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LA MUJER Y EL ÁNGEL CAÍDO: SOTERIOLOGÍA EN LA ÉPOCA ROMÁNTICA
José Manuel Losada
Actas del IX Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada.
Túa Blesa et al. (eds.), Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1994, t. I, p. 235-244.
ISBN: 84-920044-1-X.
Bien pudiera parecer que cualquier enfoque del ángel caído concerniendo su salvación
estuviera abocado al fracaso; cuando menos, no dejaría de ser una discusión bizantina. En efecto, así
sería si adoptáramos los presupuestos de la ortodoxia teológica, punto de referencia obligado, no
obstante, para la comprensión del campo semántico y vital de nuestro objeto de interés. En este
sentido, la doctrina cristiana ha declarado en no pocas ocasiones las condiciones a que se ven
sometidos el “padre de la mentira” y sus secuaces desde el momento mismo de la rebelión1.
Muy otro es el caso dentro del ámbito puramente literario, donde abundan las recurrencias
acerca de la salvación o remisión de la pena del ángel caído. En Alemania, Gran Bretaña y Francia
principalmente, aparece reflejado este tipo2; ¿a qué es debido? Ahora bien, antes de proponer una
respuesta satisfactoria, surgen otras preguntas que se desprenden de la primera: ¿cuándo, en qué
época literaria? ¿Por qué precisamente en esas áreas geográficas y no en otras? ¿En qué situaciones
llegan a cristalizar determinados intentos y con qué posibilidades de estabilidad? Desgranando estas
preguntas llegaríamos a dar con la respuesta a la que nos parece la cuestión más delicada, elemental y
profunda: ¿por qué salvar al ángel caído? O, más precisamente, ¿por qué algunos escritores
1 Vid., entre otros, los textos bíblicos siguientes: 2 Pet 2,4; 1 Ioh, 16, 11; Ids 6; Apc 12, 7; Lc 10,17 y sigs. Del Magisterio
eclesiástico, especialmente importante es el Concilio Lateranense IV; vid. Heinrich Joseph DENZINGER, Enchiridion
symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, n 428. Para una mayor profundización al respecto, vid. Michael
SCHMAUS, Teología dogmática, Madrid, Rialp, 1966 (1959), t. II.
2 Es preciso establecer, a menos de preferir una confusión terminológica que acarrearía indeseables y graves
consecuencias, que el crítico se defina sobre el significado y la significación de las palabras empleadas en un estudio de este
cariz. ¿Tema, tipo, motivo o mito? Vid. a este respecto, Pierre BRUNEL, Mythocritique. Théorie et parcours, Paris, Presses
Universitaires de France, 1992 y Précis de littérature comparée, Paris, Presses Universitaires de France, 1989; interesa de manera
especial el capítulo de Philippe CHARDIN, “Thématique comparée”, p. 163-176. Por lo que a nosotros nos concierne en este
caso, guardamos una prudente distancia de los postulados emitidos por TROUSSON (Un Problème de la littérature comparée: les
études de thèmes, París, Minard, 1965), para quien el tema vendría a materializar un motivo más general. En una línea dispar,
adoptamos las conclusiones de BRUNEL, porque nos parece que el tema guarda un carácter marcadamente general y
abstracto y que el tipo reúne los avatares de un conjunto temático; además, el motivo queda enmarcado dentro de su
finalidad, esto es, debe colaborar en la elucidación del análisis (Mythocritique, p. 30). Considerado desde la perspectiva de
FRENZEL (Stoff- und Motivgeschichte, Berlín, Schmidt Verlag, 1966), el motivo se caracterizaría por su función
estructularizadora de un tema previo (CHARDIN, P. 165). Con estos parámetros como mínima base para una toma de
posición, defendemos la hipótesis de considerar al ángel caído como un tema y su salvación o remisión de su pena como
un tipo que, en nuestro estudio, viene a coincidir con su motivo. El ángel caído también podría considerarse, bajo ciertos
aspectos –por ejemplo, por el conjunto literario que representa– como un “mito”; sin embargo su definición y las
aclaraciones pertinentes requerirían un estudio que no nos permite desarrollar la extensión de estas páginas.
2
románticos “quieren” salvar al ángel caído aún sabiendo que “The State named Satan never can be
redeemed in all Eternity”3?
Para abordar este tema, adaptándonos a las exigencias del simposio, hemos optado por una vía
de acceso que en no pocas ocasiones ha escapado a la crítica: el papel salvífico que la mujer pueda
desempeñar en este cometido. Cierto es que la ginocrítica ha conocido en las últimas décadas un
desarrollo sin precedentes y de gran relevancia para los estudios de la época romántica. Los trabajos
de este tipo han contado con una calurosa acogida especialmente en el mundo anglosajón4; la mayoría
de ellos, de innegable raigambre historicista y psicoanalítica, se esfuerzan por establecer, no ya la
influencia que una determinada mujer –madre, esposa, amante o hija– haya podido ejercer sobre un
escritor, sino las categorías mentales y los condicionamientos físico-psíquicos que enmarcan la labor
creativa de las escritoras. Si bien no faltarán referencias a estos acercamientos, preferimos en este
caso realizar una serie de calas de tipo temático que permitan desmarcar una línea de investigación
netamente antropológica… y, huelga decirlo, “espiritual”; pues todo da comienzo cuando un ángel –
espíritu puro– se rebeló y fue bruscamente arrojado de la morada celestial:
Depuis quattre mille ans il tombait dans l’abîme5.
Que la insurrección ha provocado un desorden cósmico, nadie lo pone en duda; un desorden,
aun con todo, relativo y que solo puede ser reconducido de tres maneras: cuando suene la trompeta
del juicio al final de los tiempos6, por la aniquilación del culpable7 o, cosa inaudita, mediante la
remisión de su pena. Esta última opción “divina”, siempre y cuando la mujer ejerza un papel
soteriológico, es el objeto de nuestro estudio.
Por sí mismo, el ángel caído no puede obtener la redención; ello es consecuencia de sus
primigenias atribuciones, entre las que se contaba una inteligencia y conocimientos tales que le
bastaba una única opción –por el bien o por el mal– para que su voluntad quedase definitivamente
aferrada. En el caso del “portador de la luz”, su elección ha sido funesta y las consecuencias no se
han hecho esperar: la condena divina supone una degradación instantánea de sus cualidades hasta un
estado de miseria considerable. Aquí entroncarían, como veremos, sucesivas apariciones de la mujer
con este motivo.
Aún así, no deja de ser llamativo que las virtualidades femeninas sean puestas a contribución
dentro de una tipología que solo halla su pasto adecuado en la imaginación del poeta. Desligado de
nuestros habituales puntos de referencia, corremos el riesgo de vagabundear por las regiones etéreas
sin apercibirnos de la consistente materialidad del discurso poético. Por ello el recurso a la analogía
se muestra en esta ocasión especialmente adecuado; conviene abordar nuestro estudio con unos
referenciales preconocidos, cierta experiencia que facilite el acceso de estados previamente conocidos
hacia otros absolutamente desconocidos y extraños para nosotros. En este sentido, recordar
situaciones similares donde la mujer procura colaborar en la salvación del hombre puede ser de gran
3 William BLAKE, The Four Zoas: Night the Eight, en The Complete Poetry & Prose of William BLAKE, Nueva York, Anchor
Books & Doubleday, 1988 (1965), p. 380.
4 Vid. por ejemplo, los trabajos de Toril MOI, Sexual / Textual Politics: Feminist Literary Theory, London, Methuen, 1985;
Anne K. MELLOR, Romanticism and Feminism, Bloomington, Indiana University Press, 1988; Barbara SCHAPIRO, The Romantic
Mother: Narcissistic Patterns in Romantic Poetry, Baltimore, John Hopkins University Press, 1989 y Diane L. HOELEVER, Romantic
Androgyny. The Women Within, University Park, The Pennsylvania State University Press, 1990.
5 Víctor HUGO, La Fin de Satan, “Hors de la terre”, I, en La Légende des Siècles. La Fin de Satan. Dieu, París, Gallimard,
Bibliothèque de la Pléiade, 1984 (1950), p. 767.
