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INVESTIGACIÓN DE LA COMUNICACIÓN,
     INCERTIDUMBRE Y CONOCIMIENTO DE LA SOCIEDAD
                                                                       Raúl Fuentes Navarro1


Resumen:

Este trabajo expone algunas reflexiones acerca de los debates sobre la “sociedad del
conocimiento” y el papel de la comunicación en ella, desde el punto de vista de la
capacidad y las limitaciones universitarias para aportar a la sociedad un conocimien-
to que permita discernir las implicaciones de los discursos del poder acerca de este
horizonte. La discusión se sitúa concretamente en la actualidad mexicana, y en el
ámbito del campo académico de la comunicación.

Palabras clave: Sociedad del conocimiento/ Investigación de la comunicación/ Uni-
versidad/ México/

Abstract:

This paper displays some reflections concerning the debate on “Knowledge society”
and the role assigned to communication on it. These reflections arise from the point
of view of the universities abilities and limitations to offer their societies the know-
ledge pertinent for the task of identifying implications of the discourses of power on
this horizon. There is a concrete reference to Mexican present situation and the aca-
demic field of communication there.

Keywords: Knowledge Society/ Communication Research/ University/ Mexico



En las últimas décadas han proliferado en el mundo fórmulas discursivas que, cons-
truidas alrededor de diversas concepciones de la “comunicación”, la “información”,
y sobre todo, de las tecnologías digitales, anuncian el advenimiento de transforma-
ciones radicales de la estructuración social, y muy especialmente del “orden global”.
Si bien son los organismos internacionales, los gobiernos y las grandes industrias los
agentes concernidos prioritariamente en la elaboración y difusión de estas fórmulas
discursivas, en articulaciones no siempre consistentes con sus intervenciones prácti-
cas, factores reales del impulso de las transformaciones globales, otras instituciones,
como las universidades, han debido involucrarse en los debates y en las prácticas
asociadas, con mayores o menores márgenes de autonomía y diversas opciones de
influencia en sus entornos sociales.
1
  Mexicano, doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador del Departamento de Estudios Socio-
culturales y Coordinador del Doctorado en Estudios Científico-Sociales del ITESO (Guadalajara,
Jal.). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (Nivel III) y de la Academia Mexicana de
Ciencias. Autor de La comunicación desde una perspectiva sociocultural (ITESO, 2008). Dirección
electrónica: raul@iteso.mx
2




Este texto no está orientado a la discusión de las premisas o de las articulaciones de
esas fórmulas discursivas, ni tiene la pretensión de aportar alguna línea de desarrollo
conceptual o empírico de los estudios sobre la comunicación y la sociedad contem-
poráneas, sino a un propósito mucho más modesto y concretamente situado en un
tiempo y un espacio social coyunturales: el que tiene que ver con los procesos edu-
cativos y de investigación de la comunicación en el ámbito universitario mexicano, a
fines de la primera década del siglo XXI2. Es parte de una conversación académica
que intenta suscitar la reflexión de profesores y estudiantes acerca de su entorno
tanto discursivo como social, y sobre las estrategias que condicionan sus posiciones
intelectuales y políticas al respecto. Por ello se invierten los términos de la fórmula
“sociedad del conocimiento” por el “conocimiento de la sociedad”, para apuntar al
que podría aportar a la propia sociedad la investigación de la comunicación.

La primera referencia que es necesario hacer tiene que ver con la pugna por la defi-
nición de las funciones sociales de las universidades y el marco político de su finan-
ciamiento en México. Si bien esta referencia es directa para las instituciones públi-
cas, las particulares no son ajenas al debate, entre otras razones porque en el área de
los estudios de comunicación, aproximadamente la mitad de los estudiantes están
inscritos en ellas. En medio de un contexto de recesión y decrecimiento económico,
de violencia social y de estancamiento político de extrema gravedad, como el que
caracteriza a México, a fines de 2009 se reavivó notablemente en cierta parte del
espacio público nacional la muy vieja e intrincada pugna por los presupuestos dedi-
cados a la educación superior, la ciencia, la tecnología y, término relativamente no-
vedoso, la innovación. No es esta, por supuesto, la primera vez que el sector univer-
sitario exige el reconocimiento público y efectivo de su importancia para el desarro-
llo nacional ante los poderes institucionales que parecen empeñados en ignorarla y
menospreciarla, pero las circunstancias de la “crisis” le han dado una relevancia es-
pecial.

Pero en el contexto de esa exigencia, independientemente de su eficacia política in-
mediata, se pueden también explorar algunas consideraciones académicas, críticas y
autocríticas, al respecto. Un buen punto de partida puede ser el reconocimiento del
hecho de que ser parte del sector universitario en México es un privilegio, más que
un logro meritorio o un derecho vigente, pues depende de una estructura histórica
que, por este y otros medios, poco ha hecho para compensar la creciente desigualdad
social. Menos del cinco por ciento de la población mexicana forma o ha formado
parte de este sector: de ahí que la implicación fundamental de ser universitario sea la
responsabilidad ante el resto de la sociedad.

En los planteamientos públicos de la Academia Mexicana de Ciencias, el Foro Con-
sultivo Científico y Tecnológico, diversas asociaciones científicas y académicas, y
muchas universidades representadas por sus más altas autoridades, a la exigencia de

2
  En su presentación original, aquí parcialmente modificada, este texto fue expuesto como la segunda
conferencia magistral (la primera fue pronunciada por Armand Mattelart) del IV Coloquio Interna-
cional Tecnologías de Información y Comunicación Social: Hacia la Sociedad del Conocimiento, de
la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en Monte-
rrey, el 11 de noviembre de 2009.
3



mayores presupuestos se suele unir la consideración de que los problemas del desa-
rrollo de las tareas de la producción científica y la educación superior no son sólo
financieras, y que la mítica y legal meta de que México invierta el 1% del Producto
Interno Bruto en estos sectores tendría que ser un objetivo irrenunciable, aunque
progresivo, porque nunca ha llegado siquiera a la mitad, pero, además, incorporado
en un proceso de cambio profundo de las políticas y las prácticas vigentes, en las
que se puede privilegiar la dimensión cultural.

Es muy impactante ver, ahora en universidades públicas de los estados y no sólo de
la capital del país, espectaculares instalaciones para el trabajo educativo y científico,
edificadas y equipadas sin duda a costos muy altos, pero con usos o productos to-
davía muy precarios. Pueden citarse casos de bibliotecas universitarias instaladas en
edificios de los llamados “inteligentes”, donde hay muy pocos libros (muchos de
ellos todavía envueltos en celofán, seguramente para protegerlos del polvo), muchas
computadoras apagadas, y casi ningún estudiante o profesor que consulte los libros o
las redes digitales. También, por supuesto, puede hablarse de las condiciones de ex-
trema precariedad en que pequeñas comunidades académicas realizan tareas acadé-
micas, si no de excelencia, sí de digna y meritoria calidad y pertinencia. Sin caer en
el maniqueísmo o la demagogia, es obvio que la producción de conocimiento perti-
nente y de calidad, además de depender del financiamiento, es una función sobre
todo cultural.

Y la cultura científica y académica en México, en cualquiera de sus escalas y dimen-
siones, es todavía extremadamente débil y en muchos sentidos anacrónica. Un solo
ejemplo, sorprendente aunque no inexplicable, puede ilustrar esta condición. Desde
1984 opera en México, caso excepcional en casi cualquier sentido, el Sistema Na-
cional de Investigadores, que apoya con reconocimiento y estímulos económicos a
los investigadores, previa evaluación periódica por comités de pares. Como miem-
bro beneficiario del Sistema, y habiendo tenido la oportunidad de formar parte re-
cientemente de la comisión dictaminadora de Ciencias Sociales, este autor puede
atestiguar la calidad estrictamente académica de la evaluación, pero también algunas
limitaciones institucionales que no son precisamente burocráticas, sino culturales en
su sentido más amplio.

