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Una mirada al problema de la
discriminación en el ámbito escolar.
(Mariano Villa.)

Introducción:

En la presente, como indica el título, me propongo exponer una
mirada personal de la discriminación, específicamente en el ámbito
escolar. Con esta reiteración del título quiero dejar sentado que el
contenido de este ensayo tiene un carácter de humilde óptica (nada
más humilde hay que el cristal de Campoamor, que presenta el mundo
tras su cuerpo). Siendo que este ensayo implica una visión propia,
intentaré también, a fin de contextualizar propiamente las ideas, dar
primero algunas precisiones acerca de mi concepción del tópico. Si
bien desarrollaré un tono algo sentencioso al expresarme, quiero
aclarar que no pretendo dar definiciones absolutas, sino presentar las
ideas de la forma más clara posible.

Del concepto, el conflicto y su resolución.

La discriminación es sin dudas un tema actual. Claro que, por lo
general, antes de volverse temáticas del día, las cosas atraviesan un
desarrollo histórico, el cual otorga su contemplación, por lo general
retrospectiva y de tono lamentoso. Obedeciendo a este hecho, la
discriminación ha suscitado un sinfín de injusticias en la historia, de
las cuales, por su condición crítica, pueden denotarse las sucedidas
durante el siglo XX. Este siglo, “problemático y febril”, trajo, entre
tantas otras cosas, la culminación de numerosos problemas raciales de
todo tipo (ancestrales, algunos) en conflictos bélicos, sociales y
culturales.
En la actualidad, ya pasada la mayoría de los conflictos, queda
en las manos del siglo XXI una herencia de enmienda, la misión de
rectificar un problema cuyas consecuencias destructivas para el
hombre y su conciencia colectiva son inmensas.
Ahora, aunque no discriminar suena en estos días como algo
simple, no lo es tanto. “La injusticia no se encuentra en la desigualdad
de los derechos, sino en la exigencia de derechos „iguales‟”, dice
Nietzsche en El anticristo. Lo cierto es que la discriminación es
necesaria, una sociedad justa necesita discriminar, pues cada ser
requiere contemplación; “de cada cual según sus capacidades; a cada
cual según sus necesidades”.
Claro está que una discriminación contemplativa y necesaria no
justifica a la negativa, la faceta xenofóbica; pero ciertamente la
habilita. A ese hecho es plausible adjudicar lo difícil que resulta
erradicar la discriminación: no se la borra, no puede hacérselo,
porque, partiendo de que uno ve la vida desde sus ojos, discernir entre
lo propio y lo ajeno (y priorizar, en acción u omisión, expresa o
tácitamente, lo propio) es ineluctable. Lo que debe hacerse y lo que
realmente busca la humanidad, es limitar su naturaleza
discriminatoria, en función del trauma provocado por todos lo hitos
trágicos que ésta, exaltada por territorialismos nacionales, étnicos y
culturales, ha originado.
"(...) es muy difícil saber cuál es el momento preciso en que una
opinión sobre temas sexuales, raciales, religiosos o de salud deja de
serlo y se convierte en un llamado a la violación de derechos y
oportunidades de otros (...)", dice Jesús Rodríguez Zepeda, en su libro
¿Qué es la discriminación y cómo combatirla? Ciertamente, la
libertad de expresión tiene mucho que ver con la discriminación,
puesto que resulta sencillo y es muy habitual confundir,
intencionalmente o no, el derecho a opinar libremente con la agresión,
con caer en el maltrato arbitrario o en la segregación de una persona o
grupo.
También Rodríguez Zepeda, en Un marco teórico para la
discriminación, otro de sus libros acerca del tema, plantea que “(…)
los principios „constitucionalizados‟ serían un ejemplo de las
resoluciones definitivas („de una vez por todas‟) a las que es capaz de
llegar la razón pública según el modelo de una ideal Corte Suprema de
Justicia (…)” Creo que esta afirmación encierra uno de los más
grandes problemas en la sociedad contemporánea: la formalización de
los acuerdos sociales (su constitucionalización) no significa un
consenso de la humanidad entera. No se puede negar que el ser
humano ha avanzado enormemente en materia de discriminación. Es
más, creo que si un ser que no conoce a la humanidad de cerca se
aproximara a ella e intentara descubrirla a través de la información
formal que brindan los convenios y las instituciones, este hipotético
ente hallaría en un nivel de evolución mucho más avanzado que el es
auténtico. Esto se debe a que el hecho de que se sancione una ley en
detrimento de las conductas discriminatorias indica sólo que las
autoridades (y no necesariamente la sociedad) han asumido el
problema, e intentan combatirlo. ¿Y qué son las “autoridades”? Son
un grupo, selecto, de “personas ilustres” con una voz firme y legítima.
Naturalmente, es fácil para la humanidad, desde las civilizadas
cúspides de sus mayores representantes, repudiar la discriminación;
pero no lo es así desde los “terrenos innobles”, el pueblo, que
comporta hoy día un heterogéneo muestrario de las variantes del
hombre, desde los seres más conspicuos (pero sin los decibeles
legitimizados), hasta la más atroz barbarie, pasando por un sinfín de
matices.
Ése, ponernos de acuerdo, hacer llegar a todos los rincones las
“actualizaciones” de la moral, es uno de los mayores desafíos en el
camino a forjar una sociedad justa, y creo que sólo con la educación
puede sortearse.