6 Vid. Frédéric-Gottlob KLOPSTOCK, La Messiade trad. fr., París, Charpentier, 1842, p. 63 y 94; vid. igualmente, Víctor
HUGO, “La Trompette du Jugement”, en La Légende des Siècles, loc. cit., p. 734.
7 Vid La Messiade, p. 174 y 176.
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utilidad para nuestro propósito; de manera suplementaria, ello nos ayudará a concebir con más
profundidad la concepción que del ángel caído tenían los escritores románticos.
Lejos de compartir la óptica lacaniana –para quien la mujer no existiría sino como un fantasma
del sueño creado por el hombre–, un acercamiento objetivo permite constatar no solo su existencia
sino también su operatividad. Nadie pone en duda las enormes diferencias psicológicas que separan
los dos sexos: por ser la mujer más ingeniosa, observadora (Rousseau) y sensible (Hegel) que el
hombre, no ha de extrañarnos el continuo recurso que los escritores románticos han hecho de estas
cualidades. La imagen que de aquella se habían forjado estos es, evidentemente, polifacética, pero
predomina, como es el caso de Byron, una idealización de virtualidades positivas carentes en el
hombre. Estamos lejos de aquel primer estado por el que hubo de pasar, según algunos críticos como
Emil Lucka, el desarrollo de la historia humana en este campo: el del instinto sexual del mundo
antiguo. Igualmente ha sido sobrepasado el período medieval de divinización de la mujer; y en la
época romántica asistimos a una combinación de ambos desarrollos precedentes: de ahí la ostentosa
elevación romántica del amor al ámbito religioso, el equilibrio que nivela en semejante preeminencia
el cuerpo y el espíritu femeninos. Hablábamos de la miserable condición de que se ha visto revestido
el ángel caído tras su rebelión. Destaca, entre otras, la soledad que le rodea desde entonces. Baste
recordar aquellos versos de Vigny:
Mais on dit qu’à présent il est sans diadème,
Qu’il gémit, qu’il est seul, que personne ne l’aime8.
Schapiro ha puesto de manifiesto la íntima relación existente entre la experiencia subjetiva del
aislamiento y la semilla del Romanticismo9. Precisamente en esta coyuntura habrá de ser explicada la
compañía y la aproximación, aunque al principio solo sean físicas, de la mujer junto al ángel caído.
No ha de ser desdeñado, por otra parte, el “Eterno Femenino”, “a male-created ideological construct
that celebrated the traditional femenine values of muse-like passivity, loving creativity, and nurturing
acceptance”10, principios concomitantes de algo tan específico del romanticismo como es la nostalgia.
A pesar de lo anteriormente dicho sobre la mujer, no le será tan fácilmente confiada una
omnipotencia divina; ha de encontrar escollos en su singladura, y no será raro que en más de una
ocasión se vea frustrada en sus tentativas liberadoras. Encontramos tales experiencias cuando, por
ejemplo, procura salvar al hombre, su compañero; precisamente para que no sea presa de las
tentaciones diabólicas. Adah lo intentó, sin éxito, cuando Lucifer prometía a su esposo un mundo
nuevo, donde la ciencia y la fuerza habían de augurar un próspero futuro al grupo de rebeldes, libres
de la tiranía divina11. Semejante resultado observamos en A Vision of Hell: aquí la mujer no escatima
en medios para prevenirle del peligro que le acecha:
She beckon’d every brething soul to Heaven!
By day and night she whisper’d to the heart, –
“A God! Eternity! A Day of Doom!”
By funerals knells, and swiftly dying friends,
In solemn hours, and serious moods, by pangs
Within, and perils from without, –by all
The eloquence of love and truth divine,
8 Éloa, en Poèmes antiques et modernes. Les Destinées, París, Gallimard, 1990 (1973), p. 26.
9 The Romantic Mother. Narcissistic Patterns in Romantic Poetry, op. cit., p. XI.
10 HOELEVER, op. cit., p. 7.
11 Vid. Cain: a mystery, en The Poetical Works of Lord Byron, Edinburgh, W. P. Nimmo, Hay& Mitchell, 1885, p. 269.
4
She summon’d man to worship, and be saved!–
In vain!12.
Nuevo fracaso, seguido de la consuetudinaria consecuencia dramática: la condena al infierno,
Where minutes seem eternities of pain!13.
¿De dónde, tales fracasos? ¿Acaso la mujer sería incapaz de disuadir al hombre de ser esclavo
de sus concupiscencias? No parece que esta sea la razón; de hecho, en no pocas ocasiones, Baudelaire,
hombre caído, invoca su ayuda benefactora:
Si je ne puis, malgré tout mon art diligent,
Pour Marchepied tailler une Lune d’argent,
Je mettrai le Serpent qui me mord les entrailles
Sous tes talons, afin que tu foules et railles,
Reine victorieuse et féconde en rachats,
Ce monstre tout gonflé de haine et de crachats14.
Quoique tes sourcils méchants
Te donnent un air étrange
Qui n’est pas celui d’un ange,
Sorcière aux yeux alléchants,
…
Sous tes souliers de satin,
Sous tes charmants pieds de soie,
Moi, je mets ma grande joie,
Mon génie et mon destin,
Mon âme par toi guérie,
Par toi, lumière et couleur!
Explosion de chaleur
Dans ma noire Sibérie!15
O femina delicata
Per quam solvuntur peccata!16.
La diferencia es considerable, pues de simple asesora, la vemos convertida en causa medicinal
y libertadora. Los intentos disuasorios se saldaban en un clamoroso fracaso; no así cuando entran en
juego todas sus virtualidades: ternura, fortaleza frente a las insidias diabólicas, caridad, luz y color sin
igual. No nos han de extrañar, pues, aquellos intentos fallidos, resultado de una concepción de la
mujer tan idealizada como adulterada: allí ella era solo definida por su papel accidental en relación
con el hombre, de ahí su ser tan efímero como las fantasías y los anhelos de este. Algo muy distinto
obtenemos si la situamos en su lugar adecuado, física y psíquicamente restaurada en su totalidad
primordial: entonces sí que estará capacitada para ser, incluso, la salvadora de los hombres más
12 Robert MONTGOMERY, A Vision of Hell, en A Universal Prayer. Death. A Vision of Heaven. A Vision of Hell,
Londres, Samuel Maunder, 1829, p. 135.
13 Ibid., p. 137.
14 “À une Madone. Ex-voto dans le goût espagnol”, Spleen et Idéal, en Œuvres complètes, París, Gallimard, Bibliothèque de
la Pléiade, 1971 (1961), p. 56.
15 “Chanson d’après-midi”, ibid., p. 57-58.
16 “Franciscæ meæ laudes”, ibid., p. 59.
5
grandes: “In English Romanticism, as well as in a number of mythic traditions, the woman as beloved
has functioned as the hero’s savior, the means by which he gains self-realization and full identity”17.
Pero nadie salva sin esfuerzo. Es una ley que se cumple siempre; intrínsecamente ligada a la
situación del condenado: este se encuentra desvalido e inerme. Incapaz de obtener la salvación por
sus propios medios –tampoco nadie se salva a sí mismo–, el angustiado que sufre condena parece
estar a la expectativa; oteando el horizonte, sus ojos buscan a un salvador que se apiade de su triste
situación… incluso a costa de convertirse en prenda de cambio.
El papel salvífico de la mujer se va delineando, aun a su costa, porque ella no ignora todos los
sacrificios que ello implica. Elsie entrega su vida a cambio de la salvación del príncipe Henry; ¡y la
ejecución será llevada a cabo por Lucifer bajo la apariencia externa de Fray Angelo!18.Y la inmediata
reacción de Zillah ante la desesperación que se abate sobre el sentenciado Javan, no manifiesta menor
arrojo:
JAVAN
But O! thy Kindness makes it hard to die!
ZILLAH
Then we will die together!19
En estas dos últimas obras, Lucifer y los Gigantes –auténticos ángeles caídos, como se
desprende de su combate contra las huestes celestiales– eran solo instrumento para poner de realce
la abnegación femenina.