En cada periodo de evaluación, cada investigador debe entregar ejemplares de sus
productos científicos, sobre todo libros y artículos publicados. La comisión dictami-
nadora los revisa como parte fundamental de la evaluación, y al terminar el proceso,
el investigador debe pasar a recoger su expediente o dejar que después de un tiempo
razonable, su contenido, es decir, libros y revistas, sea destruido. Hay buenas razo-
nes para hacer eso, más allá de la eficiencia en el uso del espacio, que no son fáciles
de modificar, ya que paradójicamente, en términos legales, los productos de la in-
vestigación no son bienes públicos y deben ser respetados los derechos de propiedad
y de confidencialidad de su producción. Sobra decir que la mayor parte, casi la tota-
lidad, de esa producción científica y editorial se financia con fondos públicos, y que
muchos de los investigadores, entre los cuales están los más influyentes, no estarían
dispuestos a renunciar a esa confidencialidad. En consecuencia, después de veinti-
cinco años de contar con un Sistema Nacional de Investigadores, el país no dispone
de una Biblioteca Nacional de la Ciencia, completa y actualizada, cuyo acervo co-
4



rrespondiera a la producción evaluada periódicamente por pares del más alto nivel
de reconocimiento oficial y que estuviera disponible a quien le interesara, de una
manera pública y profesional.

La precariedad de la cultura científica y académica mexicana, así ejemplificada,
tendría que ubicarse en relación con los debates y las medidas de política pública
que rigen institucionalmente el trabajo académico y científico. Es muy saludable por
supuesto la intención de incorporar al país a las tendencias contemporáneas de re-
forma que están implicadas en debates internacionales como el referido a la “Socie-
dad de la Información” versus la “Sociedad del Conocimiento”, debates en cuya
formulación y desarrollo tienen un lugar central los objetos de estudio de la investi-
gación en “ciencias de la comunicación”, pero esos debates podrían profundizarse y
actualizarse en relación más estrecha con las prácticas académicas, sus estructuras
organizativas y sus condiciones culturales, además de sus manifestaciones discursi-
vas y sus propósitos abstractos.

Desde esta perspectiva se sostiene muy bien el escepticismo con respecto a la efica-
cia constatable, o al menos esperable a mediano plazo, de gran parte de las formula-
ciones discursivas adoptadas y de las prácticas reformadas en México, y seguramen-
te en muchos otros países, en función de esa deseable sociedad del “conocimiento”.
El planteamiento oficial de la UNESCO, publicado en 2005 bajo el título Hacia las
sociedades del conocimiento, incluye desde su introducción un par de fragmentos
cruciales:

       Cada sociedad cuenta con sus propios puntos fuertes en materia de conoci-
       miento. Por consiguiente, es necesario actuar para que los conocimientos de
       los que son ya depositarias las distintas sociedades se articulen con las nue-
       vas formas de elaboración, adquisición y difusión del saber valorizadas por el
       modelo de la economía del conocimiento.

               La noción de sociedad de la información se basa en los progresos tec-
       nológicos. En cambio, el concepto de sociedades del conocimiento compren-
       de dimensiones sociales, éticas y políticas mucho más vastas. El hecho de
       que nos refiramos a sociedades, en plural, no se debe al azar, sino a la inten-
       ción de rechazar la unicidad de un modelo “listo para su uso” que no tenga
       suficientemente en cuenta la diversidad cultural y lingüística, único elemento
       que nos permite a todos reconocernos en los cambios que se están produ-
       ciendo actualmente. Hay siempre diferentes formas de conocimiento y cultu-
       ra que intervienen en la edificación de las sociedades, comprendidas aquellas
       muy influidas por el progreso científico y técnico moderno. No se puede ad-
       mitir que la revolución de las tecnologías de la información y la comunica-
       ción nos conduzca –en virtud de un determinismo tecnológico estrecho y fa-
       talista– a prever una forma única de sociedad posible.

              La importancia de la educación y del espíritu crítico pone de relieve
       que en la tarea de construir auténticas sociedades del conocimiento, las nue-
       vas posibilidades ofrecidas por Internet o los instrumentos multimedia no de-
       ben hacer que nos desinteresemos por otros instrumentos auténticos del co-
5



       nocimiento como la prensa, la radio, la televisión y, sobre todo, la escuela.
       Antes que los ordenadores y el acceso a Internet, la mayoría de las poblacio-
       nes del mundo necesita los libros, los manuales escolares y los maestros de
       que carecen (UNESCO, 2005: p.17).

Sería muy pertinente seguir releyendo y repensando, desde la perspectiva de los es-
casos debates y la abundancia discursiva en los ámbitos académicos, en este docu-
mento y en muchos otros, la problematización de las propuestas y de las posiciones,
antes que la formulación de un programa a seguir ciegamente. Puede citarse también
otro fragmento de esta introducción, referido a los “desafíos” de la disociación so-
cial y de la excesiva mercantilización del conocimiento:

       ¿Las sociedades del conocimiento serán sociedades donde el saber esté com-
       partido y el conocimiento sea accesible a todos, o sociedades donde el saber
       esté repartido? En la era de la información, y en un momento en el que se nos
       promete el advenimiento de las sociedades del conocimiento, podemos ob-
       servar cómo se multiplican paradójicamente las brechas y las exclusiones,
       tanto entre los países del Norte y del Sur como dentro de cada sociedad.

       […] El conocimiento no se puede considerar una mercancía como las demás.
       La tendencia actual a la privatización e internacionalización de los sistemas
       de enseñanza superior merece una atención especial por parte de los encar-
       gados de adoptar decisiones y debería examinarse en el marco de un debate
       público, efectuando un verdadero trabajo de prospectiva a escala nacional,
       regional e internacional. El saber representa un bien común y su mercantili-
       zación merece, por consiguiente, un examen atento (UNESCO, 2005: p.22-
       24).

Es evidente que en buena medida esta problematización formulada por la UNESCO
implica a los medios, las políticas y los conceptos de comunicación, conocimiento y
cultura en relación con un contexto económico, político y tecnológico que los ame-
naza e instrumentaliza en todas las sociedades. La consecuencia obvia sería atender,
desde modelos y prácticas de comunicación social, en su sentido más amplio y gene-
ral, y en situación, los escenarios históricos que se configuran y la capacidad colec-
tiva de incidir en ellos, muy especialmente desde las universidades.

Es urgente, entonces, la necesidad de revisar y reestructurar buena parte de las
prácticas académicas y científicas, sobre todo las universitarias, pero al hacerlo hay
que resguardar algunos de los principios y sentidos fundamentales de su constitución
social. Pero esa operación no es fácil. Algunos colegas latinoamericanos, coordina-
dos por Jesús Martín Barbero, publicaron recientemente un libro estimulante y pro-
vocador, que lleva por título Entre saberes desechables y saberes indispensables
(agendas de país desde la comunicación), como un avance muy pertinente en esta
reflexión. La solapa del libro dice que:

       Trata de pensar en voz alta, en público, con mucha pasión latinoamericana y
       dolor de país. Intenta meter en el investigar y el pensar más país, más ciuda-
       danía, más diversidad. Martín-Barbero, Reguillo, Entel, Marroquín, Alves,
6



       Herschmann y Rincón producen esta carta pública de las agendas que necesi-
       tamos para pensarnos como latinoamericanos, desde cada uno de nuestros
       países pero entrelazados, y asumiendo el reto enorme que con-tiene la comu-
       nicación en nuestros días: su transformación en ojo del huracán, en ecosiste-
       ma o tercer entorno, en campo/problema/eje desde el que otear los otros
       campos de la sociedad (Martín Barbero, coord., 2009).