La discriminación en el ámbito escolar.
La discriminación, como ya he dicho, es un conflicto difícil de
manejar. El hombre y la naturaleza misma necesitan discriminar, pues
son entes perceptivos. Sin embargo, en cuestiones filantrópicas, es
necesario para el ser humano regular este instinto, limpiarlo de su
esencia libertina y dejar una discriminación “sana”, es decir, que no
afecte la entereza de los valores, que no dañe a nadie y que sirva, en
cambio, como medio para optimizar las relaciones humanas de todo
tipo.
En el camino al alcance de esta regulación es que el hombre
halla abundantes problemas. Y es en la escuela, en esta noble
institución primordial, que comporta un radical paso en la
socialización de cada niño y cada joven, donde creo que debería
ponerse especial atención. Una persona convive con el deber de ir al
colegio durante una docena de años, acaso la más importante en su
formación como individuo y ciudadano, pues en ella se recorre la
infancia, se experimenta su ocaso y el nacimiento de la adolescencia,
que es tal vez la más compleja etapa en la vida de nuestros
contemporáneos. Junto con la escuela viene la paulatina aparición e
intensificación de las obligaciones; el niño, quiéralo o no, deja de ser
tal, y se encuentra con que es un joven, con que sus responsabilidades
ya no abarcan sólo complacer sus necesidades fisiológicas y
comportarse correctamente (que es durante la niñez una mezcla de “no
pegues” y “compartí”). El hecho de sufrir semejante serie de
transiciones, de atravesar un constante y, sobre todo en la
adolescencia, confuso cambio de posicionamiento de su persona1, es
de por sí algo traumático para cualquier ser. Sumarle a esta
experiencia un ambiente hostil en la escuela es algo muy negativo.
La escuela debe ser un lugar no sólo de enseñanza, sino también
de contención; un joven ha de encontrar allí un segundo hogar, o
incluso la sustitución del primero. La interacción con otras personas,
que muy probablemente atraviesan situaciones o sensaciones
similares, es algo invaluable, si se lo suma a la debida regulación por
parte de autoridades idóneas y capacitadas, como lo son la mayoría de
los y las docentes.
Pero, así como en la teoría la escuela parece una institución
incólume, el factor humano trae problemas naturales. Siendo que
vivimos en un país con grandes libertades personales, cada familia
puede construir como mejor le parezca la educación y los modos de
sus integrantes. Esto suena perfecto, pero involucra un conflicto
enorme: el Estado, si bien puede intervenir en situaciones específicas
marcadas por las leyes, no tiene, en definitiva, la potestad de regular la
1

No debe olvidarse la conflictiva situación del adolescente, que adquiere muchas responsabilidades, pero
rara vez es tomado en cuenta como adulto. Esta dualidad es generalmente responsable de frustraciones.
educación de los padres sobre sus hijos. Y, de la misma manera que
los niños aprenden perfectamente las buenas formas de conducta,
absorben también las fallas de su educación hogareña. Ya sea por
mala educación personal, por negligencia o pusilanimidad, los padres
pueden cometer graves errores durante la creación del entorno familiar
de sus hijos. Los niños y jóvenes que discriminan, a merced de la
educación de sus padres, cuya calidad es casi una cuestión de azar,
sufren, en el rol de victimarios, la condición de ser discriminadores.
“Podrían engendrarse hijos educados si lo estuvieran los
padres”, dijo Goethe. ¿Y cómo se educa a los padres? Esta no es una
labor sencilla: las personas adultas (sobre todo las menos educadas)
son las que mayor infatuación de sus valores cargan. Educar
socialmente a los padres para que instruyan correctamente a sus hijos
tiene que ser en todo Estado una prioridad. En nuestro país, esto
resulta especialmente complejo, pues el argentino es un individuo muy
aferrado a los valores del pueblo; por lo general descreído de las
instituciones y las autoridades, su moral ha sido históricamente
fraguada primariamente desde la cultura popular, desde el “color
local”2.
Ahora bien, en extraña conjunción con esta jactancia de la
cultura nacional, la Argentina es también una nación abierta a las
etnias extranjeras; al menos constitucionalmente. Creo que en esa
dualidad casi incongruente se radica también gran parte del racismo y
la xenofobia (que muchas veces vienen de la mano) del argentino. Sus
valores populares, exaltados tradicionalmente a lo largo de los años,
chocan muchas veces con los de extranjeros residentes en el país, los
cuales están protegidos por la Constitución Nacional. ¿No es
inmediata la inferencia de un resentimiento en esta ecuación social?

