y lo vieron sentado en una mesa leyendo un libro y tomándose una tasa café,
entonces desenfundaron sus pistolas automáticas con silenciador y sin mediar palabra lo
acribillaron. Salieron caminando despacio, se subieron a una camioneta y huyeron a mediana
velocidad. Cuando llegaron a sus casas no podían creer lo que decían los noticieros en la
televisión: asesinado el temible paramilitar alias Daniel Pesado en la cafetería de la
Universidad de Córdoba.
FIN @
20
El Bobo Alirio
Después de disfrutar del chocolate y los pasteles que doña Magnolia les había preparado
para la ocasión, sus amigas quedaron en silencio esperando la buena nueva que su anfitriona
les iba anunciar. Les contó que, en la mañana, cuando salía del banco de reclamar la mesada
de su pensión se le acercó una dama muy elegante con acento mexicano y le propuso venderle
un billete de la lotería que había salido ganador con el premio mayor, pero por ser extranjera
no lo podía reclamar, por lo que se veía en la obligación de negociarlo a muy bajo precio. La
señora se comunicó vía telefónica con la empresa de apuestas y le pasó al director que le
confirmó que efectivamente ese era el billete ganador. Magnolia muy emocionada le entregó
todo el dinero que traía a la buena dama y ella le dio el billete de lotería. Los ojos de la mujer
brillaban de la felicidad cuando les estaba relatando esto a sus amigas y les dijo que por fin
había dejado de ser pobre. Al otro día, muy tempranito, tomó un taxi para la empresa de
apuestas y entró de primera a la oficina del director y le extendió la mano con el billete
preguntándole donde le harían entrega de su premio. El funcionario después de revisar el
billete le dijo que ese no era el número ganador y que había sido estafada, Magnolia al
escuchar estas palabras se sentó en el piso y se vino en llanto.
Algunos años después, su esposo llegó de la plaza de mercado súper feliz con un paquete
amarrado con unas cuerdas y le relató a Magnolia que cuando iba caminando por la calle
pasó un señor a quien se le cayó un envoltorio, que inmediatamente recogió otro señor, el
cual se le acercó y abrió el paquete ante sus ojos, visualizándose un gran fajo de dinero, luego
de amarrarlo otra vez, lo invitó a compartirlo. El esposo de Magnolia aceptó, entonces se
dirigieron hacia una cafetería y mientras se tomaban un café el sujeto le propuso que le
entregará todo el dinero que traía y que él a cambio le daría el paquete lleno de billetes.
Emocionado aceptó la propuesta y salió muy contento para su casa con el envoltorio. Luego
de contarle esto a su esposa, corrió hacía la cocina y regresó con un cuchillo para romper las
cuerdas y abrir el paquete. Casi se va de espaldas cuando lo abrió y encontró sólo unos
picadillos de papel periódico.
Después fue su hijo Walter que llegó a la casa con la idea de vender su carro para realizar el
negocio de su vida. Había conocido a un señor de nombre Lolito que supuestamente había
trabajado de mayordomo en una de las fincas del jefe del cartel de Medellín ubicada en el
oriente antioqueño. Como es bien sabido, este señor las utilidades de su negocio de drogas
las acostumbraba guardar en canecas que luego enterraba en los terrenos de su propiedad. El
dinero, antes de ser encaletado bajo tierra, recibía un tratamiento especial con yodo para que
los billetes no se pudrieran, ese químico luego era retirado con facilidad aplicando un líquido
especial. En síntesis, Lolito le contó que mientras realizaba unos trabajos en la finca había
encontrado por accidente una pequeña caneca con un millón de dólares que, luego de la
muerte de su patrón, él trajo consigo. El negocio propuesto consistía en que el hijo de
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Magnolia comprara un galón del líquido para limpiar los billetes y Lolito a cambio le daría
trescientos mil dólares. El galón de la mágica sustancia valía treinta millones de pesos, lo que
obligó a Walter a vender su vehículo. Ahora anda como loco por toda la ciudad buscando a
Lolito para que le devuelva su plata.
Finalmente, Jenny, su nuera adorada, conoció en una iglesia evangélica a una señora que
negociaba con esmeraldas para ayudarle a la gente. La buena señora recibía el dinero que le
entregaban las personas y lo invertía comprando esmeraldas en las minas de Muzo en Boyacá
para luego revenderlas en prestigiosas joyerías de los Estados Unidos. Luego esas utilidades
eran repartidas equitativamente entre los inversionistas. Jenny, súper convencida de lo
rentable del negocio y de la bondad de la señora, le entregó los ahorros de toda la vida con la
esperanza que en tres semanas le regresarían el triple de lo invertido. Han pasado seis años y
aún las autoridades no han dado con el paradero de la señora de las esmeraldas.
Cada pueblo tiene un bobo y Alirio era el bobo de la plaza de Betulia. Amo y señor de las
calles del pueblo, las cuales recorría con su garrote amenazando al que se atreviera a meterse
con un niño, que eran su adoración. También cuidaba los carros, limpiaba la mierda de los
perros y de las palomas y odiaba a los mariguaneros a los cuales les esgrimía su garrote
cuando los sorprendía fumando. Los niños corrían cuando lo veían para que no los acariciara
con sus enormes manos. Sí otro loco entraba a sus predios lo ahuyentaba hasta los arrabales
del pueblo. Caminaba ágilmente a pesar de su gordura, recorriendo las calles pidiendo un
poquito de comida con un recipiente plástico. Las hermanitas de la caridad en esos tiempos
preparaban un dulce de leche delicioso que comercializaban en los días de la semana santa.
En una ocasión fueron a embazar el dulce y encontraron en el fondo de la caneca donde lo
preparaban una rata muerta, entonces decidieron arrojar el dulce a la basura, pero una de las
religiosas propuso más bien regalárselo al bobo Alirio. Extrajeron el roedor, limpiaron bien
el dulce y se pararon en la puerta del convento a esperar que pasara el bobo, de pronto
lograron divisarlo y lo llamaron. El mentecato se acercó y miró la olla con el manjar e
inmediatamente se la hizo agua la boca, entonces las monjas le insinuaron que se lo llevara,
que era totalmente suyo. Alirio las miró con sus ojos bien abiertos y les dijo: “De esto tan
bueno no dan tanto, yo no recibo eso” y salió corriendo.
FIN @
22
“¡Pase la página mi general!”
Bolívar y Santander se encontraron después de muertos en una pequeña isla, no sabían
dónde estaban, sólo sentían que habitaban un mundo extraño donde no visibilizaba un cielo
azul con sol y nubes o algo que se le pareciera. Únicamente veían una gran bóveda blanca,
igual pasaba con el mar, éste no se parecía en nada al original, era solo un líquido diáfano de
color rosa. Se sentaron, hicieron una fogata y asaron unos pescados que encontraron en la
playa. Conversaron sobre los momentos compartidos en la guerra y se rieron hasta que se
quedaron dormidos el uno al lado del otro. Se despertaron casi simultáneamente, se
sumergieron en ese insólito mar, se sintieron bien y regresaron renovados a la playa.
Construyeron una casa, la amoblaron y acondicionaron con los materiales que les brindaba
una especie de vegetación que había en ese lugar. Pescaron y cazaron algunos animales
silvestres y almacenaron comida para mucho tiempo. Finalmente, construyeron un hábitat
encantador, lo único que les desagrada era vivir en mundo sin noche. Cuando calcularon que
había pasado un tiempo considerable de estar allí, hicieron una cena y se tomaron de las
manos y oraron dándole gracias a Dios por todo. De pronto Santander miró a Bolívar a los
ojos y le preguntó: “¿Todavía crees que yo tuve algo que ver con lo que sucedió esa noche
de septiembre?”. A Bolívar le brillaron los ojos y le respondió con su voz chillona: “Mientras
dura el recuerdo dura la culpa. ¡Pase la página mi general!”.
FIN @
23
El Palabrero Wayuu
Terminando el último semestre de la carrera de ingeniería industrial la decana me llamó y
me citó en su oficina, palabra más palabra menos, me informó que había sido programado
para realizar mi pasantía en la sede de la multinacional Drumond en la ciudad de Riohacha.
En los primeros días de enero ya estaba instalado y en plena actividad ingenieril. En un
encuentro de intercambio de experiencias laborales en la Universidad de la Guajira conocí a
una joven indígena de la cultura Wayuu de nombre Zaida que estudiaba antropología y la
vinculé a un proyecto etnoempresarial. Pasado un tiempo nos hicimos novios y compartimos
momentos inolvidables. En diciembre terminé mi pasantía y regresé a Cartagena. Zaida, por
su parte, retornó a su comunidad. No nos volvimos a comunicar y después de cinco años, por
asuntos de trabajo, realicé una visita a Riohacha. En un centro comercial de esta ciudad me
encontré con una antigua compañera de trabajo de la Drumond y me contó que Zaida cuando
estaba conmigo había salido embarazada y había dado a luz a un hermoso niño rubio de ojos
azules y que la antropóloga desgraciadamente había desaparecido de la región, sin que aún
se supiera nada de su paradero. También me contó que el niño había sido abandonado en una
ranchería de la alta Guajira. Al escuchar estas palabras, me despedí de la mujer y salí volado
en mi carro a buscar a mi hijo por ese inhóspito territorio Wayuu. Después de mucho
preguntar llegué hasta un caserío en el Cabo de la vela a entrevistarme con un cacique
palabrero que posiblemente me daría razón del niño. Cuando lo contacté le informé que venía
a buscar a un niño de más o menos cinco años, hijo de una india desaparecida llamada Zaida.
El indígena me miró y me dijo que en su ranchería había más de veinte niños sin padres
conocidos e inmediatamente los mandó traer y los filaron delante de mí. En el momento que
los pude apreciar, rápidamente reconocí a mi hijo por el color de su piel, por su cabello y por
sus ojos azules. Lo levanté con mis manos y lo apreté contra mi pecho y le dije al palabrero:
“Este es el niño que andaba buscando” y el viejo indígena me contestó un poco alterado:
“¿Cómo así? ¿Te vas a llevar el más bonito? Manda guevo, escoge otro”.
FIN @
24
La Fuga de don Diego
Néstor Trejos me contó cuando éramos compañeros de celda en la cárcel La ladera que don
Diego Echavarría se les había escapado una noche tormentosa de la casa donde lo tenían
secuestrado en el corregimiento de Santa Elena. Los hombres encargados de su custodia se
arrastraron por toda una zona boscosa hasta que lo alcanzaron a divisar en medio de un gran
lodazal y no se explicaban como el anciano había llegado hasta allí en plena noche y bajo un
aguacero con descargas eléctricas.
- ¡Don Diego, regrese que se va a morir de frio!, le gritaban sus captores.
- ¡Vengan hasta aquí para que me ayuden a salir!, les contestó el viejo.
Cuando lograron verlo bien, porque había bajado un poco la neblina, observaron que don
Diego extrañamente tenía entre sus brazos un cerdito. Después de un largo tiempo y ya con
la claridad del amanecer los bandidos se atrevieron a ingresar a la laguna de lodo y cuando
ambos estaban próximos a llegar hasta donde se encontraba el secuestrado, se hundieron y
literalmente se los tragó el pantano. Don Diego al ver esto se animó y continuo con su plan
de fuga, soltó el cerdito y éste empezó a zigzaguear por en medio del lodo, seguido del viejo,
hasta que llegaron a la orilla del otro lado de la laguna. Ya en tierra firme, don Diego se
despidió de su porcino amigo con una caricia en los cachetes y continuo su camino hasta que
logró llegar a la carretera a pedir auxilio, siendo tan de malas que el primer carro que pasó y
se detuvo a socorrerlo venía conducido por el mismo Mono Trejos.
FIN @
25
La Cena de Ricardo Prisco
En los años de esplendor del cartel de Medellín uno de sus bandidos más peligrosos de
nombre Ricardo Prisco acostumbraba cenar con su novia todos los miércoles en un exclusivo
restaurante de la carrera setenta. El criminal siempre iba con sus escoltas y sin llamar mucho
la atención se sentaba en una mesa cualquiera con su acompañante y sus lugartenientes
ocupaban otras mesas del establecimiento manteniendo absoluta discreción, pero, eso sí,
prestos a responder en cualquier situación que pusiera en peligro la vida de su jefe.
Unos bandidos que venían extorsionando mi negocio de compra venta de vehículos usados
me visitaron a la oficina del concesionario y me exigieron que les entregara en dos días una
elevada suma de dinero, lo que me obligó a cerrar el almacén. Luego me llamaron y me
amenazaron de muerte. Muy asustado cambié de residencia y de número telefónico y me
escondí por un tiempo en una finca de unos familiares. Recién había regresado a la ciudad,
una noche venia en mi carro, cuando miré por el retrovisor y observé una camioneta con
varios hombres siguiéndome. Muerto de pánico di dos vueltas a la rotonda de la avenida San
Juan y nada que se me despegaban. Desesperado empecé a orar y de pronto se me vino a la
mente que era miércoles y que a esa hora estaría el jefe mafioso cenando con su novia en ese
restaurante de la carrera setenta, entonces, sin pensarlo dos veces, a toda velocidad me dirigí
a ese lugar. Llegué, estacioné mi vehículo al frente y rápidamente ingresé al restaurante y me
ubiqué en una de las mesas de la terraza exterior. Al momentico entraron los sujetos que me
seguían envalentonados y con actitud amenazante y se desató una balacera impresionante con
los escoltas del señor Prisco, dando como resultado la muerte de mis tres perseguidores.
FIN @
26
Desconfianza
De la dirección central del sindicato nos llegó la información que se encontraba en camino
hacia nuestro corregimiento un comando de las AUC con el propósito de asesinar a todos los
miembros del comité regional que tenía su asiento en nuestra localidad. Todo esto enmarcado
en la campaña de exterminio que adelantaba esa organización criminal contra el movimiento
sindical bananero, que ellos aseguraban que tenía vínculos con los grupos insurgentes de la
zona. Inmediatamente diseñamos una estrategia de seguridad para proteger a los compañeros
sindicalistas y a sus familias. En tres días construimos un refugio subterráneo en la iglesia
del pueblo y lo aprovisionamos con suficiente agua, comida y medicinas, en total éramos
veinte personas. Cuando llegaron los paramilitares nosotros estábamos bien escondidos en
nuestro refugio, pero sucedió algo que nos preocupó de inmediato, un compañero había
olvidado cerrar la llave del gas que nutría la planta eléctrica de la empacadora y esto era
grave, porque si se producía alguna explosión todos volaríamos en pedazos ya que el depósito
de gas se encontraba al lado de donde nosotros estábamos ocultos. El olor a ese combustible
era insoportable, entonces hicimos una reunión y me encomendaron salir urgentemente a
cerrar la bendita llave. Esperamos que llegara la noche y muy cuidadosamente salí hasta el
exterior, ingresé a la empacadora y cerré la llave del gas y cuando me disponía a regresar me
atraparon los paramilitares. Me llevaron hasta donde estaba el comandante, el cual me
reconoció de inmediato, gracias a unas fotografías donde aparecíamos todos los miembros
del comité regional. Me condujeron a la escuelita y me amarraron de una silla metálica. El
siniestro personaje me preguntó dónde estaban los demás miembros del comité y sus familias.
Yo le respondí que no sabía porque acababa de llegar al pueblo, de regreso de una comisión
de trabajo. Luego me sometieron a innumerables torturas durante dos días. Después me
llevaron a la parte trasera de la escuela, me ataron a un palo y cuando me iban a fusilar, el
comandante paramilitar se me acercó y me dijo que me iba a dar la última oportunidad, si le
contaba donde estaban escondidos mis compañeros él me perdonaría la vida. Por ganar
tiempo y esperanzado que apareciera una patrulla del ejército o una columna de la guerrilla
que los obligara a salir del corregimiento les dije que mis compañeros se habían refugiado en
la sede de la empresa donde embarcaban la fruta, que quedaba a cinco horas de allí
atravesando una zona boscosa, en una vereda llamada Zungo. Los tipos inmediatamente
emprendieron marcha hacia ese lugar y dejaron dos guardias vigilándome. Al otro día en
horas de la noche uno de los guardias recibió una llamada y después de hablar por el celular,
se me acercó, me liberó de las cadenas y me dijo: “Te salvaste gran hijueputa”. De inmediato
salí corriendo de ese lugar sin entender qué había sucedido. Después de pasados los hechos
me enteré realmente lo que había ocurrido, cuando me apresaron los paramilitares mis
compañeros desconfiaron de mí y esa misma noche salieron del refugio y huyeron por entre
la manigua hacia el embarcadero de Zungo. FIN @
27
La Jovencita de los Ojos Color Miel
En la época de la violencia en Colombia un grupo de chusmeros ingresaron a una finca del
Tolima, asesinaron a la señora de la casa que se encontraba sola en compañía de sus dos
únicos hijos, una niña de ocho años y un niño de seis. La niña cuando vio a los bandidos se
escondió en el mezanine de la cocina y el niño, después de muerta la mujer, fue raptado por
los forajidos. Un bandido de esos crio al niño como si fuera hijo suyo y lo integró a la banda
criminal remontándolo a lo más profundo de la cordillera central. El padre del niño
emprendió una campaña pueblo por pueblo buscando a su hijo, repartiendo fotografías y
contando lo sucedido a todo el mundo, con resultados infructuosos. Algunos años después
siendo el niño un adolescente, los mismos chusmeros realizaron un retén en la carretera
central que comunicaba a los municipios de la región con la capital del país. Luego de robarle
a todos los pasajeros sus pertenencias, raptaron una jovencita que llamaba mucho la atención
por su belleza y por sus ojos color miel, la internaron en las montañas y después de tres días
de camino llegaron a un campamento donde la violaron entre todos, en presencia del
adolescente. Los malhechores salieron a buscar comida y dejaron al joven custodiando a la
chica. Cuando estuvieron a solas, la mujercita empezó a llorar y a suplicarle al joven que la
dejara escapar porque ya no aguantaba más ultrajes, pero el joven se negó. Después de unos
días y cuando los delincuentes se cansaron de abusar de la joven, la bajaron hasta la carretera
y la liberaron. A los pocos meses los chusmeros fueron capturados en un operativo conjunto
entre el ejército y la policía y conducidos a una guarnición militar. Allí fueron interrogados
por el comandante del establecimiento castrense. El más viejo de los bandidos le informó al
oficial que el adolescente que andaba con ellos era el niño que había sido raptado unos años
antes en una finca del departamento del Tolima. El comandante, que estaba enterado del
asunto, se comunicó inmediatamente con el padre del menor, que en pocos días llegó a la
guarnición en compañía de un grupo de abogados. Finalmente, logró que liberaran a su hijo.
De regreso en la finca, el viejo instaló al muchacho en una de las habitaciones de la casa y
después de haber descansado lo suficiente, lo llamó para que pasara al comedor a cenar.
Cuando estaba sentado en la mesa dispuesto a recibir los alimentos vio venir a su padre de la
mano de una mujer, cuando se acercaron lo suficiente, pudo contemplar bien el rostro de la
dama, sorprendido se paró de la mesa y corrió a su habitación, entró al baño y se ahorcó: era
la jovencita de los ojos color miel.
FIN @
28
La Majestuosa Estupidez Humana
Dos arrieros se encontraron en el filo de una cordillera al pie de una escultura de un hombre
jaguar, cada uno con su recua de mulas. Se saludaron muy amablemente a pesar que no se
conocían. Amarraron las bestias y se sentaron a conversar bajo la sombra de un pino negro.
Prepararon una cena, jugaron a los dados, luego sacaron sus guitarras y empezaron a cantar
y a tomar aguardiente, cuando estaban bien borrachos, uno le preguntó al otro que si era
liberal y éste le respondió que no. Al instante, desenfundaron sus machetes y empezó un
duelo brutal, hasta que ambos cayeron muertos, uno al lado del otro. Una mula roma que
presenció el hecho empezó a relinchar como si estuviera carcajeándose de ver la majestuosa
estupidez humana, mientras el hombre jaguar la observaba con sus ojos milenarios.