Provocadora y ejemplarmente, este libro y otros editados por el Centro de Compe-
tencia en Comunicación para América Latina de la Fundación Friedrich Ebert, pue-
den obtenerse libremente, en versión electrónica, en el sitio del Centro en Internet
[http://www.c3fes.net/]. Múltiples recursos de este tipo, que hacen consistente su
forma de acceso con su contenido, ejemplifican una forma de la sociedad del cono-
cimiento basada en la comunicación que elude los desafíos de la disociación social y
de la mercantilización, pero que supone también el acceso y la capacidad cultural
implicada en la búsqueda, la lectura y la reflexión compartida. En términos de
Néstor García Canclini (2008), la reflexión sobre la sociedad del conocimiento es
también una reflexión y una propuesta de la sociedad del re-conocimiento.

En el libro mencionado se hace un ejercicio que sin duda puede calificarse de parcial
y sesgado, o incluso de voluntarista o maniqueo, pero que expresa una convicción de
base que puede argumentarse sintéticamente en la necesidad autocrítica de reasumir
la responsabilidad social e histórica del trabajo universitario, de compensar la buro-
cratización y el eficientismo que muchas veces prevalece entre los académicos y los
estudiantes. Entre otros, puede citarse un párrafo digno de ser reflexionado y debati-
do:

       La urgencia por reubicar a la universidad y sus modos de pensar e investigar
       responde a una realidad social y política cada vez más marcada por el merca-
       do y más lejos de la vida nacional y local. Pero se trata de una urgencia que
       nada tiene que ver con la prisa nerviosa de la gente ni con la aceleración tec-
       nológica, sino más bien con la lentitud, y hasta el estancamiento, de un pen-
       samiento crítico que, enredado en las discusiones internas de la academia y
       en las inercias ideológicas, resulta incapaz de acompañar de cerca las trans-
       formaciones de lo real social y cultural. Pues nunca la distancia, necesaria al
       pensar, se ha vuelto tan perversa como cuando lo pensado ya no tiene que ver
       con lo que vive y siente la gente del común (Martín Barbero, coord., 2009:
       p.6).

Este cuestionamiento es central en el debate sobre las sociedades del conocimiento:
el “nuevo” papel de la educación y de la universidad en la orientación, producción,
reproducción y distribución social de los saberes, ante el despojo que estas institu-
ciones han sufrido del monopolio que sostuvieron en siglos pasados, y que ahora
detentan otros agentes sociales, que al mercantilizar el conocimiento someten sus
ciclos sociales, incluyendo los científicos y universitarios, a una reducción disocian-
te. Pero, además, con consecuencias muy peligrosas. En su contribución al libro ci-
tado, Rossana Reguillo analiza la “contingencia” a propósito de la pandemia iniciada
en México por el virus nombrado “A H1N1”, que hizo estragos en la salud, la eco-
nomía y casi cualquier otra dimensión de la vida mexicana. La crisis del sistema
7



nacional de salud fue tan evidente como la crisis del sistema nacional de comunica-
ción social. Para Reguillo,

       la mezcla (explosiva) de falta de credibilidad –ganada a pulso– en las autori-
       dades, la ausencia de una estrategia de comunicación de riesgo en momentos
       de emergencia, aunados a los decibeles empleados por muchos medios de
       comunicación, especialmente la televisión comercial y la proliferación de so-
       fisticadas hipótesis interpretativas sobre lo que ha ocurrido, han configurado
       un espacio público sumamente complejo que no ha abonado al fortalecimien-
       to del tejido democrático y, muy por el contrario, azuzó lo más añejo e in-
       consciente de nuestros miedos […] Considero que las preguntas (y las críti-
       cas) frente a estas “derivas” de la epidemia, son casi obvias: ¿Dónde está la
       universidad en estos tiempos de crisis fundamentales? ¿Dónde sus expertos?
       ¿Dónde su voz crítica y necesaria frente al manejo de una comunicación errá-
       tica y carente de propuestas imaginativas e inteligentes? (Reguillo, 2009:
       p.39-40).

En el mismo texto, Reguillo se refiere a las crecientes distancias entre la experiencia
común de los desafíos y amenazas contemporáneas, de las crisis políticas y econó-
micas enlazadas, de las formas culturales y la descomposición social asociadas al
narcotráfico y la guerra contra él, de las crecientes brechas no sólo económicas o
educativas, sino culturales y simbólicas entre sectores, géneros, regiones, grupos de
edad, mientras la banalización y la espectacularización saltan de los medios a las
políticas, y a los marcos de interpretación, y finalmente, de la incapacidad de la in-
vestigación académica no sólo de dar cuenta de esa contemporaneidad, sino de con-
tribuir a descubrir, experimentar, establecer dinámicas alternativas. Puede fácilmen-
te coincidirse con ella en que “no es fácil imaginar la relación entre el país imagina-
do, el real, el mediático, el cotidiano diferencial y las tareas que competen a la uni-
versidad, factoría de las posibilidades futuras, bodega activa de lo que ha sido, taller
de lo contemporáneo” (Reguillo, 2009: p.48).

Los investigadores de la comunicación que trabajamos en universidades mexicanas
somos insuficientes para hacernos cargo de desafíos tan complejos y profundos co-
mo los que la sensibilidad ante el transcurrir cotidiano permite advertir, pero si fué-
ramos más y tuviéramos mayor cantidad de recursos a nuestra disposición proba-
blemente seríamos menos capaces, como comunidad, de hacer eso. Nos falta, entre
otras muchas cosas, capacidad reflexiva y de debate, entre nosotros y con otros
agentes sociales. Nos falta, quizá, asumir una postura más sólida y compartida ante
la relación entre incertidumbre y comunicación.

Quien se ha dedicado a sistematizar e interpretar información sobre el campo
académico de la comunicación en México, simultánea y articuladamente con tareas
como profesor universitario, debe ser optimista con respecto a la posibilidad de en-
frentar con eficacia creciente los desafíos de la producción pertinente y consistente
de conocimiento sobre la sociedad con la comunicación como eje estratégico, pues
como lo ha formulado un investigador estadounidense, “comprender la comunica-
ción es comprender mucho más” (Peters, 1999: p.2). Pero debe reconocerse que,
actualmente, a pesar del crecimiento de algunos indicadores, la investigación de la
8



comunicación en México está, quizá como el país entero, estancada y concentrada,
fragmentada y crecientemente desbordada por las transformaciones de sus objetos.
Y que los investigadores no estamos prestando la suficiente atención crítica a esta
situación.

Es preocupante sobre todo la posibilidad de que eso que Rossana Reguillo llama la
“espectacularización y banalización”, y que también puede identificarse como “in-
mediatismo superficial” de la comunicación mercantil, como pautas culturales pre-
dominantes, que sustituyen paulatinamente con emociones los procesos constitutivos
y deliberativos en la sociedad, no sólo vayan dominando en los campos de la políti-
ca, la economía y la cultura institucionalizadas, sino también en las universidades.
La incertidumbre, motor esencial de la evolución, de la política, de la información,
de la ciencia, no puede disfrazarse con certezas artificiales. Exige ser enfrentada con
proyectos sociales que sólo la comunicación puede articular. Estas tendencias con-
formistas, ni siquiera adoptadas racionalmente en función de un cierto y deformado
“realismo”, sino impuestas por la incapacidad ante la inercia, son ya, desde hace
muchos años, predominantes en la formación profesional y, crecientemente también
en los posgrados y la investigación, no sólo en comunicación.