En síntesis, vemos que la discriminación en las escuelas no es
un problema simple; sus raíces se remontan a una gran profundidad
social e histórica. Combatirla no es ni se perfila a ser fácil, siendo que
factores como la estructura cultural popular argentina, las falencias en
educación social y la arraigada conducta discriminatoria que las
erradas enseñanzas del entorno familiar inculcan en los niños y
jóvenes, significan la necesidad de hacer modificaciones de gran
hondura en la mente del pueblo. Personalmente creo que es elemental,
2

Para mayor abordaje de este tema, véase Crisis de valores en la Argentina: la cultura nacional y su
incidencia (Mariano Villa, Buenos Aires, noviembre de 2013).
aún cuando no se pueda realizar estas modificaciones de un día para
otro, evitar la presencia de discriminación en las escuelas por medio
de la integración general y la fomentación de la creación de uniones
grupales entre los alumnos, indistintamente de las características
individuales.
Fuentes de información.

Zepeda, Jesús Rodríguez, para el Consejo Nacional para
Prevenir la Discriminación. ¿Qué es la discriminación y cómo
combatirla? México, Anzures, 2007. 304 p.
Zepeda, Jesús Rodríguez, para el Consejo Nacional para
Prevenir la Discriminación. Un marco teórico para la discriminación.
México, Anzures, 2006. 140 p.
INADI. Derecho a la Educación sin Discriminación. Argentina,
2012. 48 p.
INADI. Plan Nacional contra la Discriminación. Argentina,
Marcelo Kohan “diseño + broker de impresión”, 2005. 401 p.
CODHEM. Un acercamiento a la discriminación. De la teoría
a la realidad en el Estado de México. México, Toluca, 2007. 304 p.
CEDOH. Nociones Fundamentales sobre la Discriminación.
Honduras, Boletín no. 89, 2006. 13 p.

Buenos Aires, Diciembre de 2013.