FIN @
29
Toda causa necesita un traidor
En los años sesentas, en plena edad de oro de la izquierda latinoamericana, que brillaba con
las luces de la revolución cubana y con la imagen icónica de Ernesto Ché Guevara, un grupo
de intelectuales y artistas rebeldes fundamos en nuestra ciudad un movimiento político que,
bajo la teoría del foquismo, comulgaba plenamente con la lucha armada. A los tres años de
su constitución teníamos una gran zona del territorio capitalino bajo nuestra influencia, sobre
todo varios barrios de clase media y algunos sectores populares urbanos. Contábamos con un
buen periódico, el cual distribuíamos clandestinamente por toda la ciudad. Nos
financiábamos con donaciones de movimientos políticos del exterior y con atracos a
entidades bancarias, ya que contábamos con un brazo militar de más de un centenar de
hombres y mujeres óptimamente entrenados y muy bien armados. Nos reuníamos en secreto
en fincas que alquilábamos en las afueras de la ciudad. En un encuentro al que asistieron
todos los dirigentes de los comités de base de nuestra organización, decidimos propinar un
golpe publicitario que nos permitiera darnos a conocer a nivel nacional. Entonces resolvimos
asaltar el edificio de la alcaldía, retener al alcalde en su despacho y obligarlo a que, vía
telefónica, nos permitiera leer un comunicado por una emisora radial de cobertura nacional.
Pero lo más importante era que de este golpe tendría que salir el primer mártir de nuestro
movimiento. Necesitábamos elegir una unidad, es decir, una persona con muy buena
preparación militar, para que él solito realizara todo el operativo en un asalto que permitiera
la retención del alcalde en su propia oficina, desplegar la bandera del movimiento en la
ventana del despacho, leer un comunicado y finalmente, enfrentarse a tiros con la policía.
Todo esto quedó bien claro en la reunión, el operativo sería un típico asalto suicida como los
ejecutados por los palestinos en el medio oriente. En el país no se había dado nunca un golpe
de tal temeridad y eso nos permitía, no sólo visibilizarnos, sino marcar la diferencia con
relación a otros grupos armados, demostrando arrojo, valentía y heroísmo. Después de este
golpe estábamos convencidos que la historia de nuestro grupo político se partiría
definitivamente en dos. Faltaba seleccionar entre nuestras filas el guerrillero heroico que
cumpliría esta histórica misión. El comité central de la organización se reunió en pleno y por
voto secreto eligieron al hombre idóneo para realizar esta tarea. Este cometido cayó sobre mi
persona. Para mí es todo un honor esta designación y les aseguro que estaré a la altura de este
compromiso, le expresé a ese órgano directivo en una carta. Me prepararon psicológica y
militarmente durante dos meses para ejecutar este operativo. Todo resultó como lo habíamos
planeado hasta el momento en que me tocó salir del despacho del alcalde a batirme a tiros
con la policía. Cuando abrí la puerta de la oficina del burgomaestre no encontré ningún
obstáculo que me impidiera llegar a la entrada principal del edificio, rápidamente alcancé ese
objetivo, abrí la puerta y pude observar el majestuoso despliegue policial y periodístico que
me estaba esperando en la zona de ingreso a la alcaldía. En medio de todo este espectáculo
apareció una jovencita como de quince años, corriendo hacia mí abriéndose paso entre la
30
policía y la prensa, era mi hija que había escuchado el comunicado por la radio y había
reconocido la voz de su papá. Ante esta situación, pudo más el amor que la ideología. Cuando
vi a mi hija en semejante peligro, inmediatamente arrojé mi fusil al piso y la abracé contra
mi pecho. Hasta ahí llegó la misión. Tiempo después, estando en la cárcel purgando la pena
por mi osadía, algunos miembros de esta organización fueron capturados y conducidos a esa
instalación penitenciaria. En el ambiente de la prisión, y en los diferentes espacios donde me
los topaba, estos sujetos no desaprovechaban la oportunidad para insultarme, tratándome de
cobarde y de renegado. En una ocasión, cansado de esta situación, saqué la cabeza por entre
las rejas del calabozo y mirando hacía la celda donde estaban recluidos, les grité: “¡Toda
causa necesita un mártir, pero también toda causa necesita un traidor! ¡Y este es mi aporte a
su movimiento gran hijueputas!”.
FIN @
31
Sexo en Carnaval
Dámaso apagó el computador, cerró bien la gaveta de su escritorio, se colocó sus gafas de
sol y se despidió de su secretaria: “Anita, que pases una feliz tarde, recuerda que hoy es la
batalla de flores y mañana no abrimos la oficina”. “Si doctor, entiendo, que disfrute el
carnaval”, le dijo la joven. Luego de estas palabras, bajó al parqueadero del edificio y salió
raudo en su vehículo para un exclusivo centro comercial de la ciudad. Ingresó a un local de
variedades y después de medirse algunos disfraces se decidió por un bello disfraz de Batman
que le cubría todo el rostro, excepto los labios y el mentón. Pagó con su tarjeta de crédito,
regresó al parqueadero y sin perder mucho tiempo salió velozmente para su apartamento,
donde vivía únicamente con la compañía de un perro cocker spaniel. Llegó a su vivienda, se
dio un baño y se colocó el elegante disfraz. Se echó su mejor colonia, sacó su celular y ordenó
un Uber. El carro lo recogió en la entrada de la torre residencial, Dámaso se subió en la parte
delantera y le dijo a la chica que conducía: “Llévame a la batalla de flores”. Ya instalado en
el palco rodeado de sus amigos se sintió feliz. Consumieron licor, gritaron y se rieron como
nunca. La tarde estuvo estupenda y refrescada por una dulce brisa. Terminado el desfile se
dirigieron al evento de la noche: la fiesta de disfraces en la distinguida discoteca La piola.
Tomaron varios taxis y llegaron al sitio, que estaba súper concurrido. Un mesero muy cordial
los ubicó en una mesa al lado de la pista de baile. Pidieron ron e inmediatamente Dámaso se
tiró a la pista a bailar con cualquier figura que se le pareciera a una mujer. Cuando la fiesta
estaba en todo su esplendor, divisó en medio de la multitud que colmaba la pista de baile,
una mujer oriental con un burka, un disfraz excepcional, que bailaba muy sensualmente. De
una se le fue encima y empezó a bailar con ella, bailaron toda clase de música, pero fueron
unas baladas americanas las que los excitaron, entonces muy despacio se fueron ubicando en
un sector de la discoteca donde la oscuridad era total, en una especie de rincón, allí se
sintieron cómodos, la dama oriental tomó a Dámaso de la cintura y lo acercó contra su cuerpo
y luego de subirse un poco el velo lo besó. A este beso Dámaso respondió cubriendo a su
femenina compañía con la capa de su disfraz, le subió la túnica, sacó muy rápidamente su
pene y se lo introdujo, después de unos lentos movimientos de cadera sintió salir el elixir de
su cuerpo. Se quedaron quieticos por un tiempo y luego regresaron a la pista de baile y
continuaron bailando por un buen rato hasta que Dámaso se sintió cansado, soltó a la dama
oriental, que en seguida consiguió nueva pareja y regresó a la mesa con los amigos. Un poco
más tarde se despidió y tomó un taxi para su casa. Algunos días después llamó a su padre
para que le prestara una corbata que necesitaba lucir en una reunión empresarial. Después de
la jornada de trabajo, llegó a la casa de sus padres, saludó a su madre con un besito y se
dirigió a la habitación matrimonial a buscar la corbata, mientras su madre desde la cocina le
contaba que había pasado riquísimo el día de la batalla de flores y que le había encantado el
disfraz que le había enviado su hermana de los Estado Unidos. Dámaso abrió la puerta del
closet y lo primero que vió fue un atuendo igualito al que lucía la dama oriental en la
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discoteca. Inmediatamente se dirigió a la cocina y le preguntó a su madre: “¿Ustedes para
donde se fueron después del desfile de la batalla de flores?”. “Tu padre se sintió indispuesto
y se vino para la casa y los demás nos fuimos para la fiesta de disfraces en la discoteca La
piola”, le respondió su mamá.
FIN @
33
Háblelo Patrón
Carlos.
Háblelo patrón.
Necesito que vengas a la finca, ya mismo.
¿Qué pasó, patrón?
Esta vieja se pasó de calidad con esa vaina.
¿Cuál vieja, patrón?
Jessica.
Y ¿Qué tiene?
Está muerta.
Huy patrón.
Necesito que vengas y me saqués esta mujer de aquí.
Ya le llego, patrón.
FIN @
34
Ve Antonio José
Amor, ¿Dónde estás?
Aquí en la oficina, trabajando.
Muy raro, porque estoy tocando y nadie me abre.
Salí un momentico.
¿A dónde?
Al supermercado.
¿A qué?
A comprar una vaina.
¿Qué vaina?
Un vaina.
Ve Antonio José, que no me vaya a dar cuenta de otra cosa…
Deja esa desconfianza, que así no vamos a llegar a ninguna parte.
Ven pronto que necesito sacar una cosa de la oficina.
¿Qué cosa?
Una cosa.
Bueno, ya subo.
Okey.
FIN @
35
No te hagas el guevón
¿Quién es esa vieja que está con vos?
¿Cuál vieja?
Con la que estás ahí.
¿Dónde?
Ahí, no te hagas el guevón.
Una amiga.
¿Una amiga? Y ¿Por qué le tenés la mano cogida?
¿Cuál mano?
Desde aquí te estoy viendo, Juan Alberto.
Ninguna mano, ome.
Tranquilo, que vos llegas al apartamento.
Haa, vos si jodés ome.
Todo bien.
Chao, ome.
FIN @
36
Anita
El día amaneció con un azul esplendido. La luz del sol pegaba contra los cristales de la
ventana como intentando derrumbarlos. Anita se levantó de la cama, se anudó el cabello, se
dirigió a la ventana y corrió la cortina. Se quedó mirando el firmamento, de pronto escuchó
que la puerta se abrió. Era Soledad, su madre. Traía una bandeja en las manos con un vaso
con jugo de naranja. Anita se sentó en la cama y tomó la cajetilla de cigarros que estaba sobre
la mesa de noche y se dispuso a encender un cigarrillo.
- Buenos días, hija. Tomate el jugo primero, antes que enciendas la chimenea.
Anita miró a Soledad y volvió a colocar la cajetilla de cigarros sobre la mesa de noche.
- Está bien, madre, pero por favor no entres a mi cuarto sin anunciarte.
- Discúlpame, pero encontré la puerta entreabierta y pensé que no habría ningún
problema.
- Tú sabes que no me gusta que nadie entré a mi cuarto y menos mi abuela, que no
pierde oportunidad de venir a chismosear y a preguntar estupideces.
- Comprende hija, tu abuela está muy vieja y hay que ser un poco tolerante con ella.
- Pues, tolerara tú, porque yo no me la soporto.
Soledad le entregó el vaso con jugo a Anita y se sentó en la cama. Recorrió la habitación con
la mirada, luego tomó el control remoto y encendió la televisión, movió los canales hasta que
encontró el noticiero.
- Anita, ¿cuándo vas a arreglar este cuarto? Mira ese reguero de envases y esas colillas
de cigarrillo. Esto parece un establo. Anímate mi amor y hazle aseo a toda esta
habitación.
- No tengo tiempo.
- ¿Cómo que no tienes tiempo? Llevas más de un año aquí metida y no sales ni a la sala
de la casa. ¿No te cansas de estar todo el día conectada del computador?
- ¿Para qué voy a salir? No me provoca y mi computador es lo único que tengo en la
vida.
- Bueno hija, no te digo más nada. Ya estoy cansada de repetirte lo mismo, que estás
pasando los mejores años de tu vida aquí encerrada como una monja de clausura. Pero
por un oído te entra y por el otro te sale.
- Madre, no más cantaleta. Te lo suplico.
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Soledad se puso de pie y cuando se disponía a salir de la habitación se tropezó con un envase
de Coca-Cola a medio llenar y el líquido se derramó sobre la alfombra. Soledad cerró la
puerta del cuarto y se dirigió a la cocina, se recostó contra la nevara y se puso a llorar. Se
limpió las lágrimas con la punta de los dedos, luego prendió la estufa y colocó sobre ella una
olla con café. Sintió vaciar el inodoro y se dio cuenta que la abuela se había levantado. La
anciana apareció en el umbral de la entrada de la cocina. Llevaba una bata amarilla con rayas
verdes y el cabello cenizo asegurado con una vincha negra. Tenía la mirada de los gatos, con
unos ojos vivos y redondos. Pensionada de la empresa de los ferrocarriles nacionales,
conservaba los bríos de una mujer joven, a pesar de sus casi ochenta años. Entró, le dio un
beso a Soledad, luego se arrimó al locero y cogió una taza, la enjuagó en el lavaplatos y se la
entregó a Soledad y se sentó en una silla al lado de la estufa. Subió la mirada y expresó:
- Me sirves un poquito de café, por favor.
- Esperemos que hierva mamá.
- ¿Hablaste con Anita?
- Si mamá.
- ¿Qué dijo? ¿Si va a asear ese cuarto?
- Tú sabes cómo es ella de obstinada.
- ¿Le recordaste que mañana es su cumpleaños?
- No.
- ¿Le hiciste alguna pregunta sobre el paquete que le llegó ayer?
- No mamá.
- Definitivamente tú le tienes miedo a tu hija. Yo si le voy a llamar la atención por esa
vaina.
La anciana intentó levantarse, pero Soledad la detuvo con las manos.
- Cálmate mamá, no vas alborotar el avispero. Espérate yo le preparo el desayuno y le
pregunto por ese asunto.
- Bueno hija, pero que no pasé de hoy. Yo no voy a permitir aquí en mi casa esas
sinvergüenzuras. Me parece una falta de respeto.
- Está bien mamá, pero cálmate por favor que se te sube la presión.
- Qué presión ni qué presión. Hay que ponerle límites a esa niña.
- Bueno mamá.
Soledad apagó la estufa, bajo la olla del fogón y le sirvió la taza de café a la abuela. Abrió la
puerta de la nevera y sacó un tarro de mantequilla y un pedazo de queso. Colocó unos panes
dentro del horno microondas y lo puso en marcha. Luego, levantó los ojos y fijó la mirada en
una escultura de la virgen de Guadalupe que reposaba sobre la nevera. Rezó una avemaría y
se quedó en silencio por un rato.
38
Cuando Soledad regresó a la habitación con el desayuno para Anita, ésta se encontraba en la
ducha del baño de la recamara. Soledad puso la bandeja con los alimentos en la mesa de
noche y tomó el control del televisor y lo colocó en pausa. Luego se dispuso a tender la cama,
sacudió las sabanas y un olor a humedad salió de las entrañas del colchón. Soledad tiró todo
el vestido de la cama al piso y con la misma sabana sacudió el colchón y luego lo volteó. Se
dirigió hacia el baño y se colocó de pie en la puerta de la ducha.
- Anita, ¿sabes qué fecha es hoy?
- Si, madre. Anita, cerró el glifo y empezó a jabonarse. ¿Por qué? – preguntó.
Soledad bajó la tapa del inodoro y se sentó sobre ella, contrajo las piernas, bajó la cabeza y
colocó el mentón sobre los puños. En sus lentes de cristal, que nunca le faltaban, se veía el
reflejo del cuerpo en movimiento de Anita a través de la celosía de la ducha.
- Quiero hacerte un pudín, cantarte el cumpleaños y tomarnos una botella de vino. Van
dos cumpleaños que no has permitido que te hagamos nada. El último cumpleaños
que celebramos fue hace tres años, que vinieron tus amigos de la universidad. ¿Qué
dices?
Anita, abrió el glifo de la ducha y empezó a enjuagarse. Luego cerró de nuevo el glifo, tomó
la toalla que se encontraba sobre la puerta de la ducha y respondió.
- No sé, madre. No me provoca nada, pero si tú quieres compartimos la torta y el vino.
Pero por favor no invites a nadie, solo tú y yo.
- ¿Y la abuela?
- Bueno, con la abuela.
- Anita, mi amor. ¿Cuándo piensas volver a la universidad?
- No sé.
- Me preocupa tu futuro.
- Yo no pienso en eso. El futuro no existe, el futuro es hoy.
- Tú sabes que vivimos de la pensión de la abuela y si ella nos falta, ¿qué vamos a
hacer?
- Algo haremos madre, nadie es indispensable.
Anita salió de la ducha envuelta en la toalla, se ubicó frente al lavamanos, tomó un cepillo
de dientes del botiquín, le untó crema dental y empezó a cepillarse los dientes.
- Tú si eres cruel con tu abuela – dijo Soledad.
- Es la verdad. Respondió Anita mientras se cepillaba.
- Está bien enojada por ese aparato que te trajeron ayer.
- ¿Y cómo se dio cuenta?
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- Ella recibió la encomienda. En el empaque se veía lo que traía e inmediatamente
empezó a hablar.
- Tanto escándalo por un vibrador. Es mi vida privada, que respete.
- Qué situación tan incómoda. ¿Quién te envió esa cosa?
- Lo compré por internet.
- ¿Y con qué dinero?
- Se lo cargué a la tarjeta de la abuela.
Soledad salió del baño, cruzó por el frente de la cama, recogió las cobijas y las sabanas y
salió de la habitación cerrando la puerta de manera suave. Fue al patio trasero, colocó los
vestidos de la cama dentro de la lavadora, regresó a la cocina, se sirvió una taza de café y se
sentó en la silla del balcón a ver pasar los niños para la escuela. Volvió a llorar. Las lágrimas
le bajaban por las mejillas y caían dentro de la taza. Por un momento no pensó en nada, en
absolutamente nada. Recostó la cabeza sobre el espaldar de la silla y cerró los ojos.
FIN @
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Angelita
Grave inmovilidad del silencio. La raya del cacareo de un gallo. También la pisada de un
hombre de labor. Pero continúa el silencio. Luego, una mano distraída sobre mi pecho ha
sentido el latido de mi corazón. No deja de ser sorprendente. Y de nuevo –oh los antiguos
días- mis recuerdos, mis dolores, mis propósitos caminan agachados a crucificarme en los
senderos del espacio y del tiempo. Así se puede transitar con felicidad.
Pablo Neruda
Hola mi niña preciosa, que rico volver a escribirte y saber qué cuando leas esta carta estarás
pensando en mí. Realmente no veo la hora de volverte a ver, toda esta semana he estado
soñando contigo y te veo divina en esos sueños. Hijita linda no te imaginas los deseos que
tengo de abrazarte y apretarte contra mi pecho. Qué rico tenerte aquí a mi lado, y salir a
caminar, sobre todo hoy que Cartagena amaneció con un sol radiante y el cielo está de un
azul espectacular. Anoche estuve en una fiesta con algunos amigos de la Universidad:
Chucho, Elkin, Vladimir y sobre todo con el Gran Alberto. La reunión era en el Cabrero,
daban una fiesta los muchachos de la Tadeo y nosotros estábamos en la biblioteca de la Casa
Rafael Núñez y nos metimos de colados. El Gran Alberto tenía una guayabera blanca y unos
zapatos de gamuza negros, era el mejor vestido de todos. Dimos un paseo por el salón como
para tantear el terreno y observamos un grupo de chicas muy elegantes como a la espera de
quien las sacara a bailar. El primero que se animó fue Chucho que sacó a una morena bien
linda y ella aceptó inmediatamente. Luego el Gran Alberto se dirigió a otra de las chicas, una
rubia bien buena, quién se lo quedó mirando y le dijo:
- Yo no bailo con negros, gracias.
