2. Siempre lo es.
Aunque se repita “tengo mucha fe”.
Es la proclamación de la soledad
y de la impotencia ante una amenaza.
3. Franquearle la entrada en la conciencia,
es confesar la realidad
de esa siniestra ilusión que se llama Mal.
Es afirmar su poder sobre el Bien.
4. Incluso admitir implícitamente la inexistencia de Dios,
al menos en la práctica.
Y eso, también es aplicable a la preocupación,
forma más “civilizada” de sobrellevar
nuestro miedo en el mundo actual.
5. Albergar esos sentimientos
es situarse en un terreno
del que ya se ha exiliado a Dios, el Bien.
Y asentados en ese desierto de oscuridad,
no extraña que la respiración se entrecorte
y la armonía se convierta en caos.
6. Repetir, “Yo creo en Dios”
mientras se tiembla sacudido por el pánico,
es un inútil mantra sin sentido.
Porque esa fe está vacía de comprensión.
7. Creer, es reconocer la presencia,
“aquí y ahora”,
de una realidad, (la única),
que está siempre operativa.
8. Comprender que Dios es el Amor.
Y que es uno conmigo sin interrupción.
Aceptar que tome el control total de mi existencia.
Y así darme la oportunidad de experimentar su Poder.
9. Escrutar día a día las señales de su benéfica compañía,
y atesorar la memoria de sus caricias.
Estar atento y dispuestos a descubrirlo,
en el eterno tic-tac de nuestra existencia.
10. Entonces todo cambia, se “revela”.
Como cuando la Tierra, vuelta al sol en cada aurora,
viste de colores nuestro horizonte,
y la oscuridad se desvanece con cada beso del Sol.
11. Lo que nos asusta es sólo el “negativo”
de la luminosa manifestación del Bien infinito.
12. Y es que si “el miedo es ateo”,
el Amor, su contrario,
es el mismo Dios.es el mismo Dios.