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  • 1. Una mirada al problema de la discriminación en el ámbito escolar. (Mariano Villa.) Introducción: En la presente, como indica el título, me propongo exponer una mirada personal de la discriminación, específicamente en el ámbito escolar. Con esta reiteración del título quiero dejar sentado que el contenido de este ensayo tiene un carácter de humilde óptica (nada más humilde hay que el cristal de Campoamor, que presenta el mundo tras su cuerpo). Siendo que este ensayo implica una visión propia, intentaré también, a fin de contextualizar propiamente las ideas, dar primero algunas precisiones acerca de mi concepción del tópico. Si bien desarrollaré un tono algo sentencioso al expresarme, quiero aclarar que no pretendo dar definiciones absolutas, sino presentar las ideas de la forma más clara posible. Del concepto, el conflicto y su resolución. La discriminación es sin dudas un tema actual. Claro que, por lo general, antes de volverse temáticas del día, las cosas atraviesan un
  • 2. desarrollo histórico, el cual otorga su contemplación, por lo general retrospectiva y de tono lamentoso. Obedeciendo a este hecho, la discriminación ha suscitado un sinfín de injusticias en la historia, de las cuales, por su condición crítica, pueden denotarse las sucedidas durante el siglo XX. Este siglo, “problemático y febril”, trajo, entre tantas otras cosas, la culminación de numerosos problemas raciales de todo tipo (ancestrales, algunos) en conflictos bélicos, sociales y culturales. En la actualidad, ya pasada la mayoría de los conflictos, queda en las manos del siglo XXI una herencia de enmienda, la misión de rectificar un problema cuyas consecuencias destructivas para el hombre y su conciencia colectiva son inmensas. Ahora, aunque no discriminar suena en estos días como algo simple, no lo es tanto. “La injusticia no se encuentra en la desigualdad de los derechos, sino en la exigencia de derechos „iguales‟”, dice Nietzsche en El anticristo. Lo cierto es que la discriminación es necesaria, una sociedad justa necesita discriminar, pues cada ser requiere contemplación; “de cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades”. Claro está que una discriminación contemplativa y necesaria no justifica a la negativa, la faceta xenofóbica; pero ciertamente la habilita. A ese hecho es plausible adjudicar lo difícil que resulta erradicar la discriminación: no se la borra, no puede hacérselo, porque, partiendo de que uno ve la vida desde sus ojos, discernir entre lo propio y lo ajeno (y priorizar, en acción u omisión, expresa o tácitamente, lo propio) es ineluctable. Lo que debe hacerse y lo que realmente busca la humanidad, es limitar su naturaleza discriminatoria, en función del trauma provocado por todos lo hitos trágicos que ésta, exaltada por territorialismos nacionales, étnicos y culturales, ha originado. "(...) es muy difícil saber cuál es el momento preciso en que una opinión sobre temas sexuales, raciales, religiosos o de salud deja de serlo y se convierte en un llamado a la violación de derechos y oportunidades de otros (...)", dice Jesús Rodríguez Zepeda, en su libro ¿Qué es la discriminación y cómo combatirla? Ciertamente, la libertad de expresión tiene mucho que ver con la discriminación, puesto que resulta sencillo y es muy habitual confundir, intencionalmente o no, el derecho a opinar libremente con la agresión, con caer en el maltrato arbitrario o en la segregación de una persona o grupo.
  • 3. También Rodríguez Zepeda, en Un marco teórico para la discriminación, otro de sus libros acerca del tema, plantea que “(…) los principios „constitucionalizados‟ serían un ejemplo de las resoluciones definitivas („de una vez por todas‟) a las que es capaz de llegar la razón pública según el modelo de una ideal Corte Suprema de Justicia (…)” Creo que esta afirmación encierra uno de los más grandes problemas en la sociedad contemporánea: la formalización de los acuerdos sociales (su constitucionalización) no significa un consenso de la humanidad entera. No se puede negar que el ser humano ha avanzado enormemente en materia de discriminación. Es más, creo que si un ser que no conoce a la humanidad de cerca se aproximara a ella e intentara descubrirla a través de la información formal que brindan los convenios y las instituciones, este hipotético ente hallaría en un nivel de evolución mucho más avanzado que el es auténtico. Esto se debe a que el hecho de que se sancione una ley en detrimento de las conductas discriminatorias indica sólo que las autoridades (y no necesariamente la sociedad) han asumido el problema, e intentan combatirlo. ¿Y qué son las “autoridades”? Son un grupo, selecto, de “personas ilustres” con una voz firme y legítima. Naturalmente, es fácil para la humanidad, desde las civilizadas cúspides de sus mayores representantes, repudiar la discriminación; pero no lo es así desde los “terrenos innobles”, el pueblo, que comporta hoy día un heterogéneo muestrario de las variantes del hombre, desde los seres más conspicuos (pero sin los decibeles legitimizados), hasta la más atroz barbarie, pasando por un sinfín de matices. Ése, ponernos de acuerdo, hacer llegar a todos los rincones las “actualizaciones” de la moral, es uno de los mayores desafíos en el camino a forjar una sociedad justa, y creo que sólo con la educación puede sortearse. La discriminación en el ámbito escolar. La discriminación, como ya he dicho, es un conflicto difícil de manejar. El hombre y la naturaleza misma necesitan discriminar, pues son entes perceptivos. Sin embargo, en cuestiones filantrópicas, es