Enseguida todas las chicas soltaron una carcajada que explotó como una bomba en todo el
centro del salón y el Gran Alberto se sintió muy humillado y su mirada se ensombreció de
pena y de rabia. Todo su ánimo se vino al suelo que hasta se oscureció su bella guayabera
blanca y para acabar de ajustar llegó un filipichín de la Escuela Naval, con su impecable
vestido blanco y sus guantes de seda, y la chica rubia lo tomó del brazo y se dirigieron a la
pista mientras el Gran Alberto los miraba con rencor. Cuando regresaron el Gran Alberto le
metió una trompada al cadete y les dijo a ambos que él no era cualquier persona, que él era
el Gran Alberto y que no podía aceptar que le faltaran al respeto de esa manera. En ese
momento se vinieron los demás cadetes de la Escuela Naval sobre el Gran Alberto y nosotros
reaccionamos y nos fuimos de trompadas con todos ellos en defensa de nuestro querido
amigo. Se armó la trifulca y llegó la policía. El comandante le pegó una trompada en la cara
al Gran Alberto y nos sacaron de la casa a empellones.
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De regreso por la avenida, el Gran Alberto dijo en voz alta, mientras se limpiaba la sangre de
la cara:
- Yo soy un ser humano coño, para que me traten así...
Entonces lo abrazamos y le dijimos que fresco, que se olvidara del asunto, pero él dijo que
algún día, muchachos, tarde o temprano, esa gentuza, que era la verdadera vergüenza de
Cartagena se darían cuenta quien era él y me van a pedir perdón, lo mismo ese hijueputa
policía...
Luego nos fuimos para el Portal de los Dulces, compramos una botella de ron y el Gran
Alberto se soltó en improperios contra el racismo y la modernidad, nos recalcaba como con
el avance de la modernidad hemos llegado a una inusitada crisis por la proclamación de las
fuerzas materiales como base del espíritu. El espíritu moderno es la negación de toda
espiritualidad, decía. La modernidad ha impuesto el reinado de las fuerzas materiales sobre
el espíritu, acabó desnudándose de teoría y desatando la única fuerza satánica en un mundo
sin Dios, el primado del dinero como único valor legítimo de la vida social. Entonces - gritaba
- el problema no solo es ser negro coño, sino ser negro y ser pobre, porque es evidente que
la plata blanquea, pero sino no tienes plata vales una mondá. La madrugada estaba
empezando a dar luz a las cosas, entonces subimos a un cochecito que parecía un pájaro
enorme, tirado por un caballo flaco y atravesamos la ciudad desolada, cantando canciones de
Héctor Lavoe e Ismael Rivera: Si Dios fuera negro mi compai todo cambiaría, fuera nuestra
raza mi compai la que mandaría...
El año 1988 fue nuestro primer año en la Universidad de Antioquia y había dejado un buen
saldo de muertos entre los que veníamos del Liceo Alzate Avendaño, de los siete que
habíamos ingresado en el último año no quedamos sino Óscar y yo. “Huy marica, será que
seguimos nosotros”, decía Óscar preocupado. Los acontecimientos dejaban ver una
verdadera tragedia y ya a nosotros nos empezaban a mirar raro en la Universidad. “Allí van
los sobrevivientes del Titánic”, solían decir. Todavía recuerdo a nuestros amigos
desaparecidos como si fuera hoy.
Faby Chaverra ingresó a la carrera de filosofía y desde que entró se contactó con un grupo
de místicos que mezclaban filosofía con espiritismo oriental e inmediatamente dejó de usar
esa camiseta blanca con una guacamaya en el pecho que lo identificaba en el barrio y empezó
a usar una especie de túnica color azul y un ridículo gorrito frigio. Dicen que empezó a
experimentar duro con el asunto de la transubstanciación. Que se pasaba horas enteras en el
acuario de la facultad de biología con la cabeza pegada al vidrio de la pecera intentando
trasmutar su espíritu a cualquier pez que le prestara atención, hasta que se vio atrapado en el
cuerpo de un pececito por espacio de dos horas y corriendo por toda la pecera para no ser
devorado por otros peces más grandes, viviendo una verdadera pesadilla de terror. Dicen que
cuando regresó a su cuerpo o despertó de tan terrible sueño se halló en una súper crisis
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nerviosa que tuvo que ser hospitalizado en un sanatorio donde jamás recuperó la razón. Se
extravió por los laberintos de la locura y cayó en el más profundo olvido, en los últimos días
ni la familia iba a visitarlo. Una mañana lo encontraron muerto en su habitación con los ojos
abiertos y su rostro ensombrecido por la angustia de un terrible pánico.
Ramiro Lopera un joven que brillaba en el liceo por el silencio que caracterizaba su
personalidad. Es un hombre muy raro - decía Pompy -. Director del Cine Club de la
Universidad y admirador empedernido de Trumán Capote. Ingresó a la carrera de literatura,
pero pronto se consiguió un novio en la facultad de psicología y andaba para arriba y para
abajo con él. Todos nos quedamos asustados con el romance de Ramiro ya que en el liceo
nunca mostró inclinaciones sexuales en ese sentido. Se le notaba que estaba enamorado y
andaba con su chico por toda la U. Se les veía muy juntitos en el cine club, en la biblioteca,
en el teatro, en el museo y hasta en horas de piscina. Conversando y riendo. “Este encontró
su medio banano”, me decía Óscar. Hasta que las cosas no le empezaron a marchar muy bien
y su chico empezó a salir con una niña de ingeniería provocando en Ramiro una profunda
depresión. A la distancia se le notaba el fragante y agusanado guayabal de amor que se lo
estaba carcomiendo. Abandono el cine club, no volvió a clase y se la pasaba al frente de la U
metido en la taberna Gato Pardo con su chaqueta negra bebiendo todo el día, le
preguntábamos como vas viejo Rami y contestaba “Sobreviviendo mi hermano”. Una noche
salía de la taberna con una tremenda borrachera y fue a cruzar la avenida y no vio un bus que
venía y suachh. Hasta aquí llegó Ramiro Lopera. Lo enterramos un puñado de amigos en un
domingo gris.
Después de vacaciones de junio, John Jairo Zapata, que le decíamos Tucho. Había ingresado
a la carrera de antropología. Desde muy joven en el liceo había mostrado una fuerte
inclinación por la paleontología y por los temas relacionados con la cultura y la historia
precolombinas. Permanentemente programaba charlas y exposiciones relacionadas con estos
temas. Cuando entró a la U lo primero que hizo fue conseguirse una monitoría en el museo
antropológico de la universidad. Allí lo veíamos todos los días bien uniformadito con su
escarapela que decía Guía Museo de Antropología. En este lugar conoció a Takya, la diosa
de la guerra de la cultura tupi, verdadera encarnación de Afrodita en versión precolombina,
tallada en piedra por las manos de un chamán. Desde que Tucho la vio quedó hechizado, fue
amor a primera vista. Se la pasaba observando su cuerpo desnudo, sus senos descubiertos y
sobre todo sus impresionantes caderas. Dicen que, al mediodía, cuando cerraban el museo
para ir a almorzar, Tucho se quedaba a solas con Takya. Era evidente que estaba bien tragado
de la diosa. Nuestro amigo al verse solo ante semejante belleza ardía de deseo, entonces
empezó a masturbarse observando el cuerpo de la divinidad indígena, hasta que una vez todo
emocionado le dio el arrebato por subirse a besarla y esa mole se le vino encima partiéndole
el cráneo en dos pedazos. Lo encontraron desnudo bajo el chorro colorido de los vitrales del
museo con la mano agarrada del pipí y con una cara de felicidad que ni la muerte le pudo
borrar. “Murió por amor”, me dijo su hermano mientras lo velábamos. Luego pasábamos por
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el museo y mirábamos a Takya con miedo. “Pobre Tucho, lo mató una mujer de piedra”,
decían los muchachos.
El cuarto, Iván Luna, es el que más me duele. Tenía el cabello negro, lustrado y liso, partido
en el centro por una línea recta. Tenía los ojos lanceolados de un felino y unas manos grandes
adornadas con anillos de plata. Mi gran amigo de la infancia. Ingresó al programa de derecho
y desde las primeras semanas lo veíamos bien encarretado con el asunto de las leyes hasta
que conoció unos chicos Hare Krisnha y se volvió uno de ellos, dejó de comer carne y se
dedicó al ejercicio del yoga, inclusive se fue de su casa a vivir con ellos en una casita que
tenían en el centro de la ciudad. Una vez me lo encontré en los pasillos de la facultad de
derecho y me saludó muy serio con su cabeza rapada y moviendo su colita de cabello. “Te
invito a una conferencia sobre Gandhi que vamos a dar mañana en el paraninfo”, me dijo y
yo le contesté que de pronto iría. Me dio un abrazo y salió de prisa. Fue la última vez que lo
vi. Luego me contaron que se dedicó por completo al yoga y a la meditación oriental,
descuidando totalmente su carrera. Se dedicó a experimentar con ejercicios de levitación
avanzada y una mañana, en la azotea de la casa de la congregación, en pleno ejercicio de
levitación se elevó tanto que chocó con unas cuerdas de alta tensión y murió carbonizado de
inmediato. Se demoraron toda la tarde para desprender su cuerpo de los cables eléctricos.
Y el último fue Hildebrando Gil, el revolucionario más teso que tuvo el liceo. Tenía una
hermosa cabellera rubia que se le adelantaba en la frente como el techo de una choza, y sus
ojos azules, vivos y grandes, revelaban la inteligencia de los hombres que han leído muchos
libros. Tenía un espíritu moderno que lastimaba la anticuada sobriedad de nuestros
profesores. Igualmente era el mejor en química y de los pocos que habían sacado más de
trescientos cincuenta puntos en las pruebas del Estado. Pasó de una a la carrera de química y
de inmediato se conectó con los activistas de la U y rápidamente pasó a ser un líder de ellos.
Se mantenía en el laboratorio de química que prácticamente convirtió en su cuartel general.
Allí comía, allí dormía y allí hacía sus tertulias políticas. Se sentía como pez en el agua en el
ambiente universitario. Andaba con una camisa negra que tenía estampada la imagen del Che
Guevara en el pecho y unos anteojos redondos que le daban la imagen de un perfecto
intelectual. Se veía feliz. Todo el mundo era Hilde por aquí, Hilde por allá. Se le veía en las
manifestaciones arengando y repartiendo papas explosivas a todo el mundo. Era lo que se
dice un verdadero agitador. Hasta que una tarde sentimos un estallido como el de una bomba
atómica que retumbó por toda la U, era que el viejo Hilde se había inmolado con otros cinco
compañeros en el laboratorio de química mientras preparaban explosivos para las marchas
del primero de mayo. Lo enterramos sin ataúd, sentado en una silla como un rey, que entre
todos nosotros bajamos con cables en un gran hueco excavado en el centro del Cementerio
Universal.
Óscar y yo nos quedamos fríos y realmente pensábamos que seguiríamos nosotros y
andábamos juntitos para toda parte cagados de miedo, pero no fue así. Lo que nos pasó a
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nosotros fue totalmente diferente, a nosotros no nos atropelló la fuerza de Tánatos sino la
irresistible energía de Eros. Para el segundo semestre tomamos un curso de natación y allí
conocimos a Angelita, una bella morena de ojos verdes diáfanos como una esmeralda. Tenía
la solemnidad de la gente que ha tenido una buena educación y un resplandor de alegría en
el rostro color de primavera que se contagiaba con solo mirarla, estaba recién venida de Cali
y era nuestra instructora. Al principio se portaba muy seria con nosotros mientras Oscar y yo
chorreábamos la baba viéndole esas tetotas divinas que tenía. “Por esa mujer hago lo que
sea”, me decía Óscar. Luego fuimos entrando en confianza con ella y ella nos coqueteaba
todo el día. Nosotros no salíamos de la zona húmeda y la pasábamos todo el día al lado de
Angelita. Le echábamos el bronceador, le hacíamos masajes y hasta nos duchábamos con
ella. Una tarde de viernes después que todos se fueron nos quedamos con ella en su oficina
y nos besó a los dos apasionadamente, eso fue inolvidable. Óscar y yo quedamos flechados
para siempre. Después se repitieron los encuentros y de los besitos se pasó a fuertes y picantes
besotes. Pero lo curioso era que no se inclinaba en sus preferencias por Óscar o por mí, sino
que igual nos atendía a cada uno con la misma pasión hasta que una vez le preguntamos a
quien deseaba más y con una frase aclaró todas nuestras dudas, “los quiero a ambos para mi
solita”, expresó. Entonces nosotros entendimos el mensaje y nos pusimos a partir de allí a su
plena disposición. Una noche después de salir de clase nos fuimos para la setenta a la
discoteca Monchis y cuando estábamos bien prendiditos con el licor nos dijo.
- Vámonos para mi apartamento.
- ¡Listo amorcito! Contestamos en coro.
Cogimos un taxi y en par minutos estábamos en su apartamento. La sacamos cargada hasta
el sofá. Nos pusimos cómodos, compramos más aguardiente, colocamos música y bailamos
hasta que Angelita decidió tomar un baño, cuando salió del baño envuelta en una túnica roja
y con una toalla enredada en la cabeza como un turbante empezó a bailarnos sobre la mesa
de la sala. Óscar y yo comenzamos a sudar de la excitación. De pronto Óscar la levantó por
la cintura con las dos manos, como quien levanta una maceta, y la tiró bocarriba sobre el
sofá. Yo de un tirón la despoje de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de
impedirlo, y nos quedamos atónitos ante el abismo de una desnudez recién lavada que no
tenía un vellito o un lunarcito que nosotros no hubiéramos imaginado en la oscuridad de
nuestras masturbaciones nocturnas. Cuando trató de reaccionar, asustada de lo que ella
misma había hecho posible, ya era demasiado tarde. Una fuerza descomunal la inmovilizó en
el centro de su ser y la sembró en su sitio, su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad
irresistible de sentir el vigor qué tenían dentro de sus pantalones aquellos chicos que le
juraban amarla y desearla hasta la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a
ciegas la toalla, y metérsela como una mordaza entre los dientes, mientras nosotros la
devorábamos como dos fieras comparten una presa.
Realmente Óscar y yo éramos bastante diferentes y en alto grado bastante complementarios.
Mientras Óscar era de una sensibilidad cultural germánica, protestante, poco barroca, de una
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formación predominantemente escrita, analítica y densa, amante de la filosofía. Estudiaba
ingeniería y era de contextura gruesa y de gran estatura, andaba con su cabello bien cortado
y bien peinado y con sus pantalones bien ajustados. Yo era todo lo contrario, de una
sensibilidad cultural mediterránea, católica, barroca, de una formación predominantemente
oral, más inventivo y menos riguroso, amante del arte y la literatura. Estudiaba historia y era
de contextura delgada y de poca estatura que andaba con mi cabello suelto y sin peinar, con
los jeans desajustados y la camisa por fuera. Esto me daba a pensar que para Angelita Óscar
y yo éramos un sólo ser partidito en dos hombres mientras ella para nosotros era todas las
mujeres metiditas en una sola, porque realmente a esta mujer no le faltaba ni le sobraba nada.
Lo que más nos tenía embrujados era su extremada sensualidad y una forma de repetirse en
todos sus actos de manera diferente. Nos trazamos un noviazgo poco convencional pero que
funcionaba como el mejor, pero eso sí, siempre los tres juntos para todo lado más por
exigencia de ella que por gusto de nosotros. Íbamos a todos partes, al cine, al estadio, al
teatro, a las retretas, a los eventos académicos. Regalitos van y vienen, salidas a la discoteca,
a cenar y los fines de semanas los tres bien metiditos en el apartamento de Angelita haciendo
el amor todo el día, en el jacussi, en el sofá, en la cama, en el piso, con unas estrategias
kamasutra donde encajábamos perfectamente los tres y sin repetir pose, inventábamos unas
ritualidades donde Óscar y yo éramos los realizadores de las fantasías sexuales de nuestra
instructora. Nos sentíamos bien enamorados y decidimos casarnos. Contactamos un ex
sacerdote católico amigo de Pompy, que había sido expulsado de la iglesia por pederasta y le
pedimos el favor que nos casara en una ceremonia privada, pero con todos los yerros de un
matrimonio convencional, y el hombre aceptó.
Organizamos la boda en una finquita a la salida de Medellín por el oriente. Invitamos a media
universidad, estuvieron los amigos más cercanos de Angelita, Óscar se trajo los amigos de
Manrique y yo invité a Pompy y algunos compañeros de la carrera. La ceremonia fue
majestuosa que no tuvo nada que envidiarles a los despampanantes matrimonios del jét-set.
Angelita en el centro vestida de blanco y Óscar y yo a los lados bien elegantes con nuestro
everfit bien planchado. Palabras del sacerdote, anillo al dedo, besitos, champañita, foticos, la
lluvia de arroz y los gritos de la gente. Luego de la cena armamos una parranda que duró
hasta el amanecer cuando Fredy, el Ciorán de la comuna nororiental, le dio por corretear con
un garrote a dos muchachos por que los encontró haciéndose el amor en la pesebrera. “Fuera
par de cacorros hijueputas, respeten la fiesta de los parceros”, gritaba como un loco todo
borracho, lo que indignó a los representantes de la comunidad guey que habían sido invitados
a la boda. El primero que tomó su carro y salió fue David, luego lo siguieron todos hasta que
nos quedamos prácticamente solos con un puñado de amigos. “Esto lo que estaba era lleno
de maricas.”, decía Fredy. “Menos mal se fueron esos hijueputas”. Luego le recordamos que
la fiesta la habían financiados ellos en pro de lo que ellos llamaban el derecho a la diversidad
sexual. Angelita se nos acercó y nos dijo que despidiéramos la visita por que estaba cansada
y qué además había que salir en la tarde para Cartagena a nuestra luna de miel. Despachamos
los amigos y nos fuimos a la cama, Óscar se quedó dormido, entonces Angelita y yo hicimos
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el amor toda la mañana mientras el futuro ingeniero roncaba como una tractomula a nuestro
lado.
En la tarde salimos hacía Cartagena donde la pasamos de lo mejor. Playita, recorrido por la
ciudad amurallada, discoteca, salida a las Islas de Rosario y borrachera. En la noche mientras
Óscar roncaba yo le hacía el amor a Angelita y luego me quedaba dormido para que en la
mañana la cogiera Óscar bien enguayabado y le repitiera la dosis. “Vamos a acabar con esta
mujer hermano” le decía a Óscar. Pero ella no daba muestras de desfallecer y por el contrario
parecía encantada disfrutando al máximo de esas maratones sexuales. Casi siempre, entre
amor y amor, comíamos desnudos en la cama, en el calor alucinante y bajo las estrellas
diurnas que los huequitos de las cortinas dejaban pasar a través de la ventana de la casa que
nos servía de hotel. Luego le leía poesía: Tus senos locos / como el descubrimiento de
América. / Bienaventurados como La Pinta, La Niña y La Santa María /Tus dos senos hechos
de lámina de barcos / y de hélices en vibración. / Hermosos como la conquista del espacio.
Mientras Óscar le acariciaba los senos eréctiles a Angelita y ella jugaba a las muñecas con
mi criatura sexual, pintándole ojos con lápiz de ceja y bigotes con el pintalabios. Después
nos revolcábamos en cueros en el piso del patio, y una tarde estuvimos a punto de ahogarnos
cuando intentábamos hacerle el amor en la piscina. Nos entregamos a una idolatría de los
cuerpos, descubriendo que los tedios del amor tenían posibilidades mucho más ricas que las
del deseo.
