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EL POSMODERNISMO Y EL CRISTIANO
Vittorio Fantoni
Éste es un tema difícil, es difícil hablar de la posmodernidad, sobre todo porque es un clima, no
es una idea, no es un dogma. Yo he comenzado a interesarme en el fenómeno de la posmoderni-
dad mientras preparaba un curso de ética cristiana, al enfrentarme a los problemas éticos que plan-
tea el adventismo. Porque para el adventismo la ética es un problema, ya que el adventismo no ha
invertido demasiados esfuerzos en la ética, los ha invertido en la teología y en la unidad; cuanto más
se invierte en la unidad, menos se invierte en la moral.
Así que, reflexionando sobre la problemática ética adventista, me he dado cuenta de que la éti-
ca adventista es una ética de la modernidad, presenta los caracteres propios, singulares de la mo-
dernidad, mientras que hoy nosotros ya estamos pasando a otra realidad, a otro clima, y esto pue-
de ocasionar un colapso, una crisis que nosotros vemos que ya está ocurriendo en las iglesias
adventistas de occidente. La crisis puede llegar a ser más fuerte si el grupo de gente adventista no
se da cuenta de que estamos entrando en otro momento de la historia, que estamos avanzando
un paso más en la historia. Nosotros aún razonamos como si nos encontrásemos en la modernidad,
mientras que en occidente vivimos en otra realidad, que es la posmodernidad.
Pero aún hay otro problema: en la parte del mundo en la que la Iglesia Adventista crece, aún no
ha llegado la posmodernidad. Así que el pluralismo que está creciendo dentro de la Iglesia Adventista,
puede llegar a provocar un gran conflicto, incluso un colapso. Los mayores daños llegan cuando uno
no es consciente del problema en el que está inmerso.
Tanto la modernidad como la posmodernidad son dos categorías de la cultura occidental. Por mo-
dernidad se entiende la civilización occidental dominante desde el Renacimiento hasta ahora, cul-
minada con el iluminismo y el positivismo del siglo XIX. Las características fundamentales de la mo-
dernidad son: el racionalismo, el individualismo burgués (porque la posmodernidad revaloriza el
individualismo hedonista), el capitalismo, el progreso científico y tecnológico y la secularización. És-
tas son las características fundamentales.
La modernidad ha definido al hombre como sujeto racional fundamental. El hombre vive en un
mundo de objetos, de sujetos, que se deben comprender por medio de la razón. La consciencia
racional se convierte en el criterio del conocimiento. El hombre se erige autónomo respecto a
Dios, a la tradición y a la religión. La reforma protestante ofrece ciertos motivos a la modernidad,
porque cambia el concepto de autoridad y coloca al individuo singular en relación directa con Dios,
afirma la autonomía en el examen de la Biblia. Pero en la Reforma, la razón está sujeta a la Biblia;
en la modernidad la razón no está sometida a nada.
El hecho de que la modernidad rechace la soberanía de Dios, no significa que no reconozca
tanto las leyes como el orden. Es más, las leyes son el fundamento social de la modernidad. Mas,
¿quién hace las leyes? El que gobierna; y quien gobierna no lo hace por la gracia de Dios, sino
por voluntad de la nación. (¡Menos mal! También debemos reconocer los valores de la modernidad).
La fe en Dios se sustituye totalmente por una fe absoluta en el progreso, que era un carácter fun-
damental del siglo XIX. Yo recuerdo cuando era niño, después de la guerra, después del desastre
de la Segunda Guerra Mundial, que, cuando en Italia se inició la reconstrucción, había optimismo
hacia el futuro, mucha fe en la medicina, fe en la ciencia que nos ha dado el cielo y la luna, las cla-
ses obreras pobres tenían una enorme fe en el futuro, porque el socialismo, el comunismo, los sin-
dicatos, proporcionaban fe. Hoy eso no existe. Éste es uno de los primeros puntos del paso a la pos-
modernidad.
Voltaire escribió: «Un día todo irá mejor, ésa es nuestra esperanza». Éste era el sueño de la
modernidad. La modernidad ha llevado hacia delante una idea fundamental: la universalización, que
ha sido un intento de homologar a todo el mundo hacia los valores que tiene occidente. Ésta ha si-
do la base del colonialismo del siglo XIX. Pensad que los sistemas legales de Europa (de Inglaterra,
de Francia, etc.), se impusieron en India, en África, en América del Sur, porque eran los mejores.
La concepción evolucionista es un concepto típico de la modernidad. Aquí hay pastores jóvenes
y un poco más mayores: ¿recordáis, los que lleváis bastante tiempo en la iglesia, cómo nuestros
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hermanos norteamericanos que llegaron a España trataban de imponer su forma de entender el es-
tilo de vida y de cómo hacer las cosas? Éste es un aspecto de la universalización. Las culturas más
fuertes intentan homologar y absorber las otras. De ahí que, nosotros, debamos decir que el ad-
ventismo es una comunidad que ha sido expresada en la modernidad. Cuando los misioneros iban
a África, querían que hubiese africanos convertidos al adventismo, al baptismo, etc., que se con-
virtiesen en pequeños americanos, que cantasen los himnos de Calvino y Lutero, que estuviesen
callados, que no tocasen los tambores y que no utilizasen más la emotividad que les caracteriza-
ba. Ésto es la modernidad.
La modernidad ha incidido mucho en la teología, ha pasado el acento del cielo a la tierra y, en al-
gunos aspectos, creo que ha hecho bien; pero el problema es que ésto, después, se ha convertido
en liberalismo, la autoridad de la razón humana ha sustituido la autoridad de la razón de Dios.
No se sabe exactamente cuándo nace el concepto de posmodernidad. Podríamos situar ese ori-
gen en las reflexiones de algunos arquitectos respecto a las formas que debían tener las ciuda-
des, criticando violentamente los proyectos urbanos que crean las macrociudades, las metrópolis
enormes, funcionales sólo para la producción y el comercio, pero nunca para la vida del individuo.
Los primeros arquitectos posmodernos han rechazado la idea de que en África, en Asia, en América
y en Europa se pudiesen crear ciudades iguales, han intentado recuperar las culturas locales y
crear, en las grandes ciudades, un sistema de pequeñas microciudades dentro de esa gran ciu-
dad, como antiguamente eran los barrios. En el barrio, en lo pequeño, uno encuentra absolutamente
todo. La arquitectura posmoderna ha creado enormes edificios que, en muchas ocasiones, tienen
esos cristales ahumados para que no se pueda ver dentro, pero en ese adentro hay jardines, es-
tructuras para niños y ancianos, etc., hay una enorme diversificación dentro del edificio, son pe-
queñas ciudades para cinco mil habitantes. Yo no entiendo mucho de esto, pero sé que estructu-
ras como éstas ya existen en Francia, en Estados Unidos, en Alemania.
La posmodernidad se puede individualizar en cualquier campo de la vida: en la literatura, en la
comunicación, en la sociología y, sobre todo, en la ética, con la superación en la ética del deber, pa-
ra tratar de llegar a una ética mucho más individual.
La sensibilidad posmoderna se manifiesta con frases como éstas: «No existe la verdad, pero hay
muchas verdades», «cada uno tiene su propia idea y no se debe imponer esa idea a los demás»,
«cada uno puede hacer lo que quiera», «el poder lo mueve todo», «es bueno lo que gusta», «lo jo-
ven es hermoso». Éstas son frases que vosotros escucháis y que lo hacéis incluso en la iglesia, que
nacen de esta nueva sensibilidad posmoderna.
Hay una cita, que no leeré entera, pero sí ciertas frases: «Lo posmoderno significa dejarse ir ha-
cia el flujo de los continuos cambios, significa considerar el pasado como un baúl lleno de posibili-
dades y todas igualmente válidas». Es como estar en un supermercado e ir cogiendo los fragmen-
tos, los diferentes elementos, y colocarlos todos juntos, sin la preocupación de formar un cuerpo
completo de convicciones.
La posmodernidad significa ser enormemente sensible a la imagen. Para muchos adventistas lo
fundamental, lo imprescindible aún hoy, es la importancia de la imagen. La posmodernidad está muy
atenta al cambio, a lo que llamaríamos la moda, la publicidad, el espectáculo, lo efímero. La idea de
lo efímero es fundamental en la sensibilidad posmoderna: lo efímero es eso que está íntimamente
unido a las emociones, que van y vienen. Una característica esencial de los romances posmoder-
nos son las citas explícitas o implícitas, una detrás de otra, y cada cita toca uno de mis sentimien-
tos por un momento y, después, viene otra.
Otra característica de la literatura y el cine populares posmodernos es la reconsideración de la
temporalidad, del tiempo. Hoy muchas películas de ciencia ficción nos muestran los héroes vestidos
al estilo de la Edad Media, pero con armas láser. Se nos presenta la imagen de un mundo que ha
sido destruido y, por ello, existe una nueva Edad Media (un ejemplo de ello lo tenemos en la pelí-
cula protagonizada por Kevin Costner, titulada en España Mensajero del futuro).
Ya veis que el tiempo no es lineal. Un niño que ve en una película a un hombre vestido con pie-
les, como en el medievo, viajando en su nave espacial, pierde la idea de la Historia. Cuando yo
era pequeño y leía un tebeo o un libro o veía una película, encontraba los floretes y, al verlos, yo sa-
bía que me ubicaban en un tiempo histórico; si veía los indios con sus plumas y los caw-boys con
sus winchester, yo sabía que me ubicaban en un tiempo. Ahora no. Se está pasando de un tiempo
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lineal a un tiempo circular. Tened presente que el tiempo cíclico es una característica pagana,
quiero decir arcaica, antigua.
La posmodernidad acepta la tesis de la escuela de Frankfurt. ¿Hay aquí algún estudiante que co-
nozca esta escuela (Adorno, Marcuse, por ejemplo)? Recuerdo que Marcuse era un modelo en el
68. Esta escuela, que está trabajando desde hace casi ochenta años, ha condenado la modernidad,
ha denunciado los errores y el mal causados por la ciencia, ha denunciado el colonialismo como fru-
to natural de la modernidad. Tenemos que decir que diversos pensadores contemporáneos pos-
modernos afirman que el holocausto, que Auschwitz, no ha sido un incidente, un suceso de la Historia,
sino un trágico fruto de la modernidad radical; porque si la modernidad acepta la idea de la univer-
salización, en la que la cultura más fuerte se impone a las otras más débiles, al límite, una cultura
destruye a la otra y la anula. Ésta es una hipótesis que también comparten estudiosos hebreos.
Se dice que la modernidad ha sido un pensamiento muy fuerte, mientras que la posmodernidad
está tratando de expresar un pensamiento débil. Esta idea del pensamiento débil ha sido formula-
da por un italiano: Gianni Vattimo, que es un católico de izquierdas, manifiestamente homosexual
y que, como homosexual, quiere vivir su fe cristiana. Hace veinte o treinta años, él formuló la frase
«el pensamiento débil», que es fundamental para comprender el fenómeno de la posmodernidad.
Hoy incluso se habla de debilismo (en el sentido de utilizar la palabra débil como sustantivo, como
debilidad). Por ejemplo, vamos a ver cuáles eran los grandes elementos o sujetos de la modernidad
o incluso los precedentes a la modernidad: Dios, patria, razón, ideologías (comunismo, fascismo),
el papa; todos ellos elementos fuertes sobre los que organizábamos nuestra vida.
Antiguamente, cuando se iba a la guerra, que muriesen cien mil soldados era normal, y aún hoy
es normal para las culturas no occidentales. Hoy los occidentales van a la guerra pero no quieren
perder soldados. «¡Ha muerto un americano en diez días de guerra! ¡Uno! ¡Es una tragedia!» En
Vietnam murieron sesenta mil. Éste es un elemento de la posmodernidad.
Vamos a poner un ejemplo sencillo diciéndoos una frase: «Dios salva al hombre». Una gran ver-
dad evangélica. El sujeto es Dios, el verbo (salva) toma mucha fuerza del sujeto (Dios); si Dios es
el sujeto fuerte, seguro, el verbo salva es claro y te reconforta, da significado al objeto, que es el
hombre. Ésta es una frase de la modernidad o de sus precedentes. Hoy, en cambio, la frase se di-
ría así: «Quizás, si Dios existe, salva al hombre». El sujeto es débil, ha caído en la duda, está con-
dicionado; el verbo ha perdido fuerza y el objeto (el hombre) deambula en el viento.
Con este ejemplo sencillo, podéis ver el paso del pensamiento fuerte de la modernidad al pen-
samiento débil contemporáneo, donde faltan los absolutos, faltan las certezas y ahora ya no hace
falta investirse del futuro, sino tan sólo de los pequeños fragmentos del presente, lo que nos da esas
emociones confortables, el sentimiento, porque no existe una gran historia que dé significado a mi
vida. Aquí tenemos la idea de Jean François Léonard, un gran filósofo francés que murió hace un
año y que ha inventado la definición de las grandes narraciones. Afirma que la modernidad está ca-
racterizada por la existencia de grandes narraciones. El cristianismo es una gran narración, que par-
te del inicio y llega al final, y absolutamente todo se explica entre su inicio y su fin (caen la torres
de Nueva York y los adventistas dicen que ya estamos en la profecía). El comunismo también es
una gran narración. Hace un tiempo, en Italia, había muchos comunistas (para nosotros era un
poco más difícil); se leía en el periódico, por ejemplo, que había sucedido un atentado en África y el
comunista decía: «Son los americanos»; estaba clarísimo. Si ha ocurrido cualquier cosa, «son los
jefes», ante otra cosa «es la Iglesia», todo estaba clarísimo. Y, para los cristianos, o es Dios o es
Satanás. Todo estaba claro. El capitalismo es otra gran narración, con las leyes del libre mercado
se explicaba todo y esto confortaba, daba seguridad. Y yo mismo me encuentro ubicado dentro de
una gran historia: la historia de la salvación. Soy parte de, yo soy algo, existo y cuento para alguien.
Para Jean François Léonard el período de las grandes narraciones ha acabado. En occidente
ya no existen más visiones completas del mundo a las que aferrarse. Lo que el hombre hace aho-
ra mismo es mirar, pero su mirada vuelve hacia sí mismo, se mira a sí mismo, se percata de que el
hombre es muy poco, pero se conforma con esto, se contenta y no crea otra gran narración. Incluso
los estudiosos cristianos intentan leer la palabra de Dios a través de este debilismo o debilidad.
Pensad en Simone Weil: ¿alguno conoce este nombre? Es una hebrea convertida al catolicis-
mo, es un gran ser con quien no me habría gustado vivir cerca, porque los grandes seres son un po-
co antipáticos. Para ella, a la debilidad del hombre se arrima la debilidad de Dios, la debilidad de
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Dios es la referencia del hombre. En un cierto momento, ella dice: «Dios llama débilmente y el hom-
bre escucha débilmente, yo sé bien que no me ama. ¿Cómo me puede amar? Dentro de mí aún hay
algo, un punto que, temblando de miedo, no puede impedir pensar que, a pesar de todo, quizás
me ama». ¿Sentís esta debilidad, esta incertidumbre? Y, atención, que esta mujer murió por su fe.
Quien tiene fe y siente la precariedad de la fe, posiblemente tuviese una fe más fuerte que la
que se tuvo en el pasado. Pensad en esta imagen: esas dos líneas que tienden a acercarse pero
nunca se tocan, que se encuentran en el infinito, es un acercamiento sin encontrarse nunca. Son
Dios y el hombre. ¡Qué diferencia entre los que dicen «yo tengo la verdad» y «yo conozco la verdad
y mi iglesia es el pueblo de Dios»! Son dos mundos totalmente distintos. Yo, personalmente, sien-
to un acercamiento hacia ese posmoderno.
Hay otra frase de Simone Weil muy hermosa. Ella vivió en la modernidad, pues murió hace cin-
cuenta años, pero se percataba de su fin. La definió como un rodar [...].
[...] Norberto Bobbio es un filósofo antifascista y un hombre muy involucrado políticamente con
la izquierda que, humildemente, se ha permitido expresarse sobre la religión cristiana y la posmo-
dernidad. Bobbio se define como un no creyente que tiene el infinito enfrente y la vida detrás de él;
se define como un no creyente, que reconoce la existencia del infinito. Él dice que hoy vemos los
errores de la razón, esa razón que no ha dado la felicidad al hombre, y que el pensamiento de la ra-
zón se ha convertido en algo débil; pero, él mismo, dice ver cómo entre sus amigos cristianos está
naciendo una teología débil. La razón, el dios de la modernidad, se ha convertido en algo débil, mas
hoy, incluso el Dios cristiano se ha convertido en algo débil.
¿Alguno de vosotros ha intentado encontrar el término hebraico sim sum o tsim tsum de la cá-
bala? Dios, cuando ha creado al hombre libre, le ha cedido por su propia voluntad una parte de su
ser, un espacio físico que ya no será más de Dios, sino del hombre, con lo que Dios ya no será
omnipotente, porque parte de su poder la ha dado al hombre en la creación. De ahí que surja la idea
de la debilidad de Dios. Prestad atención, porque si leemos Filipenses 2, en el hilo cristológico, Dios
se ha hecho débil, se ha anulado para habitar entre los hombres. El Dios que nosotros tenemos es
el que ha muerto en la cruz, que se ha encontrado en la debilidad. Ésta es una idea hebraica que
nosotros podemos aceptar; la idea de un Dios que no será más omnipotente, ha sido un consuelo
para los hebreos después del holocausto.
Terminamos con esta idea. Hans Jonas, un filósofo que ha escrito un pequeño libro titulado El con-
cepto de Dios después de Auschwitz, dice: «En nuestra tradición, atribuimos a Dios tres cualidades:
la comprensibilidad, a Dios se le puede entender; la omnipotencia, Dios lo puede todo; y la bondad».
El pensamiento hebreo, después de Auschwitz, ha afirmado que estas tres cosas ya no pueden ir
juntas. ¿Cuál de estas tres se puede eliminar? Si Dios es bueno y omnipotente, ¿por qué ha per-
mitido que nuestros niños mueran en esos campos? Yo no lo comprendo, esto no es comprensi-
ble. Si Dios es bueno y yo lo entiendo, entonces ya no es omnipotente. Si Dios es omnipotente y
yo lo entiendo, ya no es bueno, porque no ha evitado un mal absoluto. Jonas y Eli Wiesel (que en
su libro La noche, nos confronta con un niño de su edad, que había sido ahorcado en el campo de
Auschwitz porque era demasiado delgado para morir rápido) se preguntan: «¿Dónde está Dios fren-
te al dolor y la muerte? ¿Qué está haciendo?» ¿Cómo podía Wiesel mantener su fe en Dios si no
pensaba en un Dios débil? Dios es bueno, porque le he conocido; Dios es incomprensible o yo quie-
ro comprenderlo, pero no es omnipotente. Dios debe tener piedad, porque sufre con nosotros.
Sobre el concepto de la debilidad, creo que el pensamiento cristiano contemporáneo debería ha-
cer referencia al hebraísmo, porque los hebreos han vivido ese drama y de los dramas se aprende.
Otro aspecto de la actitud del posmoderno: el gran espacio de la imagen. La palabra está per-
diendo cada vez más la centralidad, la palabra cada vez está cogiendo más la didascalia de la
imagen. ¿Queréis un ejemplo nuestro, adventista? Aclaro que no voy a hacer una crítica. Los jóve-
nes, en vuestros encuentros, casi siempre hacéis escenas de mimo, canciones suaves, los textos
de las canciones son ligeros, fáciles de aprender (Dios es bueno, Dios te ama, Cristo es bueno, etc.).
Esta ligereza es propia del posmodernismo y es un problema grave para la liturgia protestante. La
liturgia protestante siempre se ha centrado en la predicación de la Palabra de Dios, Cristo se defi-
ne como la palabra, Dios, cuando se revela al hombre, se revela como palabra escrita. Hoy la ima-
gen, la escena, el mimo que duran dos o tres minutos, se prefieren frente a otras opciones, porque
se dirigen hacia las emociones y crean muchos menos problemas, no se quieren los problemas.
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Frases que se dicen: nosotros vamos a la iglesia para estar bien, no para que nos hablen de pro-
blemas, ni que me digan lo que debo hacer [...].
Ahora, la música. Éste es el tiempo de la música, y la relación que muchos jóvenes tienen con
la música se puede comparar con una tempestad emocional, similar a lo que nosotros podemos de-
nominar una fuerte experiencia religiosa de tipo místico, la experiencia religiosa mística que lleva a
evadirte. Hay jóvenes que están todo el día con los auriculares puestos.
El otro aspecto es el de la moda. Las modas siempre han existido, pero ahora se van sustitu-
yendo a un ritmo velocísimo. La moda en el vestir, en el estilo de vida, en cómo te pintas, etc., y una
moda empieza cuando todavía la otra no ha terminado. Así que, en el mismo tiempo, en el mismo
lugar y en la misma clase social, coexisten superpuestas varias modas diferentes. Y como las mo-
das son una expresión del tiempo lineal, el concepto de tiempo lineal se está colapsando, está ca-
yendo sobre sí.
Y, por último, la crisis de la política. Hoy las categorías tradicionales de derecha e izquierda no
atraen. Yo no conozco la actual situación política española, pero en el mundo occidental tanto de-
recha como izquierda tienden a encontrarse en el centro, porque ya no existen las ideologías, así
que se trata de encontrar el consenso. El hombre político va a la televisión y sabe que con un pe-
queño gesto puede conseguir el cambio de un millón de votos. Blair, el primer ministro inglés, tiene
una tradición de izquierdas, pero está muy cerca del mundo liberal. Estas categorías de izquierda
y derecha que, durante tanto tiempo han dirigido el mundo, ya no se sostienen.
Hasta aquí lo que he intentado es dar una idea de la posmodernidad.
COLOQUIO
PREGUNTA: Usted ha apuntado que nuestra Iglesia ha nacido con la modernidad, o sea, en el mun-
do del positivismo y la Ilustración. ¿Qué rasgos distintivos de nuestro pensamiento adventista ve us-
ted que han sido planteados desde esta perspectiva de la racionalidad, del racionalismo?
FANTONI: Cuando nosotros damos los estudios bíblicos a una persona que quiere conocer nuestra
verdad, para situarnos en un ámbito de fe, tenemos una visión muy racional de todas nuestras doctri-
nas. Hay toda una propedeuticidad: primero, la naturaleza del hombre, después la muerte, luego qué
hay después de la muerte, después el retorno de Cristo, etc. «Pero, pastor, yo quiero saber qué hay
después de la muerte.» Tranquilo, vamos despacio que a eso ya llegaremos dentro de cuatro sema-
nas. Porque nosotros concebimos nuestra doctrina como un todo racional de doctrinas y de dogmas.
Otro aspecto que caracteriza el adventismo como una Iglesia que nace en la modernidad es la éti-
ca del deber. Es una moral que se basa en el respeto a la ley y esto está entrando en crisis. El mun-
do pentecostal es totalmente diferente: es un mundo emotivo, sentimental, la verdad es la que Dios
me ha hecho soñar a mí esta noche. El adventismo no es así, es diferente. El adventismo ha inverti-
do mucho en la organización, a costa de sacrificar un poco la libertad. Si se ha hecho bien o mal es
otra cuestión; en mi opinión, en algunos momentos de la historia, se ha hecho bien y en otros no.
Otro aspecto que muestra cómo el adventismo está profundamente enraizado en la moderni-
dad, es el hecho de que nosotros tenemos un único Manual de Iglesia, válido para todo el mundo:
españoles, chinos, americanos, africanos, japoneses, etc. La Iglesia se está dando cuenta dema-
siado tarde de este límite y, en la última Conferencia General, algunas partes del Manual de Iglesia
han pasado a ser notas a pie de página, respecto a las cuales cada campo puede tomar sus pro-
pias decisiones.