  • 4. necesario para el ser humano regular este instinto, limpiarlo de su esencia libertina y dejar una discriminación “sana”, es decir, que no afecte la entereza de los valores, que no dañe a nadie y que sirva, en cambio, como medio para optimizar las relaciones humanas de todo tipo. En el camino al alcance de esta regulación es que el hombre halla abundantes problemas. Y es en la escuela, en esta noble institución primordial, que comporta un radical paso en la socialización de cada niño y cada joven, donde creo que debería ponerse especial atención. Una persona convive con el deber de ir al colegio durante una docena de años, acaso la más importante en su formación como individuo y ciudadano, pues en ella se recorre la infancia, se experimenta su ocaso y el nacimiento de la adolescencia, que es tal vez la más compleja etapa en la vida de nuestros contemporáneos. Junto con la escuela viene la paulatina aparición e intensificación de las obligaciones; el niño, quiéralo o no, deja de ser tal, y se encuentra con que es un joven, con que sus responsabilidades ya no abarcan sólo complacer sus necesidades fisiológicas y comportarse correctamente (que es durante la niñez una mezcla de “no pegues” y “compartí”). El hecho de sufrir semejante serie de transiciones, de atravesar un constante y, sobre todo en la adolescencia, confuso cambio de posicionamiento de su persona1, es de por sí algo traumático para cualquier ser. Sumarle a esta experiencia un ambiente hostil en la escuela es algo muy negativo. La escuela debe ser un lugar no sólo de enseñanza, sino también de contención; un joven ha de encontrar allí un segundo hogar, o incluso la sustitución del primero. La interacción con otras personas, que muy probablemente atraviesan situaciones o sensaciones similares, es algo invaluable, si se lo suma a la debida regulación por parte de autoridades idóneas y capacitadas, como lo son la mayoría de los y las docentes. Pero, así como en la teoría la escuela parece una institución incólume, el factor humano trae problemas naturales. Siendo que vivimos en un país con grandes libertades personales, cada familia puede construir como mejor le parezca la educación y los modos de sus integrantes. Esto suena perfecto, pero involucra un conflicto enorme: el Estado, si bien puede intervenir en situaciones específicas marcadas por las leyes, no tiene, en definitiva, la potestad de regular la 1 No debe olvidarse la conflictiva situación del adolescente, que adquiere muchas responsabilidades, pero rara vez es tomado en cuenta como adulto. Esta dualidad es generalmente responsable de frustraciones.
  • 5. educación de los padres sobre sus hijos. Y, de la misma manera que los niños aprenden perfectamente las buenas formas de conducta, absorben también las fallas de su educación hogareña. Ya sea por mala educación personal, por negligencia o pusilanimidad, los padres pueden cometer graves errores durante la creación del entorno familiar de sus hijos. Los niños y jóvenes que discriminan, a merced de la educación de sus padres, cuya calidad es casi una cuestión de azar, sufren, en el rol de victimarios, la condición de ser discriminadores. “Podrían engendrarse hijos educados si lo estuvieran los padres”, dijo Goethe. ¿Y cómo se educa a los padres? Esta no es una labor sencilla: las personas adultas (sobre todo las menos educadas) son las que mayor infatuación de sus valores cargan. Educar socialmente a los padres para que instruyan correctamente a sus hijos tiene que ser en todo Estado una prioridad. En nuestro país, esto resulta especialmente complejo, pues el argentino es un individuo muy aferrado a los valores del pueblo; por lo general descreído de las instituciones y las autoridades, su moral ha sido históricamente fraguada primariamente desde la cultura popular, desde el “color local”2. Ahora bien, en extraña conjunción con esta jactancia de la cultura nacional, la Argentina es también una nación abierta a las etnias extranjeras; al menos constitucionalmente. Creo que en esa dualidad casi incongruente se radica también gran parte del racismo y la xenofobia (que muchas veces vienen de la mano) del argentino. Sus valores populares, exaltados tradicionalmente a lo largo de los años, chocan muchas veces con los de extranjeros residentes en el país, los cuales están protegidos por la Constitución Nacional. ¿No es inmediata la inferencia de un resentimiento en esta ecuación social? En síntesis, vemos que la discriminación en las escuelas no es un problema simple; sus raíces se remontan a una gran profundidad social e histórica. Combatirla no es ni se perfila a ser fácil, siendo que factores como la estructura cultural popular argentina, las falencias en educación social y la arraigada conducta discriminatoria que las erradas enseñanzas del entorno familiar inculcan en los niños y jóvenes, significan la necesidad de hacer modificaciones de gran hondura en la mente del pueblo. Personalmente creo que es elemental, 2 Para mayor abordaje de este tema, véase Crisis de valores en la Argentina: la cultura nacional y su incidencia (Mariano Villa, Buenos Aires, noviembre de 2013).
  • 6. aún cuando no se pueda realizar estas modificaciones de un día para otro, evitar la presencia de discriminación en las escuelas por medio de la integración general y la fomentación de la creación de uniones grupales entre los alumnos, indistintamente de las características individuales.
  • 7. Fuentes de información. Zepeda, Jesús Rodríguez, para el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. ¿Qué es la discriminación y cómo combatirla? México, Anzures, 2007. 304 p. Zepeda, Jesús Rodríguez, para el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. Un marco teórico para la discriminación. México, Anzures, 2006. 140 p. INADI. Derecho a la Educación sin Discriminación. Argentina, 2012. 48 p. INADI. Plan Nacional contra la Discriminación. Argentina, Marcelo Kohan “diseño + broker de impresión”, 2005. 401 p. CODHEM. Un acercamiento a la discriminación. De la teoría a la realidad en el Estado de México. México, Toluca, 2007. 304 p. CEDOH. Nociones Fundamentales sobre la Discriminación. Honduras, Boletín no. 89, 2006. 13 p. Buenos Aires, Diciembre de 2013.