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ANTOCOLLOGÍA
(1956-2001)
José Luis Coll
Edición:
Julio Tamayo
cinelacion@yahoo.es
2
3
CAPERUCITA VERDE
(por el inoportuno José Luis Coll)
ÉRASE una vez, en un pueblecito muy mono, una niña a quien todos
llamaban Caperucita Verde. Plácida y tranquila vivía con su mamá, dedicándose
ambas a sus labores.
Atravesando un tupido bosque lleno de bosque, se alzaba un poco una linda
casita blanca, impoluta, limpia y acicalada. En ella vivía sola —no sabemos por
qué causa ni razón— la abuela de Caperucita Verde por parte de la madre. Era
una deliciosa anciana, llena de nieve la cabeza y poco fuego en el corazón, pues
la hoguera de su vida era un humilde y balbuciente montoncito de ascuas. A la
abuela de Caperucita Verde le encantaban los pasteles y los tarritos de miel.
Llegado que fue a oídos de la mamá de Caperucita que la dulce anciana se
hallaba enferma, mandó a la niña que le llevase, junto con sus saludos más
afectuosos, una cestita con pastelitos y un tarrito de miel.
La obediente niña, envuelta en su verde caperuza, comenzó a atravesar aquel
bosque lleno de bosque, de pájaros, de camaleones con volubles cromatóforos
epidérmicos, de lombrices y de un enorme lobo. Caperucita Verde, como un
velloncito de algodón verde, entreteníase en deshojar margaritas, en saludar a los
pájaros, en meter su diminuto índice en el tarrito de miel, en hacer ramilletes de
albahaca, en saltar cristalinos arroyuelos, cuando, de pronto... ¡oh, terrible
aparición!... ¡El lobo!
—¡Auuuuu! ¡Auuuuu! —exclamó el lobo al ver a Caperucita Verde.
—¡Hola! —contestó la niña, sin soltar la cesta.
—¿Adónde vas, Caperucita? —preguntó el terrible colmillado.
La niña, tranquila como don Rodrigo en la horca, contestó de esta guisa:
—Voy a casa de mi abuelita a llevarle esta cestita con pasteles y un tarrito de
miel, amén del consuelo de mis cuidados, tiernos y delicados, cual pertenece a
una niña como yo.
El lobo la miró de Norte a Sur, de Este a Oeste y de Nordeste a Suroeste,
al mismo tiempo que calculaba cuánto tiempo podría durarle aquella verde
merienda. Su estómago comenzó a segregar jugo gástrico, sus colmillos también
empezaron a segregar jugo gástrico y hasta de las terribles uñas afiladas segregó
jugo gástrico. Caperucita Verde mientras tanto estaba en la higuera que había
junto al camino. Quería que su abuelita tuviera pasteles, miel e higos.
Y el lobo, que no era manco, poco a poco se fue acercando hacia Caperucita
Verde. Los ojos le brillaban como un traje de oficinista, una sutil baba le pendía
de las dos fauces como a un subalterno de oficina y, en suma, estaba siendo
atormentado por ese gusanillo estomacal que maltrata al oficinista durante los
angustiosos veintisiete últimos días de mes. Era inminente el salto hacia la pobre
criatura tan débil y tan educada. La desgarraría en un santiamén y luego
marcharía a buscar la sombra de un abeto donde digerir su carga. ¡Ah del
paupérrimo destino de algunas criaturas! ¡Qué espantosa tragedia se cernía en
aquellas horas amargas, en aquel bosque amargo, lleno de almendros dulces!
4
Y cuando en el cedazo de la tragedia estaba ya casi todo cernido, el lobo
observó que, no lejos de allí, unos laboriosos leñadores descansaban de su ruda
tarea. El lobo pensó —bien pensado, por cierto— que aquellos laboriosos
leñadores que descansaban de su ruda tarea podrían oír los gritos de la criatura.
Había que tener paciencia; una paciencia de fumador, de cola de autobús, de
sentarse a la puerta del enemigo para ver su cadáver pasar.
—Dime, Caperucita Verde, ¿dónde vive tu abuelita?
—Allende las montañas.
—¿De veras?
—Ni engaño a Dios ni a los Santos.
—Bueno.
Y se marchó, haciendo un canutillo con ambas fauces, por donde salía un
agudo silbido de cancioncilla quiroguiana.
Como nuestros lectores, sutiles y observadores, habrán colegido ya, el lobo se
fue en dirección de la lejana casita donde moraba la abuela de Caperucita Verde.
Por alegres campiñas aterciopeladas y bastante mullidas, el lobo avanzaba
displicente y enjundioso, ocultando sus pérfidas maquinaciones. ¡Pobre
ancianita! ¿Qué culpa tenía ella de nada? Dime, lector, ¿qué culpa tenía ella de
nada? Por favor, lector, dime... ¿qué culpa tenía ella de nada? Pero la vida es así:
unos tantos y otros nada.
Llegó el lobo a la blanca e impoluta casita donde moraba, encarnaba y
azulaba la dulce anciana y... ¡pum! ¡pum!
—¿Quién es? —preguntó una voz de anciana que vive sola.
—Soy Caperucita Verde —contestó el maligno lobo, disimulando la voz a lo
Celia Gámez— que vengo a traerte, de parte de tu hija que, por ende, es mi
madre, una cestita con tortitas, miel e higos.
—Pasa, hija mía, pasa. Y dámelos, pues me acucia el apetito.
Agazapado, silencioso y amenazador como un paquete de «Timonel» en el
estanco, el lobo iba hacia la cama de la vieja señora. Dos metros le separaban de
ella... uno... medio... la mitad de medio…
……………..
Caperucita Verde deshojaba margaritas incansablemente. Al fin llegó ante la
blanca e impoluta casita. Como en un suave y delicado vuelo, sus piececitos la
llevaron hasta la puerta. ¡Pum! ¡pum!
—¿Quién es? —preguntó una voz de anciana que vive sola.
—Soy Caperucita Verde que vengo a traerte, de parte de tu hija que, por ende,
es mi madre, una cestita con tortitas, miel e higos.
—Pasa, hija mía, pasa,
Y la dulce niña pasó.
—¡Ay, abuelita, qué ojos más grandes tienes!
5
—Pues hija, no sé de qué será, Yo creo que como siempre.
—¡Ay, abuelita, qué manos más grandes tienes!
—Tal vez es que estoy un poco hinchada debido a la postración.
—¡Ay, abuelita, qué orejas más grandes tienes!
—Favor que tú me haces.
—¡Ay, abuelita, qué dientes más grandes tienes!
—La necesidad, hijita, que me los afila.
Y ya, completamente junto al lecho, Caperucita Verde hizo la última
exclamación:
—¡Ay, abuelita, qué barriguita más grande tienes!
—Sí, Caperucita, sí. No te lo quería decir, pero es que el lobo ha estado aquí,
y me lo he comido.
MORALEJA
A una abuela desnutrida poco aficionada al robo, si no se le da comida,
acabará con mil lobos.
1956-58
Si un hombre se declara una vez a una mujer y ella le dice que no, y se
declara tres y ella le dice que no, y se declara cuarenta y ella le dice que no, si se
declara cuarenta y una, lo más probable es que ella le diga que no.
1956-58
—Yo soy una chica a quien le encanta la humildad y la modestia. Por eso
cuando alguna amiga dice que es más guapa o más elegante que yo... ¡me da una
lástima…!
1956-58
AMOR
Yo la quería tanto que la hubiera querido igual, aunque ella me hubiera
querido a mí.
1956-58
6
MEJOR SON DIEZ MILLONES DE PESETAS
QUE UNA PALIZA
HE estado meditando acerca de este asunto y ya, sin la menor duda, puedo
afirmar que es preferible que a uno le regalen diez millones de pesetas a que le
propinen una gran paliza. Por el simple sistema de comparación, podremos
llegara la conclusión que apunto más arriba.
Con diez millones de pesetas, una persona que se ha desenvuelto en un medio
débilmente económico, puede hacer grandes mejoras en su vida, como por
ejemplo, ser propietario de una casa, vestir con cierta elegancia, viajar, tener una
surtida biblioteca, pinacoteca, discoteca, etc. amén de hacer el bien a su prójimo,
porque, quiérase o no se quiera, diez millones de pesetas es dinero suficiente
para atender a los gastos de toda una vida, siempre que no se derroche o se tire el
dinero tontamente.
No hablemos entonces de lo enormemente beneficioso que sería este dinero
poniéndolo en un banco, o en cualquier negocio de horizontes seguros y
amplios.
Además, un matrimonio a quien regalaran esta cantidad, podría, el día de
mañana, dejar un resorte de seguridad a sus hijos.
Sin embargo, una paliza, bien sea con el puño desnudo, con vergajo, látigo o
tronco de árbol, sume al individuo en un dolor agudo, con las correspondientes
molestias. Y, hasta en algún caso, si la paliza es grande, puede llegarse a la
muerte. La paliza, en fin, en nada beneficia al individuo, puesto que el dolor
siempre ha sido molesto y lo seguirá siendo.
Así, pues, no puede cabernos la menor duda de que entre el regalo de diez
millones de pesetas o una paliza, es siempre mejor lo primero. Con las razones
apuntadas más arriba, puede quedar patentemente demostrado, aunque, si el
lector lo prefiere, puedo seguir dándole otras de índole análoga y llegará a la
conclusión que se trata de demostrar.
Prácticamente, yo he consultado a varias personas y todas, a priori, han
estado de acuerdo conmigo. Es algo que, por evidente, no necesita de la
experimentación personal. Un ligero sentido de la intuición basta para que nos
demos cuenta con toda claridad, de que una paliza nunca beneficia a una
persona, mientras que diez millones de pesetas, son pesetas suficientes para
reírnos de los peces de colores, aunque no sé por qué tendríamos que reírnos de
ellos.
1956-58
7
PREGUNTAS DE UN NIÑO TONTAINA
—PAPA, ¿po qué don Pabo tene toche y nosotos biciqueta?
—Pues… porque a don Pablo se lo ha traído el Hada Madrina.
—¿Y po qué a ti no te lo tae el Hada Madina?
—Pues… porque don Pablo es bueno y yo soy malo. Por eso, nene, hay que
ser bueno siempre.
—¿Y po qué tú no ere beno?
—Pues… no sé, pero yo voy a ser bueno.
—¿Y te van a taer toche?
—Pues… seguramente, seguramente.
—¿Y po qué Reye Mago van en camello y no en toche, que se va mejó?
—Pues… porque los camellos de los Reyes Magos tienen alas y así llegan
antes con los juguetes.
—¿Y le taen jubetes a todos los niños?
—Pues… claro que sí.
—Entoces, ¿po qué hay niños que no tenen jubetes?
—Pues… porque son malos. Por eso, nene, hay que ser bueno siempre.
—Entoces, ¿todos lo que son malos no tenen de nada?
—Pues… ¡yo qué sé!
—¿Y po qué no lo sabes? Los pades lo saben todo.
—Sí, nene, sí. Lo que pasa es que me duele la cabeza.
—¿A los que son benos tamién les duele la cabeza?
—Pues… sí, también.
—¿Po qué?
—Pues… porque la cabeza es una cosa y lo otro otra.
—Papá, dicen los otos niños que a los niños los tae la cigüeña, ¿e vedá?
—Pues… claro, hijo.
—Entoces, ¿a la cigüeña quién la tae?
—Pues… a las cigüeñas las trae el Hada Madrina.
—¿Y de dónde la saca el Hada Madina?
—Pues… yo no. No soy un Hada Madrina.
—¿Cómo las fabica? ¿Tú sabes fabicar una cigüeña?
—Pues… yo no, porque no soy un Hada Madrina.
—¿Mamá es un Hada Madina?
—Pues… no, mamá tampoco.
—¿A todos los niños los tae la cigüeña?
—Pues… sí. A todos.
—Entonces, ¿cuántas cigüeñas hay?
—Pues… muchas, nene, muchas.
—Papá, ¿vedá que parece mentira que yo te pregunte esas cosas teniendo
teinta años?
—Sí, nene, parece mentira.
1960
8
EL RUBÍ DE LOS BECHUANOS
El Gran Rubí me pertenecía, tenía derecho a él. Sabía que lo encontraría en
manos de un viejo santón que habitaba en el sur de África, en la región de los
Bechuanos. No di cuenta de mi viaje a nadie. Correría graves peligros.
Sin perder más tiempo y sin más bagajes que un “salacof” y dos o tres
paquetes de tabaco, vine en seguida ante el Gran Desierto de Sahara, calcinante,
abrasador. Lo atravesé, dejando a un lado Massena, en Bachermi, para evitar
sospechas. Ante mí el río Congo, como una extensa pista verde infectada de
cocodrilos. Me zambullí en sus aguas y la pasé a nado. Comenzaba la enorme
selva del Congo. Leones, panteras, jaguares, leopardos, atronaban mis oídos con
sus rugidos feroces. Seis leopardos hambrientos me atacaron súbitamente. Los
maté y seguí mi camino por lugares fangosos hirvientes de mosquitos palúdicos.
Cerca ya del final de la selva del Congo, fue a dar con la extensa región de las
cobras, de picadura mortal, silentes y traidoras como todo reptil. El cansancio y
el sueño me acosaban y me quedé dormido como un tronco.