Desde hace veinte años venimos discutiendo sobre el ministerio femenino, la ordenación de la
mujer pero, sobre la base de una típica visión universalista de la modernidad, se quiere hacer una
única regla para todos, por miedo a perder esa unidad. Y yo me pregunto si el conflicto actual que
esto ocasiona no pone más en peligro la unidad.
¿Cuál sería la actitud moderadamente posmoderna? Americanos, ingleses, españoles, quieren
que se consagre, se ordene a la mujer; que lo hagan, y quien no quiera que no lo haga, pero que
nadie piense en que los unos manden en casa de los otros. Cuando una persona quiera ir a visitar
una nación en la que los adventistas piensen de otro modo, que lo respete; y viceversa. Ésta es una
actitud posmoderna con la que yo simpatizo.
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POSMODERNIDAD Y ÉTICA
Vittorio Fantoni
Voy a intentar ser lo más sintético posible porque éste es, seguramente, el tema más denso de es-
tas charlas.
Está claro que la ética de la modernidad ya no responde a las necesidades de hoy. La conciencia
moral de las personas ha experimentado un fuerte cambio, porque han cambiado los puntos de re-
ferencia. Ya no son Dios, ni la patria, ni el partido político quienes deben decir lo que está bien y lo
que está mal; la característica típica de la moral de la modernidad era el deber, y el deber venía
establecido o indicado por las leyes. Hoy, sin embargo se ha abierto un gran espacio al individua-
lismo y a la tolerancia, si bien la tolerancia se ha acompañado de un sentimiento de indiferencia. La
modernidad se había propuesto objetivos inalcanzables, y la posmodernidad es la época en la que
se recoge esa desilusión. Un filósofo italiano, Paolo Flores d’Arcais, dice que las dos características
de la modernidad son: la idea del espacio entre dos niveles, que ahora mencionaré, y la hipocresía.
Primer nivel: el hombre de la modernidad es racional y tiene un espíritu crítico, así que distin-
gue, valora, juzga.
Segundo nivel: el hombre de la modernidad tiende a ser conformista, porque las leyes son igua-
les para todos.
Ésta es la primera característica mencionada, el espacio existente entre estos dos niveles.
La otra característica muy interesante es la hipocresía. Hemos de ver que en otras épocas, por
ejemplo en la Edad Media, hablaban clarísimamente, sin tapujos, de sus tragedias, no escondían la
verdad. La modernidad tiende a esconder sus errores. Cuando en el medievo un pueblo atacaba a
otro pueblo para someterlo, se decía. El colonialismo típico de la modernidad (inglés, francés, es-
pañol, italiano) estaba enmascarado; se decía que lo que los europeos llevaban era la civilización.
La modernidad no acepta sus errores. ¿Por qué? Porque la modernidad hace promesas, ha hecho
promesas, y no acepta que no se hayan cumplido. ¿Sabéis por qué? Porque la modernidad no tie-
ne el cielo, el paraíso. En la Edad Media, se decía a las personas que se portasen bien y que, si
en esta vida no obtenían ningún premio, lo recibirían en el paraíso. Por tanto, si aquí uno se equi-
voca, no pasa nada, porque existe el paraíso. El drama de la modernidad es que no tiene un para-
íso al que reenviar las propias promesas. Por ello tiene grandes dificultades a la hora de admitir sus
propios errores. Éste es el típico drama del hombre moderno.
La llegada de la pluralidad típica de la modernidad ha sido bienvenida con mucho optimismo por
los pensadores iluministas, mas la masa popular no había sido liberada de sus prejuicios (el ilumi-
nismo, en su inicio, fue una corriente elitista). Para mover al pueblo tiene que haber comportamientos
«buenos», positivos, hay que dar al pueblo motivos nuevos, porque no se podía seguir diciendo
«compórtate bien porque Dios, que está en el paraíso, te ve». Ya no se contaba con la idea de Dios
en el paraíso, así que los legisladores de la modernidad, debían convencer al pueblo (y es lo que
han hecho), de que comportarse bien daba ventajas a quien lo hacía. Ésta es la base de la civiliza-
ción democrática: la idea de la reciprocidad moral. Y el instrumento para decir lo que está bien y lo
que está mal, lo dictaba el Estado a través de sus códigos y leyes; así nace el Estado moderno, en
el que quien gobierna, ya no lo hace por la gracia de Dios, sino por la voluntad del pueblo (aquí es
donde encontramos las revoluciones para la Constitución italiana del 48).
Por esa razón, los Estados han empezado a elaborar y dictar leyes, leyes y más leyes. Así el hom-
bre se sentía bien dentro de un cuadro legal; las leyes debían ser iguales para todos, regular todo
(las relaciones sociales, familiares, etc.) y el punto más extremo de esto es el Estado ético (el Estado
comunista, el Estado fascista), en el que el Estado quiere darte a ti, al pueblo, incluso la felicidad
(no debemos fiarnos de los políticos que nos prometen la felicidad). El Estado tiene que darte las
opciones para que tú puedas elegir lo que quieres para ser feliz.
Ayer el hermano Ramón Carles Gelabert me preguntaba por qué yo creo que nuestra Iglesia tie-
ne el carácter propio de la modernidad. En relación con el tema de hoy, nuestra Iglesia tiene mu-
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chísimas reglas, ha querido regular todo y éste es un carácter típico de la modernidad. El adven-
tismo ha querido hacer reglas que sean las mismas y con la misma validez para todos y cada uno
de los adventistas de todo el mundo. A mí me viene a la mente que Helen White dijo que se nece-
sitan pocas reglas y que las existentes se han de observar; nosotros hemos tenido demasiadas.
Ahora mismo, los Estados tratan de reducir leyes estatales a favor de leyes locales (federalismo);
el Estado está dejando espacio a las organizaciones privadas, a las O.N.Gs., porque el Estado
moderno ha errado y así lo siente. La posmodernidad reconoce y denuncia este error de la ética uni-
versalista.
Nunca como hoy el fenómeno moral resulta tan difícil. Hans Jonas ha escrito: «Nunca tanto po-
der ha estado acompañado de una capacidad tan pequeña para indicar el mejor uso». Es un ca-
rácter propio de este tiempo: un enorme poder y una enorme confusión para indicar el bien y el mal.
Es como tener un coche potentísimo y no saber a dónde ir. La modernidad ha invertido en dar el po-
der y ha perdido de vista las metas, los objetivos.
Otro aspecto complicado es que las capacidades humanas se han extendido. Hoy, cualquier ini-
ciativa en la sociedad, tiene en mente muchas personas y, en realidad, no se acaba de saber
quién es el responsable. Los trenes llegan tarde y, ¿de quién es la culpa? Éste es el problema. O
el fenómeno de las multinacionales. Las multinacionales ponen en el mercado un producto vene-
noso y, ¿de quién es la culpa? El producto ha sido fabricado en Tailandia, vendido en España, los
jefes viven en América... ¿de quién es la culpa? Esto genera una enorme «desresponsabilidad», es
otro aspecto de la crisis moral de nuestro tiempo.
Hablando de moral moderna, quería emplear algo de tiempo para hablar de Emmanuel Kant.
Estamos en las postrimerías del siglo XVIII y los inicios del XIX. Kant ha supuesto la piedra angu-
lar de la ética de la modernidad, al promulgar la ética del deber: el deber por el deber. Sin embargo,
los latinos tenían un proverbio: «Haced justicia y así muera el mundo». ¿Es que el mundo puede
morir a causa de la justicia? Kant decía que sí, porque: ¿qué vale el mundo sin justicia? Así que
incluso por un problema de justicia puede llegar a morir el mundo. Pongo un ejemplo que en Italia
es muy significativo: un corrupto es encarcelado, un juez hace indagaciones y comienza a seguir un
camino que cada vez apunta más arriba, llegando al final hasta el Jefe del Estado, quien resulta ser
el criminal. ¿Qué debe hacer? ¿Tiene que acusar al Presidente del Gobierno español o de Italia?
Esto llevaría a una crisis política, incluso a una crisis económica. ¿Puede el mundo morir a causa
de la justicia?
Cuando Clinton fue acusado por el caso Lewinsky, la bolsa de EE.UU. cayó, y cuando la econo-
mía cae en los EE.UU., los americanos no se mueren de hambre, pero sí lo hacen familias de Filipinas,
Tailandia y todos esos países. Por tanto, si Clinton es un hombre moralmente corrupto, en otra
parte del mundo, ¿deben morir un millón de personas? ¿Qué debe hacer un juez? El deber por el
deber, diría Kant. Porque para Kant el mundo sin justicia para todos, no es un mundo digno de se-
guir adelante. Pero muchos pensadores modernos y posmodernos dicen que, al lado de la ética ide-
al, debe existir una ética de la responsabilidad. Y la persona se pregunta: si yo sigo mis ideales,
¿quién pagará por esto?
En la última guerra mundial, ¿recordáis las personas que escondían judíos? Había algunos ad-
ventistas de los rigurosos que, cuando les preguntaban «¿tienen escondido algún judío aquí?», pen-
saban para sí «yo soy adventista y he de seguir los mandamientos»; y, por tanto, debían decir «sí,
está ahí escondido». Ésta es la ética del ideal. Pero, ¿qué sucedía? Ahí está la ética de la respon-
sabilidad.
En algunas ocasiones me ha ocurrido, como pastor, que algún marido me ha dicho: «He traicio-
nado a mi mujer, ya se ha acabado, pero siento en mí el peso de decir la verdad a mi mujer». Y yo
le he respondido: «Tú eres un estúpido si quieres decirle a tu mujer la verdad; el sentido del deber
lo debías haber sentido antes, ahora tú tienes que experimentar ese sentimiento de la responsabi-
lidad y no descargues sobre ella tu sentimiento de culpa. Porque si tú, ahora mismo, te confiesas,
te sientes bien porque confiesas, pero ella sufre; y el infierno que para ti ha acabado, comienza
para ella». Las cosas son un poco más complicadas. ¿Qué debe decir un médico a una persona
gravemente enferma? ¿Tiene que decir la verdad, según los ideales, o debe sentir la responsabili-
dad de preguntarse qué sucederá luego? Si yo le digo la verdad ¿tendrá aún más fuerza el enfer-
mo? Adelante, le digo la verdad. Pero si conozco su personalidad y sé que con la verdad se depri-
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mirá, al decirle la verdad disminuyo su capacidad inmune. En este supuesto no tengo ninguna du-
da: no diría la verdad; mientras que en el caso del juez que investiga al Jefe del Estado, yo segui-
ría investigando. ¿Os dais cuenta de que en estas cosas en las que había certezas absolutas no só-
lo es difícil encontrar la solución, sino que también es peligroso?
(Voy a dejar algunas cosas que tenía preparadas para así ir avanzando).
En la ética actual encontramos diversas tendencias y no todas son posmodernas; una muy fa-
mosa es la de Habermass, muy crítica hacia la posmodernidad. Yo querría fijarme en una: la de la
trascendencia religiosa. Un autor que José Álvaro Martín citó es Emmanuel Levinas, un hebreo de
origen lituano que ha estudiado y enseñado en París. Él ha elaborado la fenomenología del rostro.
Para Levinas no es la ley, el deber abstracto, lo que me debe indicar mi responsabilidad moral, es
ver un rostro. En esos ojos, yo siento una pregunta cuando el rostro me interpela, y desde el mo-
mento en que yo he mirado ese rostro, yo me convierto en responsable de su vida.
Si vosotros vais por una calle y os encontráis con esos niños que hay en muchos países, que son
pequeños y muy pobres, que no tienen nada, y os podéis limitar a mirar hacia delante o a darles
alguna que otra peseta; pero si os paráis y miráis el rostro de ese niño, es el momento en que ese
niño entra en vuestra vida y os convertís en responsables. Ésta es una típica tendencia posmoder-
na. ¿Os dais cuenta que está muy cercana al Evangelio? Jesús delante del joven rico: le miró a la
cara y le amó, así dice el texto.
La idea de libertad también es explorada por Levinas. En la moderna libertad burguesa esa li-
bertad significa autoafirmación y mi libertad encuentra un límite en la libertad del otro, y esto es bue-
no. Pero, cuidado. Los otros, en este concepto, son un límite, un obstáculo que yo acepto demo-
cráticamente, pero los otros son siempre límite. Si estuviese yo solo, mi libertad sería completa; si
los otros son demasiados, mi libertad es limitada.
En una concepción ética similar a la de Levinas, pero cristiana, los otros no son un obstáculo
para la libertad, sino la condición para el desarrollo de una verdadera libertad. Un joven que se en-
amora de una joven, no se convierte en una persona menos libre; tendrá limitaciones en su com-
portamiento, pero él encuentra en el amor una posibilidad de desarrollar su libertad, en el sentido
de que en una concepción cristiana, la libertad no puede hacer de menos a los otros. En el momento
en que el enamorado mire a los ojos de ella, esos ojos no constituirán un obstáculo, sino un espa-
cio, el espacio de esa moral entre dos (no olvidéis que el amor es la moral a dos, con sus reglas,
una moral que no puede ser regulada por la ley).
Otro nombre que a mí me gustaría decir a los jóvenes en este campo es el de Hanna Arendt.
¿Alguno de vosotros ha leído La banalidad del mal? Hanna Arendt es hebrea, periodista y escrito-
ra y se ha hecho famosa por este libro, en el que recoge la crónica del proceso contra Eichmann,
el número dos del proyecto de la solución final nazi. Después de la guerra huyó y se escondió en
Argentina y, creo que en 1960 ó 1961, el mosad, el servicio de inteligencia israelí, lo encontró en
Buenos Aires; mandaron agentes y lo prendieron en la parada del autobús, lo metieron dentro de
una valija y lo llevaron a Israel (porque el Estado argentino, así como paraguayo y algunos otros,
protegía a los nazis) y sometieron a Eichmann a un proceso. El mundo ¿qué ha visto? ¿Ha visto un
monstruo? No; ha visto un abuelito que decía que sólo obedecía órdenes, que él había sido un
alemán honrado, ético, porque había obedecido a la ética del deber, que no era responsable, que
había intentado hacer bien su deber. Era un hombre banal y ninguno habría dicho que era un cri-
minal responsable de dos millones de muertos. Él era el fruto de la pasividad, una pasividad en la
que la conciencia moral de millones de alemanes había desaparecido, porque había cedido el po-
der a otros. La banalidad del mal.
Aún algunas cosas. (De la globalización se hablará después, así que no la voy a tratar). Si de
todo el fin de semana recordáis lo que ahora vamos a decir, es suficiente: la ética de la moderni-
dad es la ética del deber y, para la posmodernidad, la moral comienza cuando el deber termina. La
posmodernidad vuelve a entregar al individuo singular la responsabilidad moral.
Un ejemplo muy sencillo: pensad en un edificio público, un hospital. Hay horario para pedir una
consulta y hay un empleado allí sentado. El despacho se cierra a las seis en Italia y a las ocho en
España. Llega una viejecita que ha dado vueltas por todo el hospital buscando la consulta, pero lle-
ga a las seis y un minuto y el despacho se cierra. La abuelita dice que le ha costado mucho esfuerzo
llegar hasta allí y el empleado responde que él ha cumplido con su deber y, además, que es un buen
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empleado porque cumple su cometido de cerrar a las seis. ¿Éste es un acto moral? La moral, se-
gún esta idea posmoderna, empieza después de las seis. La bondad, la amabilidad empieza a
partir de las seis; hasta las seis actúa la ética del deber y, después, es la conciencia moral personal.
Jesús dice que el servidor que hace sólo aquello que se le ha mandado, es un servidor inútil, lo
que cuenta es lo que se pone de más. ¿Recordáis la parábola del buen samaritano? El levita y el
sacerdote hacen su deber, el deber de conservarse puros y no tocar un cuerpo que puede ser un
cadáver. Es muy bonito tener personas que hacen su deber, pero Jesús dice que tiene que haber
algo más, sentir en el plano personal que un ser humano me necesita. La moral y la ética posmo-
dernas proponen de nuevo este valor.
He visto que el hermano Badenas hizo una convención sobre la teología de la ley. Su explicación
fundamental es que la ley marca el mínimo, pero, después, hay que crecer sobre esa ley, y el es-
pacio que hay por encima del mínimo es el espacio de la moral. Es realmente bonito estar en una
sociedad en la que se respetan las leyes, pero es todavía más hermoso que uno me ame sin tener
la obligación de amarme.
Por último, haré una reflexión sobre la ética confrontada con la sociedad. [...] Los extranjeros dan
una sensación de no comprender, no conocer, lo extranjero es extraño, no sabemos qué hacer ni
qué esperar y esto frena nuestra disponibilidad. Generalmente con los extranjeros evitamos el
contacto. Cuando hablo de extranjeros no hablo de italianos o españoles, sino de extranjeros pro-
venientes de países lejanos, de clase social y de posibilidades económicas muy diferentes a las
nuestras.
En un largo período de la historia del mundo, éste se dividía en dos partes: una de proximidad (en
la que encontramos al prójimo, a los que están junto a nosotros, a los vecinos) y la de los extranje-
ros. El espacio social se acababa en los límites del Estado. En los antiguos mapas del Imperio
Romano cuando marcaban los límites, los confines de ese Imperio, dentro de ellos ponían un
montón de figuras humanas y fuera ninguna. Tenían una frase: allí se encuentran los leones, los sal-
vajes. Es un espacio enemigo, un desierto inculto, un vacío semántico, de allí venían los extranje-
ros. Podían ser dioses o demonios, pero no eran hombres. En la Edad Media, los extranjeros po-
dían recibir tres tratamientos: como enemigos a los que combatir, como huéspedes (pero que debían
ser confinados en un lugar muy preciso; cuando el extranjero entraba en el castillo medieval, tenía
la habitación más hermosa, pero no podía visitar todo el castillo) o podían llegar a ser considerados
como un posible prójimo, si bien, durante años, debía comportarse y mostrarse como un prójimo,
esperando todo ese tiempo para ser aceptado.
Martin Buberg, en relación con esa actitud hacia los extranjeros, ha inventado la expresión «sin
encuentro»; para vivir con los extranjeros hay que aprender el arte del no encontrarse, como cuan-
do se entra en un ascensor. Incluso llega a decir que hay que ver sin mirar, no fijar la vista en el
objetivo, porque poner tus ojos en ese rostro supone, en alguna medida, tomar ciertas responsabi-
lidades. Eso es lo que se hace en el gentío. El hombre actual se encuentra realmente solo en me-
dio de la masa humana, porque la individualidad se disuelve, no son hombres o mujeres, son som-
bras que giran.
Concluiré diciendo que la posmodernidad se da cuenta de la existencia de problemas morales
que no se pueden resolver, que no tienen soluciones buenas absolutas, que las elecciones morales
se hacen paso a paso; hay una fuerte relativización. La moral posmoderna se da cuenta de que exis-
te el caos, ya no tiene la razón ni, por supuesto la ley, porque la razón socialmente se expresa a tra-
vés de la ley; la moral posmoderna entiende que ni la razón ni la ley pueden resolver los proble-
mas morales, la moral posmoderna es la moral de la soledad y de la responsabilidad. Para que no
haya ningún equívoco, yo no creo que la moral cristiana pueda identificarse con la moral posmo-
derna, pero yo tampoco creo que la moral de la modernidad, basada en la ley, se identifique con la
moral cristiana. Yo creo que la moral cristiana puede construirse tratando de extraer, paso a paso
y día a día, lo mejor de la posmodernidad.
COLOQUIO
PREGUNTA: Se ha hablado de que el Estado ha concebido la moral basándola en el legalismo
(olvidando la moral y la gracia divinas) y se ve que esta tendencia no funciona muy bien con la gen-
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te porque la concepción de la moral de las personas es siempre subjetiva. ¿Cómo cree que el Estado
podría actuar para solucionar esto? ¿Volverá a la concepción del gobierno por gracia divina o con-
tinuará con su línea legalista?
FANTONI: Creo que el Estado democrático es un gran regalo que la modernidad ha hecho a occi-
dente y, nosotros, lo estamos viendo en este período, cuando las informaciones nos muestran esos
Estados fundamentalistas. Pero sí debemos recordar que la modernidad decía que iba a dar justi-
cia, orden, felicidad a todo el ser humano y esto no ha sucedido. Es más, la universalización de la
idea del valor absoluto de las leyes, nos ha llevado a la colonización, al imperialismo. Los ingleses
han querido hacer de la India una pequeña Inglaterra, de Calcuta una pequeña Londres; cuando
Gandhi volvió a la India, era un pequeño inglés que pensaba que el derecho inglés podía ser apli-
cado a cualquier otro lugar. Y éste ha sido un drama de la modernidad, porque la universalización
decía que podían existir valores absolutos válidos para ser impuestos a todo el mundo, y los Estados
democráticos y las sociedades occidentales modernas han pensado que se encuentran en el mo-
mento álgido de la evolución y cuando iban a China, veían a los chinos fumando opio, y decían
que China era una rama seca en el árbol de la evolución. Iban a América, veían a los indios dese-
ando beber el «agua de fuego» (güisqui), y decían que eran unos inmaduros, que eran como niños.
«¡Todo el mundo nos necesita, debemos imponer nuestro estilo de vida, ellos tienen que ser de-
mocráticos como somos nosotros!». Y los americanos aún hacen esto, ¿o no? Los americanos, cuan-
do vienen a Villa Aurora o a Sagunto, quieren encontrar el maíz, lo que suelen comer en EE.UU.
(McDonalds, Coca-Cola) y somos nosotros quienes debemos hablar el inglés y no ellos el castella-
no.
¿Por qué hablo de los norteamericanos? Porque la modernidad ha encontrado en los EE.UU. una
especia de asentamiento. No hablo ahora mismo de la situación actual (y yo soy solidario con los
ellos por lo ocurrido), pero imaginad que la sociedad occidental tenga una misión providencial en
el mundo, que tenga que defender la libertad, ante quien no quiere nuestra libertad.
La modernidad ha caído en el error de la presunción; las grandes razones del iluminismo han sus-
tituido a Dios del horizonte. Se han usado incluso los mismos medios con los que en la Edad Media
se imponía a Dios. Las sociedades han impuesto sus sistemas legislativos, sus creencias.
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POSTMODERNIDAD Y FE CRISTIANA
Vittorio Fantoni
Antes de entrar en el tema de esta charla, quiero poner como ejemplo un acontecimiento que fue
una gran celebración posmoderna, que unos tres mil millones de personas han visto: el funeral de
Lady Diana. ¿Recordáis? Era un funeral, había tantísimas flores de muchos colores, a lo largo de
todo el camino había mucha gente que no vestía de negro, que aplaudía al paso del féretro. En un
momento, la televisión se centró en la imagen de la familia real: la reina y su esposo vestidos según
la tradición, todos de negro, el rostro grave, serio. Después, se nos mostró el interior de la iglesia,
con Elton John cantando «Candle in the Wind», una canción muy dulce, hecha para los vivos, es-
crita e interpretada en una iglesia por un cantante rock, con un estilo de vida de homosexual de-
clarado, consumidor de sustancias estupefacientes y que estaba en la iglesia participando en esa
ceremonia, una ceremonia religiosa. Tony Blair, el primer ministro, un hombre de tradición de iz-
quierdas (aunque él era metodista, ahora es de izquierdas), leyó el texto sobre el amor o la cari-
dad de 1.ª de Corintios 13. ¿Os dais cuenta? Ésta fue una ceremonia posmoderna: tantas cosas di-
ferentes, diversas, unidas. Estilos y sentimientos diversos, tradiciones diferentes; ha sido una
grandísima ceremonia.
El lugar típico de la Edad Media era la catedral, donde el sacerdote oficiaba la misa. Uno de los
lugares típicos de la modernidad era el discurso político hecho en la plaza (o en la esquina de Hyde
Park). El lugar propio de la posmodernidad es el concierto rock al aire libre (no hablamos de rock
duro, sino de rock ligero, suave). Éstos son los iconos de la posmodernidad.