***
Tras estos someros trazos del personaje femenino como ensayo de salvación del hombre,
podemos ahora pasar a la situación paralela donde el cautivo, el necesitado, es el ángel caído. Veremos
que las circunstancias cambian de manera drástica, que la gravedad de las alternativas es ciertamente
mayor y otro tanto cabe decir de las consecuencias que de ello se siguen para ambos personajes.
Consideremos The World before the Flood, de James Montgomery, y el drama lírico que está
íntimamente emparentado con él Heaven and Earth, de Byron. Ambos toman como fuentes bíblicas
las mismas escenas del Génesis 6, 1-2 y del libro de Enoch. En estas obras, los dos autores ingleses
exploraban diversas variedades de amor –carnal, tribal, familiar y divino. Ahora bien, el amor carnal
incluye, en el caso de Heaven and Earth, la unión sexual entre dos serafines y dos mujeres mortales, lo
cual acarreará el alejamiento sin fin de la morada celestial. Así lo recuerda Manfred en la pieza que
lleva su mismo nombre:
The erring Spirits who can ne’er return20.
En efecto, los espíritus, seducidos por la belleza de las mujeres mortales, tras su abajamiento
provocado por la unión sexual, ya nunca serán capaces de volver al cielo21. ¿Ocurrirá lo mismo,
podemos preguntarnos, en similares composiciones continentales? Para abordar este tema traemos a
colación una serie de poemas –que bien podrían recibir el nombre de epopeyas– pertenecientes a los
poetas románticos franceses “oficiales”, cuya filiación respecto a los alemanes y a los ingleses queda
fuera de duda, al menos en lo que respecta a nuestro objeto de estudio. Veamos La Chute d’un ange
(1838), obra culmen de Lamartine dentro de este tipo literario. Ya el mismo año de su aparición, Le
Constitutionnel (en fecha del 16 de mayo), y la Revue critique des livres nouveaux (en su número de junio),
17 HOELEVER, op. cit., p. 120.
18 Vid. The Golden Legend, en The Poetical Works of Longfellow, Boston, Hougton Mifflin Company, 1975, p. 411 y 459.
19 The World before the Flood, en Poems of James Montgomery, London, Routledge, 1860, p. 185.
20 The Works of Lord Byron: Poetry, 7 vols., Londres, John Murray, 1901-1905, vol. III, 2, v. 3-8.
21 Vid. Gayle SHADDUCK, England’s Amorous Angels, 1813-1823, Gayle SHADDUCK, Lanham, University Press of America,
1990, p. 213-215.
6
hacían referencia a las principales fuentes en que había bebido el autor francés: The Loves of the Angels,
de Thomas Moore y Paradise lost, de Milton22.
Todo se resume en el amor que conocen dos seres: Cédar y Daïdha. El ángel Cédar se había
quedado prendado de la joven Daïdha. Se solazaba viéndola entre los hombres y, en más de una
ocasión, había dejado incumplidas sus obligaciones dentro del coro angélico. Como aquella en que,
por unos instantes, decidió desgajarse de la cohorte celestial para mejor contemplar la belleza de la
hija de los hombres. Fue testigo entonces de un funesto acontecimiento: un gigante, cazador de
hombres, la hizo presa entre las mallas de sus redes con el objetivo de venderla como esclava. No
tardaron en llegar otros gigantes que comenzaron a disputar el botín. Pero el ángel estaba allí,
presenciando a la joven que, bañada en llanto y sudor, luchaba con denuedo por escapar; ante tal
desamparo, Cédar resuelve, adoptando la humana, renunciar a su condición angélica con el fin de
rescatar a Daïdha23. El “ángel caído” saldrá victorioso de un combate desigual, prueba de un amor
que Daïdha no dejará de premiar. Desde aquel momento, solo el amor que se profesan mutuamente
será capaz de aliviar las sucesivas pruebas a que se ven sometidos: exilio, persecuciones, amenazas de
muerte… El ángel caído expía así, en su peregrinación terrena, su desordenada compasión; baste
recordar la escena en que se ve maniatado y sometido a malos tratos por los hombres de la tribu de
su amada. Viéndolo en tal estado, privado de la libertad,
Elle eût voulu briser les chaînes de ses bras24.
Por frecuente que sea en el universo del ángel caído, nunca nos acostumbraremos a la
irresistible tendencia por tocar los extremos: no hay lugar para la contemporización; y la vehemencia
romántica encuentra en este tema un terreno especialmente propicio para los arrebatos sin medida.
Morir por el ser amado, despreciar la vida si él no está presente; tentaciones que conocerán todas las
mujeres, como Daïdha en ausencia de Cédar25. Solo al final de un largo periplo, la lucha contra las
adversidades y la incondicional compañía de Daïdha obtendrán lo que parecía improbable: que un
ángel recupere su prístina condición.
Cabe seguir avanzando y presenciar situaciones aún más inauditas. Pensamos ahora en aquel
ángel, en un principio de sexo indeterminado, que se convierte en “una” ángel: Éloa, encarnación
divina de la piedad26. La anglomanía de Vigny queda fuera de toda duda, y siempre se ha resaltado la
impronta que sobre él dejaron –al margen de la Biblia, Homero y Klopstock– las lecturas de Milton
y Ossian. Su bello poema Éloa tiene también huellas inglesas, más precisamente las de Byron y Moore,
como demostraban, al igual que en el caso de Lamartine, sus compatriotas del mismo siglo –Dumas
(Mémoires, 1852-1854, vol. XIV, p. 63) o Toussenel (Le Temps del 15 de junio de 1835) para el primero,
y Barbier (Souvenirs personnel et silhouettes contemporaines, 1883) o Cornudet (Lettres à un ami de collège, 1827-
22 Vid. Eric PARTRIDGE, The French Romantics’ Knowledge of English Literature (1820-1848), Nueva York, Burt
Franklin, 1968, p. 164.
23 Dentro de la salvación del ser querido, el paso del hombre al ángel caído viene representado de manera marcadamente
gráfica en estos verso de Thomas MOORE: “Thou hast calle’d me thy Angel in moments of bliss, / And Thy Angel I’ll be,
’mid the horrors of this, – / Through the furnace, unshrinking, thy steps to pursue, / And shield thee, and save thee, –or
perish there too!” (citado por POE, Crítica, Madrid, Alianza Editorial, p. 98).
24 La Chute d’un ange, en Œuvres poétiques complètes de Lamartine, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1991 (1963),
p. 859.
25 Vid. La Chute d’un ange, loc. cit., p. 899. Es sorprendente la semejanza de sentimientos y situaciones de Antígona;
pensemos, por ejemplo, en la pena impuesta a la heroína, en todo punto idéntica a la infligida a la amante del ángel caído.
26 Cfr. Max MILNER, Le Diable dans la littérature française. De Cazotte à Baudelaire (1772-1861), París, José Corti, 1971
(1960), t. I, p. 376.
7
1830, en la carta del 9 de abril de 1829) para el segundo. Precisamente este último reseñaba, con
acierto, las afortunadas “coincidencias” en la utilización de todos los tesoros de la poesía oriental27.
Una mirada furtiva va a ser la ocasionante del primer interés que Éloa experimenta por un
desconocido, hermoso y ricamente acicalado; perlas y diamantes sin número lo adornan. Y, sin
embargo, está triste. La larga conversación que entonces tiene lugar va descubriendo progresivamente
la auténtica identidad de este nuevo compañero, aunque no llegará a desvelarse completamente hasta
el final. Atractivo como sus promesas, el desconocido va ejerciendo una tan sutil como poderosa
influencia sobre Éloa; esta, cada vez más intrigada, no cesa de plantear preguntas y compadecerse del
lamentable estado en que se encuentra un ser que ya la ha cautivado. Decide entonces, aun
tímidamente, acceder a sus requerimientos, perder parte de su libertad, para así poder salvarle; cuando
recapacite sobre su descabellada acción, ya será demasiado tarde:
Où me conduisez-vous, bel Ange? – Viens toujours.