A la mañana siguiente llegué hasta la región de los lagos, en Tanganika,
dejando que mi desnudo cuerpo gozara de las heladas aguas de la Cascada de
Stanley. A mi izquierda, soberbio, impresionante, se alzaba la inmensa mole del
Kilimanjaro. Para orientarme, subí hasta su cumbre. En efecto, allá, a lo lejos,
divisaba los campos de Rodesia. Bajé del Kilimanjaro rápidamente, degustando
ya el placer de tener entre mis manos el Gran Rubí de los Bechuanos. Un
enloquecedor barritar atronó mis oídos. Más de doscientos elefantes galopaban
enfurecidos, abiertos en abanico, por la pequeña llanura en que yo me
encontraba. "¡Cómo van!", exclamé una vez que pasaron. El último de ellos
volvió grupas y me miró con ojos llameantes. Me atacó dando terribles
sacudidas con la trompa. Lo maté.
Al fin llegué hasta el poblado de los Bechuanos. En principio llamó mi
atención el solitario aspecto de las pajizas chozas. Luego, poco a poco, me fui
percatando de la horrible tragedia que azotaba a los Bechuanos: la peste.
Centenares de cadáveres yacían por doquier. Un olor a carne putrefacta inundaba
el ambiente. Débiles lamentos me indicaron el lugar donde estaban los
moribundos. Llegué hasta uno de ellos y le supliqué que antes de morir me
enseñara su lenguaje. Así lo hice y murió en paz. Pronto encontré la choza del
santón que debía tener el Gran Rubí. Pero había muerto pocas horas antes.
Mi estancia allí era inútil y regresé a Madrid. Era lunes. Mis compañeros de
oficina hablaban de las incidencias de los partidos de fútbol. Yo no dije nada y
comencé a trabajar, como de costumbre.
1974
9
EXTRAÑO CASO
Aun no sé si lo he vivido o lo he soñado. Lo cierto es que cuando llegué a
aquella ciudad, pregunté a un guardia por la calle Tal, y con gran asombro por
mi parte vi que me sonreía y me decía dónde estaba dicha calle.
Minutos más tarde yo entraba a una oficina. Tenía que resolver algunos
asuntos de vital importancia. Con gran asombro por mi parte, vi que el empleado
en cuestión, amablemente, me decía que no tenía que preocuparme de nada y
que al día siguiente lo tendría todo resuelto.
Salí de nuevo a la calle. Pasé a una cafetería, pedí un café con leche, y con
gran asombro por mi parte, vi que me lo servían inmediatamente, acompañado
de una serie de frases sumamente gratas.
Desde allí me fui al autobús. Y con gran asombro de mi parte, vi cómo el
cobrador me daba las buenas tardes, me preguntaba por mi salud y me
acompañaba hasta la portezuela.
Baje del autobús. Mi novia me esperaba en la esquina de costumbre. Algunos
jovenzuelos pasaron junto a ella. Y con gran asombro por mi parte, vi que la
saludaban con frases correctas, educadas y afables.
Mi novia se colgó de mi brazo y nos dirigirnos a un cine. Y con gran asombro
de mi parte, vi que la taquillera tenía las localidades que le solicité y rechazó mi
propina. El acomodador nos situó en unas buenas butacas, y con gran asombro
por mi parte, vi que al darle la propina, él me dio las gracias.
Salimos del cine, y con gran asombro por mi parte, vi que sus padres nos
preguntaban que cómo era que regresábamos tan pronto, porque aún no estaba
preparada la cena.
Momentos después me despedía de su familia y mi novia, como de
costumbre, me acompañó hasta la puerta, donde, también como de costumbre,
depositaba a hurtadillas un beso en mi mejilla izquierda. La portera, que subía en
aquel momento, nos sorprendió, y con gran asombro por mi parte, vi que no
lanzaba alaridos de estupor ni se escandalizaba ante estas nefastas costumbres de
la corrompida juventud.
Llegué al fin a casa y me introduje en la cama. Tenía mucho sueño. Y con
gran asombro por mi parte, vi que estaba lloviendo.
1974
10
CRUDA CONFESIÓN
¿Cómo os diría yo que se amaban? ¿Más que Romeo y Julieta? ¿Acaso más
que los de Teruel? No sé. Cuando el amor llega a su cénit, alguna flor resucita en
algún vaso olvidada.
Y éste era el caso de Bernardo y Agustina.
Cuando él la miraba allá, al fondo de los ojos, veía, además del iris y la
esclerótica, inmensos paisajes de rosas rojas como las patas de las palomas, ríos
y lagos cuajados de ánades con delicado cuello en interrogación, estrellas
nerviosas y auroras boreales.
Y cuando ella lo miraba a él, además de la esclerótica y el iris, veía, asimismo
bandadas de palomas de patas rojas corno las rosas, cisnes y ocas de inmaculado
plumaje, nerviosas estrellas y boreales auroras.
—Agustina —decía Bernardo—, te amo.
—Bernardo —decía Agustina—, te adoro.
—¿Qué sería para mí la vida sin ti?
—Lo mismo que para ti sin mí.
¡Qué verdad tan grande! ¡Siempre estaban de acuerdo! Y en los lentos
atardeceres de verano, se desmayaban al tiempo, quedando plácidamente
tumbados sobre la fresca hierba, hasta que venía un guarda y los despertaba.
¡Oh, maravilla de felicidad!
Pero, hete aquí que un día —¡maldita sinceridad!— Bernardo se vio
precisado a confesar algo a Agustina. Era éste el único punto que empañaba la
dicha del joven enamorado, pero tenía que afrontar la realidad, poniendo, al
mismo tiempo en prueba de sacrificio a su enamorada novia.
—Agustina —comenzó Bernardo su trémula confesión—, hay algo en mi
vida que debes conocer. Jamás te habrías enterado si yo no te lo digo, pero
nuestro amor debe estar por encima de toda sombra de ocultación.
—Dime lo que sea —le alentó Agustina, acariciando el cabello de su amado
con ternura—. Sabré comprenderte. Confía en mí, querido.
—Amor de mi vida, prepárate para recibir el más duro golpe que puedas
imaginar...
—¿Ya no me quieres, Bernardo? ¿Hay otra mujer? ¡Dime pronto lo que sea,
por caridad, o mi corazón galopará fuera de mí!
Bernardo tenía empañados los ojos y sus manos temblaban.
—Agustina —su voz brotaba ronca, apagada—, yo soy... negro.
—¡No! —lanzó un alarido Agustina, llevando sus manos a la garganta.
11
—Sí, amor mío. Soy negro. Negro de nacimiento. Nunca me he atrevido a
decírtelo. Conocía tus prejuicios raciales, pero soñaba con que mi amor, nuestro
amor, Agustina mía, superaría todo. Mi padre y mi madre también eran negros.
No puedo engañarte de ninguna manera. Ni siquiera paliar mi desgracia
diciéndote que soy mestizo o mulato. No es cierto. Soy negro, perteneciente a
una de las más puras razas del centro de África.
Agustina sollozaba con la cara entre las manos. No se atrevía a mirarlo al
rostro. Seguramente sería horrible.
—Bernardo —dijo Agustina hecha un mar de lágrimas—, después de cinco
años de noviazgo... ¿cómo has podido callarlo tanto tiempo? He imaginado
cosas espantosas. Pero esto... es superior a mí. No podría unirme a un negro
jamás.
—Lo comprendo, querida, lo comprendo. Pero de nada sirve el amor, si es a
costa de un engaño.
El eco del tiro resonó entre las rocas del paisaje. Y allí quedó, inerte,
ensangrentado, en posición grotesca, el cuerpo de Agustina.
El disparo de Bernardo había sido certero.
1974
12
ANO. Masculino de Ana
ASEXORAR. v. tr. Dar consejo de lo que se debe hacer con el sexo.
CÉLIBRE. adj. Soltero famoso.
EXTREMAÑO. adj. y s. Natural de Cáceres nacido en Zaragoza.
FENACER. v. tr. Morir en el momento de venir al mundo.
HIGNOSIS. f. Sueño producido por la ignorancia.
MALDICCIÓN. f. Exabrupto o palabrota dicha de forma incorrecta.
MATRID. Capital del útero.
MENOSTURBARSE. v. r. No practicar el onanismo, ni con la luz apagada.
REMERA. adj. Puta con piragua.
VULGARCITO. Personaje de cuento infantil, sin la menor importancia ni
detalle digno de ser destacado.
1975
13
EL LLANTO DEL NIÑO
No era aquél un niño como todos los demás. Ni siquiera parecido. El que yo
digo lloraba continuamente. Desde el día que nació no dejó de llorar. Claro que
los primeros días no extrañaba demasiado, pero cuando pasaron los primeros
once años y el niño no cesaba en su llanto, sus padres llamaron al médico. Pero
el médico diagnosticó S.I.P.R.D., es decir: “Sufrimiento infantil por razones
desconocidas.”
Treinta años después, el niño seguía llorando, ante la impotencia de los padres
por remediarlo.
Y de repente, una noche, cuando el niño había cumplido los setenta años, dejó
de llorar.
Los padres, lacónicos, sólo dijeron: “Anda, hijo, que vaya rato nos has hecho
pasar.”
1976
CONGRESO EN GRANDILANDIA
En Grandilandia, la ciudad más grande del mundo, se reunieron los magnates
de todo. El presidente había convocado el Gran Congreso.
—¡Señores! —dijo con tremenda voz—. ¡Os he reunido aquí para deciros que
solamente hay un procedimiento para hacerse rico honradamente!
—¿Cuál? —preguntaron a coro miles de magnates.
Y entonces el presidente lo explicó.
1976
14
RELATO INMORALÍSIMO
Una abeja se posó sobre una flor. Allí permaneció durante más de una hora.
Luego la abeja se marchó y la flor se quedó. Quiero decir que se quedó como si
tal cosa.
El jardinero pasó por allí, se quedó mirando a la flor, y exclamó: “¡Qué bella
flor!”. Y, en efecto, era muy bella.
1976
¡YA ESTÁ BIEN, CARAMBA!
¡Ya está bien, caramba! Luego dirán que uno es contestatario, pero es que hay
cosas que...
Para que me comprendan: el otro día voy a este sitio y expongo mi problema.
Y me dicen que tal y cual y que vaya a ver a don Fulano. Voy a ver a don Fulano,
pero me recibe don Merengano y me dice que esto y lo otro y lo de más allá. Yo
le digo que, hombre..., por favor, que yo no puedo perder mi tiempo aquí y allá
y... eso, ¿no? Pues nada. Se metió en el despacho y al cabo de tres horas de
espera sale don Zutano diciendo que don Merengano se ha ido, y que don Fulano
está muy ocupado y que vuelva mañana. De momento, este don Zutano ya tenía
cara de tonto. Normal, claro. Pero no me amilano y le digo que yo tal, que yo
cual, que comprenda que... Bueno, pues parece que me escuchaba. ¡Naranjas!
¡Se estaba comiendo dos naranjas! Que, por cierto, ni me ofreció. Bueno,
cansado me marcho de allí y voy al otro piso. Y en el otro piso, lo de siempre.
¡Yo tenía mis papeles en regla, lo juro! Pero que si quieres arroz, Paula.
Y ésta es mi pregunta: ¿Se puede aguantar que uno vaya allí, que le hagan
perder toda una mañana, que no te resuelvan nada, y que no pase nada?
Pero conmigo no juega nadie. (Por eso estoy triste.)
Y pienso volver a insistir. Y como no me atiendan como es debido hablaré
con alguien de más arriba. Y si éste tampoco me lo soluciona me iré a casa, que
es donde mejor se está. Y el que avisa no es traidor.
1976
15
SITUACIÓN DESESPERADA
Hay momentos en la vida de las personas en los que ya no se puede aguantar
más. Momentos en los que, a la vista del panorama que nos rodea, el hombre se
hace la pregunta de si merece la pena todo o no merece la pena nada. Porque
todo tiene un límite, y la paciencia se agota paulatinamente.
Y esto es algo parecido a lo que ocurre actualmente en España. Uno -que
tiene el vicio de meditar de cuando en cuando- analiza la situación actual con
serenidad de juicio, pesa y contrapesa los pros y los contras, y llega,
indefectiblemente, siempre a la misma conclusión: no hay arreglo posible. Es un
mal endémico, un mal nuestro, incurable, fatal, irrevocable...
Para convencernos de todo lo dicho, comparémonos con el resto de la
mayoría de las naciones europeas y se verá la notoria diferencia. Y no tenemos
derecho a quejarnos de nada, porque la culpa es nuestra. Haría falta que pasaran
muchos años y, en un esfuerzo común, ponernos a la altura de esos otros países.
Y hasta que eso suceda, resignación, paciencia y crujir de dientes.
Claro que no quiero ser del todo pesimista, porque el milagro puede
producirse. Y si se produce y nuestro fútbol -que es de lo que estoy hablando- se
pone a la altura de los mejores, sobra todo lo dicho anteriormente.
Dios lo quiera así.
1976
16
¡HAY QUE HABLAR CLARO!