De regreso de Cartagena alquilamos un apartamento para los tres, muy a pesar de los
berrinches y regaños de nuestros padres que ignoraban completamente todo este asunto. Vino
la rutina de nuestros oficios y la cotidianidad invadió nuestro lindo hogar hasta que una
noticia nos hizo estremecer de felicidad: Angelita esperaba un hijo. “Por fin embarazaron a
Doña Flor”, decían nuestros amigos. Pero ella feliz paseaba su barrigota por toda la
universidad orgullosa y tranquila. Hasta que llegó el momento del nacimiento de nuestro
bebé, Oscar y yo estábamos impacientes en la salita de espera cuando llegó una enfermera y
nos llamó, entramos corriendo: era un hermoso varón. Salió moreno, con los ojos de su madre
y con la misma sonrisa de Óscar ya que a mí no me sacó sino el pipí. Casi no nos ponemos
de acuerdo con el nombre, pero finalmente lo colocamos: Camilo. Que nos hace pensar en
un hombre inteligente y rebelde. Angelita sufrió mucho con el parto y le quedó el estómago
agrietado como una enorme verruga. Bajo de peso y los senos se le cayeron y de la bella
chica que conocimos no quedaba ni la sombra, entonces ella se dejó atrapar por la depresión
y no le prestaba la más mínima atención a nuestro hijo. Tampoco nos permitía que le
tocáramos ni un dedo. “Aléjense de mi par de sanguijuelas”, nos gritaba. Se encerró con
tranca dentro de sí. Se construyó una coraza impermeable contra nosotros que rechazaba
cualquier posibilidad de afecto. Éramos Óscar y yo quienes nos trasnochábamos con el bebé,
le limpiábamos el popó, lo vestíamos, le dábamos el tetero y lo llevábamos a las citas médicas
porque Angelita no lo volteaba ni a ver, se la pasaba viendo televisión y durmiendo todo el
día hasta que la echaron de la U. Luego se dedicó a fumar marihuana y a hacer collarcitos de
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piedritas que vendía para comprar más marihuana. Se hizo una atmósfera tan pesada y espesa
en nuestra casa que se podía cortar con un cuchillo. Un día conoció unos hippies, recogió un
poco de ropa y no volvió. Suponemos que se fue con ellos. “Qué se valla para la puta mierda”,
me dijo Óscar bien enojado. Nunca más la volvimos a ver. Aturdidos por la nostalgia y como
atrapados en un mismo espejo, perdimos por un tiempo el sentido de la realidad y quedamos
flotando en un universo vacío, donde la única realidad cotidiana era el amor que le
brindábamos a nuestro hijo. Luego de un tiempo nuestra vida volvió a la normalidad, Óscar
consiguió un trabajo como auxiliar de ingeniería y yo empecé a enseñar en un colegio en
Bello, con eso vivimos hasta que Camilo creció. Todavía conservo de aquella época una foto
que nos tomamos con Angelita en nuestra boda y la herida hecha por la lanza mortal de la
nostalgia. A veces en las noches vagó sin rumbo por la ciudad desierta, buscando un camino
de regreso al pasado. Lo más reconfortante es ver en nuestro hijo de qué manera se nos revela
Angelita permanentemente. Hoy Camilo es un gran hombre y tiene dos papás que lo adoran,
uno vive en Apartadó y el otro aquí en Cartagena.
FIN @
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Aracely
Aracely introdujo con dificultad la llave en la cerradura de la puerta. La luz de un
relámpago iluminó su rostro mojado por la lluvia. La puerta se abrió e ingresó rápidamente.
Se sentó en el piso, recogió sus piernas y respiró tranquila. No se movió en mucho rato hasta
que la luz del amanecer, que penetraba por el quicio de la puerta, le golpeó los ojos.
Inmediatamente se levantó y se dirigió a su cuarto, colocó el bolso sobre la mesita de noche,
echó un vistazo a la cuna de su hijo Esteban, de tres años, y se quitó el vestido. Fijó su mirada
en el reloj de pared que marcaba en ese instante las 6:10. Se acostó en su cama, de lado,
mirando hacía la pared, pronunció una oración y se quedó dormida.
El sonido de la televisión la despertó. Se levantó, miró para la sala y encontró a su hija
Maribel, de quince años, recostada en el piso sobre unos cojines, entretenida viendo
caricaturas:
- Buenos días hijita, le habló desde la habitación.
- Buenos días mami, respondió su hija.
- ¿Ya herviste la leche para darle el tetero a Esteban?
- Si mamá, ¿Por qué te demoraste tanto en llegar?
- Había mucha gente en el casino y el patrón decidió extender el servicio hasta las tres
de la mañana. Anoche me sucedió algo terrible.
- ¿Qué pasó mami?
Aracely no respondió nada. Apretó los labios, levantó la cabeza y fijó su mirada en el
cielorraso. Se quedó un momento inmóvil. Luego extrajo de su bolso un dinero, se lo dio a
Maribel y le dijo:
- Ve y compra lo del desayuno y cuando regreses te cuento lo que me pasó.
Maribel subió los hombros, se amarró el cabello con una hebilla, salió de la casa y regresó al
momento. Se dirigió a la cocina y se dispuso a hacer el desayuno para todos, preparando
primero el tetero del niño. Mientras calentaba las arepas escuchó a su madre duchándose. Se
le acercó a la puerta del baño y le preguntó:
- Mami, ¿quieres que te caliente un poquito de la comida de anoche?
- No hija, déjalo así. Hazme lo de siempre, arepa con mantequilla y queso.
- Bueno mami.
Maribel preparó el desayuno, lo colocó en el comedor, mientras Aracely se ponía su ropa de
estar en la casa. Se sentaron a desayunar una frente a la otra. Los ojos miel de Maribel se
posaron sobre los ojos oscuros de Aracely:
- Bueno mami cuéntame.
- Hijita te voy a contar, pero no quiero comentarios.
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  • 1. Confinados Escritos de la Pandemia José Wilson Márquez Estrada 2020 Cartagena de Indias Colombia
  • 2. 2 Confinados Escritos de la Pandemia José Wilson Márquez Estrada Cartagena de Indias Colombia 2020
  • 3. 3 A Gloria Estrada, Con todo mi amor.
  • 4. 4 El Negocio En tiempos del cartel de Medellín, en plena guerra contra el Estado, algunos de sus miembros eran condenados a la pena de muerte por la misma organización y eran los propios compañeros que los habían ingresado a la banda criminal, los encargados de ejecutarlos. Se acostumbraba dejarlos hacer una llamada para que se despidieran de sus seres queridos. Si la infracción había sido traición no tenían derecho a este beneficio, pero si era una transgresión diferente se les permitía hacer hasta dos llamadas. Uno de estos criminales cometió la falta de quedarse dormido en un puesto de vigilancia poniendo en peligro la vida de sus compañeros y por esto fue condenado a la pena capital. Después del juicio militar, se llegó a la conclusión que tenía la oportunidad de hacer una llamada. El bandido utilizó este beneficio llamando a un científico médico que negociaba comprando cuerpos humanos, los cuales él mismo preparaba para que sirvieran de objeto de estudio de anatomía. Después de mucho hablar, el médico insistía en que el cadáver no debería tener ninguna lesión que deformara el cuerpo. A cambio consignaría la suma pactada a una cuenta bancaria que el bandido le proporcionó, con la cual alcanzaría para que su madre comprara una casa modesta. El cuerpo lo reclamaría en medicina legal al otro día. Luego de lo pactado, el condenado a muerte les suplicó a sus compañeros que lo asesinaran de una manera que no le estropearan el cuerpo. El designado para ejecutarlo le preguntó al condenado qué cual opción le sugería y éste le respondió que el ahogamiento. Entonces lo condujeron a un lago cercano a la finca donde funcionaba el laboratorio de cocaína donde estos sujetos trabajaban. Lo amarraron de las manos y los pies y luego lo arrojaron al lago, sin percatarse que éste era un criadero de babillas y ellas se encargaron de dañar el negocio. FIN @
  • 5. 5 El Manuscrito De una revista de historia mexicana me pidieron un artículo sobre la inquisición en Cartagena de indias. Salí de la universidad y me dirigí al edificio de la inquisición en el centro amurallado, a un costado del parque de Bolívar. Dejé mi carnet de profesor en la entrada y subí a la segunda planta, el encargado de la sala inquisitorial me preguntó: “¿Cuál Tema va a investigar?”, le respondí: “Las brujas en Cartagena”. Inmediatamente me llevó al fondo asuntos criminales, sección brujas y hechiceros. “Aquí encontrará lo que anda buscando”, me dijo. Después de una hora de mirar documentos y carpetas empolvadas, descubrí un documento que me llamó poderosamente la atención titulado “Juicio por brujería a Clotilde de San Román”, Cartagena de indias, año de nuestro señor 1635, remitido de Tolú viejo cantón del Rey y escrito en castellano del siglo XVII. Empecé a manosearlo hasta que al final de los mil ciento ochenta folios encontré un anexo que consistía en una bolsa color marrón, adherida al documento con una cinta negra. Abrí la bolsa y dentro de ella hallé un manuscrito en latín de 8 folios, entonces activé la aplicación de traducción de lenguas muertas en mi celular. El olor a guardado era insoportable, me coloqué el tapabocas, saqué mi pañuelo y retiré el polvo de la cubierta. Con mucha dificultad empecé a leer el documento. En la primera página pude traducir el título que decía: “Conjuro para ingresar al tabernáculo del averno, pronuncia las palabras para hablar con el oscuro señor”. Hice caso omiso y continué con la traducción, cuando iba en la mitad de la página del folio tres me encontré la siguiente frase: “No pronunciaste las palabras para ingresar al tabernáculo del averno: tu muerte esta próxima, detente”. Esta inscripción me produjo un escalofrío, pero pudo más la curiosidad y seguí leyendo. Al empezar el folio cinco me sorprendió esta frase: “Al terminar este pliego, morirás”. Entonces empecé a sentirme raro, se me subió la presión arterial y mi corazón empezó a latir muy fuerte, sentí un ardor en mis dedos y observé como mis uñas empezaban a ponerse color violeta. Inmediatamente cerré el manuscrito y lo metí dentro de la bolsa y arrojé ese documento sobre la mesa de consulta. Sin despedirme del archivista, tomé mi bolso del casillero y salí huyendo de ese espantoso lugar. Cuando alcancé la calle, respiré tranquilo y sentí que la vida me volvía al cuerpo, me quité el tapabocas, me coloqué las gafas de sol y caminé con pasos largos de nuevo hacia la universidad. FIN @
  • 6. 6 El Revés del Universo Dicen que si alguien cruza una caída de agua con los ojos abiertos a las doce en punto del mediodía ve la entrada a otra dimensión donde se observa el revés del universo. Me preparé psicológicamente para vivir esta experiencia. Compré los tiquetes, hice las maletas y me fui a las cataratas de Iguazú. Me bajé en un hotelito y después de instalarme tomé un taxi que me llevó hasta ese lugar. Me coloqué la ropa adecuada y siendo la 11:59 ingresé al inmenso túnel de agua de una de las caídas hídricas más bellas del planeta y con los ojos bien abiertos me fui internando en él. De súbito se abrió ante mí un arco de luces de diferentes colores, inmediatamente empecé a nadar hacia él hasta que lo crucé totalmente, ya dentro de su espacio interior se hizo un silencio impresionante y un extraño calor proveniente de ese campo magnético empezó a halarme hacia un agujero oscuro ubicado en el centro de esa gran esfera de luz, cuando estaba presto a ingresar a él, contemplé un panorama aterrador, la imagen monstruosa de un rostro humano con unas enormes fauces me absorbía con una fuerza poderosísima, estupefacto le lancé mis lentes de natación y los devoró como si fuera un animal rabioso, entonces entré en pánico, cerré los ojos y empecé a orar. De pronto la fuerza que me atraía cesó y cuando abrí los ojos ya no estaba esa imagen horripilante, entonces retrocedí lentamente hasta que volví a escuchar el ruido del agua, luego di un giro y nadé con todas mis fuerzas hasta que por fin toqué tierra. Sin pensarlo dos veces, recogí la ropa y salí a la carretera. FIN @
  • 7. 7 Las córneas de una santa Sor María de Santana, monja de la comunidad de las misioneras de la caridad, de veinticinco años, murió en una emboscada guerrillera en un campamento de refugiados en Ruanda mientras adelantaba labores asistenciales con niños víctimas del conflicto. Viéndose en inminente peligro la misionera había dejado una carta donde manifestaba su voluntad de donar todas las partes de su cuerpo a una fundación médica internacional de trasplantes de órganos. La monja se hizo célebre en su comunidad religiosa por su entrega total a las misiones evangélicas de atención a pobres, enfermos, huérfanos y moribundos. En el momento en que me notificaron de la cirugía de trasplante de córneas me sorprendí cuando me contaron que recibiría las córneas de la religiosa. Después de quince días de realizada la operación quirúrgica, me retiraron las vendas. En un proceso muy lento que duró varios días me acostumbré a la luz y empecé finalmente a ver con mis nuevas corneas. Inmediatamente noté algo muy extraño, la presencia permanente en la imagen ocular de la silueta de una mujer cubierta por un manto. Luego de realizados varios exámenes médicos y científicos, los especialistas no encontraron una explicación racional al fenómeno visual. Inquieto por esta situación finalmente acudí ante el obispo de mi ciudad y después de una corta conversación me dijo: “Es evidente que estás viendo con los ojos de una santa y que la figura que aparece allí es la imagen de la virgen María”. FIN @
  • 8. 8 El Quiromántico Chino Un quiromántico chino llegó al pueblo a leerle la mano a los curiosos y creyentes en este tipo de experiencias. Me motivé a consultarlo, más por curiosidad que por creencia, pero finalmente terminé convencido de la sabiduría de dicho personaje. Hice la fila correspondiente e ingresé a su consultorio. Después de un corto ritual que incluyó varias oraciones y el ungimiento de diversos ungüentos raros pasó al operativo central que era precisamente la lectura de las palmas de las manos. Finalmente concluyó que mis líneas de vida se encontrarían exactamente en dieciséis años, que sería el momento de mi muerte. Salí súper impactado con este presagio y durante todos estos años he observado el comportamiento de las líneas en las palmas de mi mano. Hoy es el día en que finalmente se encontrarán como lo había profetizado el adivino. Ya he preparado todo para este momento. He entregado a mis hijos, a mi esposa y a mis acreedores todo el patrimonio adquirido durante estos años de arduo trabajo como asesor financiero de una multinacional bancaria. Organicé todo lo relacionado con mi funeral y con el mausoleo que mandé a construir en mi nombre. Preparé una fiesta de despedida para la ocasión invitando a mis amigos más queridos y a mi familia. Después de muchas lágrimas y momentos sentimentales, la fiesta ha terminado. Todos se han ido y estoy solo en el cuarto del hotel esperando el momento pronosticado, pero ha sucedido algo muy extraño. He observado que las líneas de vida misteriosamente se cruzaron lo que me motivó a consultar en internet sobre quiromancia china y descubrí que cuando dos líneas de vida se cruzan viene un periodo de larga existencia donde se triplica el tiempo de vida. Ahora no sé qué hacer, después de todo este bochornoso espectáculo. Me queda un sabor amargo y el reto de vida de volver a empezar de nuevo, todo por darle crédito a prácticas que de plano son bien ajenas a nuestra cultura. FIN @
  • 9. 9 “Me tocó comerme este man”. - ¡Echá pa allá! ¡Estos hijueputas ricos si son flojos! – le gritó el guerrillero, mientras le metía la trompetilla del fusil por la espalda. - Es que no doy más, señor – le respondió el ganadero Mauricio Vélez, mientras se movía entre la maleza de un cañaduzal. Un helicóptero del ejército pasó sobre sus cabezas y el insurgente se arrojó sobre el secuestrado y cayeron al suelo, los militares pasaron de largo evidenciando que no los habían visualizado. Todavía faltaban ocho horas de camino para llegar al campamento guerrillero, donde los estaban esperando para unir al retenido con los demás secuestrados. Del operativo ejecutado por el grupo subversivo para secuestrar al comerciante de ganado en su finca de Valledupar, sólo quedaban dos personas: el ganadero y el guerrillero que lo conducía amarrado de una cadena por entre la zona boscosa. Los otros cinco insurgentes habían sido dados de baja por el ejército en las estribaciones de la Sierra Nevada en un fallido intento por liberar al secuestrado. Llevaban cuatro días caminando y las autoridades no desistían en su objetivo militar. Venían moviéndose en zigzag por entre la manigua de la serranía del Perijá cuando se encontraron con un rio, el cual estaban obligados a cruzar para llegar al campamento, pero la fuerza de su caudal se les oponía como un gran obstáculo. “Necesito que me quite las cadenas para poder nadar”, le dijo el ganadero al insurrecto y éste le respondió que no y que cruzarían el uno al lado del otro, unidos por la cadena. Terminada la conversación se lanzaron al rio, cuando cayeron al agua, la cadena se atoró y el guerrillero perdió el control y se ahogó en el acto. El ganadero alcanzó la orilla y se prendió de la raíz de un árbol. Luego empezó a halar la cadena hasta que pudo atraer el cuerpo del insurgente hasta su lado, finalmente el secuestrado logró tocar tierra y ponerse a salvo, pero la cadena seguía atorada en el lecho del rio. Con mucho esfuerzo el secuestrado arrastró el cuerpo de su captor hasta donde él se encontraba. Varios días después, una patrulla militar encontró al ganadero con vida y a su lado el cuerpo descuartizado del guerrillero, el comandante de la patrulla impresionado ante semejante hallazgo preguntó: “¿Qué pasó aquí?”, “Me tocó comerme este man”, le respondió el ganadero. FIN @
  • 10. 10 Otoniel De regreso de pre temporada por los Estados Unidos el balance no podía ser mejor, de ocho partidos disputados empatamos dos y salimos triunfadores en seis. El club nos hizo una fiesta en el hotel Intercontinental y en la clausura nos entregaron los premios. Por haber salido goleador en toda la gira anotando trece goles, con más de un gol por partido, el club me regaló un carro Honda Civic modelo 96. Al otro día llamé a tío Jairo y lo invité a dar un paseo por los municipios del oriente y él feliz me dijo que sí, que pasara por su casa a recogerlo. Al mediodía llegué a la casa de mi abuela, le di un beso, nos echó la bendición y salimos volados en la nave rumbo a Rionegro, por la vía de Las Palmas, visitamos los municipios de La Ceja, Carmen de Vivoral, La Unión y El Retiro hasta llegar a San Antonio de Pereira donde nos comimos una bandeja paisa espectacular. Cuando bajábamos por la autopista tío Jairo me dijo que un amigo del barrio El naranjal llamado Otoniel lo había invitado a una fiesta en celebración de los quince años de su hija, el próximo día sábado y me preguntó que si lo podía acompañar. Como estaba de vacaciones, le dije que sí y efectivamente el sábado estuvimos allá bien tempranito. La fiesta estuvo súper, bailamos, bebimos y comimos hasta el amanecer. Tío Jairo se pegó una borrachera de padre y señor mío. Lo acostamos en la cama de los huéspedes ilustres y me tocó quedarme hasta que se despertara para llevarlo a su casa. Cuando eran las ocho de la mañana el señor Otoniel y su esposa montaron una olla con un sancocho y nos sentamos en una terracita a conversar y a esperar que estuviera la sopa. Entre unos y otros temas conversamos de mi desempeño en el club y él me comentó que había visto mis goles de la pre temporada por televisión. Me dijo que le había gustado mucho uno que le hice al Cosmos de Nueva York de tiro libre. Luego pasamos al tema del desempleo y de la crisis que estaba viviendo el país por la cuestión de las UPAC. Me dijo que llevaba más de un año sin trabajar y que estaba desesperado por que el banco le iba a quitar el apartamento, que se había dado cuenta que el país estaba viviendo una ola de suicidios por ese tema, que la gente prefería matarse que perder su vivienda. Con el suicidio el seguro de vida cubría la deuda bancaria y las familias conservaban el inmueble. Entonces, con mucho respeto, le pregunté que con qué dinero había hecho semejante fiesta y me dejó frio cuando me respondió que había vendido un riñón para financiar la celebración del cumpleaños de su amada hija. No hablamos más del asunto, despertamos a tío Jairo, nos comimos el sancocho, nos despedimos del señor Otoniel y su familia, dejé a mi tío donde la abuela y regresé a casa en horas de la noche. A los días empezó el torneo nacional y ese año salimos campeones, fue el mejor año de mi carrera deportiva. Salí goleador de la liga con 23 anotaciones y el club vendió mis derechos deportivos a un equipo español. Estuve jugando en el extranjero por más de una década y perdí contacto con tío Jairo. Muchos años después, ya retirado del fútbol, nos vimos en una fiesta de cumpleaños de la abuela. Entre copas recordamos el día que nos habíamos visto por última vez en la casa del señor Otoniel y le pregunté por su vida. Tío Jairo