Otra imagen: recuerdo que hace unos tres años, antes del jubileo, en una ciudad del norte de Italia
se celebró un congreso de jóvenes católicos como preparación del jubileo, contó con la presencia
del papa y, el sábado por la tarde, la televisión transmitió un concierto. Visualizad la imagen, porque
era posmoderna: había dos estrados o escenarios, en el más bajo había un piano y se situaban
los cantantes y, en el más alto, estaba el papa Juan Pablo II. Se veía por la televisión a todos los jó-
venes católicos saludando con los brazos arriba y, en lo alto del escenario, el santo padre dando
confort. Se alternaban signos y señales tradicionales con el diseño y los gestos juveniles. ¡Los ca-
tólicos saben cómo adecuarse a los tiempos! En el palco había cantantes de rock italianos, a la ma-
yor parte de los cuales la Iglesia Católica no les importa absolutamente nada. El rock es algo
transgresivo, ¿qué tiene que ver el papa con el rock? Es la posmodernidad, que está poniendo en
el mismo saco cosas muy diversas. Para la posmodernidad lo importante no es la coherencia, sino
sentirse bien. Fue un concierto hermoso; yo lo pasé bien con un cantante que me gusta, Zuchero,
que rechazó participar en el concierto porque concibe la música rock como un tipo de protesta ha-
cia la sociedad, y decía que el papa no pintaba nada con él.
Otro aspecto. ¿Conocéis en España las obras de Umberto Ecco? Es considerado el más gran-
de representante de la posmodernidad en Italia, es un hombre con una cultura increíble y, cuando
escribe, consigue hacer un inmenso collage de citas en una misma página. Ésta es una caracte-
rística propia de la literatura posmoderna: colocar en el mismo baúl al protagonista principal de El
nombre de la rosa, hablando como un iluminista del siglo XIX.
Una cosa más, y en seguida entraremos en el núcleo del tema de hoy. Ayer, respondiendo a una
pregunta, dije que, en Jesucristo, la ética de los principios y la ética de la responsabilidad se en-
cuentran. Ésta es una de nuestras convicciones cristianas tradicionales: en la cruz, la justicia y la
bondad se encuentran. La cruz está allí para demostrar que la paga del pecado es la muerte, por-
que ni siquiera Dios renuncia a sus principios, pero la cruz estaba demostrando que el regalo, el don
de Dios es la vida eterna, porque Dios, mirando el rostro de los hombres, decide asumir él la res-
ponsabilidad, y pagar él mismo el precio de su promesa, de la salvación. Cristo es grande, grandí-
simo, en él encontramos siempre el punto de equilibrio. Cristo es moderno y posmoderno.
Hoy nos encontramos en una situación paradójica, extraña. En los últimos decenios, la religión
parece muy alejada de las preocupaciones de los seres humanos. Por otro lado, en occidente, da
la impresión de que muchos se acercan a la religión de forma morbosa, que son llamados por el cie-
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lo con llamadas escatológicas. ¿Recordáis que hace años se suicidó todo un grupo de gente por
la llegada de un cometa? Hoy, el más allá cristiano, que en un tiempo fue definido como paraíso o
infierno, encuentra otras expresiones semánticas: ir al más allá, estar en el confín, estar en el
abismo, el paraíso es llamado el lugar del más allá. Es un lenguaje más tenue, no tan certero.
Actualmente hay un fuerte despertar de lo sagrado, pero, cuidado: no es un despertar del cris-
tianismo. Esto es bastante complicado y yo sólo voy a hacer una reseña. Hoy estamos como en el
tiempo de Pablo: el mundo griego había dejado a los dioses del Olimpo y había vivido la aventura
de la filosofía, de la razón, que se planteaba una enorme cantidad de preguntas, pero sin dar de-
masiadas respuestas al pueblo. Los estóicos afirmaban el universalismo, el mismo origen para to-
dos los hombres, decían eso en las plazas y, al volver a sus casas, tenían esclavos. El mundo
griego, en el tiempo de Pablo, vivía la desilusión, el fallo de la antigua religión e, incluso, los límites
de la razón filosófica y tenía sed de inmortalidad. Las grandes tragedias griegas son una petición de
inmortalidad.
Entonces, en los tiempos de Pablo y de Jesús, ¿a dónde miraban los griegos para encontrar esas
respuestas? Al oriente, a los cultos de misterio que venían de Egipto, de Siria, que se llevaban a ca-
bo en lugares aislados, a través de ritos de iniciación. Pensad en los misterios de los eléusidos, en
el mito de Orfeo. Cuando Pablo se encuentra en Asia, en Turquía, una noche tiene un sueño en el
que aparece un hombre griego que le dice: «Ven y sálvanos». Es la petición de una cultura en cri-
sis, que vive de sus desilusiones y que intenta encontrar respuestas en los ritos emotivos prove-
nientes del pasado y del oriente. Hoy vivimos la misma experiencia: el retorno a la sacralidad pa-
gana, el regreso de lo que era sagrado antiguamente, y cuando yo hablo de sacralidad pagana lo
hago con respeto. Hoy se está afirmando una idea cíclica del tiempo, que es típica de oriente y de
las culturas arcaicas antiguas, en las que el tiempo regresa (lo afirmaba Nietzsche en sus escritos,
cuando hablaba del eterno retorno). Os invito a que leáis el libro de Mircea Eliade, un escritor ru-
mano.
La cultura hebraico cristiana y el Islam, han concebido el tiempo como una línea, una dirección
hacia un lugar, un vector, y con un final del tiempo que es el día del Señor. El momento en que
ahora vivimos, dentro de un segundo, ya no será nuestro; las caras, las miradas, las palabras, to-
do lo que decimos, ya no volverá más. Eclesiastés dice: «Haz hoy lo que puedes hacer hoy, porque
el mañana quizás no exista más». Ésta es la grandeza y la tragedia del pensamiento hebraico
cristiano, pero, al fondo, está la esperanza de Dios y el dolor puede ser remediado, porque yo sé
que os volveré a ver, que veré los lugares que he visto antes. Pero quitad a Dios del final de esta
concepción; es la tragedia, se cae. Nosotros estamos viviendo esto con el fenómeno de la secula-
rización y, por ello, se ha vuelto a recuperar el tiempo cíclico, la reencarnación, en la que todo pue-
de regresar, tenemos otra posibilidad. Yo creo que, incluso para nosotros hoy (quiero decirlo para
nuestro hermano López), que conocemos y tenemos la Palabra de Dios, se nos aparece ese sue-
ño, no de un griego, sino de un hombre de nuestra sociedad, de occidente que nos dice «por fa-
vor, ven y sálvame». Yo creo esto, pero tenemos que ser adecuados, aportar un mensaje que sea
comprensible a los hombres de occidente, que son los herederos de la cultura hebraico cristiana, y
creo que la categoría del debilitamiento puede ayudarnos como personas a aceptarnos más, a so-
portarnos un poco más, y también nos puede ayudar a llevar el mensaje de la salvación a los hom-
bres de nuestro tiempo.
Hermano López: lo que yo hoy llamo la categoría del debilitamiento, es lo mismo que el herma-
no Osterwald llamaba la identificación. En el texto de Filipenses 2, Cristo se ha anulado y hecho dé-
bil a sí mismo en la cruz, para reencontrarse con los hombres; él se ha hecho débil y nosotros
queremos seguir presentándonos como fuertes, duros, seguros, proféticos, queremos ser incluso
más fuertes que Dios, es decir, «ser más papista que el papa».
La categoría de ese hacerse débil, referida a Dios, no es ontológica. Yo creo en un Dios omnipo-
tente, es una categoría relacional, ética. Mis hijos ya son grandes, pero de tanto en tanto, cuando
mi mujer no me veía, yo he sido un buen padre, aunque ella no lo sabe. Cuando un niño sufre,
nosotros podemos ir a él y decirle «has hecho esto, lo otro... es culpa tuya»; o podemos sufrir con
él, hablar como habla él, decirle «cuando yo tenía tu edad, sufrí como tú lo haces ahora, yo no
conseguía explicarme por qué me dejaban solo, no te lo sé explicar, pero ahora estoy aquí contigo».
Yo no renuncio a ser padre, no es un hecho ontológico, yo sigo siendo padre, pero me expreso en
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otra categoría, en la categoría típica del amor. Si el hombre de nuestro tiempo necesita esto, y co-
mo nosotros también vivimos en este tiempo y lo necesitamos, el mensaje evangélico tiene valor en
esta dirección, pero no como una táctica. Cuando yo estaba al lado de mi hijo, yo no lo hacía co-
mo una táctica, sino porque entendía que no podía hacer otra cosa. Jesús no ha subido a la cruz
por táctica, sino porque, como dice Helen White, no había otro modo para salvar al hombre. Y esto
escapa de nuestra razón, pero yo siento que eso es verdad, porque he conocido a Jesucristo, no
puedo explicarlo con la razón, pero puedo testificarlo con mi fe.
Vamos a leer 2.ª de Corintios 13:4: «Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el po-
der de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios
para con vosotros». Dios ha elegido aparecer y venir aquí en una persona humilde pero muy digna,
humilde pero con autoridad, ha venido aquí para pedirnos nuestro «sí». ¿Recordáis el capítulo 1 de
Juan? Dios ha venido al mundo, a su casa, ha pedido venir y los suyos no le han recibido; en
Belén no había sitio, pero no ha vuelto al cielo, se ha quedado aquí. Débil entre los débiles. La ca-
tegoría de la debilidad, aplicada al Dios cristiano, puede construir un puente empático con las dis-
tancias posmodernas.
Gianni Vattimo, a quien José Álvaro Martín y Josué Gil han citado, dice: nosotros tenemos que
sustituir, en términos religiosos, el creer por el término esperar, que es un concepto con menos
certeza pero más afectivo, te llena mucho más el corazón. Seguro que habéis notado, si habéis
estado atentos, que he usado dos o tres veces la idea de que nosotros debemos colocarnos en el
horizonte de la esperanza, la esperanza que encuentra la seguridad no en las certezas metafísicas,
sino en las afectivas. Puede ser el verbo mejor para los cristianos de la posmodernidad.
¿Cuáles son los efectos de la posmodernidad en las iglesias cristianas que, como hemos visto,
ya empiezan a tener presencia en la Iglesia Cristiana Adventista?
La desestructuración de los sistemas de creencias, de doctrinas; la estructura doctrinal de las igle-
sias se va desmontando, fragmentando. Como ya he comentado, cada uno pretende quedarse só-
lo con aquello que le gusta. Existe esa búsqueda de la felicidad del ser, pero ¿cómo? En el Pentateuco
se escribe: «Yo os doy mis mandamientos para que vosotros seáis felices, a fin de que viváis».
Por tanto, la felicidad se consigue aceptando las responsabilidades de la vida. En este sentido es-
toy de acuerdo: el fin de la ética es la felicidad, no el poder. Pero lo que se está formando en las igle-
sias cristianas es un bienestar superficial, un poco hedonista, es mi bienestar y no nuestra felicidad,
es sentirse bien en el presente, en el hoy, sin preocuparse si dentro de cincuenta años seguiremos
teniendo este bienestar.
Hans Jonas ha hablado de la responsabilidad de las generaciones futuras. Sergio Quinzio, un
gran hombre del pensamiento religioso italiano, ha dicho: «Entre creer y no creer, ya casi no hay di-
ferencia. De muchos se puede decir que creen y no creen al mismo tiempo. Son tan vagas e im-
precisas y conciliables con el resto las cosas en las que creen creer...». Hoy, más que creer, se cree
que se cree. Si tú le preguntas a un católico:
- ¿Crees en la reencarnación?
- (Dice). Sí, es una buena idea.
- ¿Crees también en el paraíso?
- ¡Claro!
- Pero, ¿crees también en la resurrección de los muertos al final?
- ¡Hombre, claro! Está escrito en el credo.
- Crees en todo, y todo es contradictorio en sí mismo.
Hoy la Iglesia Católica manifiesta su carácter de sincretismo; estemos atentos para que todo es-
to que nosotros hemos arrojado de nuestra casa por la puerta, no acabe entrando de nuevo por
nuestras ventanas.
Actualmente, el carácter fundamental del cristianismo posmoderno es el pluralismo, la valoriza-
ción de los otros.
[...]
Al hombre moderno le cuesta mucho creer que existe sólo una verdad, no piensa en el proble-
ma de la verdad única, intenta valorar que lo que él piensa es bueno y lo va cogiendo de aquí y de
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allí. En esto hay cosas buenas y cosas malas, porque Dios es uno. Hay incluso en la sensibilidad
cristiana posmoderna intereses ecológicos, la tutela de la diversidad, son cosas buenas, pero pue-
den llevarnos hacia la new age.
Yo, en estos momentos, quiero dar un par de respuestas. ¿Qué puede decirle el cristianismo a
este mundo que no se haya dicho mil veces? Esta respuesta no es fácil; es más sencillo criticar nues-
tra propia tradición que hacer propuestas positivas, pero sin crítica no puede haber propuestas; Dios
está más del lado de las preguntas que de las respuestas. Esto nos lo enseña la sensibilidad reli-
giosa hebraica después de Auschwitz. Os contaré una pequeña historia hebrea (¡hay tantos libros
en los que encontramos pequeñas frases hebreas hermosas!). Es el consejo de un rabino: «Si tú
tienes una planta en la mano y la gente te dice “¡Es el Mesías, que viene a nuestro encuentro!”, ve
a plantar tu planta y, después, sal a recibirlo».
Debemos saber realzar no sólo la última verdad, la del cielo, sino también las penúltimas reali-
dades, la nuestra en la que vivimos. Tenemos que plantar esa flor en esta tierra, es una flor que no
cultivan los ángeles, sino la fatiga de los hombres en esta tierra. Quien piense encontrar a Dios só-
lo en el cielo, nunca lo encontrará. El Dios en el que nosotros creemos, no es el Dios del cielo, el
que vendrá un día, sino es un Dios que está continuamente viniendo, que viene siempre, cotidia-
namente, mañana, viene hacia ti, hacia nosotros, viene en el dolor y en la felicidad, viene a esta tie-
rra y vendrá un día para volver a coger en sus manos la historia. Ya está viniendo, yo estoy en mi
camino y nos encontraremos, sin preocuparnos, nos encontraremos.
Yo creo que los cristianos, hoy, deberían seguir una idea: el consejo de Dietrich Bonhofer, un pas-
tor luterano que formó parte de la resistencia contra el nazismo, participó en el complot de la bom-
ba para matar a Hitler y fue asesinado, y nosotros le conocemos por las cartas que mandó desde la
cárcel, en las que invitaba a dejar a un lado al Dios «tapa agujeros», al que se acude cuando uno
ya no sabe qué hacer. El hombre debe tomar sus responsabilidades en la historia.
Yo recuerdo a un viejo pastor que bautizó a mi mujer y nos casó, un hombre muy tradicional, pe-
ro tengo muy presente una de sus frases: «Vittorio, antes de ser cristiano, en esta vida hay que
ser hombre». Hay que dejar en este mundo huellas ligeras, pero dejar en éste, que es nuestro si-
tio, una huella que sea nuestra, y esa huella estará escrita en el cielo.
Un último pensamiento sobre lo que yo creo que son las perspectivas del adventismo. En la
Universidad de Trieste, me pidieron una colaboración para un voluminoso libro colectivo, y el tema
que se me encargó versaba sobre qué es el adventismo y sus perspectivas. Me resultó muy difícil.
Os hago un resumen: el adventismo tiene delante unos enormes desafíos, para los que nuestra bre-
ve tradición no nos ha preparado, todavía no estamos preparados para ellos. Los años que van
pasando tienden a debilitar la idea del inminente regreso de Cristo. Me imagino que entendéis
que, después de llevar ciento cincuenta años diciendo que Jesús está justo aquí detrás, y no viene,
se desarrolla una turbación, hasta el punto de haber generado y desarrollado la teología del retar-
do. Hay una respuesta teológica adventista para ello, pero no podemos continuar en cada bomba,
en cada terremoto, diciendo «¡Cristo viene!». No podemos estar atentos a cada sheriff que, en los
EE.UU. persigue a uno porque corta el césped en domingo y decir tras ello «¿Veis? ¡Ya tenemos
aquí la ley dominical!» No podemos. Tenemos que llenar este tiempo de espera, que se alarga, de
contenidos diversos. Nosotros tenemos que valorar el tiempo que estaremos en esta tierra como
iglesia, no podemos continuar diciendo «los sucesos e intereses sociales y políticos no van con nos-
otros, porque Cristo viene». Han pasado ya más de ciento cincuenta años.
En los EE.UU., las décadas de los 50, 60 y 70 fueron las grandes épocas de los derechos civi-
les y humanos, y después de Kennedy, la Iglesia Adventista ha estado ausente. Nosotros no hemos
resuelto en los EE.UU. el problema de los negros, los propios negros adventistas no tenían los mis-
mos derechos que los miembros adventistas blancos. Y ello ha continuado, hasta el punto de des-
embocar en un gran escándalo sucedido en un hospital y que, supongo, conoceréis.
Yo creo que el hecho de que los hermanos de África, Sudamérica y Europa del Este (que tienen
una actitud un poco fundamentalista, y es comprensible, porque nosotros también nos comportá-
bamos así), estén creciendo en el mundo adventista en número y en peso, va a suponer para la
Iglesia un pluralismo que puede encontrar dificultades. Recordaremos lo que hoy hablamos aquí
cuando, en la próxima asamblea de la Conferencia General, puesto que la Iglesia es una demo-
cracia, sean elegidos como presidentes y dirigentes no hermanos americanos, altos, rubios, con ojos
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claros, sino hermanos africanos o suramericanos. Y nosotros, el mundo occidental, tendremos la
sensación de haber ido marcha atrás, haber retrocedido al estilo de vida adventista de hace treinta
o cuarenta años. ¿Qué podemos hacer? ¿Entendéis el riesgo?
Ahora voy a decir algo con lo que, seguramente, me juegue el sueldo: yo creo que deben llegar
cambios organizativos. Las Divisiones, tal y como están organizadas hoy en día, no sirven absolu-
tamente para nada, personas que van viajando de aquí para allá para participar en consejos y co-
misiones. De verdad, yo creo que nosotros solos podemos hacerlo; una estructura como la División
es inútil con las actuales posibilidades informáticas (se pueden hacer comisiones por medio de chat),
Europa sólo necesitaría un administrador muy experto que consiguiese el consenso. Pero tendría
que haber una función superior que todavía no está desarrollada: la de tratar de guiar ese pluralis-
mo, esos cambios culturales de los que hablábamos, de hacernos entender a nosotros cómo razo-
nan nuestros hermanos rumanos, antes de que nos encontremos dos mil rumanos en España, pa-
ra estar preparados, y enseñarles a ellos qué encontrarán en las iglesias de Madrid o Barcelona,
para evitar esos conflictos. Éste tendría que ser uno de los principales proyectos y trabajos de la cla-
se dirigente, y no formular y aprobar reglas exactamente iguales para todos, sino tratar de mante-
ner la unidad de la iglesia en los grandes principios doctrinales y de fe, guiando a los hermanos
hacia su encuentro, en el respeto a todas las culturas. Nosotros necesitamos hombres que hagan
eso, y no sólo para que vengan a controlarnos los balances. Si somos unos cuantos los que lo de-
cimos, podremos lograr algo.
Otro riesgo es éste: las dimensiones de la Iglesia son muy grandes y la necesidad de financiarlas
es de los débiles. En los grandes consejos de la Conferencia General existe la idea de que el que
manda es el que tiene dinero (ésta es la mentalidad americana). Y hoy las organizaciones asisten-
ciales adventistas (ADRA) son muy fuertes, tienen poder económico y poder específico. ¿Cuál es el
riesgo? Que la Iglesia Adventista coloque todos sus intereses en los recursos asistenciales. Tiene
sus razones, porque asistir, dar satisfacción a los otros, supone que venga el alcalde y te alabe por-
que has hecho un hospital, pero no viene a felicitarnos porque evangelicemos. Así que, ¿cuál es el
riesgo? El de caer en el sueño de Kellogg, hacer de la Iglesia Adventista una gran Cáritas o Cruz
Roja. El fin de la Iglesia Adventista no es éste.
Otro riesgo. Que, creciendo el fundamentalismo en la Iglesia Adventista, nosotros podemos vivir
una realidad teológica en dos niveles: el de los teólogos (siempre más liberales) y el del pueblo
adventista (siempre más fundamentalista). Cuando hay un desfase entre lo que piensan los teólo-
gos y lo que piensa el pueblo, se puede llegar al colapso.
Éstos son algunos de los riesgos que yo veo.
¿Cómo veo la Iglesia Adventista en el tercer milenio? Yo creo que ya no podrá ser más la iglesia
del «o todo o nada», o se es adventista o no se es. La Iglesia Adventista debería desarrollarse co-
mo círculos concéntricos: con un núcleo central identificado con la teología y con un estilo de vida
medio que acepte todos los principios de la iglesia y, alrededor, no los enemigos, sino los amigos,
que aceptan algunos de nuestros valores, que trabajan con nosotros, que comparten algunas de
nuestras esperanzas, aunque no totalmente. Después, otro círculo todavía más grande: la idea de
que la Iglesia Adventista, algún día, acogerá a muchísimos creyentes; creo que esto ocurrirá, aun-
que no entrando dentro del círculo de la institución, sino a través de las sinergias, de las colabora-
ciones (pero no tácticas). «Tú vas a colaborar ahora conmigo, pero dentro de un año te convertiré».
Tiene que acabar este mundo de picaresca. Tú eres mi amigo, en cierto modo eres un hermano en
la fe, porque compartes mi esperanza y mi creencia, incluso ciertos aspectos de mi estilo de vida,
caminemos paralelamente el uno junto al otro.
Cuando nosotros leemos en nuestra Biblia que un día la Iglesia Adventista será el pueblo rema-
nente en el que todos vendrán y entrarán en ella, yo no sé si la Iglesia Adventista de ese momento
se corresponderá con esta descripción. ¿Existirán todos esos consejos que hoy existen, el Manual
de Iglesia, la Conferencia General con sus deudas? Realmente no lo sé. Tenemos que estar dis-
puestos a un cambio hacia mejor. Si sentimos temor hacia ese cambio, el cambio vendrá y será una
tragedia. Tenemos que estar dispuestos a ese cambio. Es mi deseo para vosotros y para mí mismo.
Muchas gracias.
15
COLOQUIO
PREGUNTA: Me ha chocado mucho escuchar en la ponencia la palabra fundamentalismo, porque
no estoy acostumbrada a oírla en la iglesia y sí los términos liberalismo o conservadurismo. Está de
moda tras el 11 de septiembre y yo le pregunto si no considera que no es un término demasiado
aceptable en estos tiempos, porque la gente está susceptible hacia él.
FANTONI: Puede que el término fundamentalismo no sea un término muy oportuno hoy, pero es le-
gítimo, porque el fundamentalismo es algo que atraviesa todas las religiones. Hay fundamentalismo
cristiano, hebreo, etc. Y este término, precisamente, nace en la iglesia protestante, cuando, al inicio
del s. XX, como reacción hacia el liberalismo teológico, los evangélicos de diversas denominacio-
nes constituyeron un movimiento serio que trató de rebatir el fundamento de la fe cristiana e, inclu-
so, escribió una enciclopedia titulada Los fundamentos del cristianismo. Sin embargo, este movi-
miento se ha apartado y se ha inclinado hacia el conservadurismo, encontrando su base en el
literalismo bíblico. Así que el término fundamentalismo, aplicado al mundo cristiano, equivale a lite-
ralismo.