La gente no hace más que quejarse de esto, de lo otro y de lo de más allá, sin
una postura clara y decidida. Y lo que hace falta es hablar claro. Porque mientras
uno vaya de un lado a otro diciendo que si tal y que si cual, la cosa no tendrá
remedio. Es preciso decir esto es así, y así y así. Lo que pasa es lo que pasa. Y
naturalmente nunca llegaremos a una solución concreta.
Por otra parte, yo comprendo la dificultad que entraña todo este tinglado.
Resulta que vas y dices que tú... pues eso. Y te dicen: "¡Oh, no, ni mencionarlo!”
“¿Y por qué no mencionarlo?”, se pregunta uno. “Pues porque no.» «Porque no,
no me basta. Quiero saber por qué." “Pues porque no.» Entonces uno comenta:
he ido, lo he expuesto y me han dicho que -eso ni mencionarlo. ¿Y tú qué has
dicho? He dicho que
por qué no. ¿Y qué te han dicho? Que nada, que no.
Y uno se indigna. Porque es lo que yo digo. Yo he ido y lo he dicho bien claro.
Me han entendido perfectamente. Y yo estoy en mi derecho de que cuando me
digan que no, me digan también por qué no. ¡Pues no! ¡Te dicen que no y tan
tranquilos! Así pasa lo que pasa. Y más que va a pasar. Aunque a lo mejor no
pasa nada. Porque ¿qué es lo que puede pasar? ¡Si no puede pasar nada! Y eso es
lo malo.
La verdad es que esto es un callejón sin salida. Porque si te pones de una
parte, la otra dice que tú... Y si te pones de la otra te pueden dar por el cogote.
Entonces, ¿qué? ¿En medio? ¡No! Blanco o negro. ¡Nada de gris! Y si te quedas
en medio entonces ya no eres ni blanco ni negro.
Por eso lo mejor es poner los puntos sobre las íes y hablar claro, caiga quien
caiga y pase lo que pase.
Y basta por hoy, que bastante claro estoy hablando.
17
CUENTECITOS PEQUEÑITOS
Mi novia
Mi novia solía enfadarse conmigo porque nunca le decía que la encontraba
bonita, o que un vestido suyo me fascinaba, o que llevaba un peinado realmente
atractivo, o que sus ojos tenían el azul profundo del mar, o que sus labios eran
como dos sirenillas rojas tumbadas al pie de la gruta de su boca. Y es cierto que
nunca alabé ninguno de sus encantos físicos.
Porque yo era ciego.
Amor eterno
Dos jóvenes de sexo muy diferente se amaban con locura. Y se miraban a los
ojos quince horas diarias. Y entrelazaban sus manos. Y por la noche soñaban el
uno con el otro. Y se juraban muchas cosas. Y eran muy felices. Y un atardecer a
él le dieron un tiro en la cabeza porque se hallaba casualmente en la guerra. Y
ella lloró muchísimo. Lloró tanto que creían que se iba a morir también. Pero no
se murió. Y siguió viviendo.
La mujer mala
Había en un pueblecito una muchacha muy bonita. Pero todos decían que era
mala, porque alteraba a los hombres, y porque era una descocada, y porque era
una sinvergüenza. Y entonces se reunieron todas las mujeres del pueblecito y la
quemaron, porque no se podía consentir que allí hubiera una mujer mala.
1976
18
Refranero
Cuando el río suena es que no estamos sordos.
A quien madruga le salen unas ojeras…
Protestar de todo es algo muy español. Conformarse con todo, también.
Lo de Cervantes fue una chulería: con una sola mano.
Suicidarse y casarse son cosas que sólo se deben hacer una vez en la vida.
Y por ese orden.
No es que se mueran de viejos. Es que se rinden.
1976
19
AL DINERO,
que sólo sirve para todo.
LENNY BRUCE
No os guardo
el menor rencor,
hijos de la gran puta.
JESUCRISTO
Lo quise hacer mal,
pero me equivoqué.
SAN JOSÉ
La verdad. Me lo creí.
FRANZ KAFKA
Lo que yo decía.
HITLER
Ahora reconozco
que fui un poco
impulsivo.
1982
20
—Han condenado a muerte a don Juanito Aguilar.
—¿Qué es condenar a muerte, tío?
—Que lo van a matar.
—¿Y si él no quiere que lo maten?
…………
—¿Y cómo lo van a matar, tío?
—Fusilándolo.
—¿Qué es fusilar?
—Lo ponen junto a una tapia y le dan tiros hasta que muera.
—¿Y si no hay tapia?
1984
21
HABLANDO CLARO
O sea, que a ese señor lo destituyen por haber dicho lo que ha dicho en esa
revista y todo el mundo aprueba tal decisión, menos ustedes, que contestan con
el silencio. Sin embargo, cuando hay que vociferar, bien que vociferan y se
rasgan las vestiduras, aunque yo las llamaría “vestiblandas”, que bastante de
fofas tienen.
¿Y qué quieren dar a entender con ese silencio? ¿Que el que calla otorga?
¿Que no han entendido la pregunta? ¿Que están sordos y no han oído nada?
¿Que no sabe y no contesta? ¿Que lo están meditando? ¿Que no tienen opinión?
Yo, por ejemplo -y mi ejemplo puede ser múltiple-, cuando salgo del cine y
alguien me pregunta que qué me ha parecido la película, le puedo decir que me
ha gustado, que es detestable' que ni fu ni fa, que me quedé dormido, que me
aburrió, que me distrajo, aun cuando en cada una de mis contestaciones pudiera
haber una buena parte de cinismo o mentira camuflada. Pero lo que no es
inteligible es que alguien me aborde sobre mi opinión, y yo me quede mirándole
a los ojos media hora sin decir esta boca es mía, porque el otro puede llegar a
pensar que me he quedado mudo, que estoy en la inopia o que me hablan en un
idioma que desconozco.
Y eso no es así, señores. Ustedes están ahí para opinar siempre que el caso lo
requiera, porque, además, es su obligación. Imagínense ustedes, queridos
lectores, lo que sería un examen de cualquier materia, y el examinado, a cada
pregunta que considerara más o menos comprometida, dijera: “A eso no
contesto.” Pienso que habría que suspenderlo inmediatamente, puesto que ese
silencio sólo tendría dos opciones: la del desobediente o la del ignorante.
Lo que pasa es lo que pasa, y así va todo. Y mientras no pase más, pues vaya
y pase, pero hay cosas por las que no se puede pasar. Es como si mi mujer de
pronto me dice un día: “Oye, tú, que por lo visto tal y cual.” Y yo voy y me
pongo a dibujar pajaritos en lugar de decirle: "Pues mira, resulta que tal y cual o
qué chica, ¿qué quieres que te diga?” Porque una familia, a la hora de comer, si
la sopa está sosa, todos dicen: “La sopa está sosa.” Y lo que no tendría ni pies ni
cabeza es que uno, aunque sea el cuñado, si le preguntan: “¿Está sosa la sopa?”,
se encoja de hombros y cierre los ojos, o se ponga a silbar "El puente sobre el río
ese”.
Y si añadimos a todo esto que ustedes son la segunda válida opinión del
conjunto total, pues más a mi favor. Y si, encima, cuando hablan, tienen el
portavoz de más potente voz, pues eso.
Es posible que alguno de mis lectores -si los tengo- se estén preguntando que
adónde quiero ir a parar. Pues está bien claro; que cuando uno quiere, dos no
riñen. Que al buen entendedor, con pocas palabras basta. Que más vale un toma
que dos te daré. Que a palabras “necias” oídos sordos. Que lo elíptico, lo tácito y
lo sobreentendido son tres piernas del mismo cuerpo. Que yo sé lo que me digo.
Y que ustedes ya me entienden.
Claro que yo podría ser más explícito. Pero entonces no me pondría a su
altura. A la de ellos. A la de los que no saben, no contestan.
Y conste que yo también tengo mi opinión. Pero me la guardo.
1985
22
BENDITA RUTINA
Todos, y todos los días, solemos hacer las mismas cosas, con las mismas
gentes y con las mismas cosas. Un día va siendo poco menos que un calco del
anterior, en ese monótono ir y venir, sin salir del mismo punto, y no sabiendo de
dónde salimos ni adónde llegamos. Es nuestro burro de noria que viaja en
silencio, hasta llegar a ninguna parte. Vivimos con el autoengaño del “mañana
será otro día”, cultivando sueños y proyectos que justifiquen de alguna manera el
forzoso devaneo vital, ese camino que hay que seguir por imperativo de no se
sabe. Y comienza el juego de despropósitos, dentro de unas normas y reglas de
juego que todo ser humano tiene que aceptar, si no quiere verse marginado o
señalado por el dedo de los más.
Pero, como de cualquier manera el camino y su andadura son ineludibles,
inevitables, forzosos y fatales, cada uno, a través del tiempo, va acomodando su
idiosincrasia y sus facultades en lo que más se ve proyectado, aunque no
necesariamente uno vive en lo que más le gustaría vivir. Y en ese devenir del
quehacer, en cualquiera de sus múltiples facetas, nos vamos rodeando de amigos,
familia y gentes que más apaciguan y calman nuestra sed.
Y de ahí es de donde nace lo que llamamos rutina, que suele tener, las más de
las veces, un sentido peyorativo, negativo y poco atractivo, cuando pienso que,
en realidad, lo que puede mantener en forma nuestro motor de seguimiento es
eso, precisamente la rutina: el saber que al siguiente día vas a ver otra vez a los
tuyos y a lo tuyo, que el entorno continúa, porque la soledad no consiste en que
no haya nadie a nuestro alrededor, sino que lo que haya, no lo reconozcamos,
que estemos en ajeno. Que la soledad no es centrífuga, sino centrípeta.
Y en contra de todo argumento que califica la rutina como algo deplorable y
sin imaginación, yo, por el contrario, creo que la rutina es amor, convivencia,
calor de costumbre, conservación de lo que se ama y por lo que se ama y lucha.
La rutina es barrera de protección y guardián de lo íntimo. El ser no rutinario -si
tal argumento fuera cierto- sería un ser de alma nómada, que pasa por las cosas
sin verlas ni acariciarlas. Algo que ni profundiza ni se afinca, que huye de sí
mismo o desprecia las huellas de su propia andadura. Con la rutina, tal vez
estemos siempre en el mismo punto. Sin la rutina, no estamos nunca en ninguna
parte.
De otra manera, no concibo un mundo sin rutina. El caos. Nada o pocas cosas
serían como las esperamos en el amanecer próximo. El amor del ser querido, sin
rutina, sería efímero, cambiante y sin valor. Y todo aquello que conforma y
confirma una existencia hacia un punto determinado se vería constantemente
interrumpido por la variabilidad y volubilidad de nuevas sendas a seguir hasta
oscuras metas.
La rutina nos da seguridad de saber que ese amigo es nuestro amigo, porque
la rutina nos lo ha demostrado. Y todo, absolutamente todo, desde que el mundo
es mundo y el hombre es lobo, la rutina ha regido los destinos de la bolita Tierra.
Ahí están las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. Siempre igual y en
el mismo orden. Y la noche Y el día. Y todo lo demás.
Y que no falte.
1985
23
¿COMPRENDE?
HAY veces que uno tendría que decir las cosas, pero… No sé, es como cuando
tú, por ejemplo, pues… Cómo le diría yo… La cuestión es que no siempre se
puede hablar con absoluta claridad, porque entonces… Lo cierto, después de
todo, es que siempre alguien se queda con la duda de si esto es así o esto es asá,
o te refieras a Tal o a Cual. Porque hay que reconocer que la sociedad se rige por
unos convencionalismos que no siempre permiten que uno pueda ahondar en el
quid. Y yo me pregunto: ¿Es mejor quedarse en la incertidumbre por miedo al yo
qué sé? ¿O sería preferible, con todo su riesgo, ahondar en el tema, aun cuando
esto nos cueste… qué se yo?
No es fácil el tema ni se puede llegar a una conclusión de ribetes satisfactorios,
que lo empírico así lo viene demostrando desde tiempo inmemorial. Porque,
quiérase o no se quiera, no es fácil saltarse unas normas o reglas de juego que
vienen estando así establecidas desde el principio de los tiempos. Aunque -y ello
es innegable-, no cabe mejor conducta del intelecto y la ética que decir aquello
que concierne a la propia moral del ente. Pero, eso sí, siempre de una manera
clara y diáfana, sin recovecos o revueltas de inútil dialéctica, sino yendo
directamente al grano de la cuestión, en aras de un rápido y diáfano
entendimiento del asunto de que se trata. Ya que la banal dialéctica de ampuloso
e intrínseco planteamiento, se torna oscura en sí misma, impidiendo, por
conclusión, su propio esclarecimiento. Decía Arnold Goldswith que “lo que es
en sí, sólo es así en tanto que es”, mientras que François Sevret afirmaba que “no
es en sí nada, hasta que nada es”. Ambos conceptos son mentalmente admisibles,
aun cuando se contraponen en un subyacente orden de oposición conceptual. O
lo que es lo mismo: no es justo abogar en pro de un aserto de fines abstractos, en
tanto en cuanto no haya una prueba concluyente de que lo que allí va implícito
no corresponde a un orden de válidas conclusiones.