  • 11. 11 cambió la mirada y con los ojos tristes me dijo que ese día que estuvimos allá, en horas de la tarde, Otoniel se había ahorcado en el baño de su casa. FIN @
  • 12. 12 La Mesa Quince A principios de los años noventa, en plena guerra de carteles, mi amigo y compañero de colegio Carlos Mejía por fin se graduaba de ingeniero en la universidad Eafit y su familia me invitó a una cena de celebración en el restaurante Los Biombos, en el exclusivo sector de El Poblado. La cita era a las ocho de la noche, me puse mi Everfit y salí para el evento. En la entrada del restaurante me encontré con la señora madre del graduado, que me acompañó hasta la mesa. Al ratico llegaron otros invitados y la mesa reservada número quince se llenó y quedaron algunas personas sin espacio. El administrador del restaurante muy amablemente nos ubicó en otra mesa más grande. Le pregunté a Carlos qué había pasado con la reservación y él me respondió que a última hora habían llegado unos familiares de Cali, un hermano de su padre y su esposa. Trajeron la cena, nos tomamos unos aguardientes y vinieron los mariachis. Mientras sucedía todo esto pude observar que la mesa quince había sido ocupada por un grupo de personas que al parecer estaban celebrando un cumpleaños. El restaurante estaba full y el ambiente se veía súper agradable. Como a eso de las diez y media de la noche llegaron dos sujetos con armas automáticas y dispararon indiscriminadamente contra las personas que departían en la mesa quince. El caos fue total, salimos como pudimos de aquel lugar. No alcancé a despedirme de nadie y tomé un taxi que me llevó raudo para mi apartamento. Al otro día, por los periódicos, me pude enterar del balance final de ese cruel ataque: tres muertos y cuatro personas gravemente heridas, incluyendo un mesero. Una cosa si era evidente, ese ataque iba dirigido contra las personas que habían reservado la mesa quince, es decir, contra nosotros y nos salvamos porque nos cambiaron de mesa. No hice ningún comentario a los amigos y compañeros de trabajo. Luego tuve la oportunidad de compartir con Carlos en el estadio viendo un partido de fútbol y no me comentó nada. Muchos años después me di cuenta lo que había sucedido realmente. El tío de Carlos, hermano de su padre, era uno de los principales testaferros del cartel de Cali, que sería capturado y extraditado a los Estado Unidos. FIN @
  • 13. 13 ¡No Jodo más con esto! Cuando se desató la fiebre del oro en el Viejo Caldas, papá, que era nieto de un afamado guaquero, nos propuso mudarnos de casa. En una cena familiar decidimos abandonar la ciudad y fijar nuestra residencia en el frio municipio de Sonsón. El profesor Botero, amigo de mi padre, nos consiguió una casa hermosa cerca de la plaza principal. Después de instalarnos y acostumbrarnos a semejante clima, mi padre planeó su primer viaje de exploración. La idea era realizar una serie de excavaciones en un antiguo cementerio indígena cerca de la población de Pácora. Después de quince días de arduo trabajo de excavación palmo a palmo en toda el área del camposanto, mi padre sólo encontró unos pocos objetos sin ningún valor. Un anciano indígena del lugar le dijo a mi padre que a los sacerdotes indígenas los enterraban con todos sus ornamentos de oro en los lechos de las quebradas, en las zonas de nacimiento del agua. Con esta información, mi padre organizó una segunda entrada en ese territorio en compañía del anciano y me invitó a mí a que lo acompañara. A los ocho días, luego de su regreso a casa, ya estábamos hospedados en un hotel de Pácora. Al siguiente día, bien tempranito, tomamos un transporte hasta el cementerio indígena, allí nos estaba esperando el anciano. Sin perder tiempo, nos adentramos por todo el filo de la cordillera y a las seis de la tarde llegamos al primer objetivo, el nacimiento de la quebrada La Matilda. Instalamos la carpa y nos iluminamos con lámparas de queroseno. El anciano recomendó iniciar la excavación a medianoche. Cerca de las doce de la noche, una luz tenue de color violáceo empezó a iluminar el lecho de la quebrada. Mi padre le propuso al anciano que metiéramos las picas en ese lugar, pero el indígena se negó y le dijo a mi padre que avanzáramos más hacia adentro del lecho y eso hicimos. Cuando habíamos recorrido seis metros nos encontramos una gruta e ingresamos en ella. Múltiples lucecitas blancas como cocuyos iluminaban el interior de la caverna. El anciano se puso de rodillas y empezó a hablar en su lengua nativa con las manos levantadas. Misteriosamente el cauce del agua cesó y una piedra redonda se reveló ante nuestros ojos, era la tapa de una gran bóveda. El anciano se colocó de pie y corrió a mover la roca y cuando tocó la piedra quedó carbonizado en el acto. Su cuerpo humeante nos cayó a nosotros a los pies. Un sonido indescriptible escapó del fondo de la gruta y quedamos en total oscuridad. Mi padre empezó a halarme de la chaqueta porque yo estaba inmovilizado del pánico. No sé en qué momento salimos de esa cueva. Recogimos la carpa y bajamos presurosos por un costado de la montaña hasta llegar a la carretera. Empezamos a caminar rápido buscando una casa donde refugiarnos, en un momento hicimos un pare y mi padre más tranquilo exclamó: “¡No jodo más con esto!” FIN @
  • 14. 14 El Bolígrafo de Borges Llegué a la universidad, prendí mi computador, abrí mi correo electrónico y encontré una carta de invitación al tercer encuentro de escritores jóvenes latinoamericanos en Buenos Aires. Inmediatamente tramité mi permiso ante las autoridades de la universidad para asistir a tan magnánimo evento. La secretaria de la facultad compró mis tiquetes e hizo la reserva en un hotel cercano a la UBA. Fue una semana espectacular, con eventos académicos y culturales que nunca olvidaré. El ultimo día, en el programa de clausura, la Asociación de Escritores de Argentina, me obsequió un objeto que me conmovió profundamente: un bolígrafo que fue de propiedad del maestro Jorge Luís Borges. Apenas lo recibí, lo saqué de su estuche original y me lo coloqué en el bolsillo izquierdo de mi camisa. En ese instante sentí una gran emoción y los ojos se me llenaron de lágrimas. Los colegas escritores me abrazaron y me felicitaron por tan importante y simbólico obsequio. De regreso a la cotidianidad de mi trabajo, empezó a sucederme algo muy extraño con el objeto que me habían regalado los argentinos. Cuando no lo lucía en mi camisa y lo dejaba en el escritorio de mi oficina, siempre encontraba al lado del bolígrafo un charquito de agua. No le encontraba explicación a este fenómeno, porque cuando lo llevaba conmigo el objeto no se humedecía y no era sino dejarlo en la oficina y empezaba a destilar agua. Realmente esto me tenía muy impresionado y después de pensar y darle vueltas al asunto, he llegado a la conclusión que el bolígrafo de Borges llora si no lo llevo conmigo. FIN @
  • 15. 15 El Rostro de Papá Después de seis horas de arduas peripecias médicas para salvarle la vida a mi padre, los galenos del hospital Pablo Tobón Uribe se dieron por vencidos. El cirujano que dirigió la operación me dijo: “Hicimos todo lo posible, pero no logramos extirpar el tumor en su totalidad”. Papá murió a los dos días. Estoy muy agradecido con los compañeros de la universidad por la solidaridad y el afecto mostrados en este duro trance. Después del funeral nos vimos en la cafetería de la facultad. Me informaron de la invitación al congreso anual de biología marina que se celebraría este año en Cartagena y que tendríamos como acompañantes a los colegas de la Tadeo. Llegué a casa y empecé a preparar las maletas y el equipo de buceo, la salida estaba programada para dentro de tres días. Nos encontramos en la sala de espera del aeropuerto José María Córdova y antes de abordar, nos tomamos de la mano e hicimos una oración. Arribamos a la heroica a eso del mediodía, nos instalamos en un pequeño hotel en el turístico sector de Bocagrande, nos dimos una ducha, almorzamos y salimos para la celebración de apertura del congreso en el Centro de convenciones. Después del evento el decano nos invitó a cenar a un hermoso restaurante en la ciudad amurallada. Al otro día nos encontramos con los compañeros de la Tadeo en el Muelle de los pegasos y abordamos una lancha que nos llevaría a las Islas del Rosario, después de cuarenta y cinco minutos de navegación llegamos a la Isla Caribarú. Instalamos las carpas, nos pusimos los equipos de buceo y nos adentramos en uno de los más bellos paisajes marinos de esta zona del mar caribe. Hicimos la inmersión colectiva y nos dispersamos en la entrada del arrecife. Me sumergí unos cinco metros en un sector coralino donde la diversidad biológica era alucinante. La multiplicidad de peces de diferentes especies era un verdadero espectáculo. Estaba completamente fascinado, la luz del sol llegaba plena y la visibilidad era de alta definición. Me introduje por entre un laberinto de túneles coralinos, activé mi dispositivo de video y empecé a grabar. Al rato de estar filmando me llamó la atención un pez precioso de escamas de diferentes colores que salió de entre unas rocas, lo capté con mi lente y seguí su trayectoria hasta que giró y se escabulló entre una zona de algas, antes de perderse en la manigua marina volteó su rostro y me miró, quedé estupefacto con lo que vi, fue tal el susto que perdí la cámara filmadora: el pez tenía el rostro de papá. FIN @
  • 16. 16 “¡Sí pegó más pa abajo!” Mi abuela me contaba que en otros tiempos en los pueblos cuando moría alguien que era muy mala gente, lo enterraban boca abajo, por si intentaban salirse de la tumba, pegaran más pa abajo. En nuestra ciudad hace algunos años la policía dio de baja a un criminal violador de niños al que llamaban “el monstro del cañaduzal”. Estuvimos en el funeral de este asesino y cuando lo iban a inhumar en la fosa del camposanto, hablamos con el sepulturero para hacer lo acostumbrado en otros tiempos y efectivamente, en compañía de unos amigos procedimos a voltear el cadáver. A los cuatro años cuando fuimos a presenciar la exhumación del cuerpo, nos quedamos atónitos cuando abrieron el cofre: el cadáver no estaba. Entonces tomamos varias palas y empezamos a cavar hasta que a un metro de profundidad encontramos una osamenta, sorprendidos con el hallazgo nos miramos las caras y exclamamos: “¡Sí pegó más pa abajo!”. FIN @
  • 17. 17 El Sargento Vega Una patrulla del ejército liberal al mando del sargento Alejandro Vega avistó a un soldado del gobierno conservador que se había alejado mucho de la tropa, éste cuando se vio acorralado buscó refugio en el interior de una mina. Cuando la patrulla ingresó al túnel de la mina el soldado les lanzó una granada produciéndose un derrumbe, no hubo ningún muerto, pero el sargento y cinco soldados, junto con el militar gobiernista, quedaron atrapados. Finalmente, este último se entregó y no opuso resistencia a su captura. Lo positivo del asunto es que el lugar donde quedaron atrapados era el depósito de provisiones de los trabajadores de la mina y había almacenada comida y agua para seis meses. El sargento Vega le realizó un juicio verbal de guerra al soldado gobiernista y lo condenó a la pena de fusilamiento por haber lanzado la granada que había producido el derrumbe y que los tenía en semejante aprieto. La pena sería ejecutada cuando salieran al exterior, porque en esas circunstancias no era recomendable realizar ninguna detonación. El sargento Vega diseñó un plan para construir un túnel de salida y a cada uno le tocó remover tierra con las manos durante doce horas en cuadrillas de tres trabajadores. Vega le propuso al prisionero que se integrara al proyecto y éste le respondió que para él era lo mismo morir en ese hueco que fusilado por un pelotón de soldados. El sargento bajó la cabeza y le dijo que tranquilo que todo seguiría como se había planeado. Después de dos meses de arduo trabajo lograron salir al exterior, el sargento Vega ordenó atar al prisionero a un árbol y organizó el pelotón de fusilamiento, cuando iba a proceder pasó por allí una patrulla del ejército liberal al mando de un teniente cantando canciones de guerra. El oficial le comunicó al sargento Vega que la guerra había terminado y que se dirigían a la localidad de Ocaña a celebrar la firma del tratado de paz. El sargento Vega miró al oficial y le dijo que disculpara pero que para él la guerra terminaría en un segundo y gritó: “¡Fuego!” FIN @
  • 18. 18 Milagro en el Alto de Minas En los años del paro camionero yo trabajaba en una empresa comercializadora de arroz conduciendo una tractomula brigadier carezapato y me tocaba recorrer semanalmente la ruta Neiva-Medellín transportando ese preciado cereal. En una ocasión, como era costumbre, los camioneros obstaculizaron la vía y los lideres conductores organizaron una protesta e instalaron la carpa en plena carretera en el Alto de Minas, a una hora de la capital antioqueña. Ante esta situación estacioné mi camión al lado de la vía a todo el frente donde está el santuario de la virgen, un pedestal con la patrona de los choferes que siempre se mantiene iluminado por la gran cantidad de veladoras que los profesionales del volante le colocan permanentemente. Siendo las cinco de la tarde estaba en el camarote de mi tractomula, acostado haciendo la siesta de la cena y oyendo música, cuando escuché unos disparos de arma de fuego y una gritería, entonces corrí la cortina de la ventana y observé a un hombre que venía corriendo y en un instante se subió al pedestal del santuario y se aferró a la estatua de la virgen exclamando: “¡Sálveme virgencita, por el amor de Dios!”. Al momento llegaron dos tipos vestidos de camuflado y armados con fusiles. Empezaron a mirar para todas partes y a registrar el entorno gritando: “¡Qué se hizo este hijueputa!” Se quedaron mirando para el pedestal de la virgen y el hombre quietecito aferrado a la estatua y los sujetos armados no lo veían, finalmente se cansaron de estar allí y se fueron. Al ratico de sucedido este incidente subió una patrulla de la policía y el hombre se bajó del pedestal, entonces lo llamé, le abrí la puerta de la cabina, se subió al carro y se sentó a mi lado. “¿Qué pasó?”, le pregunté. “Un comando, al parecer de paramilitares, bajó de la montaña y llegó a la carpa donde nos encontramos los conductores miembros del comité del paro y empezaron a disparar a diestra y siniestra. Yo me salvé gracias a que en ese momento estaba orinando al lado de la carpa, pero esos tipos me vieron y se me vinieron encima”, me respondió. Compañero se ve que a usted la virgen lo quiere mucho, porque esos hombres venían con intenciones de matarlo y usted aferrado a ella y los sujetos no lo veían, le dije. “Compañero llevo muchos años rezándole tres rosarios diarios a la virgen del Carmen”, me comentó. FIN @
  • 19. 19 Los Gemelos de San Jacinto Una enfermita mental que pasaba sus días en un parqueadero de camiones ubicado en la Troncal del caribe, en toda la entrada del municipio de San Jacinto, parió un par de gemelos hermosos. A uno de ellos se lo llevaron unos campesinos para los Montes de María y lo bautizaron con el nombre de Amaury Cruz, más tarde sería el temible paramilitar Daniel Pesado. Al otro se lo llevaron unas monjas para Montería y lo bautizaron con el nombre de Jesús Ángel Martínez y sería más tarde un profesor universitario. Los hermanos nunca se conocieron, ni tuvieron idea que existiera un gemelo de ellos. En los años noventa, en pleno auge del paramilitarismo en Colombia, los sindicatos de la región fueron declarados objetivo militar por esta organización criminal. Del comando central de las AUC salió la orden de acabar con la vida del presidente del sindicato de los profesores de la Universidad de Córdoba, docente Jesús Ángel Martínez. Un comando de este ejército irregular, radicado en el municipio de Tierralta, que venía siendo criticado al interior de la organización por sus fallas en los operativos, fue el encargado de ejecutar la acción. A ellos se les hizo llegar toda la información del profesor: fotografías, dirección de residencia, dirección de trabajo, etc. Por otra parte, el mismo comendo central de las AUC confió un trabajo de contrainteligencia a alias Daniel Pesado que consistía en observar la operación donde se daría muerte al sindicalista, aprovechando que los paramilitares de Tierralta no lo conocían. El día señalado llegó primero el paramilitar, dejó sus escoltas en las afueras del centro educativo e ingresó de incognito en la universidad, luego empezó a caminar por el campus, sin perder de vista la sede del sindicato de profesores. Al ratico entraron los encargados de la ejecución del crimen vestidos de civil y se encaminaron directamente a la oficina del sindicato y le preguntaron a la secretaria por el profesor Martínez y ésta les informó que había salido pero que muy pronto regresaría. Los sujetos se ubicaron en la sala de espera y se quedaron allí durante varios minutos, el ver que el docente no llegaba se irritaron y salieron del lugar fotografía en mano buscando al sindicalista. Recorrieron varios sitios de la universidad hasta que ingresaron a la cafetería y lo vieron sentado en una mesa leyendo un libro y tomándose una tasa café, entonces desenfundaron sus pistolas automáticas con silenciador y sin mediar palabra lo acribillaron. Salieron caminando despacio, se subieron a una camioneta y huyeron a mediana velocidad. Cuando llegaron a sus casas no podían creer lo que decían los noticieros en la televisión: asesinado el temible paramilitar alias Daniel Pesado en la cafetería de la Universidad de Córdoba. FIN @