PREGUNTA: Lo que me preocupa es si, realmente, la mayoría de los que estamos aquí estamos
padeciendo persecución por seguir piadosamente a Cristo Jesús. Está profetizado que serán per-
seguidos también los que reciban el sello de Dios.
FANTONI: Yo no creo que la persecución sea un carácter que defina a los cristianos. Dios no nos
pide que seamos héroes, nos pide que seamos fieles. En ciertas situaciones, la fidelidad nos lleva
a pagar ciertos precios, pero yo no lo estoy buscando; si puedo evitar ser perseguido, lo evito. Debo
decir que, a veces, he conocido hermanos que dicen que, en su lugar de trabajo, les tratan mal,
les ofenden. Vamos a su lugar de trabajo y: los compañeros hacían bien. Porque, a veces, estar al
lado de estas personas que son duras, que juzgan, que se presentan como perfectas, que hablan
cuando tienen que estar calladitas, eso conlleva una reacción. Y éstos no son perseguidos por cau-
sa de Cristo, sino de su carácter, y les está bien empleado.
Los testigos de Jehová tienen esta costumbre. En Italia van a las puertas de las casas, ofenden
a sus habitantes, ponen el pie para que no puedan cerrar la puerta, la gente les trata mal, van a su
iglesia y dicen que les han perseguido, que les han ofendido como ofendieron a Cristo. A mí ningu-
no me perseguirá porque yo haya puesto el pie en la puerta, porque yo soy una persona educada.
Esperamos que la fe nos pueda traer problemas, pero no hagamos como los pentecostales, que cre-
en que el don de lenguas es la prueba clara de la presencia del espíritu santo, que las persecucio-
nes son la prueba de que Dios está con nosotros. Nosotros tenemos que obrar de tal forma que
nuestro nombre se escriba en el cielo, y esa forma es ser fieles.
PREGUNTA: Usted ha dicho que, posiblemente, en las próximas asambleas de la Conferencia
General, puede haber un presidente africano, asiático o suramericano. Usted sabe que la única de-
mocracia que existe es la del poder del dinero y de la ambición, y que existe dentro de la iglesia tan-
to como fuera de ella. Se nos llena la boca hablando de que nuestra Iglesia es democrática e, in-
cluso, criticamos a otras porque, decimos, no lo son. Si resulta elegido como presidente uno de estos
hermanos, se le trazarán las líneas que deba seguir y, si no las respeta, a lo mejor se pone enfermo
a los treinta días de su elección como ese papa.
FANTONI: Yo pensaba que era crítico, pero hasta que te he escuchado a ti. Yo creo que la Iglesia
Adventista es, fundamentalmente, democrática, tal y como se puede ser en este mundo. La preo-
cupación democrática de los adventistas ha sido tan fuerte que ha burocratizado las estructuras, te-
nemos muchos consejos, muchos niveles de control y verificación.
16
CULTO DEL VIERNES
Vittorio Fantoni
Os invito a buscar Eclesiastés 8:17, que dice: «Y he visto todas las obras de Dios, que el hombre no
puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que trabaje el hombre buscándola,
no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla».
En nuestra Iglesia, hoy, asistimos a un cambio que viene con velocidad creciente. Estamos en el
flujo de nuestro tiempo, el siglo XX ha sido calificado como el siglo breve, en el que todo ha ido muy
rápido. Y, frente a ese cambio, en la Iglesia y en los dirigentes hay lagunas. Requiere una reflexión
adecuada. Se buscan las culpas en distintas causas cuando las cosas no van bien, se descubren
métodos que deberían revolucionar el mundo, hay quien transmite por televisión vía satélite que
es el nuevo Mesías, algunos, con buena voluntad, dicen que si los primeros cinco minutos de la
Escuela Sabática se dedicasen a hablar de los cambios de las personas sería una revolución. Yo
trabajo en la obra desde hace treinta años y estoy acostumbrado a que, de vez en cuando, venga
alguno diciendo haber descubierto el tesoro escondido. Vienen de Norteamérica, de Suramérica, del
norte, del sur, del este, cambian todo y, de vez en cuando, me da la impresión de que sólo quedan
cenizas. Personalmente estoy cansado, aunque veo que otros también lo están, porque los pro-
blemas de los hombres están aquí y, a veces, la clase dirigente resbala.
La Iglesia en occidente marca el paso, pero me da la impresión de que existe una fractura entre
cómo sentimos y expresamos nuestro mensaje y la cultura actual, el modo en que, en occidente,
la gente siente su existencia; hay una frecuencia disonante. A veces se habla, se repiten eslóga-
nes y llevo treinta años escuchando algunos, y no nos damos cuenta de si lo que decimos es opor-
tuno. Suele venirme a la cabeza esta escena: la celebración de un matrimonio entre dos jóvenes es-
posos, con el predicador insistiendo en el acercamiento de la segunda venida; esos dos jóvenes
esposos quieren vivir y se les está diciendo que el mundo se acaba.
Resuena sobre nosotros una pregunta de Jesús, que encontramos en Lucas 18:8: «Os digo que
pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» ¿Es que
encontrará el Hijo del Hombre fe en la tierra? ¿Qué fe?
Hoy la fe no puede ser más que diversa, diferente. El domingo veremos el fenómeno de la des-
estructuración de las creencias, un fenómeno típico de la posmodernidad en las iglesias históricas
(no en las carismáticas). Las creencias de una iglesia están estructuradas en un discurso global, en
un encadenamiento de sucesos. Hoy se tiende cada vez más, incluso en el interior de nuestras igle-
sias, a considerar las creencias y valores de la iglesia como objetos de un supermercado. Esto me
gusta, lo cojo, esto no me gusta, no lo cojo..., se coge lo que gusta, lo que te hace sentir bien. Se
quiere ir a la iglesia para escuchar lo que te hace estar bien. Si Jesucristo hubiese experimentado
el mismo sentimiento, en lugar de ir a la cruz se habría ido al mar. Pero él fue a la cruz.
Hoy se construye una fe a la medida de nuestras necesidades y, los intereses por los valores uni-
versales y oficiales de la iglesia, tienden a tener menos importancia. Las necesidades ya no se des-
cubren bajo el espejo de la Palabra, sino con otros medios: la psicología, la salud al estilo new
age, etc. Y se empieza a entrever una peligrosa nueva categoría entre los adventistas: los no
practicantes. Al menos en Italia, los católicos se dividen en practicantes y no practicantes, pero pa-
ra los adventistas no tenía ningún sentido. Sin embargo, esta categoría empieza a aceptarse en
nuestra Iglesia y necesitamos un esfuerzo de reflexión.
En la historia de nuestra actitud hacia el evangelismo, no nos han faltado nunca las respuestas,
incluso hemos tenido demasiadas, las teníamos para todo, en el bolsillo, ¡pam! la respuesta, hasta
respondíamos a preguntas que nadie había hecho. Estas respuestas en muchas ocasiones han lle-
gado a ser insignificantes.
Recuerdo con simpatía haber visto un folleto de evangelización de hace veinte años que, creo, se
repartió en toda Europa: la figura de Jesús llamando al rascacielos de las Naciones Unidas. En ita-
liano estaba escrito «Cristo, la respuesta». Pero, ¿respuesta de qué preguntas? Antes de que haya
respuestas, deben formularse preguntas. Es mi convicción que Dios está más en la parte de las pre-
17
guntas que en la parte de las respuestas. Creo que hoy, sobre todo, debemos llevar a las perso-
nas a que se hagan esas preguntas, que las preguntas partan de sus necesidades y no de mis con-
vicciones. Se podría leer el Evangelio intentando buscar las preguntas y las respuestas que tienen
a Jesús como protagonista, y se puede ver cómo Jesús, antes que dar respuestas, tendía a susci-
tar las preguntas. «¿Y vosotros, quién decís que soy?»
Esta mañana hemos hablado del pensamiento débil, el fin de las grandes narraciones. Ha habi-
do un filósofo posmoderno que ha llegado a definir la historia como una fábula triste; ved el con-
traste, porque la fábula normalmente es hermosa y él habla de fábula triste. Estos contrastes tan
marcados son típicos del lenguaje posmoderno. Es inútil no aceptar que el mundo sea esto o ne-
cesite esto. Debemos darnos cuenta de que estamos en una realidad y que el mundo ha nacido
sin notros y puede seguir hacia delante sin nosotros. Si el flujo de la historia es esto, si han surgi-
do estos nuevos sentimientos, no podemos subir al monte y quedarnos allí con nuestros manda-
mientos, nuestra escatología, nuestra profecía, que no interesa a nadie. Tenemos que descender
hacia el flujo de este mundo, volver a aportar algo a este mundo.
Jesús no puso la cruz sobre las nubes de los cielos, él fue clavado en una cruz construida por los
hombres de su tiempo, padeció los sufrimientos de ese tiempo. Hay un texto en Hechos 17:27,
una explicación que da Pablo a los historiadores, en el que se dice: «Busquen a Dios, si en alguna
manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros».
Ésta es una expresión posmoderna. En términos marinos se dice navegar por la vista (pones un pie,
luego otro y luego otro), sin el confort de todas esas certezas que han guiado al mundo hasta hoy.
Creo que incluso nosotros debemos meternos en esta perspectiva, entender que hasta nuestra fe
es débil como cualquier cosa de este mundo, pero repetir con Pablo que, cuando uno se siente
débil, se puede ser fuerte por la fuerza de Dios. A veces caminamos por el mundo llenos de certe-
zas absolutas con las que conseguimos humillar a los otros (¡cuántas humillaciones he escuchado
en predicaciones evangelizadoras!), con la fuerza del orgullo humano y no con la fuerza de Dios.
Creo que cuando se evangeliza hoy, se ha de entender que evangelizar no es demoler el resto de
creencias, no es tampoco destruir las certezas, porque eso significa destruir la dignidad de esas per-
sonas, evangelizar no puede continuar siendo el combate contra las instituciones, presentando la
mía para sustituir la tuya. Evangelizar es dar testimonio de débiles entre débiles, es dar el mensa-
je por personas que necesitan la salvación a personas que también la necesitan, personas que han
visto algo bueno (pero no todo), dando el mensaje a otras personas que, posiblemente, no han
visto lo que nosotros hemos llegado a ver. Se ha de explicar nuestra propia fe de tal modo, que sus-
cite preguntas en el corazón de los otros y que deje entrever las respuestas; las respuestas no las
debo dar yo, sino ellos en sus corazones. No se deben cerrar espacios al misterio, se tiene que com-
partir el problema del otro y colocarle ante un horizonte de esperanza, se debe aprender a escuchar
y no abrir la boca mientras se escucha.
Otras observaciones: se ha de ser auténtico, manifestar menos una seguridad que no tenemos.
Debemos redefinir nuestras creencias, situándolas en la existencia humana, mostrando que la Biblia
tiene algo que hacer con la existencia humana. ¡Tantas veces he escuchado polémicas absurdas en
nuestra iglesia sobre situaciones que nada tenían que ver con nuestra vida! He escuchado a igle-
sias discutir y casi pelearse sobre el tema de los ciento cuarenta y cuatro mil, o si en el cielo existi-
rá la sexualidad (ya lo veremos, aunque esperemos que sí). ¿De cuántas cosas hemos hablado que
no tienen nada que ver con la existencia humana? Yo recuerdo que en Italia hubo una división en-
tre algunos pastores, porque un sector pensaba que Jesús vendría por la constelación de Orión y
otro no lo pensaba; a mí nunca me ha interesado esta cuestión y, ¿creéis que esto interesa mucho
a los hombres de nuestra época? Son cosas que resultan ridículas, que provocan risa.
Aquí (en la Biblia) es donde encontramos riquezas enormes, y perdemos el tiempo en estas co-
sas. Tenemos que conseguir que el Evangelio sea deseable en relación con las necesidades de la
gente, y entender que hoy, el peso de los sentimientos, está aumentando de forma exagerada en el
hombre actual. Si esto es lo necesario, leamos la Escritura mostrando los sentimientos, si ésta es
la necesidad de los hombres, menos profecía y más sentimientos. Sucede que la Iglesia, en este
período, atrae menos por su teología y más por su moral. Puede parecer extraño, pero el hombre
de hoy, sobre todo el hombre culto, está muy atento a la moral, mientras que acepta mucho menos
las ideologías o la metafísica.
18
Una iglesia en la que esté presente la maledicencia, la mezquindad, la envidia, la carrera por los
cargos, no puede atraer al hombre.
[...]
Tenemos que purificar nuestra escatología del cinismo. Caen las torres de Nueva York, ¡profecía!
¡bien, porque el retorno del señor está cercano! Esto es cinismo, porque la gente lo recibe como
algo malvado. La iglesia tiene que ser un hogar para todos y ello comporta democracia, acogimiento,
capacidad de recepción. Hoy, la democracia no es una opción para la Iglesia, es una necesidad vi-
tal; la Iglesia Adventista es una Iglesia democrática, defendámosla, porque hoy sería inaceptable
una Iglesia que tomase una dirección autoritaria.
Debería haber una mayor ligereza. Los adventistas tenemos la tradición de una cultura de la
responsabilidad, del deber, una cultura con mucho peso. En italiano, cuando se quiere decir que
un hombre es bueno, se dice que es un hombre de peso. Pero las personas de peso, a veces lle-
gan a pesar demasiado, y yo me he cansado de estas personas, ya no las soporto. Debemos
prestar más atención a las cosas pequeñas, las que parecen ligeras, a los sentimientos que han
sido fragmentados, pero sin llegar a caer en la estupidez, porque en la realidad religiosa es difícil
conseguir el equilibrio. Muchas veces se pasa del legalismo férreo a la estupidez.
Cuando yo era un muchacho, la iglesia parecía la Medusa, que cuando miraba a alguien lo con-
vertía en piedra. Yo recuerdo los viejos maestros de la Escuela Sabática que, si uno no la había es-
tudiado los siete días, se le abroncaba delante de todos. En aquella época eso podía funcionar,
pero hoy no. Hoy, en Italia, la mayor parte de los miembros viene a la iglesia sin haberla estudia-
do, a veces los miembros no tienen ni idea de lo que trata la Escuela Sabática, pero ¡hablan, tienen
cosas que decir! Podrían escuchar, pero hablan. Esto es estupidez.
También actualmente, en Italia, se hable del tema que se hable, siempre hay alguien que levan-
ta la mano y dice «sí, pero lo importante es el amor». ¡Es el tiempo del amor! Se tiene que encon-
trar ese equilibrio. La iglesia no debe ser un lugar institucional, el carácter fundamental de la igle-
sia no debe venir marcado por los ritos, los consejos, por las instituciones, pero tampoco ha de
convertirse en un club en el que se habla en libertad, sin orden, sin rigor, sin responsabilidad. La igle-
sia debe ser una casa ordenada, como una familia debe ser, donde hay lugar para los sentimientos,
para las emociones, para los horarios, para la seriedad. La familia es un lugar acogedor, con menos
condiciones y más corazón. La iglesia ha de ser siempre el lugar que acoge con la esperanza: ven
aquí para esperar junto a mí.
Quiero concluir contándoos una historia real, que fue narrada por un misionero. En África, un
día un anciano preguntó a un misionero, con mirada pícara: «¿Por qué los apóstoles eran pesca-
dores y no agricultores?» El misionero no sabía qué responder, empezó a buscar en la Biblia a ver
qué encontraba y, el anciano africano, con aire de superioridad, le dijo al misionero: «No se preo-
cupe, yo lo sé. Es justo que los apóstoles fuesen pescadores, porque los agricultores plantan, cul-
tivan y recogen siempre en el mismo lugar, mientras que los pescadores siguen a los peces allá don-
de vayan».
Aquel africano lo había comprendido. Incluso nosotros, los adventistas, debemos abandonar la
tierra firme y tomar el largo camino de esas rutas incoherentes, a veces imprevisibles, de los hom-
bres que son nuestros hermanos. Que el señor os bendiga.
19
CULTO DEL SÁBADO
Vittorio Fantoni
Os invito a que abráis vuestras Biblias en el libro de Filipenses 3: 7-8: «Pero cuantas cosas eran pa-
ra mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor a Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas
las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor
del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo».
Éste es un texto muy radical, es típico de Pablo. Esta afirmación ha sido recogida por la reforma
protestante, que se expresaba de una forma nueva, había sustituido al «et et» católico, que es una
cosa y otra cosa unidas, por el «out out», que es una cosa o la otra, separadas. Una característi-
ca fundamental del catolicismo era y es el sincretismo, colocar juntas tantas cosas. La afirmación
«out out» expresa el contraste presente en el Evangelio entre Dios y el hombre: Dios es Dios y el
hombre es el hombre; el concepto de la alteridad (o la salvación o la perdición, la bondad o la mal-
dad). La gran obra de la Reforma, que ha triunfado sólo en parte, fue tirar por tierra las mediaciones
y dar al hombre toda su responsabilidad. La radicalidad con que Pablo se expresa continuamente
es una reacción. Pablo sabe perfectamente que la vida humana es muy complicada y que el cora-
zón humano litiga siempre en diferentes batallas. Recordad Romanos 7. Pablo también sabe que
las grandes decisiones de la vida deben ser claras, que en algún momento los caminos se bifurcan,
que por un tiempo pueden parecer paralelos, mas al final llevan a metas totalmente diferentes (out
out).
En la historia cristiana anterior a la Reforma, el hombre, Dios y la naturaleza se habían mezcla-
do en un sincretismo que trataba de aprisionar la potencia de Dios: la magia, los actos o ritos reli-
giosos, los sacramentos, el sacerdocio (no os extrañéis, porque, en realidad, el mago y el sacer-
dote están muy cerca el uno del otro; ambos buscan el poder, el mago a través de la naturaleza trata
de hacer suyo el poder de Dios y el sacerdote, a través de Dios, trata de hacer suyo el poder de la
naturaleza, pero el final es el mismo).
La Reforma abrió nuevos horizontes para la fe: entre Dios y el hombre ya no hay mediador, hay
un espacio libre, no vacío, un espacio de libertad, que sólo se puede llenar con la relación, con la
confianza, con el diálogo entre el hombre y Dios, con la oración, que es una comunicación y no un
sacramento, una fe que no se ve, que no se toca, que no se puede comprar ni cambiar. Ésta es la
grandeza de la reforma protestante y nosotros somos protestantes, no una vía media entre católi-
cos y protestantes. El adventismo se enraiza en la Reforma, y la relación con Dios no tiene ningu-
na garantía sino la fe, es un amor sin contrato escrito, es la ley escrita en el corazón, como dice
Jeremías.
De estos valores de la Reforma, ¿qué queda en los protestantes de hoy? ¿Qué queda en los
adventistas de hoy? No queda todo, algunas cosas se están perdiendo. No digo que este cambio
sea malo, pero tenemos que reflexionar. En el mundo protestante se ha vivido un proceso de inte-
riorización de los datos cristianos, con la pérdida de muchos contenidos. Hoy en el púlpito no tene-
mos la certera palabra de Dios, sino los sentimientos generados en el ser humano al escuchar la
palabra. La palabra ya no la tengo aquí para indicarme el camino, lo que he hecho ha sido «pisco-
logizar» la palabra y yo me miro dentro, veo mis sentimientos que, al encuentro con la palabra,
han hecho que yo viva.
En este fenómeno hay cosas buenas y cosas malas. Y es por esto que, en las iglesias protes-
tantes, y también en la adventista, ha habido un desarrollo enorme de la psicología, de las cien-
cias humanas, porque era la teología la que me hacía entender la voluntad de Dios cuando la Biblia
estaba aquí, pero cuando en mí surgen esos sentimientos que la palabra me ha provocado, tengo
que autoanalizarme, tengo que estudiar los mecanismos. Por ello, la psicología está sustituyendo
en nuestras iglesias a la teología, la doctrina, el credo. Pensad que hace treinta o cuarenta años, un
teólogo protestante llamado Wullmann dijo: «El objeto de la teología es Dios. Dios significa la radi-
cal negación del hombre, la anulación del ser humano. La teología puede tener como contenido, so-
bre todo, la palabra de la cruz, pero esto es un escándalo para el hombre». Y hoy se está convir-
20
tiendo en un verdadero escándalo. Se habla mucho más del hombre que de Dios y su relación con
el hombre. Hay cosas que están bien, y cosas que están mal.
La idea bíblica de que incluso el mejor hombre del mundo no es apto para el reino de los cielos,
hoy escandaliza, porque hoy el hombre de la iglesia protestante asciende y Dios desciende. La fuen-
te de verdad no es la Biblia, sino la experiencia.
Vamos a tomar el ejemplo de la Escuela Sabática. En Italia, los hermanos que no han estudiado
la Escuela Sabática, van a ella para contar su experiencia, para hablar de ellos, de sus sentimien-
tos y, tras haber hablado durante veinte minutos, con el maestro desesperado, al acabar su inter-
vención, ¡pam! meten un pequeño versículo, que se convierte en una didascalia. Hace algún tiem-
po, en la Escuela Sabática se hablaba sólo de doctrina y no de los problemas de las personas, y hoy
se quiere hablar única y exclusivamente de las personas.
La función del pastor, del predicador, ha entrado en una fuerte crisis en el mundo protestante. El
sacerdote católico ya había pasado por una crisis. La función que los miembros de iglesia recono-
cen en el pastor ya no es la de, ante todo, explicar la Biblia, sino la de exponer las intuiciones, va-
lorar las emociones, explicar los mecanismos psíquicos. Se acepta mejor al pastor como un asis-
tente moral, un «facilitador». En esto, hay cosas que están bien y cosas que están mal.
Este proceso, a nosotros, que nos encontramos en lo que llamamos el fenómeno de la posmo-
dernidad, nos llevará más adelante a una religiosidad sin normas, sin responsabilidad, sin debe-
res, aunque sí será una religiosidad como función de nuestra psique, con el fin no de liberar de la
culpa, del pecado, sino de liberar del sentimiento de culpa, que es un proceso psicológico, no sal-
vífico. Y no tenemos al pastor para liberarnos del sentimiento de culpa; la sociedad de hoy tiene otros
sacerdotes y psicólogos.
El criterio de verdad que se está afirmando en las iglesias protestantes y, en parte, en la Iglesia
Adventista, ya no es la Palabra de Dios, es la conciencia, el hombre, él mismo, porque realmente
quien interesa a los hombres es el hombre, incluso a veces con morbosidad. Yo no sé si en España
existen los programas de televisión en los que matrimonios o parejas de novios se muestran delante
de millones de espectadores a hablar de su sexualidad, de sus emociones, de sus sentimientos, de-
lante del público del estudio, que no entiende ni se entera de nada, pero que habla y da consejos.
¿Os dais cuenta que existe esta morbosidad por los mecanismos emotivos del hombre? Es una ne-
cesidad.
Otra cosa. Del hombre interesan mucho más los mecanismos que la propia existencia, las emo-
ciones más que la vida. Y el peligro de las iglesias que vienen de la reforma protestante es que la fe
se convierta en una experiencia del hombre consigo mismo, y esto es paganismo, es la oración que
se convierte en un coloquio consigo mismo. Yo oro porque me encuentro bien. En ocasiones, la ora-
ción (la bíblica) no te hace sentir bien, te hace sentir mal, al menos por un tiempo, porque el en-
cuentro con el Dios creador me dice: «Vittorio, te estás equivocando».
La salvación se busca en el pasado, en los mecanismos de la infancia, en el inconsciente, en la
anulación del sentimiento de culpa. Pero el sentimiento de culpa tiene una función por un cierto tiem-
po; después, el Señor cura la herida.