Al igual que en otros países, la producción de investigación académica de la comu-
nicación en México manifiesta una clara tendencia a la fragmentación, que no a la
especialización. La diferencia es importante: la producción científica, en cualquier
área, tiende a especializarse, a subdividirse, a ramificarse, para poder mantener en
límites razonables el rango de fenómenos a estudiar, es decir, para que los especia-
listas puedan conocer a fondo su campo de estudio y participar en su desarrollo to-
mando decisiones individuales, locales e internacionales articuladas unas con otras,
tendientes a ser decisiones colegiadas. Cuando esta articulación se pierde, la subdi-
visión se convierte en fragmentación, en alejamiento progresivo de unas especiali-
dades con respecto a las otras, en aislamiento. La investigación de la comunicación,
precaria como es, tiende más a fragmentarse que a especializarse en todo el mundo,
debido quizá sobre todo a su debilidad teórico-metodológica de base.

Cada “segmento” de investigación tiende a adoptar sus propias convenciones, sus
propios consensos sobre “qué es” su objeto y cómo conviene investigarlo, es decir, a
qué factores académicos y extra-académicos es necesario articular la práctica cientí-
fica, independientemente de su fundamentación más amplia. Ante un conjunto de
referentes a los que se les puede llamar “comunicación”, que crece, se expande y
cambia a una altísima velocidad, el sentido de urgencia prevalece sobre la capacidad
reflexiva y la investigación, desde sus bases, se dispersa y diversifica, más que forta-
lecerse. Los productos de la investigación, y muy especialmente los que correspon-
den a los procesos de formación de investigadores (las tesis de posgrado), mantienen
algunas referencias generales comunes, pero constituyen sus propios “modelos”,
cada vez menos articulados entre sí. No es sorprendente que los “textos” comunes,
de amplio espectro en cuanto a su presencia en diversos tipos de proyectos, incluyan
cada vez menos aportes específicos a la teoría de la comunicación, y más, en gene-
ral, a la sociedad o la cultura contemporáneas.
9



Además, paradójicamente, esta fragmentación está concentrada. Desde hace al me-
nos veinte años, el 75% de la investigación de la comunicación en México se produ-
ce en cinco universidades, donde están los posgrados acreditados y más del 60% de
los investigadores reconocidos por el Sistema Nacional de Investigadores. Pero la
fragmentación antes descrita no se disminuye por esa concentración. Ambas son,
quizá, manifestaciones de una condición más general, que habría que analizar con
mayor intensidad y agudeza.

Por otra parte, no puede ignorarse que los factores tecnológicos de la “comunica-
ción” contemporánea son probablemente el mayor disruptor de este campo de estu-
dio, además de uno de sus principales impulsores, en tanto modificador del objeto y
en cuanto a apoyo para la construcción y el mantenimiento de los nexos que hacen
un campo. La creciente importancia y omnipresencia de las tecnologías “de comuni-
cación” en las transformaciones económicas, políticas y culturales del mundo con-
temporáneo, contribuye en buena medida a supeditar, conceptual y prácticamente, el
desarrollo de la comunicación/interacción social al desarrollo de las tecnologías que
median muchos de sus procesos y sistemas. Y ese desarrollo es notable, por su velo-
cidad y su alcance, aunque también por la concentración de poderes (político-
económico-culturales) de la que es indisociable. La gran paradoja del desarrollo tec-
nológico de “las comunicaciones” es que sus valores (otra vez, políticos, económi-
cos, culturales) y capacidades de ampliación de las fronteras (espaciales y tempora-
les), reducen al mismo tiempo los costos y esfuerzos necesarios para la comunica-
ción (y para muchas otras “operaciones” constitutivas de la vida social) y las opcio-
nes de los sujetos interactuantes, especialmente las que se refieren a la interpretación
del sentido de la interacción misma, subsumida por la “interactividad” de los siste-
mas.

Hay una gran tendencia, antigua e históricamente tematizada, a mitificar los aportes
tecnológicos a la comunicación y la configuración sociocultural de la vida (que in-
cluye centralmente las identidades de los sujetos), de manera que así como se con-
centran las capacidades de innovación y de control de los sistemas, se reducen tam-
bién las posibilidades de apropiación y uso. Pero, sujetos la innovación, diseño, con-
trol, distribución y acceso, a intereses globales no sólo mercantiles, muchos de los
procesos, sistemas y aplicaciones tienden a convertirse en simulaciones de participa-
ción, de aprendizaje, de diversión, de información, de ciudadanía, de progreso, de
comunicación. No se trataría de sostener con esto, en absoluto, un discurso o una
postura “anti-tecnológicos”. Por el contrario, lo que se afirma es la necesidad de una
integración conceptual, intelectual, metodológica, de los factores tecnológicos a su
matriz sociohistórica, y a los procesos socioculturales que no sólo determinan, sino
que también son indisociables de su origen y proyección. Lo que no parece ocurrir
en la investigación y la enseñanza de la comunicación es precisamente el fortaleci-
miento de esta capacidad crítica de “apropiación” de la tecnología como factor de la
comunicación, la sociedad y la cultura contemporáneas.

Finalmente, hay que decir que una consecuencia del debilitamiento de la capacidad
crítica, del inmediatismo superficial y de la fragmentación de los avances académi-
cos en el estudio de la comunicación es la creciente distancia entre los modelos de
comunicación y los modelos de democracia que siempre, desde el origen de los es-
10



tudios de la comunicación, se ha intentado integrar. Lo que acaba siendo evidente en
las campañas electorales, la reducción de “la comunicación” a campañas de spots
televisivos y por lo tanto al control de recursos de acceso a los medios de difusión,
es manifestación de la extendida incapacidad, entre los diversos agentes sociales, de
apreciar y respetar los derechos comunicativos de los ciudadanos, indisociables de
los demás derechos individuales y sociales, y condición fundamental para su ejerci-
cio. La reducción de la comunicación a sus manifestaciones más instrumentales, en
la práctica, así como la reducción de la política al ejercicio formal del voto, contri-
buyen más al predominio de mediaciones sociales autoritarias que democráticas, y
se enraizan como cultura.

Asumir estas reducciones de la comunicación desde la academia, también por su-
puesto sujeta a fuertes impulsos instrumentalizadores, es un desafío que tendría que
ser más seria y prioritariamente analizado y debatido en los ambientes universitarios.
Las “fuerzas del mercado” y la ética asociada a su vigencia, no son exclusivas de
algún sector dominante en lo económico, sino que permean también al Estado y a la
“sociedad civil”, a la política y a la cultura, a la ciencia y a la educación. En este
contexto, los debates sobre la sociedad del conocimiento tendrían que profundizarse
y extenderse en términos de un proyecto social responsable de sí mismo, lo cual sólo
sería posible mediante el ejercicio de la comunicación, pero no de las formas ins-
trumentales y fragmentarias, socialmente disociantes y exageradamente mercantiles
que crecientemente la simulan. En el centro de los desafíos fundamentales de la
transformación de la universidad está, sin duda, el fortalecimiento de la capacidad de
aportar responsable y estratégicamente, ante la incertidumbre y el cambio histórico,
elementos de conocimiento sistemático y riguroso de la sociedad, la que ha sido y la
que es, pero sobre todo la que puede llegar a ser.

Referencias:

García Canclini, Néstor (2008): “Contextos de la investigación: sociedad de la in-
formación, del conocimiento y del reconocimiento”, Conferencia inaugural del Pri-
mer Congreso de la Asociación Española de Investigadores de la Comunicación,
Santiago de Compostela.

Martín-Barbero, Jesús (Coord.) (2009): Entre saberes desechables y saberes indis-
pensables (agendas de país desde la comunicación). Bogotá: Centro de Competen-
cia en Comunicación para América Latina, Friedrich Ebert Stiftung.