Es muy posible, y hasta probable, e incluso fácil, que muchos de mis lectores -
si los tengo-, estén en absoluto acuerdo con lo que aquí demuestro, y discrepen
de manera evidente con cualquiera de mis asertos. Pero es éste un riesgo que
hemos de correr quienes somos partidarios de lo conciso y lo transparente. Y no
es misión nuestra, pues, caer en una controversia inacabable de no fácil
resolución.
Al pan, pan; y al vino, vino. ¡Qué leche! ¿Comprenden?
1987-88
24
MEJOR SON DIEZ MILLONES
DE PESETAS QUE UNA PALIZA
EL título de este breve comentario es perfectamente demostrable y lleno de
lógica. Si a mí me dan a elegir entre que me propinen una paliza o que me
regalen diez millones de pesetas, sin duda siempre elegiré el dinero, por distintas
y varias razones. Una de ellas es que con el dinero ese se pueden hacer infinidad
de cosas provechosas: viajar, comprar buenos libros, buenos trajes, tener amigos,
comer a capricho, disfrutar de un cómodo apartamento y mil cosas más que sería
prolijo enumerar. En cambio, la paliza produce dolor, angustia, sufrimiento.
Incluso si la paliza es excesiva puede producir la muerte, que no es ningún plato
de gusto, por mucho que uno lea la Prensa todos los días. Por otra parte, el
dinero abre puertas y caminos. Genera amistades y amores sinceros, puesto que
la gente jamás se enamora del pobre. Un pobre -triste reconocerlo- es una
pústula de la sociedad, un bacilo vacilante, un grano purulento que espanta y
acongoja y estruja las paredes del alma. En tanto que el ser adinerado es bien
recibido en todas partes por los más diversos personajes.
¿Y qué me dicen de la paliza? El dolor puede llegar a ser inaguantable,
insoportable, insufrible. ¿Qué pasa entonces? Que el cuerpo se desmorona, el
corazón falla y el cerebro presenta su dimisión. Y el ente humano deja de serlo
por propia impotencia. Y aun en el caso de que se pudiera soportar la paliza,
¿qué pasaría después? ¿Qué poso mental de negros aspectos se decantaría en el
fondo de nuestro ser? ¿Cómo se nos presentaría el porvenir, el futuro, con todas
las secuelas a rastras del maltrato físico? Y en contraposición, los diez millones
de pesetas podrían ser una bella ventana de optimismo para el día de mañana.
De verdad, ni lo duden. Si tienen que elegir entre una paliza y diez millones de
pesetas, háganme caso: los diez millones. Y, si no, pregunten por ahí y verán
cuantas personas coincidirán conmigo.
1987-88
25
YO, OBSERVADOR
NADA como el empirismo para llegar al conocimiento de las cosas. La
experiencia es la mejor fuente de información de que puede disponer el hombre.
E incluso la mujer. Y llevado por este mi constante afán de observación, he
llegado a la conclusión de que lo que preserva la vida es la alimentación, tanto
en las personas como en los animales y las plantas. Así pues, una persona que no
coma, que no se alimente, vendrá a enflaquecer y por ende enfermar, llegando
incluso a la muerte, si la falta de alimentación persiste de modo continuado. Y
esto mismo sucede con los animales, que no son sino otra clase de personas,
pero sin pulir. Siendo, asimismo, todo ello extensible a las plantas, que, si no son
regadas de manera periódica, se agostan, se marchitan, se secan, se mueren.
Y es lógico. El cuerpo sufre de un desgaste continuo por su derroche de
energía. Las células, que no dejan de ser otros animalitos diminutos que trabajan
en pro de nuestra sanidad, también necesitan ser reconstituidos, ayudados,
alimentados.
Mi argumento queda bien avalado, cómo no, por el empirismo. A lo largo de
toda la Historia, ningún hombre -ni mujer-, ha sobrevivido cuando ha dejado de
ser alimentado, bien voluntariamente o por mor de la tiranía. De igual manera
que los grandes rebaños de ganado, cuando han carecido del agua o piensos
necesarios, han acabado por dejar el suelo sellado con su esqueleto. Y todas esas
zonas desérticas que abundan en la Tierra, son desérticas precisamente por eso,
por que no tienen agua. Y al no tener agua, no hay vegetación. Y al no haber
vegetación, solamente soledad, esterilidad, infertilidad…
No quiero con esto dármelas de listo o de original. No, sencillamente ha sido
producto de la observación. Y les invito a que lo comprueben ustedes mismos.
Fíjense, observen, analicen, deduzcan. Y así verán que todo lo dicho es pura y
sencillamente la verdad.
1987-88
26
UN PERRO LISTO
AQUEL perro, sin duda, era un perro listo, pero no inteligente, y, menos aún,
culto. Efectivamente, obedecía ciertas órdenes, como traerte un palo entre los
dientes, recoger el periódico de la puerta o acurrucarse en el rincón que se le
indicara. Pero esto, hay que reconocerlo, también lo saben hacer muchas
personas, sin que por ello se les tilde de inteligentes o sabias. Por otra parte,
pienso yo que un ser culto es aquel que sabe expresarse con claridad al exponer
sus ideas, o las sabe razonar de manera clara e incuestionable. Sin embargo,
aquel perro no es que hablara algunos idiomas; es que no hablaba ninguno. Es
más, ni tampoco lo hacía por señas, como los mudos. La verdad es que todo su
mundo carismático se reducía a unas cuantas aptitudes de indudable impacto
ante la concurrencia, pero sin que por ello haya que rasgarse las vestiduras ni
muchísimo menos catalogarlo entre los seres de inteligencia superior. Era un
perro, un perro con ciertas habilidades, pero nada más. A decir verdad, yo
conozco muchos concejales que son, si se me apura, mucho más despabilados
que aquel perro, e incluso mucho más obedientes.
Con esto tampoco quiero decir nada en menoscabo de los ilustres concejales,
que me merecen tanto respeto como el perro o más si cabe. Porque tampoco es
lógico ni lícito comparar un perro con un concejal, sea éste del partido que sea.
Cada uno tiene su propia personalidad, su manera de ser, su idiosincrasia,
aunque alguna vez esto se pueda confundir en uno y otros. Pero allá cada cual. A
mí, personalmente, tanto me da el perro como los concejales, aunque, a fuerza de
ser ecuánime, me inclino más por el perro ya que, como es sabido, es el mejor
amigo del hombre, cosa que nunca se ha dicho de un concejal.
En fin, para no cansarles, que era un perro listillo, y ahí se acabó todo. Aunque
ya quisieran muchos concejales…
1987-88
27
¡AMOR MÍO!: Repentina pérdida de la memoria que impide recordar en ese
instante quién es la persona con la que estamos efectuando el coito o similar.
CLARAPOLLA: Miembro descomunal y transparente que permite ver el cielo
en días despejados.
DAME LA LECHE: Sencilla petición de sobremesa cuando alguien no alcanza
la tetera.
ECHAR DOS POLVOS DIARIOS: Igual que decir que se echa uno, pero ya
mereciendo que le den un par de hostias.
ERES UN HIJO DE PUTA: Sutil contestación de la dama ante la sutil indirecta
del varón de ¿Quieres follar?, como para darle a entender...
ESTÁ BIEN QUE TE TIRES A MI ESPOSA, PERO NO QUE TE
LIMPIES LA POLLA EN LAS CORTINAS: Esta larga frase, por demás
expresiva, es un ruego al ofensor para que no se abuse de su malignidad lasciva,
como queriendo decirle que se acepta la humillación, pero no el regodeo en la
misma.
Se trata de una postura de impotencia, pero deseando con cierta humildad la
salvaguardia de un resto de dignidad y honor en el ofendido.
¡ME CAGO EN TU PUTA MADRE!: Expresión que demuestra descontento
con la pareja. Forma sutil de darle a entender a la otra persona que hay algo que
no anda bien entre ambos. Indirecta.
PONER LOS CUERNOS: Quedar en paz, empatar.
TE LA VOY A METER DONDE NO TE LA HA METIDO NADIE:
“Pues como no sea en el bolso…” Contestación lógica en la mujer ligeramente
experimentada.
1991
28
SUCEDIDOS
Me han dicho que alguien se quejó a Dios de que la Seguridad Social y la
Sanidad en España andaban muy mal. Entonces mandó a su hijo, Jesucristo, para
que bajara a arreglarlo. Se hizo pasar por un médico de la Seguridad Social, y
dijo: “Que pase el siguiente”; entró un hombre paralítico, y Jesús le dijo:
“Levántate y anda.” “No me ha entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el
hombre. “Y yo te digo que te levantes y andes”, insistió Jesús.” “No me ha
entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el hombre. “Y yo te digo que te
levantes y andes”, insistió Jesús. “Doctor, yo no sé en qué idioma hablarle, le
estoy diciendo que soy paralítico.” “Y yo te estoy diciendo, como doctor, que te
levantes y andes.” El otro se levantó y anduvo, y salió hacia la calle. Allí hay
unos amigos y le dicen: “¿Qué tal, qué tal?”, y él dice: “Buahhh, si ni me ha
mirado.”
1992
El otro día estaba yo sentado en una terraza de la Gran Vía y había allí una tía
estupenda, sentada, leyendo el periódico, y se acerca un tío con buena planta y le
dice: “Sí o no”; ella le dice: “En tu casa o en la mía”; y dice él: “Joer, si
empezamos ya con discusiones, lo dejamos.”
1992-1993
Me han dicho que alguien se quejó a Dios de que la Seguridad Social y la
Sanidad en España andaban muy mal. Entonces mandó a su hijo, Jesucristo, para
que bajara a arreglarlo. Se hizo pasar por un médico de la Seguridad Social, y
dijo: “Que pase el siguiente”; entró un hombre paralítico, y Jesús le dijo:
“Levántate y anda.” “No me ha entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el
hombre. “Y yo te digo que te levantes y andes”, insistió Jesús.” “No me ha
entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el hombre. “Y yo te digo que te
levantes y andes”, insistió Jesús. “Doctor, yo no sé en qué idioma hablarle, le
estoy diciendo que soy paralítico.” “Y yo te estoy diciendo, como doctor, que te
levantes y andes.” El otro se levantó y anduvo, y salió hacia la calle. Allí hay
unos amigos y le dicen: “¿Qué tal, qué tal?”, y él dice: “Buahhh, si ni me he
mirado.”
1992-1993
29
Llamo a un hotel de la costa para preguntar el precio de una habitación sin
vistas al mar, y me dicen: “Doscientas pesetas.” Y les pregunto: “¿Cuánto cuesta
una con vistas al mar?” Me dicen: “Tres millones.” Digo: “Pero si es una
diferencia...” Y me dicen. “¿Usted sabe lo que cuesta darle la vuelta al hotel?”
1992-1993
Estaban charlando dos amigos en un bar y uno de ellos se había casado, y le
decía el otro:
-¿Qué tal tu vida de casado?
-Bien, bien, al principio muy bien, pero ya cuando sales de la iglesia…
1992-1993
Un niño le dice a su papá: “Estoy muy triste, muy enfadao, porque hay un
niño en el colegio que me toma el pelo, que me pregunta: “¿Has visto a
Arturo?”, y yo le pregunto: “¿Qué Arturo?” Y él dice: “El que se subió al muro”,
y se ríe de mí.” El padre le dice: “Pero por eso no llores, tú, cuando lo veas,
antes de que te pregunte nada le dices: “¿Has visto a Ramón?”, y cuando diga:
“¿Qué Ramón?”, le dices: “El que se subió al balcón”.” El niño va tan contento,
de pronto ve al otro niño y dice: “Oye, ¿has visto a Ramón?” “¿Qué Ramón, el
primo de Arturo?”, pregunta a su vez el niño listo. Y dice el otro: “¿Qué
Arturo?”
1992-1993
Estaba el maestro enseñando a los niños y les dice:
—A ver si sabéis cuál es el animal más rencoroso.
Los niños no sabían.
—Es el ganso -dicen los niños.
—¿Por qué?
—Pues porque cuando llama a la hembra dice: “Ven gansa, ven gansa.”
1992-1993
30
En una fiesta dice un chico a una chica:
—Oye, ¿bailas?
—Sí.
—Eso me gusta, que te diviertas.
1992-1993
Nunca se sabrá bien sabido la capacidad de amar de un niño. El adulto ama
con lo de arriba y lo de abajo. El niño ama regalando el Universo, porque cuando
un niño ama, el Universo es suyo y le llama a Dios de tú, porque, repito, cuando
un niño ama, el Universo es suyo y le llama a Dios de tú, porque, repito, cuando
un niño ama, Dios es su mejor amigo y el único en quien confía y con el único
que se confiesa…
1994
Suicidarse y casarse son dos cosas que sólo se deben hacer una vez en la vida.
Y por ese orden.
1994
31
Nadie: Una de las personas en las que se puede confiar.
Confiar: Suicidio cariñoso.
No: Nacimiento del enemigo.
Siempre: Pequeño espacio de tiempo.
Muchos: Dos.
Miento: ¿O qué quieren, que me rinda?
Mierda: Lo que tanto asco nos da, y tanto hemos amado.
1996
32
ANDALUCÍA. Lucía, anda.
