20. Acerca de Freud y el caso Juanito (Hans)
Una observación aguda de Sigmund Freud, nos pone sobre la pista de un particular destino de los
montantes energéticos o, si quieren de la dimensión de gozo y deseo que hay bajo las
representaciones en una neurosis cualquiera. El caso en cuestión, harto conocido, es el del pequeño
Hans, una fobia infantil que tiene la ventaja de mostrarnos el conflicto bajo una forma sintomática en
suspenso (con esto quiero decir que no entrega aún su color sintomático de histeria o obsesión) como
lo es una fobia a los caballos.
Sabido es que Hans padecía una fobia a ser mordido por un caballo. Lo valioso de la observación
freudiana es que nos revela el verdadero carácter del síntoma. Dice Freud: "no podemos designar
como síntoma la angustia de esta fobia; si el pequeño Hans, que está enamorado de su madre,
mostrara angustia frente al padre, no tendríamos derecho alguno a atribuirle una neurosis, una
fobia" y continúa, "Lo que la convierte en neurosis es, única y exclusivamente, otro rasgo: la
sustitución del padre por el caballo" señalando que lo que marca esta transformación está constituído
por el mecanismo de desplazamiento, mecanismo que le permite afrontar el conflicto de ambivalencia
sin acudir a una formación reactiva. Unos párrafos antes había situado como posible de resolución de
este conflicto la creación de una formación reactiva en la cual una de las dos mociones en pugna se
refuerza enormemente y la otra permanece sofocada en el inconsciente. Aquí lo crucial es lo que
Freud llama una ambivalencia afectiva, es decir, una relación con el padre que mantiene "un amor
bien fundado y un odio no menos justificado".
21. Entonces el síntoma, supone un desplazamiento. Cualquier otra actitud tal como la tristeza o el temor
no bastan para constituirlo, ni para declarar una estructura neurótica. Lo interesante de este
planteamiento freudiano es que no hace del malestar subjetivo indiferenciado un síntoma, sino que lo
refiere a una estructura de una simplicidad precisa: es lo que está desplazado. Así, las representaciones
se alejan de la conciencia, pero el montante energético plantea algunos problemas, ya que la moción
pulsional que dio lugar al síntoma es un impulso hostil referido al padre, pero lo que se desprende del
síntoma es un temor a ser mordido por el caballo, esto es, un actitud pasiva frente a lo que antes se
revelaba como un profundo rechazo a la figura paterna. Hay pues, aquí una transformación que no
convence del todo a Freud, esto es, no basta el desplazamiento hacia el caballo para otorgar totalmente
carta de ciudadanía al síntoma. Hay algo más, y ese algo más, es lo que Freud va a pesquisar como
movimientos de la carga pulsional, como desplazamientos del deseo y de la satisfacción, enigmáticos,
pero no imposibles de comprender.
El paso siguiente es evocar ciertas leyendas o cuentos infantiles donde aparece el temor a ser devorado
por un personaje superior, cuya significación paterna no se le escapa, pero a la vez señala analogías
provenientes de la mitología (Cronos) y de la vida animal. Pero ¿por qué es aquí es ser devorado lo que
se plantea como una posibilidad fantástica? Es que - responde Freud - devorado es aquí la expresión de
una actitud tierna pasiva, se trata en suma de ser gozado eróticamente por el padre. Aquí, encuentra
un modo más eficaz que la represión para tratar a la pulsión, ese quantum misterioso de energía, que
no se deja doblegar. Ya que "si el yo consigue llevar a la pulsión a la regresión, en el fondo la daña de
manera más enérgica que de lo que sería posible mediante la represión". De este modo la agresión
cambia de curso, se dirige ahora hacia la propia persona y al mismo tiempo hay una degradación hacia
la oralidad al situar el miedo a ser mordido por el caballo como fundamental.
22. Asimismo destaca que una moción amorosa respecto al padre es disminuida, por el
acrecentamiento de la agresión hacia él y las mociones amorosas dirigidas hacia la madre se
cancelan, al menos conscientemente. El corazón mismo del complejo de Edipo sufre una
descomposición estructural que permite la conformación de la fobia y el complejo de
castración es rechazado (en Hans sólo parcialmente lo que se confirma por su evolución
posterior) lo que implica el aparentemente complicado lenguaje de Freud al describir los
movimientos libidinales de esta fase.
Pero hay más (el comentario se asemeja a un acto de prestidigitación donde nuestro
psicoanalista va extrayendo nociones, movimientos y complejos a cual más sorprendente,
mostrando así la complejidad que subyace a un síntoma). En efecto la causa de todo estos
desplazamiento no es más que la angustia de castración, este es el único "motivo de la
represión" donde el afecto angustioso de la fobia no procede del contenido reprimido, sino de
la castración misma que aquí Freud convierte en angustia realista dado el peso de la
incidencia de la castración, que para él sólo puede provenir de lo real mismo.
Concluye este capítulo afirmando que la angustia de las fobias son angustias del yo, frente a
las exigencias de la libido. Una conclusión que Jacques Lacan iba a convertir en piedra
angular de su elaboración de las fobias cuando afirmara, treinta y dos años más tarde que
el objeto fóbico no era más que un significante "para todo uso para suplir la falta en el Otro",
lugar adonde esas exigencias libidinales apuntaban toda vez que ese Otro, encarnado por el
padre de Hans, un sujeto inteligente y despierto, pero decididamente débil para sostener ese
lugar paterno, se convirtiera - por el amor inconfeso de su hijo - en el rasgo distintivo de su
sufrimiento.
23. En la epicrisis del caso Juanito, Freud hace un comentario respecto del eventual reproche
que podría hacerse por embarcar al niño en semejante experiencia de análisis (en el sentido
de provocar con esa experiencia un seguro debilitamiento de la autoridad paterna),
diciendo: “lo que el padre perdió en respeto lo ganó en confianza…”
Este pasaje, del “respeto” a la “confianza” es sumamente importante como desenlace de un
tratamiento, pero también como tarea del analista en su disposición clínica. Winnicott
alude muchas veces al sentimiento de “confianza” profesional que debe emanar del analista.
No se trata -en esta confianza- de “creer” en él como persona -o en la eficacia de sus
procedimientos-, tampoco supone el soporte necesario para favorecer efectos de sugestión,
no es la confianza que nutre la transferencia a un “supuesto saber”.
Quizás haya que entenderlo de esto modo: establecida la confianza en el marco analítico, el
riesgo que teme el paciente no es la eventual comisión de errores por parte del analista sino
que éste (por más inteligente y agudo que sea en oficio, y quizás por eso mismo en algunas
oportunidades) “le falle”.