Peters, John Durham (1999): Speaking into the Air. A history of the idea of communi-
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Reguillo, Rossana (2009): “México: contra el ábaco de lo básico. Agendas de país y
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ción). Bogotá: Centro de Competencia en Comunicación para América Latina, Frie-
drich Ebert Stiftung.

UNESCO (2005): Hacia las Sociedades del Conocimiento. París: UNESCO.

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  • 1. INVESTIGACIÓN DE LA COMUNICACIÓN, INCERTIDUMBRE Y CONOCIMIENTO DE LA SOCIEDAD Raúl Fuentes Navarro1 Resumen: Este trabajo expone algunas reflexiones acerca de los debates sobre la “sociedad del conocimiento” y el papel de la comunicación en ella, desde el punto de vista de la capacidad y las limitaciones universitarias para aportar a la sociedad un conocimien- to que permita discernir las implicaciones de los discursos del poder acerca de este horizonte. La discusión se sitúa concretamente en la actualidad mexicana, y en el ámbito del campo académico de la comunicación. Palabras clave: Sociedad del conocimiento/ Investigación de la comunicación/ Uni- versidad/ México/ Abstract: This paper displays some reflections concerning the debate on “Knowledge society” and the role assigned to communication on it. These reflections arise from the point of view of the universities abilities and limitations to offer their societies the know- ledge pertinent for the task of identifying implications of the discourses of power on this horizon. There is a concrete reference to Mexican present situation and the aca- demic field of communication there. Keywords: Knowledge Society/ Communication Research/ University/ Mexico En las últimas décadas han proliferado en el mundo fórmulas discursivas que, cons- truidas alrededor de diversas concepciones de la “comunicación”, la “información”, y sobre todo, de las tecnologías digitales, anuncian el advenimiento de transforma- ciones radicales de la estructuración social, y muy especialmente del “orden global”. Si bien son los organismos internacionales, los gobiernos y las grandes industrias los agentes concernidos prioritariamente en la elaboración y difusión de estas fórmulas discursivas, en articulaciones no siempre consistentes con sus intervenciones prácti- cas, factores reales del impulso de las transformaciones globales, otras instituciones, como las universidades, han debido involucrarse en los debates y en las prácticas asociadas, con mayores o menores márgenes de autonomía y diversas opciones de influencia en sus entornos sociales. 1 Mexicano, doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador del Departamento de Estudios Socio- culturales y Coordinador del Doctorado en Estudios Científico-Sociales del ITESO (Guadalajara, Jal.). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (Nivel III) y de la Academia Mexicana de Ciencias. Autor de La comunicación desde una perspectiva sociocultural (ITESO, 2008). Dirección electrónica: raul@iteso.mx
  • 2. 2 Este texto no está orientado a la discusión de las premisas o de las articulaciones de esas fórmulas discursivas, ni tiene la pretensión de aportar alguna línea de desarrollo conceptual o empírico de los estudios sobre la comunicación y la sociedad contem- poráneas, sino a un propósito mucho más modesto y concretamente situado en un tiempo y un espacio social coyunturales: el que tiene que ver con los procesos edu- cativos y de investigación de la comunicación en el ámbito universitario mexicano, a fines de la primera década del siglo XXI2. Es parte de una conversación académica que intenta suscitar la reflexión de profesores y estudiantes acerca de su entorno tanto discursivo como social, y sobre las estrategias que condicionan sus posiciones intelectuales y políticas al respecto. Por ello se invierten los términos de la fórmula “sociedad del conocimiento” por el “conocimiento de la sociedad”, para apuntar al que podría aportar a la propia sociedad la investigación de la comunicación. La primera referencia que es necesario hacer tiene que ver con la pugna por la defi- nición de las funciones sociales de las universidades y el marco político de su finan- ciamiento en México. Si bien esta referencia es directa para las instituciones públi- cas, las particulares no son ajenas al debate, entre otras razones porque en el área de los estudios de comunicación, aproximadamente la mitad de los estudiantes están inscritos en ellas. En medio de un contexto de recesión y decrecimiento económico, de violencia social y de estancamiento político de extrema gravedad, como el que caracteriza a México, a fines de 2009 se reavivó notablemente en cierta parte del espacio público nacional la muy vieja e intrincada pugna por los presupuestos dedi- cados a la educación superior, la ciencia, la tecnología y, término relativamente no- vedoso, la innovación. No es esta, por supuesto, la primera vez que el sector univer- sitario exige el reconocimiento público y efectivo de su importancia para el desarro- llo nacional ante los poderes institucionales que parecen empeñados en ignorarla y menospreciarla, pero las circunstancias de la “crisis” le han dado una relevancia es- pecial. Pero en el contexto de esa exigencia, independientemente de su eficacia política in- mediata, se pueden también explorar algunas consideraciones académicas, críticas y autocríticas, al respecto. Un buen punto de partida puede ser el reconocimiento del hecho de que ser parte del sector universitario en México es un privilegio, más que un logro meritorio o un derecho vigente, pues depende de una estructura histórica que, por este y otros medios, poco ha hecho para compensar la creciente desigualdad social. Menos del cinco por ciento de la población mexicana forma o ha formado parte de este sector: de ahí que la implicación fundamental de ser universitario sea la responsabilidad ante el resto de la sociedad. En los planteamientos públicos de la Academia Mexicana de Ciencias, el Foro Con- sultivo Científico y Tecnológico, diversas asociaciones científicas y académicas, y muchas universidades representadas por sus más altas autoridades, a la exigencia de 2 En su presentación original, aquí parcialmente modificada, este texto fue expuesto como la segunda conferencia magistral (la primera fue pronunciada por Armand Mattelart) del IV Coloquio Interna- cional Tecnologías de Información y Comunicación Social: Hacia la Sociedad del Conocimiento, de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en Monte- rrey, el 11 de noviembre de 2009.
  • 3. 3 mayores presupuestos se suele unir la consideración de que los problemas del desa- rrollo de las tareas de la producción científica y la educación superior no son sólo financieras, y que la mítica y legal meta de que México invierta el 1% del Producto Interno Bruto en estos sectores tendría que ser un objetivo irrenunciable, aunque progresivo, porque nunca ha llegado siquiera a la mitad, pero, además, incorporado en un proceso de cambio profundo de las políticas y las prácticas vigentes, en las que se puede privilegiar la dimensión cultural. Es muy impactante ver, ahora en universidades públicas de los estados y no sólo de la capital del país, espectaculares instalaciones para el trabajo educativo y científico, edificadas y equipadas sin duda a costos muy altos, pero con usos o productos to- davía muy precarios. Pueden citarse casos de bibliotecas universitarias instaladas en edificios de los llamados “inteligentes”, donde hay muy pocos libros (muchos de ellos todavía envueltos en celofán, seguramente para protegerlos del polvo), muchas computadoras apagadas, y casi ningún estudiante o profesor que consulte los libros o las redes digitales. También, por supuesto, puede hablarse de las condiciones de ex- trema precariedad en que pequeñas comunidades académicas realizan tareas acadé- micas, si no de excelencia, sí de digna y meritoria calidad y pertinencia. Sin caer en el maniqueísmo o la demagogia, es obvio que la producción de conocimiento perti- nente y de calidad, además de depender del financiamiento, es una función sobre todo cultural. Y la cultura científica y académica en México, en cualquiera de sus escalas y dimen- siones, es todavía extremadamente débil y en muchos sentidos anacrónica. Un solo ejemplo, sorprendente