– Que votre vie est triste, et quel sombre discours!
N’est-ce pas Éloa qui soulève ta chaîne?
J’ai cru t’avoir sauvé. – Non, c’est moi qui t’entraîne.
– Si nous sommes unis, peu importe en quel lieu!
Nomme-moi donc encore ou ta Sœur ou ton Dieu!
– J’enlève mon esclave et je tiens ma victime.
– Tu paraissais si bon! Oh! qu’ai-je fait? – Un crime.
– Seras-tu plus heureux, du moins, es-tu content?
– Plus triste que jamais. – Qui donc es-tu? –Satan28.
Con acierto señalaba Milner que Éloa fue, antes que nada, un ángel de sexo indeterminado. Es
sabido que los ángeles son, por principio, seres asexuados, lo cual, por tanto, no habría de tener mayor
relevancia en el caso de Éloa; que posteriormente se vea revestido del género femenino no lo exigía
sino la evolución de la trama y el objetivo de Vigny. No obstante, el hecho es más transcendente de
lo que a primera vista parece, ya que engarza directamente con la tradición romántica del andrógino.
En este símbolo, los escritores que ahora nos ocupan podían encontrar una manera de expresar su
búsqueda insaciable de la ficticia unidad entre lo humano y lo divino; símbolo idóneo, pues, y que,
además, permitía el reconocimiento de la futilidad de la empresa29. Camino atípico pero adecuado,
por donde se anhela recobrar una mítica unidad perdida y una potencialidad creativa añorada30;
vertiente, en definitiva, que también se encamina a la salvación: “There can be no denying the fact
that the (…) Romantic poets adhered to such an ideology of sexual and sexist polarization, and their
use of androgyny as a psychic goal was a poetic technique designed to merge the fictional masculine
and feminine in one new and redeemed being”31. Pensemos por ejemplo en Urizen, uno de los héroes
de The Four Zoas, símbolo por excelencia del estado hermafrodita de Satán, y que tan bien se adapta
a tales tentativas –fallidas, en este caso– de salvación32.
Enlazamos aquí con aquel canto épico de Víctor Hugo mentado al principio de estas
consideraciones. Hemos visto al “ángel de luz” caer, entrar en la sombra infinita, perder una pluma
27 Vid. PARTRIDGE, op. cit., p. 170.
28 Éloa, loc. cit., p. 46.
29 Cfr. HOELEVER, op. cit., p. 17.
30 En este sentido apuntan los trabajos de Ricœur y Freud. Por otra parte, Béguin ve en el andrógino el símbolo
“quintaesencial” de la era romántica.
31 HOELEVER, op. cit., p. XV.
32 Vid. loc. cit., “Night the Eight”, p. 374 y 963.
8
que deslumbra a todos los habitantes del cielo, sufrir, llorar y odiar… hasta que el ángel Libertad
decide ir en su búsqueda:
Étoile; conduis-moi sous la fatale voûte;
Dieu permet que je parle à celui qui fut grand33.
En efecto, Hugo ha decidido aprovechar aquella pluma blanca que se cayó del ala de Satanás
cuando la cólera de Dios lo precipitó a las fosas abisales. De ahí nacerá su otra hija, la que, en el
poema, es a un tiempo hija de Dios y del diablo: el ángel Libertad34. Tras indagar por todo el caos
cósmico, preguntando al rayo que lo fulminó o al frío invierno, la virgen Libertad se detiene frente al
Infierno:
Ce précipice était de la mort, faite abîme.
On y sentait flotter du sépulcre dissous.
On voyait de la nuit sous la nuit; au-dessous
De l’ombre, dans un vide étrange, on voyait l’ombre.
Tout au fond remuait une apparence sombre;
Un fantôme entrevu, submergé, troublé, enfui,
Errant, rampant; c’était le Damné; c’était Lui. (p. 917).
Deslizándose hasta el profundo sueño en que Satán se encuentra sumido, el ángel Libertad le
susurra al oído algo inaudito: la capacidad que él tiene de recuperar su estado primigenio. En contra
de todas las previsiones, poco a poco esta vez sí consigue persuadirlo, mostrándole en su ensoñación
cuánto ha perdido y cuánto puede recobrar. Al concluir esta larga conversación entre el padre y la
hija, Satán se queda solo, meditando su pasado. ¡Si Dios pudiera amarle…! Pero su conciencia le
recrimina sin cesar su esencia maligna, su rebelión y la irrevocabilidad de la sentencia divina. Sumido
en la más profunda tristeza, eleva al universo entero un grito desesperanzado que no dejará de tener,
sin embargo, efectos insospechados:
Écoutez ceci, sphères,
Étoiles, firmaments, ô vieux soleils, mes frères,
Vers qui monte en pleurant mon douloureux souhait,
Cieux, azurs, profondeurs, splendeurs, –l’amour me hait!
DIEU PARLE DANS L’INFINI
– Non, je ne te hais point!
“Un ange est entre nous; ce qu’elle a fait te compte.
L’homme, enchaîné par toi, par elle est délivré.
Ô Satan, tu peux dire à présent: Je vivrai!
Viens; la prison détruite abolit la géhenne!
Viens; l’ange Liberté, c’est ta fille et la mienne.
Cette paternité sublime nous unit.
L’archange ressuscite et le démon finit;
Et j’efface la nuit sinistre, et rien n’en reste.
Satan est mort; renais, ô Lucifer celeste!” (p. 940).
Ninguna duda sobre la insatisfacción romántica respecto a las soluciones que ofrecía la
ortodoxia. Ya en su día, las experiencias esotéricas de les tables tournantes y La Bouche d’ombre enseñaban
el perdón universal. La nueva religión de Víctor Hugo aboga por el amor y el progreso incluso más
33 La Fin de Satan, loc. cit., p. 913.
34 Vid. Pierre ALBOUY, introducción a las Œuvres poétiques de Victor Hugo. II, Les Châtiments et Les Contemplations, París,
Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1986 (1967), p. XLVII.
9
allá de la tumba, dado que no acepta el inexorable rechazo de la remisión completa de la culpa. Según
esta hipótesis, las almas todas surgirían poco a poco y el mal desaparecería por completo35. Para
Byron, la inmortalidad del alma era algo sobre lo que apenas admitía titubeo alguno, y otro tanto se
puede decir sobre el castigo que acaece tras la muerte: este ha de ser el resultado de una corrección,
nunca una venganza; de ahí, piensa el poeta inglés, su finitud en el tiempo hasta el día de la
resurrección final36. Dando un paso adelante respecto a la opinión de sus correligionarios ingleses –
quienes buscaban por todos los medios apropiarse el mundo externo37–, Víctor Hugo y los
románticos franceses querrán transformarlo. Si no les era posible realizar materialmente este
propósito, optarán por efectuarlo en su imaginación, sobre la hoja de papel. Nuevo idealismo, donde
los románticos tienden a modificar los dictados ortodoxos según otras convicciones, aun a costa de
caer en la heterodoxia. Todo ello es una consecuencia directa de la concepción romántica del mundo,
del instante presente, donde no todo está definitivamente decidido. La concepción cíclica del universo
también defiende estas tesis que engarzan con el mito del eterno retorno. Es la suya una rebelión
contra un dato racional que no admiten: ¿cómo puede ser aceptable una condena sin término y, por
tanto, una infelicidad eterna? La interrogación romántica cobra cuerpo en aquel poema de Lamartine:
Et l’homme, et l’homme seul, ô sublime folie!
Au fond de son tombeau croit retrouver la vie,
Et dans le tourbillon au néant emporté,
Abattu par le temps, rêve l’éternité!38
Consecuencias, en definitiva, de un antirracionalismo gnóstico en clara relación con algunos
postulados de Orígenes y, más avanzado en el tiempo, con el pietismo de los protestantes –pensemos
en Klopstock y la remisión obtenida por Abdiel-Abbadona– que les precedieron inmediatamente.