¿Dónde ha quedado la sola escritura, el solo Cristo, la sola fe? Ha perdido su sitio; en su lugar
encontramos los sentimientos y las emociones del individuo. Hay un poco de bueno en esto, pero
mucho de malo. Lo que tenemos que hacer es reaccionar, tenemos que mantener lo que la reforma
protestante y adventista nos han dado y es bueno, tenemos que cambiar, recoger los sentimientos
en el tiempo, porque nosotros nos encontramos en este tiempo, pero estamos en un tiempo en el
que Dios quiere visitar. Seguramente ha llegado el momento de leer la Biblia de una forma diferen-
te, menos literal, honrando la Biblia, no sometiéndonos a tradiciones ya superadas, lo que tene-
mos que hacer es aproximar la Biblia a la existencia humana, pero esto requiere responsabilidad,
reflexión y, en las comunidades adventistas, es siempre difícil decir «hoy, el sábado por la tarde, va-
mos a juntarnos para estudiar algo de la Biblia». Nosotros, los adventistas, hemos empezado a vi-
vir este proceso más tarde que otros protestantes, porque nosotros salimos de un fuerte legalis-
mo. Por lo menos, ésta es mi convicción.
La Iglesia Adventista que yo conocí cuando era joven, padecía un fuerte legalismo: preceptos, co-
sas que no hay que hacer; había un gran sentimiento de identidad. Pero yo conocí en esa situa-
ción a Jesucristo, entonces conocí una nueva familia.
21
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El posmodernismo y el cristiano

  • 1. EL POSMODERNISMO Y EL CRISTIANO Vittorio Fantoni Éste es un tema difícil, es difícil hablar de la posmodernidad, sobre todo porque es un clima, no es una idea, no es un dogma. Yo he comenzado a interesarme en el fenómeno de la posmoderni- dad mientras preparaba un curso de ética cristiana, al enfrentarme a los problemas éticos que plan- tea el adventismo. Porque para el adventismo la ética es un problema, ya que el adventismo no ha invertido demasiados esfuerzos en la ética, los ha invertido en la teología y en la unidad; cuanto más se invierte en la unidad, menos se invierte en la moral. Así que, reflexionando sobre la problemática ética adventista, me he dado cuenta de que la éti- ca adventista es una ética de la modernidad, presenta los caracteres propios, singulares de la mo- dernidad, mientras que hoy nosotros ya estamos pasando a otra realidad, a otro clima, y esto pue- de ocasionar un colapso, una crisis que nosotros vemos que ya está ocurriendo en las iglesias adventistas de occidente. La crisis puede llegar a ser más fuerte si el grupo de gente adventista no se da cuenta de que estamos entrando en otro momento de la historia, que estamos avanzando un paso más en la historia. Nosotros aún razonamos como si nos encontrásemos en la modernidad, mientras que en occidente vivimos en otra realidad, que es la posmodernidad. Pero aún hay otro problema: en la parte del mundo en la que la Iglesia Adventista crece, aún no ha llegado la posmodernidad. Así que el pluralismo que está creciendo dentro de la Iglesia Adventista, puede llegar a provocar un gran conflicto, incluso un colapso. Los mayores daños llegan cuando uno no es consciente del problema en el que está inmerso. Tanto la modernidad como la posmodernidad son dos categorías de la cultura occidental. Por mo- dernidad se entiende la civilización occidental dominante desde el Renacimiento hasta ahora, cul- minada con el iluminismo y el positivismo del siglo XIX. Las características fundamentales de la mo- dernidad son: el racionalismo, el individualismo burgués (porque la posmodernidad revaloriza el individualismo hedonista), el capitalismo, el progreso científico y tecnológico y la secularización. És- tas son las características fundamentales. La modernidad ha definido al hombre como sujeto racional fundamental. El hombre vive en un mundo de objetos, de sujetos, que se deben comprender por medio de la razón. La consciencia racional se convierte en el criterio del conocimiento. El hombre se erige autónomo respecto a Dios, a la tradición y a la religión. La reforma protestante ofrece ciertos motivos a la modernidad, porque cambia el concepto de autoridad y coloca al individuo singular en relación directa con Dios, afirma la autonomía en el examen de la Biblia. Pero en la Reforma, la razón está sujeta a la Biblia; en la modernidad la razón no está sometida a nada. El hecho de que la modernidad rechace la soberanía de Dios, no significa que no reconozca tanto las leyes como el orden. Es más, las leyes son el fundamento social de la modernidad. Mas, ¿quién hace las leyes? El que gobierna; y quien gobierna no lo hace por la gracia de Dios, sino por voluntad de la nación. (¡Menos mal! También debemos reconocer los valores de la modernidad). La fe en Dios se sustituye totalmente por una fe absoluta en el progreso, que era un carácter fun- damental del siglo XIX. Yo recuerdo cuando era niño, después de la guerra, después del desastre de la Segunda Guerra Mundial, que, cuando en Italia se inició la reconstrucción, había optimismo hacia el futuro, mucha fe en la medicina, fe en la ciencia que nos ha dado el cielo y la luna, las cla- ses obreras pobres tenían una enorme fe en el futuro, porque el socialismo, el comunismo, los sin- dicatos, proporcionaban fe. Hoy eso no existe. Éste es uno de los primeros puntos del paso a la pos- modernidad. Voltaire escribió: «Un día todo irá mejor, ésa es nuestra esperanza». Éste era el sueño de la modernidad. La modernidad ha llevado hacia delante una idea fundamental: la universalización, que ha sido un intento de homologar a todo el mundo hacia los valores que tiene occidente. Ésta ha si- do la base del colonialismo del siglo XIX. Pensad que los sistemas legales de Europa (de Inglaterra, de Francia, etc.), se impusieron en India, en África, en América del Sur, porque eran los mejores. La concepción evolucionista es un concepto típico de la modernidad. Aquí hay pastores jóvenes y un poco más mayores: ¿recordáis, los que lleváis bastante tiempo en la iglesia, cómo nuestros 1
  • 2. hermanos norteamericanos que llegaron a España trataban de imponer su forma de entender el es- tilo de vida y de cómo hacer las cosas? Éste es un aspecto de la universalización. Las culturas más fuertes intentan homologar y absorber las otras. De ahí que, nosotros, debamos decir que el ad- ventismo es una comunidad que ha sido expresada en la modernidad. Cuando los misioneros iban a África, querían que hubiese africanos convertidos al adventismo, al baptismo, etc., que se con- virtiesen en pequeños americanos, que cantasen los himnos de Calvino y Lutero, que estuviesen callados, que no tocasen los tambores y que no utilizasen más la emotividad que les caracteriza- ba. Ésto es la modernidad. La modernidad ha incidido mucho en la teología, ha pasado el acento del cielo a la tierra y, en al- gunos aspectos, creo que ha hecho bien; pero el problema es que ésto, después, se ha convertido en liberalismo, la autoridad de la razón humana ha sustituido la autoridad de la razón de Dios. No se sabe exactamente cuándo nace el concepto de posmodernidad. Podríamos situar ese ori- gen en las reflexiones de algunos arquitectos respecto a las formas que debían tener las ciuda- des, criticando violentamente los proyectos urbanos que crean las macrociudades, las metrópolis enormes, funcionales sólo para la producción y el comercio, pero nunca para la vida del individuo. Los primeros arquitectos posmodernos han rechazado la idea de que en África, en Asia, en América y en Europa se pudiesen crear ciudades iguales, han intentado recuperar las culturas locales y crear, en las grandes ciudades, un sistema de pequeñas microciudades dentro de esa gran ciu- dad, como antiguamente eran los barrios. En el barrio, en lo pequeño, uno encuentra absolutamente todo. La arquitectura posmoderna ha creado enormes edificios que, en muchas ocasiones, tienen esos cristales ahumados para que no se pueda ver dentro, pero en ese adentro hay jardines, es- tructuras para niños y ancianos, etc., hay una enorme diversificación dentro del edificio, son pe- queñas ciudades para cinco mil habitantes. Yo no entiendo mucho de esto, pero sé que estructu- ras como éstas ya existen en Francia, en Estados Unidos, en Alemania. La posmodernidad se puede individualizar en cualquier campo de la vida: en la literatura, en la comunicación, en la sociología y, sobre todo, en la ética, con la superación en la ética del deber, pa- ra tratar de llegar a una ética mucho más individual. La sensibilidad posmoderna se manifiesta con frases como éstas: «No existe la verdad, pero hay muchas verdades», «cada uno tiene su propia idea y no se debe imponer esa idea a los demás», «cada uno puede hacer lo que quiera», «el poder lo mueve todo», «es bueno lo que gusta», «lo jo- ven es hermoso». Éstas son frases que vosotros escucháis y que lo hacéis incluso en la iglesia, que nacen de esta nueva sensibilidad posmoderna. Hay una cita, que no leeré entera, pero sí ciertas frases: «Lo posmoderno significa dejarse ir ha- cia el flujo de los continuos cambios, significa considerar el pasado como un baúl lleno de posibili- dades y todas igualmente válidas». Es como estar en un supermercado e ir cogiendo los fragmen- tos, los diferentes elementos, y colocarlos todos juntos, sin la preocupación de formar un cuerpo completo de convicciones. La posmodernidad significa ser enormemente sensible a la imagen. Para muchos adventistas lo fundamental, lo imprescindible aún hoy, es la importancia de la imagen. La posmodernidad está muy atenta al cambio, a lo que llamaríamos la moda, la publicidad, el espectáculo, lo efímero. La idea de lo efímero es fundamental en la sensibilidad posmoderna: lo efímero es eso que está íntimamente unido a las emociones, que van y vienen. Una característica esencial de los romances posmoder- nos son las citas explícitas o implícitas, una detrás de otra, y cada cita toca uno de mis sentimien- tos por un momento y, después, viene otra. Otra característica de la literatura y el cine populares posmodernos es la reconsideración de la temporalidad, del tiempo. Hoy muchas películas de ciencia ficción nos muestran los héroes vestidos al estilo de la Edad Media, pero con armas láser. Se nos presenta la imagen de un mundo que ha sido destruido y, por ello, existe una nueva Edad Media (un ejemplo de ello lo tenemos en la pelí- cula protagonizada por Kevin Costner, titulada en España Mensajero del futuro). Ya veis que el tiempo no es lineal. Un niño que ve en una película a un hombre vestido con pie- les, como en el medievo, viajando en su nave espacial, pierde la idea de la Historia. Cuando yo era pequeño y leía un tebeo o un libro o veía una película, encontraba los floretes y, al verlos, yo sa- bía que me ubicaban en un tiempo histórico; si veía los indios con sus plumas y los caw-boys con sus winchester, yo sabía que me ubicaban en un tiempo. Ahora no. Se está pasando de un tiempo 2
  • 3. lineal a un tiempo circular. Tened presente que el tiempo cíclico es una característica pagana, quiero decir arcaica, antigua. La posmodernidad acepta la tesis de la escuela de Frankfurt. ¿Hay aquí algún estudiante que co- nozca esta escuela (Adorno, Marcuse, por ejemplo)? Recuerdo que Marcuse era un modelo en el 68. Esta escuela, que está trabajando desde hace casi ochenta años, ha condenado la modernidad, ha denunciado los errores y el mal causados por la ciencia, ha denunciado el colonialismo como fru- to natural de la modernidad. Tenemos que decir que diversos pensadores contemporáneos pos- modernos afirman que el holocausto, que Auschwitz, no ha sido un incidente, un suceso de la Historia, sino un trágico fruto de la modernidad radical; porque si la modernidad acepta la idea de la univer- salización, en la que la cultura más fuerte se impone a las otras más débiles, al límite, una cultura destruye a la otra y la anula. Ésta es una hipótesis que también comparten estudiosos hebreos. Se dice que la modernidad ha sido un pensamiento muy fuerte, mientras que la posmodernidad está tratando de expresar un pensamiento débil. Esta idea del pensamiento débil ha sido formula- da por un italiano: Gianni Vattimo, que es un católico de izquierdas, manifiestamente homosexual y que, como homosexual, quiere vivir su fe cristiana. Hace veinte o treinta años, él formuló la frase «el pensamiento débil», que es fundamental para comprender el fenómeno de la posmodernidad. Hoy incluso se habla de debilismo (en el sentido de utilizar la palabra débil como sustantivo, como debilidad). Por ejemplo, vamos a ver cuáles eran los grandes elementos o sujetos de la modernidad o incluso los precedentes a la modernidad: Dios, patria, razón, ideologías (comunismo, fascismo), el papa; todos ellos elementos fuertes sobre los que organizábamos nuestra vida. Antiguamente, cuando se iba a la guerra, que muriesen cien mil soldados era normal, y aún hoy es normal para las culturas no occidentales. Hoy los occidentales van a la guerra pero no quieren perder soldados. «¡Ha muerto un americano en diez días de guerra! ¡Uno! ¡Es una tragedia!» En Vietnam murieron sesenta mil. Éste es un elemento de la posmodernidad. Vamos a poner un ejemplo sencillo diciéndoos una frase: «Dios salva al hombre». Una gran ver- dad evangélica. El sujeto es Dios, el verbo (salva) toma mucha fuerza del sujeto (Dios); si Dios es el sujeto fuerte, seguro, el verbo salva es claro y te reconforta, da significado al objeto, que es el hombre. Ésta es una frase de la modernidad o de sus precedentes. Hoy, en cambio, la frase se di- ría así: «Quizás, si Dios existe, salva al hombre». El sujeto es débil, ha caído en la duda, está con- dicionado; el verbo ha perdido fuerza y el objeto (el hombre) deambula en el viento. Con este ejemplo sencillo, podéis ver el paso del pensamiento fuerte de la modernidad al pen- samiento débil contemporáneo, donde faltan los absolutos, faltan las certezas y ahora ya no hace falta investirse del futuro, sino tan sólo de los pequeños fragmentos del presente, lo que nos da esas emociones confortables, el sentimiento, porque no existe una gran historia que dé significado a mi vida. Aquí tenemos la idea de Jean François Léonard, un gran filósofo francés que murió hace un año y que ha inventado la definición de las grandes narraciones. Afirma que la modernidad está ca- racterizada por la existencia de grandes narraciones. El cristianismo es una gran narración, que par- te del inicio y llega al final, y absolutamente todo se explica entre su inicio y su fin (caen la torres de Nueva York y los adventistas dicen que ya estamos en la profecía). El comunismo también es una gran narración. Hace un tiempo, en Italia, había muchos comunistas (para nosotros era un poco más difícil); se leía en el periódico, por ejemplo, que había sucedido un atentado en África y el comunista decía: «Son los americanos»; estaba clarísimo. Si ha ocurrido cualquier cosa, «son los jefes», ante otra cosa «es la Iglesia», todo estaba clarísimo. Y, para los cristianos, o es Dios o es Satanás. Todo estaba claro. El capitalismo es otra gran narración, con las leyes del libre mercado se explicaba todo y esto confortaba, daba seguridad. Y yo mismo me encuentro ubicado dentro de una gran historia: la historia de la salvación. Soy parte de, yo soy algo, existo y cuento para alguien. Para Jean François Léonard el período de las grandes narraciones ha acabado. En occidente ya no existen más visiones completas del mundo a las que aferrarse. Lo que el hombre hace aho- ra mismo es mirar, pero su mirada vuelve hacia sí mismo, se mira a sí mismo, se percata de que el hombre es muy poco, pero se conforma con esto, se contenta y no crea otra gran narración. Incluso los estudiosos cristianos intentan leer la palabra de Dios a través de este debilismo o debilidad. Pensad en Simone Weil: ¿alguno conoce este nombre? Es una hebrea convertida al catolicis- mo, es un gran ser con quien no me habría gustado vivir cerca, porque los grandes seres son un po- co antipáticos. Para ella, a la debilidad del hombre se arrima la debilidad de Dios, la debilidad de 3
  • 4. Dios es la referencia del hombre. En un cierto momento, ella dice: «Dios llama débilmente y el hom- bre escucha débilmente, yo sé bien que no me ama. ¿Cómo me puede amar? Dentro de mí aún hay algo, un punto que, temblando de miedo, no puede impedir pensar que, a pesar de todo, quizás me ama». ¿Sentís esta debilidad, esta incertidumbre? Y, atención, que esta mujer murió por su fe. Quien tiene fe y siente la precariedad de la fe, posiblemente tuviese una fe más fuerte que la que se tuvo en el pasado. Pensad en esta imagen: esas dos líneas que tienden a acercarse pero nunca se tocan, que se encuentran en el infinito, es un acercamiento sin encontrarse nunca. Son Dios y el hombre. ¡Qué diferencia entre los que dicen «yo tengo la verdad» y «yo conozco la verdad y mi iglesia es el pueblo de Dios»! Son dos mundos totalmente distintos. Yo, personalmente, sien- to un acercamiento hacia ese posmoderno. Hay otra frase de Simone Weil muy hermosa. Ella vivió en la modernidad, pues murió hace cin- cuenta años, pero se percataba de su fin. La definió como un rodar [...]. [...] Norberto Bobbio es un filósofo antifascista y un hombre muy involucrado políticamente con la izquierda que, humildemente, se ha permitido expresarse sobre la religión cristiana y la posmo- dernidad. Bobbio se define como un no creyente que tiene el infinito enfrente y la vida detrás de él; se define como un no creyente, que reconoce la existencia del infinito. Él dice que hoy vemos los errores de la razón, esa razón que no ha dado la felicidad al hombre, y que el pensamiento de la ra- zón se ha convertido en algo débil; pero, él mismo, dice ver cómo entre sus amigos cristianos está naciendo una teología débil. La razón, el dios de la modernidad, se ha convertido en algo débil, mas hoy, incluso el Dios cristiano se ha convertido en algo débil. ¿Alguno de vosotros ha intentado encontrar el término hebraico sim sum o tsim tsum de la cá- bala? Dios, cuando ha creado al hombre libre, le ha cedido por su propia voluntad una parte de su ser, un espacio físico que ya no será más de Dios, sino del hombre, con lo que Dios ya no será omnipotente, porque parte de su poder la ha dado al hombre en la creación. De ahí que surja la idea de la debilidad de Dios. Prestad atención, porque si leemos Filipenses 2, en el hilo cristológico, Dios se ha hecho débil, se ha anulado para habitar entre los hombres. El Dios que nosotros tenemos es el que ha muerto en la cruz, que se ha encontrado en la debilidad. Ésta es una idea hebraica que nosotros podemos aceptar; la idea de un Dios que no será más omnipotente, ha sido un consuelo para los hebreos después del holocausto. Terminamos con esta idea. Hans Jonas, un filósofo que ha escrito un pequeño libro titulado El con- cepto de Dios después de Auschwitz, dice: «En nuestra tradición, atribuimos a Dios tres cualidades: la comprensibilidad, a Dios se le puede entender; la omnipotencia, Dios lo puede todo; y la bondad». El pensamiento hebreo, después de Auschwitz, ha afirmado que estas tres cosas ya no pueden ir juntas. ¿Cuál de estas tres se puede eliminar? Si Dios es bueno y omnipotente, ¿por qué ha per- mitido que nuestros niños mueran en esos campos? Yo no lo comprendo, esto no es comprensi- ble. Si Dios es bueno y yo lo entiendo, entonces ya no es omnipotente. Si Dios es omnipotente y yo lo entiendo, ya no es bueno, porque no ha evitado un mal absoluto. Jonas y Eli Wiesel (que en su libro La noche, nos confronta con un niño de su edad, que había sido ahorcado en el campo de Auschwitz porque era demasiado delgado para morir rápido) se preguntan: «¿Dónde está Dios fren- te al dolor y la muerte? ¿Qué está haciendo?» ¿Cómo podía Wiesel mantener su fe en Dios si no pensaba en un Dios débil? Dios es bueno, porque le he conocido; Dios es incomprensible o yo quie- ro comprenderlo, pero no es omnipotente. Dios debe tener piedad, porque sufre con nosotros. Sobre el concepto de la debilidad, creo que el pensamiento cristiano contemporáneo debería ha- cer referencia al hebraísmo, porque los hebreos han vivido ese drama y de los dramas se aprende. Otro aspecto de la actitud del posmoderno: el gran espacio de la imagen. La palabra está per- diendo cada vez más la centralidad, la palabra cada vez está cogiendo más la didascalia de la imagen. ¿Queréis un ejemplo nuestro, adventista? Aclaro que no voy a hacer una crítica. Los jóve- nes, en vuestros encuentros, casi siempre hacéis escenas de mimo, canciones suaves, los textos de las canciones son ligeros, fáciles de aprender (Dios es bueno, Dios te ama, Cristo es bueno, etc.). Esta ligereza es propia del posmodernismo y es un problema grave para la liturgia protestante. La liturgia protestante siempre se ha centrado en la predicación de la Palabra de Dios, Cristo se defi- ne como la palabra, Dios, cuando se revela al hombre, se revela como palabra escrita. Hoy la ima- gen, la escena, el mimo que duran dos o tres minutos, se prefieren frente a otras opciones, porque se dirigen hacia las emociones y crean muchos menos problemas, no se quieren los problemas. 4
  • 5. Frases que se dicen: nosotros vamos a la iglesia para estar bien, no para que nos hablen de pro- blemas, ni que me digan lo que debo hacer [...]. Ahora, la música. Éste es el tiempo de la música, y la relación que muchos jóvenes tienen con la música se puede comparar con una tempestad emocional, similar a lo que nosotros podemos de- nominar una fuerte experiencia religiosa de tipo místico, la experiencia religiosa mística que lleva a evadirte. Hay jóvenes que están todo el día con los auriculares puestos. El otro aspecto es el de la moda. Las modas siempre han existido, pero ahora se van sustitu- yendo a un ritmo velocísimo. La moda en el vestir, en el estilo de vida, en cómo te pintas, etc., y una moda empieza cuando todavía la otra no ha terminado. Así que, en el mismo tiempo, en el mismo lugar y en la misma clase social, coexisten superpuestas varias modas diferentes. Y como las mo- das son una expresión del tiempo lineal, el concepto de tiempo lineal se está colapsando, está ca- yendo sobre sí. Y, por último, la crisis de la política. Hoy las categorías tradicionales de derecha e izquierda no atraen. Yo no conozco la actual situación política española, pero en el mundo occidental tanto de- recha como izquierda tienden a encontrarse en el centro, porque ya no existen las ideologías, así que se trata de encontrar el consenso. El hombre político va a la televisión y sabe que con un pe- queño gesto puede conseguir el cambio de un millón de votos. Blair, el primer ministro inglés, tiene una tradición de izquierdas, pero está muy cerca del mundo liberal. Estas categorías de izquierda y derecha que, durante tanto tiempo han dirigido el mundo, ya no se sostienen. Hasta aquí lo que he intentado es dar una idea de la posmodernidad. COLOQUIO PREGUNTA: Usted ha apuntado que nuestra Iglesia ha nacido con la modernidad, o sea, en el mun- do del positivismo y la Ilustración. ¿Qué rasgos distintivos de nuestro pensamiento adventista ve us- ted que han sido planteados desde esta perspectiva de la racionalidad, del racionalismo? FANTONI: Cuando nosotros damos los estudios bíblicos a una persona que quiere conocer nuestra verdad, para situarnos en un ámbito de fe, tenemos una visión muy racional de todas nuestras doctri- nas. Hay toda una propedeuticidad: primero, la naturaleza del hombre, después la muerte, luego qué hay después de la muerte, después el retorno de Cristo, etc. «Pero, pastor, yo quiero saber qué hay después de la muerte.» Tranquilo, vamos despacio que a eso ya llegaremos dentro de cuatro sema- nas. Porque nosotros concebimos nuestra doctrina como un todo racional de doctrinas y de dogmas. Otro aspecto que caracteriza el adventismo como una Iglesia que nace en la modernidad es la éti- ca del deber. Es una moral que se basa en el respeto a la ley y esto está entrando en crisis. El mun- do pentecostal es totalmente diferente: es un mundo emotivo, sentimental, la verdad es la que Dios me ha hecho soñar a mí esta noche. El adventismo no es así, es diferente. El adventismo ha inverti- do mucho en la organización, a costa de sacrificar un poco la libertad. Si se ha hecho bien o mal es otra cuestión; en mi opinión, en algunos momentos de la historia, se ha hecho bien y en otros no. Otro aspecto que muestra cómo el adventismo está profundamente enraizado en la moderni- dad, es el hecho de que nosotros tenemos un único Manual de Iglesia, válido para todo el mundo: españoles, chinos, americanos, africanos, japoneses, etc. La Iglesia se está dando cuenta dema- siado tarde de este límite y, en la última Conferencia General, algunas partes del Manual de Iglesia han pasado a ser notas a pie de página, respecto a las cuales cada campo puede tomar sus pro- pias decisiones. Desde hace veinte años venimos discutiendo sobre el ministerio femenino, la ordenación de la mujer pero, sobre la base de una típica visión universalista de la modernidad, se quiere hacer una única regla para todos, por miedo a perder esa unidad. Y yo me pregunto si el conflicto actual que esto ocasiona no pone más en peligro la unidad. ¿Cuál sería la actitud moderadamente posmoderna? Americanos, ingleses, españoles, quieren que se consagre, se ordene a la mujer; que lo hagan, y quien no quiera que no lo haga, pero que nadie piense en que los unos manden en casa de los otros. Cuando una persona quiera ir a visitar una nación en la que los adventistas piensen de otro modo, que lo respete; y viceversa. Ésta es una actitud posmoderna con la que yo simpatizo. 5