ANTILOPE. Dícese del que prefiere a Calderón.
CAMILO JOSÉ CELA. Nobelista.
CARMEN. Coche para hombres en Inglaterra.
EXTRANJERO. Catalán, vasco, gallego, andaluz, castellano, extremeño,
aragonés, asturiano, navarro…
HIJO DE PUTA. Cualquiera de entre nuestros más íntimos amigos.
2000
33
Lo clavasteis en la cruz. Y ahora Él se descojona.
Si Dios existe es un canalla. Si no existe es un embustero.
Perdonar es el sadismo perfecto.
No es que yo sea pesimista. Es que me fijo.
La infancia sólo es una advertencia.
El ingenio es la chulería del cerebro.
2001
34

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ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll

  • 2. 2
  • 3. 3 CAPERUCITA VERDE (por el inoportuno José Luis Coll) ÉRASE una vez, en un pueblecito muy mono, una niña a quien todos llamaban Caperucita Verde. Plácida y tranquila vivía con su mamá, dedicándose ambas a sus labores. Atravesando un tupido bosque lleno de bosque, se alzaba un poco una linda casita blanca, impoluta, limpia y acicalada. En ella vivía sola —no sabemos por qué causa ni razón— la abuela de Caperucita Verde por parte de la madre. Era una deliciosa anciana, llena de nieve la cabeza y poco fuego en el corazón, pues la hoguera de su vida era un humilde y balbuciente montoncito de ascuas. A la abuela de Caperucita Verde le encantaban los pasteles y los tarritos de miel. Llegado que fue a oídos de la mamá de Caperucita que la dulce anciana se hallaba enferma, mandó a la niña que le llevase, junto con sus saludos más afectuosos, una cestita con pastelitos y un tarrito de miel. La obediente niña, envuelta en su verde caperuza, comenzó a atravesar aquel bosque lleno de bosque, de pájaros, de camaleones con volubles cromatóforos epidérmicos, de lombrices y de un enorme lobo. Caperucita Verde, como un velloncito de algodón verde, entreteníase en deshojar margaritas, en saludar a los pájaros, en meter su diminuto índice en el tarrito de miel, en hacer ramilletes de albahaca, en saltar cristalinos arroyuelos, cuando, de pronto... ¡oh, terrible aparición!... ¡El lobo! —¡Auuuuu! ¡Auuuuu! —exclamó el lobo al ver a Caperucita Verde. —¡Hola! —contestó la niña, sin soltar la cesta. —¿Adónde vas, Caperucita? —preguntó el terrible colmillado. La niña, tranquila como don Rodrigo en la horca, contestó de esta guisa: —Voy a casa de mi abuelita a llevarle esta cestita con pasteles y un tarrito de miel, amén del consuelo de mis cuidados, tiernos y delicados, cual pertenece a una niña como yo. El lobo la miró de Norte a Sur, de Este a Oeste y de Nordeste a Suroeste, al mismo tiempo que calculaba cuánto tiempo podría durarle aquella verde merienda. Su estómago comenzó a segregar jugo gástrico, sus colmillos también empezaron a segregar jugo gástrico y hasta de las terribles uñas afiladas segregó jugo gástrico. Caperucita Verde mientras tanto estaba en la higuera que había junto al camino. Quería que su abuelita tuviera pasteles, miel e higos. Y el lobo, que no era manco, poco a poco se fue acercando hacia Caperucita Verde. Los ojos le brillaban como un traje de oficinista, una sutil baba le pendía de las dos fauces como a un subalterno de oficina y, en suma, estaba siendo atormentado por ese gusanillo estomacal que maltrata al oficinista durante los angustiosos veintisiete últimos días de mes. Era inminente el salto hacia la pobre criatura tan débil y tan educada. La desgarraría en un santiamén y luego marcharía a buscar la sombra de un abeto donde digerir su carga. ¡Ah del paupérrimo destino de algunas criaturas! ¡Qué espantosa tragedia se cernía en aquellas horas amargas, en aquel bosque amargo, lleno de almendros dulces!
  • 4. 4 Y cuando en el cedazo de la tragedia estaba ya casi todo cernido, el lobo observó que, no lejos de allí, unos laboriosos leñadores descansaban de su ruda tarea. El lobo pensó —bien pensado, por cierto— que aquellos laboriosos leñadores que descansaban de su ruda tarea podrían oír los gritos de la criatura. Había que tener paciencia; una paciencia de fumador, de cola de autobús, de sentarse a la puerta del enemigo para ver su cadáver pasar. —Dime, Caperucita Verde, ¿dónde vive tu abuelita? —Allende las montañas. —¿De veras? —Ni engaño a Dios ni a los Santos. —Bueno. Y se marchó, haciendo un canutillo con ambas fauces, por donde salía un agudo silbido de cancioncilla quiroguiana. Como nuestros lectores, sutiles y observadores, habrán colegido ya, el lobo se fue en dirección de la lejana casita donde moraba la abuela de Caperucita Verde. Por alegres campiñas aterciopeladas y bastante mullidas, el lobo avanzaba displicente y enjundioso, ocultando sus pérfidas maquinaciones. ¡Pobre ancianita! ¿Qué culpa tenía ella de nada? Dime, lector, ¿qué culpa tenía ella de nada? Por favor, lector, dime... ¿qué culpa tenía ella de nada? Pero la vida es así: unos tantos y otros nada. Llegó el lobo a la blanca e impoluta casita donde moraba, encarnaba y azulaba la dulce anciana y... ¡pum! ¡pum! —¿Quién es? —preguntó una voz de anciana que vive sola. —Soy Caperucita Verde —contestó el maligno lobo, disimulando la voz a lo Celia Gámez— que vengo a traerte, de parte de tu hija que, por ende, es mi madre, una cestita con tortitas, miel e higos. —Pasa, hija mía, pasa. Y dámelos, pues me acucia el apetito. Agazapado, silencioso y amenazador como un paquete de «Timonel» en el estanco, el lobo iba hacia la cama de la vieja señora. Dos metros le separaban de ella... uno... medio... la mitad de medio… …………….. Caperucita Verde deshojaba margaritas incansablemente. Al fin llegó ante la blanca e impoluta casita. Como en un suave y delicado vuelo, sus piececitos la llevaron hasta la puerta. ¡Pum! ¡pum! —¿Quién es? —preguntó una voz de anciana que vive sola. —Soy Caperucita Verde que vengo a traerte, de parte de tu hija que, por ende, es mi madre, una cestita con tortitas, miel e higos. —Pasa, hija mía, pasa, Y la dulce niña pasó. —¡Ay, abuelita, qué ojos más grandes tienes!
  • 5. 5 —Pues hija, no sé de qué será, Yo creo que como siempre. —¡Ay, abuelita, qué manos más grandes tienes! —Tal vez es que estoy un poco hinchada debido a la postración. —¡Ay, abuelita, qué orejas más grandes tienes! —Favor que tú me haces. —¡Ay, abuelita, qué dientes más grandes tienes! —La necesidad, hijita, que me los afila. Y ya, completamente junto al lecho, Caperucita Verde hizo la última exclamación: —¡Ay, abuelita, qué barriguita más grande tienes! —Sí, Caperucita, sí. No te lo quería decir, pero es que el lobo ha estado aquí, y me lo he comido. MORALEJA A una abuela desnutrida poco aficionada al robo, si no se le da comida, acabará con mil lobos. 1956-58 Si un hombre se declara una vez a una mujer y ella le dice que no, y se declara tres y ella le dice que no, y se declara cuarenta y ella le dice que no, si se declara cuarenta y una, lo más probable es que ella le diga que no. 1956-58 —Yo soy una chica a quien le encanta la humildad y la modestia. Por eso cuando alguna amiga dice que es más guapa o más elegante que yo... ¡me da una lástima…! 1956-58 AMOR Yo la quería tanto que la hubiera querido igual, aunque ella me hubiera querido a mí. 1956-58
  • 6. 6 MEJOR SON DIEZ MILLONES DE PESETAS QUE UNA PALIZA HE estado meditando acerca de este asunto y ya, sin la menor duda, puedo afirmar que es preferible que a uno le regalen diez millones de pesetas a que le propinen una gran paliza. Por el simple sistema de comparación, podremos llegara la conclusión que apunto más arriba. Con diez millones de pesetas, una persona que se ha desenvuelto en un medio débilmente económico, puede hacer grandes mejoras en su vida, como por ejemplo, ser propietario de una casa, vestir con cierta elegancia, viajar, tener una surtida biblioteca, pinacoteca, discoteca, etc. amén de hacer el bien a su prójimo, porque, quiérase o no se quiera, diez millones de pesetas es dinero suficiente para atender a los gastos de toda una vida, siempre que no se derroche o se tire el dinero tontamente. No hablemos entonces de lo enormemente beneficioso que sería este dinero poniéndolo en un banco, o en cualquier negocio de horizontes seguros y amplios. Además, un matrimonio a quien regalaran esta cantidad, podría, el día de mañana, dejar un resorte de seguridad a sus hijos. Sin embargo, una paliza, bien sea con el puño desnudo, con vergajo, látigo o tronco de árbol, sume al individuo en un dolor agudo, con las correspondientes molestias. Y, hasta en algún caso, si la paliza es grande, puede llegarse a la muerte. La paliza, en fin, en nada beneficia al individuo, puesto que el dolor siempre ha sido molesto y lo seguirá siendo. Así, pues, no puede cabernos la menor duda de que entre el regalo de diez millones de pesetas o una paliza, es siempre mejor lo primero. Con las razones apuntadas más arriba, puede quedar patentemente demostrado, aunque, si el lector lo prefiere, puedo seguir dándole otras de índole análoga y llegará a la conclusión que se trata de demostrar. Prácticamente, yo he consultado a varias personas y todas, a priori, han estado de acuerdo conmigo. Es algo que, por evidente, no necesita de la experimentación personal. Un ligero sentido de la intuición basta para que nos demos cuenta con toda claridad, de que una paliza nunca beneficia a una persona, mientras que diez millones de pesetas, son pesetas suficientes para reírnos de los peces de colores, aunque no sé por qué tendríamos que reírnos de ellos. 1956-58
  • 7. 7 PREGUNTAS DE UN NIÑO TONTAINA —PAPA, ¿po qué don Pabo tene toche y nosotos biciqueta? —Pues… porque a don Pablo se lo ha traído el Hada Madrina. —¿Y po qué a ti no te lo tae el Hada Madina? —Pues… porque don Pablo es bueno y yo soy malo. Por eso, nene, hay que ser bueno siempre. —¿Y po qué tú no ere beno? —Pues… no sé, pero yo voy a ser bueno. —¿Y te van a taer toche? —Pues… seguramente, seguramente. —¿Y po qué Reye Mago van en camello y no en toche, que se va mejó? —Pues… porque los camellos de los Reyes Magos tienen alas y así llegan antes con los juguetes. —¿Y le taen jubetes a todos los niños? —Pues… claro que sí. —Entoces, ¿po qué hay niños que no tenen jubetes? —Pues… porque son malos. Por eso, nene, hay que ser bueno siempre. —Entoces, ¿todos lo que son malos no tenen de nada? —Pues… ¡yo qué sé! —¿Y po qué no lo sabes? Los pades lo saben todo. —Sí, nene, sí. Lo que pasa es que me duele la cabeza. —¿A los que son benos tamién les duele la cabeza? —Pues… sí, también. —¿Po qué? —Pues… porque la cabeza es una cosa y lo otro otra. —Papá, dicen los otos niños que a los niños los tae la cigüeña, ¿e vedá? —Pues… claro, hijo. —Entoces, ¿a la cigüeña quién la tae? —Pues… a las cigüeñas las trae el Hada Madrina. —¿Y de dónde la saca el Hada Madina? —Pues… yo no. No soy un Hada Madrina. —¿Cómo las fabica? ¿Tú sabes fabicar una cigüeña? —Pues… yo no, porque no soy un Hada Madrina. —¿Mamá es un Hada Madina? —Pues… no, mamá tampoco. —¿A todos los niños los tae la cigüeña? —Pues… sí. A todos. —Entonces, ¿cuántas cigüeñas hay? —Pues… muchas, nene, muchas. —Papá, ¿vedá que parece mentira que yo te pregunte esas cosas teniendo teinta años? —Sí, nene, parece mentira. 1960
  • 8. 8 EL RUBÍ DE LOS BECHUANOS El Gran Rubí me pertenecía, tenía derecho a él. Sabía que lo encontraría en manos de un viejo santón que habitaba en el sur de África, en la región de los Bechuanos. No di cuenta de mi viaje a nadie. Correría graves peligros. Sin perder más tiempo y sin más bagajes que un “salacof” y dos o tres paquetes de tabaco, vine en seguida ante el Gran Desierto de Sahara, calcinante, abrasador. Lo atravesé, dejando a un lado Massena, en Bachermi, para evitar sospechas. Ante mí el río Congo, como una extensa pista verde infectada de cocodrilos. Me zambullí en sus aguas y la pasé a nado. Comenzaba la enorme selva del Congo. Leones, panteras, jaguares, leopardos, atronaban mis oídos con sus rugidos feroces. Seis leopardos hambrientos me atacaron súbitamente. Los maté y seguí mi camino por lugares fangosos hirvientes de mosquitos palúdicos. Cerca ya del final de la selva del Congo, fue a dar con la extensa región de las cobras, de picadura mortal, silentes y traidoras como todo reptil. El cansancio y el sueño me acosaban y me quedé dormido como un tronco. A la mañana siguiente llegué hasta la región de los lagos, en Tanganika, dejando que mi desnudo cuerpo gozara de las heladas aguas de la Cascada de Stanley. A mi izquierda, soberbio, impresionante, se alzaba la inmensa mole del Kilimanjaro. Para orientarme, subí hasta su cumbre. En efecto, allá, a lo lejos, divisaba los campos de Rodesia. Bajé del Kilimanjaro rápidamente, degustando ya el placer de tener entre mis manos el Gran Rubí de los Bechuanos. Un enloquecedor barritar atronó mis oídos. Más de doscientos elefantes galopaban enfurecidos, abiertos en abanico, por la pequeña llanura en que yo me encontraba. "¡Cómo van!", exclamé una vez que pasaron. El último de ellos volvió grupas y me miró con ojos llameantes. Me atacó dando terribles sacudidas con la trompa. Lo maté. Al fin llegué hasta el poblado de los Bechuanos. En principio llamó mi atención el solitario aspecto de las pajizas chozas. Luego, poco a poco, me fui percatando de la horrible tragedia que azotaba a los Bechuanos: la peste. Centenares de cadáveres yacían por doquier. Un olor a carne putrefacta inundaba el ambiente. Débiles lamentos me indicaron el lugar donde estaban los moribundos. Llegué hasta uno de ellos y le supliqué que antes de morir me enseñara su lenguaje. Así lo hice y murió en paz. Pronto encontré la choza del santón que debía tener el Gran Rubí. Pero había muerto pocas horas antes. Mi estancia allí era inútil y regresé a Madrid. Era lunes. Mis compañeros de oficina hablaban de las incidencias de los partidos de fútbol. Yo no dije nada y comencé a trabajar, como de costumbre. 1974