aunque no inexplicable, puede ilustrar esta condición. Desde 1984 opera en México, caso excepcional en casi cualquier sentido, el Sistema Na- cional de Investigadores, que apoya con reconocimiento y estímulos económicos a los investigadores, previa evaluación periódica por comités de pares. Como miem- bro beneficiario del Sistema, y habiendo tenido la oportunidad de formar parte re- cientemente de la comisión dictaminadora de Ciencias Sociales, este autor puede atestiguar la calidad estrictamente académica de la evaluación, pero también algunas limitaciones institucionales que no son precisamente burocráticas, sino culturales en su sentido más amplio. En cada periodo de evaluación, cada investigador debe entregar ejemplares de sus productos científicos, sobre todo libros y artículos publicados. La comisión dictami- nadora los revisa como parte fundamental de la evaluación, y al terminar el proceso, el investigador debe pasar a recoger su expediente o dejar que después de un tiempo razonable, su contenido, es decir, libros y revistas, sea destruido. Hay buenas razo- nes para hacer eso, más allá de la eficiencia en el uso del espacio, que no son fáciles de modificar, ya que paradójicamente, en términos legales, los productos de la in- vestigación no son bienes públicos y deben ser respetados los derechos de propiedad y de confidencialidad de su producción. Sobra decir que la mayor parte, casi la tota- lidad, de esa producción científica y editorial se financia con fondos públicos, y que muchos de los investigadores, entre los cuales están los más influyentes, no estarían dispuestos a renunciar a esa confidencialidad. En consecuencia, después de veinti- cinco años de contar con un Sistema Nacional de Investigadores, el país no dispone de una Biblioteca Nacional de la Ciencia, completa y actualizada, cuyo acervo co-
  • 4. 4 rrespondiera a la producción evaluada periódicamente por pares del más alto nivel de reconocimiento oficial y que estuviera disponible a quien le interesara, de una manera pública y profesional. La precariedad de la cultura científica y académica mexicana, así ejemplificada, tendría que ubicarse en relación con los debates y las medidas de política pública que rigen institucionalmente el trabajo académico y científico. Es muy saludable por supuesto la intención de incorporar al país a las tendencias contemporáneas de re- forma que están implicadas en debates internacionales como el referido a la “Socie- dad de la Información” versus la “Sociedad del Conocimiento”, debates en cuya formulación y desarrollo tienen un lugar central los objetos de estudio de la investi- gación en “ciencias de la comunicación”, pero esos debates podrían profundizarse y actualizarse en relación más estrecha con las prácticas académicas, sus estructuras organizativas y sus condiciones culturales, además de sus manifestaciones discursi- vas y sus propósitos abstractos. Desde esta perspectiva se sostiene muy bien el escepticismo con respecto a la efica- cia constatable, o al menos esperable a mediano plazo, de gran parte de las formula- ciones discursivas adoptadas y de las prácticas reformadas en México, y seguramen- te en muchos otros países, en función de esa deseable sociedad del “conocimiento”. El planteamiento oficial de la UNESCO, publicado en 2005 bajo el título Hacia las sociedades del conocimiento, incluye desde su introducción un par de fragmentos cruciales: Cada sociedad cuenta con sus propios puntos fuertes en materia de conoci- miento. Por consiguiente, es necesario actuar para que los conocimientos de los que son ya depositarias las distintas sociedades se articulen con las nue- vas formas de elaboración, adquisición y difusión del saber valorizadas por el modelo de la economía del conocimiento. La noción de sociedad de la información se basa en los progresos tec- nológicos. En cambio, el concepto de sociedades del conocimiento compren- de dimensiones sociales, éticas y políticas mucho más vastas. El hecho de que nos refiramos a sociedades, en plural, no se debe al azar, sino a la inten- ción de rechazar la unicidad de un modelo “listo para su uso” que no tenga suficientemente en cuenta la diversidad cultural y lingüística, único elemento que nos permite a todos reconocernos en los cambios que se están produ- ciendo actualmente. Hay siempre diferentes formas de conocimiento y cultu- ra que intervienen en la edificación de las sociedades, comprendidas aquellas muy influidas por el progreso científico y técnico moderno. No se puede ad- mitir que la revolución de las tecnologías de la información y la comunica- ción nos conduzca –en virtud de un determinismo tecnológico estrecho y fa- talista– a prever una forma única de sociedad posible. La importancia de la educación y del espíritu crítico pone de relieve que en la tarea de construir auténticas sociedades del conocimiento, las nue- vas posibilidades ofrecidas por Internet o los instrumentos multimedia no de- ben hacer que nos desinteresemos por otros instrumentos auténticos del co-
  • 5. 5 nocimiento como la prensa, la radio, la televisión y, sobre todo, la escuela. Antes que los ordenadores y el acceso a Internet, la mayoría de las poblacio- nes del mundo necesita los libros, los manuales escolares y los maestros de que carecen (UNESCO, 2005: p.17). Sería muy pertinente seguir releyendo y repensando, desde la perspectiva de los es- casos debates y la abundancia discursiva en los ámbitos académicos, en este docu- mento y en muchos otros, la problematización de las propuestas y de las posiciones, antes que la formulación de un programa a seguir ciegamente. Puede citarse también otro fragmento de esta introducción, referido a los “desafíos” de la disociación so- cial y de la excesiva mercantilización del conocimiento: ¿Las sociedades del conocimiento serán sociedades donde el saber esté com- partido y el conocimiento sea accesible a todos, o sociedades donde el saber esté repartido? En la era de la información, y en un momento en el que se nos promete el advenimiento de las sociedades del conocimiento, podemos ob- servar cómo se multiplican paradójicamente las brechas y las exclusiones, tanto entre los países del Norte y del Sur como dentro de cada sociedad. […] El conocimiento no se puede considerar una mercancía como las demás. La tendencia actual a la privatización e internacionalización de los sistemas de enseñanza superior merece una atención especial por parte de los encar- gados de adoptar decisiones y debería examinarse en el marco de un debate público, efectuando un verdadero trabajo de prospectiva a escala nacional, regional e internacional. El saber representa un bien común y su mercantili- zación merece, por consiguiente, un examen atento (UNESCO, 2005: p.22- 24). Es evidente que en buena medida esta problematización formulada por la UNESCO implica a los medios, las políticas y los conceptos de comunicación, conocimiento y cultura en relación con un contexto económico, político y tecnológico que los ame- naza e instrumentaliza en todas las sociedades. La consecuencia obvia sería atender, desde modelos y prácticas de comunicación social, en su sentido más amplio y gene- ral, y en situación, los escenarios históricos que se configuran y la capacidad colec- tiva de incidir en ellos, muy especialmente desde las universidades. Es urgente, entonces, la necesidad de revisar y reestructurar buena parte de las prácticas académicas y científicas, sobre todo las universitarias, pero al hacerlo hay que resguardar algunos de los principios y sentidos fundamentales de su constitución social. Pero esa operación no es fácil. Algunos colegas latinoamericanos, coordina- dos por Jesús Martín Barbero, publicaron recientemente un libro estimulante y pro- vocador, que lleva por título Entre saberes desechables y saberes indispensables (agendas de país desde la comunicación), como un avance muy pertinente en esta reflexión. La solapa del libro dice que: Trata de pensar en voz alta, en público, con mucha pasión latinoamericana y dolor de país. Intenta meter en el investigar y el pensar más país, más ciuda- danía, más diversidad. Martín-Barbero, Reguillo, Entel, Marroquín, Alves,