  • 6. POSMODERNIDAD Y ÉTICA Vittorio Fantoni Voy a intentar ser lo más sintético posible porque éste es, seguramente, el tema más denso de es- tas charlas. Está claro que la ética de la modernidad ya no responde a las necesidades de hoy. La conciencia moral de las personas ha experimentado un fuerte cambio, porque han cambiado los puntos de re- ferencia. Ya no son Dios, ni la patria, ni el partido político quienes deben decir lo que está bien y lo que está mal; la característica típica de la moral de la modernidad era el deber, y el deber venía establecido o indicado por las leyes. Hoy, sin embargo se ha abierto un gran espacio al individua- lismo y a la tolerancia, si bien la tolerancia se ha acompañado de un sentimiento de indiferencia. La modernidad se había propuesto objetivos inalcanzables, y la posmodernidad es la época en la que se recoge esa desilusión. Un filósofo italiano, Paolo Flores d’Arcais, dice que las dos características de la modernidad son: la idea del espacio entre dos niveles, que ahora mencionaré, y la hipocresía. Primer nivel: el hombre de la modernidad es racional y tiene un espíritu crítico, así que distin- gue, valora, juzga. Segundo nivel: el hombre de la modernidad tiende a ser conformista, porque las leyes son igua- les para todos. Ésta es la primera característica mencionada, el espacio existente entre estos dos niveles. La otra característica muy interesante es la hipocresía. Hemos de ver que en otras épocas, por ejemplo en la Edad Media, hablaban clarísimamente, sin tapujos, de sus tragedias, no escondían la verdad. La modernidad tiende a esconder sus errores. Cuando en el medievo un pueblo atacaba a otro pueblo para someterlo, se decía. El colonialismo típico de la modernidad (inglés, francés, es- pañol, italiano) estaba enmascarado; se decía que lo que los europeos llevaban era la civilización. La modernidad no acepta sus errores. ¿Por qué? Porque la modernidad hace promesas, ha hecho promesas, y no acepta que no se hayan cumplido. ¿Sabéis por qué? Porque la modernidad no tie- ne el cielo, el paraíso. En la Edad Media, se decía a las personas que se portasen bien y que, si en esta vida no obtenían ningún premio, lo recibirían en el paraíso. Por tanto, si aquí uno se equi- voca, no pasa nada, porque existe el paraíso. El drama de la modernidad es que no tiene un para- íso al que reenviar las propias promesas. Por ello tiene grandes dificultades a la hora de admitir sus propios errores. Éste es el típico drama del hombre moderno. La llegada de la pluralidad típica de la modernidad ha sido bienvenida con mucho optimismo por los pensadores iluministas, mas la masa popular no había sido liberada de sus prejuicios (el ilumi- nismo, en su inicio, fue una corriente elitista). Para mover al pueblo tiene que haber comportamientos «buenos», positivos, hay que dar al pueblo motivos nuevos, porque no se podía seguir diciendo «compórtate bien porque Dios, que está en el paraíso, te ve». Ya no se contaba con la idea de Dios en el paraíso, así que los legisladores de la modernidad, debían convencer al pueblo (y es lo que han hecho), de que comportarse bien daba ventajas a quien lo hacía. Ésta es la base de la civiliza- ción democrática: la idea de la reciprocidad moral. Y el instrumento para decir lo que está bien y lo que está mal, lo dictaba el Estado a través de sus códigos y leyes; así nace el Estado moderno, en el que quien gobierna, ya no lo hace por la gracia de Dios, sino por la voluntad del pueblo (aquí es donde encontramos las revoluciones para la Constitución italiana del 48). Por esa razón, los Estados han empezado a elaborar y dictar leyes, leyes y más leyes. Así el hom- bre se sentía bien dentro de un cuadro legal; las leyes debían ser iguales para todos, regular todo (las relaciones sociales, familiares, etc.) y el punto más extremo de esto es el Estado ético (el Estado comunista, el Estado fascista), en el que el Estado quiere darte a ti, al pueblo, incluso la felicidad (no debemos fiarnos de los políticos que nos prometen la felicidad). El Estado tiene que darte las opciones para que tú puedas elegir lo que quieres para ser feliz. Ayer el hermano Ramón Carles Gelabert me preguntaba por qué yo creo que nuestra Iglesia tie- ne el carácter propio de la modernidad. En relación con el tema de hoy, nuestra Iglesia tiene mu- 6
  • 7. chísimas reglas, ha querido regular todo y éste es un carácter típico de la modernidad. El adven- tismo ha querido hacer reglas que sean las mismas y con la misma validez para todos y cada uno de los adventistas de todo el mundo. A mí me viene a la mente que Helen White dijo que se nece- sitan pocas reglas y que las existentes se han de observar; nosotros hemos tenido demasiadas. Ahora mismo, los Estados tratan de reducir leyes estatales a favor de leyes locales (federalismo); el Estado está dejando espacio a las organizaciones privadas, a las O.N.Gs., porque el Estado moderno ha errado y así lo siente. La posmodernidad reconoce y denuncia este error de la ética uni- versalista. Nunca como hoy el fenómeno moral resulta tan difícil. Hans Jonas ha escrito: «Nunca tanto po- der ha estado acompañado de una capacidad tan pequeña para indicar el mejor uso». Es un ca- rácter propio de este tiempo: un enorme poder y una enorme confusión para indicar el bien y el mal. Es como tener un coche potentísimo y no saber a dónde ir. La modernidad ha invertido en dar el po- der y ha perdido de vista las metas, los objetivos. Otro aspecto complicado es que las capacidades humanas se han extendido. Hoy, cualquier ini- ciativa en la sociedad, tiene en mente muchas personas y, en realidad, no se acaba de saber quién es el responsable. Los trenes llegan tarde y, ¿de quién es la culpa? Éste es el problema. O el fenómeno de las multinacionales. Las multinacionales ponen en el mercado un producto vene- noso y, ¿de quién es la culpa? El producto ha sido fabricado en Tailandia, vendido en España, los jefes viven en América... ¿de quién es la culpa? Esto genera una enorme «desresponsabilidad», es otro aspecto de la crisis moral de nuestro tiempo. Hablando de moral moderna, quería emplear algo de tiempo para hablar de Emmanuel Kant. Estamos en las postrimerías del siglo XVIII y los inicios del XIX. Kant ha supuesto la piedra angu- lar de la ética de la modernidad, al promulgar la ética del deber: el deber por el deber. Sin embargo, los latinos tenían un proverbio: «Haced justicia y así muera el mundo». ¿Es que el mundo puede morir a causa de la justicia? Kant decía que sí, porque: ¿qué vale el mundo sin justicia? Así que incluso por un problema de justicia puede llegar a morir el mundo. Pongo un ejemplo que en Italia es muy significativo: un corrupto es encarcelado, un juez hace indagaciones y comienza a seguir un camino que cada vez apunta más arriba, llegando al final hasta el Jefe del Estado, quien resulta ser el criminal. ¿Qué debe hacer? ¿Tiene que acusar al Presidente del Gobierno español o de Italia? Esto llevaría a una crisis política, incluso a una crisis económica. ¿Puede el mundo morir a causa de la justicia? Cuando Clinton fue acusado por el caso Lewinsky, la bolsa de EE.UU. cayó, y cuando la econo- mía cae en los EE.UU., los americanos no se mueren de hambre, pero sí lo hacen familias de Filipinas, Tailandia y todos esos países. Por tanto, si Clinton es un hombre moralmente corrupto, en otra parte del mundo, ¿deben morir un millón de personas? ¿Qué debe hacer un juez? El deber por el deber, diría Kant. Porque para Kant el mundo sin justicia para todos, no es un mundo digno de se- guir adelante. Pero muchos pensadores modernos y posmodernos dicen que, al lado de la ética ide- al, debe existir una ética de la responsabilidad. Y la persona se pregunta: si yo sigo mis ideales, ¿quién pagará por esto? En la última guerra mundial, ¿recordáis las personas que escondían judíos? Había algunos ad- ventistas de los rigurosos que, cuando les preguntaban «¿tienen escondido algún judío aquí?», pen- saban para sí «yo soy adventista y he de seguir los mandamientos»; y, por tanto, debían decir «sí, está ahí escondido». Ésta es la ética del ideal. Pero, ¿qué sucedía? Ahí está la ética de la respon- sabilidad. En algunas ocasiones me ha ocurrido, como pastor, que algún marido me ha dicho: «He traicio- nado a mi mujer, ya se ha acabado, pero siento en mí el peso de decir la verdad a mi mujer». Y yo le he respondido: «Tú eres un estúpido si quieres decirle a tu mujer la verdad; el sentido del deber lo debías haber sentido antes, ahora tú tienes que experimentar ese sentimiento de la responsabi- lidad y no descargues sobre ella tu sentimiento de culpa. Porque si tú, ahora mismo, te confiesas, te sientes bien porque confiesas, pero ella sufre; y el infierno que para ti ha acabado, comienza para ella». Las cosas son un poco más complicadas. ¿Qué debe decir un médico a una persona gravemente enferma? ¿Tiene que decir la verdad, según los ideales, o debe sentir la responsabili- dad de preguntarse qué sucederá luego? Si yo le digo la verdad ¿tendrá aún más fuerza el enfer- mo? Adelante, le digo la verdad. Pero si conozco su personalidad y sé que con la verdad se depri- 7
  • 8. mirá, al decirle la verdad disminuyo su capacidad inmune. En este supuesto no tengo ninguna du- da: no diría la verdad; mientras que en el caso del juez que investiga al Jefe del Estado, yo segui- ría investigando. ¿Os dais cuenta de que en estas cosas en las que había certezas absolutas no só- lo es difícil encontrar la solución, sino que también es peligroso? (Voy a dejar algunas cosas que tenía preparadas para así ir avanzando). En la ética actual encontramos diversas tendencias y no todas son posmodernas; una muy fa- mosa es la de Habermass, muy crítica hacia la posmodernidad. Yo querría fijarme en una: la de la trascendencia religiosa. Un autor que José Álvaro Martín citó es Emmanuel Levinas, un hebreo de origen lituano que ha estudiado y enseñado en París. Él ha elaborado la fenomenología del rostro. Para Levinas no es la ley, el deber abstracto, lo que me debe indicar mi responsabilidad moral, es ver un rostro. En esos ojos, yo siento una pregunta cuando el rostro me interpela, y desde el mo- mento en que yo he mirado ese rostro, yo me convierto en responsable de su vida. Si vosotros vais por una calle y os encontráis con esos niños que hay en muchos países, que son pequeños y muy pobres, que no tienen nada, y os podéis limitar a mirar hacia delante o a darles alguna que otra peseta; pero si os paráis y miráis el rostro de ese niño, es el momento en que ese niño entra en vuestra vida y os convertís en responsables. Ésta es una típica tendencia posmoder- na. ¿Os dais cuenta que está muy cercana al Evangelio? Jesús delante del joven rico: le miró a la cara y le amó, así dice el texto. La idea de libertad también es explorada por Levinas. En la moderna libertad burguesa esa li- bertad significa autoafirmación y mi libertad encuentra un límite en la libertad del otro, y esto es bue- no. Pero, cuidado. Los otros, en este concepto, son un límite, un obstáculo que yo acepto demo- cráticamente, pero los otros son siempre límite. Si estuviese yo solo, mi libertad sería completa; si los otros son demasiados, mi libertad es limitada. En una concepción ética similar a la de Levinas, pero cristiana, los otros no son un obstáculo para la libertad, sino la condición para el desarrollo de una verdadera libertad. Un joven que se en- amora de una joven, no se convierte en una persona menos libre; tendrá limitaciones en su com- portamiento, pero él encuentra en el amor una posibilidad de desarrollar su libertad, en el sentido de que en una concepción cristiana, la libertad no puede hacer de menos a los otros. En el momento en que el enamorado mire a los ojos de ella, esos ojos no constituirán un obstáculo, sino un espa- cio, el espacio de esa moral entre dos (no olvidéis que el amor es la moral a dos, con sus reglas, una moral que no puede ser regulada por la ley). Otro nombre que a mí me gustaría decir a los jóvenes en este campo es el de Hanna Arendt. ¿Alguno de vosotros ha leído La banalidad del mal? Hanna Arendt es hebrea, periodista y escrito- ra y se ha hecho famosa por este libro, en el que recoge la crónica del proceso contra Eichmann, el número dos del proyecto de la solución final nazi. Después de la guerra huyó y se escondió en Argentina y, creo que en 1960 ó 1961, el mosad, el servicio de inteligencia israelí, lo encontró en Buenos Aires; mandaron agentes y lo prendieron en la parada del autobús, lo metieron dentro de una valija y lo llevaron a Israel (porque el Estado argentino, así como paraguayo y algunos otros, protegía a los nazis) y sometieron a Eichmann a un proceso. El mundo ¿qué ha visto? ¿Ha visto un monstruo? No; ha visto un abuelito que decía que sólo obedecía órdenes, que él había sido un alemán honrado, ético, porque había obedecido a la ética del deber, que no era responsable, que había intentado hacer bien su deber. Era un hombre banal y ninguno habría dicho que era un cri- minal responsable de dos millones de muertos. Él era el fruto de la pasividad, una pasividad en la que la conciencia moral de millones de alemanes había desaparecido, porque había cedido el po- der a otros. La banalidad del mal. Aún algunas cosas. (De la globalización se hablará después, así que no la voy a tratar). Si de todo el fin de semana recordáis lo que ahora vamos a decir, es suficiente: la ética de la moderni- dad es la ética del deber y, para la posmodernidad, la moral comienza cuando el deber termina. La posmodernidad vuelve a entregar al individuo singular la responsabilidad moral. Un ejemplo muy sencillo: pensad en un edificio público, un hospital. Hay horario para pedir una consulta y hay un empleado allí sentado. El despacho se cierra a las seis en Italia y a las ocho en España. Llega una viejecita que ha dado vueltas por todo el hospital buscando la consulta, pero lle- ga a las seis y un minuto y el despacho se cierra. La abuelita dice que le ha costado mucho esfuerzo llegar hasta allí y el empleado responde que él ha cumplido con su deber y, además, que es un buen 8
  • 9. empleado porque cumple su cometido de cerrar a las seis. ¿Éste es un acto moral? La moral, se- gún esta idea posmoderna, empieza después de las seis. La bondad, la amabilidad empieza a partir de las seis; hasta las seis actúa la ética del deber y, después, es la conciencia moral personal. Jesús dice que el servidor que hace sólo aquello que se le ha mandado, es un servidor inútil, lo que cuenta es lo que se pone de más. ¿Recordáis la parábola del buen samaritano? El levita y el sacerdote hacen su deber, el deber de conservarse puros y no tocar un cuerpo que puede ser un cadáver. Es muy bonito tener personas que hacen su deber, pero Jesús dice que tiene que haber algo más, sentir en el plano personal que un ser humano me necesita. La moral y la ética posmo- dernas proponen de nuevo este valor. He visto que el hermano Badenas hizo una convención sobre la teología de la ley. Su explicación fundamental es que la ley marca el mínimo, pero, después, hay que crecer sobre esa ley, y el es- pacio que hay por encima del mínimo es el espacio de la moral. Es realmente bonito estar en una sociedad en la que se respetan las leyes, pero es todavía más hermoso que uno me ame sin tener la obligación de amarme. Por último, haré una reflexión sobre la ética confrontada con la sociedad. [...] Los extranjeros dan una sensación de no comprender, no conocer, lo extranjero es extraño, no sabemos qué hacer ni qué esperar y esto frena nuestra disponibilidad. Generalmente con los extranjeros evitamos el contacto. Cuando hablo de extranjeros no hablo de italianos o españoles, sino de extranjeros pro- venientes de países lejanos, de clase social y de posibilidades económicas muy diferentes a las nuestras. En un largo período de la historia del mundo, éste se dividía en dos partes: una de proximidad (en la que encontramos al prójimo, a los que están junto a nosotros, a los vecinos) y la de los extranje- ros. El espacio social se acababa en los límites del Estado. En los antiguos mapas del Imperio Romano cuando marcaban los límites, los confines de ese Imperio, dentro de ellos ponían un montón de figuras humanas y fuera ninguna. Tenían una frase: allí se encuentran los leones, los sal- vajes. Es un espacio enemigo, un desierto inculto, un vacío semántico, de allí venían los extranje- ros. Podían ser dioses o demonios, pero no eran hombres. En la Edad Media, los extranjeros po- dían recibir tres tratamientos: como enemigos a los que combatir, como huéspedes (pero que debían ser confinados en un lugar muy preciso; cuando el extranjero entraba en el castillo medieval, tenía la habitación más hermosa, pero no podía visitar todo el castillo) o podían llegar a ser considerados como un posible prójimo, si bien, durante años, debía comportarse y mostrarse como un prójimo, esperando todo ese tiempo para ser aceptado. Martin Buberg, en relación con esa actitud hacia los extranjeros, ha inventado la expresión «sin encuentro»; para vivir con los extranjeros hay que aprender el arte del no encontrarse, como cuan- do se entra en un ascensor. Incluso llega a decir que hay que ver sin mirar, no fijar la vista en el objetivo, porque poner tus ojos en ese rostro supone, en alguna medida, tomar ciertas responsabi- lidades. Eso es lo que se hace en el gentío. El hombre actual se encuentra realmente solo en me- dio de la masa humana, porque la individualidad se disuelve, no son hombres o mujeres, son som- bras que giran. Concluiré diciendo que la posmodernidad se da cuenta de la existencia de problemas morales que no se pueden resolver, que no tienen soluciones buenas absolutas, que las elecciones morales se hacen paso a paso; hay una fuerte relativización. La moral posmoderna se da cuenta de que exis- te el caos, ya no tiene la razón ni, por supuesto la ley, porque la razón socialmente se expresa a tra- vés de la ley; la moral posmoderna entiende que ni la razón ni la ley pueden resolver los proble- mas morales, la moral posmoderna es la moral de la soledad y de la responsabilidad. Para que no haya ningún equívoco, yo no creo que la moral cristiana pueda identificarse con la moral posmo- derna, pero yo tampoco creo que la moral de la modernidad, basada en la ley, se identifique con la moral cristiana. Yo creo que la moral cristiana puede construirse tratando de extraer, paso a paso y día a día, lo mejor de la posmodernidad. COLOQUIO PREGUNTA: Se ha hablado de que el Estado ha concebido la moral basándola en el legalismo (olvidando la moral y la gracia divinas) y se ve que esta tendencia no funciona muy bien con la gen- 9
  • 10. te porque la concepción de la moral de las personas es siempre subjetiva. ¿Cómo cree que el Estado podría actuar para solucionar esto? ¿Volverá a la concepción del gobierno por gracia divina o con- tinuará con su línea legalista? FANTONI: Creo que el Estado democrático es un gran regalo que la modernidad ha hecho a occi- dente y, nosotros, lo estamos viendo en este período, cuando las informaciones nos muestran esos Estados fundamentalistas. Pero sí debemos recordar que la modernidad decía que iba a dar justi- cia, orden, felicidad a todo el ser humano y esto no ha sucedido. Es más, la universalización de la idea del valor absoluto de las leyes, nos ha llevado a la colonización, al imperialismo. Los ingleses han querido hacer de la India una pequeña Inglaterra, de Calcuta una pequeña Londres; cuando Gandhi volvió a la India, era un pequeño inglés que pensaba que el derecho inglés podía ser apli- cado a cualquier otro lugar. Y éste ha sido un drama de la modernidad, porque la universalización decía que podían existir valores absolutos válidos para ser impuestos a todo el mundo, y los Estados democráticos y las sociedades occidentales modernas han pensado que se encuentran en el mo- mento álgido de la evolución y cuando iban a China, veían a los chinos fumando opio, y decían que China era una rama seca en el árbol de la evolución. Iban a América, veían a los indios dese- ando beber el «agua de fuego» (güisqui), y decían que eran unos inmaduros, que eran como niños. «¡Todo el mundo nos necesita, debemos imponer nuestro estilo de vida, ellos tienen que ser de- mocráticos como somos nosotros!». Y los americanos aún hacen esto, ¿o no? Los americanos, cuan- do vienen a Villa Aurora o a Sagunto, quieren encontrar el maíz, lo que suelen comer en EE.UU. (McDonalds, Coca-Cola) y somos nosotros quienes debemos hablar el inglés y no ellos el castella- no. ¿Por qué hablo de los norteamericanos? Porque la modernidad ha encontrado en los EE.UU. una especia de asentamiento. No hablo ahora mismo de la situación actual (y yo soy solidario con los ellos por lo ocurrido), pero imaginad que la sociedad occidental tenga una misión providencial en el mundo, que tenga que defender la libertad, ante quien no quiere nuestra libertad. La modernidad ha caído en el error de la presunción; las grandes razones del iluminismo han sus- tituido a Dios del horizonte. Se han usado incluso los mismos medios con los que en la Edad Media se imponía a Dios. Las sociedades han impuesto sus sistemas legislativos, sus creencias. 10