35 Ibid., p. XLVI.
36 “A material resurrection seems strange and even absurd except for purposes of punishment –and all punishment
which is to revenge rather than correct must be morally wrong. And when the World is at and end –what moral or warning purpose
can eternal tortures answer?”; Selected Poems and Letters, Boston, Houghton Mifflin, 1968, 9, p. 45.
37 Cfr. HOELEVER, op. cit., p. 267.
38 “L’Immortalité”, en Méditations poétiques. Nouvelles Méditations poétiques, París, Gallimard, 1990 (1981), p. 39.

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  • 1. 1 LA MUJER Y EL ÁNGEL CAÍDO: SOTERIOLOGÍA EN LA ÉPOCA ROMÁNTICA José Manuel Losada Actas del IX Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada. Túa Blesa et al. (eds.), Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1994, t. I, p. 235-244. ISBN: 84-920044-1-X. Bien pudiera parecer que cualquier enfoque del ángel caído concerniendo su salvación estuviera abocado al fracaso; cuando menos, no dejaría de ser una discusión bizantina. En efecto, así sería si adoptáramos los presupuestos de la ortodoxia teológica, punto de referencia obligado, no obstante, para la comprensión del campo semántico y vital de nuestro objeto de interés. En este sentido, la doctrina cristiana ha declarado en no pocas ocasiones las condiciones a que se ven sometidos el “padre de la mentira” y sus secuaces desde el momento mismo de la rebelión1. Muy otro es el caso dentro del ámbito puramente literario, donde abundan las recurrencias acerca de la salvación o remisión de la pena del ángel caído. En Alemania, Gran Bretaña y Francia principalmente, aparece reflejado este tipo2; ¿a qué es debido? Ahora bien, antes de proponer una respuesta satisfactoria, surgen otras preguntas que se desprenden de la primera: ¿cuándo, en qué época literaria? ¿Por qué precisamente en esas áreas geográficas y no en otras? ¿En qué situaciones llegan a cristalizar determinados intentos y con qué posibilidades de estabilidad? Desgranando estas preguntas llegaríamos a dar con la respuesta a la que nos parece la cuestión más delicada, elemental y profunda: ¿por qué salvar al ángel caído? O, más precisamente, ¿por qué algunos escritores 1 Vid., entre otros, los textos bíblicos siguientes: 2 Pet 2,4; 1 Ioh, 16, 11; Ids 6; Apc 12, 7; Lc 10,17 y sigs. Del Magisterio eclesiástico, especialmente importante es el Concilio Lateranense IV; vid. Heinrich Joseph DENZINGER, Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, n 428. Para una mayor profundización al respecto, vid. Michael SCHMAUS, Teología dogmática, Madrid, Rialp, 1966 (1959), t. II. 2 Es preciso establecer, a menos de preferir una confusión terminológica que acarrearía indeseables y graves consecuencias, que el crítico se defina sobre el significado y la significación de las palabras empleadas en un estudio de este cariz. ¿Tema, tipo, motivo o mito? Vid. a este respecto, Pierre BRUNEL, Mythocritique. Théorie et parcours, Paris, Presses Universitaires de France, 1992 y Précis de littérature comparée, Paris, Presses Universitaires de France, 1989; interesa de manera especial el capítulo de Philippe CHARDIN, “Thématique comparée”, p. 163-176. Por lo que a nosotros nos concierne en este caso, guardamos una prudente distancia de los postulados emitidos por TROUSSON (Un Problème de la littérature comparée: les études de thèmes, París, Minard, 1965), para quien el tema vendría a materializar un motivo más general. En una línea dispar, adoptamos las conclusiones de BRUNEL, porque nos parece que el tema guarda un carácter marcadamente general y abstracto y que el tipo reúne los avatares de un conjunto temático; además, el motivo queda enmarcado dentro de su finalidad, esto es, debe colaborar en la elucidación del análisis (Mythocritique, p. 30). Considerado desde la perspectiva de FRENZEL (Stoff- und Motivgeschichte, Berlín, Schmidt Verlag, 1966), el motivo se caracterizaría por su función estructularizadora de un tema previo (CHARDIN, P. 165). Con estos parámetros como mínima base para una toma de posición, defendemos la hipótesis de considerar al ángel caído como un tema y su salvación o remisión de su pena como un tipo que, en nuestro estudio, viene a coincidir con su motivo. El ángel caído también podría considerarse, bajo ciertos aspectos –por ejemplo, por el conjunto literario que representa– como un “mito”; sin embargo su definición y las aclaraciones pertinentes requerirían un estudio que no nos permite desarrollar la extensión de estas páginas.
  • 2. 2 románticos “quieren” salvar al ángel caído aún sabiendo que “The State named Satan never can be redeemed in all Eternity”3? Para abordar este tema, adaptándonos a las exigencias del simposio, hemos optado por una vía de acceso que en no pocas ocasiones ha escapado a la crítica: el papel salvífico que la mujer pueda desempeñar en este cometido. Cierto es que la ginocrítica ha conocido en las últimas décadas un desarrollo sin precedentes y de gran relevancia para los estudios de la época romántica. Los trabajos de este tipo han contado con una calurosa acogida especialmente en el mundo anglosajón4; la mayoría de ellos, de innegable raigambre historicista y psicoanalítica, se esfuerzan por establecer, no ya la influencia que una determinada mujer –madre, esposa, amante o hija– haya podido ejercer sobre un escritor, sino las categorías mentales y los condicionamientos físico-psíquicos que enmarcan la labor creativa de las escritoras. Si bien no faltarán referencias a estos acercamientos, preferimos en este caso realizar una serie de calas de tipo temático que permitan desmarcar una línea de investigación netamente antropológica… y, huelga decirlo, “espiritual”; pues todo da comienzo cuando un ángel – espíritu puro– se rebeló y fue bruscamente arrojado de la morada celestial: Depuis quattre mille ans il tombait dans l’abîme5. Que la insurrección ha provocado un desorden cósmico, nadie lo pone en duda; un desorden, aun con todo, relativo y que solo puede ser reconducido de tres maneras: cuando suene la trompeta del juicio al final de los tiempos6, por la aniquilación del culpable7 o, cosa inaudita, mediante la remisión de su pena. Esta última opción “divina”, siempre y cuando la mujer ejerza un papel soteriológico, es el objeto de nuestro estudio. Por sí mismo, el ángel caído no puede obtener la redención; ello es consecuencia de sus primigenias atribuciones, entre las que se contaba una inteligencia y conocimientos tales que le bastaba una única opción –por el bien o por el mal– para que su voluntad quedase definitivamente aferrada. En el caso del “portador de la luz”, su elección ha sido funesta y las consecuencias no se han hecho esperar: la condena divina supone una degradación instantánea de sus cualidades hasta un estado de miseria considerable. Aquí entroncarían, como veremos, sucesivas apariciones de la mujer con este motivo. Aún así, no deja de ser llamativo que las virtualidades femeninas sean puestas a contribución dentro de una tipología que solo halla su pasto adecuado en la imaginación del poeta. Desligado de nuestros habituales puntos de referencia, corremos el riesgo de vagabundear por las regiones etéreas sin apercibirnos de la consistente materialidad del discurso poético. Por ello el recurso a la analogía se muestra en esta ocasión especialmente adecuado; conviene abordar nuestro estudio con unos referenciales preconocidos, cierta experiencia que facilite el acceso de estados previamente conocidos hacia otros absolutamente desconocidos y extraños para nosotros. En este sentido, recordar situaciones similares donde la mujer procura colaborar en la salvación del hombre puede ser de gran 3 William BLAKE, The Four Zoas: Night the Eight, en The Complete Poetry & Prose of William BLAKE, Nueva York, Anchor Books & Doubleday, 1988 (1965), p. 380. 4 Vid. por ejemplo, los trabajos de Toril MOI, Sexual / Textual Politics: Feminist Literary Theory, London, Methuen, 1985; Anne K. MELLOR, Romanticism and Feminism, Bloomington, Indiana University Press, 1988; Barbara SCHAPIRO, The Romantic Mother: Narcissistic Patterns in Romantic Poetry, Baltimore, John Hopkins University Press, 1989 y Diane L. HOELEVER, Romantic Androgyny. The Women Within, University Park, The Pennsylvania State University Press, 1990. 5 Víctor HUGO, La Fin de Satan, “Hors de la terre”, I, en La Légende des Siècles. La Fin de Satan. Dieu, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1984 (1950), p. 767. 6 Vid. Frédéric-Gottlob KLOPSTOCK, La Messiade trad. fr., París, Charpentier, 1842, p. 63 y 94; vid. igualmente, Víctor HUGO, “La Trompette du Jugement”, en La Légende des Siècles, loc. cit., p. 734. 7 Vid La Messiade, p. 174 y 176.