  • 6. 6 Herschmann y Rincón producen esta carta pública de las agendas que necesi- tamos para pensarnos como latinoamericanos, desde cada uno de nuestros países pero entrelazados, y asumiendo el reto enorme que con-tiene la comu- nicación en nuestros días: su transformación en ojo del huracán, en ecosiste- ma o tercer entorno, en campo/problema/eje desde el que otear los otros campos de la sociedad (Martín Barbero, coord., 2009). Provocadora y ejemplarmente, este libro y otros editados por el Centro de Compe- tencia en Comunicación para América Latina de la Fundación Friedrich Ebert, pue- den obtenerse libremente, en versión electrónica, en el sitio del Centro en Internet [http://www.c3fes.net/]. Múltiples recursos de este tipo, que hacen consistente su forma de acceso con su contenido, ejemplifican una forma de la sociedad del cono- cimiento basada en la comunicación que elude los desafíos de la disociación social y de la mercantilización, pero que supone también el acceso y la capacidad cultural implicada en la búsqueda, la lectura y la reflexión compartida. En términos de Néstor García Canclini (2008), la reflexión sobre la sociedad del conocimiento es también una reflexión y una propuesta de la sociedad del re-conocimiento. En el libro mencionado se hace un ejercicio que sin duda puede calificarse de parcial y sesgado, o incluso de voluntarista o maniqueo, pero que expresa una convicción de base que puede argumentarse sintéticamente en la necesidad autocrítica de reasumir la responsabilidad social e histórica del trabajo universitario, de compensar la buro- cratización y el eficientismo que muchas veces prevalece entre los académicos y los estudiantes. Entre otros, puede citarse un párrafo digno de ser reflexionado y debati- do: La urgencia por reubicar a la universidad y sus modos de pensar e investigar responde a una realidad social y política cada vez más marcada por el merca- do y más lejos de la vida nacional y local. Pero se trata de una urgencia que nada tiene que ver con la prisa nerviosa de la gente ni con la aceleración tec- nológica, sino más bien con la lentitud, y hasta el estancamiento, de un pen- samiento crítico que, enredado en las discusiones internas de la academia y en las inercias ideológicas, resulta incapaz de acompañar de cerca las trans- formaciones de lo real social y cultural. Pues nunca la distancia, necesaria al pensar, se ha vuelto tan perversa como cuando lo pensado ya no tiene que ver con lo que vive y siente la gente del común (Martín Barbero, coord., 2009: p.6). Este cuestionamiento es central en el debate sobre las sociedades del conocimiento: el “nuevo” papel de la educación y de la universidad en la orientación, producción, reproducción y distribución social de los saberes, ante el despojo que estas institu- ciones han sufrido del monopolio que sostuvieron en siglos pasados, y que ahora detentan otros agentes sociales, que al mercantilizar el conocimiento someten sus ciclos sociales, incluyendo los científicos y universitarios, a una reducción disocian- te. Pero, además, con consecuencias muy peligrosas. En su contribución al libro ci- tado, Rossana Reguillo analiza la “contingencia” a propósito de la pandemia iniciada en México por el virus nombrado “A H1N1”, que hizo estragos en la salud, la eco- nomía y casi cualquier otra dimensión de la vida mexicana. La crisis del sistema
  • 7. 7 nacional de salud fue tan evidente como la crisis del sistema nacional de comunica- ción social. Para Reguillo, la mezcla (explosiva) de falta de credibilidad –ganada a pulso– en las autori- dades, la ausencia de una estrategia de comunicación de riesgo en momentos de emergencia, aunados a los decibeles empleados por muchos medios de comunicación, especialmente la televisión comercial y la proliferación de so- fisticadas hipótesis interpretativas sobre lo que ha ocurrido, han configurado un espacio público sumamente complejo que no ha abonado al fortalecimien- to del tejido democrático y, muy por el contrario, azuzó lo más añejo e in- consciente de nuestros miedos […] Considero que las preguntas (y las críti- cas) frente a estas “derivas” de la epidemia, son casi obvias: ¿Dónde está la universidad en estos tiempos de crisis fundamentales? ¿Dónde sus expertos? ¿Dónde su voz crítica y necesaria frente al manejo de una comunicación errá- tica y carente de propuestas imaginativas e inteligentes? (Reguillo, 2009: p.39-40). En el mismo texto, Reguillo se refiere a las crecientes distancias entre la experiencia común de los desafíos y amenazas contemporáneas, de las crisis políticas y econó- micas enlazadas, de las formas culturales y la descomposición social asociadas al narcotráfico y la guerra contra él, de las crecientes brechas no sólo económicas o educativas, sino culturales y simbólicas entre sectores, géneros, regiones, grupos de edad, mientras la banalización y la espectacularización saltan de los medios a las políticas, y a los marcos de interpretación, y finalmente, de la incapacidad de la in- vestigación académica no sólo de dar cuenta de esa contemporaneidad, sino de con- tribuir a descubrir, experimentar, establecer dinámicas alternativas. Puede fácilmen- te coincidirse con ella en que “no es fácil imaginar la relación entre el país imagina- do, el real, el mediático, el cotidiano diferencial y las tareas que competen a la uni- versidad, factoría de las posibilidades futuras, bodega activa de lo que ha sido, taller de lo contemporáneo” (Reguillo, 2009: p.48). Los investigadores de la comunicación que trabajamos en universidades mexicanas somos insuficientes para hacernos cargo de desafíos tan complejos y profundos co- mo los que la sensibilidad ante el transcurrir cotidiano permite advertir, pero si fué- ramos más y tuviéramos mayor cantidad de recursos a nuestra disposición proba- blemente seríamos menos capaces, como comunidad, de hacer eso. Nos falta, entre otras muchas cosas, capacidad reflexiva y de debate, entre nosotros y con otros agentes sociales. Nos falta, quizá, asumir una postura más sólida y compartida ante la relación entre incertidumbre y comunicación. Quien se ha dedicado a sistematizar e interpretar información sobre el campo académico de la comunicación en México, simultánea y articuladamente con tareas como profesor universitario, debe ser optimista con respecto a la posibilidad de en- frentar con eficacia creciente los desafíos de la producción pertinente y consistente de conocimiento sobre la sociedad con la comunicación como eje estratégico, pues como lo ha formulado un investigador estadounidense, “comprender la comunica- ción es comprender mucho más” (Peters, 1999: p.2). Pero debe reconocerse que, actualmente, a pesar del crecimiento de algunos indicadores, la investigación de la
  • 8. 8 comunicación en México está, quizá como el país entero, estancada y concentrada, fragmentada y crecientemente desbordada por las transformaciones de sus objetos. Y que los investigadores no estamos prestando la suficiente atención crítica a esta situación. Es preocupante sobre todo la posibilidad de que eso que Rossana Reguillo llama la “espectacularización y banalización”, y que también puede identificarse como “in- mediatismo superficial” de la comunicación mercantil, como pautas culturales pre- dominantes, que sustituyen paulatinamente con emociones los procesos constitutivos y deliberativos en la sociedad, no sólo vayan dominando en los campos de la políti- ca, la economía y la cultura institucionalizadas, sino también en las universidades. La incertidumbre, motor esencial de la evolución, de la política, de la información, de la ciencia, no puede disfrazarse con certezas artificiales. Exige ser enfrentada con proyectos sociales que sólo la comunicación puede articular. Estas tendencias con- formistas, ni siquiera adoptadas racionalmente en función de un cierto y deformado “realismo”, sino impuestas por la incapacidad ante la inercia, son ya, desde hace muchos años, predominantes en la formación profesional y, crecientemente también en los posgrados y la investigación, no sólo en comunicación. Al igual que en otros países, la producción de investigación académica de la comu- nicación en México manifiesta una clara tendencia a la fragmentación, que no a la especialización. La diferencia es importante: la producción científica, en cualquier área, tiende a especializarse, a subdividirse, a ramificarse, para poder mantener en límites razonables el rango de fenómenos a estudiar, es decir, para que los especia- listas puedan conocer a fondo