  • 9. 9 EXTRAÑO CASO Aun no sé si lo he vivido o lo he soñado. Lo cierto es que cuando llegué a aquella ciudad, pregunté a un guardia por la calle Tal, y con gran asombro por mi parte vi que me sonreía y me decía dónde estaba dicha calle. Minutos más tarde yo entraba a una oficina. Tenía que resolver algunos asuntos de vital importancia. Con gran asombro por mi parte, vi que el empleado en cuestión, amablemente, me decía que no tenía que preocuparme de nada y que al día siguiente lo tendría todo resuelto. Salí de nuevo a la calle. Pasé a una cafetería, pedí un café con leche, y con gran asombro por mi parte, vi que me lo servían inmediatamente, acompañado de una serie de frases sumamente gratas. Desde allí me fui al autobús. Y con gran asombro de mi parte, vi cómo el cobrador me daba las buenas tardes, me preguntaba por mi salud y me acompañaba hasta la portezuela. Baje del autobús. Mi novia me esperaba en la esquina de costumbre. Algunos jovenzuelos pasaron junto a ella. Y con gran asombro por mi parte, vi que la saludaban con frases correctas, educadas y afables. Mi novia se colgó de mi brazo y nos dirigirnos a un cine. Y con gran asombro de mi parte, vi que la taquillera tenía las localidades que le solicité y rechazó mi propina. El acomodador nos situó en unas buenas butacas, y con gran asombro por mi parte, vi que al darle la propina, él me dio las gracias. Salimos del cine, y con gran asombro por mi parte, vi que sus padres nos preguntaban que cómo era que regresábamos tan pronto, porque aún no estaba preparada la cena. Momentos después me despedía de su familia y mi novia, como de costumbre, me acompañó hasta la puerta, donde, también como de costumbre, depositaba a hurtadillas un beso en mi mejilla izquierda. La portera, que subía en aquel momento, nos sorprendió, y con gran asombro por mi parte, vi que no lanzaba alaridos de estupor ni se escandalizaba ante estas nefastas costumbres de la corrompida juventud. Llegué al fin a casa y me introduje en la cama. Tenía mucho sueño. Y con gran asombro por mi parte, vi que estaba lloviendo. 1974
  • 10. 10 CRUDA CONFESIÓN ¿Cómo os diría yo que se amaban? ¿Más que Romeo y Julieta? ¿Acaso más que los de Teruel? No sé. Cuando el amor llega a su cénit, alguna flor resucita en algún vaso olvidada. Y éste era el caso de Bernardo y Agustina. Cuando él la miraba allá, al fondo de los ojos, veía, además del iris y la esclerótica, inmensos paisajes de rosas rojas como las patas de las palomas, ríos y lagos cuajados de ánades con delicado cuello en interrogación, estrellas nerviosas y auroras boreales. Y cuando ella lo miraba a él, además de la esclerótica y el iris, veía, asimismo bandadas de palomas de patas rojas corno las rosas, cisnes y ocas de inmaculado plumaje, nerviosas estrellas y boreales auroras. —Agustina —decía Bernardo—, te amo. —Bernardo —decía Agustina—, te adoro. —¿Qué sería para mí la vida sin ti? —Lo mismo que para ti sin mí. ¡Qué verdad tan grande! ¡Siempre estaban de acuerdo! Y en los lentos atardeceres de verano, se desmayaban al tiempo, quedando plácidamente tumbados sobre la fresca hierba, hasta que venía un guarda y los despertaba. ¡Oh, maravilla de felicidad! Pero, hete aquí que un día —¡maldita sinceridad!— Bernardo se vio precisado a confesar algo a Agustina. Era éste el único punto que empañaba la dicha del joven enamorado, pero tenía que afrontar la realidad, poniendo, al mismo tiempo en prueba de sacrificio a su enamorada novia. —Agustina —comenzó Bernardo su trémula confesión—, hay algo en mi vida que debes conocer. Jamás te habrías enterado si yo no te lo digo, pero nuestro amor debe estar por encima de toda sombra de ocultación. —Dime lo que sea —le alentó Agustina, acariciando el cabello de su amado con ternura—. Sabré comprenderte. Confía en mí, querido. —Amor de mi vida, prepárate para recibir el más duro golpe que puedas imaginar... —¿Ya no me quieres, Bernardo? ¿Hay otra mujer? ¡Dime pronto lo que sea, por caridad, o mi corazón galopará fuera de mí! Bernardo tenía empañados los ojos y sus manos temblaban. —Agustina —su voz brotaba ronca, apagada—, yo soy... negro. —¡No! —lanzó un alarido Agustina, llevando sus manos a la garganta.
  • 11. 11 —Sí, amor mío. Soy negro. Negro de nacimiento. Nunca me he atrevido a decírtelo. Conocía tus prejuicios raciales, pero soñaba con que mi amor, nuestro amor, Agustina mía, superaría todo. Mi padre y mi madre también eran negros. No puedo engañarte de ninguna manera. Ni siquiera paliar mi desgracia diciéndote que soy mestizo o mulato. No es cierto. Soy negro, perteneciente a una de las más puras razas del centro de África. Agustina sollozaba con la cara entre las manos. No se atrevía a mirarlo al rostro. Seguramente sería horrible. —Bernardo —dijo Agustina hecha un mar de lágrimas—, después de cinco años de noviazgo... ¿cómo has podido callarlo tanto tiempo? He imaginado cosas espantosas. Pero esto... es superior a mí. No podría unirme a un negro jamás. —Lo comprendo, querida, lo comprendo. Pero de nada sirve el amor, si es a costa de un engaño. El eco del tiro resonó entre las rocas del paisaje. Y allí quedó, inerte, ensangrentado, en posición grotesca, el cuerpo de Agustina. El disparo de Bernardo había sido certero. 1974
  • 12. 12 ANO. Masculino de Ana ASEXORAR. v. tr. Dar consejo de lo que se debe hacer con el sexo. CÉLIBRE. adj. Soltero famoso. EXTREMAÑO. adj. y s. Natural de Cáceres nacido en Zaragoza. FENACER. v. tr. Morir en el momento de venir al mundo. HIGNOSIS. f. Sueño producido por la ignorancia. MALDICCIÓN. f. Exabrupto o palabrota dicha de forma incorrecta. MATRID. Capital del útero. MENOSTURBARSE. v. r. No practicar el onanismo, ni con la luz apagada. REMERA. adj. Puta con piragua. VULGARCITO. Personaje de cuento infantil, sin la menor importancia ni detalle digno de ser destacado. 1975
  • 13. 13 EL LLANTO DEL NIÑO No era aquél un niño como todos los demás. Ni siquiera parecido. El que yo digo lloraba continuamente. Desde el día que nació no dejó de llorar. Claro que los primeros días no extrañaba demasiado, pero cuando pasaron los primeros once años y el niño no cesaba en su llanto, sus padres llamaron al médico. Pero el médico diagnosticó S.I.P.R.D., es decir: “Sufrimiento infantil por razones desconocidas.” Treinta años después, el niño seguía llorando, ante la impotencia de los padres por remediarlo. Y de repente, una noche, cuando el niño había cumplido los setenta años, dejó de llorar. Los padres, lacónicos, sólo dijeron: “Anda, hijo, que vaya rato nos has hecho pasar.” 1976 CONGRESO EN GRANDILANDIA En Grandilandia, la ciudad más grande del mundo, se reunieron los magnates de todo. El presidente había convocado el Gran Congreso. —¡Señores! —dijo con tremenda voz—. ¡Os he reunido aquí para deciros que solamente hay un procedimiento para hacerse rico honradamente! —¿Cuál? —preguntaron a coro miles de magnates. Y entonces el presidente lo explicó. 1976
  • 14. 14 RELATO INMORALÍSIMO Una abeja se posó sobre una flor. Allí permaneció durante más de una hora. Luego la abeja se marchó y la flor se quedó. Quiero decir que se quedó como si tal cosa. El jardinero pasó por allí, se quedó mirando a la flor, y exclamó: “¡Qué bella flor!”. Y, en efecto, era muy bella. 1976 ¡YA ESTÁ BIEN, CARAMBA! ¡Ya está bien, caramba! Luego dirán que uno es contestatario, pero es que hay cosas que... Para que me comprendan: el otro día voy a este sitio y expongo mi problema. Y me dicen que tal y cual y que vaya a ver a don Fulano. Voy a ver a don Fulano, pero me recibe don Merengano y me dice que esto y lo otro y lo de más allá. Yo le digo que, hombre..., por favor, que yo no puedo perder mi tiempo aquí y allá y... eso, ¿no? Pues nada. Se metió en el despacho y al cabo de tres horas de espera sale don Zutano diciendo que don Merengano se ha ido, y que don Fulano está muy ocupado y que vuelva mañana. De momento, este don Zutano ya tenía cara de tonto. Normal, claro. Pero no me amilano y le digo que yo tal, que yo cual, que comprenda que... Bueno, pues parece que me escuchaba. ¡Naranjas! ¡Se estaba comiendo dos naranjas! Que, por cierto, ni me ofreció. Bueno, cansado me marcho de allí y voy al otro piso. Y en el otro piso, lo de siempre. ¡Yo tenía mis papeles en regla, lo juro! Pero que si quieres arroz, Paula. Y ésta es mi pregunta: ¿Se puede aguantar que uno vaya allí, que le hagan perder toda una mañana, que no te resuelvan nada, y que no pase nada? Pero conmigo no juega nadie. (Por eso estoy triste.) Y pienso volver a insistir. Y como no me atiendan como es debido hablaré con alguien de más arriba. Y si éste tampoco me lo soluciona me iré a casa, que es donde mejor se está. Y el que avisa no es traidor. 1976
  • 15. 15 SITUACIÓN DESESPERADA Hay momentos en la vida de las personas en los que ya no se puede aguantar más. Momentos en los que, a la vista del panorama que nos rodea, el hombre se hace la pregunta de si merece la pena todo o no merece la pena nada. Porque todo tiene un límite, y la paciencia se agota paulatinamente. Y esto es algo parecido a lo que ocurre actualmente en España. Uno -que tiene el vicio de meditar de cuando en cuando- analiza la situación actual con serenidad de juicio, pesa y contrapesa los pros y los contras, y llega, indefectiblemente, siempre a la misma conclusión: no hay arreglo posible. Es un mal endémico, un mal nuestro, incurable, fatal, irrevocable... Para convencernos de todo lo dicho, comparémonos con el resto de la mayoría de las naciones europeas y se verá la notoria diferencia. Y no tenemos derecho a quejarnos de nada, porque la culpa es nuestra. Haría falta que pasaran muchos años y, en un esfuerzo común, ponernos a la altura de esos otros países. Y hasta que eso suceda, resignación, paciencia y crujir de dientes. Claro que no quiero ser del todo pesimista, porque el milagro puede producirse. Y si se produce y nuestro fútbol -que es de lo que estoy hablando- se pone a la altura de los mejores, sobra todo lo dicho anteriormente. Dios lo quiera así. 1976
  • 16. 16 ¡HAY QUE HABLAR CLARO! La gente no hace más que quejarse de esto, de lo otro y de lo de más allá, sin una postura clara y decidida. Y lo que hace falta es hablar claro. Porque mientras uno vaya de un lado a otro diciendo que si tal y que si cual, la cosa no tendrá remedio. Es preciso decir esto es así, y así y así. Lo que pasa es lo que pasa. Y naturalmente nunca llegaremos a una solución concreta. Por otra parte, yo comprendo la dificultad que entraña todo este tinglado. Resulta que vas y dices que tú... pues eso. Y te dicen: "¡Oh, no, ni mencionarlo!” “¿Y por qué no mencionarlo?”, se pregunta uno. “Pues porque no.» «Porque no, no me basta. Quiero saber por qué." “Pues porque no.» Entonces uno comenta: he ido, lo he expuesto y me han dicho que -eso ni mencionarlo. ¿Y tú qué has dicho? He dicho que por qué no. ¿Y qué te han dicho? Que nada, que no. Y uno se indigna. Porque es lo que yo digo. Yo he ido y lo he dicho bien claro. Me han entendido perfectamente. Y yo estoy en mi derecho de que cuando me digan que no, me digan también por qué no. ¡Pues no! ¡Te dicen que no y tan tranquilos! Así pasa lo que pasa. Y más que va a pasar. Aunque a lo mejor no pasa nada. Porque ¿qué es lo que puede pasar? ¡Si no puede pasar nada! Y eso es lo malo. La verdad es que esto es un callejón sin salida. Porque si te pones de una parte, la otra dice que tú... Y si te pones de la otra te pueden dar por el cogote. Entonces, ¿qué? ¿En medio? ¡No! Blanco o negro. ¡Nada de gris! Y si te quedas en medio entonces ya no eres ni blanco ni negro. Por eso lo mejor es poner los puntos sobre las íes y hablar claro, caiga quien caiga y pase lo que pase. Y basta por hoy, que bastante claro estoy hablando.