  • 3. 3 utilidad para nuestro propósito; de manera suplementaria, ello nos ayudará a concebir con más profundidad la concepción que del ángel caído tenían los escritores románticos. Lejos de compartir la óptica lacaniana –para quien la mujer no existiría sino como un fantasma del sueño creado por el hombre–, un acercamiento objetivo permite constatar no solo su existencia sino también su operatividad. Nadie pone en duda las enormes diferencias psicológicas que separan los dos sexos: por ser la mujer más ingeniosa, observadora (Rousseau) y sensible (Hegel) que el hombre, no ha de extrañarnos el continuo recurso que los escritores románticos han hecho de estas cualidades. La imagen que de aquella se habían forjado estos es, evidentemente, polifacética, pero predomina, como es el caso de Byron, una idealización de virtualidades positivas carentes en el hombre. Estamos lejos de aquel primer estado por el que hubo de pasar, según algunos críticos como Emil Lucka, el desarrollo de la historia humana en este campo: el del instinto sexual del mundo antiguo. Igualmente ha sido sobrepasado el período medieval de divinización de la mujer; y en la época romántica asistimos a una combinación de ambos desarrollos precedentes: de ahí la ostentosa elevación romántica del amor al ámbito religioso, el equilibrio que nivela en semejante preeminencia el cuerpo y el espíritu femeninos. Hablábamos de la miserable condición de que se ha visto revestido el ángel caído tras su rebelión. Destaca, entre otras, la soledad que le rodea desde entonces. Baste recordar aquellos versos de Vigny: Mais on dit qu’à présent il est sans diadème, Qu’il gémit, qu’il est seul, que personne ne l’aime8. Schapiro ha puesto de manifiesto la íntima relación existente entre la experiencia subjetiva del aislamiento y la semilla del Romanticismo9. Precisamente en esta coyuntura habrá de ser explicada la compañía y la aproximación, aunque al principio solo sean físicas, de la mujer junto al ángel caído. No ha de ser desdeñado, por otra parte, el “Eterno Femenino”, “a male-created ideological construct that celebrated the traditional femenine values of muse-like passivity, loving creativity, and nurturing acceptance”10, principios concomitantes de algo tan específico del romanticismo como es la nostalgia. A pesar de lo anteriormente dicho sobre la mujer, no le será tan fácilmente confiada una omnipotencia divina; ha de encontrar escollos en su singladura, y no será raro que en más de una ocasión se vea frustrada en sus tentativas liberadoras. Encontramos tales experiencias cuando, por ejemplo, procura salvar al hombre, su compañero; precisamente para que no sea presa de las tentaciones diabólicas. Adah lo intentó, sin éxito, cuando Lucifer prometía a su esposo un mundo nuevo, donde la ciencia y la fuerza habían de augurar un próspero futuro al grupo de rebeldes, libres de la tiranía divina11. Semejante resultado observamos en A Vision of Hell: aquí la mujer no escatima en medios para prevenirle del peligro que le acecha: She beckon’d every brething soul to Heaven! By day and night she whisper’d to the heart, – “A God! Eternity! A Day of Doom!” By funerals knells, and swiftly dying friends, In solemn hours, and serious moods, by pangs Within, and perils from without, –by all The eloquence of love and truth divine, 8 Éloa, en Poèmes antiques et modernes. Les Destinées, París, Gallimard, 1990 (1973), p. 26. 9 The Romantic Mother. Narcissistic Patterns in Romantic Poetry, op. cit., p. XI. 10 HOELEVER, op. cit., p. 7. 11 Vid. Cain: a mystery, en The Poetical Works of Lord Byron, Edinburgh, W. P. Nimmo, Hay& Mitchell, 1885, p. 269.
  • 4. 4 She summon’d man to worship, and be saved!– In vain!12. Nuevo fracaso, seguido de la consuetudinaria consecuencia dramática: la condena al infierno, Where minutes seem eternities of pain!13. ¿De dónde, tales fracasos? ¿Acaso la mujer sería incapaz de disuadir al hombre de ser esclavo de sus concupiscencias? No parece que esta sea la razón; de hecho, en no pocas ocasiones, Baudelaire, hombre caído, invoca su ayuda benefactora: Si je ne puis, malgré tout mon art diligent, Pour Marchepied tailler une Lune d’argent, Je mettrai le Serpent qui me mord les entrailles Sous tes talons, afin que tu foules et railles, Reine victorieuse et féconde en rachats, Ce monstre tout gonflé de haine et de crachats14. Quoique tes sourcils méchants Te donnent un air étrange Qui n’est pas celui d’un ange, Sorcière aux yeux alléchants, … Sous tes souliers de satin, Sous tes charmants pieds de soie, Moi, je mets ma grande joie, Mon génie et mon destin, Mon âme par toi guérie, Par toi, lumière et couleur! Explosion de chaleur Dans ma noire Sibérie!15 O femina delicata Per quam solvuntur peccata!16. La diferencia es considerable, pues de simple asesora, la vemos convertida en causa medicinal y libertadora. Los intentos disuasorios se saldaban en un clamoroso fracaso; no así cuando entran en juego todas sus virtualidades: ternura, fortaleza frente a las insidias diabólicas, caridad, luz y color sin igual. No nos han de extrañar, pues, aquellos intentos fallidos, resultado de una concepción de la mujer tan idealizada como adulterada: allí ella era solo definida por su papel accidental en relación con el hombre, de ahí su ser tan efímero como las fantasías y los anhelos de este. Algo muy distinto obtenemos si la situamos en su lugar adecuado, física y psíquicamente restaurada en su totalidad primordial: entonces sí que estará capacitada para ser, incluso, la salvadora de los hombres más 12 Robert MONTGOMERY, A Vision of Hell, en A Universal Prayer. Death. A Vision of Heaven. A Vision of Hell, Londres, Samuel Maunder, 1829, p. 135. 13 Ibid., p. 137. 14 “À une Madone. Ex-voto dans le goût espagnol”, Spleen et Idéal, en Œuvres complètes, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1971 (1961), p. 56. 15 “Chanson d’après-midi”, ibid., p. 57-58. 16 “Franciscæ meæ laudes”, ibid., p. 59.