su campo de estudio y participar en su desarrollo to- mando decisiones individuales, locales e internacionales articuladas unas con otras, tendientes a ser decisiones colegiadas. Cuando esta articulación se pierde, la subdi- visión se convierte en fragmentación, en alejamiento progresivo de unas especiali- dades con respecto a las otras, en aislamiento. La investigación de la comunicación, precaria como es, tiende más a fragmentarse que a especializarse en todo el mundo, debido quizá sobre todo a su debilidad teórico-metodológica de base. Cada “segmento” de investigación tiende a adoptar sus propias convenciones, sus propios consensos sobre “qué es” su objeto y cómo conviene investigarlo, es decir, a qué factores académicos y extra-académicos es necesario articular la práctica cientí- fica, independientemente de su fundamentación más amplia. Ante un conjunto de referentes a los que se les puede llamar “comunicación”, que crece, se expande y cambia a una altísima velocidad, el sentido de urgencia prevalece sobre la capacidad reflexiva y la investigación, desde sus bases, se dispersa y diversifica, más que forta- lecerse. Los productos de la investigación, y muy especialmente los que correspon- den a los procesos de formación de investigadores (las tesis de posgrado), mantienen algunas referencias generales comunes, pero constituyen sus propios “modelos”, cada vez menos articulados entre sí. No es sorprendente que los “textos” comunes, de amplio espectro en cuanto a su presencia en diversos tipos de proyectos, incluyan cada vez menos aportes específicos a la teoría de la comunicación, y más, en gene- ral, a la sociedad o la cultura contemporáneas.
  • 9. 9 Además, paradójicamente, esta fragmentación está concentrada. Desde hace al me- nos veinte años, el 75% de la investigación de la comunicación en México se produ- ce en cinco universidades, donde están los posgrados acreditados y más del 60% de los investigadores reconocidos por el Sistema Nacional de Investigadores. Pero la fragmentación antes descrita no se disminuye por esa concentración. Ambas son, quizá, manifestaciones de una condición más general, que habría que analizar con mayor intensidad y agudeza. Por otra parte, no puede ignorarse que los factores tecnológicos de la “comunica- ción” contemporánea son probablemente el mayor disruptor de este campo de estu- dio, además de uno de sus principales impulsores, en tanto modificador del objeto y en cuanto a apoyo para la construcción y el mantenimiento de los nexos que hacen un campo. La creciente importancia y omnipresencia de las tecnologías “de comuni- cación” en las transformaciones económicas, políticas y culturales del mundo con- temporáneo, contribuye en buena medida a supeditar, conceptual y prácticamente, el desarrollo de la comunicación/interacción social al desarrollo de las tecnologías que median muchos de sus procesos y sistemas. Y ese desarrollo es notable, por su velo- cidad y su alcance, aunque también por la concentración de poderes (político- económico-culturales) de la que es indisociable. La gran paradoja del desarrollo tec- nológico de “las comunicaciones” es que sus valores (otra vez, políticos, económi- cos, culturales) y capacidades de ampliación de las fronteras (espaciales y tempora- les), reducen al mismo tiempo los costos y esfuerzos necesarios para la comunica- ción (y para muchas otras “operaciones” constitutivas de la vida social) y las opcio- nes de los sujetos interactuantes, especialmente las que se refieren a la interpretación del sentido de la interacción misma, subsumida por la “interactividad” de los siste- mas. Hay una gran tendencia, antigua e históricamente tematizada, a mitificar los aportes tecnológicos a la comunicación y la configuración sociocultural de la vida (que in- cluye centralmente las identidades de los sujetos), de manera que así como se con- centran las capacidades de innovación y de control de los sistemas, se reducen tam- bién las posibilidades de apropiación y uso. Pero, sujetos la innovación, diseño, con- trol, distribución y acceso, a intereses globales no sólo mercantiles, muchos de los procesos, sistemas y aplicaciones tienden a convertirse en simulaciones de participa- ción, de aprendizaje, de diversión, de información, de ciudadanía, de progreso, de comunicación. No se trataría de sostener con esto, en absoluto, un discurso o una postura “anti-tecnológicos”. Por el contrario, lo que se afirma es la necesidad de una integración conceptual, intelectual, metodológica, de los factores tecnológicos a su matriz sociohistórica, y a los procesos socioculturales que no sólo determinan, sino que también son indisociables de su origen y proyección. Lo que no parece ocurrir en la investigación y la enseñanza de la comunicación es precisamente el fortaleci- miento de esta capacidad crítica de “apropiación” de la tecnología como factor de la comunicación, la sociedad y la cultura contemporáneas. Finalmente, hay que decir que una consecuencia del debilitamiento de la capacidad crítica, del inmediatismo superficial y de la fragmentación de los avances académi- cos en el estudio de la comunicación es la creciente distancia entre los modelos de comunicación y los modelos de democracia que siempre, desde el origen de los es-
  • 10. 10 tudios de la comunicación, se ha intentado integrar. Lo que acaba siendo evidente en las campañas electorales, la reducción de “la comunicación” a campañas de spots televisivos y por lo tanto al control de recursos de acceso a los medios de difusión, es manifestación de la extendida incapacidad, entre los diversos agentes sociales, de apreciar y respetar los derechos comunicativos de los ciudadanos, indisociables de los demás derechos individuales y sociales, y condición fundamental para su ejerci- cio. La reducción de la comunicación a sus manifestaciones más instrumentales, en la práctica, así como la reducción de la política al ejercicio formal del voto, contri- buyen más al predominio de mediaciones sociales autoritarias que democráticas, y se enraizan como cultura. Asumir estas reducciones de la comunicación desde la academia, también por su- puesto sujeta a fuertes impulsos instrumentalizadores, es un desafío que tendría que ser más seria y prioritariamente analizado y debatido en los ambientes universitarios. Las “fuerzas del mercado” y la ética asociada a su vigencia, no son exclusivas de algún sector dominante en lo económico, sino que permean también al Estado y a la “sociedad civil”, a la política y a la cultura, a la ciencia y a la educación. En este contexto, los debates sobre la sociedad del conocimiento tendrían que profundizarse y extenderse en términos de un proyecto social responsable de sí mismo, lo cual sólo sería posible mediante el ejercicio de la comunicación, pero no de las formas ins- trumentales y fragmentarias, socialmente disociantes y exageradamente mercantiles que crecientemente la simulan. En el centro de los desafíos fundamentales de la transformación de la universidad está, sin duda, el fortalecimiento de la capacidad de aportar responsable y estratégicamente, ante la incertidumbre y el cambio histórico, elementos de conocimiento sistemático y riguroso de la sociedad, la que ha sido y la que es, pero sobre todo la que puede llegar a ser. Referencias: García Canclini, Néstor (2008): “Contextos de la investigación: sociedad de la in- formación, del conocimiento y del reconocimiento”, Conferencia inaugural del Pri- mer Congreso de la Asociación Española de Investigadores de la Comunicación, Santiago de Compostela. Martín-Barbero, Jesús (Coord.) (2009): Entre saberes desechables y saberes indis- pensables (agendas de país desde la comunicación). Bogotá: Centro de Competen- cia en Comunicación para América Latina, Friedrich Ebert Stiftung. Peters, John Durham (1999): Speaking into the Air. A history of the idea of communi- cation. Chicago & London: The University of Chicago Press. Reguillo, Rossana (2009): “México: contra el ábaco de lo básico. Agendas de país y desafíos para la comunicación”. En: Martín-Barbero, Jesús (Coord.) (2009): Entre saberes desechables y saberes indispensables (agendas de país desde la comunica- ción). Bogotá: Centro de Competencia en Comunicación para América Latina, Frie- drich Ebert Stiftung. UNESCO (2005): Hacia las Sociedades del Conocimiento. París: UNESCO.