1. ALEGRARSE Y CONFIAR
2º DOMINGO DE PASCUA – CICLO A
Es muy alentador recoger las frases que Jesús pronuncia después de su
resurrección y que recogen los evangelios. De alguna manera, nos
marcan una hoja de ruta, un programa de vida a todos los cristianos.
«Paz a vosotros». Jesús nos da la paz. Paz en hebreo es un concepto
mucho más rico que en nuestra lengua. No sólo significa calma y
sosiego, sino salud, prosperidad, abundancia de bienes, alegría,
plenitud. Shalom es lo mejor que se podía desear a una persona: una
vida buena, llena de sentido. Esto es lo que Jesús desea y trae a todos
los que confían en él. Igual que los apóstoles, esta paz nos llena de
alegría: ¡somos amados de Dios!
Jesús llena las almas vacías con su agua viva. Pero después nos envía
a saciar la sed de muchos otros. «Como el Padre me envió así os envío
yo.» Si Jesús es mensajero del Padre Dios, nosotros somos mensajeros
del Hijo. Somos portadores de su paz. No se puede ser cristiano sin ser
misionero. Cuando nos quejamos de que nos faltan fe y alegría,
entusiasmo y empuje evangelizador, quizás deberíamos preguntarnos si
lo que nos falta son ganas de compartir con otros lo que hemos recibido.
De lo que damos a los demás nunca nos falta. ¿No será que los
cristianos nos hemos acomodado mucho, queriéndonos quedar sólo
para nosotros el tesoro de Jesús? ¿No será que nos hemos encerrado
demasiado en nuestras parroquias, templos o grupos? ¿Nos hemos
olvidado de salir, remando mar adentro en el oleaje del mundo que
espera una buena noticia?
Quizás hemos perdido el gozo y la confianza que nos impulsan a ser
agradecidos y compartir lo que tenemos. ¿Somos conscientes del gran
regalo que nos ha dado Jesús con su resurrección?
La carta de Pedro habla de vivir con alegría: aunque la vida presente esté
cargada de problemas, vivir sabiendo que al final pasaremos a otra vida
infinitamente más plena y hermosa nos da esperanza y fuerza para vivir
mejor esta etapa terrenal, llena de pruebas. Es como correr una carrera
llena de obstáculos sabiendo que en la meta nos espera una fiesta y un
premio. ¡Todo se supera y se corre con mayor entusiasmo!
2. En contraste con el incrédulo Tomás, que no quiere creer a sus
compañeros, Pedro habla con cariño de los creyentes que sin haber
visto a Jesús creen en él y lo aman. Tomás no se fía de sus propios
amigos, con los que ha convivido durante tres años. En cambio, muchos
fieles del primer siglo creen sin haber conocido siquiera a Jesús. ¿Por
qué? Porque se fían en los testimonios de los apóstoles. Los amigos de
Jesús están llenos del Espíritu Santo, ya no son vacilantes ni cobardes,
nada les detiene y su vida es coherente con su prédica. Por eso
convencen, y la fe se traduce en confianza y alimenta la alegría. La fe no
es una creencia ciega, sino un confiar cimentado en algo sólido.
¿Cómo debía ser el testimonio de los primeros creyentes? La primera
lectura de los hechos de los apóstoles nos da pistas. Las primeras
comunidades eran humanas y posiblemente tenían tantos defectos
como las comunidades parroquiales de hoy. Pero había en ellos algo
que los distinguía del resto de la sociedad: su alegría, su fraternidad, el
hecho de compartir los bienes y reunirse para celebrar, con gozo, su fe.
¿Damos este testimonio los cristianos de hoy? ¿Brillamos por nuestro
talante alegre, acogedor y entusiasta? A veces, más bien parecemos lo
contrario. Nuestras celebraciones parecen funerales, la sociedad nos ve
como personas intolerantes y cerradas, poco alegres y menos aún
atrevidas y valientes a la hora de hablar de Jesús. Perdemos el tiempo
discutiendo sobre muchos temas interesantes, ciertamente. Pero a
veces parece que algunas controversias morales o políticas son más
importantes que seguir anunciando a Jesús, el centro de nuestra vida, y
vivir imitándole a él.
¡Señor mío y Dios mío!, exclama Tomás, cuando ve a Jesús resucitado y
toca sus llagas. Ojalá todos los cristianos podamos hacer nuestras estas
palabras, llenas de adoración y reconocimiento. Ojalá en nuestras vidas
sea cierto que Jesús, y no otras cosas, ideas o preocupaciones, es
nuestro Señor y nuestro Dios. Nuestro centro, nuestro amor. A partir de
él, todo lo demás se pondrá en armonía.