  • 11. POSTMODERNIDAD Y FE CRISTIANA Vittorio Fantoni Antes de entrar en el tema de esta charla, quiero poner como ejemplo un acontecimiento que fue una gran celebración posmoderna, que unos tres mil millones de personas han visto: el funeral de Lady Diana. ¿Recordáis? Era un funeral, había tantísimas flores de muchos colores, a lo largo de todo el camino había mucha gente que no vestía de negro, que aplaudía al paso del féretro. En un momento, la televisión se centró en la imagen de la familia real: la reina y su esposo vestidos según la tradición, todos de negro, el rostro grave, serio. Después, se nos mostró el interior de la iglesia, con Elton John cantando «Candle in the Wind», una canción muy dulce, hecha para los vivos, es- crita e interpretada en una iglesia por un cantante rock, con un estilo de vida de homosexual de- clarado, consumidor de sustancias estupefacientes y que estaba en la iglesia participando en esa ceremonia, una ceremonia religiosa. Tony Blair, el primer ministro, un hombre de tradición de iz- quierdas (aunque él era metodista, ahora es de izquierdas), leyó el texto sobre el amor o la cari- dad de 1.ª de Corintios 13. ¿Os dais cuenta? Ésta fue una ceremonia posmoderna: tantas cosas di- ferentes, diversas, unidas. Estilos y sentimientos diversos, tradiciones diferentes; ha sido una grandísima ceremonia. El lugar típico de la Edad Media era la catedral, donde el sacerdote oficiaba la misa. Uno de los lugares típicos de la modernidad era el discurso político hecho en la plaza (o en la esquina de Hyde Park). El lugar propio de la posmodernidad es el concierto rock al aire libre (no hablamos de rock duro, sino de rock ligero, suave). Éstos son los iconos de la posmodernidad. Otra imagen: recuerdo que hace unos tres años, antes del jubileo, en una ciudad del norte de Italia se celebró un congreso de jóvenes católicos como preparación del jubileo, contó con la presencia del papa y, el sábado por la tarde, la televisión transmitió un concierto. Visualizad la imagen, porque era posmoderna: había dos estrados o escenarios, en el más bajo había un piano y se situaban los cantantes y, en el más alto, estaba el papa Juan Pablo II. Se veía por la televisión a todos los jó- venes católicos saludando con los brazos arriba y, en lo alto del escenario, el santo padre dando confort. Se alternaban signos y señales tradicionales con el diseño y los gestos juveniles. ¡Los ca- tólicos saben cómo adecuarse a los tiempos! En el palco había cantantes de rock italianos, a la ma- yor parte de los cuales la Iglesia Católica no les importa absolutamente nada. El rock es algo transgresivo, ¿qué tiene que ver el papa con el rock? Es la posmodernidad, que está poniendo en el mismo saco cosas muy diversas. Para la posmodernidad lo importante no es la coherencia, sino sentirse bien. Fue un concierto hermoso; yo lo pasé bien con un cantante que me gusta, Zuchero, que rechazó participar en el concierto porque concibe la música rock como un tipo de protesta ha- cia la sociedad, y decía que el papa no pintaba nada con él. Otro aspecto. ¿Conocéis en España las obras de Umberto Ecco? Es considerado el más gran- de representante de la posmodernidad en Italia, es un hombre con una cultura increíble y, cuando escribe, consigue hacer un inmenso collage de citas en una misma página. Ésta es una caracte- rística propia de la literatura posmoderna: colocar en el mismo baúl al protagonista principal de El nombre de la rosa, hablando como un iluminista del siglo XIX. Una cosa más, y en seguida entraremos en el núcleo del tema de hoy. Ayer, respondiendo a una pregunta, dije que, en Jesucristo, la ética de los principios y la ética de la responsabilidad se en- cuentran. Ésta es una de nuestras convicciones cristianas tradicionales: en la cruz, la justicia y la bondad se encuentran. La cruz está allí para demostrar que la paga del pecado es la muerte, por- que ni siquiera Dios renuncia a sus principios, pero la cruz estaba demostrando que el regalo, el don de Dios es la vida eterna, porque Dios, mirando el rostro de los hombres, decide asumir él la res- ponsabilidad, y pagar él mismo el precio de su promesa, de la salvación. Cristo es grande, grandí- simo, en él encontramos siempre el punto de equilibrio. Cristo es moderno y posmoderno. Hoy nos encontramos en una situación paradójica, extraña. En los últimos decenios, la religión parece muy alejada de las preocupaciones de los seres humanos. Por otro lado, en occidente, da la impresión de que muchos se acercan a la religión de forma morbosa, que son llamados por el cie- 11
  • 12. lo con llamadas escatológicas. ¿Recordáis que hace años se suicidó todo un grupo de gente por la llegada de un cometa? Hoy, el más allá cristiano, que en un tiempo fue definido como paraíso o infierno, encuentra otras expresiones semánticas: ir al más allá, estar en el confín, estar en el abismo, el paraíso es llamado el lugar del más allá. Es un lenguaje más tenue, no tan certero. Actualmente hay un fuerte despertar de lo sagrado, pero, cuidado: no es un despertar del cris- tianismo. Esto es bastante complicado y yo sólo voy a hacer una reseña. Hoy estamos como en el tiempo de Pablo: el mundo griego había dejado a los dioses del Olimpo y había vivido la aventura de la filosofía, de la razón, que se planteaba una enorme cantidad de preguntas, pero sin dar de- masiadas respuestas al pueblo. Los estóicos afirmaban el universalismo, el mismo origen para to- dos los hombres, decían eso en las plazas y, al volver a sus casas, tenían esclavos. El mundo griego, en el tiempo de Pablo, vivía la desilusión, el fallo de la antigua religión e, incluso, los límites de la razón filosófica y tenía sed de inmortalidad. Las grandes tragedias griegas son una petición de inmortalidad. Entonces, en los tiempos de Pablo y de Jesús, ¿a dónde miraban los griegos para encontrar esas respuestas? Al oriente, a los cultos de misterio que venían de Egipto, de Siria, que se llevaban a ca- bo en lugares aislados, a través de ritos de iniciación. Pensad en los misterios de los eléusidos, en el mito de Orfeo. Cuando Pablo se encuentra en Asia, en Turquía, una noche tiene un sueño en el que aparece un hombre griego que le dice: «Ven y sálvanos». Es la petición de una cultura en cri- sis, que vive de sus desilusiones y que intenta encontrar respuestas en los ritos emotivos prove- nientes del pasado y del oriente. Hoy vivimos la misma experiencia: el retorno a la sacralidad pa- gana, el regreso de lo que era sagrado antiguamente, y cuando yo hablo de sacralidad pagana lo hago con respeto. Hoy se está afirmando una idea cíclica del tiempo, que es típica de oriente y de las culturas arcaicas antiguas, en las que el tiempo regresa (lo afirmaba Nietzsche en sus escritos, cuando hablaba del eterno retorno). Os invito a que leáis el libro de Mircea Eliade, un escritor ru- mano. La cultura hebraico cristiana y el Islam, han concebido el tiempo como una línea, una dirección hacia un lugar, un vector, y con un final del tiempo que es el día del Señor. El momento en que ahora vivimos, dentro de un segundo, ya no será nuestro; las caras, las miradas, las palabras, to- do lo que decimos, ya no volverá más. Eclesiastés dice: «Haz hoy lo que puedes hacer hoy, porque el mañana quizás no exista más». Ésta es la grandeza y la tragedia del pensamiento hebraico cristiano, pero, al fondo, está la esperanza de Dios y el dolor puede ser remediado, porque yo sé que os volveré a ver, que veré los lugares que he visto antes. Pero quitad a Dios del final de esta concepción; es la tragedia, se cae. Nosotros estamos viviendo esto con el fenómeno de la secula- rización y, por ello, se ha vuelto a recuperar el tiempo cíclico, la reencarnación, en la que todo pue- de regresar, tenemos otra posibilidad. Yo creo que, incluso para nosotros hoy (quiero decirlo para nuestro hermano López), que conocemos y tenemos la Palabra de Dios, se nos aparece ese sue- ño, no de un griego, sino de un hombre de nuestra sociedad, de occidente que nos dice «por fa- vor, ven y sálvame». Yo creo esto, pero tenemos que ser adecuados, aportar un mensaje que sea comprensible a los hombres de occidente, que son los herederos de la cultura hebraico cristiana, y creo que la categoría del debilitamiento puede ayudarnos como personas a aceptarnos más, a so- portarnos un poco más, y también nos puede ayudar a llevar el mensaje de la salvación a los hom- bres de nuestro tiempo. Hermano López: lo que yo hoy llamo la categoría del debilitamiento, es lo mismo que el herma- no Osterwald llamaba la identificación. En el texto de Filipenses 2, Cristo se ha anulado y hecho dé- bil a sí mismo en la cruz, para reencontrarse con los hombres; él se ha hecho débil y nosotros queremos seguir presentándonos como fuertes, duros, seguros, proféticos, queremos ser incluso más fuertes que Dios, es decir, «ser más papista que el papa». La categoría de ese hacerse débil, referida a Dios, no es ontológica. Yo creo en un Dios omnipo- tente, es una categoría relacional, ética. Mis hijos ya son grandes, pero de tanto en tanto, cuando mi mujer no me veía, yo he sido un buen padre, aunque ella no lo sabe. Cuando un niño sufre, nosotros podemos ir a él y decirle «has hecho esto, lo otro... es culpa tuya»; o podemos sufrir con él, hablar como habla él, decirle «cuando yo tenía tu edad, sufrí como tú lo haces ahora, yo no conseguía explicarme por qué me dejaban solo, no te lo sé explicar, pero ahora estoy aquí contigo». Yo no renuncio a ser padre, no es un hecho ontológico, yo sigo siendo padre, pero me expreso en 12
  • 13. otra categoría, en la categoría típica del amor. Si el hombre de nuestro tiempo necesita esto, y co- mo nosotros también vivimos en este tiempo y lo necesitamos, el mensaje evangélico tiene valor en esta dirección, pero no como una táctica. Cuando yo estaba al lado de mi hijo, yo no lo hacía co- mo una táctica, sino porque entendía que no podía hacer otra cosa. Jesús no ha subido a la cruz por táctica, sino porque, como dice Helen White, no había otro modo para salvar al hombre. Y esto escapa de nuestra razón, pero yo siento que eso es verdad, porque he conocido a Jesucristo, no puedo explicarlo con la razón, pero puedo testificarlo con mi fe. Vamos a leer 2.ª de Corintios 13:4: «Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el po- der de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros». Dios ha elegido aparecer y venir aquí en una persona humilde pero muy digna, humilde pero con autoridad, ha venido aquí para pedirnos nuestro «sí». ¿Recordáis el capítulo 1 de Juan? Dios ha venido al mundo, a su casa, ha pedido venir y los suyos no le han recibido; en Belén no había sitio, pero no ha vuelto al cielo, se ha quedado aquí. Débil entre los débiles. La ca- tegoría de la debilidad, aplicada al Dios cristiano, puede construir un puente empático con las dis- tancias posmodernas. Gianni Vattimo, a quien José Álvaro Martín y Josué Gil han citado, dice: nosotros tenemos que sustituir, en términos religiosos, el creer por el término esperar, que es un concepto con menos certeza pero más afectivo, te llena mucho más el corazón. Seguro que habéis notado, si habéis estado atentos, que he usado dos o tres veces la idea de que nosotros debemos colocarnos en el horizonte de la esperanza, la esperanza que encuentra la seguridad no en las certezas metafísicas, sino en las afectivas. Puede ser el verbo mejor para los cristianos de la posmodernidad. ¿Cuáles son los efectos de la posmodernidad en las iglesias cristianas que, como hemos visto, ya empiezan a tener presencia en la Iglesia Cristiana Adventista? La desestructuración de los sistemas de creencias, de doctrinas; la estructura doctrinal de las igle- sias se va desmontando, fragmentando. Como ya he comentado, cada uno pretende quedarse só- lo con aquello que le gusta. Existe esa búsqueda de la felicidad del ser, pero ¿cómo? En el Pentateuco se escribe: «Yo os doy mis mandamientos para que vosotros seáis felices, a fin de que viváis». Por tanto, la felicidad se consigue aceptando las responsabilidades de la vida. En este sentido es- toy de acuerdo: el fin de la ética es la felicidad, no el poder. Pero lo que se está formando en las igle- sias cristianas es un bienestar superficial, un poco hedonista, es mi bienestar y no nuestra felicidad, es sentirse bien en el presente, en el hoy, sin preocuparse si dentro de cincuenta años seguiremos teniendo este bienestar. Hans Jonas ha hablado de la responsabilidad de las generaciones futuras. Sergio Quinzio, un gran hombre del pensamiento religioso italiano, ha dicho: «Entre creer y no creer, ya casi no hay di- ferencia. De muchos se puede decir que creen y no creen al mismo tiempo. Son tan vagas e im- precisas y conciliables con el resto las cosas en las que creen creer...». Hoy, más que creer, se cree que se cree. Si tú le preguntas a un católico: - ¿Crees en la reencarnación? - (Dice). Sí, es una buena idea. - ¿Crees también en el paraíso? - ¡Claro! - Pero, ¿crees también en la resurrección de los muertos al final? - ¡Hombre, claro! Está escrito en el credo. - Crees en todo, y todo es contradictorio en sí mismo. Hoy la Iglesia Católica manifiesta su carácter de sincretismo; estemos atentos para que todo es- to que nosotros hemos arrojado de nuestra casa por la puerta, no acabe entrando de nuevo por nuestras ventanas. Actualmente, el carácter fundamental del cristianismo posmoderno es el pluralismo, la valoriza- ción de los otros. [...] Al hombre moderno le cuesta mucho creer que existe sólo una verdad, no piensa en el proble- ma de la verdad única, intenta valorar que lo que él piensa es bueno y lo va cogiendo de aquí y de 13
  • 14. allí. En esto hay cosas buenas y cosas malas, porque Dios es uno. Hay incluso en la sensibilidad cristiana posmoderna intereses ecológicos, la tutela de la diversidad, son cosas buenas, pero pue- den llevarnos hacia la new age. Yo, en estos momentos, quiero dar un par de respuestas. ¿Qué puede decirle el cristianismo a este mundo que no se haya dicho mil veces? Esta respuesta no es fácil; es más sencillo criticar nues- tra propia tradición que hacer propuestas positivas, pero sin crítica no puede haber propuestas; Dios está más del lado de las preguntas que de las respuestas. Esto nos lo enseña la sensibilidad reli- giosa hebraica después de Auschwitz. Os contaré una pequeña historia hebrea (¡hay tantos libros en los que encontramos pequeñas frases hebreas hermosas!). Es el consejo de un rabino: «Si tú tienes una planta en la mano y la gente te dice “¡Es el Mesías, que viene a nuestro encuentro!”, ve a plantar tu planta y, después, sal a recibirlo». Debemos saber realzar no sólo la última verdad, la del cielo, sino también las penúltimas reali- dades, la nuestra en la que vivimos. Tenemos que plantar esa flor en esta tierra, es una flor que no cultivan los ángeles, sino la fatiga de los hombres en esta tierra. Quien piense encontrar a Dios só- lo en el cielo, nunca lo encontrará. El Dios en el que nosotros creemos, no es el Dios del cielo, el que vendrá un día, sino es un Dios que está continuamente viniendo, que viene siempre, cotidia- namente, mañana, viene hacia ti, hacia nosotros, viene en el dolor y en la felicidad, viene a esta tie- rra y vendrá un día para volver a coger en sus manos la historia. Ya está viniendo, yo estoy en mi camino y nos encontraremos, sin preocuparnos, nos encontraremos. Yo creo que los cristianos, hoy, deberían seguir una idea: el consejo de Dietrich Bonhofer, un pas- tor luterano que formó parte de la resistencia contra el nazismo, participó en el complot de la bom- ba para matar a Hitler y fue asesinado, y nosotros le conocemos por las cartas que mandó desde la cárcel, en las que invitaba a dejar a un lado al Dios «tapa agujeros», al que se acude cuando uno ya no sabe qué hacer. El hombre debe tomar sus responsabilidades en la historia. Yo recuerdo a un viejo pastor que bautizó a mi mujer y nos casó, un hombre muy tradicional, pe- ro tengo muy presente una de sus frases: «Vittorio, antes de ser cristiano, en esta vida hay que ser hombre». Hay que dejar en este mundo huellas ligeras, pero dejar en éste, que es nuestro si- tio, una huella que sea nuestra, y esa huella estará escrita en el cielo. Un último pensamiento sobre lo que yo creo que son las perspectivas del adventismo. En la Universidad de Trieste, me pidieron una colaboración para un voluminoso libro colectivo, y el tema que se me encargó versaba sobre qué es el adventismo y sus perspectivas. Me resultó muy difícil. Os hago un resumen: el adventismo tiene delante unos enormes desafíos, para los que nuestra bre- ve tradición no nos ha preparado, todavía no estamos preparados para ellos. Los años que van pasando tienden a debilitar la idea del inminente regreso de Cristo. Me imagino que entendéis que, después de llevar ciento cincuenta años diciendo que Jesús está justo aquí detrás, y no viene, se desarrolla una turbación, hasta el punto de haber generado y desarrollado la teología del retar- do. Hay una respuesta teológica adventista para ello, pero no podemos continuar en cada bomba, en cada terremoto, diciendo «¡Cristo viene!». No podemos estar atentos a cada sheriff que, en los EE.UU. persigue a uno porque corta el césped en domingo y decir tras ello «¿Veis? ¡Ya tenemos aquí la ley dominical!» No podemos. Tenemos que llenar este tiempo de espera, que se alarga, de contenidos diversos. Nosotros tenemos que valorar el tiempo que estaremos en esta tierra como iglesia, no podemos continuar diciendo «los sucesos e intereses sociales y políticos no van con nos- otros, porque Cristo viene». Han pasado ya más de ciento cincuenta años. En los EE.UU., las décadas de los 50, 60 y 70 fueron las grandes épocas de los derechos civi- les y humanos, y después de Kennedy, la Iglesia Adventista ha estado ausente. Nosotros no hemos resuelto en los EE.UU. el problema de los negros, los propios negros adventistas no tenían los mis- mos derechos que los miembros adventistas blancos. Y ello ha continuado, hasta el punto de des- embocar en un gran escándalo sucedido en un hospital y que, supongo, conoceréis. Yo creo que el hecho de que los hermanos de África, Sudamérica y Europa del Este (que tienen una actitud un poco fundamentalista, y es comprensible, porque nosotros también nos comportá- bamos así), estén creciendo en el mundo adventista en número y en peso, va a suponer para la Iglesia un pluralismo que puede encontrar dificultades. Recordaremos lo que hoy hablamos aquí cuando, en la próxima asamblea de la Conferencia General, puesto que la Iglesia es una demo- cracia, sean elegidos como presidentes y dirigentes no hermanos americanos, altos, rubios, con ojos 14
  • 15. claros, sino hermanos africanos o suramericanos. Y nosotros, el mundo occidental, tendremos la sensación de haber ido marcha atrás, haber retrocedido al estilo de vida adventista de hace treinta o cuarenta años. ¿Qué podemos hacer? ¿Entendéis el riesgo? Ahora voy a decir algo con lo que, seguramente, me juegue el sueldo: yo creo que deben llegar cambios organizativos. Las Divisiones, tal y como están organizadas hoy en día, no sirven absolu- tamente para nada, personas que van viajando de aquí para allá para participar en consejos y co- misiones. De verdad, yo creo que nosotros solos podemos hacerlo; una estructura como la División es inútil con las actuales posibilidades informáticas (se pueden hacer comisiones por medio de chat), Europa sólo necesitaría un administrador muy experto que consiguiese el consenso. Pero tendría que haber una función superior que todavía no está desarrollada: la de tratar de guiar ese pluralis- mo, esos cambios culturales de los que hablábamos, de hacernos entender a nosotros cómo razo- nan nuestros hermanos rumanos, antes de que nos encontremos dos mil rumanos en España, pa- ra estar preparados, y enseñarles a ellos qué encontrarán en las iglesias de Madrid o Barcelona, para evitar esos conflictos. Éste tendría que ser uno de los principales proyectos y trabajos de la cla- se dirigente, y no formular y aprobar reglas exactamente iguales para todos, sino tratar de mante- ner la unidad de la iglesia en los grandes principios doctrinales y de fe, guiando a los hermanos hacia su encuentro, en el respeto a todas las culturas. Nosotros necesitamos hombres que hagan eso, y no sólo para que vengan a controlarnos los balances. Si somos unos cuantos los que lo de- cimos, podremos lograr algo. Otro riesgo es éste: las dimensiones de la Iglesia son muy grandes y la necesidad de financiarlas es de los débiles. En los grandes consejos de la Conferencia General existe la idea de que el que manda es el que tiene dinero (ésta es la mentalidad americana). Y hoy las organizaciones asisten- ciales adventistas (ADRA) son muy fuertes, tienen poder económico y poder específico. ¿Cuál es el riesgo? Que la Iglesia Adventista coloque todos sus intereses en los recursos asistenciales. Tiene sus razones, porque asistir, dar satisfacción a los otros, supone que venga el alcalde y te alabe por- que has hecho un hospital, pero no viene a felicitarnos porque evangelicemos. Así que, ¿cuál es el riesgo? El de caer en el sueño de Kellogg, hacer de la Iglesia Adventista una gran Cáritas o Cruz Roja. El fin de la Iglesia Adventista no es éste. Otro riesgo. Que, creciendo el fundamentalismo en la Iglesia Adventista, nosotros podemos vivir una realidad teológica en dos niveles: el de los teólogos (siempre más liberales) y el del pueblo adventista (siempre más fundamentalista). Cuando hay un desfase entre lo que piensan los teólo- gos y lo que piensa el pueblo, se puede llegar al colapso. Éstos son algunos de los riesgos que yo veo. ¿Cómo veo la Iglesia Adventista en el tercer milenio? Yo creo que ya no podrá ser más la iglesia del «o todo o nada», o se es adventista o no se es. La Iglesia Adventista debería desarrollarse co- mo círculos concéntricos: con un núcleo central identificado con la teología y con un estilo de vida medio que acepte todos los principios de la iglesia y, alrededor, no los enemigos, sino los amigos, que aceptan algunos de nuestros valores, que trabajan con nosotros, que comparten algunas de nuestras esperanzas, aunque no totalmente. Después, otro círculo todavía más grande: la idea de que la Iglesia Adventista, algún día, acogerá a muchísimos creyentes; creo que esto ocurrirá, aun- que no entrando dentro del círculo de la institución, sino a través de las sinergias, de las colabora- ciones (pero no tácticas). «Tú vas a colaborar ahora conmigo, pero dentro de un año te convertiré». Tiene que acabar este mundo de picaresca. Tú eres mi amigo, en cierto modo eres un hermano en la fe, porque compartes mi esperanza y mi creencia, incluso ciertos aspectos de mi estilo de vida, caminemos paralelamente el uno junto al otro. Cuando nosotros leemos en nuestra Biblia que un día la Iglesia Adventista será el pueblo rema- nente en el que todos vendrán y entrarán en ella, yo no sé si la Iglesia Adventista de ese momento se corresponderá con esta descripción. ¿Existirán todos esos consejos que hoy existen, el Manual de Iglesia, la Conferencia General con sus deudas? Realmente no lo sé. Tenemos que estar dis- puestos a un cambio hacia mejor. Si sentimos temor hacia ese cambio, el cambio vendrá y será una tragedia. Tenemos que estar dispuestos a ese cambio. Es mi deseo para vosotros y para mí mismo. Muchas gracias. 15