  • 20. 20 El Bobo Alirio Después de disfrutar del chocolate y los pasteles que doña Magnolia les había preparado para la ocasión, sus amigas quedaron en silencio esperando la buena nueva que su anfitriona les iba anunciar. Les contó que, en la mañana, cuando salía del banco de reclamar la mesada de su pensión se le acercó una dama muy elegante con acento mexicano y le propuso venderle un billete de la lotería que había salido ganador con el premio mayor, pero por ser extranjera no lo podía reclamar, por lo que se veía en la obligación de negociarlo a muy bajo precio. La señora se comunicó vía telefónica con la empresa de apuestas y le pasó al director que le confirmó que efectivamente ese era el billete ganador. Magnolia muy emocionada le entregó todo el dinero que traía a la buena dama y ella le dio el billete de lotería. Los ojos de la mujer brillaban de la felicidad cuando les estaba relatando esto a sus amigas y les dijo que por fin había dejado de ser pobre. Al otro día, muy tempranito, tomó un taxi para la empresa de apuestas y entró de primera a la oficina del director y le extendió la mano con el billete preguntándole donde le harían entrega de su premio. El funcionario después de revisar el billete le dijo que ese no era el número ganador y que había sido estafada, Magnolia al escuchar estas palabras se sentó en el piso y se vino en llanto. Algunos años después, su esposo llegó de la plaza de mercado súper feliz con un paquete amarrado con unas cuerdas y le relató a Magnolia que cuando iba caminando por la calle pasó un señor a quien se le cayó un envoltorio, que inmediatamente recogió otro señor, el cual se le acercó y abrió el paquete ante sus ojos, visualizándose un gran fajo de dinero, luego de amarrarlo otra vez, lo invitó a compartirlo. El esposo de Magnolia aceptó, entonces se dirigieron hacia una cafetería y mientras se tomaban un café el sujeto le propuso que le entregará todo el dinero que traía y que él a cambio le daría el paquete lleno de billetes. Emocionado aceptó la propuesta y salió muy contento para su casa con el envoltorio. Luego de contarle esto a su esposa, corrió hacía la cocina y regresó con un cuchillo para romper las cuerdas y abrir el paquete. Casi se va de espaldas cuando lo abrió y encontró sólo unos picadillos de papel periódico. Después fue su hijo Walter que llegó a la casa con la idea de vender su carro para realizar el negocio de su vida. Había conocido a un señor de nombre Lolito que supuestamente había trabajado de mayordomo en una de las fincas del jefe del cartel de Medellín ubicada en el oriente antioqueño. Como es bien sabido, este señor las utilidades de su negocio de drogas las acostumbraba guardar en canecas que luego enterraba en los terrenos de su propiedad. El dinero, antes de ser encaletado bajo tierra, recibía un tratamiento especial con yodo para que los billetes no se pudrieran, ese químico luego era retirado con facilidad aplicando un líquido especial. En síntesis, Lolito le contó que mientras realizaba unos trabajos en la finca había encontrado por accidente una pequeña caneca con un millón de dólares que, luego de la muerte de su patrón, él trajo consigo. El negocio propuesto consistía en que el hijo de
  • 21. 21 Magnolia comprara un galón del líquido para limpiar los billetes y Lolito a cambio le daría trescientos mil dólares. El galón de la mágica sustancia valía treinta millones de pesos, lo que obligó a Walter a vender su vehículo. Ahora anda como loco por toda la ciudad buscando a Lolito para que le devuelva su plata. Finalmente, Jenny, su nuera adorada, conoció en una iglesia evangélica a una señora que negociaba con esmeraldas para ayudarle a la gente. La buena señora recibía el dinero que le entregaban las personas y lo invertía comprando esmeraldas en las minas de Muzo en Boyacá para luego revenderlas en prestigiosas joyerías de los Estados Unidos. Luego esas utilidades eran repartidas equitativamente entre los inversionistas. Jenny, súper convencida de lo rentable del negocio y de la bondad de la señora, le entregó los ahorros de toda la vida con la esperanza que en tres semanas le regresarían el triple de lo invertido. Han pasado seis años y aún las autoridades no han dado con el paradero de la señora de las esmeraldas. Cada pueblo tiene un bobo y Alirio era el bobo de la plaza de Betulia. Amo y señor de las calles del pueblo, las cuales recorría con su garrote amenazando al que se atreviera a meterse con un niño, que eran su adoración. También cuidaba los carros, limpiaba la mierda de los perros y de las palomas y odiaba a los mariguaneros a los cuales les esgrimía su garrote cuando los sorprendía fumando. Los niños corrían cuando lo veían para que no los acariciara con sus enormes manos. Sí otro loco entraba a sus predios lo ahuyentaba hasta los arrabales del pueblo. Caminaba ágilmente a pesar de su gordura, recorriendo las calles pidiendo un poquito de comida con un recipiente plástico. Las hermanitas de la caridad en esos tiempos preparaban un dulce de leche delicioso que comercializaban en los días de la semana santa. En una ocasión fueron a embazar el dulce y encontraron en el fondo de la caneca donde lo preparaban una rata muerta, entonces decidieron arrojar el dulce a la basura, pero una de las religiosas propuso más bien regalárselo al bobo Alirio. Extrajeron el roedor, limpiaron bien el dulce y se pararon en la puerta del convento a esperar que pasara el bobo, de pronto lograron divisarlo y lo llamaron. El mentecato se acercó y miró la olla con el manjar e inmediatamente se la hizo agua la boca, entonces las monjas le insinuaron que se lo llevara, que era totalmente suyo. Alirio las miró con sus ojos bien abiertos y les dijo: “De esto tan bueno no dan tanto, yo no recibo eso” y salió corriendo. FIN @
  • 22. 22 “¡Pase la página mi general!” Bolívar y Santander se encontraron después de muertos en una pequeña isla, no sabían dónde estaban, sólo sentían que habitaban un mundo extraño donde no visibilizaba un cielo azul con sol y nubes o algo que se le pareciera. Únicamente veían una gran bóveda blanca, igual pasaba con el mar, éste no se parecía en nada al original, era solo un líquido diáfano de color rosa. Se sentaron, hicieron una fogata y asaron unos pescados que encontraron en la playa. Conversaron sobre los momentos compartidos en la guerra y se rieron hasta que se quedaron dormidos el uno al lado del otro. Se despertaron casi simultáneamente, se sumergieron en ese insólito mar, se sintieron bien y regresaron renovados a la playa. Construyeron una casa, la amoblaron y acondicionaron con los materiales que les brindaba una especie de vegetación que había en ese lugar. Pescaron y cazaron algunos animales silvestres y almacenaron comida para mucho tiempo. Finalmente, construyeron un hábitat encantador, lo único que les desagrada era vivir en mundo sin noche. Cuando calcularon que había pasado un tiempo considerable de estar allí, hicieron una cena y se tomaron de las manos y oraron dándole gracias a Dios por todo. De pronto Santander miró a Bolívar a los ojos y le preguntó: “¿Todavía crees que yo tuve algo que ver con lo que sucedió esa noche de septiembre?”. A Bolívar le brillaron los ojos y le respondió con su voz chillona: “Mientras dura el recuerdo dura la culpa. ¡Pase la página mi general!”. FIN @
  • 23. 23 El Palabrero Wayuu Terminando el último semestre de la carrera de ingeniería industrial la decana me llamó y me citó en su oficina, palabra más palabra menos, me informó que había sido programado para realizar mi pasantía en la sede de la multinacional Drumond en la ciudad de Riohacha. En los primeros días de enero ya estaba instalado y en plena actividad ingenieril. En un encuentro de intercambio de experiencias laborales en la Universidad de la Guajira conocí a una joven indígena de la cultura Wayuu de nombre Zaida que estudiaba antropología y la vinculé a un proyecto etnoempresarial. Pasado un tiempo nos hicimos novios y compartimos momentos inolvidables. En diciembre terminé mi pasantía y regresé a Cartagena. Zaida, por su parte, retornó a su comunidad. No nos volvimos a comunicar y después de cinco años, por asuntos de trabajo, realicé una visita a Riohacha. En un centro comercial de esta ciudad me encontré con una antigua compañera de trabajo de la Drumond y me contó que Zaida cuando estaba conmigo había salido embarazada y había dado a luz a un hermoso niño rubio de ojos azules y que la antropóloga desgraciadamente había desaparecido de la región, sin que aún se supiera nada de su paradero. También me contó que el niño había sido abandonado en una ranchería de la alta Guajira. Al escuchar estas palabras, me despedí de la mujer y salí volado en mi carro a buscar a mi hijo por ese inhóspito territorio Wayuu. Después de mucho preguntar llegué hasta un caserío en el Cabo de la vela a entrevistarme con un cacique palabrero que posiblemente me daría razón del niño. Cuando lo contacté le informé que venía a buscar a un niño de más o menos cinco años, hijo de una india desaparecida llamada Zaida. El indígena me miró y me dijo que en su ranchería había más de veinte niños sin padres conocidos e inmediatamente los mandó traer y los filaron delante de mí. En el momento que los pude apreciar, rápidamente reconocí a mi hijo por el color de su piel, por su cabello y por sus ojos azules. Lo levanté con mis manos y lo apreté contra mi pecho y le dije al palabrero: “Este es el niño que andaba buscando” y el viejo indígena me contestó un poco alterado: “¿Cómo así? ¿Te vas a llevar el más bonito? Manda guevo, escoge otro”. FIN @
  • 24. 24 La Fuga de don Diego Néstor Trejos me contó cuando éramos compañeros de celda en la cárcel La ladera que don Diego Echavarría se les había escapado una noche tormentosa de la casa donde lo tenían secuestrado en el corregimiento de Santa Elena. Los hombres encargados de su custodia se arrastraron por toda una zona boscosa hasta que lo alcanzaron a divisar en medio de un gran lodazal y no se explicaban como el anciano había llegado hasta allí en plena noche y bajo un aguacero con descargas eléctricas. - ¡Don Diego, regrese que se va a morir de frio!, le gritaban sus captores. - ¡Vengan hasta aquí para que me ayuden a salir!, les contestó el viejo. Cuando lograron verlo bien, porque había bajado un poco la neblina, observaron que don Diego extrañamente tenía entre sus brazos un cerdito. Después de un largo tiempo y ya con la claridad del amanecer los bandidos se atrevieron a ingresar a la laguna de lodo y cuando ambos estaban próximos a llegar hasta donde se encontraba el secuestrado, se hundieron y literalmente se los tragó el pantano. Don Diego al ver esto se animó y continuo con su plan de fuga, soltó el cerdito y éste empezó a zigzaguear por en medio del lodo, seguido del viejo, hasta que llegaron a la orilla del otro lado de la laguna. Ya en tierra firme, don Diego se despidió de su porcino amigo con una caricia en los cachetes y continuo su camino hasta que logró llegar a la carretera a pedir auxilio, siendo tan de malas que el primer carro que pasó y se detuvo a socorrerlo venía conducido por el mismo Mono Trejos. FIN @
  • 25. 25 La Cena de Ricardo Prisco En los años de esplendor del cartel de Medellín uno de sus bandidos más peligrosos de nombre Ricardo Prisco acostumbraba cenar con su novia todos los miércoles en un exclusivo restaurante de la carrera setenta. El criminal siempre iba con sus escoltas y sin llamar mucho la atención se sentaba en una mesa cualquiera con su acompañante y sus lugartenientes ocupaban otras mesas del establecimiento manteniendo absoluta discreción, pero, eso sí, prestos a responder en cualquier situación que pusiera en peligro la vida de su jefe. Unos bandidos que venían extorsionando mi negocio de compra venta de vehículos usados me visitaron a la oficina del concesionario y me exigieron que les entregara en dos días una elevada suma de dinero, lo que me obligó a cerrar el almacén. Luego me llamaron y me amenazaron de muerte. Muy asustado cambié de residencia y de número telefónico y me escondí por un tiempo en una finca de unos familiares. Recién había regresado a la ciudad, una noche venia en mi carro, cuando miré por el retrovisor y observé una camioneta con varios hombres siguiéndome. Muerto de pánico di dos vueltas a la rotonda de la avenida San Juan y nada que se me despegaban. Desesperado empecé a orar y de pronto se me vino a la mente que era miércoles y que a esa hora estaría el jefe mafioso cenando con su novia en ese restaurante de la carrera setenta, entonces, sin pensarlo dos veces, a toda velocidad me dirigí a ese lugar. Llegué, estacioné mi vehículo al frente y rápidamente ingresé al restaurante y me ubiqué en una de las mesas de la terraza exterior. Al momentico entraron los sujetos que me seguían envalentonados y con actitud amenazante y se desató una balacera impresionante con los escoltas del señor Prisco, dando como resultado la muerte de mis tres perseguidores. FIN @
  • 26. 26 Desconfianza De la dirección central del sindicato nos llegó la información que se encontraba en camino hacia nuestro corregimiento un comando de las AUC con el propósito de asesinar a todos los miembros del comité regional que tenía su asiento en nuestra localidad. Todo esto enmarcado en la campaña de exterminio que adelantaba esa organización criminal contra el movimiento sindical bananero, que ellos aseguraban que tenía vínculos con los grupos insurgentes de la zona. Inmediatamente diseñamos una estrategia de seguridad para proteger a los compañeros sindicalistas y a sus familias. En tres días construimos un refugio subterráneo en la iglesia del pueblo y lo aprovisionamos con suficiente agua, comida y medicinas, en total éramos veinte personas. Cuando llegaron los paramilitares nosotros estábamos bien escondidos en nuestro refugio, pero sucedió algo que nos preocupó de inmediato, un compañero había olvidado cerrar la llave del gas que nutría la planta eléctrica de la empacadora y esto era grave, porque si se producía alguna explosión todos volaríamos en pedazos ya que el depósito de gas se encontraba al lado de donde nosotros estábamos ocultos. El olor a ese combustible era insoportable, entonces hicimos una reunión y me encomendaron salir urgentemente a cerrar la bendita llave. Esperamos que llegara la noche y muy cuidadosamente salí hasta el exterior, ingresé a la empacadora y cerré la llave del gas y cuando me disponía a regresar me atraparon los paramilitares. Me llevaron hasta donde estaba el comandante, el cual me reconoció de inmediato, gracias a unas fotografías donde aparecíamos todos los miembros del comité regional. Me condujeron a la escuelita y me amarraron de una silla metálica. El siniestro personaje me preguntó dónde estaban los demás miembros del comité y sus familias. Yo le respondí que no sabía porque acababa de llegar al pueblo, de regreso de una comisión de trabajo. Luego me sometieron a innumerables torturas durante dos días. Después me llevaron a la parte trasera de la escuela, me ataron a un palo y cuando me iban a fusilar, el comandante paramilitar se me acercó y me dijo que me iba a dar la última oportunidad, si le contaba donde estaban escondidos mis compañeros él me perdonaría la vida. Por ganar tiempo y esperanzado que apareciera una patrulla del ejército o una columna de la guerrilla que los obligara a salir del corregimiento les dije que mis compañeros se habían refugiado en la sede de la empresa donde embarcaban la fruta, que quedaba a cinco horas de allí atravesando una zona boscosa, en una vereda llamada Zungo. Los tipos inmediatamente emprendieron marcha hacia ese lugar y dejaron dos guardias vigilándome. Al otro día en horas de la noche uno de los guardias recibió una llamada y después de hablar por el celular, se me acercó, me liberó de las cadenas y me dijo: “Te salvaste gran hijueputa”. De inmediato salí corriendo de ese lugar sin entender qué había sucedido. Después de pasados los hechos me enteré realmente lo que había ocurrido, cuando me apresaron los paramilitares mis compañeros desconfiaron de mí y esa misma noche salieron del refugio y huyeron por entre la manigua hacia el embarcadero de Zungo. FIN @
  • 27. 27 La Jovencita de los Ojos Color Miel En la época de la violencia en Colombia un grupo de chusmeros ingresaron a una finca del Tolima, asesinaron a la señora de la casa que se encontraba sola en compañía de sus dos únicos hijos, una niña de ocho años y un niño de seis. La niña cuando vio a los bandidos se escondió en el mezanine de la cocina y el niño, después de muerta la mujer, fue raptado por los forajidos. Un bandido de esos crio al niño como si fuera hijo suyo y lo integró a la banda criminal remontándolo a lo más profundo de la cordillera central. El padre del niño emprendió una campaña pueblo por pueblo buscando a su hijo, repartiendo fotografías y contando lo sucedido a todo el mundo, con resultados infructuosos. Algunos años después siendo el niño un adolescente, los mismos chusmeros realizaron un retén en la carretera central que comunicaba a los municipios de la región con la capital del país. Luego de robarle a todos los pasajeros sus pertenencias, raptaron una jovencita que llamaba mucho la atención por su belleza y por sus ojos color miel, la internaron en las montañas y después de tres días de camino llegaron a un campamento donde la violaron entre todos, en presencia del adolescente. Los malhechores salieron a buscar comida y dejaron al joven custodiando a la chica. Cuando estuvieron a solas, la mujercita empezó a llorar y a suplicarle al joven que la dejara escapar porque ya no aguantaba más ultrajes, pero el joven se negó. Después de unos días y cuando los delincuentes se cansaron de abusar de la joven, la bajaron hasta la carretera y la liberaron. A los pocos meses los chusmeros fueron capturados en un operativo conjunto entre el ejército y la policía y conducidos a una guarnición militar. Allí fueron interrogados por el comandante del establecimiento castrense. El más viejo de los bandidos le informó al oficial que el adolescente que andaba con ellos era el niño que había sido raptado unos años antes en una finca del departamento del Tolima. El comandante, que estaba enterado del asunto, se comunicó inmediatamente con el padre del menor, que en pocos días llegó a la guarnición en compañía de un grupo de abogados. Finalmente, logró que liberaran a su hijo. De regreso en la finca, el viejo instaló al muchacho en una de las habitaciones de la casa y después de haber descansado lo suficiente, lo llamó para que pasara al comedor a cenar. Cuando estaba sentado en la mesa dispuesto a recibir los alimentos vio venir a su padre de la mano de una mujer, cuando se acercaron lo suficiente, pudo contemplar bien el rostro de la dama, sorprendido se paró de la mesa y corrió a su habitación, entró al baño y se ahorcó: era la jovencita de los ojos color miel. FIN @
  • 28. 28 La Majestuosa Estupidez Humana Dos arrieros se encontraron en el filo de una cordillera al pie de una escultura de un hombre jaguar, cada uno con su recua de mulas. Se saludaron muy amablemente a pesar que no se conocían. Amarraron las bestias y se sentaron a conversar bajo la sombra de un pino negro. Prepararon una cena, jugaron a los dados, luego sacaron sus guitarras y empezaron a cantar y a tomar aguardiente, cuando estaban bien borrachos, uno le preguntó al otro que si era liberal y éste le respondió que no. Al instante, desenfundaron sus machetes y empezó un duelo brutal, hasta que ambos cayeron muertos, uno al lado del otro. Una mula roma que presenció el hecho empezó a relinchar como si estuviera carcajeándose de ver la majestuosa estupidez humana, mientras el hombre jaguar la observaba con sus ojos milenarios. FIN @