  • 5. 5 grandes: “In English Romanticism, as well as in a number of mythic traditions, the woman as beloved has functioned as the hero’s savior, the means by which he gains self-realization and full identity”17. Pero nadie salva sin esfuerzo. Es una ley que se cumple siempre; intrínsecamente ligada a la situación del condenado: este se encuentra desvalido e inerme. Incapaz de obtener la salvación por sus propios medios –tampoco nadie se salva a sí mismo–, el angustiado que sufre condena parece estar a la expectativa; oteando el horizonte, sus ojos buscan a un salvador que se apiade de su triste situación… incluso a costa de convertirse en prenda de cambio. El papel salvífico de la mujer se va delineando, aun a su costa, porque ella no ignora todos los sacrificios que ello implica. Elsie entrega su vida a cambio de la salvación del príncipe Henry; ¡y la ejecución será llevada a cabo por Lucifer bajo la apariencia externa de Fray Angelo!18.Y la inmediata reacción de Zillah ante la desesperación que se abate sobre el sentenciado Javan, no manifiesta menor arrojo: JAVAN But O! thy Kindness makes it hard to die! ZILLAH Then we will die together!19 En estas dos últimas obras, Lucifer y los Gigantes –auténticos ángeles caídos, como se desprende de su combate contra las huestes celestiales– eran solo instrumento para poner de realce la abnegación femenina. *** Tras estos someros trazos del personaje femenino como ensayo de salvación del hombre, podemos ahora pasar a la situación paralela donde el cautivo, el necesitado, es el ángel caído. Veremos que las circunstancias cambian de manera drástica, que la gravedad de las alternativas es ciertamente mayor y otro tanto cabe decir de las consecuencias que de ello se siguen para ambos personajes. Consideremos The World before the Flood, de James Montgomery, y el drama lírico que está íntimamente emparentado con él Heaven and Earth, de Byron. Ambos toman como fuentes bíblicas las mismas escenas del Génesis 6, 1-2 y del libro de Enoch. En estas obras, los dos autores ingleses exploraban diversas variedades de amor –carnal, tribal, familiar y divino. Ahora bien, el amor carnal incluye, en el caso de Heaven and Earth, la unión sexual entre dos serafines y dos mujeres mortales, lo cual acarreará el alejamiento sin fin de la morada celestial. Así lo recuerda Manfred en la pieza que lleva su mismo nombre: The erring Spirits who can ne’er return20. En efecto, los espíritus, seducidos por la belleza de las mujeres mortales, tras su abajamiento provocado por la unión sexual, ya nunca serán capaces de volver al cielo21. ¿Ocurrirá lo mismo, podemos preguntarnos, en similares composiciones continentales? Para abordar este tema traemos a colación una serie de poemas –que bien podrían recibir el nombre de epopeyas– pertenecientes a los poetas románticos franceses “oficiales”, cuya filiación respecto a los alemanes y a los ingleses queda fuera de duda, al menos en lo que respecta a nuestro objeto de estudio. Veamos La Chute d’un ange (1838), obra culmen de Lamartine dentro de este tipo literario. Ya el mismo año de su aparición, Le Constitutionnel (en fecha del 16 de mayo), y la Revue critique des livres nouveaux (en su número de junio), 17 HOELEVER, op. cit., p. 120. 18 Vid. The Golden Legend, en The Poetical Works of Longfellow, Boston, Hougton Mifflin Company, 1975, p. 411 y 459. 19 The World before the Flood, en Poems of James Montgomery, London, Routledge, 1860, p. 185. 20 The Works of Lord Byron: Poetry, 7 vols., Londres, John Murray, 1901-1905, vol. III, 2, v. 3-8. 21 Vid. Gayle SHADDUCK, England’s Amorous Angels, 1813-1823, Gayle SHADDUCK, Lanham, University Press of America, 1990, p. 213-215.
  • 6. 6 hacían referencia a las principales fuentes en que había bebido el autor francés: The Loves of the Angels, de Thomas Moore y Paradise lost, de Milton22. Todo se resume en el amor que conocen dos seres: Cédar y Daïdha. El ángel Cédar se había quedado prendado de la joven Daïdha. Se solazaba viéndola entre los hombres y, en más de una ocasión, había dejado incumplidas sus obligaciones dentro del coro angélico. Como aquella en que, por unos instantes, decidió desgajarse de la cohorte celestial para mejor contemplar la belleza de la hija de los hombres. Fue testigo entonces de un funesto acontecimiento: un gigante, cazador de hombres, la hizo presa entre las mallas de sus redes con el objetivo de venderla como esclava. No tardaron en llegar otros gigantes que comenzaron a disputar el botín. Pero el ángel estaba allí, presenciando a la joven que, bañada en llanto y sudor, luchaba con denuedo por escapar; ante tal desamparo, Cédar resuelve, adoptando la humana, renunciar a su condición angélica con el fin de rescatar a Daïdha23. El “ángel caído” saldrá victorioso de un combate desigual, prueba de un amor que Daïdha no dejará de premiar. Desde aquel momento, solo el amor que se profesan mutuamente será capaz de aliviar las sucesivas pruebas a que se ven sometidos: exilio, persecuciones, amenazas de muerte… El ángel caído expía así, en su peregrinación terrena, su desordenada compasión; baste recordar la escena en que se ve maniatado y sometido a malos tratos por los hombres de la tribu de su amada. Viéndolo en tal estado, privado de la libertad, Elle eût voulu briser les chaînes de ses bras24. Por frecuente que sea en el universo del ángel caído, nunca nos acostumbraremos a la irresistible tendencia por tocar los extremos: no hay lugar para la contemporización; y la vehemencia romántica encuentra en este tema un terreno especialmente propicio para los arrebatos sin medida. Morir por el ser amado, despreciar la vida si él no está presente; tentaciones que conocerán todas las mujeres, como Daïdha en ausencia de Cédar25. Solo al final de un largo periplo, la lucha contra las adversidades y la incondicional compañía de Daïdha obtendrán lo que parecía improbable: que un ángel recupere su prístina condición. Cabe seguir avanzando y presenciar situaciones aún más inauditas. Pensamos ahora en aquel ángel, en un principio de sexo indeterminado, que se convierte en “una” ángel: Éloa, encarnación divina de la piedad26. La anglomanía de Vigny queda fuera de toda duda, y siempre se ha resaltado la impronta que sobre él dejaron –al margen de la Biblia, Homero y Klopstock– las lecturas de Milton y Ossian. Su bello poema Éloa tiene también huellas inglesas, más precisamente las de Byron y Moore, como demostraban, al igual que en el caso de Lamartine, sus compatriotas del mismo siglo –Dumas (Mémoires, 1852-1854, vol. XIV, p. 63) o Toussenel (Le Temps del 15 de junio de 1835) para el primero, y Barbier (Souvenirs personnel et silhouettes contemporaines, 1883) o Cornudet (Lettres à un ami de collège, 1827- 22 Vid. Eric PARTRIDGE, The French Romantics’ Knowledge of English Literature (1820-1848), Nueva York, Burt Franklin, 1968, p. 164. 23 Dentro de la salvación del ser querido, el paso del hombre al ángel caído viene representado de manera marcadamente gráfica en estos verso de Thomas MOORE: “Thou hast calle’d me thy Angel in moments of bliss, / And Thy Angel I’ll be, ’mid the horrors of this, – / Through the furnace, unshrinking, thy steps to pursue, / And shield thee, and save thee, –or perish there too!” (citado por POE, Crítica, Madrid, Alianza Editorial, p. 98). 24 La Chute d’un ange, en Œuvres poétiques complètes de Lamartine, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1991 (1963), p. 859. 25 Vid. La Chute d’un ange, loc. cit., p. 899. Es sorprendente la semejanza de sentimientos y situaciones de Antígona; pensemos, por ejemplo, en la pena impuesta a la heroína, en todo punto idéntica a la infligida a la amante del ángel caído. 26 Cfr. Max MILNER, Le Diable dans la littérature française. De Cazotte à Baudelaire (1772-1861), París, José Corti, 1971 (1960), t. I, p. 376.