  • 16. COLOQUIO PREGUNTA: Me ha chocado mucho escuchar en la ponencia la palabra fundamentalismo, porque no estoy acostumbrada a oírla en la iglesia y sí los términos liberalismo o conservadurismo. Está de moda tras el 11 de septiembre y yo le pregunto si no considera que no es un término demasiado aceptable en estos tiempos, porque la gente está susceptible hacia él. FANTONI: Puede que el término fundamentalismo no sea un término muy oportuno hoy, pero es le- gítimo, porque el fundamentalismo es algo que atraviesa todas las religiones. Hay fundamentalismo cristiano, hebreo, etc. Y este término, precisamente, nace en la iglesia protestante, cuando, al inicio del s. XX, como reacción hacia el liberalismo teológico, los evangélicos de diversas denominacio- nes constituyeron un movimiento serio que trató de rebatir el fundamento de la fe cristiana e, inclu- so, escribió una enciclopedia titulada Los fundamentos del cristianismo. Sin embargo, este movi- miento se ha apartado y se ha inclinado hacia el conservadurismo, encontrando su base en el literalismo bíblico. Así que el término fundamentalismo, aplicado al mundo cristiano, equivale a lite- ralismo. PREGUNTA: Lo que me preocupa es si, realmente, la mayoría de los que estamos aquí estamos padeciendo persecución por seguir piadosamente a Cristo Jesús. Está profetizado que serán per- seguidos también los que reciban el sello de Dios. FANTONI: Yo no creo que la persecución sea un carácter que defina a los cristianos. Dios no nos pide que seamos héroes, nos pide que seamos fieles. En ciertas situaciones, la fidelidad nos lleva a pagar ciertos precios, pero yo no lo estoy buscando; si puedo evitar ser perseguido, lo evito. Debo decir que, a veces, he conocido hermanos que dicen que, en su lugar de trabajo, les tratan mal, les ofenden. Vamos a su lugar de trabajo y: los compañeros hacían bien. Porque, a veces, estar al lado de estas personas que son duras, que juzgan, que se presentan como perfectas, que hablan cuando tienen que estar calladitas, eso conlleva una reacción. Y éstos no son perseguidos por cau- sa de Cristo, sino de su carácter, y les está bien empleado. Los testigos de Jehová tienen esta costumbre. En Italia van a las puertas de las casas, ofenden a sus habitantes, ponen el pie para que no puedan cerrar la puerta, la gente les trata mal, van a su iglesia y dicen que les han perseguido, que les han ofendido como ofendieron a Cristo. A mí ningu- no me perseguirá porque yo haya puesto el pie en la puerta, porque yo soy una persona educada. Esperamos que la fe nos pueda traer problemas, pero no hagamos como los pentecostales, que cre- en que el don de lenguas es la prueba clara de la presencia del espíritu santo, que las persecucio- nes son la prueba de que Dios está con nosotros. Nosotros tenemos que obrar de tal forma que nuestro nombre se escriba en el cielo, y esa forma es ser fieles. PREGUNTA: Usted ha dicho que, posiblemente, en las próximas asambleas de la Conferencia General, puede haber un presidente africano, asiático o suramericano. Usted sabe que la única de- mocracia que existe es la del poder del dinero y de la ambición, y que existe dentro de la iglesia tan- to como fuera de ella. Se nos llena la boca hablando de que nuestra Iglesia es democrática e, in- cluso, criticamos a otras porque, decimos, no lo son. Si resulta elegido como presidente uno de estos hermanos, se le trazarán las líneas que deba seguir y, si no las respeta, a lo mejor se pone enfermo a los treinta días de su elección como ese papa. FANTONI: Yo pensaba que era crítico, pero hasta que te he escuchado a ti. Yo creo que la Iglesia Adventista es, fundamentalmente, democrática, tal y como se puede ser en este mundo. La preo- cupación democrática de los adventistas ha sido tan fuerte que ha burocratizado las estructuras, te- nemos muchos consejos, muchos niveles de control y verificación. 16
  • 17. CULTO DEL VIERNES Vittorio Fantoni Os invito a buscar Eclesiastés 8:17, que dice: «Y he visto todas las obras de Dios, que el hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla». En nuestra Iglesia, hoy, asistimos a un cambio que viene con velocidad creciente. Estamos en el flujo de nuestro tiempo, el siglo XX ha sido calificado como el siglo breve, en el que todo ha ido muy rápido. Y, frente a ese cambio, en la Iglesia y en los dirigentes hay lagunas. Requiere una reflexión adecuada. Se buscan las culpas en distintas causas cuando las cosas no van bien, se descubren métodos que deberían revolucionar el mundo, hay quien transmite por televisión vía satélite que es el nuevo Mesías, algunos, con buena voluntad, dicen que si los primeros cinco minutos de la Escuela Sabática se dedicasen a hablar de los cambios de las personas sería una revolución. Yo trabajo en la obra desde hace treinta años y estoy acostumbrado a que, de vez en cuando, venga alguno diciendo haber descubierto el tesoro escondido. Vienen de Norteamérica, de Suramérica, del norte, del sur, del este, cambian todo y, de vez en cuando, me da la impresión de que sólo quedan cenizas. Personalmente estoy cansado, aunque veo que otros también lo están, porque los pro- blemas de los hombres están aquí y, a veces, la clase dirigente resbala. La Iglesia en occidente marca el paso, pero me da la impresión de que existe una fractura entre cómo sentimos y expresamos nuestro mensaje y la cultura actual, el modo en que, en occidente, la gente siente su existencia; hay una frecuencia disonante. A veces se habla, se repiten eslóga- nes y llevo treinta años escuchando algunos, y no nos damos cuenta de si lo que decimos es opor- tuno. Suele venirme a la cabeza esta escena: la celebración de un matrimonio entre dos jóvenes es- posos, con el predicador insistiendo en el acercamiento de la segunda venida; esos dos jóvenes esposos quieren vivir y se les está diciendo que el mundo se acaba. Resuena sobre nosotros una pregunta de Jesús, que encontramos en Lucas 18:8: «Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» ¿Es que encontrará el Hijo del Hombre fe en la tierra? ¿Qué fe? Hoy la fe no puede ser más que diversa, diferente. El domingo veremos el fenómeno de la des- estructuración de las creencias, un fenómeno típico de la posmodernidad en las iglesias históricas (no en las carismáticas). Las creencias de una iglesia están estructuradas en un discurso global, en un encadenamiento de sucesos. Hoy se tiende cada vez más, incluso en el interior de nuestras igle- sias, a considerar las creencias y valores de la iglesia como objetos de un supermercado. Esto me gusta, lo cojo, esto no me gusta, no lo cojo..., se coge lo que gusta, lo que te hace sentir bien. Se quiere ir a la iglesia para escuchar lo que te hace estar bien. Si Jesucristo hubiese experimentado el mismo sentimiento, en lugar de ir a la cruz se habría ido al mar. Pero él fue a la cruz. Hoy se construye una fe a la medida de nuestras necesidades y, los intereses por los valores uni- versales y oficiales de la iglesia, tienden a tener menos importancia. Las necesidades ya no se des- cubren bajo el espejo de la Palabra, sino con otros medios: la psicología, la salud al estilo new age, etc. Y se empieza a entrever una peligrosa nueva categoría entre los adventistas: los no practicantes. Al menos en Italia, los católicos se dividen en practicantes y no practicantes, pero pa- ra los adventistas no tenía ningún sentido. Sin embargo, esta categoría empieza a aceptarse en nuestra Iglesia y necesitamos un esfuerzo de reflexión. En la historia de nuestra actitud hacia el evangelismo, no nos han faltado nunca las respuestas, incluso hemos tenido demasiadas, las teníamos para todo, en el bolsillo, ¡pam! la respuesta, hasta respondíamos a preguntas que nadie había hecho. Estas respuestas en muchas ocasiones han lle- gado a ser insignificantes. Recuerdo con simpatía haber visto un folleto de evangelización de hace veinte años que, creo, se repartió en toda Europa: la figura de Jesús llamando al rascacielos de las Naciones Unidas. En ita- liano estaba escrito «Cristo, la respuesta». Pero, ¿respuesta de qué preguntas? Antes de que haya respuestas, deben formularse preguntas. Es mi convicción que Dios está más en la parte de las pre- 17
  • 18. guntas que en la parte de las respuestas. Creo que hoy, sobre todo, debemos llevar a las perso- nas a que se hagan esas preguntas, que las preguntas partan de sus necesidades y no de mis con- vicciones. Se podría leer el Evangelio intentando buscar las preguntas y las respuestas que tienen a Jesús como protagonista, y se puede ver cómo Jesús, antes que dar respuestas, tendía a susci- tar las preguntas. «¿Y vosotros, quién decís que soy?» Esta mañana hemos hablado del pensamiento débil, el fin de las grandes narraciones. Ha habi- do un filósofo posmoderno que ha llegado a definir la historia como una fábula triste; ved el con- traste, porque la fábula normalmente es hermosa y él habla de fábula triste. Estos contrastes tan marcados son típicos del lenguaje posmoderno. Es inútil no aceptar que el mundo sea esto o ne- cesite esto. Debemos darnos cuenta de que estamos en una realidad y que el mundo ha nacido sin notros y puede seguir hacia delante sin nosotros. Si el flujo de la historia es esto, si han surgi- do estos nuevos sentimientos, no podemos subir al monte y quedarnos allí con nuestros manda- mientos, nuestra escatología, nuestra profecía, que no interesa a nadie. Tenemos que descender hacia el flujo de este mundo, volver a aportar algo a este mundo. Jesús no puso la cruz sobre las nubes de los cielos, él fue clavado en una cruz construida por los hombres de su tiempo, padeció los sufrimientos de ese tiempo. Hay un texto en Hechos 17:27, una explicación que da Pablo a los historiadores, en el que se dice: «Busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros». Ésta es una expresión posmoderna. En términos marinos se dice navegar por la vista (pones un pie, luego otro y luego otro), sin el confort de todas esas certezas que han guiado al mundo hasta hoy. Creo que incluso nosotros debemos meternos en esta perspectiva, entender que hasta nuestra fe es débil como cualquier cosa de este mundo, pero repetir con Pablo que, cuando uno se siente débil, se puede ser fuerte por la fuerza de Dios. A veces caminamos por el mundo llenos de certe- zas absolutas con las que conseguimos humillar a los otros (¡cuántas humillaciones he escuchado en predicaciones evangelizadoras!), con la fuerza del orgullo humano y no con la fuerza de Dios. Creo que cuando se evangeliza hoy, se ha de entender que evangelizar no es demoler el resto de creencias, no es tampoco destruir las certezas, porque eso significa destruir la dignidad de esas per- sonas, evangelizar no puede continuar siendo el combate contra las instituciones, presentando la mía para sustituir la tuya. Evangelizar es dar testimonio de débiles entre débiles, es dar el mensa- je por personas que necesitan la salvación a personas que también la necesitan, personas que han visto algo bueno (pero no todo), dando el mensaje a otras personas que, posiblemente, no han visto lo que nosotros hemos llegado a ver. Se ha de explicar nuestra propia fe de tal modo, que sus- cite preguntas en el corazón de los otros y que deje entrever las respuestas; las respuestas no las debo dar yo, sino ellos en sus corazones. No se deben cerrar espacios al misterio, se tiene que com- partir el problema del otro y colocarle ante un horizonte de esperanza, se debe aprender a escuchar y no abrir la boca mientras se escucha. Otras observaciones: se ha de ser auténtico, manifestar menos una seguridad que no tenemos. Debemos redefinir nuestras creencias, situándolas en la existencia humana, mostrando que la Biblia tiene algo que hacer con la existencia humana. ¡Tantas veces he escuchado polémicas absurdas en nuestra iglesia sobre situaciones que nada tenían que ver con nuestra vida! He escuchado a igle- sias discutir y casi pelearse sobre el tema de los ciento cuarenta y cuatro mil, o si en el cielo existi- rá la sexualidad (ya lo veremos, aunque esperemos que sí). ¿De cuántas cosas hemos hablado que no tienen nada que ver con la existencia humana? Yo recuerdo que en Italia hubo una división en- tre algunos pastores, porque un sector pensaba que Jesús vendría por la constelación de Orión y otro no lo pensaba; a mí nunca me ha interesado esta cuestión y, ¿creéis que esto interesa mucho a los hombres de nuestra época? Son cosas que resultan ridículas, que provocan risa. Aquí (en la Biblia) es donde encontramos riquezas enormes, y perdemos el tiempo en estas co- sas. Tenemos que conseguir que el Evangelio sea deseable en relación con las necesidades de la gente, y entender que hoy, el peso de los sentimientos, está aumentando de forma exagerada en el hombre actual. Si esto es lo necesario, leamos la Escritura mostrando los sentimientos, si ésta es la necesidad de los hombres, menos profecía y más sentimientos. Sucede que la Iglesia, en este período, atrae menos por su teología y más por su moral. Puede parecer extraño, pero el hombre de hoy, sobre todo el hombre culto, está muy atento a la moral, mientras que acepta mucho menos las ideologías o la metafísica. 18
  • 19. Una iglesia en la que esté presente la maledicencia, la mezquindad, la envidia, la carrera por los cargos, no puede atraer al hombre. [...] Tenemos que purificar nuestra escatología del cinismo. Caen las torres de Nueva York, ¡profecía! ¡bien, porque el retorno del señor está cercano! Esto es cinismo, porque la gente lo recibe como algo malvado. La iglesia tiene que ser un hogar para todos y ello comporta democracia, acogimiento, capacidad de recepción. Hoy, la democracia no es una opción para la Iglesia, es una necesidad vi- tal; la Iglesia Adventista es una Iglesia democrática, defendámosla, porque hoy sería inaceptable una Iglesia que tomase una dirección autoritaria. Debería haber una mayor ligereza. Los adventistas tenemos la tradición de una cultura de la responsabilidad, del deber, una cultura con mucho peso. En italiano, cuando se quiere decir que un hombre es bueno, se dice que es un hombre de peso. Pero las personas de peso, a veces lle- gan a pesar demasiado, y yo me he cansado de estas personas, ya no las soporto. Debemos prestar más atención a las cosas pequeñas, las que parecen ligeras, a los sentimientos que han sido fragmentados, pero sin llegar a caer en la estupidez, porque en la realidad religiosa es difícil conseguir el equilibrio. Muchas veces se pasa del legalismo férreo a la estupidez. Cuando yo era un muchacho, la iglesia parecía la Medusa, que cuando miraba a alguien lo con- vertía en piedra. Yo recuerdo los viejos maestros de la Escuela Sabática que, si uno no la había es- tudiado los siete días, se le abroncaba delante de todos. En aquella época eso podía funcionar, pero hoy no. Hoy, en Italia, la mayor parte de los miembros viene a la iglesia sin haberla estudia- do, a veces los miembros no tienen ni idea de lo que trata la Escuela Sabática, pero ¡hablan, tienen cosas que decir! Podrían escuchar, pero hablan. Esto es estupidez. También actualmente, en Italia, se hable del tema que se hable, siempre hay alguien que levan- ta la mano y dice «sí, pero lo importante es el amor». ¡Es el tiempo del amor! Se tiene que encon- trar ese equilibrio. La iglesia no debe ser un lugar institucional, el carácter fundamental de la igle- sia no debe venir marcado por los ritos, los consejos, por las instituciones, pero tampoco ha de convertirse en un club en el que se habla en libertad, sin orden, sin rigor, sin responsabilidad. La igle- sia debe ser una casa ordenada, como una familia debe ser, donde hay lugar para los sentimientos, para las emociones, para los horarios, para la seriedad. La familia es un lugar acogedor, con menos condiciones y más corazón. La iglesia ha de ser siempre el lugar que acoge con la esperanza: ven aquí para esperar junto a mí. Quiero concluir contándoos una historia real, que fue narrada por un misionero. En África, un día un anciano preguntó a un misionero, con mirada pícara: «¿Por qué los apóstoles eran pesca- dores y no agricultores?» El misionero no sabía qué responder, empezó a buscar en la Biblia a ver qué encontraba y, el anciano africano, con aire de superioridad, le dijo al misionero: «No se preo- cupe, yo lo sé. Es justo que los apóstoles fuesen pescadores, porque los agricultores plantan, cul- tivan y recogen siempre en el mismo lugar, mientras que los pescadores siguen a los peces allá don- de vayan». Aquel africano lo había comprendido. Incluso nosotros, los adventistas, debemos abandonar la tierra firme y tomar el largo camino de esas rutas incoherentes, a veces imprevisibles, de los hom- bres que son nuestros hermanos. Que el señor os bendiga. 19
  • 20. CULTO DEL SÁBADO Vittorio Fantoni Os invito a que abráis vuestras Biblias en el libro de Filipenses 3: 7-8: «Pero cuantas cosas eran pa- ra mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor a Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo». Éste es un texto muy radical, es típico de Pablo. Esta afirmación ha sido recogida por la reforma protestante, que se expresaba de una forma nueva, había sustituido al «et et» católico, que es una cosa y otra cosa unidas, por el «out out», que es una cosa o la otra, separadas. Una característi- ca fundamental del catolicismo era y es el sincretismo, colocar juntas tantas cosas. La afirmación «out out» expresa el contraste presente en el Evangelio entre Dios y el hombre: Dios es Dios y el hombre es el hombre; el concepto de la alteridad (o la salvación o la perdición, la bondad o la mal- dad). La gran obra de la Reforma, que ha triunfado sólo en parte, fue tirar por tierra las mediaciones y dar al hombre toda su responsabilidad. La radicalidad con que Pablo se expresa continuamente es una reacción. Pablo sabe perfectamente que la vida humana es muy complicada y que el cora- zón humano litiga siempre en diferentes batallas. Recordad Romanos 7. Pablo también sabe que las grandes decisiones de la vida deben ser claras, que en algún momento los caminos se bifurcan, que por un tiempo pueden parecer paralelos, mas al final llevan a metas totalmente diferentes (out out). En la historia cristiana anterior a la Reforma, el hombre, Dios y la naturaleza se habían mezcla- do en un sincretismo que trataba de aprisionar la potencia de Dios: la magia, los actos o ritos reli- giosos, los sacramentos, el sacerdocio (no os extrañéis, porque, en realidad, el mago y el sacer- dote están muy cerca el uno del otro; ambos buscan el poder, el mago a través de la naturaleza trata de hacer suyo el poder de Dios y el sacerdote, a través de Dios, trata de hacer suyo el poder de la naturaleza, pero el final es el mismo). La Reforma abrió nuevos horizontes para la fe: entre Dios y el hombre ya no hay mediador, hay un espacio libre, no vacío, un espacio de libertad, que sólo se puede llenar con la relación, con la confianza, con el diálogo entre el hombre y Dios, con la oración, que es una comunicación y no un sacramento, una fe que no se ve, que no se toca, que no se puede comprar ni cambiar. Ésta es la grandeza de la reforma protestante y nosotros somos protestantes, no una vía media entre católi- cos y protestantes. El adventismo se enraiza en la Reforma, y la relación con Dios no tiene ningu- na garantía sino la fe, es un amor sin contrato escrito, es la ley escrita en el corazón, como dice Jeremías. De estos valores de la Reforma, ¿qué queda en los protestantes de hoy? ¿Qué queda en los adventistas de hoy? No queda todo, algunas cosas se están perdiendo. No digo que este cambio sea malo, pero tenemos que reflexionar. En el mundo protestante se ha vivido un proceso de inte- riorización de los datos cristianos, con la pérdida de muchos contenidos. Hoy en el púlpito no tene- mos la certera palabra de Dios, sino los sentimientos generados en el ser humano al escuchar la palabra. La palabra ya no la tengo aquí para indicarme el camino, lo que he hecho ha sido «pisco- logizar» la palabra y yo me miro dentro, veo mis sentimientos que, al encuentro con la palabra, han hecho que yo viva. En este fenómeno hay cosas buenas y cosas malas. Y es por esto que, en las iglesias protes- tantes, y también en la adventista, ha habido un desarrollo enorme de la psicología, de las cien- cias humanas, porque era la teología la que me hacía entender la voluntad de Dios cuando la Biblia estaba aquí, pero cuando en mí surgen esos sentimientos que la palabra me ha provocado, tengo que autoanalizarme, tengo que estudiar los mecanismos. Por ello, la psicología está sustituyendo en nuestras iglesias a la teología, la doctrina, el credo. Pensad que hace treinta o cuarenta años, un teólogo protestante llamado Wullmann dijo: «El objeto de la teología es Dios. Dios significa la radi- cal negación del hombre, la anulación del ser humano. La teología puede tener como contenido, so- bre todo, la palabra de la cruz, pero esto es un escándalo para el hombre». Y hoy se está convir- 20
  • 21. tiendo en un verdadero escándalo. Se habla mucho más del hombre que de Dios y su relación con el hombre. Hay cosas que están bien, y cosas que están mal. La idea bíblica de que incluso el mejor hombre del mundo no es apto para el reino de los cielos, hoy escandaliza, porque hoy el hombre de la iglesia protestante asciende y Dios desciende. La fuen- te de verdad no es la Biblia, sino la experiencia. Vamos a tomar el ejemplo de la Escuela Sabática. En Italia, los hermanos que no han estudiado la Escuela Sabática, van a ella para contar su experiencia, para hablar de ellos, de sus sentimien- tos y, tras haber hablado durante veinte minutos, con el maestro desesperado, al acabar su inter- vención, ¡pam! meten un pequeño versículo, que se convierte en una didascalia. Hace algún tiem- po, en la Escuela Sabática se hablaba sólo de doctrina y no de los problemas de las personas, y hoy se quiere hablar única y exclusivamente de las personas. La función del pastor, del predicador, ha entrado en una fuerte crisis en el mundo protestante. El sacerdote católico ya había pasado por una crisis. La función que los miembros de iglesia recono- cen en el pastor ya no es la de, ante todo, explicar la Biblia, sino la de exponer las intuiciones, va- lorar las emociones, explicar los mecanismos psíquicos. Se acepta mejor al pastor como un asis- tente moral, un «facilitador». En esto, hay cosas que están bien y cosas que están mal. Este proceso, a nosotros, que nos encontramos en lo que llamamos el fenómeno de la posmo- dernidad, nos llevará más adelante a una religiosidad sin normas, sin responsabilidad, sin debe- res, aunque sí será una religiosidad como función de nuestra psique, con el fin no de liberar de la culpa, del pecado, sino de liberar del sentimiento de culpa, que es un proceso psicológico, no sal- vífico. Y no tenemos al pastor para liberarnos del sentimiento de culpa; la sociedad de hoy tiene otros sacerdotes y psicólogos. El criterio de verdad que se está afirmando en las iglesias protestantes y, en parte, en la Iglesia Adventista, ya no es la Palabra de Dios, es la conciencia, el hombre, él mismo, porque realmente quien interesa a los hombres es el hombre, incluso a veces con morbosidad. Yo no sé si en España existen los programas de televisión en los que matrimonios o parejas de novios se muestran delante de millones de espectadores a hablar de su sexualidad, de sus emociones, de sus sentimientos, de- lante del público del estudio, que no entiende ni se entera de nada, pero que habla y da consejos. ¿Os dais cuenta que existe esta morbosidad por los mecanismos emotivos del hombre? Es una ne- cesidad. Otra cosa. Del hombre interesan mucho más los mecanismos que la propia existencia, las emo- ciones más que la vida. Y el peligro de las iglesias que vienen de la reforma protestante es que la fe se convierta en una experiencia del hombre consigo mismo, y esto es paganismo, es la oración que se convierte en un coloquio consigo mismo. Yo oro porque me encuentro bien. En ocasiones, la ora- ción (la bíblica) no te hace sentir bien, te hace sentir mal, al menos por un tiempo, porque el en- cuentro con el Dios creador me dice: «Vittorio, te estás equivocando». La salvación se busca en el pasado, en los mecanismos de la infancia, en el inconsciente, en la anulación del sentimiento de culpa. Pero el sentimiento de culpa tiene una función por un cierto tiem- po; después, el Señor cura la herida. ¿Dónde ha quedado la sola escritura, el solo Cristo, la sola fe? Ha perdido su sitio; en su lugar encontramos los sentimientos y las emociones del individuo. Hay un poco de bueno en esto, pero mucho de malo. Lo que tenemos que hacer es reaccionar, tenemos que mantener lo que la reforma protestante y adventista nos han dado y es bueno, tenemos que cambiar, recoger los sentimientos en el tiempo, porque nosotros nos encontramos en este tiempo, pero estamos en un tiempo en el que Dios quiere visitar. Seguramente ha llegado el momento de leer la Biblia de una forma diferen- te, menos literal, honrando la Biblia, no sometiéndonos a tradiciones ya superadas, lo que tene- mos que hacer es aproximar la Biblia a la existencia humana, pero esto requiere responsabilidad, reflexión y, en las comunidades adventistas, es siempre difícil decir «hoy, el sábado por la tarde, va- mos a juntarnos para estudiar algo de la Biblia». Nosotros, los adventistas, hemos empezado a vi- vir este proceso más tarde que otros protestantes, porque nosotros salimos de un fuerte legalis- mo. Por lo menos, ésta es mi convicción. La Iglesia Adventista que yo conocí cuando era joven, padecía un fuerte legalismo: preceptos, co- sas que no hay que hacer; había un gran sentimiento de identidad. Pero yo conocí en esa situa- ción a Jesucristo, entonces conocí una nueva familia. 21