  • 29. 29 Toda causa necesita un traidor En los años sesentas, en plena edad de oro de la izquierda latinoamericana, que brillaba con las luces de la revolución cubana y con la imagen icónica de Ernesto Ché Guevara, un grupo de intelectuales y artistas rebeldes fundamos en nuestra ciudad un movimiento político que, bajo la teoría del foquismo, comulgaba plenamente con la lucha armada. A los tres años de su constitución teníamos una gran zona del territorio capitalino bajo nuestra influencia, sobre todo varios barrios de clase media y algunos sectores populares urbanos. Contábamos con un buen periódico, el cual distribuíamos clandestinamente por toda la ciudad. Nos financiábamos con donaciones de movimientos políticos del exterior y con atracos a entidades bancarias, ya que contábamos con un brazo militar de más de un centenar de hombres y mujeres óptimamente entrenados y muy bien armados. Nos reuníamos en secreto en fincas que alquilábamos en las afueras de la ciudad. En un encuentro al que asistieron todos los dirigentes de los comités de base de nuestra organización, decidimos propinar un golpe publicitario que nos permitiera darnos a conocer a nivel nacional. Entonces resolvimos asaltar el edificio de la alcaldía, retener al alcalde en su despacho y obligarlo a que, vía telefónica, nos permitiera leer un comunicado por una emisora radial de cobertura nacional. Pero lo más importante era que de este golpe tendría que salir el primer mártir de nuestro movimiento. Necesitábamos elegir una unidad, es decir, una persona con muy buena preparación militar, para que él solito realizara todo el operativo en un asalto que permitiera la retención del alcalde en su propia oficina, desplegar la bandera del movimiento en la ventana del despacho, leer un comunicado y finalmente, enfrentarse a tiros con la policía. Todo esto quedó bien claro en la reunión, el operativo sería un típico asalto suicida como los ejecutados por los palestinos en el medio oriente. En el país no se había dado nunca un golpe de tal temeridad y eso nos permitía, no sólo visibilizarnos, sino marcar la diferencia con relación a otros grupos armados, demostrando arrojo, valentía y heroísmo. Después de este golpe estábamos convencidos que la historia de nuestro grupo político se partiría definitivamente en dos. Faltaba seleccionar entre nuestras filas el guerrillero heroico que cumpliría esta histórica misión. El comité central de la organización se reunió en pleno y por voto secreto eligieron al hombre idóneo para realizar esta tarea. Este cometido cayó sobre mi persona. Para mí es todo un honor esta designación y les aseguro que estaré a la altura de este compromiso, le expresé a ese órgano directivo en una carta. Me prepararon psicológica y militarmente durante dos meses para ejecutar este operativo. Todo resultó como lo habíamos planeado hasta el momento en que me tocó salir del despacho del alcalde a batirme a tiros con la policía. Cuando abrí la puerta de la oficina del burgomaestre no encontré ningún obstáculo que me impidiera llegar a la entrada principal del edificio, rápidamente alcancé ese objetivo, abrí la puerta y pude observar el majestuoso despliegue policial y periodístico que me estaba esperando en la zona de ingreso a la alcaldía. En medio de todo este espectáculo apareció una jovencita como de quince años, corriendo hacia mí abriéndose paso entre la
  • 30. 30 policía y la prensa, era mi hija que había escuchado el comunicado por la radio y había reconocido la voz de su papá. Ante esta situación, pudo más el amor que la ideología. Cuando vi a mi hija en semejante peligro, inmediatamente arrojé mi fusil al piso y la abracé contra mi pecho. Hasta ahí llegó la misión. Tiempo después, estando en la cárcel purgando la pena por mi osadía, algunos miembros de esta organización fueron capturados y conducidos a esa instalación penitenciaria. En el ambiente de la prisión, y en los diferentes espacios donde me los topaba, estos sujetos no desaprovechaban la oportunidad para insultarme, tratándome de cobarde y de renegado. En una ocasión, cansado de esta situación, saqué la cabeza por entre las rejas del calabozo y mirando hacía la celda donde estaban recluidos, les grité: “¡Toda causa necesita un mártir, pero también toda causa necesita un traidor! ¡Y este es mi aporte a su movimiento gran hijueputas!”. FIN @
  • 31. 31 Sexo en Carnaval Dámaso apagó el computador, cerró bien la gaveta de su escritorio, se colocó sus gafas de sol y se despidió de su secretaria: “Anita, que pases una feliz tarde, recuerda que hoy es la batalla de flores y mañana no abrimos la oficina”. “Si doctor, entiendo, que disfrute el carnaval”, le dijo la joven. Luego de estas palabras, bajó al parqueadero del edificio y salió raudo en su vehículo para un exclusivo centro comercial de la ciudad. Ingresó a un local de variedades y después de medirse algunos disfraces se decidió por un bello disfraz de Batman que le cubría todo el rostro, excepto los labios y el mentón. Pagó con su tarjeta de crédito, regresó al parqueadero y sin perder mucho tiempo salió velozmente para su apartamento, donde vivía únicamente con la compañía de un perro cocker spaniel. Llegó a su vivienda, se dio un baño y se colocó el elegante disfraz. Se echó su mejor colonia, sacó su celular y ordenó un Uber. El carro lo recogió en la entrada de la torre residencial, Dámaso se subió en la parte delantera y le dijo a la chica que conducía: “Llévame a la batalla de flores”. Ya instalado en el palco rodeado de sus amigos se sintió feliz. Consumieron licor, gritaron y se rieron como nunca. La tarde estuvo estupenda y refrescada por una dulce brisa. Terminado el desfile se dirigieron al evento de la noche: la fiesta de disfraces en la distinguida discoteca La piola. Tomaron varios taxis y llegaron al sitio, que estaba súper concurrido. Un mesero muy cordial los ubicó en una mesa al lado de la pista de baile. Pidieron ron e inmediatamente Dámaso se tiró a la pista a bailar con cualquier figura que se le pareciera a una mujer. Cuando la fiesta estaba en todo su esplendor, divisó en medio de la multitud que colmaba la pista de baile, una mujer oriental con un burka, un disfraz excepcional, que bailaba muy sensualmente. De una se le fue encima y empezó a bailar con ella, bailaron toda clase de música, pero fueron unas baladas americanas las que los excitaron, entonces muy despacio se fueron ubicando en un sector de la discoteca donde la oscuridad era total, en una especie de rincón, allí se sintieron cómodos, la dama oriental tomó a Dámaso de la cintura y lo acercó contra su cuerpo y luego de subirse un poco el velo lo besó. A este beso Dámaso respondió cubriendo a su femenina compañía con la capa de su disfraz, le subió la túnica, sacó muy rápidamente su pene y se lo introdujo, después de unos lentos movimientos de cadera sintió salir el elixir de su cuerpo. Se quedaron quieticos por un tiempo y luego regresaron a la pista de baile y continuaron bailando por un buen rato hasta que Dámaso se sintió cansado, soltó a la dama oriental, que en seguida consiguió nueva pareja y regresó a la mesa con los amigos. Un poco más tarde se despidió y tomó un taxi para su casa. Algunos días después llamó a su padre para que le prestara una corbata que necesitaba lucir en una reunión empresarial. Después de la jornada de trabajo, llegó a la casa de sus padres, saludó a su madre con un besito y se dirigió a la habitación matrimonial a buscar la corbata, mientras su madre desde la cocina le contaba que había pasado riquísimo el día de la batalla de flores y que le había encantado el disfraz que le había enviado su hermana de los Estado Unidos. Dámaso abrió la puerta del closet y lo primero que vió fue un atuendo igualito al que lucía la dama oriental en la
  • 32. 32 discoteca. Inmediatamente se dirigió a la cocina y le preguntó a su madre: “¿Ustedes para donde se fueron después del desfile de la batalla de flores?”. “Tu padre se sintió indispuesto y se vino para la casa y los demás nos fuimos para la fiesta de disfraces en la discoteca La piola”, le respondió su mamá. FIN @
  • 33. 33 Háblelo Patrón Carlos. Háblelo patrón. Necesito que vengas a la finca, ya mismo. ¿Qué pasó, patrón? Esta vieja se pasó de calidad con esa vaina. ¿Cuál vieja, patrón? Jessica. Y ¿Qué tiene? Está muerta. Huy patrón. Necesito que vengas y me saqués esta mujer de aquí. Ya le llego, patrón. FIN @
  • 34. 34 Ve Antonio José Amor, ¿Dónde estás? Aquí en la oficina, trabajando. Muy raro, porque estoy tocando y nadie me abre. Salí un momentico. ¿A dónde? Al supermercado. ¿A qué? A comprar una vaina. ¿Qué vaina? Un vaina. Ve Antonio José, que no me vaya a dar cuenta de otra cosa… Deja esa desconfianza, que así no vamos a llegar a ninguna parte. Ven pronto que necesito sacar una cosa de la oficina. ¿Qué cosa? Una cosa. Bueno, ya subo. Okey. FIN @
  • 35. 35 No te hagas el guevón ¿Quién es esa vieja que está con vos? ¿Cuál vieja? Con la que estás ahí. ¿Dónde? Ahí, no te hagas el guevón. Una amiga. ¿Una amiga? Y ¿Por qué le tenés la mano cogida? ¿Cuál mano? Desde aquí te estoy viendo, Juan Alberto. Ninguna mano, ome. Tranquilo, que vos llegas al apartamento. Haa, vos si jodés ome. Todo bien. Chao, ome. FIN @
  • 36. 36 Anita El día amaneció con un azul esplendido. La luz del sol pegaba contra los cristales de la ventana como intentando derrumbarlos. Anita se levantó de la cama, se anudó el cabello, se dirigió a la ventana y corrió la cortina. Se quedó mirando el firmamento, de pronto escuchó que la puerta se abrió. Era Soledad, su madre. Traía una bandeja en las manos con un vaso con jugo de naranja. Anita se sentó en la cama y tomó la cajetilla de cigarros que estaba sobre la mesa de noche y se dispuso a encender un cigarrillo. - Buenos días, hija. Tomate el jugo primero, antes que enciendas la chimenea. Anita miró a Soledad y volvió a colocar la cajetilla de cigarros sobre la mesa de noche. - Está bien, madre, pero por favor no entres a mi cuarto sin anunciarte. - Discúlpame, pero encontré la puerta entreabierta y pensé que no habría ningún problema. - Tú sabes que no me gusta que nadie entré a mi cuarto y menos mi abuela, que no pierde oportunidad de venir a chismosear y a preguntar estupideces. - Comprende hija, tu abuela está muy vieja y hay que ser un poco tolerante con ella. - Pues, tolerara tú, porque yo no me la soporto. Soledad le entregó el vaso con jugo a Anita y se sentó en la cama. Recorrió la habitación con la mirada, luego tomó el control remoto y encendió la televisión, movió los canales hasta que encontró el noticiero. - Anita, ¿cuándo vas a arreglar este cuarto? Mira ese reguero de envases y esas colillas de cigarrillo. Esto parece un establo. Anímate mi amor y hazle aseo a toda esta habitación. - No tengo tiempo. - ¿Cómo que no tienes tiempo? Llevas más de un año aquí metida y no sales ni a la sala de la casa. ¿No te cansas de estar todo el día conectada del computador? - ¿Para qué voy a salir? No me provoca y mi computador es lo único que tengo en la vida. - Bueno hija, no te digo más nada. Ya estoy cansada de repetirte lo mismo, que estás pasando los mejores años de tu vida aquí encerrada como una monja de clausura. Pero por un oído te entra y por el otro te sale. - Madre, no más cantaleta. Te lo suplico.
  • 37. 37 Soledad se puso de pie y cuando se disponía a salir de la habitación se tropezó con un envase de Coca-Cola a medio llenar y el líquido se derramó sobre la alfombra. Soledad cerró la puerta del cuarto y se dirigió a la cocina, se recostó contra la nevara y se puso a llorar. Se limpió las lágrimas con la punta de los dedos, luego prendió la estufa y colocó sobre ella una olla con café. Sintió vaciar el inodoro y se dio cuenta que la abuela se había levantado. La anciana apareció en el umbral de la entrada de la cocina. Llevaba una bata amarilla con rayas verdes y el cabello cenizo asegurado con una vincha negra. Tenía la mirada de los gatos, con unos ojos vivos y redondos. Pensionada de la empresa de los ferrocarriles nacionales, conservaba los bríos de una mujer joven, a pesar de sus casi ochenta años. Entró, le dio un beso a Soledad, luego se arrimó al locero y cogió una taza, la enjuagó en el lavaplatos y se la entregó a Soledad y se sentó en una silla al lado de la estufa. Subió la mirada y expresó: - Me sirves un poquito de café, por favor. - Esperemos que hierva mamá. - ¿Hablaste con Anita? - Si mamá. - ¿Qué dijo? ¿Si va a asear ese cuarto? - Tú sabes cómo es ella de obstinada. - ¿Le recordaste que mañana es su cumpleaños? - No. - ¿Le hiciste alguna pregunta sobre el paquete que le llegó ayer? - No mamá. - Definitivamente tú le tienes miedo a tu hija. Yo si le voy a llamar la atención por esa vaina. La anciana intentó levantarse, pero Soledad la detuvo con las manos. - Cálmate mamá, no vas alborotar el avispero. Espérate yo le preparo el desayuno y le pregunto por ese asunto. - Bueno hija, pero que no pasé de hoy. Yo no voy a permitir aquí en mi casa esas sinvergüenzuras. Me parece una falta de respeto. - Está bien mamá, pero cálmate por favor que se te sube la presión. - Qué presión ni qué presión. Hay que ponerle límites a esa niña. - Bueno mamá. Soledad apagó la estufa, bajo la olla del fogón y le sirvió la taza de café a la abuela. Abrió la puerta de la nevera y sacó un tarro de mantequilla y un pedazo de queso. Colocó unos panes dentro del horno microondas y lo puso en marcha. Luego, levantó los ojos y fijó la mirada en una escultura de la virgen de Guadalupe que reposaba sobre la nevera. Rezó una avemaría y se quedó en silencio por un rato.
  • 38. 38 Cuando Soledad regresó a la habitación con el desayuno para Anita, ésta se encontraba en la ducha del baño de la recamara. Soledad puso la bandeja con los alimentos en la mesa de noche y tomó el control del televisor y lo colocó en pausa. Luego se dispuso a tender la cama, sacudió las sabanas y un olor a humedad salió de las entrañas del colchón. Soledad tiró todo el vestido de la cama al piso y con la misma sabana sacudió el colchón y luego lo volteó. Se dirigió hacia el baño y se colocó de pie en la puerta de la ducha. - Anita, ¿sabes qué fecha es hoy? - Si, madre. Anita, cerró el glifo y empezó a jabonarse. ¿Por qué? – preguntó. Soledad bajó la tapa del inodoro y se sentó sobre ella, contrajo las piernas, bajó la cabeza y colocó el mentón sobre los puños. En sus lentes de cristal, que nunca le faltaban, se veía el reflejo del cuerpo en movimiento de Anita a través de la celosía de la ducha. - Quiero hacerte un pudín, cantarte el cumpleaños y tomarnos una botella de vino. Van dos cumpleaños que no has permitido que te hagamos nada. El último cumpleaños que celebramos fue hace tres años, que vinieron tus amigos de la universidad. ¿Qué dices? Anita, abrió el glifo de la ducha y empezó a enjuagarse. Luego cerró de nuevo el glifo, tomó la toalla que se encontraba sobre la puerta de la ducha y respondió. - No sé, madre. No me provoca nada, pero si tú quieres compartimos la torta y el vino. Pero por favor no invites a nadie, solo tú y yo. - ¿Y la abuela? - Bueno, con la abuela. - Anita, mi amor. ¿Cuándo piensas volver a la universidad? - No sé. - Me preocupa tu futuro. - Yo no pienso en eso. El futuro no existe, el futuro es hoy. - Tú sabes que vivimos de la pensión de la abuela y si ella nos falta, ¿qué vamos a hacer? - Algo haremos madre, nadie es indispensable. Anita salió de la ducha envuelta en la toalla, se ubicó frente al lavamanos, tomó un cepillo de dientes del botiquín, le untó crema dental y empezó a cepillarse los dientes. - Tú si eres cruel con tu abuela – dijo Soledad. - Es la verdad. Respondió Anita mientras se cepillaba. - Está bien enojada por ese aparato que te trajeron ayer. - ¿Y cómo se dio cuenta?
  • 39. 39 - Ella recibió la encomienda. En el empaque se veía lo que traía e inmediatamente empezó a hablar. - Tanto escándalo por un vibrador. Es mi vida privada, que respete. - Qué situación tan incómoda. ¿Quién te envió esa cosa? - Lo compré por internet. - ¿Y con qué dinero? - Se lo cargué a la tarjeta de la abuela. Soledad salió del baño, cruzó por el frente de la cama, recogió las cobijas y las sabanas y salió de la habitación cerrando la puerta de manera suave. Fue al patio trasero, colocó los vestidos de la cama dentro de la lavadora, regresó a la cocina, se sirvió una taza de café y se sentó en la silla del balcón a ver pasar los niños para la escuela. Volvió a llorar. Las lágrimas le bajaban por las mejillas y caían dentro de la taza. Por un momento no pensó en nada, en absolutamente nada. Recostó la cabeza sobre el espaldar de la silla y cerró los ojos. FIN @
  • 40. 40 Angelita Grave inmovilidad del silencio. La raya del cacareo de un gallo. También la pisada de un hombre de labor. Pero continúa el silencio. Luego, una mano distraída sobre mi pecho ha sentido el latido de mi corazón. No deja de ser sorprendente. Y de nuevo –oh los antiguos días- mis recuerdos, mis dolores, mis propósitos caminan agachados a crucificarme en los senderos del espacio y del tiempo. Así se puede transitar con felicidad. Pablo Neruda Hola mi niña preciosa, que rico volver a escribirte y saber qué cuando leas esta carta estarás pensando en mí. Realmente no veo la hora de volverte a ver, toda esta semana he estado soñando contigo y te veo divina en esos sueños. Hijita linda no te imaginas los deseos que tengo de abrazarte y apretarte contra mi pecho. Qué rico tenerte aquí a mi lado, y salir a caminar, sobre todo hoy que Cartagena amaneció con un sol radiante y el cielo está de un azul espectacular. Anoche estuve en una fiesta con algunos amigos de la Universidad: Chucho, Elkin, Vladimir y sobre todo con el Gran Alberto. La reunión era en el Cabrero, daban una fiesta los muchachos de la Tadeo y nosotros estábamos en la biblioteca de la Casa Rafael Núñez y nos metimos de colados. El Gran Alberto tenía una guayabera blanca y unos zapatos de gamuza negros, era el mejor vestido de todos. Dimos un paseo por el salón como para tantear el terreno y observamos un grupo de chicas muy elegantes como a la espera de quien las sacara a bailar. El primero que se animó fue Chucho que sacó a una morena bien linda y ella aceptó inmediatamente. Luego el Gran Alberto se dirigió a otra de las chicas, una rubia bien buena, quién se lo quedó mirando y le dijo: - Yo no bailo con negros, gracias. Enseguida todas las chicas soltaron una carcajada que explotó como una bomba en todo el centro del salón y el Gran Alberto se sintió muy humillado y su mirada se ensombreció de pena y de rabia. Todo su ánimo se vino al suelo que hasta se oscureció su bella guayabera blanca y para acabar de ajustar llegó un filipichín de la Escuela Naval, con su impecable vestido blanco y sus guantes de seda, y la chica rubia lo tomó del brazo y se dirigieron a la pista mientras el Gran Alberto los miraba con rencor. Cuando regresaron el Gran Alberto le metió una trompada al cadete y les dijo a ambos que él no era cualquier persona, que él era el Gran Alberto y que no podía aceptar que le faltaran al respeto de esa manera. En ese momento se vinieron los demás cadetes de la Escuela Naval sobre el Gran Alberto y nosotros reaccionamos y nos fuimos de trompadas con todos ellos en defensa de nuestro querido amigo. Se armó la trifulca y llegó la policía. El comandante le pegó una trompada en la cara al Gran Alberto y nos sacaron de la casa a empellones.
