2. El reino de Dios se
parece a un hombre que
echa simiente en la
tierra. Él duerme de
noche y se levanta de
mañana, la semilla
germina y va creciendo
sin que él sepa cómo. La
tierra va produciendo la
cosecha ella sola: primero
los tallos, luego la espiga,
después el grano. Cuando
el grano está a punto, se
mete la hoz porque ha
llegado la siega…
Marcos 4, 26-34.
3. Con esta bella parábola
de la vida rural Jesús
explica cómo el Reino
de los cielos nace con
humildad.
Aparece en el mundo
de forma sencilla,
silenciosa, discreta.
Pero con el tiempo
crece y se expande,
ofreciendo refugio y
alimento a muchos.
4. El Reino de Dios no es
obra humana ni nace
por el esfuerzo de las
personas, sino porque
Dios ha puesto la
semilla. En manos del
hombre está el cultivo,
el riego y la siega. Pero
el crecimiento del
grano no depende de
él. La vida que late en la
semilla es de Dios.
5. Así sucede con los proyectos apostólicos. Dios nos llama y
pone en nuestras manos una misión, confiando en
nuestras capacidades para llevarla a cabo. Como buenos
labradores, nuestra tarea es importante, pero el éxito no
depende de nuestro esfuerzo, sino de la gracia de Dios.
6. “Actuemos como si todo dependiera de nosotros, pero
sabiendo que en realidad todo depende de Dios”.
Obrar así nos dará humildad para trabajar con
perseverancia y paz, sin angustia ni tensiones inútiles. Si
triunfamos, nos alegraremos sin enorgullecernos. Si las
cosas no salen bien, comenzaremos de nuevo sin
desalentarnos.
7. Ante la frialdad y los ataques hacia la Iglesia, los
cristianos podemos preguntarnos, ¿vale la pena
defender nuestras creencias? No caigamos en el
desánimo. En estos momentos hemos de volver el
rostro a Jesús, que murió solo y rechazado.
Aparentemente fracasó en su misión… Pero no fue así.
8. Después de toda muerte
hay una resurrección. Si la
semilla contiene vida, no
morirá. Caerá en tierra y
dará fruto a su tiempo.
Tengamos paciencia.
Confiemos. Las épocas de
sequía y soledad no deben
derrotarnos. La Iglesia
posee un tesoro que rebosa
vida. Jamás perecerá.
9. El granito de mostaza
que se convierte en un
árbol frondoso es una
bella imagen de la
Iglesia. Nació como
pequeña comunidad,
casi insignificante. Sus
primeros miembros
fueron personas
sencillas, lejos de las
élites del poder. Su
fundador había muerto
en cruz…
10. Nada vaticinaba la
eclosión espectacular de
una religión con orígenes
tan humildes. Como árbol
que echa ramas, el
Cristianismo ha alargado
sus brazos hasta cubrir
todo el planeta. Muchas
personas hambrientas de
Dios han encontrado
alivio, consuelo y
respuesta bajo su sombra
reparadora.
11. No olvidemos nuestras raíces, humildes y sencillas.
Recordemos de qué fuente se abreva nuestra Iglesia. El
agua viva que la riega es el amor de Dios. El aire que la
agita es el soplo del Espíritu Santo. Y el alimento que la
nutre es el mismo Cristo.
12. Corramos a beber de esta fuente, en la oración.
Dejemos hablar al Espíritu en el silencio. Y
alimentémonos en el pan de la eucaristía. Vivir nuestra
fe en comunidad, compartiendo la palabra y el pan de
Dios, nos dará fuerzas para vivir con entusiasmo
nuestra fe.