  • 17. 17 CUENTECITOS PEQUEÑITOS Mi novia Mi novia solía enfadarse conmigo porque nunca le decía que la encontraba bonita, o que un vestido suyo me fascinaba, o que llevaba un peinado realmente atractivo, o que sus ojos tenían el azul profundo del mar, o que sus labios eran como dos sirenillas rojas tumbadas al pie de la gruta de su boca. Y es cierto que nunca alabé ninguno de sus encantos físicos. Porque yo era ciego. Amor eterno Dos jóvenes de sexo muy diferente se amaban con locura. Y se miraban a los ojos quince horas diarias. Y entrelazaban sus manos. Y por la noche soñaban el uno con el otro. Y se juraban muchas cosas. Y eran muy felices. Y un atardecer a él le dieron un tiro en la cabeza porque se hallaba casualmente en la guerra. Y ella lloró muchísimo. Lloró tanto que creían que se iba a morir también. Pero no se murió. Y siguió viviendo. La mujer mala Había en un pueblecito una muchacha muy bonita. Pero todos decían que era mala, porque alteraba a los hombres, y porque era una descocada, y porque era una sinvergüenza. Y entonces se reunieron todas las mujeres del pueblecito y la quemaron, porque no se podía consentir que allí hubiera una mujer mala. 1976
  • 18. 18 Refranero Cuando el río suena es que no estamos sordos. A quien madruga le salen unas ojeras… Protestar de todo es algo muy español. Conformarse con todo, también. Lo de Cervantes fue una chulería: con una sola mano. Suicidarse y casarse son cosas que sólo se deben hacer una vez en la vida. Y por ese orden. No es que se mueran de viejos. Es que se rinden. 1976
  • 19. 19 AL DINERO, que sólo sirve para todo. LENNY BRUCE No os guardo el menor rencor, hijos de la gran puta. JESUCRISTO Lo quise hacer mal, pero me equivoqué. SAN JOSÉ La verdad. Me lo creí. FRANZ KAFKA Lo que yo decía. HITLER Ahora reconozco que fui un poco impulsivo. 1982
  • 20. 20 —Han condenado a muerte a don Juanito Aguilar. —¿Qué es condenar a muerte, tío? —Que lo van a matar. —¿Y si él no quiere que lo maten? ………… —¿Y cómo lo van a matar, tío? —Fusilándolo. —¿Qué es fusilar? —Lo ponen junto a una tapia y le dan tiros hasta que muera. —¿Y si no hay tapia? 1984
  • 21. 21 HABLANDO CLARO O sea, que a ese señor lo destituyen por haber dicho lo que ha dicho en esa revista y todo el mundo aprueba tal decisión, menos ustedes, que contestan con el silencio. Sin embargo, cuando hay que vociferar, bien que vociferan y se rasgan las vestiduras, aunque yo las llamaría “vestiblandas”, que bastante de fofas tienen. ¿Y qué quieren dar a entender con ese silencio? ¿Que el que calla otorga? ¿Que no han entendido la pregunta? ¿Que están sordos y no han oído nada? ¿Que no sabe y no contesta? ¿Que lo están meditando? ¿Que no tienen opinión? Yo, por ejemplo -y mi ejemplo puede ser múltiple-, cuando salgo del cine y alguien me pregunta que qué me ha parecido la película, le puedo decir que me ha gustado, que es detestable' que ni fu ni fa, que me quedé dormido, que me aburrió, que me distrajo, aun cuando en cada una de mis contestaciones pudiera haber una buena parte de cinismo o mentira camuflada. Pero lo que no es inteligible es que alguien me aborde sobre mi opinión, y yo me quede mirándole a los ojos media hora sin decir esta boca es mía, porque el otro puede llegar a pensar que me he quedado mudo, que estoy en la inopia o que me hablan en un idioma que desconozco. Y eso no es así, señores. Ustedes están ahí para opinar siempre que el caso lo requiera, porque, además, es su obligación. Imagínense ustedes, queridos lectores, lo que sería un examen de cualquier materia, y el examinado, a cada pregunta que considerara más o menos comprometida, dijera: “A eso no contesto.” Pienso que habría que suspenderlo inmediatamente, puesto que ese silencio sólo tendría dos opciones: la del desobediente o la del ignorante. Lo que pasa es lo que pasa, y así va todo. Y mientras no pase más, pues vaya y pase, pero hay cosas por las que no se puede pasar. Es como si mi mujer de pronto me dice un día: “Oye, tú, que por lo visto tal y cual.” Y yo voy y me pongo a dibujar pajaritos en lugar de decirle: "Pues mira, resulta que tal y cual o qué chica, ¿qué quieres que te diga?” Porque una familia, a la hora de comer, si la sopa está sosa, todos dicen: “La sopa está sosa.” Y lo que no tendría ni pies ni cabeza es que uno, aunque sea el cuñado, si le preguntan: “¿Está sosa la sopa?”, se encoja de hombros y cierre los ojos, o se ponga a silbar "El puente sobre el río ese”. Y si añadimos a todo esto que ustedes son la segunda válida opinión del conjunto total, pues más a mi favor. Y si, encima, cuando hablan, tienen el portavoz de más potente voz, pues eso. Es posible que alguno de mis lectores -si los tengo- se estén preguntando que adónde quiero ir a parar. Pues está bien claro; que cuando uno quiere, dos no riñen. Que al buen entendedor, con pocas palabras basta. Que más vale un toma que dos te daré. Que a palabras “necias” oídos sordos. Que lo elíptico, lo tácito y lo sobreentendido son tres piernas del mismo cuerpo. Que yo sé lo que me digo. Y que ustedes ya me entienden. Claro que yo podría ser más explícito. Pero entonces no me pondría a su altura. A la de ellos. A la de los que no saben, no contestan. Y conste que yo también tengo mi opinión. Pero me la guardo. 1985
  • 22. 22 BENDITA RUTINA Todos, y todos los días, solemos hacer las mismas cosas, con las mismas gentes y con las mismas cosas. Un día va siendo poco menos que un calco del anterior, en ese monótono ir y venir, sin salir del mismo punto, y no sabiendo de dónde salimos ni adónde llegamos. Es nuestro burro de noria que viaja en silencio, hasta llegar a ninguna parte. Vivimos con el autoengaño del “mañana será otro día”, cultivando sueños y proyectos que justifiquen de alguna manera el forzoso devaneo vital, ese camino que hay que seguir por imperativo de no se sabe. Y comienza el juego de despropósitos, dentro de unas normas y reglas de juego que todo ser humano tiene que aceptar, si no quiere verse marginado o señalado por el dedo de los más. Pero, como de cualquier manera el camino y su andadura son ineludibles, inevitables, forzosos y fatales, cada uno, a través del tiempo, va acomodando su idiosincrasia y sus facultades en lo que más se ve proyectado, aunque no necesariamente uno vive en lo que más le gustaría vivir. Y en ese devenir del quehacer, en cualquiera de sus múltiples facetas, nos vamos rodeando de amigos, familia y gentes que más apaciguan y calman nuestra sed. Y de ahí es de donde nace lo que llamamos rutina, que suele tener, las más de las veces, un sentido peyorativo, negativo y poco atractivo, cuando pienso que, en realidad, lo que puede mantener en forma nuestro motor de seguimiento es eso, precisamente la rutina: el saber que al siguiente día vas a ver otra vez a los tuyos y a lo tuyo, que el entorno continúa, porque la soledad no consiste en que no haya nadie a nuestro alrededor, sino que lo que haya, no lo reconozcamos, que estemos en ajeno. Que la soledad no es centrífuga, sino centrípeta. Y en contra de todo argumento que califica la rutina como algo deplorable y sin imaginación, yo, por el contrario, creo que la rutina es amor, convivencia, calor de costumbre, conservación de lo que se ama y por lo que se ama y lucha. La rutina es barrera de protección y guardián de lo íntimo. El ser no rutinario -si tal argumento fuera cierto- sería un ser de alma nómada, que pasa por las cosas sin verlas ni acariciarlas. Algo que ni profundiza ni se afinca, que huye de sí mismo o desprecia las huellas de su propia andadura. Con la rutina, tal vez estemos siempre en el mismo punto. Sin la rutina, no estamos nunca en ninguna parte. De otra manera, no concibo un mundo sin rutina. El caos. Nada o pocas cosas serían como las esperamos en el amanecer próximo. El amor del ser querido, sin rutina, sería efímero, cambiante y sin valor. Y todo aquello que conforma y confirma una existencia hacia un punto determinado se vería constantemente interrumpido por la variabilidad y volubilidad de nuevas sendas a seguir hasta oscuras metas. La rutina nos da seguridad de saber que ese amigo es nuestro amigo, porque la rutina nos lo ha demostrado. Y todo, absolutamente todo, desde que el mundo es mundo y el hombre es lobo, la rutina ha regido los destinos de la bolita Tierra. Ahí están las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. Siempre igual y en el mismo orden. Y la noche Y el día. Y todo lo demás. Y que no falte. 1985
  • 23. 23 ¿COMPRENDE? HAY veces que uno tendría que decir las cosas, pero… No sé, es como cuando tú, por ejemplo, pues… Cómo le diría yo… La cuestión es que no siempre se puede hablar con absoluta claridad, porque entonces… Lo cierto, después de todo, es que siempre alguien se queda con la duda de si esto es así o esto es asá, o te refieras a Tal o a Cual. Porque hay que reconocer que la sociedad se rige por unos convencionalismos que no siempre permiten que uno pueda ahondar en el quid. Y yo me pregunto: ¿Es mejor quedarse en la incertidumbre por miedo al yo qué sé? ¿O sería preferible, con todo su riesgo, ahondar en el tema, aun cuando esto nos cueste… qué se yo? No es fácil el tema ni se puede llegar a una conclusión de ribetes satisfactorios, que lo empírico así lo viene demostrando desde tiempo inmemorial. Porque, quiérase o no se quiera, no es fácil saltarse unas normas o reglas de juego que vienen estando así establecidas desde el principio de los tiempos. Aunque -y ello es innegable-, no cabe mejor conducta del intelecto y la ética que decir aquello que concierne a la propia moral del ente. Pero, eso sí, siempre de una manera clara y diáfana, sin recovecos o revueltas de inútil dialéctica, sino yendo directamente al grano de la cuestión, en aras de un rápido y diáfano entendimiento del asunto de que se trata. Ya que la banal dialéctica de ampuloso e intrínseco planteamiento, se torna oscura en sí misma, impidiendo, por conclusión, su propio esclarecimiento. Decía Arnold Goldswith que “lo que es en sí, sólo es así en tanto que es”, mientras que François Sevret afirmaba que “no es en sí nada, hasta que nada es”. Ambos conceptos son mentalmente admisibles, aun cuando se contraponen en un subyacente orden de oposición conceptual. O lo que es lo mismo: no es justo abogar en pro de un aserto de fines abstractos, en tanto en cuanto no haya una prueba concluyente de que lo que allí va implícito no corresponde a un orden de válidas conclusiones. Es muy posible, y hasta probable, e incluso fácil, que muchos de mis lectores - si los tengo-, estén en absoluto acuerdo con lo que aquí demuestro, y discrepen de manera evidente con cualquiera de mis asertos. Pero es éste un riesgo que hemos de correr quienes somos partidarios de lo conciso y lo transparente. Y no es misión nuestra, pues, caer en una controversia inacabable de no fácil resolución. Al pan, pan; y al vino, vino. ¡Qué leche! ¿Comprenden? 1987-88