  • 7. 7 1830, en la carta del 9 de abril de 1829) para el segundo. Precisamente este último reseñaba, con acierto, las afortunadas “coincidencias” en la utilización de todos los tesoros de la poesía oriental27. Una mirada furtiva va a ser la ocasionante del primer interés que Éloa experimenta por un desconocido, hermoso y ricamente acicalado; perlas y diamantes sin número lo adornan. Y, sin embargo, está triste. La larga conversación que entonces tiene lugar va descubriendo progresivamente la auténtica identidad de este nuevo compañero, aunque no llegará a desvelarse completamente hasta el final. Atractivo como sus promesas, el desconocido va ejerciendo una tan sutil como poderosa influencia sobre Éloa; esta, cada vez más intrigada, no cesa de plantear preguntas y compadecerse del lamentable estado en que se encuentra un ser que ya la ha cautivado. Decide entonces, aun tímidamente, acceder a sus requerimientos, perder parte de su libertad, para así poder salvarle; cuando recapacite sobre su descabellada acción, ya será demasiado tarde: Où me conduisez-vous, bel Ange? – Viens toujours. – Que votre vie est triste, et quel sombre discours! N’est-ce pas Éloa qui soulève ta chaîne? J’ai cru t’avoir sauvé. – Non, c’est moi qui t’entraîne. – Si nous sommes unis, peu importe en quel lieu! Nomme-moi donc encore ou ta Sœur ou ton Dieu! – J’enlève mon esclave et je tiens ma victime. – Tu paraissais si bon! Oh! qu’ai-je fait? – Un crime. – Seras-tu plus heureux, du moins, es-tu content? – Plus triste que jamais. – Qui donc es-tu? –Satan28. Con acierto señalaba Milner que Éloa fue, antes que nada, un ángel de sexo indeterminado. Es sabido que los ángeles son, por principio, seres asexuados, lo cual, por tanto, no habría de tener mayor relevancia en el caso de Éloa; que posteriormente se vea revestido del género femenino no lo exigía sino la evolución de la trama y el objetivo de Vigny. No obstante, el hecho es más transcendente de lo que a primera vista parece, ya que engarza directamente con la tradición romántica del andrógino. En este símbolo, los escritores que ahora nos ocupan podían encontrar una manera de expresar su búsqueda insaciable de la ficticia unidad entre lo humano y lo divino; símbolo idóneo, pues, y que, además, permitía el reconocimiento de la futilidad de la empresa29. Camino atípico pero adecuado, por donde se anhela recobrar una mítica unidad perdida y una potencialidad creativa añorada30; vertiente, en definitiva, que también se encamina a la salvación: “There can be no denying the fact that the (…) Romantic poets adhered to such an ideology of sexual and sexist polarization, and their use of androgyny as a psychic goal was a poetic technique designed to merge the fictional masculine and feminine in one new and redeemed being”31. Pensemos por ejemplo en Urizen, uno de los héroes de The Four Zoas, símbolo por excelencia del estado hermafrodita de Satán, y que tan bien se adapta a tales tentativas –fallidas, en este caso– de salvación32. Enlazamos aquí con aquel canto épico de Víctor Hugo mentado al principio de estas consideraciones. Hemos visto al “ángel de luz” caer, entrar en la sombra infinita, perder una pluma 27 Vid. PARTRIDGE, op. cit., p. 170. 28 Éloa, loc. cit., p. 46. 29 Cfr. HOELEVER, op. cit., p. 17. 30 En este sentido apuntan los trabajos de Ricœur y Freud. Por otra parte, Béguin ve en el andrógino el símbolo “quintaesencial” de la era romántica. 31 HOELEVER, op. cit., p. XV. 32 Vid. loc. cit., “Night the Eight”, p. 374 y 963.
  • 8. 8 que deslumbra a todos los habitantes del cielo, sufrir, llorar y odiar… hasta que el ángel Libertad decide ir en su búsqueda: Étoile; conduis-moi sous la fatale voûte; Dieu permet que je parle à celui qui fut grand33. En efecto, Hugo ha decidido aprovechar aquella pluma blanca que se cayó del ala de Satanás cuando la cólera de Dios lo precipitó a las fosas abisales. De ahí nacerá su otra hija, la que, en el poema, es a un tiempo hija de Dios y del diablo: el ángel Libertad34. Tras indagar por todo el caos cósmico, preguntando al rayo que lo fulminó o al frío invierno, la virgen Libertad se detiene frente al Infierno: Ce précipice était de la mort, faite abîme. On y sentait flotter du sépulcre dissous. On voyait de la nuit sous la nuit; au-dessous De l’ombre, dans un vide étrange, on voyait l’ombre. Tout au fond remuait une apparence sombre; Un fantôme entrevu, submergé, troublé, enfui, Errant, rampant; c’était le Damné; c’était Lui. (p. 917). Deslizándose hasta el profundo sueño en que Satán se encuentra sumido, el ángel Libertad le susurra al oído algo inaudito: la capacidad que él tiene de recuperar su estado primigenio. En contra de todas las previsiones, poco a poco esta vez sí consigue persuadirlo, mostrándole en su ensoñación cuánto ha perdido y cuánto puede recobrar. Al concluir esta larga conversación entre el padre y la hija, Satán se queda solo, meditando su pasado. ¡Si Dios pudiera amarle…! Pero su conciencia le recrimina sin cesar su esencia maligna, su rebelión y la irrevocabilidad de la sentencia divina. Sumido en la más profunda tristeza, eleva al universo entero un grito desesperanzado que no dejará de tener, sin embargo, efectos insospechados: Écoutez ceci, sphères, Étoiles, firmaments, ô vieux soleils, mes frères, Vers qui monte en pleurant mon douloureux souhait, Cieux, azurs, profondeurs, splendeurs, –l’amour me hait! DIEU PARLE DANS L’INFINI – Non, je ne te hais point! “Un ange est entre nous; ce qu’elle a fait te compte. L’homme, enchaîné par toi, par elle est délivré. Ô Satan, tu peux dire à présent: Je vivrai! Viens; la prison détruite abolit la géhenne! Viens; l’ange Liberté, c’est ta fille et la mienne. Cette paternité sublime nous unit. L’archange ressuscite et le démon finit; Et j’efface la nuit sinistre, et rien n’en reste. Satan est mort; renais, ô Lucifer celeste!” (p. 940). Ninguna duda sobre la insatisfacción romántica respecto a las soluciones que ofrecía la ortodoxia. Ya en su día, las experiencias esotéricas de les tables tournantes y La Bouche d’ombre enseñaban el perdón universal. La nueva religión de Víctor Hugo aboga por el amor y el progreso incluso más 33 La Fin de Satan, loc. cit., p. 913. 34 Vid. Pierre ALBOUY, introducción a las Œuvres poétiques de Victor Hugo. II, Les Châtiments et Les Contemplations, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1986 (1967), p. XLVII.
  • 9. 9 allá de la tumba, dado que no acepta el inexorable rechazo de la remisión completa de la culpa. Según esta hipótesis, las almas todas surgirían poco a poco y el mal desaparecería por completo35. Para Byron, la inmortalidad del alma era algo sobre lo que apenas admitía titubeo alguno, y otro tanto se puede decir sobre el castigo que acaece tras la muerte: este ha de ser el resultado de una corrección, nunca una venganza; de ahí, piensa el poeta inglés, su finitud en el tiempo hasta el día de la resurrección final36. Dando un paso adelante respecto a la opinión de sus correligionarios ingleses – quienes buscaban por todos los medios apropiarse el mundo externo37–, Víctor Hugo y los románticos franceses querrán transformarlo. Si no les era posible realizar materialmente este propósito, optarán por efectuarlo en su imaginación, sobre la hoja de papel. Nuevo idealismo, donde los románticos tienden a modificar los dictados ortodoxos según otras convicciones, aun a costa de caer en la heterodoxia. Todo ello es una consecuencia directa de la concepción romántica del mundo, del instante presente, donde no todo está definitivamente decidido. La concepción cíclica del universo también defiende estas tesis que engarzan con el mito del eterno retorno. Es la suya una rebelión contra un dato racional que no admiten: ¿cómo puede ser aceptable una condena sin término y, por tanto, una infelicidad eterna? La interrogación romántica cobra cuerpo en aquel poema de Lamartine: Et l’homme, et l’homme seul, ô sublime folie! Au fond de son tombeau croit retrouver la vie, Et dans le tourbillon au néant emporté, Abattu par le temps, rêve l’éternité!38 Consecuencias, en definitiva, de un antirracionalismo gnóstico en clara relación con algunos postulados de Orígenes y, más avanzado en el tiempo, con el pietismo de los protestantes –pensemos en Klopstock y la remisión obtenida por Abdiel-Abbadona– que les precedieron inmediatamente. 35 Ibid., p. XLVI. 36 “A material resurrection seems strange and even absurd except for purposes of punishment –and all punishment which is to revenge rather than correct must be morally wrong. And when the World is at and end –what moral or warning purpose can eternal tortures answer?”; Selected Poems and Letters, Boston, Houghton Mifflin, 1968, 9, p. 45. 37 Cfr. HOELEVER, op. cit., p. 267. 38 “L’Immortalité”, en Méditations poétiques. Nouvelles Méditations poétiques, París, Gallimard, 1990 (1981), p. 39.