  • 41. 41 De regreso por la avenida, el Gran Alberto dijo en voz alta, mientras se limpiaba la sangre de la cara: - Yo soy un ser humano coño, para que me traten así... Entonces lo abrazamos y le dijimos que fresco, que se olvidara del asunto, pero él dijo que algún día, muchachos, tarde o temprano, esa gentuza, que era la verdadera vergüenza de Cartagena se darían cuenta quien era él y me van a pedir perdón, lo mismo ese hijueputa policía... Luego nos fuimos para el Portal de los Dulces, compramos una botella de ron y el Gran Alberto se soltó en improperios contra el racismo y la modernidad, nos recalcaba como con el avance de la modernidad hemos llegado a una inusitada crisis por la proclamación de las fuerzas materiales como base del espíritu. El espíritu moderno es la negación de toda espiritualidad, decía. La modernidad ha impuesto el reinado de las fuerzas materiales sobre el espíritu, acabó desnudándose de teoría y desatando la única fuerza satánica en un mundo sin Dios, el primado del dinero como único valor legítimo de la vida social. Entonces - gritaba - el problema no solo es ser negro coño, sino ser negro y ser pobre, porque es evidente que la plata blanquea, pero sino no tienes plata vales una mondá. La madrugada estaba empezando a dar luz a las cosas, entonces subimos a un cochecito que parecía un pájaro enorme, tirado por un caballo flaco y atravesamos la ciudad desolada, cantando canciones de Héctor Lavoe e Ismael Rivera: Si Dios fuera negro mi compai todo cambiaría, fuera nuestra raza mi compai la que mandaría... El año 1988 fue nuestro primer año en la Universidad de Antioquia y había dejado un buen saldo de muertos entre los que veníamos del Liceo Alzate Avendaño, de los siete que habíamos ingresado en el último año no quedamos sino Óscar y yo. “Huy marica, será que seguimos nosotros”, decía Óscar preocupado. Los acontecimientos dejaban ver una verdadera tragedia y ya a nosotros nos empezaban a mirar raro en la Universidad. “Allí van los sobrevivientes del Titánic”, solían decir. Todavía recuerdo a nuestros amigos desaparecidos como si fuera hoy. Faby Chaverra ingresó a la carrera de filosofía y desde que entró se contactó con un grupo de místicos que mezclaban filosofía con espiritismo oriental e inmediatamente dejó de usar esa camiseta blanca con una guacamaya en el pecho que lo identificaba en el barrio y empezó a usar una especie de túnica color azul y un ridículo gorrito frigio. Dicen que empezó a experimentar duro con el asunto de la transubstanciación. Que se pasaba horas enteras en el acuario de la facultad de biología con la cabeza pegada al vidrio de la pecera intentando trasmutar su espíritu a cualquier pez que le prestara atención, hasta que se vio atrapado en el cuerpo de un pececito por espacio de dos horas y corriendo por toda la pecera para no ser devorado por otros peces más grandes, viviendo una verdadera pesadilla de terror. Dicen que cuando regresó a su cuerpo o despertó de tan terrible sueño se halló en una súper crisis
  • 42. 42 nerviosa que tuvo que ser hospitalizado en un sanatorio donde jamás recuperó la razón. Se extravió por los laberintos de la locura y cayó en el más profundo olvido, en los últimos días ni la familia iba a visitarlo. Una mañana lo encontraron muerto en su habitación con los ojos abiertos y su rostro ensombrecido por la angustia de un terrible pánico. Ramiro Lopera un joven que brillaba en el liceo por el silencio que caracterizaba su personalidad. Es un hombre muy raro - decía Pompy -. Director del Cine Club de la Universidad y admirador empedernido de Trumán Capote. Ingresó a la carrera de literatura, pero pronto se consiguió un novio en la facultad de psicología y andaba para arriba y para abajo con él. Todos nos quedamos asustados con el romance de Ramiro ya que en el liceo nunca mostró inclinaciones sexuales en ese sentido. Se le notaba que estaba enamorado y andaba con su chico por toda la U. Se les veía muy juntitos en el cine club, en la biblioteca, en el teatro, en el museo y hasta en horas de piscina. Conversando y riendo. “Este encontró su medio banano”, me decía Óscar. Hasta que las cosas no le empezaron a marchar muy bien y su chico empezó a salir con una niña de ingeniería provocando en Ramiro una profunda depresión. A la distancia se le notaba el fragante y agusanado guayabal de amor que se lo estaba carcomiendo. Abandono el cine club, no volvió a clase y se la pasaba al frente de la U metido en la taberna Gato Pardo con su chaqueta negra bebiendo todo el día, le preguntábamos como vas viejo Rami y contestaba “Sobreviviendo mi hermano”. Una noche salía de la taberna con una tremenda borrachera y fue a cruzar la avenida y no vio un bus que venía y suachh. Hasta aquí llegó Ramiro Lopera. Lo enterramos un puñado de amigos en un domingo gris. Después de vacaciones de junio, John Jairo Zapata, que le decíamos Tucho. Había ingresado a la carrera de antropología. Desde muy joven en el liceo había mostrado una fuerte inclinación por la paleontología y por los temas relacionados con la cultura y la historia precolombinas. Permanentemente programaba charlas y exposiciones relacionadas con estos temas. Cuando entró a la U lo primero que hizo fue conseguirse una monitoría en el museo antropológico de la universidad. Allí lo veíamos todos los días bien uniformadito con su escarapela que decía Guía Museo de Antropología. En este lugar conoció a Takya, la diosa de la guerra de la cultura tupi, verdadera encarnación de Afrodita en versión precolombina, tallada en piedra por las manos de un chamán. Desde que Tucho la vio quedó hechizado, fue amor a primera vista. Se la pasaba observando su cuerpo desnudo, sus senos descubiertos y sobre todo sus impresionantes caderas. Dicen que, al mediodía, cuando cerraban el museo para ir a almorzar, Tucho se quedaba a solas con Takya. Era evidente que estaba bien tragado de la diosa. Nuestro amigo al verse solo ante semejante belleza ardía de deseo, entonces empezó a masturbarse observando el cuerpo de la divinidad indígena, hasta que una vez todo emocionado le dio el arrebato por subirse a besarla y esa mole se le vino encima partiéndole el cráneo en dos pedazos. Lo encontraron desnudo bajo el chorro colorido de los vitrales del museo con la mano agarrada del pipí y con una cara de felicidad que ni la muerte le pudo borrar. “Murió por amor”, me dijo su hermano mientras lo velábamos. Luego pasábamos por
  • 43. 43 el museo y mirábamos a Takya con miedo. “Pobre Tucho, lo mató una mujer de piedra”, decían los muchachos. El cuarto, Iván Luna, es el que más me duele. Tenía el cabello negro, lustrado y liso, partido en el centro por una línea recta. Tenía los ojos lanceolados de un felino y unas manos grandes adornadas con anillos de plata. Mi gran amigo de la infancia. Ingresó al programa de derecho y desde las primeras semanas lo veíamos bien encarretado con el asunto de las leyes hasta que conoció unos chicos Hare Krisnha y se volvió uno de ellos, dejó de comer carne y se dedicó al ejercicio del yoga, inclusive se fue de su casa a vivir con ellos en una casita que tenían en el centro de la ciudad. Una vez me lo encontré en los pasillos de la facultad de derecho y me saludó muy serio con su cabeza rapada y moviendo su colita de cabello. “Te invito a una conferencia sobre Gandhi que vamos a dar mañana en el paraninfo”, me dijo y yo le contesté que de pronto iría. Me dio un abrazo y salió de prisa. Fue la última vez que lo vi. Luego me contaron que se dedicó por completo al yoga y a la meditación oriental, descuidando totalmente su carrera. Se dedicó a experimentar con ejercicios de levitación avanzada y una mañana, en la azotea de la casa de la congregación, en pleno ejercicio de levitación se elevó tanto que chocó con unas cuerdas de alta tensión y murió carbonizado de inmediato. Se demoraron toda la tarde para desprender su cuerpo de los cables eléctricos. Y el último fue Hildebrando Gil, el revolucionario más teso que tuvo el liceo. Tenía una hermosa cabellera rubia que se le adelantaba en la frente como el techo de una choza, y sus ojos azules, vivos y grandes, revelaban la inteligencia de los hombres que han leído muchos libros. Tenía un espíritu moderno que lastimaba la anticuada sobriedad de nuestros profesores. Igualmente era el mejor en química y de los pocos que habían sacado más de trescientos cincuenta puntos en las pruebas del Estado. Pasó de una a la carrera de química y de inmediato se conectó con los activistas de la U y rápidamente pasó a ser un líder de ellos. Se mantenía en el laboratorio de química que prácticamente convirtió en su cuartel general. Allí comía, allí dormía y allí hacía sus tertulias políticas. Se sentía como pez en el agua en el ambiente universitario. Andaba con una camisa negra que tenía estampada la imagen del Che Guevara en el pecho y unos anteojos redondos que le daban la imagen de un perfecto intelectual. Se veía feliz. Todo el mundo era Hilde por aquí, Hilde por allá. Se le veía en las manifestaciones arengando y repartiendo papas explosivas a todo el mundo. Era lo que se dice un verdadero agitador. Hasta que una tarde sentimos un estallido como el de una bomba atómica que retumbó por toda la U, era que el viejo Hilde se había inmolado con otros cinco compañeros en el laboratorio de química mientras preparaban explosivos para las marchas del primero de mayo. Lo enterramos sin ataúd, sentado en una silla como un rey, que entre todos nosotros bajamos con cables en un gran hueco excavado en el centro del Cementerio Universal. Óscar y yo nos quedamos fríos y realmente pensábamos que seguiríamos nosotros y andábamos juntitos para toda parte cagados de miedo, pero no fue así. Lo que nos pasó a
  • 44. 44 nosotros fue totalmente diferente, a nosotros no nos atropelló la fuerza de Tánatos sino la irresistible energía de Eros. Para el segundo semestre tomamos un curso de natación y allí conocimos a Angelita, una bella morena de ojos verdes diáfanos como una esmeralda. Tenía la solemnidad de la gente que ha tenido una buena educación y un resplandor de alegría en el rostro color de primavera que se contagiaba con solo mirarla, estaba recién venida de Cali y era nuestra instructora. Al principio se portaba muy seria con nosotros mientras Oscar y yo chorreábamos la baba viéndole esas tetotas divinas que tenía. “Por esa mujer hago lo que sea”, me decía Óscar. Luego fuimos entrando en confianza con ella y ella nos coqueteaba todo el día. Nosotros no salíamos de la zona húmeda y la pasábamos todo el día al lado de Angelita. Le echábamos el bronceador, le hacíamos masajes y hasta nos duchábamos con ella. Una tarde de viernes después que todos se fueron nos quedamos con ella en su oficina y nos besó a los dos apasionadamente, eso fue inolvidable. Óscar y yo quedamos flechados para siempre. Después se repitieron los encuentros y de los besitos se pasó a fuertes y picantes besotes. Pero lo curioso era que no se inclinaba en sus preferencias por Óscar o por mí, sino que igual nos atendía a cada uno con la misma pasión hasta que una vez le preguntamos a quien deseaba más y con una frase aclaró todas nuestras dudas, “los quiero a ambos para mi solita”, expresó. Entonces nosotros entendimos el mensaje y nos pusimos a partir de allí a su plena disposición. Una noche después de salir de clase nos fuimos para la setenta a la discoteca Monchis y cuando estábamos bien prendiditos con el licor nos dijo. - Vámonos para mi apartamento. - ¡Listo amorcito! Contestamos en coro. Cogimos un taxi y en par minutos estábamos en su apartamento. La sacamos cargada hasta el sofá. Nos pusimos cómodos, compramos más aguardiente, colocamos música y bailamos hasta que Angelita decidió tomar un baño, cuando salió del baño envuelta en una túnica roja y con una toalla enredada en la cabeza como un turbante empezó a bailarnos sobre la mesa de la sala. Óscar y yo comenzamos a sudar de la excitación. De pronto Óscar la levantó por la cintura con las dos manos, como quien levanta una maceta, y la tiró bocarriba sobre el sofá. Yo de un tirón la despoje de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de impedirlo, y nos quedamos atónitos ante el abismo de una desnudez recién lavada que no tenía un vellito o un lunarcito que nosotros no hubiéramos imaginado en la oscuridad de nuestras masturbaciones nocturnas. Cuando trató de reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era demasiado tarde. Una fuerza descomunal la inmovilizó en el centro de su ser y la sembró en su sitio, su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de sentir el vigor qué tenían dentro de sus pantalones aquellos chicos que le juraban amarla y desearla hasta la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y metérsela como una mordaza entre los dientes, mientras nosotros la devorábamos como dos fieras comparten una presa. Realmente Óscar y yo éramos bastante diferentes y en alto grado bastante complementarios. Mientras Óscar era de una sensibilidad cultural germánica, protestante, poco barroca, de una
  • 45. 45 formación predominantemente escrita, analítica y densa, amante de la filosofía. Estudiaba ingeniería y era de contextura gruesa y de gran estatura, andaba con su cabello bien cortado y bien peinado y con sus pantalones bien ajustados. Yo era todo lo contrario, de una sensibilidad cultural mediterránea, católica, barroca, de una formación predominantemente oral, más inventivo y menos riguroso, amante del arte y la literatura. Estudiaba historia y era de contextura delgada y de poca estatura que andaba con mi cabello suelto y sin peinar, con los jeans desajustados y la camisa por fuera. Esto me daba a pensar que para Angelita Óscar y yo éramos un sólo ser partidito en dos hombres mientras ella para nosotros era todas las mujeres metiditas en una sola, porque realmente a esta mujer no le faltaba ni le sobraba nada. Lo que más nos tenía embrujados era su extremada sensualidad y una forma de repetirse en todos sus actos de manera diferente. Nos trazamos un noviazgo poco convencional pero que funcionaba como el mejor, pero eso sí, siempre los tres juntos para todo lado más por exigencia de ella que por gusto de nosotros. Íbamos a todos partes, al cine, al estadio, al teatro, a las retretas, a los eventos académicos. Regalitos van y vienen, salidas a la discoteca, a cenar y los fines de semanas los tres bien metiditos en el apartamento de Angelita haciendo el amor todo el día, en el jacussi, en el sofá, en la cama, en el piso, con unas estrategias kamasutra donde encajábamos perfectamente los tres y sin repetir pose, inventábamos unas ritualidades donde Óscar y yo éramos los realizadores de las fantasías sexuales de nuestra instructora. Nos sentíamos bien enamorados y decidimos casarnos. Contactamos un ex sacerdote católico amigo de Pompy, que había sido expulsado de la iglesia por pederasta y le pedimos el favor que nos casara en una ceremonia privada, pero con todos los yerros de un matrimonio convencional, y el hombre aceptó. Organizamos la boda en una finquita a la salida de Medellín por el oriente. Invitamos a media universidad, estuvieron los amigos más cercanos de Angelita, Óscar se trajo los amigos de Manrique y yo invité a Pompy y algunos compañeros de la carrera. La ceremonia fue majestuosa que no tuvo nada que envidiarles a los despampanantes matrimonios del jét-set. Angelita en el centro vestida de blanco y Óscar y yo a los lados bien elegantes con nuestro everfit bien planchado. Palabras del sacerdote, anillo al dedo, besitos, champañita, foticos, la lluvia de arroz y los gritos de la gente. Luego de la cena armamos una parranda que duró hasta el amanecer cuando Fredy, el Ciorán de la comuna nororiental, le dio por corretear con un garrote a dos muchachos por que los encontró haciéndose el amor en la pesebrera. “Fuera par de cacorros hijueputas, respeten la fiesta de los parceros”, gritaba como un loco todo borracho, lo que indignó a los representantes de la comunidad guey que habían sido invitados a la boda. El primero que tomó su carro y salió fue David, luego lo siguieron todos hasta que nos quedamos prácticamente solos con un puñado de amigos. “Esto lo que estaba era lleno de maricas.”, decía Fredy. “Menos mal se fueron esos hijueputas”. Luego le recordamos que la fiesta la habían financiados ellos en pro de lo que ellos llamaban el derecho a la diversidad sexual. Angelita se nos acercó y nos dijo que despidiéramos la visita por que estaba cansada y qué además había que salir en la tarde para Cartagena a nuestra luna de miel. Despachamos los amigos y nos fuimos a la cama, Óscar se quedó dormido, entonces Angelita y yo hicimos
  • 46. 46 el amor toda la mañana mientras el futuro ingeniero roncaba como una tractomula a nuestro lado. En la tarde salimos hacía Cartagena donde la pasamos de lo mejor. Playita, recorrido por la ciudad amurallada, discoteca, salida a las Islas de Rosario y borrachera. En la noche mientras Óscar roncaba yo le hacía el amor a Angelita y luego me quedaba dormido para que en la mañana la cogiera Óscar bien enguayabado y le repitiera la dosis. “Vamos a acabar con esta mujer hermano” le decía a Óscar. Pero ella no daba muestras de desfallecer y por el contrario parecía encantada disfrutando al máximo de esas maratones sexuales. Casi siempre, entre amor y amor, comíamos desnudos en la cama, en el calor alucinante y bajo las estrellas diurnas que los huequitos de las cortinas dejaban pasar a través de la ventana de la casa que nos servía de hotel. Luego le leía poesía: Tus senos locos / como el descubrimiento de América. / Bienaventurados como La Pinta, La Niña y La Santa María /Tus dos senos hechos de lámina de barcos / y de hélices en vibración. / Hermosos como la conquista del espacio. Mientras Óscar le acariciaba los senos eréctiles a Angelita y ella jugaba a las muñecas con mi criatura sexual, pintándole ojos con lápiz de ceja y bigotes con el pintalabios. Después nos revolcábamos en cueros en el piso del patio, y una tarde estuvimos a punto de ahogarnos cuando intentábamos hacerle el amor en la piscina. Nos entregamos a una idolatría de los cuerpos, descubriendo que los tedios del amor tenían posibilidades mucho más ricas que las del deseo. De regreso de Cartagena alquilamos un apartamento para los tres, muy a pesar de los berrinches y regaños de nuestros padres que ignoraban completamente todo este asunto. Vino la rutina de nuestros oficios y la cotidianidad invadió nuestro lindo hogar hasta que una noticia nos hizo estremecer de felicidad: Angelita esperaba un hijo. “Por fin embarazaron a Doña Flor”, decían nuestros amigos. Pero ella feliz paseaba su barrigota por toda la universidad orgullosa y tranquila. Hasta que llegó el momento del nacimiento de nuestro bebé, Oscar y yo estábamos impacientes en la salita de espera cuando llegó una enfermera y nos llamó, entramos corriendo: era un hermoso varón. Salió moreno, con los ojos de su madre y con la misma sonrisa de Óscar ya que a mí no me sacó sino el pipí. Casi no nos ponemos de acuerdo con el nombre, pero finalmente lo colocamos: Camilo. Que nos hace pensar en un hombre inteligente y rebelde. Angelita sufrió mucho con el parto y le quedó el estómago agrietado como una enorme verruga. Bajo de peso y los senos se le cayeron y de la bella chica que conocimos no quedaba ni la sombra, entonces ella se dejó atrapar por la depresión y no le prestaba la más mínima atención a nuestro hijo. Tampoco nos permitía que le tocáramos ni un dedo. “Aléjense de mi par de sanguijuelas”, nos gritaba. Se encerró con tranca dentro de sí. Se construyó una coraza impermeable contra nosotros que rechazaba cualquier posibilidad de afecto. Éramos Óscar y yo quienes nos trasnochábamos con el bebé, le limpiábamos el popó, lo vestíamos, le dábamos el tetero y lo llevábamos a las citas médicas porque Angelita no lo volteaba ni a ver, se la pasaba viendo televisión y durmiendo todo el día hasta que la echaron de la U. Luego se dedicó a fumar marihuana y a hacer collarcitos de
  • 47. 47 piedritas que vendía para comprar más marihuana. Se hizo una atmósfera tan pesada y espesa en nuestra casa que se podía cortar con un cuchillo. Un día conoció unos hippies, recogió un poco de ropa y no volvió. Suponemos que se fue con ellos. “Qué se valla para la puta mierda”, me dijo Óscar bien enojado. Nunca más la volvimos a ver. Aturdidos por la nostalgia y como atrapados en un mismo espejo, perdimos por un tiempo el sentido de la realidad y quedamos flotando en un universo vacío, donde la única realidad cotidiana era el amor que le brindábamos a nuestro hijo. Luego de un tiempo nuestra vida volvió a la normalidad, Óscar consiguió un trabajo como auxiliar de ingeniería y yo empecé a enseñar en un colegio en Bello, con eso vivimos hasta que Camilo creció. Todavía conservo de aquella época una foto que nos tomamos con Angelita en nuestra boda y la herida hecha por la lanza mortal de la nostalgia. A veces en las noches vagó sin rumbo por la ciudad desierta, buscando un camino de regreso al pasado. Lo más reconfortante es ver en nuestro hijo de qué manera se nos revela Angelita permanentemente. Hoy Camilo es un gran hombre y tiene dos papás que lo adoran, uno vive en Apartadó y el otro aquí en Cartagena. FIN @
  • 48. 48 Aracely Aracely introdujo con dificultad la llave en la cerradura de la puerta. La luz de un relámpago iluminó su rostro mojado por la lluvia. La puerta se abrió e ingresó rápidamente. Se sentó en el piso, recogió sus piernas y respiró tranquila. No se movió en mucho rato hasta que la luz del amanecer, que penetraba por el quicio de la puerta, le golpeó los ojos. Inmediatamente se levantó y se dirigió a su cuarto, colocó el bolso sobre la mesita de noche, echó un vistazo a la cuna de su hijo Esteban, de tres años, y se quitó el vestido. Fijó su mirada en el reloj de pared que marcaba en ese instante las 6:10. Se acostó en su cama, de lado, mirando hacía la pared, pronunció una oración y se quedó dormida. El sonido de la televisión la despertó. Se levantó, miró para la sala y encontró a su hija Maribel, de quince años, recostada en el piso sobre unos cojines, entretenida viendo caricaturas: - Buenos días hijita, le habló desde la habitación. - Buenos días mami, respondió su hija. - ¿Ya herviste la leche para darle el tetero a Esteban? - Si mamá, ¿Por qué te demoraste tanto en llegar? - Había mucha gente en el casino y el patrón decidió extender el servicio hasta las tres de la mañana. Anoche me sucedió algo terrible. - ¿Qué pasó mami? Aracely no respondió nada. Apretó los labios, levantó la cabeza y fijó su mirada en el cielorraso. Se quedó un momento inmóvil. Luego extrajo de su bolso un dinero, se lo dio a Maribel y le dijo: - Ve y compra lo del desayuno y cuando regreses te cuento lo que me pasó. Maribel subió los hombros, se amarró el cabello con una hebilla, salió de la casa y regresó al momento. Se dirigió a la cocina y se dispuso a hacer el desayuno para todos, preparando primero el tetero del niño. Mientras calentaba las arepas escuchó a su madre duchándose. Se le acercó a la puerta del baño y le preguntó: - Mami, ¿quieres que te caliente un poquito de la comida de anoche? - No hija, déjalo así. Hazme lo de siempre, arepa con mantequilla y queso. - Bueno mami. Maribel preparó el desayuno, lo colocó en el comedor, mientras Aracely se ponía su ropa de estar en la casa. Se sentaron a desayunar una frente a la otra. Los ojos miel de Maribel se posaron sobre los ojos oscuros de Aracely: - Bueno mami cuéntame. - Hijita te voy a contar, pero no quiero comentarios.