  • 24. 24 MEJOR SON DIEZ MILLONES DE PESETAS QUE UNA PALIZA EL título de este breve comentario es perfectamente demostrable y lleno de lógica. Si a mí me dan a elegir entre que me propinen una paliza o que me regalen diez millones de pesetas, sin duda siempre elegiré el dinero, por distintas y varias razones. Una de ellas es que con el dinero ese se pueden hacer infinidad de cosas provechosas: viajar, comprar buenos libros, buenos trajes, tener amigos, comer a capricho, disfrutar de un cómodo apartamento y mil cosas más que sería prolijo enumerar. En cambio, la paliza produce dolor, angustia, sufrimiento. Incluso si la paliza es excesiva puede producir la muerte, que no es ningún plato de gusto, por mucho que uno lea la Prensa todos los días. Por otra parte, el dinero abre puertas y caminos. Genera amistades y amores sinceros, puesto que la gente jamás se enamora del pobre. Un pobre -triste reconocerlo- es una pústula de la sociedad, un bacilo vacilante, un grano purulento que espanta y acongoja y estruja las paredes del alma. En tanto que el ser adinerado es bien recibido en todas partes por los más diversos personajes. ¿Y qué me dicen de la paliza? El dolor puede llegar a ser inaguantable, insoportable, insufrible. ¿Qué pasa entonces? Que el cuerpo se desmorona, el corazón falla y el cerebro presenta su dimisión. Y el ente humano deja de serlo por propia impotencia. Y aun en el caso de que se pudiera soportar la paliza, ¿qué pasaría después? ¿Qué poso mental de negros aspectos se decantaría en el fondo de nuestro ser? ¿Cómo se nos presentaría el porvenir, el futuro, con todas las secuelas a rastras del maltrato físico? Y en contraposición, los diez millones de pesetas podrían ser una bella ventana de optimismo para el día de mañana. De verdad, ni lo duden. Si tienen que elegir entre una paliza y diez millones de pesetas, háganme caso: los diez millones. Y, si no, pregunten por ahí y verán cuantas personas coincidirán conmigo. 1987-88
  • 25. 25 YO, OBSERVADOR NADA como el empirismo para llegar al conocimiento de las cosas. La experiencia es la mejor fuente de información de que puede disponer el hombre. E incluso la mujer. Y llevado por este mi constante afán de observación, he llegado a la conclusión de que lo que preserva la vida es la alimentación, tanto en las personas como en los animales y las plantas. Así pues, una persona que no coma, que no se alimente, vendrá a enflaquecer y por ende enfermar, llegando incluso a la muerte, si la falta de alimentación persiste de modo continuado. Y esto mismo sucede con los animales, que no son sino otra clase de personas, pero sin pulir. Siendo, asimismo, todo ello extensible a las plantas, que, si no son regadas de manera periódica, se agostan, se marchitan, se secan, se mueren. Y es lógico. El cuerpo sufre de un desgaste continuo por su derroche de energía. Las células, que no dejan de ser otros animalitos diminutos que trabajan en pro de nuestra sanidad, también necesitan ser reconstituidos, ayudados, alimentados. Mi argumento queda bien avalado, cómo no, por el empirismo. A lo largo de toda la Historia, ningún hombre -ni mujer-, ha sobrevivido cuando ha dejado de ser alimentado, bien voluntariamente o por mor de la tiranía. De igual manera que los grandes rebaños de ganado, cuando han carecido del agua o piensos necesarios, han acabado por dejar el suelo sellado con su esqueleto. Y todas esas zonas desérticas que abundan en la Tierra, son desérticas precisamente por eso, por que no tienen agua. Y al no tener agua, no hay vegetación. Y al no haber vegetación, solamente soledad, esterilidad, infertilidad… No quiero con esto dármelas de listo o de original. No, sencillamente ha sido producto de la observación. Y les invito a que lo comprueben ustedes mismos. Fíjense, observen, analicen, deduzcan. Y así verán que todo lo dicho es pura y sencillamente la verdad. 1987-88
  • 26. 26 UN PERRO LISTO AQUEL perro, sin duda, era un perro listo, pero no inteligente, y, menos aún, culto. Efectivamente, obedecía ciertas órdenes, como traerte un palo entre los dientes, recoger el periódico de la puerta o acurrucarse en el rincón que se le indicara. Pero esto, hay que reconocerlo, también lo saben hacer muchas personas, sin que por ello se les tilde de inteligentes o sabias. Por otra parte, pienso yo que un ser culto es aquel que sabe expresarse con claridad al exponer sus ideas, o las sabe razonar de manera clara e incuestionable. Sin embargo, aquel perro no es que hablara algunos idiomas; es que no hablaba ninguno. Es más, ni tampoco lo hacía por señas, como los mudos. La verdad es que todo su mundo carismático se reducía a unas cuantas aptitudes de indudable impacto ante la concurrencia, pero sin que por ello haya que rasgarse las vestiduras ni muchísimo menos catalogarlo entre los seres de inteligencia superior. Era un perro, un perro con ciertas habilidades, pero nada más. A decir verdad, yo conozco muchos concejales que son, si se me apura, mucho más despabilados que aquel perro, e incluso mucho más obedientes. Con esto tampoco quiero decir nada en menoscabo de los ilustres concejales, que me merecen tanto respeto como el perro o más si cabe. Porque tampoco es lógico ni lícito comparar un perro con un concejal, sea éste del partido que sea. Cada uno tiene su propia personalidad, su manera de ser, su idiosincrasia, aunque alguna vez esto se pueda confundir en uno y otros. Pero allá cada cual. A mí, personalmente, tanto me da el perro como los concejales, aunque, a fuerza de ser ecuánime, me inclino más por el perro ya que, como es sabido, es el mejor amigo del hombre, cosa que nunca se ha dicho de un concejal. En fin, para no cansarles, que era un perro listillo, y ahí se acabó todo. Aunque ya quisieran muchos concejales… 1987-88
  • 27. 27 ¡AMOR MÍO!: Repentina pérdida de la memoria que impide recordar en ese instante quién es la persona con la que estamos efectuando el coito o similar. CLARAPOLLA: Miembro descomunal y transparente que permite ver el cielo en días despejados. DAME LA LECHE: Sencilla petición de sobremesa cuando alguien no alcanza la tetera. ECHAR DOS POLVOS DIARIOS: Igual que decir que se echa uno, pero ya mereciendo que le den un par de hostias. ERES UN HIJO DE PUTA: Sutil contestación de la dama ante la sutil indirecta del varón de ¿Quieres follar?, como para darle a entender... ESTÁ BIEN QUE TE TIRES A MI ESPOSA, PERO NO QUE TE LIMPIES LA POLLA EN LAS CORTINAS: Esta larga frase, por demás expresiva, es un ruego al ofensor para que no se abuse de su malignidad lasciva, como queriendo decirle que se acepta la humillación, pero no el regodeo en la misma. Se trata de una postura de impotencia, pero deseando con cierta humildad la salvaguardia de un resto de dignidad y honor en el ofendido. ¡ME CAGO EN TU PUTA MADRE!: Expresión que demuestra descontento con la pareja. Forma sutil de darle a entender a la otra persona que hay algo que no anda bien entre ambos. Indirecta. PONER LOS CUERNOS: Quedar en paz, empatar. TE LA VOY A METER DONDE NO TE LA HA METIDO NADIE: “Pues como no sea en el bolso…” Contestación lógica en la mujer ligeramente experimentada. 1991
  • 28. 28 SUCEDIDOS Me han dicho que alguien se quejó a Dios de que la Seguridad Social y la Sanidad en España andaban muy mal. Entonces mandó a su hijo, Jesucristo, para que bajara a arreglarlo. Se hizo pasar por un médico de la Seguridad Social, y dijo: “Que pase el siguiente”; entró un hombre paralítico, y Jesús le dijo: “Levántate y anda.” “No me ha entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el hombre. “Y yo te digo que te levantes y andes”, insistió Jesús.” “No me ha entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el hombre. “Y yo te digo que te levantes y andes”, insistió Jesús. “Doctor, yo no sé en qué idioma hablarle, le estoy diciendo que soy paralítico.” “Y yo te estoy diciendo, como doctor, que te levantes y andes.” El otro se levantó y anduvo, y salió hacia la calle. Allí hay unos amigos y le dicen: “¿Qué tal, qué tal?”, y él dice: “Buahhh, si ni me ha mirado.” 1992 El otro día estaba yo sentado en una terraza de la Gran Vía y había allí una tía estupenda, sentada, leyendo el periódico, y se acerca un tío con buena planta y le dice: “Sí o no”; ella le dice: “En tu casa o en la mía”; y dice él: “Joer, si empezamos ya con discusiones, lo dejamos.” 1992-1993 Me han dicho que alguien se quejó a Dios de que la Seguridad Social y la Sanidad en España andaban muy mal. Entonces mandó a su hijo, Jesucristo, para que bajara a arreglarlo. Se hizo pasar por un médico de la Seguridad Social, y dijo: “Que pase el siguiente”; entró un hombre paralítico, y Jesús le dijo: “Levántate y anda.” “No me ha entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el hombre. “Y yo te digo que te levantes y andes”, insistió Jesús.” “No me ha entendido usted, es que soy paralítico”, repuso el hombre. “Y yo te digo que te levantes y andes”, insistió Jesús. “Doctor, yo no sé en qué idioma hablarle, le estoy diciendo que soy paralítico.” “Y yo te estoy diciendo, como doctor, que te levantes y andes.” El otro se levantó y anduvo, y salió hacia la calle. Allí hay unos amigos y le dicen: “¿Qué tal, qué tal?”, y él dice: “Buahhh, si ni me he mirado.” 1992-1993
  • 29. 29 Llamo a un hotel de la costa para preguntar el precio de una habitación sin vistas al mar, y me dicen: “Doscientas pesetas.” Y les pregunto: “¿Cuánto cuesta una con vistas al mar?” Me dicen: “Tres millones.” Digo: “Pero si es una diferencia...” Y me dicen. “¿Usted sabe lo que cuesta darle la vuelta al hotel?” 1992-1993 Estaban charlando dos amigos en un bar y uno de ellos se había casado, y le decía el otro: -¿Qué tal tu vida de casado? -Bien, bien, al principio muy bien, pero ya cuando sales de la iglesia… 1992-1993 Un niño le dice a su papá: “Estoy muy triste, muy enfadao, porque hay un niño en el colegio que me toma el pelo, que me pregunta: “¿Has visto a Arturo?”, y yo le pregunto: “¿Qué Arturo?” Y él dice: “El que se subió al muro”, y se ríe de mí.” El padre le dice: “Pero por eso no llores, tú, cuando lo veas, antes de que te pregunte nada le dices: “¿Has visto a Ramón?”, y cuando diga: “¿Qué Ramón?”, le dices: “El que se subió al balcón”.” El niño va tan contento, de pronto ve al otro niño y dice: “Oye, ¿has visto a Ramón?” “¿Qué Ramón, el primo de Arturo?”, pregunta a su vez el niño listo. Y dice el otro: “¿Qué Arturo?” 1992-1993 Estaba el maestro enseñando a los niños y les dice: —A ver si sabéis cuál es el animal más rencoroso. Los niños no sabían. —Es el ganso -dicen los niños. —¿Por qué? —Pues porque cuando llama a la hembra dice: “Ven gansa, ven gansa.” 1992-1993
  • 30. 30 En una fiesta dice un chico a una chica: —Oye, ¿bailas? —Sí. —Eso me gusta, que te diviertas. 1992-1993 Nunca se sabrá bien sabido la capacidad de amar de un niño. El adulto ama con lo de arriba y lo de abajo. El niño ama regalando el Universo, porque cuando un niño ama, el Universo es suyo y le llama a Dios de tú, porque, repito, cuando un niño ama, el Universo es suyo y le llama a Dios de tú, porque, repito, cuando un niño ama, Dios es su mejor amigo y el único en quien confía y con el único que se confiesa… 1994 Suicidarse y casarse son dos cosas que sólo se deben hacer una vez en la vida. Y por ese orden. 1994
  • 31. 31 Nadie: Una de las personas en las que se puede confiar. Confiar: Suicidio cariñoso. No: Nacimiento del enemigo. Siempre: Pequeño espacio de tiempo. Muchos: Dos. Miento: ¿O qué quieren, que me rinda? Mierda: Lo que tanto asco nos da, y tanto hemos amado. 1996
  • 32. 32 ANDALUCÍA. Lucía, anda. ANTILOPE. Dícese del que prefiere a Calderón. CAMILO JOSÉ CELA. Nobelista. CARMEN. Coche para hombres en Inglaterra. EXTRANJERO. Catalán, vasco, gallego, andaluz, castellano, extremeño, aragonés, asturiano, navarro… HIJO DE PUTA. Cualquiera de entre nuestros más íntimos amigos. 2000
  • 33. 33 Lo clavasteis en la cruz. Y ahora Él se descojona. Si Dios existe es un canalla. Si no existe es un embustero. Perdonar es el sadismo perfecto. No es que yo sea pesimista. Es que me fijo. La infancia sólo es una advertencia. El ingenio es la chulería del cerebro. 2001
  • 34. 34