San Pablo aconseja a los cristianos que vivan en armonía y con bondad, paciencia y humildad en sus relaciones familiares y comunitarias. A veces cuesta sobrellevarse y perdonarse unos a otros, pero el amor, la humildad y la benevolencia son claves para relaciones duraderas. El evangelio muestra a Jesús conversando con sabios en el templo aunque sus padres se preocupan por él, pero Jesús regresa con ellos y está sujeto a sus padres. Aunque la familia no siempre entiende las vocaciones personales
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Sagrada familia - ciclo C
1. Revestíos de bondad
Fiesta de la Sagrada Familia – Ciclo C
Las lecturas de hoy, festividad de la Sagrada Familia, nos
presentan unas escenas familiares. En el libro del
Eclesiástico leemos consejos que enlazan con el cuarto
mandamiento: quien ama y honra a sus padres tendrá una
vida larga y buena. Incluso cuando los padres flaquean y
pierden facultades, algo que hoy vemos a menudo, con la
larga esperanza de vida, no hay que olvidar quiénes son
y cuánto nos han dado. Sin ellos no estaríamos aquí. Para
la Biblia, el amor a los padres equivale al amor a Dios.
San Pablo a los colosenses da consejos a los cristianos
para que su vida familiar y comunitaria sea armónica y
sana: revestíos de bondad, de paciencia, de humildad. A
veces lo que más nos cuesta es esto: sobrellevarnos y perdonarnos unos a otros. Quizás sea este el
secreto para unas relaciones duraderas, y quizás esto es lo que falla tanto, provocando peleas y
rupturas. Nos hemos despojado del amor, la humildad y la benevolencia. Buscamos nuestro beneficio
y no aguantamos al otro con sus problemas. El individualismo fractura la convivencia y nos hiere a
todos. No se trata de someternos sin más, sino de amarnos y adaptarnos unos a otros por amor.
Cuando Pablo habla de la docilidad de las mujeres, no se queda ahí, sino que pide también que los
hombres no sean egoístas y amen a sus esposas. En aquella época, en que muchos matrimonios eran
pactos de conveniencia donde la mujer apenas tenía nada que decir, un consejo así resultaba
revolucionario. Cuando habla del respeto a los padres, también pide a estos que no agobien a sus
hijos ni los desanimen con exigencias desmedidas. La clave es el amor.
El evangelio nos presenta un cuadro diferente. Jesús, “perdido” en el templo y conversando con los
sabios, parece un adolescente algo rebelde. María lo reprende, ella y su padre han sufrido por él. ¿Qué
significa esto? El evangelio sugiere que la familia de sangre no siempre entiende la vocación personal.
A veces incluso puede estorbarla. Pero Jesús, aunque defiende con firmeza su posición, tampoco
quiere dañar a sus padres terrenales. Como buen hijo, regresa con ellos a casa y está sujeto a ellos.
Ser dócil a sus padres no le impedirá crecer, ante Dios y ante los hombres, y cumplir su vocación.
La discreción y la obediencia de su vida oculta ocupará la mayor parte de su vida sobre la tierra. Pero
en esos años de vida familiar, sencilla y aldeana, se forjaron aquellos otros tres años, breves y
fulgurantes, de su vida pública. El amor aprendido en los años de silencio, de María y de José, estalló
en un Jesús adulto, valiente y decidido a mostrar ante su pueblo que Dios, por encima de todo,
también es familia. Dios es padre, Dios es madre, Dios es hermano nuestro y también se hace hijo.
Toda familia, toda comunidad y toda relación humana regida por el amor y la entrega son un destello
del amor de Dios.